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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.61 no.150 Bogotá Sept./Dec. 2012

 

LA FILOSOFÍA HERACLÍTEA INTERPRETADA POR PLATÓN*

Plato's Interpretation of the Philosophy of Heraclitus

LILIANA CAROLINA SÁNCHEZ CASTRO
Universidad Nacional de Colombia
lcsanchezc@unal.edu.co

Artículo recibido: 1 de octubre del 2011; aprobado: 17 de enero del 2012.


RESUMEN

Se busca rastrear la imagen que Platón tiene de Heráclito y articularla con la estructura argumentativa del Cratilo, para comprender las necesidades textuales a las que responde la doctrina del flujo perpetuo, es decir, la discusión sobre la corrección (ὀρθότης) del nombre. Gracias a la inclusión del testimonio heraclíteo, resulta posible rastrear la presunta consolidación de la tesis sobre los nombres primarios y los secundarios como el eje de la separación entre dos planos de realidad (uno estable y uno móvil) y de la teoría de las Ideas -es decir, como la base de la epistemología platónica presente en los diálogos de madurez-.

Palabras clave: Heráclito, Platón, Cratilo, flujo perpetuo, ideas.


ABSTRACT

The article seeks to trace the image Plato has of Heraclitus and connect it with the argumentative structure of the Cratylus in order to understand the textual needs that give rise to the doctrine of perpetual flux, that is, the discussion regarding the correctness (ὀρθότης) of names. The inclusion of Heraclitus's testimony makes it possible to trace the alleged consolidation of the thesis regarding primary and secondary names as the axis of separation between two levels of reality (one stable, the other, changing) and the theory of Ideas -that is, as the basis of Plato's epistemology as set forth in the late dialogues-.

Keywords: Heraclitus, Plato, Cratylus, perpetual flux, ideas.


El presente escrito analizará cómo la imagen de Heráclito está articulada con los propósitos del Cratilo y a qué necesidades obedece la alusión al efesio. Esta búsqueda no pretende ser un análisis exhaustivo del diálogo, sino una pesquisa intencionada de elementos con los que se pueda construir un bosquejo sobre la interpretación platónica de Heráclito. De hecho, sólo busca precisar cuál es el uso que hace Platón del personaje de Heráclito y de la doctrina del flujo perpetuo que se le atribuye, en relación con cada una de las tesis que se someten a examen durante el diálogo. De este análisis se desprenderá luego, a manera de conclusión, el papel que considero que juega Heráclito para Platón en el diálogo, así como en su pensamiento.

Heráclito en el Cratilo

Para empezar dicha pesquisa, partiré del hilo conductor del diálogo, es decir, de la temática que explícitamente da lugar a la discusión, a saber, la exactitud del nombre. El tópico de la ὀρθότης del nombre ha sido considerado por la crítica especializada un problema semántico, esto es, la relación entre el mundo que nos rodea y el lenguaje (cf. Bestor 1980 306). En el Cratilo, la discusión sobre la ὀρθότης es la pregunta por cuál es la naturaleza de lo mismo (φύσις1), en qué consiste su esencia y cómo esta se ve reflejada en su correcto funcionamiento, es decir, qué es lo que hace que un nombre logre nombrar. Este es el espíritu que se advierte en las etimologías.2 Examinemos este concepto en el diálogo.

Tanto Hermógenes (cf. 384c9) como Cratilo (cf. 383a4), al pretender contestar a la pregunta por la exactitud del nombre, formulan sus respectivas respuestas describiendo el vínculo que existe entre el nombre y lo nombrado. La razón por la que las respuestas se concentran en este punto es que nuestros interlocutores están pensando en la función propia del nombre o su correcta realización que, en palabras de Sócrates, es enseñar y distinguir las cosas tal como son (cf. 388b10). El nombre que lleve a cabo de manera "correcta" o "exacta" esa función será un buen nombre. La virtud del nombre estará así en su relación con la cosa nombrada. Las posturas examinadas en el diálogo, tanto la naturalista como la convencionalista, buscan dar una explicación del vínculo entre el nombre y lo nombrado: la naturalista, por una parte, sustenta un vínculo no arbitrario, consustancial, entre ambos elementos; la convencionalista, por otra, apoya una relación basada en acuerdos, usos, costumbres y normas.

En esta discusión, Sócrates es presentado por Platón como un examinador de ambas teorías. Por un lado, refuta a Hermógenes, defensor del convencionalismo, advirtiendo sobre un individualismo extremo y, por otro lado, se opone a Cratilo que sostiene una explicación de tipo naturalista sobre la rectitud de los nombres, al tiempo que se muestra partidario de la doctrina del flujo perpetuo heraclítea. Si bien a Heráclito se lo ha vinculado con la figura de Cratilo, la asociación no es correcta, si se hace en relación con la tesis naturalista cratileana, pues no se presenta a Heráclito como defensor de un naturalismo con respecto a los nombres (ni preocupado por el lenguaje3), sino como exponente de la doctrina del flujo perpetuo, que resulta aceptada por Cratilo. Entonces, ¿cuál es el pretexto para que se aluda al efesio en esta discusión? Y además, ¿qué es lo que se presenta como heraclíteo?

Entre los testimonios del Cratilo sobre Heráclito, podemos establecer ciertas regularidades: las menciones al efesio aparecen entre exploraciones etimológicas que se explican por el interés del diálogo en la exactitud del nombre, y se relacionan con un vocabulario relativo al movimiento. Ambos elementos, aunque distinguibles, configuran juntos la doctrina del flujo perpetuo, pues la aparición del vocabulario relativo al movimiento se desprende del recurso socrático a la etimología en la refutación de las dos tesis sobre la exactitud del nombre. Esta flexibilidad en el uso de la doctrina del flujo perpetuo es lo que permite su empleo positivo o negativo, según las necesidades socráticas. Exploremos estos elementos en el diálogo.

Heráclito y el examen del convencionalismo

Heráclito y los testimonios de su pensamiento aparecen concentrados en dos momentos del diálogo que corresponden con la examinación de cada una de las teorías sobre la rectitud del nombre. La primera mención del filósofo efesio ocurre mientras Sócrates conversa con Hermógenes. A esta sección, comprendida entre el comienzo del diálogo en 383a hasta 428a, la llamaremos la refutación del convencionalismo. Este momento resulta de especial importancia no sólo por ser la introducción de Heráclito en la discusión, sino por la atribución de una cita textual al mismo, la cual, a lo largo de la historia, ha pretendido resumir la postura heraclítea: "πάντα χωρεῖ καὶ οὑδὲν μένει" ("todo fluye y nada permanece").

Sócrates deja claro, durante esta primera conversación, que una postura según la cual la exactitud del nombre no sea otra cosa que "acuerdo", "consenso", "convención" y "norma"4 no le resulta del todo satisfactoria. Pero, ¿qué puede haber de malo en que la exactitud del nombre obedezca a consenso o norma?

La intención, realmente, no es neutralizar el convencionalismo. A pesar de que Sócrates admite que no queda otro remedio que servirse de la convención para nombrar las cosas (cf. 435c3), se concentra en la explicación que hace Hermógenes de su convencionalismo (similar a una tesis como el Homo Mensura de Protágoras que aparece en 385c4), que podría validar una postura como la heraclítea. Aparentemente, la exactitud (ὀρθότης) "convencional" que Hermógenes encuentra en los nombres tiene que ver sólo con que, a los ojos de cada quien, sirvan para referirse a las cosas (cf. 384c9-e2)5:

HERM. Pues bien, Sócrates, aunque he dialogado muchas veces con Este [Pródico] y con muchos otros, no puedo creer que la exactitud del nombre sea otra cosa que pacto y acuerdo. Pues yo creo que cualquier nombre que se ponga a algo, este es el exacto. Y si de nuevo se le cambia por otro, y ya no se le llama por el primero, no menos exacto será el último que el primero, como se los cambiamos a nuestros esclavos. Pues no es dado por ninguna naturaleza ningún nombre a cada uno, sino por convención y costumbre de los que suelen llamar.

El problema con esta manera de entender el convencionalismo es que hay pocas señales de acuerdo y convención, y ciertamente ninguna de exactitud, pues el consenso sólo estaría en manos del usuario del nombre. Esta posición se reafirma como una especie de individualismo (cf. 385d7-e3):

HERM. Pues yo, por mi parte, no concibo, Sócrates, para el nombre otra exactitud que esta, que yo pueda llamar a cada cosa con un nombre, el que yo haya puesto, y tú con otro, que tú hayas puesto. Así, veo que en cada ciudad particular hay nombres distintos puestos sobre las mismas cosas, tanto para los griegos frente a otros griegos, como también para los griegos frente a los bárbaros.

Esto es lo que resulta interesante para Sócrates: una cosa es que los nombres que se adjudiquen se ratifiquen según cierto acuerdo o dentro de una serie de normas, y otra es que cualquier nombre que por voluntad propia se asigne a algo llegue a ser "exacto", como en el caso de los nombres que se asignan al esclavo (cf. 384d1).6 Para poder hablar de acuerdo o consenso debe haber algún criterio válido para todos a la hora de imponer y usar los nombres: dicho criterio podría ser la existencia de algún tipo de ser consistente que subyazca a las cosas y se refleje en los nombres (cf. 386d8): por esta vía se introduce la doctrina del flujo perpetuo.

El peligro de esta postura, para Sócrates, tiene que ver con la razón de ser del "nombrar" (cf. 387a1), pues los nombres, como las cosas, tienen una naturaleza propia conforme a la cual deben realizarse (no según una opinión). Una acción llevada a cabo de manera idónea es aquella que se realiza conforme a su naturaleza y con el instrumento correcto. El "nombrar", entonces, tiene como instrumento el nombre que, si es correcto, refleja el ser de las cosas: esto permite que cada cosa nombrada pueda ser distinguida de otras, y en esto consistirá la exactitud y la verdad en el nombrar7 (cf. 385b7). Pero, si la exactitud del nombre consiste en que cada quien pueda atribuir nombres a las cosas y que todos estos sean exactos, como supone Hermógenes, se caería en que todos serían verdaderos y en esta medida no existiría la falsedad en el nombrar.8  

Esto es lo que se objeta a la postura convencionalista9: que la atribución de nombres (en últimas, unos instrumentos de conocimiento) descanse en el capricho personal y pueda dejarse al cuidado de cualquiera (cf. 386d8, 388e7).10 Esto no quiere decir que Platón no esté de acuerdo con que se establezcan condiciones necesarias y suficientes para "reglamentar" cómo dirigirse a las cosas para alcanzar el conocimiento y la comunicación (cf. 435c3), pero, de cualquier manera, la naturaleza del nombre no debería consistir en algo arbitrario y caprichosamente artificial; a esto no podría llamársele "exacto". Debe haber algún criterio para asegurar que el nombre, en cuanto nombre, desempeñe su función de la mejor manera, dado que el nombre también tiene como objeto la enseñanza. Aquel que hace uso del nombre, el maestro, ejecuta bien su labor si los nombres de los que se sirve se aproximan a la esencia de lo nombrado (cf. 387d4), y la convención, así entendida, no resultaría satisfactoria.

Pero, ¿quién posee la técnica para fabricar nombres tales que reflejen el ser de las cosas? En otras palabras, ¿del artefacto de quién se sirve el maestro? Como los nombres son proporcionados por la norma (νόμος), quien posee tal arte es el legislador (νομοθέτης),11 que debe atender a un modelo particular para que su producto sea óptimo. En el caso del carpintero y del herrero, para fabricar los instrumentos propios de su técnica, no atienden a otra cosa hecha como modelo, sino a la forma del producto (cf. 389b5).12 Si el nombre es producto de una técnica y el artesano del nombre es el legislador, entonces este debe atender a la forma del nombre. Como en el caso del herrero que se sirve del hierro, que no siempre es el mismo (y el carpintero, de la madera que es también distinta en cada ocasión), el legislador opera sobre sonidos y sílabas que no tienen que ser los mismos siempre (cf. 389d4).13 Por esta vía Sócrates explica variaciones dialectales y fonéticas, manteniendo una explicación de tipo esencialista, y podría estar dándole la razón a Cratilo y validando la tesis naturalista, que se abordará después, como la mejor explicación posible.

La prueba consiste en aportar una serie de etimologías en las que, aun cuando se puedan advertir variaciones en los nombres que denotan una misma cosa, siempre se refleje su esencia (cf. 391e2). Variaciones en letras, unas de más y otras ausentes, no influyen en su exactitud, como si se tratara de insumos distintos que reflejan lo mismo. Este es el caso del primer nombre divino que debe examinarse, según la costumbre: Hestia (cf. 401b10), donde la variación da lugar a la introducción de la teoría heraclítea del flujo perpetuo. El análisis del nombre de Hestia produce una doble etimología: por un lado, Hestia puede remitirse al verbo εἰμί (ser) y su sustantivo derivado οὐσία, y referirse a la esencia de las cosas; por el otro, puede relacionarse con ὠθέω (impulsar) denotando movimiento. La opción de Sócrates es ingeniosa: no opta por ninguna de las etimologías para explicar el nombre de Hestia, sino que las mezcla, produciendo un análisis del nombre de la diosa y también introduciendo una explicación general sobre el mundo. Esta visión guiará el enfoque del resto de etimologías, de acuerdo con una perspectiva según la cual las esencias están en movimiento, es decir, según la doctrina del flujo perpetuo. Así, la postura heraclítea se dibujaría en una concepción móvil y no permanente del universo (dado que Hestia es la esencia del universo).

Una explicación similar aplicaría para Cronos y Rea que, en sus nombres, tienen la raíz ῥέ- que remite al fluir de las corrientes acuosas. En este caso, Sócrates citando al efesio, le atribuye dos sentencias: "Todo está en movimiento y nada permanece" (402a8). Y, retomando los tópicos introducidos en la etimología anterior, dice que Heráclito se refería a las esencias con la imagen de un río, advirtiendo: "Dos veces en el mismo río no podrías sumergirte" (402a9). De acuerdo con esto, Heráclito defendería una tesis según la cual las cosas en el mundo se encuentran en flujo constante, como las aguas de un río. Aunque Sócrates en muchas ocasiones se muestra contrario a esta opinión, va a operar con esta idea durante la mayoría de las etimologías, para refutar la teoría convencionalista y demostrar que los nombres sí obedecen a la esencia de las cosas, sólo que esta no es estable y por eso estas etimologías se refieren a un aspecto de ella: su movimiento constante.14

Los demás testimonios relacionados con Heráclito se derivan de esta interpretación; involucran, en ocasiones, desaprobación con relación al dogma de la naturaleza cambiante de las cosas, pero en casi todas es la materia prima central de las etimologías. El mismo Sócrates reconoce en 411b3 que esta concepción sobre el mundo puede descansar en un error causado por el afán de encontrar cómo son los seres (cf. 411b3-411c10):

SOC. Y en verdad, ¡por el perro!, no creo que yo vaticine mal lo que ahora he percibido, que sin duda los hombres antiguos que pusieron los nombres de todo, como muchos de los sabios de hoy, por hacer girar los sólidos buscando cómo son los seres se marean, y después les parece que las cosas dan vueltas y se mueven por todo lado. Ciertamente, no acusan a su sentir interior como causa de esta opinión, sino a las cosas mismas que así se han producido; ninguna de estas cosas es estable ni firme, sino que fluyen, se mueven y están llenas siempre de todo movimiento y devenir. En efecto, lo digo pensando sobre todos los nombres de ahora.

HERM. ¿Cómo es esto, Sócrates?

SOC. Quizás no has comprendido que los (nombres) dichos recientemente se pusieron a las cosas como si todas se movieran, fluyeran y devinieran.

Ciertamente, estas alusiones generales se refieren a más de un personaje del ámbito filosófico del momento, no sólo a Heráclito. Probablemente, esta era una opinión común o al menos compartida por más de un "sabio".15 Aun cuando Sócrates le habla a Hermógenes con absoluta franqueza, advirtiéndole sobre la posibilidad de que esta explicación sea errónea, le ofrece otros ejemplos etimológicos (entre los cuales se encuentran las virtudes), valiéndose de la tesis heraclítea, para reforzar la idea de que la exactitud de los nombres debe consistir en una relación natural con la cosa nombrada.

Si esta explicación es correcta, debería valer para el caso de aquellos nombres a partir de los que se componen los otros, es decir, aquellos elementos sobre los que se construyen los nombres secundarios y que constituyen la base de los análisis etimológicos: los nombres primarios, como ἰὸν, ῥέον o δοῦν (cf. 421c3). La exactitud en los nombres primarios, dado que no son compuestos, debe consistir en otra cosa.16

Una primera hipótesis sería que el nombre sea una imitación hecha con la voz (cf. 423b9), es decir, que, al nombrar algo, se está emitiendo sonidos con el ánimo de reproducir con la voz la cosa a la que uno se quiere referir. El problema sería que hasta los animales podrían nombrar las cosas,17 de modo que la explicación no resulta satisfactoria, entre otras cosas, porque, si fuera así, cualquier nombre que se otorgue a las cosas sería correcto (cf. 385d7) y porque se ha procedido bajo la hipótesis de que el nombre es producto de una técnica (cf. 389d3).

El nombre, según una segunda hipótesis, podría ser una imitación (cf. 424a2), pero de una clase distinta a la del arte plástico, que imita las cosas en muchos aspectos (diferentes cualidades o propiedades). El nombre, según una posición naturalista, no tendría su virtud en la imitación de la esencia del color o la figura del objeto nombrado, sino en la imitación de la esencia del objeto. Por esta razón, las pinturas no tienen que ser necesariamente "exactas" para que sean imitaciones. El nominador, en cambio, logra captar y reproducir la esencia de las cosas por medio de sonidos y sílabas. Y, para esto, no debe procurar reproducir en primera instancia cualquier cosa, sino aquellas a las que se reducen las demás, es decir, debe producir primero los nombres primarios que serían los que darían cuenta de los aspectos esenciales de las cosas.

Para Sócrates, la respuesta es absurda, pero inevitable, pues no hay otra manera de que los nombres sean compuestos por el nominador (cf. 425d1). Acepta que desconoce en qué consiste la exactitud de los nombres primarios, pero también advierte que, si alguien se dice experto en nombres y no conoce la exactitud de los primarios, tampoco podrá conocer la de los secundarios, pues estos se explican a partir de los primeros. Siguiendo con esta explicación, los elementos que componen los nombres primarios dan cuenta de esencias "primarias" -como "movimiento", "estabilidad", "flujo", "impedimento" (cf. 426c1-427d2)-, para las que el nominador creó un signo y sobre estas creó los demás nombres. En esto consistiría la exactitud de los nombres, según la posición naturalista que Sócrates esgrimió para neutralizar el convencionalismo de Hermógenes. Así, el valor de la teoría del flujo perpetuo en la refutación del convencionalismo consiste en servir de ejemplo para demostrar que a las cosas les subyace una esencia (aceptando que es siempre móvil y no permanente), y probar que los nombres deben apelar a esa esencia y no a un parecer individual.

Heráclito y el examen del naturalismo

Cuando Cratilo y Sócrates empiezan a conversar en 428d8, parten de conclusiones a las que ya se había llegado con Hermógenes: la exactitud del nombre consiste en que manifieste la cosa nombrada (cf. 422d1) y su fin es la enseñanza (cf. 388b10). A esta parte, que comienza en 428a y se extiende hasta el final del diálogo, se la llamará la refutación de la teoría naturalista. En este punto podemos entender el segundo de los intereses que considero que tiene Sócrates al hacer uso de la tesis heraclítea: una defensa de una teoría naturalista sobre la exactitud del nombre que, aunque basada en la doctrina del flujo perpetuo, apela a la existencia de una cierta estabilidad que resulta necesaria para el proyecto epistemológico de Platón.

Cratilo y Sócrates comparten la posición según la cual la exactitud del nombre debería idealmente consistir en que se refleje la esencia de la cosa nombrada (cf. 435c1). Si esto fuera así, los nombres serían una buena manera para conocer, distinguir y enseñar las cosas que hay en el mundo. Pero, ciertamente, la mejor manera sería conocer la cosa misma. Ambos caminos podrían ser posibles si las cosas fueran permanentes y no cambiaran constantemente, contrario a lo que dice Heráclito, pues así el nombre podría captar y transmitir la naturaleza de la cosa.

La enseñanza, como técnica, tiene unos artesanos y una particularidad: entre sus artesanos, los legisladores, no puede distinguirse entre mejores y peores, pues no podría decirse que unos producen obras más bellas que otros, dependiendo de su experticia. La razón es que las leyes, en calidad de divinas, no admiten esa gradación; son productos excelsos. Así, los nombres, en calidad de producto del arte de los legisladores, estarían forzosamente bien puestos en la medida en que sean nombres genuinos (cf. 429b11).

Pero si alguien nombra algo con un nombre que no corresponde, ¿estaría hablando falsamente? Y si el nombre es una imitación de la cosa, ¿no es distinto de ella? Por esto es posible atribuir una imitación a algo correctamente, y es igualmente posible hacerlo de manera incorrecta, como en el caso de las imágenes.18 Cratilo sostiene que i) sólo es posible nombrar correctamente y, como el nombrar es parte necesaria del hablar, concluye que la exactitud de los nombres es inevitable, porque no se puede decir lo que no es;19 y ii) la asignación correcta es inevitable para que se pueda hablar de nombres (cf. 430d8). En caso contrario, sólo se pronunciarían sonidos en vano (cf. 429e8, 430a4). Sócrates deriva de esta explicación una comparación entre las pinturas y los nombres, pues ambos reproducen la realidad en mayor o menor medida, dependiendo de la cantidad de aspectos que logren captar de lo imitado. En la medida en que se aproximen, serán mejores, y cuanto más se alejen, peores. Los últimos serán el producto de un mal legislador; los primeros, de uno bueno (cf. 431e1). Pero Cratilo tampoco puede aceptar estas consecuencias, dado que para él los legisladores tienen un arte para fabricar los nombres que consiste en la asignación de lugar a las sílabas y letras; si la composición resultante no se hace según el arte gramatical, el nombre no llegaría a producirse. Incluso, podría convertirse en otro nombre (cf. 431e9). Pero, ¿si las letras deben estar correctamente asignadas para que la imitación sea fiel y la exactitud posible, representando en su totalidad lo nombrado, no llegaría a haber dos sujetos? Se responde: el tipo de imitación propia del nombre no es la misma que la de la pintura, pues no hace falta que esta sea exacta a lo que imita; el nombre debe reproducir fielmente la esencia de lo nombrado. Pero se objeta: si el nombre fuera exacto a lo que se nombra, el mundo estaría lleno de dobles y sería muy difícil distinguir el original de la copia.

Cratilo no puede aceptar que un nombre exista y no esté bien puesto (cf. 433c8). Sócrates, para mostrarle a Cratilo lo difícil que es aceptar una tesis tan radical, retoma el tópico de los nombres secundarios y primarios. Si los primarios son la manifestación más aproximada a las cosas, entonces i) son muy parecidos a lo nombrado o ii) son producto de una convención. El caso que defiende Cratilo es (i), porque las letras y sus sonidos se asemejan a las cosas. Pero, ya se había hablado de la posibilidad de que dos sonidos distintos representaran la misma esencia20, luego esas representaciones obedecen a un tipo de exactitud no natural: estos nombres se usan por (ii) costumbre (cf. 434e4),21 luego es forzoso servirse de la convención.

Si la función del nombre estuviera ligada a la enseñanza, e idealmente reflejara la cosa como es, entonces sería el mejor instrumento para conocer. Para Sócrates, así resulta sencillo caer en el error, pues i) habría que confiar en el juicio del nominador que pudo haberse equivocado (cf. 431e1) y ii) las cosas nombradas aparentemente se encontrarían en constante movimiento. Cratilo advierte el peligro y defiende su postura, alegando que el nominador sólo pudo haber creado nombres bien, de lo contrario no serían nombres en absoluto; la prueba es que, en las etimologías, la mayoría de nombres se generaban según lo mismo y con miras a lo mismo (cf. 436c5). ¿A qué se refiere con "lo mismo"?22 Al flujo de las cosas, que nunca permanecen y siempre se mueven. Esta regularidad en la labor del legislador le otorga a Cratilo la confianza para hacer uso de la tesis heraclítea, aunque no sea él quien la introduce ni quien la expone. La refutación a Sócrates le queda muy sencilla: lo único que debe hacer es trastocar las etimologías que ya ofreció y llevarlas a que signifiquen lo contrario. Aun así, Cratilo prefiere confiar en la abundancia de ejemplos que apuntaban al flujo perpetuo, lo cual es un absurdo; la exactitud de los nombres no puede ser un asunto de mayorías.

Si el nominador impuso los nombres con conocimiento de cómo son los seres, en el caso de los primarios, ¿de qué se valió para establecerlos? Si no había antes nombres por medio de los cuales pudiera conocer las cosas (y aparentemente esa es la única manera), entonces, ¿cómo lo hizo? Cratilo recurre a una explicación que Sócrates ya había descartado por inútil (cf. 425d3), y es apelar a un principio superior que en un comienzo impuso los nombres y que, por esta razón, son forzosamente exactos. A Sócrates le parece que, entonces, esa fuerza superior o dios tuvo que haber puesto los nombres contradiciéndose, porque si hay, por un lado, nombres que apelan a que las cosas fluyen y, por el otro, nombres que expresan estabilidad, y sólo una de estas explicaciones puede ser verdadera, entonces una de las dos no es cierta. Cratilo admite que puede que sobre una de estas dos explicaciones, pero entonces los nombres no serían confiables para la enseñanza. ¿De qué otra manera se podría conocer? Por medio de la cosa misma. Si admitimos que existe lo bueno o lo bello en sí, tenemos que admitir que tienen una estabilidad tal que permite hablar de su existencia (cf. 417b7-c7). En estas condiciones, la explicación heraclítea sería imposible de sostener, a menos que sólo se aplique al mundo sensible y se sostenga que estos "seres" estables, cuyos nombres son el insumo para nominar cosas que se encuentran sometidas a flujo, pertenecen a un reino distinto de la naturaleza (cf. Calvert 1970 35). Incluso, sería imposible que Cratilo confiara en la explicación heraclítea, mientras sostiene que la exactitud de los nombres es tal que obedece a la naturaleza de las cosas y, por esto, son el mejor (y único) instrumento de conocimiento y enseñanza. Entonces, mientras Cratilo admita que la exactitud de los nombres obedece a que expresan que las cosas se encuentran en constante flujo, estará reconociendo que el conocimiento es imposible (cf. 440a5-d6). Sócrates se muestra escéptico con respecto a i) que todo se encuentre en constante movimiento y ii) que sea imposible el conocimiento, e invita a Cratilo para que se mantenga en investigación. Cratilo afirma que, de hecho, está investigando y que cada vez se convence más de que las cosas son como Heráclito dice.

La reacción de Sócrates contra la teoría heraclítea es muy interesante, pues no intenta refutar, realmente, la teoría naturalista sobre la exactitud del nombre, sino que esta se pruebe con una concepción del mundo que apele a esencias imposibles de asir. No hay que dejar de lado que Sócrates valida la teoría convencionalista como un camino necesario, pero sigue pensando que es deseable que el nombre, en cuanto instrumento de enseñanza, pueda expresar cómo son las cosas. Asimismo, la intención inicial de Cratilo es defender que la exactitud del nombre consiste en reflejar correctamente la esencia de la cosa nombrada que se encuentra en movimiento. Lo que se sigue de que Cratilo sostenga ambas cosas a la vez, la tesis naturalista y la doctrina del flujo perpetuo, es que los nombres corresponderían a la impresión que tuvo el nominador sobre la cosa en el momento en que le adjudicó el nombre (cf. 236b5), pero el nombre dejaría de ser "exacto" debido al carácter cambiante de las cosas. Esto es lo que refuta Sócrates, tesis similar al convencionalismo: la tarea de nominar no puede estar sujeta al parecer de alguien, y menos si decimos que hay una relación necesaria entre el nombre y lo nombrado. Sin embargo, si se hace uso de esos nombres, es por hábito o consenso, mas no porque reflejen la esencia de la cosa nombrada, puesto que esta, al momento de usar el nombre asignado, ya no correspondería más con esa primera impresión. Sócrates podría estar sugiriendo que, aun cuando esta manera no "exacta" no debería ser la de conocer las cosas del mundo, parece inevitable servirse de estos nombres (por convención) para nombrar (cf. 435c3), de modo que no se rechaza la explicación convencional con relación a la "exactitud" del nombre.

Conclusión

Pero, ¿realmente la necesidad de la convención reside en que el mundo es cambiante? La pregunta ahora no es qué opina Platón de la relación entre el nombre y lo nombrado, sino su concepto sobre las cosas del mundo y qué implicaciones tiene esto en la posibilidad de conocimiento. La razón por la cual hay que cambiar la pregunta es porque la última parte del diálogo se encadena con una preocupación que se había mostrado al principio, en 388b10: ¿para qué sirve el nombre? Para enseñar y distinguir las cosas.

¿Por qué razón se retoma esta cuestión cuando se ha refutado el naturalismo, que explicaba mejor la función del nombre? El motivo es que el naturalismo cratileano, al tener como base la teoría del flujo perpetuo, pone en peligro la posibilidad de enseñanza y conocimiento. En efecto, si no hay esencias estables, no hay posibilidad de que las cosas se reflejen en el nombre y este permita diferenciarlas y conocerlas. Entonces, ¿será posible que el tema del diálogo no fuera, sin más, la exactitud del nombre, sino que involucre también un interrogante por el status ontológico de las cosas susceptibles de investigación, que deriva en una preocupación por la posibilidad de conocimiento? Puede que esta intención de Platón sea la que resida en los desafíos que supone el uso de la tesis heraclítea.23

Platón parece no querer comprometerse con una tesis como la doctrina del flujo perpetuo, pero tampoco la rechaza (cf. 440a5-d6); lo más acertado sería decir que la utiliza. Platón no puede estar seguro de predicarle estabilidad al mundo sensible y por eso se traslada al terreno onírico para hablar de esta estabilidad, que es condición necesaria para el conocimiento (cf. 439b10-440a4). Así, en el sueño de Sócrates (cf. 439c6-d1), introduce la posibilidad de que Cratilo, que ya aceptó la doctrina del flujo perpetuo, considere que existen cosas estables. Pero, ¿son todas las cosas estables o sólo algunas? Parece que el texto sugiere la segunda posibilidad. La crítica de Sócrates a la doctrina del flujo supondría entonces restringir su rango explicativo: no estaría de acuerdo en decir que todas las cosas están en movimiento, pues hay algunas que no lo están. Aquellas cosas que estén estables serán los objetos de conocimiento a los que el hombre debe tender. Para precisar cuál es el status ontológico de las cosas que se mueven y cuál el de las que no lo hacen, para poder establecer su diferencia y, por consiguiente, encontrar cuál es el verdadero objeto de conocimiento, la pista está en la distinción entre lo bello en sí y un rostro bello (cf. 439d3-6). La precisión de este pasaje no es "si hay un rostro bello o alguna cosa de estas, y parece que todo fluye", sino si existe la belleza. Lo que, al parecer, está diciendo Sócrates es que lo que está en el reino de lo móvil (o que parece móvil) no sería un "ser" que no está sometido a constante flujo y movimiento como la belleza misma, sino aquello en lo que esta se manifiesta en el mundo sensible (o parece manifestarse).

Así, cobra valor la hipótesis que había surgido con ocasión de los nombres primarios y secundarios: si las cosas fijas pueden ser nominadas de manera exacta y se manifiestan en las cosas sensibles que son mutables, entonces las primeras reciben nombres primarios (raíces) (cf. 426c1-d2), a partir de los cuales se componen los demás nombres. Estos nombres, dado que serían indicativos de "seres" inmutables, serían el insumo que utiliza el legislador para componer nombres para las cosas que se encuentran en movimiento.24 La exactitud de los nombres secundarios consistiría, entonces, en que revelen aspectos de las cosas mutables, mas no su esencia, imposible de captar, y tendrían entonces que servir, por costumbre, para nombrar las cosas, así estas hayan cambiado y su nombre ya no se aproxime a como se encuentran. Es decir, que mientras que la exactitud de los nombres primarios consiste en una correspondencia perfecta o "exacta" con la cosa nombrada, la de los secundarios es convencional.

Si mi interpretación es correcta, la doctrina del flujo perpetuo es una interpretación sobre Heráclito que resulta parcialmente aceptada por Platón (o que resulta atractiva para sus necesidades argumentativas). Por medio de dicha doctrina, Platón vincula, entonces, la tesis naturalista (nombres primarios) y la convencionalista (nombres secundarios) sobre la exactitud del nombre, tomando de cada postura lo necesario para su epistemología y explicando por qué razón Sócrates no se adhiere a ninguna de las dos tesis.


* El presente trabajo es un producto investigativo logrado en el marco del proyecto "Pasión y Razón" del Grupo de estudios en Filosofía Antigua y Medieval PEIRAS, financiado por Colciencias.

1 "By οὐσία here, Plato seems to have in mind that which both gives a determinate nature to something and bestows existence upon it" (Calvert 1970 44).

2 La etimología se consideraba de especial valor porque se concebía como un arte que permitía llegar a la naturaleza que expresaban las palabras de la manera más exacta posible, pues era una forma precisa para vincular, por un lado, el nombre y su función más propia (dar cuenta de la naturaleza de las cosas) y, por el otro, una investigación filosófica por medio del lenguaje (cf. Keller 2000). Si las palabras eran consideradas descripciones de las cosas del mundo logradas a través de una especial relación con el este, las explicaciones adquirían sentido por medio de la exploración etimológica y permitían el conocimiento, o se alejaban de la realidad, conduciendo al error (cf. Sedley 2003 28).

3 Sobre la posibilidad de que Heráclito pueda tener conexión con una explicación naturalista o esencialista de los nombres, véase la discusión relacionada con los fragmentos 32 y 59 en Kirk (1954 97-104 y 392-397) y Marcovich (1967 162-164 y 444-446).

4 En Crat. 384d1 "pacto" (συνθήκη) y "acuerdo" (ὁμολογία) y, en 384d8, "convención" (νόμος) y "costumbre" (ἔθος).

5 Sobre la polémica en torno al "convencionalismo" de Hermógenes, véase Barney (1977) quien reproduce las posiciones de varios intérpretes al respecto.

6 Esta afirmación es similar a la doctrina de Protágoras, según la cual el hombre es la medida de todas las cosas, de modo que cualquier juicio que se emita respecto de cualquier cosa es veraz e infalible. Aristóteles se pronunció en Metafísica 1012b26 sobre este tópico, pero equiparando (como Platón en el Teeteto) el convencionalismo extremo con la doctrina del flujo perpetuo, que a sus ojos niega el principio de no contradicción: si la medida de todas las cosas es el hombre y las cosas no parecen de la misma manera a todos los hombres, entonces las cosas son y no son. Esto convierte todo en verdadero, pues el criterio es el sujeto cognoscente y no algo diferente respecto a lo cual se contrasten los juicios (cf. Kirk 1954 95 y Cherniss 1991 86).

7 Hay discursos verdaderos y falsos (los verdaderos designan a los seres como son). El discurso debe ser verdadero en su totalidad para designar correctamente las cosas. Dado que el nombre es una parte del discurso, este debe ser verdadero también. Este tópico vuelve a aparecer en 431a, con ocasión de la teoría mimética (cf. 385a1- 386a4).

8 Esta es, curiosamente, la misma estrategia empleada por Cratilo para defender el naturalismo, como veremos más adelante.

9 Acá hay un problema y es si, así como está definido en un primer momento el convencionalismo por Hermógenes, este deriva en la postura de Protágoras o si es al revés. No me parece que sea el primer caso. Estoy de acuerdo, en cambio, con la postura de Palmer (1989 44), quien sostiene que Hermógenes es confundido por Sócrates y llevado a Protágoras, pero no es su punto de partida.

10 O, según Protágoras (DK 88 B 1), no por capricho, sino porque la única manera que tiene el hombre para referirse a las cosas que están a su alrededor es contrastándolas con él mismo.

11 El movimiento que hace Sócrates es ciertamente inesperado, pero oportuno. Viene haciendo uso de la analogía con el carpintero y el herrero para incitar la respuesta de su interlocutor sobre la identidad del artesano de los nombres y, dado que Hermógenes no se siente capaz de responder, Sócrates cambia la pregunta (388d 9): "¿ni puedes decirme quién nos proporciona los nombres que usamos?" (Οὐδὲ τοῦτό γ' ἔχεις εἰπεῖν, τίς παραδίδωσιν ἡμῖν τὰ ὀνόματα οἷς χρώμεθα;). El τίς que introduce la pregunta claramente está en relación con los τίς, masculinos todos, de las anteriores interrogaciones, que se referían a personas, pero este anticipa un masculino que no se refiere a persona: ὁ νόμος. La respuesta a la pregunta por quién proporciona los nombres es contestada, así, con un nombre que no indica persona, lo cual es totalmente lícito en griego por la concordancia de género, pero en español resulta extraño, como si fuera un caso de personificación y no necesariamente lo es.

12 Para los defensores de la teoría de las Ideas en el Cratilo, este pasaje es clave  (cf. Calvert 1970 26-28) porque se conecta con 497b7, donde Sócrates dice que es importante buscar nombres que estén puestos correctamente: los de los seres eternos (τὰ ἀεὶ ὄντα). Para los detractores, de todas maneras, el pasaje es muy importante (cf. Ross 1986 35-37).

13 Calvert (1970 27) ve una distinción entre forma (εἰδος) y naturaleza (φύσις). Los artefactos contienen la misma forma (cf. 389b10), pero son de diferente naturaleza, pues no son del mismo material. En los nombres se distingue entre la forma del nombre y la forma propia, que correspondería con lo nombrado. Véase también Luce (1965).

14 La ironía con la cual se refiere Sócrates a esta teoría sobre el mundo va a cobrar relevancia cuando, en la refutación de la teoría naturalista, aparezca de nuevo una referencia a ella.

15 Platón es consciente de que la idea del movimiento natural constante era propia más de un pensador anterior al siglo V (cf. Kirk 1951). El pensamiento jonio estaba lleno de alusiones a un elemento, principio (ἀρχή) de todas las cosas, como alegoría para referirse a un elemento organizador que subyace a todas las esencias y procesos naturales.

16 Hay una interpretación según la cual los nombres primarios se refieren a los seres eternos de 497b7 y, en esa medida, expresarían no la esencia de las cosas particulares, sino los aspectos o características de las cuales participan. Si esta explicación es plausible, los nombres secundarios obedecerían a esencias "compuestas" de estas primeras.

17 Supóngase el caso de, en el mundo natural, los sonidos de alerta. Si un conejo emite un sonido de alerta porque ha detectado la presencia de un depredador, bajo una explicación de esta índole, habría que admitir que el conejo está nombrándolo.

18 El ejemplo de Sócrates en 430d3 es el de un hombre al que alguien se le acerca y le dice: "este es tu dibujo", mostrándole una pintura de una mujer. Lo mismo sucede con los nombres.

19 Esta puede ser una reminiscencia de la filosofía de Parménides (DK 28 B 2, 6, 7): el camino del no ser es inescrutable e intransitable, porque, dado que a lo que no es no le es posible ser, tampoco puede tener existencia en el pensamiento, mucho menos en el lenguaje.

20 Me refiero a la explicación que Sócrates hace en 434a3, de cómo dos sonidos iguales (ambos representados por consonantes líquidas), en este caso la ρ (ro) y la λ (lambda), pueden representar el mismo concepto: el movimiento.

21 La costumbre, en efecto, no es semejanza sino convención. En 435c3, Sócrates admite que, dado esto, es forzoso servirse de la convención, aun cuando fuera preferible la semejanza.

22 La pregunta es legítima, si se tiene en cuenta que en el pasaje no es fácil saber a qué se refieren los "ταὐτὸν". Considero que con eso se está refiriendo al criterio con el que el nominador impuso los nombres; la concepción de un mundo móvil y no permanente.

23 Un caso similar se encuentra en el Teeteto 182c1- 183e1. Sobre este tópico véase Conford (1979 98-99).

24 La hipótesis es que estas esencias fijas serían indicativas de aspectos que se pueden manifestar, o no, en las cosas sensibles. Así, hablaríamos de la bondad y la belleza y, en esa medida, los nombres secundarios serían reveladores de una presunta participación de estos seres fijos por parte de las cosas del mundo sensible.


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