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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.66 no.163 Bogotá Jan./Apr. 2017

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v66n163.58660 

Artículos

El sentimiento de muerte como límite existencial en la obra de E.M. Cioran

The sentiment of death as an existential limit in the work of E.M. Cioran

Alexander Aldana-Piñeros* 

Edgar-Javier Garzón-Pascagaza** 

* Universidad Católica de Colombia - Bogotá - Colombia, aaldana@ucatolica.edu.co

** Universidad Católica de Colombia - Bogotá - Colombia, ejgarzon@ucatolica.edu.co


RESUMEN

Se aborda el pensamiento de E.M. Cioran desde la perspectiva de un sinsabor vital denominado sentimiento de muerte. El término, aunque aparece solo en su primer escrito, es transversal a toda su obra, puesto que para el autor los seres humanos nos intuimos como posesos de la muerte en cada momento de nuestra existencia. Esto cambia el tono normal de la vida, al poner frente a la persona una realidad carente de sentido y dominada por circunstancias radicales y limitantes como el dolor y la agonía, que culmina en una atmósfera gobernada por la intuición trágica de la vida.

Palabras clave: E.M. Cioran; agonía; muerte; vida

ABSTRACT

The article addresses the thought of E.M. Cioran from the perspective of that vital uneasiness known as the sentiment of death. Although the term appears only in his first book, the idea cuts across his entire work given that, for Cioran, human beings intuit themselves as possessed by death at every moment of their lives. When persons are faced with a meaningless reality, dominated by radical and limiting circumstances such as pain and agony, the whole tenor of life changes until it becomes a tragic intuition of life.

Keywords: E.M. Cioran; agony; death; life

A mi abuela, quien ha cumplido su compromiso con la muerte.

Introducción

Los que de verdad filosofan [...] se ejercitan en morir

PLATÓN, Fedón, 67e

En el interesante trabajo del profesor Philippe Ariès, llamado Morir en Occidente. Desde la Edad Media hasta nuestros días, aparece una idea capital que ha ayudado a fortalecer la inspiración de las presentes reflexiones; tal idea puede expresarse en la siguiente formulación:

nos hemos desacostumbrado a la muerte, tanto los individuos como las sociedades actuales parecen desconocer o separarse de la muerte que encarnan. El tema es demarcado así:

La actitud antigua, donde la muerte es, al mismo tiempo, familiar, cercana y atenuada, indiferente, se opone demasiado a la nuestra, donde da miedo, al punto de que ya no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso llamaré aquí a esa muerte familiar la muerte domesticada. No quiero decir con esto que antes la muerte era salvaje, ya que dejó de serlo. Por el contrario, quiero decir que hoy se ha vuelto salvaje. (Ariès 28)

¿Qué significaría, propiamente, tal salvajismo en la percepción de la muerte en nuestros días? Esta consideración parte de concebirla como un aspecto separado de la vida, asumiéndola como su negación, su contrario, impulsados por circunstancias contextuales que animan tal escisión. Pertenecemos a una época de confort y adelanto de los procesos técnico-científicos en el campo médico que mejoran la calidad y amplían la cantidad de vida, aspectos que permiten ver la muerte como una irrupción, como interrupción violenta -siempre prematura e injusta- de la existencia. Tal percepción es compartida por Ariès, quien la expone de la siguiente forma:

Hoy en día, nosotros no relacionamos nuestro fracaso vital con nuestra mortalidad humana. La certidumbre de la muerte, la fragilidad de nuestra vida son ajenas a nuestro pesimismo existencial. Por el contrario, el hombre de fines de la Edad Media tenía una conciencia muy aguda de que era un muerto en suspenso; que el plazo era corto y que la muerte, siempre presente en el interior de sí mismo, quebraba sus ambiciones y envenenaba sus placeres. Y ese hombre tenía una pasión por la vida que hoy nos cuesta trabajo comprender, acaso porque la nuestra se ha vuelto más larga. (46-47)

Independientemente de establecer las causas individuales o sociales de la angustia por la existencia en nuestros días, debemos remarcar que es ese desplazamiento al exterior lo que resulta injusto, pues la muerte se impone como el acontecimiento definitivo en la existencia; como lo señala Todd May, la muerte "tiene la capacidad, de una forma que no tiene ningún otro hecho, de absorber a todos los demás, de imponerse a los demás aspectos de nuestra vida" (15). Sin embargo, nos hemos separado de la intención de enfrentar nuestra propia vida mediante el sentimiento trágico que nace de esta misma existencia, irremediablemente signada con el germen y la dirección de la muerte. Es este sentimiento el que, precisamente, quiere acentuar el pensador rumano Emil Cioran bajo la enunciación más escueta, pero profunda, de sentimiento de muerte.

Tal sentimiento, debe aclararse desde ahora, no está asociado necesariamente con el hecho mismo de la muerte, el deceso de las funciones corporales y la desaparición del individuo en el tiempo, pues nos es imposible conocer algo del fenómeno individual de la muerte en tanto vivimos. Además, porque de la muerte no tenemos experiencia sensible o imagen, ni representación ni concepto. Como lo hace notar Comte-Sponville:

[...] no hay nada qué pensar. ¿Qué es? No lo sabemos. No lo podemos saber. Este misterio definitivo llena de misterio nuestra vida, como un camino cuyo destino desconocemos [...], aunque no sabemos qué hay detrás [...], ni siquiera sabemos si hay algo. (Comte-Sponville 2013 165)

El sentimiento de muerte tampoco debe ligarse estrictamente a los fenómenos fúnebres con los cuales nos encontramos cotidianamente, sino que tal sentimiento se manifiesta al intuir la muerte que representa cada uno de nosotros, la muerte que somos. Lo que significa, por el momento, en términos generales, que: "la muerte está siempre con nosotros. Nos ronda. Nos acompaña en todo momento. Nunca estamos lejos de ella, porque es inevitable que ocurra y no podemos controlar el momento en que lo hará" (May 51).1

Así las cosas, las maneras más intensas de sentir la muerte -de hecho las únicas de las que disponemos como vivientes- son la experiencia de la muerte del otro y la del morir en uno mismo. Por esta última tendencia ha de inclinarse la reflexión de Cioran. Al respecto vale subrayar el siguiente apartado:

En Los tres muertos de Tolstoi, un viejo postillón agoniza en la cocina del albergue, cerca de la gran estufa de ladrillos. Él sabe. Cuando una criada le pregunta amablemente qué le pasa, él responde: "La muerte está ahí, eso es lo que pasa". (Ariès 22)

Lo interesante de la referencia es la posibilidad de reconocer que ese ahí no es una determinación locativa externa, fuera de uno mismo, sino dentro, en lo más íntimo y esencial de persona; la muerte es lo que más somos...

Una significativa situación, comentada por el historiador francés, que proviene de la Edad Media, siglos XII a XV, nos enfrenta a la concepción inicial de Cioran en torno a la muerte en nuestra época. Primero, veamos la idea de Ariès, cuando señala que en estos siglos se suscitó:

[...] una reconciliación entre tres categorías de representación mental: la de la muerte, la del conocimiento de cada uno de su propia biografía y la del apego apasionado a las cosas y los seres que se poseyeron en vida. La muerte se convirtió en el sitio donde el hombre adquirió mayor conciencia de sí mismo. (47)

La muerte no era algo externo y ajeno, sino el espectro por el cual se podía descubrir la propia individualidad; del mismo modo que el héroe trágico de la antigüedad grecorromana podía reconocerse en el hecho de su muerte constante, se reconocía la persona en su constante mortalidad. Como bien lo señala Cioran:

Hacia el final de la Edad Media abundaban los escritos anónimos titulados "El arte de morir", que alcanzaron un éxito extraordinario. Semejante tema, ¿puede aún conmover a alguien hoy? Nadie prepara ya su muerte, nadie la cultiva, de ahí que se escabulla en el mismo momento en que nos arrebata. Los antiguos sabían morir. Elevarse por encima de la muerte fue el ideal constante de su sabiduría. Para nosotros, la muerte es una sorpresa horrible. La Edad Media conoció el sentimiento de la muerte con una intensidad única. Pero supo, con un arte especial, incorporarlo al tejido íntimo del ser. Nadie intentaba hacer trampas con ella. Lo que nosotros, por nuestra parte, quisiéramos es morir sin el hecho de la muerte. (2008 38-39)

Frente a esto último se orienta la consideración del sentimiento de muerte del rumano. Lo que, al estar revestido de una visión trágica de la existencia, nos lleva a decir del pensamiento de Cioran -idea extensible a la existencia misma- lo que se decía a propósito de la obra de Jankélévitch: "Aunque tal vez fuera más exacto definir su filosofía en los términos unamunianos [. ]. Pues hay mucho Del sentimiento trágico de la vida en La muerte" (9). En este sentido vale la pena recordar que la tragedia -ya sea como género literario, categoría estética o talante vital- recalca la connaturalidad o positividad del sufrimiento en la existencia humana y, en especial, su inexorabilidad. Aspectos que trazan el curso de una doble limitación: primero, en la disgregación de las fuerzas que mantienen al ser humano unido a una percepción alegre, desenfadada y optimista de la vida, y segundo, como una tensión interna que se manifiesta en el reconocimiento de nuestra constante muerte; lo que constituye

[...] otra prueba de su doble realidad, de su carácter equívoco, de la paradoja inherente a la manera en que la experimentamos, que se nos presenta juntamente como situación-límite y como dato directo. Corremos hacia ella y, sin embargo, ya estamos en ella. (Cioran 2002 239)

Este descubrimiento llena la existencia de inanidad y sentimientos de pesadumbre.

El sentimiento de muerte como límite existencial

Pues todo lo que es capital tiene algo que ver con la muerte.

CIORAN, En las cimas de la desesperación, 100

Para comenzar a dilucidar el sentimiento de la muerte es menester señalar el lugar de su aparición; nos referimos a su ubicación biográfica, la que, en el caso de Cioran, se trasformaría prontamente en bibliográfica, en literaria. De ese modo, la intuición de la muerte en forma de sentimiento, presente en cada respiro, aparece en la primera y juvenil obra de Cioran, En las cimas de la desesperación, publicada en 1934, de la cual nos refiere: "Escrito el 8 de abril de 1933, el día en que cumplo veintidós años. Experimento una extraña sensación al pensar que soy, a mi edad, un especialista de la muerte" (32). Si bien es en esta obra donde dedica más páginas al tema, debe aclararse que nunca abandona estas reflexiones en el conjunto de su creación filosófico-literaria, sino que tales reflexiones aparecen de manera mixta, unas veces tácita y otras expresa, pero siempre permeando el espacio de sus ideas.

Como vemos, encontrar a este joven especializado en la muerte nos lleva directamente a, por lo menos, tres consideraciones: a) Cioran se entregaba con asiduidad a la reflexión acerca de la muerte; b) el acento de tal descripción recae en la experiencia de sentir la muerte; c) finalmente, su experticia sobre la muerte se debe a un ejercicio híbrido entre conocimiento y experimentación sentimental, derrotero que es seguido por el rumano, si consideramos lo que él mismo nos señala: "Solo se comprende la muerte si se siente la vida como una agonía prolongada, en la cual la vida y la muerte se hallan mezcladas" (Cioran 2009 44).

¿Nos es dado comprender y sentir la muerte?, ¿puede la muerte ser develada en la experiencia personal, palpada mientras aún se vive?, ¿pueden su marcha y su influjo sentirse? Nos inquirimos, también, como lo hace Todd May: "¿Podemos alejarnos lo suficiente de la perspectiva de nuestras propias vidas para considerar las cosas desde la perspectiva de la muerte?" (41). Para tratar de prefigurar una respuesta debemos, primero, concretar los términos, recordando que considerar algo desde la perspectiva de la muerte es imposible, pues estamos vivos y, una vez muertos no podremos considerar algo, ya que no somos. Además, debemos seguir la exhortación del pensador de Rasinari, cuando señala el problema de la ininteligibilidad de la muerte:

Quien pretende tener una idea precisa sobre la muerte prueba que carece de una sensibilidad profunda a ella, a pesar de que la lleve en sí mismo. Porque todo ser humano lleva en su interior no solo su propia vida, sino asimismo su propia muerte. (Cioran 2009 75)

Con esta aparente paradoja, no solo podemos comprender la vida y la muerte como un fenómeno simultáneo: un juego, una danza donde están continuamente entrelazadas. Además, queda en evidencia la dificultad de establecer representaciones, conceptos o ideas definidas de un fenómeno que, si bien nos constituye, nos resulta inaccesible, misterioso, y se convierte en el límite mayor de nuestras potencias cognitivas y vitales. Es pertinente anotar la bien conocida idea, comentada por otro filósofo francés, que nos recuerda algo de ese horizonte clásico cada vez más lejano:

La muerte, queda bastante claro, solo es un problema para los vivos. Epicuro llegaba a la conclusión de que no lo era para nadie: ni para los vivos, puesto que no existe mientras viven, ni para los muertos, puesto que ya no están. Era pensar la muerte como la nada en sentido estricto. pero esto no nos ha bastado nunca para curarnos de la angustia que la muerte nos inspira [...]. La nada solo es un remedio para los muertos; no para nosotros, que vivimos. (Comte-Sponville 2007 145-146)

Al haber entendido esto, podemos desarrollar diversas consideraciones en torno al sentimiento de muerte, si empezamos a dilucidarlo como una reacción espiritual muy próxima a la intuición -aunque reconocemos el uso dispar del término por parte de la tradición filosófica-. Resulta perentorio acotar brevemente que entendemos intuición como:

[...] aquello que resulta más próximo, más íntimo a nuestro cuerpo, a nuestra conciencia; como un sentimiento ininterrumpido y expandible que domina el espíritu poco a poco; no como aquello que se sabe, sino que se presiente, pero que ilumina -o ensombrece- todo. Una especie de conocimiento dado en el interior de la persona, que se tiene casi como autoevidente y que no necesita de más constatación que su aparecimiento en un mundo que no hace nada para desmentirlo. (Aldana-Piñeros 2014a 68)

Esta intuición significa, entre otras cosas, sentir el progreso de la muerte avanzando en nosotros sin poder alejarnos de esta percepción y, al mismo tiempo, permite observar su correspondencia con el talante del fenómeno abordado: la afección ininterrumpida de la muerte susurrándonos al oído su presencia desde lo más profundo del alma. Ahora bien, el lector familiarizado con el pensamiento de Cioran sabrá que existen en las distintas obras del rumano otras instancias intuitivas en las que se hace un énfasis mayor, como las intuiciones existenciales de la vacuidad, absurdidad de la vida2o la temporalidad; sin embargo, al considerar el sentimiento de muerte como una intuición, tales instancias pueden coligarse o, al menos, comprenderse dentro de un mismo horizonte de significación, dado que el ambiente de desaliento del que provienen es el mismo. La diferencia que se intenta mostrar aquí se concentra en las posibilidades -o imposibilidades- vitales que se desprenden de colocar el acento en el sentimiento de muerte.

Una vez que hemos concretado la relación indeleble existente entre el sentimiento de muerte y la intuición del morir en nosotros, o del estado de constante fenecer que encarnamos, es menester hallar el momento de aparición o irrupción existencial, concretamente, en la interioridad del individuo, del mismo modo que se hizo antes biográfica y literariamente. Este momento obedece a la amplitud del deseo de proyectar la significación de tal sentir a la región existencial humana, al lugar de nuestras penurias; referidas, concretamente, a los aspectos vitales que existen bajo la única condición de estar encarnado, es decir, ser un individuo y, por tanto, padecer la corruptibilidad ligada a la materialidad y la temporalidad; de ser una persona reconocida en su limitación, que se expresa a través de su reconocimiento de la muerte. Para esto debemos intentar situar un posible comienzo de tal sensación:

¿Conocéis esa sensación atroz de fundirse, de perder todo vigor para fluir como un arroyo, de sentir que nuestro ser se anula en una extraña licuación como si se hallase vacío de toda sustancia? No estoy hablando de una sensación vaga e indeterminada, sino de una sensación precisa y dolorosa [...], se trata de un agotamiento que nos consume y nos destruye. Ningún esfuerzo, ninguna esperanza, ninguna ilusión pueden seducirnos ya cuando lo padecemos. Permanecemos estupefactos ante nuestra propia catástrofe, [lo que] significa alcanzar el límite negativo de la vida, la temperatura extrema que aniquilará nuestra última ilusión. (Cioran 2009 33)

De tal modo, podemos postular dos formas generales en cuanto al sentimiento de la muerte. En primer lugar, tenemos que el ser humano padece la tragedia de vivir en un mundo que no comprende, que le viene dado sin razón, y en el cual siempre está siendo en la forma de la menesterosidad y la carencia; un animal errante e incompleto en espera de un fin: la muerte, instancia definitiva pero alejada de su comprensión. Sin embargo, en un segundo momento, resulta que, de forma contraria al fenómeno de la muerte, su proceso en nosotros sí es inteligible, más bien, intuible, según se ha mostrado anteriormente, bajo la significación de sentimiento de muerte.

Hay en esta forma de sentir el curso de la muerte en primera persona, algunas ideas interesantes -si bien demoledoras-, que han sido tomadas de la cita de Cioran anotada inmediatamente antes. La primera de ellas nos viene dada por el mismo rumano, cuando reflexiona acerca del estado de reconocimiento del sentimiento de muerte por parte de algunas personas, en el aspecto de su corrupción, de su aniquilamiento: "una vez que han descubierto por experiencia el agente de su destrucción, le consagraban todos sus pensamientos, de tal suerte que la muerte, en lugar de ser para ellos un problema impersonal, era su realidad, su muerte" (Cioran 2002 235).

Esta toma de conciencia sigue el camino de la anulación o pérdida de una noción de sustancia personal, faceta del sentimiento de muerte que nos comunica con las intuiciones de vacuidad, inanidad, carencia de ser o fundamento de la vida misma, y de todo ente que esta contenga. Es fácilmente observable que la reflexión sobre la muerte posee, como uno de sus atributos iniciales, el arrasar las certezas culturales e individuales sobre el sentido de la existencia.

Al respecto de tal anulación o pérdida de sustento de la existencia a causa del sentimiento de muerte, también comenta Jankélévitch: "es un vacío que se abre bruscamente en plena continuación del ser; el existente, vuelto de repente invisible como por efecto de una prodigiosa ocultación, se abisma en un abrir y cerrar de ojos en la trampa del no-ser" (19).

Lo verdaderamente interesante es analizar si esta ocultación es en realidad una trampa del no-ser, o mejor, argucia que nos engaña y nos conduce equivocadamente al no-ser, como pareciera inferir el musicólogo y filósofo francés. Si algo claro tiene el sentimiento de muerte es que se muestra como un estado psicológico, emotivo y gnoseológico permanente, que se cuela por cada grieta de la vida de una persona; porque la vida misma se presenta agrietada y, tras la vista que develan sus fisuras, no se contempla sino la carencia de sustrato, el vacío. Al respecto, de nuevo arremete Cioran: "Respiro por prejuicio. Y contemplo el espasmo de las ideas, mientras que el Vacío se sonríe a sí mismo" (1997 170). En este sentido, el dedicarse a pensar sobre los abismos de la existencia, desde la percepción del sentimiento de muerte, nos arroja indefectiblemente hacia los "resquicios ontológicos, es decir, grietas, aberturas, hendiduras, intersticios, que desgarran la realidad misma, o nuestra idea de la realidad, generando un vacío por el que se filtra el espectro doloroso de la vida humana" (Aldana-Piñeros 2014b 72).

Esta sería una aproximación al sentimiento de muerte asociada al sentimiento de vacuidad de la vida; una relación sumamente interesante, que por ahora nos excede. Sin embargo, podemos añadir una consideración más, especialmente si retomamos las ideas presentadas por el pensador rumano ante el problema de la legitimidad de la desesperación:

[...] su evidencia, su "documentación": puro reportaje. Considérese, por el contrario, la esperanza, su generosidad en el error, su manía de fantasear, su rechazo del acontecimiento: una aberración, una ficción. Y es en esa aberración en lo que consiste la vida, y de esa ficción de lo que se alimenta. (Cioran 2007 72)

Esta quimera de la que se nutre la vida es, precisamente, el desconocimiento o exclusión que se ha venido señalando desde el inicio: separar la muerte de la vida, verlas como realidades antitéticas y omitir su fundamental simultaneidad.

Ahora bien, ante esta primacía de la vida y sus relativas condiciones de positividad y bondad, se le arroga a la muerte toda la negatividad, como agente destructor con su hoz aniquila toda ilusión humana, en cuanto rompe la continuidad. Por esto, muchas personas temen la muerte y le consagran todo tipo de resquemores; pero, aun así, no rompen con la tendencia a privilegiar la vida, y consideran la muerte solamente como un paso hacia una instancia superior; esto, bajo el signo de sus creencias trascendentes. Sobre lo cual acierta May, cuando afirma: "En este aspecto, la religión mata dos pájaros de un solo tiro: encuentra significado en esta vida, porque es un preludio de la siguiente, y le ofrece a uno la inmortalidad de una existencia continuada" (70).

Traemos el ejemplo de la religión y su concepción esperanzadora de la muerte, para señalar el enorme vicio finalista expresado por el deseo de un sentido para la vida; esperanza que no se ve derrocada ni por el límite definitivo de la muerte. Para sellar esta inclusión, que relaciona el advenimiento del sentimiento de muerte con la intuición de la inanidad y sinsentido de la vida, sentencia lapidariamente el pensador rumano:

Porque no reposa sobre nada, porque carece hasta de la sombra misma de un argumento, es por lo que perseveramos en la vida. La muerte es demasiado exacta; todas las razones se encuentran de su lado. Misteriosa para nuestros instintos, se dibuja, ante nuestra reflexión, límpida, sin prestigios y sin los falsos atractivos de lo desconocido. A fuerza de acumular misterios nulos y de monopolizar el sinsentido, la vida inspira más espanto que la muerte: es ella la gran Desconocida. (Cioran 1997 37-38)

El sentimiento de muerte como agonía ininterrumpida

Uno es mortal no solamente al final de su vida, sino durante toda ella

MAY, La muerte, 19

Examinemos, entonces, la significación que adquiere el sentimiento de muerte en la persona que ha sucumbido a su reconocimiento; acto revelador que no puede aplacarse ni siquiera con el rigor del pensamiento, pues, como nos refiere el pensador de Rasinari, ningún individuo puede derrotar la obsesión de la muerte, una vez que se ha descubierto en ella. Lo que muestra la imposibilidad de vencer

[...] la obsesión de la muerte a través de la lucidez y el conocimiento. No existía ningún argumento contra ella. ¿Es que no tiene de su parte a la eternidad? Solo la vida tiene que defenderse sin tregua; la muerte ya nació victoriosa. ¿Y cómo no va a ser victoriosa, si la nada es su madre y el horror, su padre? (Cioran 1996 173)

Así, divagamos en esta vida entre la nada y el horror; aspecto en el que nos detendremos, no para comentar el miedo a la propia muerte -temor que ni en lo personal ni en el pensamiento de Cioran amenazan en nada-, sino, más bien, para detectar que la afección principal en el sentimiento de muerte es un estado constante de agonía, pues, ampliando la comprensión del epígrafe, no estamos agonizando solo en el momento anterior a nuestra muerte, sino que agonizamos durante toda la vida.

Reafirmando lo anterior, surge la connotación del sentimiento de muerte como una especie de enfermedad mortal -recordando a Kierkegaard-, padecimiento incurable y connatural a cada uno de nosotros, que no cesa en la tortura de nuestra calma, y que si acaso deja de atormentarnos intermitentemente, retorna cada vez más fuerte con el transcurso del tiempo, cuando la inminencia del morir se hace más próxima. Distinto resulta, para la mayoría de las personas, pues la dolencia del sentimiento de muerte solo aparece cuando es excitada por acontecimientos fúnebres, verbigracia, la muerte del prójimo, afección que dura en tanto dure el recuerdo o el duelo, pero que después se aquieta en espera de ser de nuevo alentada.

En Desgarradura, Cioran contextualiza tal fenómeno al hablar de las miles de extremaunciones aplicadas por su padre, que era Pope ortodoxo. Al respecto nos dice: "Tanto él como el sepulturero su 'compañero', ignoraban el sentimiento de la muerte, sentimiento que nada tiene que ver con el cadáver, sentimiento íntimo, el más íntimo de todos" (2004 102). Estas personas, alejadas del sentimiento de muerte, parecen olvidar hacia lo que irremediablemente se dirigen, pues no terminan de aceptarlo: es la plena incertidumbre e insatisfacción humana, que, inteligible o no, se aúna con la afección de una agonía ininterrumpida:

En ese sentimiento de agotamiento se manifestará el sentido verdadero de la agonía: lejos de ser un combate quimérico, ella refleja la imagen de la vida que lucha en las garras de la muerte, con muy pocas posibilidades de vencer [...]. Fundamentalmente, agonizar significa ser martirizado en la frontera entre la vida y la muerte. Siendo la muerte inmanente a la vida, esta última se convierte, casi en su totalidad, en una agonía. Por lo que a mí respecta, solo llamo instantes de agonía a las fases más dramáticas de esa lucha entre la vida y la muerte, en las cuales [...] la sensación de agotamiento nos consume entonces inmediatamente y la muerte obtiene la victoria. (Cioran 2009 33-34)

Esta percepción o sensación de la muerte corresponde, como ya hemos señalado, al reconocimiento del morir que va desarrollándose en nosotros, que cada uno representa y, si quisiéramos utilizar palabras de mayor raigambre metafísica, diríamos que el proceso de nuestro devenir mortinato se presenta como nuestra esencia. Así, las distantes palabras del oscuro Heráclito adquieren, al fin, mayor claridad. Escuchémosle en la evocación de un autor contemporáneo: "Regreso sin cesar a las contradicciones-madre de Heráclito: la unión de la unión y la desunión, del acuerdo y la discordia, vivir de muerte, morir de vida" (Morin 1995 71). Esta referencia paradojal resulta significativa para entender el carácter del sentimiento de muerte, que se manifiesta ahora como la mezcla de dos planos en una misma dimensión, como las dos caras de una misma moneda, o mejor, como la moneda misma, como una piedra preciosa de la que vemos estas dos facetas. Esta idea es considerable y no debe dejarse, puesto que ampara la siguiente consideración: la realidad de vivir de muerte y morir de vida expone la contradicción capital de la existencia, que también señala Cioran:

¡Que sea maldita para siempre la estrella bajo la que nací, que ningún cielo quiera protegerla, que se disperse por el espacio como un polvo sin honra! Y el instante traidor que me precipitó entre las criaturas, ¡sea por siempre tachado de las listas del Tiempo! Mis deseos no pueden ya compadecerse con esta mezcla de vida y de muerte en que se envilece cotidianamente la eternidad. (1997 275)

En esta mixtura en la que consiste la existencia humana, en virtud de la conciencia de su mortalidad,3 se pone en primer lugar su condición trágicamente contradictoria: cada día de vida es un día menos de vida y uno más de muerte, y, al tiempo, nos provee de la consideración que el esfuerzo continuo por nuestro mantenimiento devela, a saber, el rastro de nuestra propia auto-destrucción, de una terrible sensación de auto-consumirse. Retomando a Morin: "la vida y la muerte se sustentan la una a la otra según la fórmula de Heráclito: 'vivir de muerte, morir de vida' [...]. El organismo de un ser viviente trabaja sin cesar, pues degrada su energía para automantenerse" (Morin 1996 1-2). Este interesante pasaje devela el acontecimiento de que morimos en cuanto nacemos, y que nosotros mismos encarnamos la espada de nuestra destrucción, como la energía que se consume a sí misma para mantenerse. Así, vivir no viene a ser más que sobrevivir, o, como lo subraya el rumano: "Nada puede cambiar nuestra vida salvo la insinuación progresiva en nosotros de las fuerzas que la anulan" (Cioran 1997 39).

Ahora bien, es momento de inquirir quiénes son más proclives a tal insinuación, pues es curioso ver que no todos los humanos parecen estar facultados o inclinados a tal sentimiento de muerte. En primera medida, Cioran nos aclara que la proclividad a tal afección es una cuestión netamente personal, producto de una comunicación íntima, de un proceso de descubrimiento individual de tipo introspectivo:

Cada uno es su sentimiento de la muerte. De ello se sigue que no podrían denunciarse las experiencias de los enfermos o de los místicos como falsas, aunque pueda dudarse de las interpretaciones que dan de ellas. Estamos en un terreno en donde ningún terreno es decisorio, en el que las certezas pululan, en el que todo es certeza, porque nuestras verdades coinciden con nuestras sensaciones y nuestros problemas con nuestras actitudes. Por otro lado, ¿a qué "verdad" aspirar, cuando, a cada momento, estamos comprometidos en otra experiencia de la muerte? Nuestro mismo "destino" no es más que el desarrollo, las etapas de esa experiencia primordial y, sin embargo, cambiante, la traducción al tiempo aparente de ese tiempo secreto en el que se elabora la diversidad de nuestras maneras de morir. (Cioran 2002 240-241)

Dentro de las múltiples maneras de morir, haremos referencia especial tan solo a la contraposición existente entre aquellos detentadores del sentimiento de la muerte y aquellos que parecieran vivir haciendo de la vida la única instancia de realización humana; estos serán denominados, genéricamente, como los optimistas o entusiastas de la vida. De nuevo, la diferencia capital entre estos dos grupos de seres humanos radica en la aparición e intensidad de la intuición de la muerte, que, desde un inicio, hemos equiparado con el sentimiento del morir. Ahora bien, toda la cuestión que distingue a los desgraciados -por decirles de alguna forma- de los optimistas, ante la sensibilidad de la muerte en su interior, reside

[…] en la conciencia que de ella tenga el sujeto: para quien carece de dicha conciencia, entrar en la nada no tiene la mínima importancia. Por el contrario, el paroxismo de la conciencia se alcanza mediante el sentimiento constante de la muerte. (Cioran 2009 122)

Por esto, aquel que nunca ha experimentado esa agonía, en la que el pensamiento de muerte nos invade el flujo de la sangre y nos impide respirar normalmente, hasta comenzar a contemplar la posibilidad del fin del mundo y el propio, es una persona con una visión optimista de la vida. Cioran la caracteriza en los siguientes términos:

Solo el entusiasta permanece vivo hasta la vejez: los demás, cuando no han nacido mortinatos -como la mayoría de la gente- mueren prematuramente. Nada más raro que un verdadero entusiasta... [...] Su vida ignora lo trágico, pues el entusiasmo constituye la única forma de existencia que es enteramente opaca al sentimiento de la muerte [...]. Mi admiración sin límites por los entusiastas proviene de mi incapacidad para comprender su existencia en un mundo donde la muerte, la nada, la tristeza y la desesperación componen un séquito siniestro. (Cioran 2009 133-134)

Al criticar esta forma de optimismo, no se pretende inclinar la reflexión a una especie de fatalismo insalvable, pues reconocemos que sentir el paroxismo del sentimiento de muerte plenamente exacerbado, actuando en todos y cada uno de los momentos de la vida, resulta imposible, insoportable e impensable. Solamente habría un sentimiento o intuición que podría tener tal insistencia o grado de inseparabilidad respecto de la visión del hombre ante el mundo: el tedio o hastío. Si bien se relaciona con el sentimiento de muerte, en especial, en la forma vital del agotamiento, carencia de ilusiones y pérdida de la seguridad en un sustrato metafísico que sostenga la existencia, no pretendemos tratarlo en este momento.

El optimismo frente a la vida parece dotar de una estrategia mágica a sus detentadores, ya que:

[...] impugna y refuta todo lo negativo, todo lo que posea una esencia demoníaca en la dialéctica de la vida. Quien goza de este tipo de sensibilidad no comprende en absoluto las grandes realizaciones dolorosas, no entiende la miseria, el destino y la muerte. (Cioran 2009 122)

O, cuando menos, no las asume como instancias inscritas en lo más profundo de la estructura ontológica de la realidad, siempre presentes y destructoras en nuestra constitución como seres vivientes.

Existen, además, seres humanos conscientes del sentimiento de la muerte, pero como efecto de ver cernirse sobre ellos la corrupción material en toda su fuerza y de manera constante: los enfermos. Se trata de aquellos "privilegiados", situados por Cioran en un lugar intermedio entre los optimistas felices y los pobres diablos que padecen del sentimiento de la muerte. Cioran califica a los enfermos como sabios del sufrimiento -de manera similar a Nietzsche-, como los grandes especialistas de la agonía.4 Derivado de este parecer, el hecho mismo de la enfermedad adquiere galas gnoseológicas,5 en la medida en que: Si las enfermedades tienen una misión filosófica, esta no puede consistir más que en mostrar lo frágil que es el sueño de una vida realizada. La enfermedad convierte la muerte en algo siempre presente; los sufrimientos nos unen a realidades metafísicas que una persona normal y con buena salud no comprenderá nunca. (Cioran 2009 48)

Es menester confesar que el sentimiento de muerte más puro que puede existir no es de los enfermos crónicos, sino el de los individuos que, aun gozando de una relativa buena salud, sienten el avance de la muerte al tiempo que decaen sus fuerzas vitales. No hay nada mejor para esta afección de la muerte que somos que sentirla en la cúspide de nuestros estados existenciales. Esto recuerda una tremenda cita del rumano: "Sentimiento análogo al que experimentan los amantes cuando, en el summum de su dicha, surge ante ellos, fugitiva pero intensamente,

la imagen de la muerte" (Cioran 2009 14). El hecho de sentir en los ofrecimientos de la vida el límite que a ellos impone el sentimiento de la muerte, pone de manifiesto el poder de esta pasión que atraviesa el alma y crispa la conciencia.

Pero, como hemos venido mencionando, no todos los humanos parecen estar facultados para el reconocimiento de tal esencialidad; de ahí la diferencia irreductible que separa desmesuradamente, en diferentes órdenes opuestos entre sí, al individuo que posee la experiencia del sentimiento de muerte de aquel que no lo tiene.

Los dos mueren; pero uno ignora su muerte, el otro la sabe; el uno no muere más que un instante, el otro no cesa de morir; [...] inconciliables, sufren el mismo destino [...]. El uno vive como si fuera eterno; el otro piensa continuamente en su eternidad y la niega en cada pensamiento. (Cioran 1997 39)

Este último tiene delante de sí algo que nace de sí mismo, algo que somos todos los seres humanos; realidad incomprensible para otros y solo constatable en las honduras interiores, como la dimensión más íntima de los seres vivientes, que puede padecerse en todo instante aun cuando no sepamos determinarla. Esa inquietud es el sentimiento de la muerte. Sin embargo, como un punto de crítica a lo anotado hasta ahora, Jankélévitch acierta cuando sintetiza, con algo de sorna, ciertas perspectivas del sentimiento de muerte propugnado por Cioran:

Aquel que vive muriendo, o que se pasa toda la vida muriendo, desactiva sin duda el instante supremo, pero no conocerá de hecho ni la vida ni la muerte; conocerá más bien una mescolanza de muerte y vida, una papilla informe, un estado neutro e intermedio que es el del muerto viviente o el del viviente medio muerto: la muerte ya no es el límite que exalta una vida intensa; la muerte es el vacío intrínseco que enrarece la densidad del devenir, [...]; el hombre ni-vivo-ni-muerto está reducido al estado de cadáver ambulante. (Jankélévitch 420)

No podría tener más razón. El asunto es que Jankélévitch parece ser uno de los optimistas, aunque sirve de gran utilidad a las presentes reflexiones: somos cadáveres ambulantes, muertos vivientes o vivientes mortinatos. Finalmente, de cara a la inevitabilidad de la muerte, a la que no solo nos dirigimos, sino que va desarrollándose en nosotros, aparece la -para muchos- amarga tentación de morir definitivamente, dejar de dar largas y consumar el desarrollo de nuestra destrucción. Sin embargo, ya hemos denostado la relación necesaria entre sentimiento de muerte y suicidio, a la que subsiste una especie de deseo de morir; pasión poco frecuente y contradictoria con nuestro propio instinto de conservación, que es asimilada por Cioran, atendiendo a la siguiente consideración:

La muerte es la única obsesión que no puede volverse voluptuosa: incluso cuando la deseamos, ese deseo va acompañado de un arrepentimiento implícito. Quiero morir, pero lamento quererlo: eso es lo que sienten todos aquellos que se abandonan a la nada. El sentimiento más perverso que existe es el sentimiento de la muerte. (Cioran 2009 35)

¿En qué radicaría, entonces, tal perversidad del sentimiento de muerte? En hacernos claro y presente el padecimiento de ir muriendo, se respondería, y además, de acuerdo con la idea del deseo de morir, en toda su radicalidad. Este tipo de sensación, no muy extendida, bien puede ejemplificarse con la referencia de Marcuse a Novalis: "La queja más dulce provenía de Novalis que añadió, a la feliz noticia de su segundo compromiso, 'parece que me espera una vida muy interesante. Sin embargo, francamente preferiría estar muerto'" (153).

A modo de conclusión

Ni Leibniz, ni Kant, ni Hegel nos pueden ya prestar ayuda. Hemos venido con nuestra propia muerte ante las puertas de la filosofía...

CIORAN, Breviario de podredumbre, 73

Hasta aquí hemos visto cómo se desgarran la conciencia y la vida de una persona que ha intuido la muerte como parte fundamental de su constitución como viviente. Hecho que, por sí mismo, es capaz de anular el impulso vital en cualquiera, más cuando se desarrolla bajo la forma de un agotamiento existencial que arrasa toda ilusión en su proceder agónico. No obstante, debe recordarse la forma en que inició este escrito, enmarcando el sentimiento de muerte dentro de un espacio más general de representación de lo vital: lo trágico de la vida, que puede servirnos de estrategia de lucha contra la aniquilación que protagonizamos. Esta connotación dual del sentimiento de muerte, la ha expresado muy bien May cuando dice:

Ver esas dos caras de la muerte es, creo, empezar a reflexionar sobre ella. La muerte es algo trágico, arbitrario y sin sentido. Pero al mismo tiempo, debido a la forma particular en que es trágica, arbitraria y sin sentido, puede abrirnos a una plenitud vital que sin ella no sería posible. (15)

Diferimos con este autor norteamericano en lo tocante a las posibilidades de plenitud vital que ofrece el sentimiento de la muerte, pero aceptamos el enfrentamiento con las limitaciones que su padecimiento nos impone. El análisis puede concentrarse en dos posibilidades, una de carácter intelectual y otra de carácter poético. La primera utilidad existencial del sentimiento de muerte bien podría denominarse cualidad gnoseológica, pero hemos preferido apelar al sentido de lectura interior, que se deriva de la palabra intelectual. Hemos venido con nuestra propia muerte a las puertas de la filosofía, nos decía el epígrafe; de lo que puede inferirse que es la muerte nuestro principal tema de reflexión, porque, luego de agotar la búsqueda de verdades en el mundo exterior, la mayor verdad, la certeza definitiva radica en el hecho de nuestro morir. Solo que esta verdad nuestra nos ha dejado desilusionados, pétreos en el reconocimiento de nuestra fatalidad, y ya ni siquiera el arte de los grandes maestros de la tradición puede socorrernos. Así pues, es perentorio hacer de nuestra limitación nuestro objeto de estudio; de modo que:

No tiene sentido meditar sobre la muerte si no es para agotarla, para hacerla exterior. Tan profundamente te has sumergido en ella, que la solución de su misterio se te ha vuelto indiferente; su infinitud, inexpresiva; su eternidad, insulsa. Haz de la aversión a la muerte instrumento de su debilitamiento y del miedo a ella un entusiasmo absurdo. Huye de la sabiduría, porque no existe otra sabiduría que la de la muerte. Y cuanto más sabio se es, más se mira la vida a través del prisma de la muerte. (Cioran 1996 179).

Y precisamente, al entender que tal agotamiento es un volcarse sin límites a la consideración de un problema, puede entonces esclarecerse la noción del sentimiento de muerte como límite de las realizaciones y potencialidades ontológicas del ser humano palpitando dentro de él mismo. Así, todas las limitaciones fenoménicas y espirituales, amparadas consustancialmente dentro de este particular sentimiento de muerte, muestran que debemos volcarnos sobre las honduras de lo indescifrable. Es un estar dedicado al pensamiento de lo irresoluble, es dilucidar sobre lo irremediable. Del mismo modo lo exhorta el rumano:

La profundidad de un pensamiento está en función del riesgo que corre [...]. Reservémonos solo las cuestiones arduas, irresolubles y últimas. Los profesores responderán a las otras... Si la vida, el sufrimiento, la muerte, el destino o la enfermedad se resolvieran, o si los agotáramos en la comprensión, ¿tendría sentido aún seguir pensando?6 (Cioran 1996 78-79)

En este panorama, nos queda el enfrentamiento con la vida y con la muerte; lucha que no podremos ganar y que, aun así, debemos emprender. He aquí el dramatismo trágico de la existencia humana, la razón del heroísmo, pues requiere una enorme valentía, una vez experimentado el sentimiento de muerte, mantenerse en la vida conjugando el propio destino; reconociéndose como condenado a morir viviendo, o lo que sería más propio, vivir muriendo, o incluso, para ser más exactos e implacables, morir muriendo. Por esto, la raíz del verdadero héroe trágico se halla en el hecho de que este

[...] combate y muere en nombre de su destino, no en nombre de una creencia. Su existencia elimina toda idea de escapatoria; los caminos que no le llevan a la muerte le resultan callejones sin salida [...]. Puesto que la fatalidad es su savia, cualquier escapatoria no podría ser más que una infidelidad a su perdición. Por eso el hombre del destino no se convierte nunca a ninguna creencia, fuera la que fuese; equivocaría su fin [...] su propia historia es su único absoluto, como su voluntad de tragedia su único deseo. (Cioran 1997 141)

Luego de descifrar la muerte que deambula en nuestros huesos, solo nos queda la reflexión continua y el heroísmo: pensar y tener frente a la conciencia y al sentimiento aquello que nos consume; seguir viviendo aunados a la depuración de nuestra muerte. Ya hemos dicho con recurrencia que considerar la muerte como realidad aparte, contraria sustancialmente y desgajada de la vida, es un error de apreciación, o de intuición, se diría. Así pues: "El sentimiento interior de la muerte resulta fecundo a condición de que nos permita dar profundidad a los actos de la vida. Esa relación hace que esta pierda su pureza y encanto, pero gana infinitamente en profundidad" (Cioran 1996 73). A pesar de esta ganancia, nos seguimos inquiriendo en el decurso incomprensible de la existencia, en este escenario irremediable de nuestra perdición, con un sentimiento lastimero: "¿Superará el hombre algún día el golpe mortal que le ha dado... la vida?" (Cioran 2007 133). No estamos en facultad de responder esta cuestión fundamental; por ello, consideramos que la mejor manera de cerrar estas cavilaciones -la única, de hecho-corresponde a las maravillosas líneas del poeta Julio Flórez quien, fiel a su inspiración, colma el alma con una última y preciosa descripción del sentimiento de muerte:

Resurrecciones

Algo se muere en mí todos los días;

la hora que se aleja me arrebata,

del tiempo en la insonora catarata,

salud, amor, ensueños y alegrías.

Al evocar las ilusiones mías,

pienso: ¡Yo, no soy yo! ¿Por qué, insensata,

la misma vida con su soplo mata

mi antiguo ser, tras lentas agonías?

Soy un extraño ante mis propios ojos,

un nuevo soñador, un peregrino

que ayer pisaba flores y hoy... abrojos.

Y en todo instante es tal mi desconcierto,

que, ante mi muerte próxima, imagino

que muchas veces en la vida... he muerto.

(Flórez 1982 46-47)

Bibliografía

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7Cómo citar este artículo: MLA: Aldana-Piñeros, A. y Garzón-Pascagaza, E. G. "El sentimiento de muerte como límite existencial en la obra de E.M. Cioran." Ideas y Valores 66.163 (2017): 311-331. APA: Aldana-Piñeros, A. y Garzón-Pascagaza, E. G. (2017). El sentimiento de muerte como límite existencial en la obra de E.M. Cioran. Ideas y Valores, 66 (163), 311-331. CHICAGO: Alexander Aldana-Piñeros y Edgar-Javier Garzón-Pascagaza. "El sentimiento de muerte como límite existencial en la obra de E.M. Cioran." Ideas y Valores 66, n.° 163 (2017): 311-331.

1 Esta última alusión se exceptúa, claro, en el caso del suicidio, aunque este es un tema que será dejado a un lado, puesto que su vinculación directa como consecuencia inevitable del sentimiento de muerte es, cuando menos, discutible. Para alentar esta exclusión, basten, por ahora, las siguientes consignas del autor: "¿Por qué yo no me suicido? Porque la muerte me repugna tanto como la vida. No tengo la mínima idea de por qué me encuentro en este mundo" (Cioran 2009 97). Y tampoco por qué debo dejarlo, debió añadir el rumano. Sin embargo, fiel a su estilo contradictorio, después parece hacer una concesión a la idea del suicidio: "Vivo únicamente porque puedo morir cuando quiera: sin la idea del suicidio, hace tiempo que me hubiera matado" (Cioran 2007 71).

2 Para un desarrollo más amplio de estas intuiciones de Cioran ver Aldana Piñeros (2014a).

3 También reconocemos una buena connotación de la mortalidad en la siguiente descrip ción: "y eso es lo que llamamos humanidad o, como decían los griegos, los mortales, no los que van a morir -los animales también mueren-, sino los que saben que van a morir, sin saber por ello lo que eso quiere decir y sin poder dejar de pensar en ello" (Comte-Sponville 2013 166-167).

4 Esta denominación es tomada de la obra La tentación de existir, en la que Cioran, al comentar ciertos aspectos de la enfermedad, establece una interesante referencia -no sin ironía- a las formas de morir con honor y dignidad en la Francia de Luis XIV (segunda mitad del siglo xvii hasta los primeros años del XVIII), asociadas a ciertas prácticas religiosas del catolicismo, pero sobre todo para guardar las apariencias y buenas maneras incluso en el momento definitivo. Así termina con tal exposición: "Ni siquiera los libertinos renunciaban a extinguirse convenientemente, hasta tal punto su respeto a la opinión prevalecía sobre lo irreparable, hasta tal punto seguían los usos de una época en la que morir significaba para el hombre renunciar a su soledad, desfilar por última vez, y en la que los franceses eran, entre todos, los grandes especialistas de la agonía" (Cioran 2002 243).

5 En casi todas sus obras, Cioran parece inclinarse en la dirección de Nietzsche, al con ceder aspectos de sabiduría a la enfermedad, pues esta abre la reflexión a regiones de pensamiento y comprensión de sí mismo y de la realidad que un sano no podría tener. A pesar de la condición intermitente de ser un enfermo y de poder reconocer que, efectivamente, abre derroteros de reflexión inusitados, este aspecto siempre resulta deleznable, por la simple idea de querer hallar consuelo, gnoseológico o moral, en el hecho de estar consumiéndose, de estar maldito.

6 La misma idea, aunque tratando de hallar una especie de equilibrio, es expresada así: "Al final hay que morir y es el único fin del que podemos estar seguros. Pensar cons tantemente en ello sería pensar demasiado. En cambio, no pensar nunca en ello sería renunciar a pensar" (Comte-Sponville 2013 168).

Recibido: 06 de Mayo de 2016; Aprobado: 25 de Julio de 2016

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