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Ideas y Valores

versión impresa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores v.58 n.140 Bogotá mayo/ago. 2009

 

Pineda, D. "Una lectura del Discurso del método desde la perspectiva del reconocimiento", Universitas Philosophica 50 (2008): 41-61.


Considera el autor en la parte final de su artículo que su lectura del Discurso del método "puede resultar poco ortodoxa" (56), pues son otras sus motivaciones para acercarse a Descartes, como "la trama autobiográfica del autor" —que encuentra especialmente fascinante—, en la medida en que esta trama aparece como indisociable de la propia trama existencial del individuo Descartes, quien "se reconoce a sí mismo a través del ejercicio de búsqueda de la verdad". Es, precisamente, el "valor testimonial" del texto cartesiano lo que resulta enriquecedor de cara a nuestra época y, de modo especial, a los particulares intereses intelectuales del profesor Pineda respecto a los temas educativos y de historia de la educación (cf. 56s). Pienso, sin embargo, que la propuesta de lectura de Pineda no es poco ortodoxa: es simplemente una propuesta de lectura, por completo válida, que quiere recuperar la primera obra publicada por Descartes en una perspectiva contemporánea muy precisa. No debe, por lo demás, sorprender el interés por este filósofo del siglo XVII: en tiempos no tan lejanos, justamente a propósito de los 350 años de publicación de la obra objeto de reflexión de este artículo, se celebró en París un coloquio de amplio alcance, tanto por la calidad de los participantes, como por los temas abordados, en cuyo prólogo Grimaldi, coeditor de la obra, se pregunta si hay alguna de las partes del Discurso del método que no confronte al lector respecto de cuestiones siempre, y aun ahora, debatidas, y comenta cómo los problemas del Discurso son "indefinidamente examinados, retomados, analizados, discutidos", a los cuales sus comentaristas simplemente tratan incesantemente de responder. No en vano, quizás, el ilustre conocedor de Descartes, Henri Gouhier, en la Obertura a la misma obra, piensa que las investigaciones provocadas por la visión cartesiana del mundo y del hombre en el mundo, tienen todavía hoy el poder de mantener despiertos a los filósofos; no es casual, por tanto, "la sorprendente presencia de Descartes trescientos cincuenta años después de la publicación de su primera obra".

Regresando al texto del Profesor Pineda, comienza éste por afirmar de manera enfática que el Descartes del Discurso del método es el caso de un autor joven y desconocido en busca de un público lector, uno de cuyos claros indicios es el hecho de que haya escrito la obra en francés. Los pasajes del libro en que se apoya le permiten afirmar, de manera taxativa, que la obra filosófica toda de Descartes se desarrolla "bajo el signo del reconocimiento de sí": es el mismo filósofo quien se procura las reglas para dirigir su espíritu, quien identifica sus dudas y sopesa sus incertidumbres, y se ve incitado e inclinado a publicar sus pensamientos (cf. 44). Va el autor del artículo más lejos en su interpretación, pues considera, de la misma manera categórica, que el Discurso del método es "un largo prefacio a toda la filosofía cartesiana, el prefacio de un autor en búsqueda de un público lector de su obra" (46), en lo cual es especialmente reiterativo el profesor Pineda: "Descartes, como todo autor joven que tiene conciencia de la novedad de su pensamiento, busca un público lector" (47), que sin duda responde a ese otro aspecto del reconocimiento: no sólo la búsqueda del reconocimiento de sí —empleo del verbo reconocer en su voz activa del que habla Ricoeur—, sino el empeño, o la necesidad, de ser reconocido —el empleo del mismo verbo en su voz pasiva—. Más allá, sin embargo, del empeño cartesiano por reconocerse y ser reconocido, los términos que utiliza "no dan lugar a vacilaciones": "admito", "sé con plena claridad", "estoy seguro", apuntan al reconocimiento (cf. 49); orden de ideas en el cual se llega al primer precepto del método, "clave de todo reconocimiento intelectual", pues esta "regla está formulada en términos de reconocimiento, de aceptación"; en la medida en que no se recibe, no es reconocido como verdadero sino lo que se presenta de forma evidente, lo cual corresponde, justamente, al "binomio identificar/distinguir" que propone Ricoeur como "primera acepción filosófica" del reconocer. Hay, por tanto, "en el punto de partida mismo del Discurso del método, un acto de reconocimiento", que se dirige tanto al autor como al lector del texto (cf. 51). Pero el reconocimiento, como especie de videa guía u orientadora del Discurso todo, tiene un alcance inusitadamente más amplio, de acuerdo con la interpretación del profesor Pineda: la búsqueda de la verdad, en tanto es el "asunto central del Discurso del método", se ofrece "como una búsqueda que comprende un triple acto de reconocimiento": "el reconocimiento de sí mismo como un ser dotado de razón", el reconocimiento de sí mismo a través de su propia historia intelectual, y "el reconocimiento del método y de su necesidad" (52). Por lo demás, esta búsqueda de la verdad desde sí mismo y por sí mismo, tiene como condición y presupuesto el "reconocimiento doloroso de la propia ignorancia" (53); y, en cuanto al reconocimiento del correspondiente método, a éste nos lleva Descartes, en la Segunda parte del Discurso, mediante su propia narración autobiográfica (cf. 55).

Se puede estar de acuerdo con el Profesor Pineda en que la escritura del Discurso del método en francés, y no en latín, corresponde a un propósito —o deseo— del filósofo de ser leído y, en esa medida, de ser reconocido; pues, tal como lo recuerda el artículo, Descartes es explícito en indicar cómo espera que han de juzgar mejor sus opiniones "quienes sólo se sirven de su razón natural [...] que quienes sólo creen en los libros antiguos" (AT VI 77 24-30); y se puede considerar con propiedad que se alude a un público amplio, por completo de acuerdo con esa reiterada invocación al público que es característica de la Sexta parte de la obra. No obstante, es más bien exagerado pretender que existe en Descartes un designio radical de ser reconocido, pues además de la expresa y reiterada reticencia suya a publicar o dar a conocer sus ideas, hay en el mismo texto de esta última parte de la obra claros pasajes que orientan más bien en el sentido de la reticencia difícilmente contenida, en lugar de sugerir la idea de un "autor desconocido en busca de un público lector" (43): si se ve como obligado a dar a conocer sus ideas —pues no se quiere ocultar como si fuera un delincuente—, quiere dejar en claro que no ama la gloria e, incluso, se atreve a decir que la odia "en cuanto la considero contraria al reposo, al cual estimo por sobre todas las cosas". Más aún: "habiéndome siempre mantenido así indiferente entre la preocupación por ser conocido o por no serlo", y dado que no pudo impedir que adquiriera alguna reputación, considera que "debe publicar para evitar, por lo menos, que esa reputación sea mala" (AT VI 74 17-31). En el propósito de contextualizar su lectura, Pineda acude a un pasaje que indica cómo "Descartes sabe bien quién es él mismo por el año 1637" (45): se trata del conocido pasaje en que el filósofo expresa cómo su

[P]ropósito no es entonces enseñar aquí el método que cada uno debe seguir para conducir bien su razón, sino únicamente hacer ver de qué manera he intentado conducir la mía. (AT VI 4 7-10)

Si bien es cierto que se puede apreciar aquí el reconocimiento de su propio designio al escribir y publicar el Discurso, es decir, la clara aprehensión, distinción o identificación (de acuerdo con las precisiones lexicográficas de Ricoeur) de lo que pudo tener en mente Descartes en el momento de componer la obra, se puede matizar ese reconocimiento confrontando este pasaje con otros que aparecen en la Segunda parte, que sin duda pueden corroborar mi apreciación de que resulta un tanto exagerada la interpretación de Pineda cuando pretende ver en el Discurso el designio taxativo cartesiano de construir su obra sobre el signo del reconocimiento (se puede asumir, en el doble sentido pasivo y activo de la voz reconocer, que distingue Ricoeur): "si al haberme gustado tanto mi obra, yo os hago conocer aquí su modelo, no es que por ello quiera aconsejarle a alguien que la imite [...]. La sola resolución de deshacerse de todas las opiniones que uno ha recibido anteriormente en su creencia, no es un ejemplo que deban seguir todos" (AT VI 15 4-15). ¿Cómo se puede entender el Discurso del método, de acuerdo con estas líneas, en la sola perspectiva del reconocimiento?

De otra parte, se encuentran en el artículo del profesor Pineda unos detalles de lectura que, a mi juicio, constituyen un caso de simple sobredimensionamiento de su propia interpretación. Afirma —como acabamos de ver— que toda la obra filosófica de Descartes se desarrolla "bajo el signo del reconocimiento de sí", pues el propio filósofo es quien se da sus reglas, identifica sus dudas, se ve incitado a publicar sus pensamientos. Más allá del conocido momento histórico de descubrimiento de la subjetividad, ¿se podrán considerar estas últimas "notas características" como exclusivas de Descartes y su manera de presentar su pensamiento filosófico? Además, ¿alcanza, de veras, el concepto de reconocimiento para mirar en esta perspectiva su obra toda? ¿Se podrán leer, en efecto, en este orden de ideas interpretativo los Principios de la filosofía y Las pasiones del alma? Pero cabe también otra pregunta: ¿se compadece con la vastedad y riqueza de la obra cartesiana la afirmación, igualmente taxativa, de que el Discurso del método es un largo prefacio a toda ella? ¿Un prefacio, además, en el que el filósofo persevera en la búsqueda de un público lector? No hay que olvidar que sólo a instancias reiteradas de sus amigos accedió Descartes a completar y publicar Las pasiones del alma, y que, respecto de esta su última obra, cabe de manera muy especial preguntarse si ella admite, como lo pretende Pineda, una lectura desde el Discurso, entendido como prólogo. Es válida la pretensión de interpretar, como lo hace el profesor Pineda, términos precisos del Discurso del método y las Meditaciones metafísicas en la perspectiva del reconocimiento, al igual que el primer precepto de método. Pero lo que resulta muy problemático es el alcance extraordinariamente amplio que le reconoce el autor a este concepto —y a esta perspectiva de interpretació—, que se termina insinuando poco menos que como una especie de idea orientadora del Discurso, al punto de que ese designio expresado por el subtítulo de la obra: "buscar la verdad en las ciencias", se ofrece, a juicio del autor, "como una búsqueda que comprende un triple acto de reconocimiento", de acuerdo con la cita del artículo hecha líneas más arriba. Concedamos al autor como propuesta válida de lectura —y de interpretación— el primer acto de "reconocimiento de sí mismo como un ser dotado de razón"; lo mismo que el segundo, el "reconocimiento de sí mismo a través de la historia de su propia formación". Pero ¿es la propuesta cartesiana del método, con las reticencias y restricciones señaladas hace poco, un acto de reconocimiento en ese doble sentido que indica Ricoeur, y que alcanzaría, tanto al autor Descartes, como a sus posibles lectores, a quienes el filósofo buscaría de manera tan denodada?

Porque ¿qué es, en últimas, el Discurso del método? Es, en primer lugar, la primera obra publicada por el propio Descartes; en segundo lugar, es una especie de prólogo o prefacio compuesto por él para que precediera, en calidad de tal, los ensayos de carácter científico: Dióptrica, Meteoros y Geometría, que terminó publicando en 1637; en tercer lugar, es un relato reconocidamente autobiográfico, o, si se quiere más precisión, intelectualmente autobiográfico; en cuarto lugar, es un texto escrito: "Para conducir bien la razón y buscar la verdad en las ciencias"; en quinto lugar, es un texto escrito en seis partes: "la primera es una historia, la segunda una lógica, la tercera una moral, la cuarta una metafísica, la quinta una exposición científica, la sexta una especie de apelación al público" (de acuerdo con la condensada interpretación de F. Alquié); en sexto lugar, es un texto escrito en francés, lo que orienta, sin duda, en el sentido del deseo expreso del autor de que fuera ampliamente conocido. Es claro, en consecuencia —a síntesis que ofrece Alquié resulta muy elocuente—, que el Discurso del método no trata sólo del método, sino también de otros temas. De otro lado, es asunto de discusión en la literatura especializada el carácter heterogéneo de las seis partes que, por lo demás, fueron compuestas en tiempos distintos (además del dato erudito de que el Discurso fue impreso después de los ensayos científicos a los que debía preceder). De tal manera que si se fuera a buscar algún tipo de coherencia en ese relato, habría que buscarla —apelando una vez más a Alquié— justamente en su carácter de relato autobiográfico. Así las cosas, es problemático, y exige gran cautela, proponer una lectura e interpretación de esta obra como un todo —ni qué decir de interpretar la obra toda de un filósofo desde una sola perspectiva—. Pero, en términos del mismo Descartes ¿qué es el Discurso del método? En breves trazos, tratando de mirar desde el interior del texto del filósofo, los caminos que él ha seguido le han permitido formarse un método "para aumentar por grados mi conocimiento y para elevarlo poco a poco", de cuya aplicación ha recogido tales frutos como para albergar grandes esperanzas respecto de la búsqueda de la verdad, y atreverse a creer que, entre todas las ocupaciones de los hombres, no hay ninguna tan buena e importante como ésta (AT VI 3 3-24). Estos designios lo han conducido a estudiar en el gran libro del mundo, y su experiencia le permitió tomar

[U]n día la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en escoger los caminos que debía seguir. (AT VI 10, 26-31)

Ahora bien, evaluando los saberes conocidos y la formación recibida, al igual que lo leído en el gran libro del mundo, se encontró "como forzado a tratar de conducirme yo mismo" (AT VI 16 5-29), que no es cosa distinta de elegir el propio y singular camino que, por demás, debe seguir "como un hombre que avanza solo y en las tinieblas", examinando con la razón las opiniones recibidas, empleando el

[T]iempo suficiente en elaborar el proyecto de la obra que emprendía y en buscar el verdadero método para llegar al conocimiento de todas las cosas de que mi espíritu fuera capaz. (AT VI 16 r30-17 r10)

Es así como, reflexionando sobre las ciencias que había estudiado (la lógica, el álgebra, el análisis de los antiguos), llega a persuadirse de la necesidad de un nuevo método que reuniera las ventajas de aquellos saberes, pero que estuviera exento de sus defectos y que, en lugar del gran número de preceptos que contiene la lógica, se redujera a los cuatro que componen el método del Discurso, que el filósofo decide seguir de manera firme y constante. Es mucha la complacencia que Descartes encuentra en el empleo de este método, pues; "estaba yo seguro de usar en todo mi razón", de tal modo que, al practicarlo, "sentía que mi espíritu se acostumbraba poco a poco a concebircon mayor nitidez y con mayor distinción sus objetos", y bien se podía pensar que se pudiera aplicar a las dificultades que ofrecieran las diversas ciencias, así tuviera que esperar, para su completa aplicación, a alcanzar una edad más madura "que los veintitrés años que tenía entonces" (AT VI 21 r18-22 r8). Cabe anotar que, en rigor, Descartes no se vuelve a ocupar del método en el Discurso, más allá de la Segunda parte; y que el primer precepto del mismo —que subraya de manera especial el profesor Pineda— se puede considerar lícitamente tan importante como los otros tres; y que el hecho de que ellos no vuelvan a aparecer en la breve obra cartesiana, simplemente corrobora la situación problemática de la heterogeneidad de sus partes, que, por lo demás, no deja alternativa distinta de asumirla como una sola, compuesta de seis partes distintas, pero igualmente importantes. Con todo y la importancia de la primera obra publicada por Descartes, asumiendo los aspectos de validez que tiene la propuesta de lectura del autor, es discutible la pretensión de mirarla desde una sola y poco menos que excluyente perspectiva; aunque más discutible todavía es la pretensión de considerarla como prólogo a toda la obra filosófica cartesiana, y que ésta, densa, compleja y varia, se haya construido bajo "un solo signo", y se pueda interpretar, además, desde ese solo signo, condensado en una obra que, si bien prefigura capítulos fundamentales de su pensamiento, está bastante lejos de agotarlo.

 

Rubiel Ramírez R.

Universidad del Quindío - Colombia

rramirezr@uniquindio.edu.co

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