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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.58 no.140 Bogotá May/Aug. 2009

 

Carbonell, C. Movimiento y forma en Aristóteles. Pamplona: Ediciones Universidad de Navarra (EUNSA), 2007. 267 pp.


Desde comienzos del siglo XX se habla de la figura del filósofo profesional. Ya en 1904, William James vinculaba el creciente profesionalismo académico con la crisis del pensamiento. Algunos pensarán que precisamente la falta de profesionalidad es el origen del problema de la filosofía, que sólo anteponiendo lo procedimental y metodológico se puede asegurar una buena definición de la investigación y una exposición de resultados capaz de concitar el acuerdo de la comunidad académica de filósofos. Sin duda ésta es una cuestión sobre la que deben tomar partido los que se dedican a la filosofía o están a punto de emprender ese camino: los primeros pasos inician una pauta en el modo de entender el oficio.

No trata de esto el libro de Claudia Carbonell, Movimiento y forma en Aristóteles. Pero en cierta medida participa de esa tensión. La seriedad y rigor a los que de algún modo se alude con la profesionalidad de la filosofía se suele identificar con un estilo de trabajo que alcanza sus expresiones modélicas en el estudio de un filósofo —que paradójicamente apenas se deja domesticar por las metodologías actuales— como es el caso de Aristóteles: sus textos presentan problemas filológicos, históricos y, lógicamente, filosóficos, siendo esta variante la que menos confianza parece despertar en el aristotelismo profesional. "Explorar todos los caminos para dar con la verdad y adquirir inteligencia de ella", con estas palabras que encabezan el libro, tomadas del Parménides de Platón, la autora ilustra lo que constituye mucho más que una actitud "profesional". En el presente libro tenemos una investigación rigurosa (profesional, según algunos), de tipo filológico e historiográfico. Esto —siendo importante— no es sin embargo su principal virtud. Se trata de un estudio no solo de filosofía, sino filosófico. Esto no es tan frecuente. Muchas veces la bibliografía especializada sobre un pensador o un tema netamente filosófico es sólo eso: especialismo. Un material del que se obtiene información reciente, se completan datos, referencias, el dónde, qué y cómo de las tesis a estudiar, pero en el que escasea la formulación de un problema filosófico y, por tanto, en el que no se aquilata la forma de verdad que recuperamos al entender los planteamientos del filósofo en cuestión. Si esto sucede con Aristóteles, la pérdida es irremplazable. Aristóteles no es sólo una "escuela de élite" para aprender los problemas filosóficos, sino fundamental para aprender el oficio del filósofo.

El estudio de Carbonell aborda dos conceptos claves de la metafísica y la física aristotélicas: movimiento y forma. La autora se aproxima al tema desde diversas perspectivas: estudia los problemas a partir de cuestionamientos distintos, pues para comprenderlos es preciso intentar una y otra vez. Pero dichas perspectivas no tienen que ser, necesariamente, conciliables. Y en esto reside en buena medida la dificultad peculiar de la investigación filosófica y, más en concreto, de la investigación sobre el corpus aristotélico. Carbonell presta poca atención a la evolución intelectual de Aristóteles (cuestión obligada hasta hace unos años), lo que no obedece a una opción simplemente metodológica, sino a la convicción de que la filosofía de Aristóteles se presenta como un sistema abierto: lo histórico se entiende como despliegue del mismo sistema (cf. 15).

Según Carbonell, algunos conceptos metafísicos aristotélicos se comprenden propiamente cuando se aplican al mundo de los vivientes, como el movimiento y la forma en su articulación en la sustancia sensible. Lo real supera lo ficticio, en el sentido de aquello hecho por nosotros mismos, en lo que en cierta medida también cae el lenguaje. Por ello nuestro modo de dar cuenta de la realidad resulta siempre insuficiente frente a ella. Como recuerda la autora, para Aristóteles sin gramática no hay movimiento. La cuestión del movimiento está estrechamente entrelazada con la de los modos de decir el ser. Así, en el primer capítulo se aborda la relación entre movimiento y diferencia categorial. El conocimiento de la phýsis implica la operatividad de principios que garanticen la persistencia y la identidad del sujeto del movimiento. También es necesario atender al carácter equívoco del término griego para movimiento, kínesis. Es precisamente la complejidad de la idea de movimiento la que le permite a Aristóteles hablar de analogías con la forma y los actos anímicos. De este modo, una problemática originariamente física se abre sin solución de continuidad a la temática metafísica y se sitúa en el centro mismo de la psicología aristotélica.

Antes aludía a la singular asistematicidad del pensamiento aristotélico, y sin embargo, como subraya la autora a lo largo de trabajo, la física, la metafísica o la psicología están interrelacionadas de tal manera que constituyen una unidad; por ello se puede decir que la psicología está entreverada de los conceptos de la física aristotélica; o que la investigación sobre la naturaleza del alma es competencia de la física, y más aún que la física es ante todo reflexión sobre principios, es decir, que la física es metafísica (cf. 16).

En efecto, desde el análisis lógico del cambio se pueden formular los términos en los que el movimiento es posible. Esto es una manera de resolver la dificultad de explicar el movimiento, pero hay otra; podemos hablar, dice Aristóteles, "de una misma cosa con respecto a su potencialidad y a su actualidad". La definición del movimiento exige su examen a la luz de la doctrina del acto y la potencia. De ningún modo se trata de acomodar el movimiento a esa distinción categorial. Todo lo contrario, desde ese horizonte lo que comparece es la realidad transcategorial del movimiento: pues es la realidad actual de la potencia y, a la vez, la realidad potencial del acto. Por tanto, el movimiento pone de manifiesto la forma y la peculiar identidad que compete a lo que se da en el tiempo, porque es progreso hacia sí mismo.

La segunda parte del libro estudia la forma tanto desde la perspectiva de la naturaleza, como de la sustancia. La autora no elude una cuestión problemática como la del sujeto en tanto que forma individual, y el tipo de identidad que le corresponde. Un último frente para el estudio del movimiento lo presentan los vivientes. Como señala Carbonell, "en el pensamiento aristotélico, la vida constituye el locus ideal para entender el movimiento, y con ello también los conceptos claves de la metafísica" (199). Si hay sustancias por excelencia, esas son los seres vivos; y si hay un campo de estudio del movimiento, ese es el del movimiento del viviente. Es inevitable partir de la conocida fórmula de Aristóteles: "el alma —forma de los vivientes— es acto que tiene la vida en potencia". En este ámbito, Aristóteles despliega su capacidad dialéctica al máximo: enriquece la analogía entre la definición de movimiento y de alma con la distinción entre niveles de acto y potencia en el De Anima, dando paso a la consideración del movimiento perfectivo, esto es, del cambio hacia la propia plenitud. Anudando los múltiples hilos de la exposición, Carbonell concluye que "mantenerse en la vida para los vivos significa ser capaz de autorregular su propia estructura, de tal modo que la interacción con el medio no implique su destrucción. Aunque esta autorregulación sea movimiento, no es alteración al modo de destrucción de contrarios, sino al modo de la preservación. Esta actividad de preservación equivale a habérselas con los principios disgregadores propios de los elementos. El alma es el principio que salva a los elementos que componen el cuerpo de la disgregación a la que se someterían si siguieran los movimientos elementales. Esta salvación es actividad —movimiento natural— en el sentido más radical (cf. 250s).

Antes mencionaba el objetivo inicial de la autora de abordar el tema de su estudio desde las distintas perspectivas que presenta Aristóteles. Hubiera bastado para cumplir lo prometido con repasar todas y cada una de ellas. Pero lo que se nos ofrece es mucho más. No es una mera secuencia de capítulos, cada uno con su enfoque. El trabajo analítico y de comprensión filosófica que lleva a cabo Carbonell se despliega con una unidad orgánica, crece al mismo tiempo que madura su articulación y gana en claridad expositiva.

La investigación recorre pasajes centrales de la Metafísica, la Física o el De Anima, en los que comparece sin ambages la compleja y a la vez sutil argumentación del Estagirita, con sus grandes hallazgos y sus formulaciones abiertas a diversas interpretaciones, no siempre conciliables con otras tesis. Las cuestiones que se discuten a lo largo de esta monografía exigen finura de análisis, y la capacidad de no perder de vista el aspecto del problema que Aristóteles analiza al hilo de argumentaciones que unas veces parecen avanzar en zigzag y otras retroceden tras haber sugerido el logro de un resultado definitivo. Carbonell sabe en todo momento —y lo muestra— hacia dónde va con su exposición; recupera conceptos ganados en capítulos anteriores, y propone planteamientos de mayor angular que contribuyan a enfocar cada vez con más precisión el problema del movimiento.

A lo largo del estudio se traen a la exposición y discusión de los problemas las voces más significativas de la variada y polémica conversación que la comunidad filosófica mantiene desde antiguo en torno a estos conceptos claves del aristotelismo, en particular, y del pensamiento filosófico, en general. La bibliografía aportada es de relieve tanto por su calidad como por la variedad de enfoques y tradiciones; con ella la autora abre su propia investigación a una comunidad filosófica de gran amplitud. No se puede dar la cuestión por cerrada, lo que no significa que no esté presentada en su totalidad. Pero en filosofía las cuestiones no se agotan, pese a que se planteen adecuadamente, como es el caso de esta monografía.

En algunos ámbitos del profesionalismo académico se suele identificar pensamiento y crítica, como si la discrepancia fuera garantía de una mayor verdad. En realidad, sabemos que nuestro conocimiento se apoya básicamente en el aprendizaje a partir de lo sabido por quienes nos preceden. Nunca dejamos de ser aprendices, también de nuestros contemporáneos. Pero para aprender hay que confiar. El libro de Carbonell merece esa confianza, y por ello recomiendo su lectura.

 

Lourdes Flamarique

Universidad de Navarra - España

lflamarique@unav.es

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