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Ideas y Valores

versión impresa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores v.58 n.140 Bogotá mayo/ago. 2009

 

Thiebaut, C. Invitación a la filosofía. Un modo de pensar el mundo y la vida. Bogotá: Siglo del Hombre Editores- Pontificia Universidad Javeriana, 2008. 259 pp.


El objetivo del texto es ofrecer una reflexión filosófica a quienes no son especialistas en filosofía y también a quienes creen que lo son. Es sobre todo una incitación para todas aquellas personas que desean encontrar en la filosofía herramientas que les ayuden a comprender su vida, a conocerse a sí mismas y orientarse en el mundo en que se desenvuelven.

Luc Ferry se refiere a esta experiencia como al arte de "aprender a vivir", así reza el título de uno de sus libros. Carlos Thiebaut persigue este mismo propósito con su particular estilo. Con un lenguaje sencillo y claro nos sugiere algunos recursos que nos pueden ayudar a pensar para orientarnos en la vida. Su reflexión es una "invitación a la filosofía". Éste es precisamente el título de su libro. Para quienes estén interesados en la trayectoria filosófica del autor, pueden dirigirse a la presentación que de este escrito hace el profesor Guillermo Hoyos. Allí encontrarán una buena descripción de su recorrido intelectual.

Comprender el mundo, comprendernos a nosotros mismos y sacar consecuencias, son ideas centrales que estarán presentes en todo el texto. El comprender será la clave que le permitirá a cada persona valorar la experiencia de la responsabilidad frente a sí misma, frente a los otros y el mundo concreto en el que habita.

Son precisamente los problemas a los que nadie es ajeno —el fracaso, la muerte de un ser querido, la agitación de las emociones y afectos, el reconocimiento de la propia identidad, la realización de la justicia—, lo que nos impulsa a afinar y expandir nuestra inteligencia, a revisar nuestro modo de pensar, nuestras creencias, las respuestas que ofrecemos, los criterios de que nos valemos cuando tomamos una decisión.

Inspirado en las ideas que muchos de los filósofos de Occidente han planteado, tanto los antiguos como los modernos, Carlos Thiebaut desarrolla su escrito a partir de estos tres apartados: "la incógnita del mundo, el examen de la propia vida y hacer la ciudad".

"La incógnita del mundo" está directamente relacionado con el hecho del pensar. Ésta es una realidad cotidiana que experimenta cualquier persona, no importa si lo que piensa es falso o verdadero. En toda actividad en la que está involucrado el ser humano está presente el pensamiento. Pensar es una actividad del espíritu humano, y el pensamiento es fruto de esa actividad, la cual se convierte en ideas, en conceptos que forman los conocimientos que tenemos. Aquí hay que subrayar un punto importante: cuando hemos adquirido algún tipo de aprendizaje, nos podemos acomodar, establecer en esos conocimientos y dar por "supuesto" todo lo que hemos aprendido, sin someterlo a duda.

Pensar requiere: ser coherente, reconocer los errores, saber percibir, dudar, y ante todo exige aprender a narrar lo que nos sucede, lo que vemos, lo que investigamos. Pensar supone que nosotros y el mundo que habitamos son una realidad dinámica. Ello implica, por nuestra parte, estar siempre dispuestos y abiertos para aprender. Mas ¿cómo aprender a pensar? He ahí una de las preguntas importantes que el lector puede intentar responder, teniendo en cuenta algunas de las indicaciones que el autor nos sugiere en su libro. Igual de importantes son estos otros interrogantes: ¿qué es lo que podemos esperar de la filosofía, y qué es lo que definitivamente no le podemos pedir? En un sentido mucho más general: ¿qué es lo que podemos esperar de nuestra capacidad de pensar, y cuál es el camino que nos permite ejercer mejor esta actividad?

"Una vida examinada" es la segunda parte del texto, y a la vez uno de los derroteros hacia donde nos conduce el pensar, es decir, al conocimiento de nosotros mismos, de lo que sentimos, pensamos, deseamos, de lo que "queremos" y de las intensiones que tenemos. "Conócete a ti mismo" no es simplemente la proclamación misteriosa de la inscripción del templo de Delfos, o una idea espectacular que se le haya ocurrido a un griego, es ante todo una realidad a la cual está llamada toda persona, sin importar su edad, sexo, raza, cultura, nacionalidad, etc.

Ahora bien, las decisiones que surgen de nuestro querer ¿son responsabilidad nuestra, o son el resultado de un deseo incontrolable? ¿Qué son los deseos y cómo trabajarlos, si es que es posible, para que no sean ellos los que nos dominen, sino nosotros a ellos?

Conocernos es, por otra parte, una tarea en la que nadie nos puede reemplazar, puesto que implica relacionarnos con los otros y comprender la "naturaleza" básica de lo que somos, del mundo que habitamos, de las relaciones, la amistad, la familia, el amor, la vida en sociedad, la experiencia de la felicidad.

"Hacer la ciudad" incluye todo lo que hasta aquí se ha indicado, porque pensar, conocernos a nosotros mismos, tener fines, perseguir objetivos determinados, es algo que hacemos en un lugar, contexto y situaciones específicas, en los cuales interactuamos con otras personas que tienen intereses distintos y comunes. En este contexto de la reflexión se plantea un asunto central: ¿cómo vivir en un espacio en el que ya se han establecido una serie de instituciones y criterios que en parte dificultan la vida, que cierran o abren nuevas posibilidades? ¿Cómo mantener la individualidad o desarrollarla en un lugar, en un mundo con otros donde los intereses personales entran en conflicto con bastante regularidad?

Parece ser que la manera como vivimos, la ciudad que hacemos, es responsabilidad nuestra. Dicho de otra manera, si existen en nuestra sociedad estructuras de injusticia, la responsabilidad no la tienen únicamente quienes regentan algún tipo de liderazgo, sino todos los que hacemos parte de esa ciudad. Si no somos responsables directamente de las decisiones colectivas que perpetúan las situaciones de injusticia, entonces lo somos individualmente por no hacer nada para cambiar esa realidad, por ejemplo, la desigualdad social:

[L]a minoría de la humanidad dispone de la mayoría de los recursos económicos y culturales; la geografía de la desigualdad marca una frontera de fortuna a veces insuperable, pues quienes han nacido en uno de los lados más afortunados vivirán más y mejor, y quienes han nacido en el otro lado vivirán menos y peor, sufrirán más, morirán antes y se les morirán sus personas cercanas antes. Padecerán más enfermedades y tendrán menos remedios, tendrán menos capacidades y las desarrollarán peor, sabrán menos, y de peor manera, porque leerán menos y contarán con menos información. (221)

¿Qué es entonces la justicia? ¿Qué es un Estado justo? De momento, digamos que la justicia se hace patente cuando se puede crear un espacio donde cada quien tiene la posibilidad de desarrollar sus capacidades, de llegar a ser lo que puede y debe ser. Concretamente, el sentirnos concernidos por lo público, el coraje para actuar y la capacidad de ponernos en el lugar del otro, acentúan y potencian tanto la virtud de la justicia, como la vida de cada persona en la ciudad. En otros términos, la práctica de la justicia es la condición de posibilidad mediante la cual cada ser humano puede realizar aquello que quiere ser, el logro de su felicidad.

Lo que hasta aquí he señalado constituye la estructura general del libro, junto con algunas de las ideas centrales que allí se exponen. Por lo demás, considero que mientras las dos primeras partes del texto abundan en ideas a las que les falta desarrollo, la tercera parte y la conclusión, en cambio, las juzgo interesantes e iluminadoras. El escrito cumple con ser una invitación, una provocación para pensar. El lector podrá encontrar allí iniciativas para su propia reflexión, será su responsabilidad el poder encontrarlas.

 

Armando Rojas

Universidad Católica de Colombia

arojas@ucatolica.edu.co

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