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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.65 no.162 Bogotá Sep./Dec. 2016

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n162.48162 

http://dx.doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n162.48162

Nicolás Gómez Dávila como crítico de la cultura hispánica

Nicolás Gómez Dávila as Critic of the Hispanic Culture

Miguel Saralegui*
Universidad Adolfo Ibáñez - Santiago de Chile - Chile

* miguelsaralegui@gmail.com

Cómo citar este artículo:
MLA: Saralegui, M. "Nicolás Gómez Dávila crítico de la cultura hispánica." Ideas y Valores 65.162 (2016): 315-336.
APA: Saralegui, M. (2016). Nicolás Gómez Dávila crítico de la cultura hispánica. Ideas y Valores, 65(162), 315-336.
Chicago: Miguel Saralegui. "Nicolás Gómez Dávila crítico de la cultura hispánica." Ideas y Valores 65, n.° 162 (2016): 315-336.

Artículo recibido: 9 de enero del 2015; aceptado: 13 de abril del 2015.


Resumen

Se examina el juicio que el filósofo colombiano realiza de España y del mundo hispánico, cuya visión negativa sobre el legado cultural permite extraer dos consecuencias. Por una parte, su hispanofobia lo alejaría de la tradición reaccionaria hispanoamericana; y, por otra, al identificar cultura española e hispanoamericana, se acercaría de nuevo –si bien con renovada complejidad– a la identidad reaccionaria canónica.

Palabras clave: N. Gómez Dávila, España, Hispanoamérica, reacción.


Abstract

The article examines the judgment made by the Colombian philosopher regarding Spain and the Hispanic world. His negative view of cultural legacy allows us to extract two consequences: on the one hand, his Hispanophobia would keep him off the Hispanic American reactionary tradition; on the other, by identifying the Spanish culture with the Hispanic American, he would again come near the canonical reactionary identity –however, with a renewed complexity.

Keywords: N. Gómez Dávila, Spain, Hispanic America, reaction.


La erudición sin citas

Nicolás Gómez Dávila suele ser presentado como escritor erudito, autor encerrado en lecturas, al que no le han pasado cosas, sino libros. Según esta descripción –divulgada en el ensayo El solitario de Dios (Volpi 2009)–, Gómez Dávila es un escritor clausurado en una biblioteca, savia creativa de la que su obra habría de nutrirse. Los títulos de sus escritos más extensos parecerían confirmar esta esencia secundaria de su obra, cuya inspiración, indiferente a las cosas y a los acontecimientos, nace de la reflexión lectora: "Vivir con lucidez una vida sencilla, callada, discreta, entre libros inteligentes, amando a unos pocos seres" (Gómez Dávila 1977a 253).

Por esta obsesión, se podría hacer una previsión que, sin embargo, no se cumple: las referencias a autores y libros en los Escolios no son especialmente numerosas. A pesar de considerarse como una persona de libros, Gómez Dávila es un escritor de cosas. No se trata, sin embargo, de una total ausencia, sino más bien de un comentario intermitente y ocasional sobre sus escritores preferidos. Ciertamente hay autores cuyas citas forman un ramillete interesante: Platón, Descartes, Kant o Marx. Sin embargo, en ningún caso alcanzan estos retratos una entidad propia y completa, plenamente substantiva, que permitiera entrar en su núcleo espiritual. Por importante que sea la lectura en la obra de Gómez Dávila, esta no alcanza el puntilloso detenimiento, íntimamente estructurante, que marca a muchos de los principales pensadores del siglo XX.

Además, no hay que olvidar que las referencias a los autores recién mencionados son verdaderamente excepcionales por su cantidad. Gómez Dávila aparece casi mudo ante autores fundamentales no solo de la cultura occidental –la costumbre lo describe, sin embargo, como "un pensador en diálogo continuo con los que ya no están, con los ausentes de irrevocable presencia" (Quevedo 1999 85)–, sino de la tradición antimoderna (Compagnon 2007). Este zigzagueante reaccionario apenas nombra a los padres de la Contrarrevolución. Más que reprobar el estilo literario de la reacción, Gómez Dávila se desvincula por una íntima afinidad electiva. Volpi ha apuntado que:

[t]iene en común con pensadores como Joseph Maistre o Donoso Cortés la inquebrantable creencia en las verdades tradicionales, pero no la expresa en una prosa vasta y lenta como aquella del ochocientos, al contrario, su escritura está llena de ánimo, de desencanto, de rebeldía y de lucidez. (2009 49)1

Si a Tocqueville lo exalta como una de las más altas cimas de la literatura, a Donoso Cortés ni siquiera lo nombra (Gómez Dávila 2003 [1954] 424).2 No solo son escasas las referencias a autores con un gran peso en la cultura conservadora hispánica –como Aristóteles o Santo Tomás de Aquino, especialmente importantes en Hispanoamérica–, sino que a las pocas menciones del canon retrógrado no les falta un aroma de reproche: "El vicio de la escolástica medieval no está en haber sido ancilla theologiae, sino ancilla Aristotelis" (Gómez Dávila 1992 180).3

En este artículo quiero centrarme exclusivamente en el análisis de las menciones a autores españoles y latinoamericanos y, por extensión, a España y Latinoamérica. A pesar de ser relativamente escasas, las referencias son atrevidas y polémicas; uno de esos lugares en que Gómez Dávila da rienda suelta a su exuberante agresividad. Realizar el recuento y análisis de estas referencias servirá no solo para describir su relación con lo hispánico, sino que contribuirá a perfilar la complejidad de su identidad reaccionaria.

España última cultura de Europa

Los comentarios sobre España son menos numerosos de los dedicados a otras grandes naciones europeas. La topografía del Gómez Dávila analista de la cultura española se desenvuelve en cuatro secciones: artística, literaria, filosófica e histórica.

La menos cuantiosa de todas ellas es la que analiza la pintura. Esta imagen se forja sobre dos grandes personalidades: la de Goya y la de Picasso. Ambos pintores adquieren una relevancia nodal para la presentación que, de este bello arte, se dibuja en los Escolios. Sin embargo, la valoración que reciben resulta profundamente disímil: "Goya es el vidente de los demonios, Picasso el cómplice" (Gómez Dávila 1977b 475). El pintor malagueño le desagrada por su carácter destructivo: "El titanismo del arte moderno comienza con el titanismo heroico de Miguel Ángel y concluye con el titanismo caricatural de Picasso" (Gómez Dávila 1986a 168).

Goya no representa un momento, sino que, en la contradictoria interpretación de uno de sus caprichos, se encierra una de las claves para comprender la tipología política contemporánea: "Izquierda y derecha se caracterizan por la interpretación distinta que dan al lema ambiguo que Goya pone a un Capricho: 'El sueño de la razón produce monstruos'. La izquierda traduce: dormir. La derecha: soñar" (Gómez Dávila 1977a 467). Este escolio posee un aroma que marcará la relación del autor colombiano con la cultura española. Los comentarios no solo resultan sumarios –lo que conviene al género escogido–, sino que adquieren un tono cercano al exabrupto. De estas consideraciones pictóricas resulta, en cambio, extraordinario el elogio sin sombras con que se destaca la figura de Goya.

La senda del hispanismo conduce desde la crítica del arte hasta la historia de la literatura española. En este campo, Cervantes atrae el mayor número de comentarios. Puesto que en el frontispicio de los Escolios aparece Sancho, Gómez Dávila habría de identificarse con la figura del rollizo y deslenguado escudero: "¡Oh! Pues si no me entienden –respondió Sancho– no es maravilla que mis sentencias sean tenidas por disparates" (Gómez Dávila 1977a 7). Sin embargo, la imagen positiva de El Quijote –la única obra de Cervantes que comentará– no está exenta de sombras: la incapacidad intelectual produce que la verdad sea tomada por tontería. Precisamente, en la siguiente mención, considerará que el reproche de Sancho puede dirigirse a la academia ibérica: "Cervantes es culpable de la insulsez de la crítica cervantina española porque legó un libro irónico a un pueblo sin ironía" (Gómez Dávila 1977a 355).

Con este color despectivo se pintará el retrato de la cultura española en los Escolios. Pero la mirada no solo resulta violenta, sino sumaria y, en cierta medida, injustificada. Toda la crítica española resulta insulsa, porque el pueblo español carece de ironía. ¿Acaso no puede suceder que, incluso perteneciendo a una comunidad social intelectualmente parca, los eruditos no sean imaginativos y ocurrentes? Además, se revela aquí una figura de estilo que guiará este incómodo cuadro de la tradición española: si inicialmente positivo, el pasaje concluirá habitualmente con un comentario negativo. El escritor bogotano parece sentirse obligado a emitir un exabrupto, tras haber apreciado algún aspecto de la cultura española.

Ni siquiera el admirado Quijote se librará del reproche. La literatura española nace malhecha. Su obra fundadora pertenece a un género secundario, lo que condena a toda esta tradición literaria a la subsidariedad: "La literatura española conserva la marca indeleble de tener, por libro matriz, una novela satírica, es decir: a pesar de todo, un libro que pertenece a un género literario menor" (Gómez Dávila 2003 [1954] 366).

La clase a la que pertenecen los grandes libros de una literatura es cosa de suma importancia para su destino intelectual. Pasar así, de los clásicos del siglo XVII, o de la Biblia de 1611 y de Shakespeare, o de Dante, o de Goethe y del idealismo alemán, a Cervantes, Quevedo y Lope de Vega, es medir la importancia intelectual de esas literaturas. (Gómez Dávila 2003 [1954] 365)

Ha desaparecido el juego dialéctico que permite ensalzar el Quijote y condenar la crítica española para describir a Cervantes como el autor del pecado original. Nuevamente el juicio es, desde una perspectiva histórica y erudita, insatisfactorio. Incluso si se acepta que el género al que pertenece El Quijote es secundario, ¿de verdad toda la literatura española nace de este escrito? ¿No se incorpora esta obra a la cumbre del canon literario tardíamente, siendo su influencia históricamente restringida en la producción literaria de España? Más generalmente, ¿existe algo así como una obra matriz en la historia literaria? ¿No se trata de un determinismo biológico, incompatible con este tipo de creación?

Hay que señalar que este último comentario se encuentra en Notas i, obra publicada en 1954, y que a veces se ha descuidado para construir la imagen del pensador bogotano. Este texto resulta mucho más impulsivo y menos opaco que los Escolios. Se trata del libro en el que no solo se perfilan más referencias culturales, sino en el que Gómez Dávila aparece como un crítico político, atento a los principales acontecimientos mundiales de las décadas centrales del siglo XX, lo cual contradice la imagen de escritor resguardado en su torre de marfil que tanto gusta a la crítica, demasiado crédula en la sinceridad de las ocasionales confidencias de don Nicolás.4 La pulsión de opinión en Notas i se traduce en una gran cantidad de menciones –en comparación con los Escolios– de la cultura española. Sin embargo, a pesar de esta mayor presencia, resultaría desacertado pensar que existe una evolución en el juicio de Gómez Dávila sobre la cultura española. Tanto en la cita apenas comentada, como en las siguientes, se comprueba el mismo desapego y rechazo que se confirmará en los Escolios.

De hecho, en Notas i se quiere insistir en el carácter originariamente corrupto y débil de la literatura española, la cual "guarda en todos sus rincones, imborrable, el eco de cierta risa eclesiástica con sus chistes escatológicos" (Gómez Dávila 2003 [1954] 429). En Notas i se insiste en que el escritor español ocupa un lugar insignificante en su propia sociedad. Esta vez se refiere a uno de los tópicos que más frecuentemente han servido para explicar la inferioridad cultural española en el contexto europeo: la menor importancia social del hombre de letras. Lo peculiar del comentario de Gómez Dávila estriba en que el responsable de esta devaluación no es el clérigo, el político o el terrateniente –habituales chivos expiatorios–, sino el mismo literato: "El tono irónico y burlón de ciertos escritores españoles y suramericanos 'castizos' es insoportable. Parece que les diera vergüenza escribir, y que requirieran ese tono de mofa para indicar que son superiores a lo que hacen" (Gómez Dávila 2003 [1954] 345). Aparte de identificar la cultura hispanoamericana con la española –identificación fundamental para la cosmovisión de Gómez Dávila–, resulta inesperado que se atribuya como característica fundamental la ironía a una cultura que carecía de ella.

Todos los comentarios que hasta ahora han contribuido a estructurar la imagen de la literatura española se revisten de dos rasgos esenciales al aforismo: carácter sumario y extensión breve. Gómez Dávila, más que preocuparse de dar razones o de avasallar al lector con datos, avisa de un rechazo afectivo y visceral. Una frase basta para dictar sentencia sobre el valor de toda una tradición cultural. Las dos siguientes opiniones, si bien continúan el espíritu crítico, se diferencian por su elaboración y extensión. Interpretaré unitariamente estas referencias, lo que queda autorizado por un rasgo de estilo particular de Notas i sobre el que los estudiosos todavía no han llamado la atención. Al contrario de lo que ocurre en los Escolios, en los que cada sentencia se presenta como una isla, cuya conexión con los textos precedentes y posteriores es difícil de trazar, en Notas i resulta habitual que Gómez Dávila prosiga un único impulso creativo a lo largo de varias páginas. Esta ambición de historiador y crítico de la literatura española se desarrolla entre las páginas 211 y 214 de la edición colombiana de Notas I de 1996.

En la primera nota de esta sección hispanista, se puede encontrar la única mención al filósofo español más influyente del siglo XX:

Leyendo a Ortega y Gasset rara vez tengo la impresión de hallarme ante un pensamiento maduro y meditado. Me parece una inteligencia fecunda, pero sin espontaneidad. Rica de astucias, más que henchida de meditaciones. Inteligencia despierta a la circunstancia, pero dependiente de ella. Motivada por el exterior. No siento en Ortega la abundancia interior de un pensamiento denso, colmado y lento. Es sutil, ágil, hábil; excelente escritor, y engañoso iniciador de temas que no trata y de ideas que no concluye. (Gómez Dávila 2003 [1954] 211-212)

Si a veces sus opiniones se sitúan en las antípodas de las de sus correligionarios, en este caso Gómez Dávila comparte uno de los juicios más influyentes y polémicos del reaccionarismo franquista. Si bien la consideración de Ortega como philosophe mondain, más atractivo prosista que profundo filósofo, puede encontrarse en muchos autores no conservadores, quizás es el padre dominico Santiago Ramírez (1958 y 1960) quien más intensamente la promulgó en sus monografías sobre Ortega publicadas durante el franquismo.

La siguiente nota que comienza en esta misma página retrata, con la mayor amplitud en todo el corpus gomezdaviliano, la cultura española. De hecho, si sumásemos todas las otras referencias, no se conseguiría un texto tan extenso. Si el interés principal se dirige a la historia literaria española –Feijóo, Nuñez de Arce, Castelar y la Generación del 98 son los protagonistas–, el pasaje no se encierra, sin embargo, en estos límites.

Nuevamente el instinto teórico y generalizador de Gómez Dávila queda desbordado por una impaciencia a la que le bastan dos frases para finiquitar una disciplina, un país o una lengua. En este caso, el juicio sobre la literatura sirve como puerta a una gran variedad de temas: la historia política y religiosa, la situación periférica de España en Europa, el carácter de la lengua española, así como las etapas necesarias para que una lengua se perfeccione.

Los juicios no son menos impulsivos ni más elaborados. Simplemente el autor opina sobre un mayor número de temas. Se comprueba también en este extenso pasaje el rasgo estilístico ya detectado por Volpi: "La maldita ambición de meter un libro entero en una página, una página entera en una frase y una frase en una palabra" (2007 9-10). Confirmando la estrategia del inicial comentario positivo que se transforma en conclusión negativa, Gómez Dávila alaba a un escritor español para descartar finalmente toda la literatura española:

La prosa de Feijóo es excelente; hay allí una madurez, un momento de fugaz perfección, de sabio equilibrio, un igual distanciamiento de vicios opuestos [...]. Desgraciadamente, lo que espera a la prosa española después de Feijóo, después de la aspersión de amenos galicismos sobre el ampuloso ronroneo castizo, es la gran invasión de la retórica romántica, que culmina en la elocuencia política de un Castelar o en la oratoria versificada de un Núñez de Arce. (Gómez Dávila 2003 [1954] 212-213)

Además del de Feijóo, también se encuentra en este pasaje un encomio de la mística, el cual se repetirá en otro pasaje de Notas i.5 Una vez más, se trata de un movimiento dialéctico: el elogio solo se pronuncia como excepción. Este procedimiento muestra que el desprecio por la cultura española no es ajeno al prejuicio: la consideración positiva de autores destacados y representativos de estas letras –Santa Teresa, Cervantes y Feijóo– no conduce en ningún caso a una revaluación. Ni siquiera querrá deshacer una duda obvia: ¿cómo es posible que una tierra tan yerma produzca tan sabrosos frutos?

Pero tras la crítica literaria existe una consideración más general de la historia de la literatura y de la lengua. La literatura española se caracteriza por dos defectos, el provincianismo y la verborrea: "Literatura de una tal elocuencia que las otras musas se asustaron" (Gómez Dávila 2003 [1954] 214). Esta decadencia se remontaría a los tiempos de Felipe II, responsable de que en la Península ibérica se acogiera a Trento de modo obsesivo. Debido al descuido general, ya no sorprende que Gómez Dávila desconozca un fundamental dato histórico, uno de los pocos acuerdos entre los contendientes de la finisecular disputa de La ciencia española, de la que consciente o inconscientemente el bogotano es heredero: gran parte de las creaciones literarias más excelsas de la literatura española –las mismas que el colombiano admira– son posteriores tanto al Concilio de Trento como al reinado de Felipe II.6

Si la evaluación política resulta plenamente negativa, más ambivalente es el retrato de la lengua española. Estaría dotada de una cierta pureza originaria –"conserva un sabor arcaico que la hace curiosa e interesante"–, aunque lastrada por la cerrazón. A pesar de su recio origen, su potencialidad queda desperdiciada por una ley lingüística que Gómez Dávila se apresura a formular, y que no encuentra confirmación en ninguna otra página de Notas i: la lengua solo pierde provincianismo cuando es utilizada por una sociedad intelectualmente crítica.

Esta carencia distingue a la sociedad española de la gala y, en consecuencia, al castellano del francés:

Sociedad hostil a la grosería burlesca, a la risa socarrona, a los denuestos indecentes, a la burda familiaridad de mesones y tabernas. Así es como la lengua de Rabelais necesitó atravesar el desfiladero de Las Provinciales y los salones del Hotel de Rambouillet, para transformarse en el instrumento incomparable del clasicismo francés. (Gómez Dávila 2003 [1954] 214)

Gómez Dávila se introduce en la vieja cuestión de la identidad de la cultura española y su relación con Europa. Al vestirse de afrancesado, contempla el panorama desde una perspectiva incómoda para un reaccionario.

La desgracia de España que no es otra que su atraso –esta adhesión al progresismo histórico también descoloca al reaccionario canónico– producido por la incapacidad de instaurar el modelo político de los Borbones. Este desacompasamiento marca la caracterización de la historia de España, especialmente del juicio sobre el siglo XX español. El franquismo representa la última etapa de este retraso secular. Más que con el nazismo o el fascismo, entiende el régimen de Franco en conexión con un acontecimiento decimonónico; la inclinación conservadora de la burguesía francesa tras la revolución de 1848:

Las luchas civiles de España durante el siglo XIX frenaron la evolución de la sociedad e impidieron que se desarrollara con ritmo idéntico al de otras naciones europeas. Por lo tanto, los fenómenos históricos de España en el siglo XX son análogos a los fenómenos históricos de la Europa decimonona. El régimen actual no puede compararse ni al fascismo, ni al nazismo, a pesar de toda la indumentaria prestada, sino por ejemplo más bien al Segundo Imperio francés. Descartando el prestigio sentimental e histórico que colaboró en la elección presidencial de Louis Bonaparte, tanto el príncipe presidente como el emperador Napoleón III son hijos del terror que despertó en las clases burguesas y campesinas la retórica socialista de los fundadores de la segunda República, y de la conmoción siniestra de las jornadas en junio. El régimen español es luego una reacción burguesa pura y sencilla, casi sin complicaciones y casi sin ideología. (Gómez Dávila 2003 [1954] 274)

Resulta necesario apuntar que el pensador colombiano parece haberse olvidado de que había decretado que el origen de la decadencia hispánica se remontaba al XVI, y no a un cercano XIX. Además, conviene recordar que la negativa imagen del franquismo no procede del rechazo que el nazismo o el fascismo producen en cierto pensamiento tradicional, que desconfía de todo Estado totalitario y de cualquier ideología radical. Más bien la falta de extremismo del franquismo le decepciona. Este apego por la radicalidad ideológica se manifestará en una matizada admiración por el nazismo: "El nazismo fue una doctrina estúpida en sus tesis explícitas, pero de una densa y rica motivación intelectual subterránea. Asomos de evidencia que manejaron burdas manos" (Gómez Dávila 2003 [1954] 274).7

En el primer volumen de los Escolios reaparece el comentarista de la España contemporánea: "La decadencia de España dejó de ser problema desde que tocó a sus vencedores de ayer compartir el mismo destino. De ahora en adelante bastará averiguar cómo mueren las naciones" (Gómez Dávila 1977a 394). La interpretación de este escolio es muy complicada. La dificultad estriba en responder a la siguiente pregunta: ¿quiénes son "los vencedores" de la cita? Inicialmente podría pensarse que se refiere al bando franquista. Sin embargo, tanto la fecha de publicación como el complemento de tiempo utilizado –"ayer"– puede hacer pensar que los "vencedores" son los líderes de la democracia recientemente instaurada.

En cualquier caso, más allá de la identificación de estos "vencedores", para el retrato general de la historia de España presente en estas obras, resulta fundamental señalar la incoherencia que brota de este escolio. Para Gómez Dávila, la decadencia de España es casi contemporánea a su esplendor. La Hispaniae ruina es un topos muy querido por el reaccionarismo del siglo XX, compartido, por ejemplo, por Ernesto Volkening, uno de los primeros lectores de los Escolios, y, como conservador canónico, mucho más hispanófilo que Gómez Dávila.8 Para algunos intelectuales reaccionarios, hasta la extinción del franquismo o del desarrollismo liberal de los sesenta, los valores de la religiosidad ortodoxa, de la autoridad y el orden habrían disfrutado en España de un último refugio. Una generación de pensadores reaccionarios compartirá la siguiente confesión, inmediatamente posterior a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, del Glossarium de Carl Schmitt: "Was ist von den Tagen dieses Regimes übriggeblieben? Franco Spanien. Ist das nichts? [¿Qué queda de los días del Régimen? La España de Franco. ¿Acaso no es nada?]" (1991 227). En el escolio que certificaba "la muerte de una nación", Gómez Dávila quiere participar en este sentimiento elegíaco. Sin embargo, no percibe la incoherencia de lamentar la pérdida de algo que nunca se ha apreciado. España y su historia, al contrario que para el pensamiento reaccionario o para el propio Carl Schmitt, no representa jamás en las obras de Gómez Dávila una cima de la historia universal ni un resguardo de sabias tradiciones, sino –al estilo de la España invertebrada de Ortega– una ininterrumpida decadencia.

¿Qué sentido tiene que el escritor colombiano deplore el fallecimiento de una nación que, sinceramente, nunca consideró viva?

Latinoamérica: la previsible catástrofe

La mirada sobre lo español en la obra de Gómez Dávila no se entiende sin analizar la imagen de América, especialmente de la parte española del continente. Aunque las opiniones acerca de Latinoamérica –utilizo como sinónimos términos que poseen una larga y diferenciada historia, pero que carecen de una diferencia específica en la obra de Gómez Dávila– serán más agresivas, ambos retratos descansan sobre una fundamental identidad. La diferencia, en consecuencia, estriba en el grado y no en la esencia. Los defectos que impiden incluir a España entre las primeras culturas de Europa se agigantan hasta desfigurar por completo la fisonomía espiritual y política de la América española y, especialmente, de Colombia.

Si la nómina de creadores españoles resultaba escasa, la de los colombianos o hispanoamericanos es nula. Gómez Dávila no se digna nombrar a un solo compatriota, lo que debe interpretarse como una hipérbole, pues al menos conocía las novelas, publicadas en México, de su hermano Ignacio.9 Más aún, se enorgullece de omitir los nombres de autores coterráneos: "No ser un profesional de la literatura me procura el eximio privilegio de eximirme de la obligación de leer los libros de mis compatriotas" (Gómez Dávila 2003 [1954] 420). Más que denostar a escritores que obviamente conocía, Gómez Dávila opta en este caso por una actitud desinteresada del presente. Sin embargo, que la literatura colombiana no le era desconocida lo muestran los comentarios que Volkening hizo a la primera edición de Escolios y que Gómez Dávila hubo de leer.10

Desde dos miradores completamente previsibles, Gómez Dávila examina la realidad americana: la historia política y la creación cultural. En ambos casos, la severa crítica se expresa de modo paralelo. Si política y culturalmente la Colonia era moderadamente auténtica, la República independiente habría dilapidado en las direcciones más absurdas este legado.

Si se confiara en esos escolios en los que cada tanto el autor vierte su intimidad, parecería que solo la contemporaneidad republicana le desagrada. Por la Colonia criolla conservaría un inmaculado apego: "Canónigo obscurantista del viejo capítulo metropolitano de Santa Fe, agria beata bogotana, rudo hacendado sabanero, somos de la misma ralea. Con mis actuales compatriotas solo comparto pasaporte" (Gómez Dávila 1986b 135). El odio al presente sobrepasa todo límite y, a diferencia de otros desprecios, no se detiene en latitudes meridionales. En la medida, en que América se identifica con lo contemporáneo y con el desprecio de la tradición, es previsible que se la fustigue. En suma, no es exagerado afirmar que el siguiente escolio, donde se respira la aversión conservadora ante la novedad radical, reúne la impresión que América causa a Gómez Dávila: "El Nuevo-Mundo resultó otro fiasco escatológico" (Gómez Dávila 1977b 289). De hecho, si los comentarios críticos se dirigen predominantemente hacia el sur, el norte no quedará exento de reproche.11 Aunque el lector de Notas i puede recordar una matizada aprobación de los Estados Unidos, en Sucesivos el vecino del norte recibirá un escarnio casi idéntico al de los países criollos.12

A pesar de compartir numerosas críticas, la imagen que se ofrece de los Estados Unidos es muy diferente de la de los países americanos de lengua española. Gómez Dávila opina sobre un tema clásico para los americanistas: ¿por qué han vivido desarrollos históricos tan diferentes los países del norte y los del sur? La diversidad se debe a las diferentes características de los primeros habitantes españoles –conquistadores pobres, ávidos de dinero y poder– y de los primeros habitantes ingleses –ricos hombres que solo buscaban la libertad religiosa–.

Si la América española fue conquistada por aventureros, ansiosos de riqueza y de poder, individuos impulsados por la ambición y la codicia, pronto el Estado español encauzó esas fuerzas anárquicas, y la severa y rígida administración [...] organiza esos Estados incipientes que sus conquistadores comenzaban a entregar el caos. [...]. Los Estados Unidos, al revés, nacen sin la intervención del Estado. Sus primeros moradores son individuos que buscan libertad para sus creencias, que sacrifican en muchos casos una segura y fácil prosperidad comercial en su país de origen para poder obedecer solo a las exigencias de su doctrina y de su conciencia. (Gómez Dávila 2003 [1954] 280)

En esta nota aparece una idea fundamental para entender la historia política que Gómez Dávila describe de las repúblicas criollas. Sus males, incluso su esencia, se remontarán siempre a la Colonia, más aún, a los primeros instantes de la acción española en América. Si el carácter a medio camino entre lo anárquico y lo servil lo ha heredado el criollo del conquistador, la misma ausencia de aristocracia de los países suramericanos se debe a la estrategia de la corona española de limitar la influencia de los conquistadores, impidiendo el establecimiento de una aristocracia americana. En cualquier caso, todo parece depender del instante inicial de Conquista:

Recelosos de la implantación de estructuras feudales en América, los Reyes Católicos, tanto como Habsburgos y Borbones, hicieron abortar todo embrión de feudalismo, logrando así que solo tres factores tejieran la historia de este continente: la pusilanimidad del burócrata, la codicia del tendero y la anarquía del mestizo. (Gómez Dávila 1977b 21)

A pesar de que la Colonia recibirá una matizada aprobación, Gómez Dávila jamás reivindicará el legado español. La Colonia, más que de virtud, es depositaria de vicios menores. Esta comparativa preferencia jamás implicará que sancione y reivindique la extensión de España por América: "La mejor crítica de la colonización española son las repúblicas suramericanas" (Gómez Dávila 2003 [1954] 389).

La esencial, pero parcial, imperfección de la Colonia se tornará en completa inanidad en las repúblicas ya independientes: "Aun cuando los historiadores patriotas se indignen, la historia de muchos países carece totalmente de interés" (Gómez Dávila 1992 113). La pobreza de acontecimientos de la historia patria se debe a su carácter subsidiario: "La historia de estas naciones es poco interesante: historia de segunda mano. Nada original se ha visto aquí; nada tampoco tuvo aquí su mayor brillo" (Gómez Dávila 1992 13). Incluso el impulso revolucionario –que concentrará las pullas de tan gran número de escolios– adquiere un aspecto reprobablemente burgués cuando vive en tierras americanas: "Las revoluciones latinoamericanas nunca han pretendido más que entregar el poder a algún Directoire" (Gómez Dávila 1977b 20).

Aunque el general desagrado hacia la contemporaneidad debe influir, el completo odio que le inspira su país excede lo genérico: "Creo que la única ciencia de la cual existen tratados escritos por colombianos es la economía política; por eso dudo de que sea una ciencia" (Gómez Dávila 2003 [1954] 357). Más allá de esta falta de valía intelectual, Gómez Dávila, aparte de habituales salidas de tono,13 considera que ningún país como el suyo encarna los sinsentidos y frustraciones de la Modernidad. Aunque no comparto su postura, Carlos B. Gutiérrez ha llegado a sostener que, debido a este escarnio, Gómez Dávila es poco conocido en su propio país (cf.2008 128-129).

Es momento de volver la atención a la incomodidad que a Gómez Dávila le provoca la producción cultural latinoamericana, el segundo gran objeto de su crítica sobre América. Este desapego se nutre de una idea fundamental sobre la realidad latinoamericana, que ya ha sido puesta de relieve respecto a asuntos políticos: la subsidariedad. El carácter accesorio de la imitación resume las frustraciones tanto culturales como políticas de América. Incluso la emulación conoce niveles por los que la historia cultural americana se degrada. Aunque la Colonia nunca fuese propiamente original, se trataba al menos de una copia digna:

Con la independencia feneció la autenticidad espiritual de América. Capaz, durante el periodo colonial, de adaptar las formas mediterráneas a los nuevos paisajes y aún de dar una modulación propia al barroco, posteriormente solo copia con docilidad plebeya las modas del día. La originalidad limitada, pero auténtica, de provincia española, que tuvo durante la Colonia, se convirtió en el plagio cursi peculiar a los barrios pobres. (Gómez Dávila 1977b 149)

De la cultura colonial, gusta especialmente de la arquitectura "que hace parte del paisaje. La arquitectura posterior lo ensucia meramente" (Gómez Dávila 1977a 218). Sin embargo, la Colonia contenía el germen de la reproducción indiscriminada:

El problema de toda antigua colonia: el problema de la servidumbre intelectual, de la tradición mezquina, de la espiritualidad subalterna, de la civilización inauténtica, de la limitación forzosa y vergonzante, me ha sido resuelta con suma sencillez: el catolicismo es mi patria. (Gómez Dávila 1977a 179)

Más bien, parecería existir una ley histórica que condena definitivamente a la Colonia que no acepta una identidad inevitablemente conectada con la metrópolis: "La Colonia que se independiza pasa de la imitación confesa a la originalidad postiza" (Gómez Dávila 1977b 56). Aunque los comentarios acerca de la Colonia suelen ser moderadamente positivos, se trata de un bien en relación con el mal mayor vecino: la cultura de la república independiente. No hay que olvidar, sin embargo, que el autor escoge entre dos males. La Colonia no es sino el mal menor. Al igual que la conquistadora España, se trata de una decadencia fundacional que se va acelerando con el paso de los siglos.

Si el retrato histórico-político mantiene un tono a la vez neutro y despectivo, en la crítica a la cultura retumbará un eco más mordaz y agresivo. Es probable que sea la voz del despechado, y no la del escritor erudito, la que pronuncie las siguientes opiniones: "El intelectual suramericano importa, para alimentarse, los deshechos del mercado europeo" (Gómez Dávila 1977a 181). Esta adquisición queda condenada a la ineficacia, pues existe una inconmensurabilidad radical entre el lugar donde surge la teoría y el contexto sobre el que se aplica: "El intelectual latinoamericano tiene que buscarles problemas a las soluciones que importa" (Gómez Dávila 1977a 433).

Es necesario, sin embargo, señalar una paradoja en esta crítica a la importación: no solo el mismo Gómez Dávila es un importador, sino que siempre será partidario de ella. Dada la universal ineptitud, ¿qué otra cosa puede hacer si "[l]as literaturas de estas repúblicas, como sus ejércitos, no sirven en lides internacionales"? (Gómez Dávila 1977a 433). Aunque desautorice la imitación, jamás reivindicará lo propio como fuente de creatividad literaria por su insignificancia frente a las grandes creaciones culturales. Por tanto, el ayuno parece la única opción para quien renuncie a adquirir obra extranjera: "Salvo en pocos países, querer fomentar la cultura recomendando la lectura de autores nacionales es empresa contradictoria" (Gómez Dávila 1992 149). No es el placer literario, sino la coacción política el motivo de que existan ciertas literaturas nacionales: "En los países intelectualmente indigentes, el patriotismo del lector compensa el insuficiente talento del autor" (Gómez Dávila 1977a 361). Son las aspiraciones nacionalistas del siglo XIX, y no el valor de las obras literarias, las responsables de que se haya haya fomentado la literatura nacional: "Normalmente, un escritor es un individuo que escribe bien; pero las historias de la literatura suramericana nos enseñan que un escritor es un individuo que escribe" (Gómez Dávila 2003 [1954] 404).

La paradoja de que, a pesar de que se critique la pobre imitación, nunca se aconseje centrarse en lo propio, se agranda si se recuerda su concepción de la creación artística. Como repite en numerosas ocasiones, la condición aristocrática de la cultura exige que solo a unos pocos les esté reservada: "Lo auténtico en cada época se concentra en determinados países" (Gómez Dávila 1977b 302). Más aún, justifica por qué la imitación nunca alcanza grandeza: "En la cultura que se compra abundan notas falsas; la única que nunca desafina es la que se hereda" (Gómez Dávila 1992 124). Solo de lo propio puede brotar lo genuino y lo original: jamás se oirá en los Escolios la idea de que durante el proceso de apropiación puede surgir algo nuevo. Si Gómez Dávila no incurre en contradicción entre su crítica a la imitación y su principio de originalidad, estaríamos obligados a pensar que la cultura de ciertos países –la mayoría– queda condenada a la incapaz y pobre imitación. Por un lado, la cultura se genera en lugares muy restringidos. Por otro, la imitación es siempre subsidiaria y ofrece productos pobres. Más que un impedimento, este escolio sella una definitiva condena: "El adjetivo gentilicio de estas naciones, al aplicarse a sustantivos que designan actividades culturales serias, limita su importancia" (Gómez Dávila 1992 146).

Pero la paleta de colores del retrato de la cultura latinoamericana contiene pigmentos aun más oscuros. Más aún, no solo carece de creatividad, sino que está dotada de una terrible potencia destructiva. La aniquilación se produce en el último refugio de la cultura española: la lengua. Si en España el idioma no conseguía alcanzar la grandeza de su vecino septentrional, el castellano queda absolutamente degradado en su misión americana: "La continuidad del cambio diacrónico no implica que en los idiomas no existan estados sincrónicos de calidad distinta. Los idiomas se perfeccionan y se degradan" (Gómez Dávila 1992 109). Precisamente en la incongruencia entre lengua y espíritu cultural hay que buscar las causas del desastre de la literatura criolla: "Nada más retórico que literatura de pueblo joven que se expresa en idioma viejo" (Gómez Dávila 1977a 113). Como el lector ha podido prever, América es la responsable de esta corrupción lingüística. Más bien los tres grupos étnicos no españoles que la componen habrían causado este derrumbe: "Tres factores han corrompido, en América, la noble reciedumbre de la lengua española: el solecismo mental del inmigrante no-hispano, la facundia pueril del negro, la melancolía huraña y sumisa del indio" (Gómez Dávila 1986b 15). Una vez más, se comprueba que la expresión de amor por algo español solo se da en compañía de exabruptos, en este caso racistas, no completamente ajenos al ideario del pensador.14

El antihispanismo de un reaccionario paradójico

La edición de los Escolios de Atalanta, publicada en Gerona en 2009, amplió la circulación internacional de Gómez Dávila. De recibir una admiración casi esotérica, pasó a ser un reconocido pensador para los hombres de letras. Son numerosos los escritores, estudiosos y periodistas que ya han opinado sobre los Escolios. Como es natural, estos iniciales juicios se han preocupado, más que de analizar aspectos particulares de su pensamiento, de enmarcar su figura en un contexto amplio. Especialmente importante es a este respecto el artículo de Guillermo Hoyos Vásquez (2008) que estudia una cuestión muy concreta, a saber, cómo el Gómez Dávila antihispanista contribuye a definir su personalidad intelectual en dos direcciones: como crítico de la cultura y como miembro de la tradición reaccionaria.

Existe un escolio en el que, tras una máscara puramente burlona, se revela el acceso de Gómez Dávila a la cultura: "Clásico castellano significa, salvo excepciones, libro ilegible" (Gómez Dávila 1992 30). El Gómez Dávila erudito abunda en juicios literarios. La fina sensibilidad literaria, siempre imprevisible y arrolladora, decantadora de libros y autores desconocidos, pierde atractivo cuando se dirige a la historia de la filosofía y de la política. En Gómez Dávila la ausencia de placer provoca un irremediable desinterés. En la medida en que no se sienta atraído por una literatura nacional, su visión filosófica, política e incluso literaria quedará encerrada en un exquisito y divertido estilo que, sin embargo, no sobrepasará un análisis crítico más detallado. Cuando examina cuestiones literarias, escribe juicios imprevisibles, sazonados de cierta solidez crítica y de una divertida mordacidad. Cuando Gómez Dávila no ejerce de juez literario (lo que en el caso español ocurre por su visceral desinterés), su distinción intelectual pierde nitidez.

Además, la caracterización como crítico de la cultura hispánica extiende sus consecuencias al asunto sobre el que se han suscitado un mayor número de consideraciones críticas: su identidad reaccionaria. De modo esquemático, se puede afirmar que los intérpretes europeos han tendido a considerarlo un reaccionario de una pieza. Así se ha expresado Fernando Savater: "Es tranquilizador para un progresista [...] considerar rechazables las conclusiones que obtiene un reaccionario militante de sus presupuestos ideológicos" (2007).15 El mismo Juan Arana, incluso con una cierta simpatía hacia esta tradición, lo describe como reaccionario integral.16 Por otra parte, los estudiosos colombianos han insistido en la especial dificultad de considerarlo reaccionario. Amalia Quevedo, en un ensayo esencialmente acertado, ha recordado que el énfasis de Gómez Dávila en considerar la filosofía una rama literaria lo acerca más a la posmodernidad que al reaccionarismo (2007 29-30).17

Estas referencias apuntan no solo a la complejidad que supone designar a Gómez Dávila como reaccionario, sino a la especial dificultad de definir "reaccionario". ¿Por qué ser reaccionario implica escribir mal, como llega a sugerir Volpi, o disminuir la importancia filosófica de lo literario? ¿No es acaso el reaccionario el primer posmoderno o, al menos, el primero en detectar sombras en el proyecto moderno?

Ciertamente un modo plausible de medir el reaccionarismo en el pensamiento colombiano e hispanoamericano es su relación con el legado de España. En líneas generales –lo que se aplica de modo claro en el caso colombiano–, el pensamiento reaccionario o conservador promulga un respeto por esta herencia.18 Aunque esta hispanofilia del reaccionarismo hispanoamericano resulta históricamente compleja – por motivos obvios la hispanofilia en las primeras décadas posteriores a la Independencia solo podrá ser escasa–, existe un elemento ahistórico que implica una casi esencial unión entre reaccionarismo e hispanofilia en el mundo hispanoamericano. En la medida en que se distingue del progresista por una diferente ligazón con el tiempo –esta corriente es metafísicamente respetuosa del pasado–, el reaccionario está obligado a reclamar lo pretérito, o al menos a lamentarse del caos del presente. En el caso colombiano, será el pasado español su inspiración más evidente.

Por tanto, el desafecto hacia lo español relativiza la consideración de Gómez Dávila como reaccionario auténtico. No solo no profesa amor por España, sino que, al contrario, ofrece un retrato devastador y precipitado, en el que el desinterés y, sobre todo, el desprecio camuflan la aceleración. Más que del juicio de un reaccionario, incluso de un fino erudito, se trata de la crítica que podría esperarse de la pluma afilada de un irónico y agresivo escritor ilustrado. De esta manera, el aspecto más consciente y crítico del retrato de la cultura española distancia a Gómez Dávila de la línea reaccionaria.

Existe también una segunda consecuencia, más oculta y secundaria, que vuelve todavía más compleja la relación de Gómez Dávila con el canon reaccionario. Si bien la obra está impregnada de una descarada hispanofobia ajena al reaccionarismo colombiano, el retrato de Gómez Dávila contiene un aspecto que lo vincula al conservadurismo cultural: acepta que existe una profunda identidad entre España e Hispanoamérica. América no es ni un proyecto ilustrado ni una nación mestiza ni una patria india despojada. Se trata de una inútil hija de una desdichada madre. La pobreza de la cultura colombiana y americana no sería más que la continuación del pecado original de la cultura española frente a la grandeza de las principales naciones europeas. La genética determina a la América hispánica por ser la creatura de un devaluado demiurgo. Más allá de la negativa impresión, no cabe duda de que este juicio implícito de la completa identidad entre España y América lo emparenta, si bien oblicuamente, a una de las doctrinas más comunes del tradicionalismo hispanoamericano: la filiación e identidad cultural con la Madre Patria.19

En suma, el examen del retrato que de España y su cultura dibuja un Gómez Dávila, más que conservador o progresista, complejamente reaccionario. Si desmiente una de las teorías más queridas por el reaccionarismo hispanoamericano, se adhiere a uno de sus presupuestos historiográficos. Esta complejidad no debe servir de excusa para convertir al colombiano en alguien que no es –un progresista o un apologeta de la Modernidad–, sino para mostrar hasta qué punto no solo Gómez Dávila, sino también el movimiento reaccionario, posee una casi inextinguible y originaria complejidad, aquella que no nace ni de la afirmación ni del amor, sino de la negación y el odio.

A los estudiosos de Gómez Dávila nos preocupa cómo interpretar –sin traicionarlo– a un autor tan sumamente complejo y variado, que no solo incurre en numerosas contradicciones, sino que hasta las reivindica. Quizá mi juicio pueda parecer exagerado, como si hubiera sacado de contexto notas y escolios especialmente precipitados o agresivos. Siempre habrá un escolio que invalide un estudio sobre Gómez Dávila. Pienso ahora en dos que pudieran dirigirse en mi contra: "Para ridiculizar basta citar fuera de contexto" (Gómez Dávila 1992 64), o "Quien cita a un autor muestra que fue incapaz de asimilárselo" (Gómez

Dávila 1977a 360). La complejidad sirve para atacar, pero –es una de sus ventajas– también para defenderse: "Admirar o detestar un país cualquiera son actitudes igualmente ridículas si no son discretamente silenciosas" (Gómez Dávila 1992 125).


Notas

1 Recientemente se ha publicado una obra que versa sobre la relación entre el pensamiento de Gómez Dávila y Donoso Cortés. Véase: Köhler (2008).
2 "Retz, Saint-Simon, Chateaubriand, Tocqueville –la cordillera de las más altas cimas–".
3 De hecho, la única cita de Santo Tomás es también negativa: "Santo Tomás: ¿un orléaniste de la teología?" (Gómez Dávila 1977b 105).
4 "Nada que haga referencia al mundo de la historia contemporánea hará su aparición en los Escolios, al menos con nombre propio. Ajenas a toda coyuntura, sus frases punzantes" (Galindo 23).
5 Otro juicio sumamente positivo sobre la mística española: "Se puede decir Alejandro o Dante o Pascal o Goethe y se puede decir simultáneamente: Santa Teresa" (Gómez Dávila 2003 [1954] 450). Si bien no hay datos para justificar que la consideración sobre la literatura española atraviesa diferentes periodos, el hecho de que admire tan sobresalientemente a Santa Teresa –prefiriéndola a dos pensadores religiosos habituales como Pascal y Goethe– y que nunca aparezca en su obra principal, invita a pensar que la carmelita abandonó, en la transición de Notas a Escolios, el panteón literario de Gómez Dávila.
6 "¿Cómo se explica, según esto, que en el periodo más violento de persecución florecieran las letras con inusitado brillo y cayeran en postración y abatimiento cuando ya la tiranía era una sombra de lo que antes fuera?" (Revilla [1876] 353).
7 Esta opinión le ha pasado desapercibida a Arana, cuando considera a Gómez Dávila equidistantemente crítico de los regímenes totalitarios: "Es plausible, tras contemplar este sórdido panorama de acusaciones mutuas, simpatizar con quien al menos busca lejanas e inalcanzables plataformas para expender verdades y pergeñar pronunciamientos morales. [...] sus juicios se sitúan en un plano deliberadamente genérico: prácticamente afectan a todos" (2007 13).
8 Por ejemplo, Gómez Dávila escribirá: "El vigor del alma española es dureza de tierra erosionada" (1977a 122). De instintos profundamente hispanófilos –como es habitual entre la reacción europea–,Volkening queda completamente desconcertado: "Admirable, pero cómo interpretarlo. ¿Es elogio, es rechazo? That's the question" (1973, 18 de mayo, vol. 1). Mucho más hispanófobos son los siguientes comentarios: "Sin embargo, los hispanófobos (que son legión, sobre todo en cette race méprisable de los esclarecidos y progresistas) siguen haciéndose lenguas, con mal disimulada satisfacción, de la decadencia española cual si se tratara del único imperio en el mundo que haya corrido esa suerte. A mí me llena el espectáculo de tristeza, y si a un tiempo me fascina es, precisamente, por constituir un ejemplo de cómo mueren las naciones" (Volkening 1973, 8 de agosto de 1973, vol. 4). "Gran escolio este, cosa sólida, 'comme un rocher de bronce!'. A veces me admiro de esos criollos (por lo demás tan queridos) que no querían depender de la Corona de España para caer en la dependencia mil veces más deprimente y humillante de París, Londres y Wall Street. Con razón dice don Nicolás: 'Cuando el hombre se niega a que lo disciplinen los dioses, los demonios lo disciplinan'" (Volkening 1973, 21 de septiembre de 1973, vol. 4).
9 Editor de Notas i en México, Ignacio Gómez Dávila llegó a publicar tres novelas que tienen gran interés para conocer el contexto social y familiar de nuestro autor: El cuarto sello, Viernes 9 y Por un espejo oscuramente.
10 "En efecto, los autores de nuestra literatura excremental y espermatozoica me recuerdan a papá Buendía en Cien años de soledad, quien, habiendo fracasado en su alquímico propósito de transmutar mierda en oro, sí logro reducir oro a mierda" (Volkening 1973, 13 de agosto de 1973, vol. 4). "El ejemplo clásico: Cien años de soledad" (Volkening 1973, 26 de septiembre de 1973, vol. 4). De Volkening, que es uno de los primeros admiradores de García Márquez, recientemente se ha editado el volumen Gabriel García Márquez: "un triunfo sobre el olvido" (Volkening 2010).
11 Como Kinzel ha señalado y criticado: "Echar un vistazo más cercano al escritor norteamericano Henry David Thoreau puede servir también para ocupar la reflexión necesaria inducida por otra de las altamente dudosas sentencias de Gómez Dávila: 'La literatura americana deja de ser literatura cuando comienza a ser americana'" (2007 31).
12 "Lo mejor de los Estados Unidos es un sentimiento confuso, pero profundo, de la importancia de cada ser humano. Es como una especie de humanismo primitivo, de liberalismo elemental. [...] El peligro de ese ingenuo individualismo yace en la confianza que se otorga a sí mismo. Prepara, así, la germinación de doctrinas y sectas ridículas, que no tempera ninguna crítica, ni inquieta ironía alguna" (Gómez Dávila 2003 [1954] 60). Otra manifestación de este juicio intermedio puede encontrarse en id. 279-280.
13 "Cuando se presenta la ocasión de hacer alguna bajeza, el colombiano rara vez la desperdicia" (Gómez Dávila 2003 [1954] 432).
14 "Las teorías racistas del nacionalsocialismo no fueron sino una mitología, pero no insinúo que se haya tratado de un mero error, sino del perenne proceso que, en manos del pueblo, transforma toda doctrina en una estupidez. Que una política biológica sea necesaria, si no queremos caer en abismos insospechados, el más corto paseo por una hacienda, entre rebaños, lo enseña. La estupidez nazi no consistió en proclamar la urgencia del problema, sino en declarar que solo el león (admitamos que de león se trataba) y las cualidades excelsamente leoninas debían ser preservadas, purificadas, exaltadas. La verdad parece aquí aceptar que coexistan con el león, tigres, panteras, elefantes, águilas y palomas, pero también afirmar que es sabio buscar la perfección de cada especie. Reemplazar una doctrina de león por una doctrina de zoólogo" (Gómez Dávila 2003 [1954] 428-429).
15 Publicado en El País el 29 de diciembre de 2007.
16 Arana explica de modo muy interesante los motivos por los que el colombiano milita en las filas reaccionarias: "Asumir que uno es reaccionario implica desmarcarse de la historia, renunciar a la praxis en beneficio de la theoria [...]. Diría que en el caso de Dávila declararse reaccionario –o sea, autoestigmatizarse– era parte del precio que estaba dispuesto a pagar para conquistar el derecho a hablar sobre nuestro mundo y civilización desde sus afueras" (11).
17 "Tocamos aquí otro tema caro a la filosofía contemporánea y en particular a la deconstrucción: el acercamiento entre filosofía y literatura. [...] Lo que resulta llamativo es que un pensador que se comprende a sí mismo como reaccionario y que pasa por ser ultra-conservador, como es el caso de Gómez Dávila, formule esta tesis con idénticas palabras: "La filosofía es un género literario". También en otro sentido ha recordado la incomodidad de clasificar a Gómez Dávila como reaccionario. "Nuevamente nos sorprende el reaccionario Gómez Dávila con un motivo tan contemporáneo como el espectro, una de esas nociones vulgares, aparentemente alejadas del pensamiento, que en nuestros días han hecho carrera filosófica gracias a Derrida" (cf.Quevedo 2007 52).
18 "Entre los diez y seis Estados transatlánticos que con su vitalidad robusta y su ingente extensión territorial muestran, tanto como los gloriosos anales de nuestra patria, su pasada colosal grandeza, dudo que haya otro en quien se haya grabado más profundamente el sello español que en la República de Colombia" (Rubio 1923 101).
19 La idea de que no solo las virtudes sino también los defectos de Hispanoamérica provienen de España pertenece al ideario del conservadurismo español: "No son pueblos de inventores, ni de grandes emprendedores. Sus investigadores son también escasos. Padecen, agravados, los males de España" (Maeztu 1998 [1931] 87).


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