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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.58 no.139 Bogotá Jan./Apr. 2009

 

Forero Reyes, Yelitsa Marcela. Epifanías de la identidad. La comprensión multiculturalista de Charles Taylor. Bogotá: Editorial Pontificia Universidad Javeriana, Colección Anábasis, 2008. 367 pp.


Todos vemos nuestras vidas, y/o el espacio en el que vivimos nuestras vidas, como provisto de una cierta forma moral/ espiritual. En algún lugar, en alguna actividad, o condición, se encuentra cierta plenitud, cierta riqueza; es decir, en ese lugar (actividad o condición), la vida es más plena, más rica, más profunda, más valiosa, más admirable, más próxima a lo que debería ser. Este es quizás un lugar de poder: con frecuencia lo experimentamos como un lugar profundamente conmovedor, como inspirador. Tal vez este sentido de plenitud es algo que sólo podemos vislumbrar a lo lejos [...] Pero, a veces, habrá momentos de plenitud experimentada, de alegría y realización, en los que nos sentimos allí. (Taylor 2007 5)

El libro Epifanías de la identidad.

La comprensión multiculturalista de Charles Taylor, es la tesis doctoral de Marcela Forero Reyes, presentada en la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, bajo la dirección de la Profesora Adela Cortina Orts. Con esta obra, la Editorial Pontificia Universidad Javeriana, lanza la Colección Anábasis, de la Facultad de Filosofía, orientada, en especial, a la publicación de los trabajos doctorales de sus profesores y alumnos.

El significado del texto objeto de la presente reseña es múltiple: en primer lugar, en él la autora aborda, a partir del pensamiento de Charles Taylor, uno de los filósofos vivos más importantes, uno de los tópicos de más álgida discusión en la filosofía práctica de las últimas décadas, el multiculturalismo. En segundo término, en el libro se articulan, de manera original y sugerente, los planteamientos epistemológicos, éticos y políticos diseminados en la vasta obra del filósofo canadiense, lo cual constituye un valioso aporte, no sólo para quienes deseen introducirse en su filosofía, sino para los investigadores especializados. En tercera instancia, la obra es una contribución a la escasa bibliografía crítica que sobre Taylor y, en general, sobre los hilos del debate multicultural existe en español. En este sentido, vale resaltar tanto el esfuerzo de traducción como de recopilación bibliográfica que se encuentran a su base. Por último, quiero hacer referencia a su forma de escritura, mediante la cual, de manera diáfana y precisa, se van tejiendo las múltiples narrativas presentes en su articulación, convirtiendo el libro no sólo en un producto de innegable calidad académica, sino en una historia vivida, un relato de búsqueda, en el que se ve la maduración progresiva de una expresión auténtica de la identidad filosófica.

A mi modo de ver, la propuesta novedosa que plantea el texto es la comprensión de la amplia y compleja obra de Taylor como una unidad, que la autora formula como el intento recurrente, articulado desde distintos ángulos, de comprensión de la identidad moderna. Si bien la modernidad típicamente se ha autodescrito en términos de ilustración, de autonomía individual y creciente racionalización de la comunidad política, Taylor, consciente de la unilateralidad de esta comprensión esencialmente epistemológica, propone una interpretación cultural de la modernidad, que permita acercarse a las diversas fuentes morales de la identidad de los agentes que, interactuando y dialogando, van configurando un horizonte de valor, de sentido, que trasciende los límites de deseos y preferencias particulares. Este camino de apertura, mediante lenguajes más ricos y sutiles, a la complejidad, pluralidad y fragilidad de la persona, es lo que se denomina "lectura epifánica" de la identidad moderna.

En el marco anterior, la formidable actualidad del multiculturalismo, resulta ser una piedra de toque sugerente para revisar las comprensiones filosó- ficas de la modernidad, en tanto, como puntualiza la autora, "exorbita, lleva más allá de sus límites", categorías centrales de la filosofía, tales como sujeto, objeto, representación, principios, derechos (cf. Forero 13). El término multiculturalismo, referido a variadas estrategias para afrontar la ineludible diversidad cultural y la heterogeneidad que habita las sociedades modernas, ha dado lugar a múltiples desarrollos y divergencias en los ámbitos de la filosofía, la política y los estudios culturales. Sin embargo, ese no es el camino de indagación adoptado en Epifanías de la identidad. Su derrotero es mirar los presupuestos del debate multicultural, lo cual implica examinar las interpretaciones tradicionales de la racionalidad práctica, sus pretensiones cognitivas y normativas, para abordar la pregunta por el futuro de sociedades conformadas por personas provenientes de diversas historias de vida, contextos, culturas y horizontes de valor. La relevancia de la cuestión tiene su génesis en la experiencia cotidiana de la diferencia, diferencia que se resiste a desaparecer en la nebulosa de teorías especulativas que recurran a algún tipo de fundamento común de interpretación y acción humanas. A pesar de que cualquier intento de homogeneización es vano, la proliferación de las diferencias de todo orden, no logra acallar el anhelo de pensar y construir formas de coexistencia justa y solidaria.

Aunque es claro que el interés que anima la obra de Taylor es eminentemente ético-político, lúcidamente vislumbra desde sus primeros escritos que el denominado "malestar de la modernidad", el extrañamiento de la vida personal y social, tiene su génesis y es, en realidad, un efecto de resonancia del privilegio de la razón en la imagen de la identidad. El problema radica en que se trata de una razón epistemológica, instrumental, en la cual el yo queda prisionero, en su búsqueda de la vida buena, de las coordenadas limitantes de la representación, es decir, se torna objeto para sí mismo y para el otro, objeto de predicción y control, de disciplina y terapia. Dentro del conjunto de posturas críticas al dominio por parte de la razón teórica —en la figura del conocimiento científico— del conjunto de la vida, lo sugerente del planteamiento de Taylor es la manera como devela la conexión —inaugurada en el cogito cartesiano y sedimentada en el sujeto trascendental kantiano— entre esta forma de racionalidad mentalista, que habilita al individuo a tomar distancia de su propia historia, de su dimensión emocional e incluso de su corporeidad, y la ficción de un sujeto libre, descontextualizado, desencarnado, invulnerable, incapaz de afrontar su hondura como agente moral. Ese será el hilo conductor de la investigación de Marcela Forero.

Valiéndose de la tradición fenomenológica y hermenéutica, la pretensión de Taylor es acentuar la autonomía de la racionalidad práctica, proponiendo una ontología de la moral o, dicho de otra manera, asumiendo que convertirse en un ser humano demanda una vida examinada, una permanente autointerpretación en el marco de horizontes de sentido que constituyen el trasfondo, el denso sedimento de evaluaciones y normas, tradición histórica y cultural fi- nita, desde la que emerge todo proyecto de identificación. Esta hermenéutica de sí, puede entenderse como una articulación del yo como agente, motivado por valoraciones fuertes, garantes de una vida buena, que valga la pena de vivirse y de compartirse. Es así como, frente al ideal de autonomía racional de un yo genérico, individuo abstracto, Taylor busca revitalizar un ideal moral, también moderno, el ideal de autenticidad, sintetizado en los siguientes términos:

Existe cierta forma de ser humano que constituye mi propia forma. Estoy destinado a vivir mi vida de esa forma y no a imitación de la de ningún otro. Pero con ello se concede nueva importancia al hecho de ser fiel a uno mismo. Si no lo soy pierdo de vista la clave de mi vida y lo que significa ser humano para mí [...] Ser fiel a uno mismo significa ser fiel a la propia originalidad, y eso es algo que sólo yo puedo enunciar y descubrir. Al enunciarlo, me estoy definiendo a mí mismo. (Taylor 1994 64-65)

Establecida la ontología moral como fundamento de una política liberal, es preciso dar un paso más en el proyecto, refinar la comprensión del liberalismo, a partir de una crítica a su versión procedimentalista, al privilegio de la pregunta por lo justo sobre la pregunta por lo bueno, y a la preferencia por las razones generalizables sobre las diferencias cualitativas. Es clara la confrontación con las interpretaciones causales de la modernidad, las cuales, por su acento en proponer una visión homogénea —bien sea optimista, de progreso, o fatalista, de desencantamiento y desolación—, tienen el doble peligro de conducir al etnocentrismo y de enceguecer la mirada a las múltiples modernidades, empobreciendo, en consecuencia, los referentes de sentido para el presente.

En lugar de este tipo de explicación, propone una interpretación cultural y expresivista, que posibilite responder qué hizo sugerente para las personas, habitantes del mundo de la vida cotidiano, el cambio a la identidad moderna. Cultural, pues si nos asumimos como agentes morales, es natural pensar que la motivación surge de las visiones de bien implicadas que, sedimentándose paulatinamente en una serie de prácticas, van suscitando cambios en la autocomprensión de trasfondo, en los imaginarios sociales y en las creencias, tres niveles cuya dinámica relacional produjo la identidad moderna. Tal transformación se articuló en dos revoluciones: la revolución igualitarista o liberal, que modificó los parámetros del reconocimiento, y, la revolución expresivista, vinculada a la ética de la autenticidad. Mediante esta interpretación, Taylor abre el discurso de la identidad, rompe con su circunscripción a la razón representacional, configurándolo en tres ejes, la identidad como horizonte moral, ámbito de valoraciones fuertes, la identidad como apropiación personal, ganada en el diálogo prolongado con otros significativos, y la identidad de grupo. Aunque Taylor se asume como liberal, en el sentido de propugnar por un Estado democrático como ámbito idóneo para el despliegue de plurales formas de identidad cultural, el matiz peculiar que imprime a su liberalismo es la prioridad genética y jerárquica de la pertenencia a la comunidad cultural como condición de libertad, de manera que a ella se subordina la identidad ciudadana. Su crítica al proyecto de justicia social articulado a los derechos humanos, típico de la ideología liberal, es su vínculo con una idea ambigua de igualdad. En efecto, el liberalismo da lugar a una ciudadanía política abstracta, universal, cuya pretensión es recluir toda diferencia en la esfera privada, diluyéndola en el ámbito de lo público. Así, su compromiso es con una igualdad negativa, con abolir restricciones al libre juego de la competencia social, sin tener en cuenta dimensiones ineludibles de la equidad, capturadas por sus críticos en la demanda razonable de solidaridad y reconocimiento recíproco.

A la luz de esta comprensión tayloriana de la identidad moderna, en Epifanías de la identidad la autora, tras reconstruir el origen social del problema multicultural, se propone pensarlo a partir del reto que supone acomodar las distintas culturas que coexisten en las comunidades políticas, sin comprometer los principios políticos liberales. La apuesta es mostrar cómo el multiculturalismo, si bien se visibiliza como un problema político, implica una ineludible dimensión ética, que exige reflexionar acerca de la forma de articular bienes y horizontes de sentido en conflicto.

Si retomamos las tres partes del trabajo que he presentado de manera sintética, la crítica al sujeto epistémico, el carácter moral de la identidad y la reformulación del liberalismo político, emerge el eje de la propuesta política de Taylor: su sospecha frente a la insuficiencia del Estado democrático de derecho, su exigencia de que la sociedad se conforme a partir de plurales versiones de vida buena, es decir, su pretensión de sustantivizar la política, acentuando su raíz moral. Una política genuinamente multicultural debe partir de la presunción de valor de todas las culturas que han animado la historia y la sociedad durante un largo tiempo, pues hipotéticamente tienen algo que decir a todos, de modo que ellas animarán el diálogo intercultural. En este escenario, una vía posible, multiculturalista, sería la fusión de horizontes gadameriana, capaz de potenciar dimensiones profundas de la identidad, sin que por ello pierda ésta su carácter frágil y abierto. Este camino se torna plausible —afirma Forero—, si se refina la hipótesis de Taylor, para dar cabida a culturas minoritarias, débiles, cuya voz ha tenido poca resonancia en la configuración del mundo occidental moderno. Ahondando en este punto problemático, el criterio normativo sugerido por Taylor para la inclusión de culturas en el diálogo parece depender de un aspecto central de su narrativa de la modernidad, que aparece con claridad en su última obra A Secular Age, en la cual la pregunta acerca de los motivos morales que suscitaron el paso a la identidad moderna, se transforma en la pregunta acerca de cómo fuimos articulando la vida en un marco de referencia estrictamente secular. Entiende por sociedades seculares no sólo, ni prioritariamente, aquellas en las que la religión quedó exilada de la esfera pública, ni en las que las creencias y prácticas religiosas han decaído. Una era secular se de- fine por el "cambio que nos lleva de una sociedad en la que era virtualmente imposible no creer en Dios, a una en la cual, aun para el creyente más incondicional, esta es una posibilidad humana entre otras" (Taylor 2007 3). Enfatiza que este cambio "titánico" es un "desplazamiento en el trasfondo, en la totalidad del contexto en que experimentamos y buscamos la plenitud" (id. 14). ¿Cabría pensar que, desde este nuevo ángulo del relato de la identidad moderna, se deja ver cierta nostalgia del privilegio que otrora ostentó la cultura cristiana en el horizonte de bienes valiosos?

Dando por descontado el significado de la postura de Taylor para pensar el multiculturalismo, y sobre todo la relevancia que adquiere cuando se arma como una unidad de relato —tarea que en Epifanías de la identidad se logra de manera nítida—, quisiera plantear dos problemas, de cara a los cuales, a mi juicio, todavía el debate con el liberalismo político procedimental, apoyado más en el derecho que en la moral, no queda saldado. El primero tiene que ver con el espectro de la intersubjetividad, con el abandono por parte de Taylor de la perspectiva universalizable como idea regulativa, cuya asíntota, la posibilidad de una ciudadanía cosmopolita —la cual hoy trasciende las fronteras del territorio llamado Occidente—, resulta claramente imposible de fundar moralmente, como acertadamente han señalado Habermas y Rawls. La universalidad a la que se hace referencia no está dada a priori, no es un concepto, es tarea de la política —ámbito de lo posible—, esfuerzo siempre renovado de inclusión del otro. Dicho de otra manera: si bien es claro que somos seres encarnados culturalmente, los críticos cosmopolitas tienen razón al recordarnos que la identidad moderna se ha configurado al entretejer fragmentos de repertorios y vocabularios disímiles, de modo que ya resulta imposible dividir el mundo social en culturas cuyas fronteras queden delimitadas de forma nítida, o proponer que la identidad personal requiere para su desarrollo la pertenencia a un trasfondo cultural coherente.

El segundo problema sugiere la exigencia de introducir juegos de lenguaje como la argumentación en el ámbito del diálogo intercultural; si bien la fusión de horizontes se articula de manera plausible en la comprensión, en la hermenéutica de la conversación, cabe preguntarse si el ejercicio de la razón práctica se agota en la esfera de la articulación y reconocimiento de identidades culturales. Si así fuera, resultaría difícil pensar que el Estado liberal genuinamente pluralista pudiera legitimarse sin apelar a visiones omnicomprensivas prepolíticas, tales como el teísmo cristiano.

Bibliografía

Taylor, Ch. La ética de la autenticidad. Barcelona: Paidós, 1994.

Taylor, Ch. A Secular Age. Cambridge, MA & London: Harvard University Press, 2007.

Ángela Calvo Saavedra

Pontificia Universidad Javeriana Colombia acalvo@javeriana.edu.co

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