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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.64 no.158 Bogotá May./Aug. 2015

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v64n158.51117 

http://dx.doi.org/10.15446/ideasyvalores.v64n158.51117.

Konstan, David. "El concepto de belleza en el mundo antiguo y su recepción en Occidente." Nova Tellus 30.1 (2012): 133-148.

El propósito de este texto es señalar algunos aspectos que considero fundamentales en la exposición de Konstan, para, con base en ellos, comentar dos puntos que podrían desprenderse de la temática del artículo. En principio, creo que es un buen intento por contextualizar un término ampliamente usado; sin embargo, los resultados que presenta el autor podrían lograr un mayor alcance, en la medida en que el espectro que el estudio deja tras de sí es prometedor. Espero que la razón de esta afirmación sea evidente al final del comentario.

El primer aspecto al que voy a aludir es, por supuesto, al estudio filológico. Konstan pretende demostrar que el concepto de belleza clásico no coincide con la recepción que Occidente ha hecho de él. Hace, entonces, un recorrido por algunos textos de gran importancia en la literatura griega -además de revisar algunos usos actuales de las palabras relacionadas en otros idiomas-, para señalar que existe un nombre cuya semántica introduce un matiz definitivo en la compresión de dicho concepto, a saber καλός. Este último se refiere "a la belleza física, al tipo de belleza capaz de inspirar pasión y amor" (142). Con este señalamiento, encontramos que la belleza en la Antigüedad se hallaba vinculada con cierto tipo de atracción erótica, que, en principio, deja de lado otras características asociadas al adjetivo del que se desprende, a saber, καλός. El matiz del que hablo se basa en la definición que el autor ofrece de aquel: "lo que es a la vez deseable por sí mismo y merecedor de elogio, o lo que complace porque es bueno" (Aristóteles 1366a33-34 cit. en Konstan 140). El inconveniente con este último se debe a la dificultad para decidir qué es deseable por sí mismo y qué es bueno. Recordemos que la discusión inicia justamente con la inquietud por definir qué o quién es más bella, si la imagen de Marilyn Monroe o la imagen de la diosa Ártemis. Atendiendo a la definición del adjetivo, responder con cierto grado de certeza se convierte en una tarea bastante difícil, pues ¿cómo hacer justicia si desconocemos aquello que estamos buscando?

Ahora bien, el primer término, además de referirse a la belleza humana, también era utilizado para describir la belleza de determinados objetos. Debido al interés de conocer por qué algunas formas humanas resultaban atractivas, los griegos examinaron el asunto en conexión con las obras de arte; de ahí que los artistas y pensadores del Renacimiento consideraran que la simetría y la armonía eran los elementos esenciales de la belleza, y no el deseo erótico. Así, el segundo aspecto al que apunto es a la preeminencia que estas características adquirieron en la comprensión occidental, características que constituyeron el factor definitivo para construir los valores estéticos modernos, al tiempo que distorsionaron y recortaron el pensamiento clásico sobre la belleza.

Bajo estas dos valoraciones, además de concluir que la imagen de Marilyn es más bella (κάλλος) que la de la diosa Ártemis, podemos notar que, en primer lugar, tanto los seres humanos como los objetos se califican bajo criterios de simetría y armonía, esto es, bajo criterios normativos de belleza. El problema que encuentro en esta clasificación es que los cánones empleados se basan en proporciones matemáticas, que en pocas ocasiones son satisfechas por los cuerpos humanos. En este sentido, la fealdad, asumida como la desproporción y la disonancia, es más frecuente, si se quiere, que aquella; lo anterior redunda en prototipos de belleza que tanto hombres como mujeres se dedican a alcanzar durante sus vidas, prototipos claramente estrechos y lacerantes. Aunque la cuestión de la fealdad excede los objetivos del artículo, puede ser un camino muy pertinente por explorar.

En segundo lugar, el deseo erótico, que era favorecido por los griegos, se encuentra, en nuestros tiempos, sujeto inevitablemente al lastre de los criterios normativos de belleza. Con esto quiero decir que tal deseo no se desliga de los prototipos generados por la recepción del concepto en Occidente, sino que, por el contrario, se afianza vigorosamente. Resalto, además, que la noción de eros (Eρως) en los griegos no tenía necesariamente el componente sexual que ahora lo acompaña; teniendo en cuenta esta advertencia, es posible que, incluso aceptando el hecho de que los griegos identificaran la belleza con cierto tipo de atracción erótica (pasión), la versión moderna de este siga distorsionando el significado, pues ¿no asociamos el erotismo casi que exclusivamente a la reproducción sexual?

Los efectos de la recepción del concepto de belleza en Occidente fueron, y siguen siendo, devastadores. El vínculo entre deseo erótico y armonía-simetría, que resulta de tal comprensión, muestra que el malentendido de este término genera un tipo de dinámicas específicas que trasgreden los escenarios académicos, como el arte, y se enraízan en la cotidianidad de las personas. El problema se hace complejo, si la reflexión indaga sobre la relación que surge entre la intención original -si se me permite la expresión- del nombre κάλλος, lo que implican las características del adjetivo del que proviene (καλός) y la interpretación moderna: estos tres elementos en su conjunto parecen encontrarse operando detrás de los juicios estéticos que emitimos sobre objetos y seres humanos. Tal conjunción dificulta enormemente determinar con precisión qué queremos decir cuando hablamos de belleza o fealdad. Creo, en definitiva, que el artículo abre una puerta y ofrece una guía para indagar la arqueología de las construcciones estéticas actuales, labor que considero esencial para atisbar no solo una teorización de la estética, sino una alternativa a los discursos modernos imperantes sobre el tema.

ALEJANDRO CASTRO
Estudiante pregrado - Universidad Nacional de Colombia - Bogotá - Colombia
juacastrohe@unal.edu.co.