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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.68 no.169 Bogotá Jan./Apr. 2019

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v68n169.63303 

Artículos

NOTAS PARA UNA CARACTERIZACIÓN DEL FASCISMO

NOTES FOR A CHARACTERIZATION OF FASCISM

NIKLAS BORNHAUSER* 

DANIEL LORCA** 

* Universidad Andrés Bello - Santiago - Chile. nbornhauser@unab.cl

** Universidad Andrés Bello - Santiago - Chile. dlorca@unab.cl


RESUMEN

En el contexto de una casi total discordancia de planteamientos y de una falta de definición unitaria o coherente, se busca precisar el término "fascismo". A partir de su papel económico-político, del lugar que el racismo y el nacionalismo ocupan en él, así como del carácter conservador y de clausura social que propone, se pretende lograr una caracterización de este fenómeno político. Sin pretensiones de elaborar una definición enciclopédica, se establecen unas coordenadas analíticas que permitan situar este problema en la articulación teórica de elementos que se encontraban dispersos.

Palabras clave: fascismo; racismo; nacionalismo

ABSTRACT

In view of the almost total disagreement among positions and the lack of a unified or coherent definition, the article attempts to specify what is meant by "fascism". It seeks to characterize this political phenomenon on the basis of its economic-political role, the place it assigns to racism and nationalism, and its conservative nature leading to a closed society. While the article does not aim at arriving at an encyclopedic definition, it does establish some analytical guidelines that make it possible to situate the issue through a theoretical articulation of formerly scattered elements.

Keywords: fascism; racism; nationalism

Introducción

Desde las más diversas perspectivas, disciplinas e intereses se han escrito innumerables páginas sobre el problema del fascismo, aunque no por ello estaríamos muy seguros de afirmar que se haya avanzado demasiado en la delimitación y comprensión del fenómeno. Más allá del sinnúmero de preguntas que suscita esta interpretación parcial del fascismo, recubierta por una espesa niebla, es posible constatar que sigue operando como un motor suficiente para la reflexión, aunque esta, las más de las veces, no logre ser más que fragmentaria. Efectivamente, existe toda una plétora de elementos que han caracterizado, con mayor o menor fortuna, al fascismo tanto en el plano discursivo como en cuanto a sus prácticas y políticas concretas, pero incluso en el terreno que se pretende meramente descriptivo son manifiestas y flagrantes las contradicciones entre las lecturas de los distintos autores que se abocaron a su análisis (cf. Mason).

De igual modo, un problema idéntico, como resulta comprensible, ocurre con los intentos por definir las causas y consecuencias -históricas, económicas y políticas, entre otras- del fascismo, así como por establecer sus alcances. Si se consulta el debate contemporáneo, no sabríamos decir con certeza si el fascismo es un fenómeno o un acontecimiento históricamente acotado al caso italiano y apenas extensible al alemán -respecto del cual ya presenta diferencias- o si, por el contrario, constituye un modelo, una práctica, una ideología, una forma de gobierno o un proyecto político que tiene unos rasgos bien definidos y claramente delimitables en empresas análogas al caso de Italia y Alemania. En síntesis, más allá de la polisemia inherente a cada concepto y a su carácter necesariamente situado, transitorio y fugaz, hasta la actualidad se carece, más allá de lo estrictamente necesario y comprensible, de una delimitación conceptual adecuada para comprender o para poner a trabajar reflexivamente el fenómeno del fascismo, lo que conlleva una innecesaria y nociva disolución de las significaciones del término, y hace que quede reducido más a un adjetivo, a un insulto incluso, que a algún concepto susceptible de tener mayor contenido. Esta situación ha llevado a que algunos incluso lo hayan propuesto como "el más vago de los términos políticos contemporáneos" (Payne 4).

Para abordar el problema de modo pormenorizado y evitar caer en las mentadas generalizaciones y generalidades, es necesario considerar, del modo más prolijo posible, las dimensiones económica, política e histórica, a las que quisiéramos articular ciertos elementos psíquicos. Evidentemente, escapa a toda posibilidad la consideración íntegra y exhaustiva de cualquiera de estas dimensiones, por lo cual se considerará cada una de ellas de una forma en suma acotada, que procure avanzar hacia un plexo relacional que permita recortar el fenómeno en cuestión de una manera particular, que reúna elementos quizás incluso de sobra conocidos, pero que sean puestos en relación de un modo novedoso y de una forma que contribuya a la discusión del fascismo en la multiplicidad de las dimensiones en juego.

Según algunas reconstrucciones etimológicas devenidas hegemónicas (cf. Esposito; Wermke, Kunzel-Razum y Scholze-Stubenrecht; Wippermann), el término fascismo se deriva del latínfasds (haz o manojo) y remite a la idea de poder en la unión; este término correspondía a un símbolo de autoridad en el imperio romano, y fue tomado como emblema por las fasci di combatimento de donde surgirá el movimiento fascista. Este concepto de unión tan particular, que apunta a la idea de un cuerpo social -que produce una suerte de clausura social-, resulta central para comprender diversos aspectos del fascismo y, hasta cierto punto, engloba su definición; intentaremos a lo largo de estas líneas desarrollar los múltiples aspectos de esta noción. Sin duda, las diferencias entre las distintas formas de fascismo -como el nacionalsocialismo, el fascismo japonés o español- no impiden hablar en conjunto delfascismo. Los distintos autores que hemos abordado toman normalmente como referencia el caso italiano, por ser donde surgió el término, junto con el caso alemán; en ambos, el fascismo alcanzó su mayor desarrollo y se aprecia claramente como un fascismo de Estado (cf. Poulantzas 352-424).

Respecto de la ideología,Adorno y Horkheimer señalaban -en relación con el fascismo-que "la crítica ideológica, como confrontación de la ideología con su verdad íntima, es solo posible en la medida en que la ideología contenga un elemento de racionalidad con el cual la crítica pueda resarcirse" (Adorno y Horkheimer 191), lo que implica que la ideología, aunque es unafalsa conciencia que busca justificar o encubrir ciertas relaciones de dominación, contiene un núcleo de verdad y no es un simple engaño, una mentira o un absurdo: "y así sucede con ideas como las de liberalismo, individualismo, identidad entre lo espiritual y lo real. Sin embargo, quien se propusiese criticar por este camino la llamada ideología del nacionalsocialismo sería víctima de su propia ingenuidad" (ibd.). En opinión de estos autores,en el fascismo no existiría ninguna pretensión de verdad respecto de sus enunciaciones; empero, esto supone un grave problema a la hora de explicar cómo es posible que toda una sociedad se movilice frente a una mentira en bruto, para lo cual la estupidez o la infección psíquica no resultan ser explicaciones satisfactorias.1 Efectivamente, una parte de la Escuela de Frankfurt -Reich y Fromm- ya había hipostasiado el problema de las explicaciones psicologicistas, las cuales no aportaron mucho a la comprensión del fenómeno, sino que más bien establecieron el precedente de una serie de análisis basados en el individuo aislado y su peculiar naturaleza, que culminó con las teorías sobre el totalitarismo (cf. Laclau 89-164).

En 1977, Foucault señalaba que "la falta de análisis del fascismo es uno de los hechos políticos importantes de los últimos treinta años" (2010 246);2 esta consideración nos parece acertada y relevante, considerando el resurgimiento constante del fascismo en las sociedades contemporáneas -aunque tal vez en grupos aislados- o incluso el más solapado fascismo cotidiano que la mayoría de las veces padecemos diariamente sin darnos cuenta -ya como receptores, ya como preceptores-(cf. Foucault 1988). Sin duda la problemática del fascismo nos remite a la cuestión de la violencia y el odio en la sociedad, pero si bien, hasta cierto punto,estos son fenómenos insolubles y hacen parte de toda formación social, en el fascismo adoptan una forma y una lógica particulares, que los vuelven especialmente peligrosos.

Cierta tradición marxista, desde Gramsci hasta Laclau (cf Borón; Horkheimer; Laclau; Poulantzas), coincide, más allá de los matices analíticos, en ver en el fascismo un movimiento reaccionario que surge, en el contexto de las crisis cíclicas del capitalismo, como solución -casi podríamos decir solución de compromiso- frente a la avanzada del socialismo y el comunismo. Esta tradición identifica la alianza entre el fascismo y los intereses de los grandes capitales monopolistas (en la fase imperialista del capitalismo), a lo que se agrega que ideológicamente el fascismo logra sumar a su causa una extendida pequeño burguesía decadente -independiente del papel más o menos preponderante que se le asigne a este grupo o clase social-. El problema que suponen estos análisis, más allá de sus hallazgos y aciertos, es que niega, hasta cierto punto, el carácter original o radicalmente original del fenómeno fascista, pues lo identifica con una fórmula capitalista, entre otras, para resolver las crisis, en un plano de equivalencia con otras formas como el keynesianismo, el neoliberalismo, etc., es decir, cumpliendo una función similar. Esto es relativamente acertado, pues sobran ejemplos de cómo por la vía del fascismo se consolidó el capitalismo monopolista. El caso de las dictaduras latinoamericanas es ejemplar, pues en ellas el discurso fascista estuvo siempre al servicio de la construcción de un estado neoliberal; sin embargo, por esta misma razón, dichas formas de gobierno no pueden ser identificadas como fascismo de Estado (cf. Borón 41-61). El caso italiano y el alemán -paradigmas del fascismo-muestran que, paradójicamente, en esos países el fascismo quebró con la lógica capitalista (de la acumulación, de la libertad de comercio, etc.) y, de igual modo, no debemos olvidar que fue a través de una guerra como las grandes potencias capitalistas lograron frenar el avance del fascismo. Una de las hipótesis que intentaremos probar es que existe una oposición entre el fascismo y el capitalismo, aun cuando ambos tengan un sinnúmero de elementos comunes.

Lo afirmado arriba nos remite a ciertos aspectos centrales del fascismo (incluso sus verdaderos pilares) que seránanalizados en este trabajo, a saber, el racismo y el nacionalismo, que en todo caso, como han mostrado Balibar y Wallerstein, son elementos indisociables de la formación del Estado nación moderno y, por tanto, completamente solidarios del capitalismo; pero que en uno y otro caso (i.e. capitalismo o fascismo) dan la impresión de estar puestos al servicio de una lógica distinta.

Por su parte, el aspecto ideológico3 del fascismo nos remite a un discurso totalizante de la sociedad, que ofrece una forma de clausura social total,4 que pretende borrar todos los antagonismos y conflictos, para transformar la sociedad, con sus formas de relación mecánicas, no ya en una comunidad con sus vínculos orgánicos, sino en una especie de organismo (cf.Foucault 2010 56-57). Aquí encontramos otro punto de divergencia del fascismo con respecto al capitalismo -en el cual vemos además la insuficiencia del término totalitarismo-. Žižek ha señalado recientemente que, mientras que la ideología capitalista se nutre del conflicto y lo requiere, saliendo reforzada de cada crisis cíclica -que en la teoría marxista clásica suponían el colapso del sistema-, el fascismo, por su parte, busca dar una solución definitiva a la crisis -la solución final (Endlosung)- (cf. The Pervert's Guide to Ideology). Lo que nos encontramos en el fascismo es casi una antropología, por muy retorcida e incoherente que pueda parecer, que ofrece un concepto de hombre y sociedad bastante preciso -más allá de la maraña de absurdos, engaños y contradicciones-, que apunta a la definición básica del fascismo como unión; concepción que ve a la sociedad como un organismo (cf. Canguilhem 99-122), y que Foucault ha rastreado en el nacimiento de las disciplinas médicas, la gestión de las poblaciones y las guerras raciales (cf. 2010 85-109).

Nos interesa contribuir a la delimitación, lo suficientemente precisa, de un concepto de fascismo que, sin pretensiones enciclopédicas, pueda operar ciertas distinciones conceptuales y, de esta manera, se separe, por ejemplo, de términos ambiguos como el de totalitarismo, que tiende a borrar las diferencias entre el fascismo como tal y los socialismo reales (en particular, el estalinismo), operando más bien como un término ideológico que busca sostener discursivamente la democracia liberal capitalista (cf.Žižek 2001a 88-140). En último caso, no ha existido en la historia nada más totalitario que el capitalismo -razón por la cual, por ejemplo, Marcuse habla unas veces de Estado totalitario para referirse al fascismo (cf. 1970 42, 72-77) y de administración total para referirse al capitalismo, con lo que muestra una clara ambigüedad al respecto (cf. 1969 115-150)-.

El problema económico-político: la oposición entre el fascismo y el capitalismo

Como señalábamos más arriba, la tradición marxista tendió a interpretar el fenómeno del fascismo como una consecuencia directa, en el contexto de crisis económica, de la fase imperialista en que se hallaba el capitalismo, independientemente de los matices analíticos con que se lo trate (e.g. Borón, Laclau, Poulantzas). El fascismo se presentaba, entonces, como la fase más avanzada y brutal del imperialismo capitalista. Poulantzas planteará que el fascismo es una de las formas posibles del estado de excepción capitalista -además del bonapartismo y las dictaduras militares-, como manera de intervenir, en forma violenta y por fuera del aparato jurídico del Estado democrático burgués, sobre la crisis, con el fin de poder frenar la organización de las clases trabajadoras y, a la vez, asegurar la concentración del capital en monopolios. En esta perspectiva, el análisis de clase es central, y llevará a Poulantzas a sostener que el fascismo opera como ideología de la pequeña burguesía, pero que en realidad esta solo adapta la ideología de la clase dominante a sus intereses particulares, lo que permitiría una alianza entre ambas clases que aseguraría el ascenso del fascismo(cf. 288-301).

La anterior postura, con algunas diferencias, será mantenida por otros autores marxistas. Por ejemplo, Laclau considera que el análisis de Poulantzas, aunque acertado en plantear el problema, no lo es respecto de la solución que ofrece, pues el reduccionismo del análisis de clases -donde además Poulantzas oscila entre los criterios económico y político- no considera el aspecto transversal del fascismo en cuanto que ideología (cf. Laclau126-130). Así, lo decisivo del fenómeno, según Laclau, estaría dado por la capacidad del fascismo para articularse, en términos ideológicos, como interpelación popular-democrática, antes que como ideología que responde a los intereses específicos de la clase dominante y los sectores más conservadores de la sociedad (cf. ibd.). El problema que surge de la interpretación de Laclau, en nuestra opinión, es doble: por una parte, solo adquiere sentido en términos de lo que es su concepción de la ideología de raigambre gramsciana5 y, en segundo lugar, no tiene en cuenta suficientemente el elemento conservador. Evidentemente, el ascenso del fascismo no se comprende como victoria de una clase, sino como una movilización de amplios sectores sociales, pero ello no suprime el componente conservador, pues es perfectamente plausible que una sociedad reaccione en conjunto con-servadoramente frente al estado de crisis económica aguda a que había llegado el capitalismo.

A este respecto, las palabras de Borón permiten sintetizar este punto:

El Estado fascista se edificó sobre los escombros de una frustrada ofensiva revolucionaria de la clase obrera y sobre los hombros de una masiva movilización de la pequeña burguesía, que, arruinada y desplazada por la creciente concentración y monopolización de la economía capitalista, se constituyó en arrolladora fuerza social. El carácter reaccionario de esta violenta entrada en la escena política de las capas medias fue instrumentado por una burguesía monopólica, para la cual el Estado liberal se interponía como un serio obstáculo en su proceso de acumulación. (60)

Quisiéramos retener, del amplio espectro de estas derivas marxistas, lo relativo al carácter reaccionario -y, por ello, conservador- del fascismo, tanto en términos económicos como políticos. En este sentido, el fascismo surge como consecuencia directa de ciertas circunstancias históricas precisas, como son la aguda crisis económica y política del capitalismo en su fase imperialista, pero, a diferencia de las explicaciones antes referidas, el fascismo representa un fenómeno nuevo, y no solo un tipo más de estado de excepción capitalista. Si bien, como Poulantzas señala, "el fascismo constituye una forma de Estado y una forma de régimen límite del Estado capitalista" (57), es precisamente ese límite el que señala la formación de un nuevo Estado.6Así, si se comprende la intervención estatal del fascismo contra las "libertades" del capitalismo como una forma de estado de excepción, que es necesaria para la concentración del capital y los intereses de la burguesía, no se entiende bien, por una parte, cómo es que logra movilizar intereses económicos y políticos de sectores sociales contrapuestos -más allá de la alianza entre la burguesía y la pequeña burguesía- y, por otra, cómo entran en juego los fenómenos del nacionalismo y el racismo extremo, que en términos discursivos facilitan la cohesión de dichos grupos sociales, es decir, tienden a anular los conflictos de clase, a la vez que, por vía del exterminio sistemático, vulneran la lógica capitalista de la explotación.

Wallerstein ha mostrado consistentemente cómo el racismo y el sexismo -podríamos agregar aquí también el nacionalismo- devienen en contradicciones para el capitalismo. Por una parte, para romper con todo aquello que suponga un obstáculo -ya sea político o económico-para el desarrollo y expansión del capitalismo, es necesario proclamar el universalismo (igualdad de derechos, libertad individual, etc.):

La economía-mundo capitalista es un sistema basado en la acumulación continua de capital. Uno de los principales mecanismos que la hacen posible es la conversión de cualquier cosa en mercancía. Estas mercancías circulan en lo que llamamos mercado mundial en forma de productos, capital y fuerza de trabajo. Es de suponer que cuanto más libre sea la circulación, más activa será la mercantilización y, en consecuencia, todo lo que se oponga al movimiento está contraindicado en teoría. (Balibar y Wallerstein 53)

De esta manera, cualquier forma de particularismo -como el racismo, el nacionalismo o el sexismo- resulta un obstáculo para esta lógica de acumulación, puesto que "las relaciones sociales capitalistas son una forma de 'disolvente universal' que lo reduce todo a una forma de mercancía homogénea, cuyo único criterio de valoración es el dinero" (Balibar y Wallerstein 54). Al mismo tiempo, la lógica misma del racismo -así como también del nacionalismo y del sexismo- tiende a la segregación y expulsión del otro, llegando al extremo de la eliminación y la muerte, lo que se encuentra en oposición directa con dicha lógica de la acumulación:

Cuando expulsamos físicamente al otro, el entorno que pretendemos buscar gana en "pureza", pero es inevitable que al mismo tiempo perdamos algo. Perdemos la fuerza de trabajo de la persona expulsada y, por consiguiente, la contribución de esa persona a la creación de un excedente del que hubiéramos podido apropiarnos periódicamente. Para todos los sistemas históricos, esto representa una pérdida, particularmente grave cuando toda la estructura y la lógica del sistema se fundamentan en la acumulación continua de capital. (Balibar y Wallerstein 55)

Por otra parte, para un sistema capitalista en expansión, es necesario reducir al mínimo los costos de producción, lo que implica procurarse una fuerza de trabajo más barata y, a la vez, disminuir cualquier tipo de reivindicación de esta fuerza de trabajo. Para resolver esta dicotomía -entre la reducción del costo de producción y la tendencia a la acumulación-, el racismo opera como fórmula mágica, permitiendo obtener cada vez mano de obra más barata a través de lo que Wallerstein llama etnificación de la fuerza de trabajo, es decir, el racismo resulta plenamente solidario con el capitalismo, en la medida en que, al rebajar la condición de un grupo étnico en función de la raza -del sexo o la nación-, logra depreciar su mano de obra.7 Para que esto ocurra, es condición que dicho racismo sea un racismo "moderado" y no tienda a la destrucción del otro, sino solo a su desvalorización:

Sabemos lo que sucede cuando el racismo-sexismo va demasiado lejos. Los racistas pueden tratar de expulsar totalmente al grupo externo, ya sea rápidamente, como en el caso de la matanza de judíos por los nazis, ya con menor rapidez, como en el de la adopción de un apartheid total. Llevadas a tales extremos, estas doctrinas son irracionales y, por su irracionalidad, encuentran resistencias no solo en las víctimas, sino también en fuerzas económicas poderosas que no se oponen al racismo, sino al hecho de que se haya olvidado su objetivo original: una fuerza de trabajo etnificada, pero productiva. (Balibar y Wallerstein 59)

Esto no solo muestra la flagrante contradicción en que se encuentra el capitalismo -entre las pretensiones de universalismo y el racismo-, sino que además nos otorga elementos para pensar el fascismo precisamente a partir de su racismo y nacionalismo extremos, no ya como una forma de solución capitalista en el contexto de una crisis, sino más bien como un más allá del capitalismo, que los opone. Así, el fascismo revela su novedad solo en conflicto frente al capitalismo,8 lo que no implica que sea independiente de aquel, pero sí que no se confunda con este. Habría que agregar también que esta contradicción entre el capitalismo y el fascismo se expresa perfectamente en el antisemitismo nazi, que, en su caracterización del judío como origen del mal, lo llena a este de atributos y lo sitúa casi como causa del capitalismo (cf Žižek 2001a 61-87).

Al intentar separar al fascismo del capitalismo, vemos que se dibuja en el centro de la cuestión el problema del racismo y el nacionalismo; por medio de un tratamiento de este asunto, intentaremos mostrar cierta especificidad del fascismo y la función que cumplen el nacionalismo y el racismo en él.

La cuestión ideológica: racismo, nacionalismo e identidad

Balibar y Wallerstein interrogan principalmente el racismo y el nacionalismo, en el contexto del resurgimiento de dicha problemática dentro de la emergencia de grupos neonazis, neofascistas, neorracistas, etc., a mediados de los años ochenta del siglo pasado. Su estudio no está abocado al problema del fascismo sino de un modo tangencial; sin embargo, es precisamente en el desarrollo retrospectivo, que va desde el racismo contemporáneo hasta sus "orígenes" en la formación de los modernos Estados nación, donde podemos encontrar elementos que nos permitan pensar nuestro problema.

Balibar comienza señalando que el racismo solo secundariamente guarda relación con el tema de la raza entendida en términos biológicos;9 antes bien, son siempre rasgos culturales -o incluso psicológicos- los que, por vía de la naturalización, se inscriben en el discurso biológico de la raza:

Lo que se manifiesta aquí es que el naturalismo biológico o genético no es el único modo de naturalización de los comportamientos humanos y de las pertenencias sociales. A costa del abandono del modelo jerárquico, [...] la cultura puede funcionar también como una naturaleza, especialmente como una forma de encerrar a priori a los individuos y a los grupos en una genealogía, una determinación de origen inmutable e intangible. (Balibar y Wallerstein 38)

Tras analizar las oposiciones entre las distintas conceptualizaciones del racismo y las formas en que este se manifiesta, Balibar señala que no existe un racismo, sino unos racismos, que suponen una forma de relación social y una historia particulares. Así, la genealogía que ofrece el racismo opera como una manera de establecer una cierta identidad -volveremos sobre esto más adelante- y, a su vez, se ofrece como solución de continuidad entre el individuo y su cultura, pero también entre los "orígenes" y el presente, poniendo de manifiesto una función de memoria:

Al contrario de lo que postula uno de los enunciados más constantes de la propia ideología racista, no es la "raza" la que constituye una memoria biológica o psicológica de los hombres, es el racismo el que representa una de las formas más insistentes de la memoria histórica de las sociedades modernas. El racismo es lo que continúa operando la "fusión" imaginaria del pasado y de la actualidad en la que se despliega la percepción colectiva de la historia humana. (Balibar y Wallerstein 74)

El entramado de relaciones entre el racismo y el nacionalismo es complejo, pues si bien aparecen normalmente imbricados y frecuentemente se ha tratado de reducir el primero al segundo, Balibar señala que son independientes uno del otro, pero que tienden a complementarse en función de una reciprocidad de determinaciones -en este sentido, el racismo no es una simple expresión del nacionalismo- (cf. Balibar y Wallerstein 74). Lo anterior lleva a Balibar a indagar sobre la forma nación misma, pues en la constitución de los Estados nación modernos es donde se articulan el racismo y el nacionalismo en la manera como se presentan contemporáneamente, para dar lugar a lo que Balibar ha llamado etnicidad ficticia:

La ilusión es doble. Consiste en creer que las generaciones que se suceden durante siglos en un territorio más o menos estable, con una denominación más o menos unívoca, se transmiten una sustancia invariable. Consiste también en creer que esta evolución, cuyos aspectos seleccionamos retrospectivamente de forma que nos percibamos a nosotros mismos como su desenlace, era la única posible, representaba un destino. Proyecto y destino son las dos figuras simétricas de la ilusión de la identidad nacional. (Balibar y Wallerstein 136)

Es precisamente sobre este concepto de etnicidad ficticia donde se articulan el racismo y el nacionalismo para conformar la unidad de la forma nación -que, como señala Wallerstein, está en casi todos los casos precedida por la formación del Estado (cf. 127)- y proveer, de esta manera, una identidad tanto al individuo como al grupo, generando la ilusión del cuerpo social (cf.Foucault 2010 43-53). En este sentido, la cuestión del racismo y el nacionalismo no es propia del fascismo, sino que cumple una función antropológica que, aunque hasta cierto punto no varía en el tiempo -es decir, toda sociedad intenta de diversas maneras trazar fronteras entre sí y los otros-, adquiere un carácter particular en términos históricos, y se vincula, como hemos dicho, a la formación del Estadonación moderno, que consiste en trazar límites, temporales y espaciales que provean cierta cohesión cultural, racial y nacional, a un Estado en formación, que hace aparecer a la nación como su origen, pero que es solo una proyección retroactiva de una unidad que en la realidad no existía.

Balibar analiza acertadamente los vínculos entre la emergencia del racismo y las crisis (política y económica), señalando que, en realidad, fuera de toda interpretación mecánica y lineal, el racismo no surge de la crisis, sino que en ella simplemente se agudiza un racismo que está siempre presente -lo mismo vale aquí para el nacionalismo (cf. Balibar y Wallerstein 335-351)-. Entonces, ¿cómo entender los vínculos entre, por un lado, el fascismo y, por otro, el nacionalismo y el racismo, en la medida en que antes hemos señalado que el fascismo surge de manera reaccionaria frente a la crisis? Si bien el racismo y nacionalismo no son propios del fascismo -por el contrario, pueden llegar a ser solidarios del capitalismo mientras se mantengan a raya-, el fascismo se apropia de ellos como fundamento de su empresa de dominación total.

Así pues, tal como señala Balibar, el racismo y el nacionalismo son problemáticas que atraviesan a la sociedad y no reconocen clase, es decir, se encuentran presentes en las distintas clases sociales, más allá de las luchas y contradicciones entre ellas; por lo que su sustrato se encuentra en una disposición más de carácter antropológico que político, pero que históricamente se articula de manera políticamente determinada (cf. Balibar y Wallerstein 31-48). Entonces, lo que tenemos es que la adhesión al fascismo -al menos en el caso alemán e italiano (cf. Schieder)- se soporta precisamente en ese elemento racista y nacionalista, que literalmente cohesiona, fragua, los distintos grupos en conflicto en una unidad. Es importante señalar aquí que, a diferencia de los proyectos comunistas, que buscan la superación de la contradicción de clases a través del conflicto, para culminar en una sociedad sin clases, el fascismo tiende más bien a osificar las clases en jerarquías casi estamentarias, pero sin conflicto entre ellas, cohesionadas en torno a la nación y la raza, y por consiguiente agrupadas alrededor de su odio al extranjero, al invasor, al enemigo, al Otro, que, según Žižek, siempre aparece como socavando el cuerpo social (cf. 2001a 229-256).

De esta manera, Balibar desplaza la cuestión del racismo y el nacionalismo desde la etnicidad ficticia a la identidad. En este sentido, a través de una crítica a la noción de identidad y su ambigüedad, este autor va a dar paso a la noción de identificaciones, para recalcar la función de los nacionalismos y los racismos precisamente en la conformación de esa identidad ambigua, individual o colectiva. De esta manera, si en condiciones "normales", como señala Balibar, las instituciones no logran fijar el desplazamiento constante de las identificaciones en una identidad, la combinación que provee el fascismo de racismo y nacionalismo, acompañada de un proyecto de fortalecimiento del Estado en torno a esos elementos, logra hasta cierto punto esa función de fijar las identificaciones en identidad, a la manera de la hegemonía. Más que la pregunta habitual sobre el carácter más o menos patológico de individuos que producen y se adhieren al fascismo, habría que interrogar cuáles son las estructuras o condiciones normales que lo soportan, pues es allí donde se juega el fascismo cotidiano o la banalidad del mal. En este sentido, lo que se sugiere, desde los análisis de Balibar, es que el racismo y el nacionalismo operan como modos de individuación y subjetivación que el individuo requiere, con tal de sostenerse en su comunidad, cuando esta posee la forma Estado nación, de estas identificaciones y ficciones para pertenecer a ella y que a su vez le pertenezca.

Si el racismo y el nacionalismo se entretejen como telón de fondo de la construcción de la identidad en todo momento, no resulta tan sorprendente que, en el contexto de una aguda crisis económica y política, sean estos los elementos subyacentes que pueden reforzar al Estado nación y viabilizan el fascismo como expresión reaccionaria y conservadora, fundamentalmente de rechazo a la sociedad capitalista -y a su alternativa comunista o socialista- y al liberalismo, permitiendo la cohesión social en torno de los elementos de la raza y la nación.

Así, la imagen de la sociedad que provee el fascismo es la de una totalidad orgánica completamente jerarquizada y vaciada de conflicto, una sociedad que hace cuerpo y se representa a sí misma como un organismo donde cada parte cumple su función armónicamente y genera, de este modo, la clausura social.

La dimensión psíquica y antropológica: la clausura social

Desde Freud (1992a), el psicoanálisisha situado la cuestión de la violencia -o de la agresividad-comoinmanente respecto de la relación entre el sujeto y la cultura. La noción de pulsión -en especial, la pulsión de muerte- remite precisamente a la elaboración de aquella dimensión humana que tiende a la destrucción: del sujeto mismo y del otro, así como también de la cultura y el lazo social. Una de las funciones de la cultura es la de encausar las pulsiones, pero estas en última instancia resultan refractarias de todo intento de domesticación. Esta perspectiva, que sitúa la violencia como algo estructural, ha dado paso a ciertas nociones antropológicas que tienden a situar estas disposiciones psíquicas estructurales como causa última de los fenómenos de destrucción -como el fascismo, entre otros-. Sin pretender negar aquella dimensión, dicho reduccionismo psicoantropológico no aporta mucho para situar las coordenadas específicas del problema del fascismo -tendiendo a borrar las dimensiones históricas, políticas y económicas que entran en juego-. Castoriadis ha planeado como raíz de dicha violencia, por una parte, "la tendencia fundamental de la psique de rechazar (y, por lo tanto, de odiar) todo lo que no es ella misma" (183) y, por otra, "la cuasi necesidad de la clausura de la institución social y las significaciones imaginarias que acarrea" (id. 184). Más allá de la significación particular que adquieren estos términos en el edificio conceptual de Castoriadis,10 dichos elementos nos permiten abordar el problema del fascismo.

El rechazo de la psique hacia la alteridad, según Castoriadis, sería una tendencia a mantener su unidad original perdida, que por la vía de la búsqueda de sentidointenta suturar esta fractura. Es precisamente la institución social la que provee dichas representaciones que dan sentido a la psique, y por tanto el rechazo de la psique hacia lo extraño es derivado hacia el plano social en un rechazo de lo extranjero a la propia cultura; a eso es a lo que apunta entonces la idea de clausura:

Existe aquí una conjunción fatal. Las tendencias destructivas de los individuos se conjugan admirablemente con la necesidad casi total por parte de la institución social de clausurarse, de reforzar la posición de sus propias leyes, valores, reglas, significaciones como únicas en su excelencia y en sus verdades, a través de la afirmación de que las leyes, las creencias, los dioses, las normas, las costumbres de los otros son inferiores, falsas, malas, asquerosas, abominables, diabólicas. Y esto, a su vez, está en completa armonía con las necesidades de la organización identificatoria de la psique del individuo. (Castoriadis 192)

Si llevamos esto al plano del fascismo, como explicación resulta efectivamente poco idóneo, pues en nada discrimina sobre las infinitas maneras que adopta la violencia en la historia, ni sobre las condiciones políticas y económicas que están asociadas a aquel. Pero nos interesa retener el hecho, por una parte, del inagotable reservorio de odio -en palabras de Castoriadis- que moviliza la institución social (la cultura) y, por otra, la idea misma de clausura a la que hemos apuntado hasta aquí (cf. 183-184). Si aceptamos la hipótesis psicoanalítica de la circulación constante de la pulsión de muerte en toda formación cultural, específicamente bajo la forma del odio, no resulta difícil ver los alcances que esto tiene cuando se pone al servicio del racismo y el nacionalismo. Si la crisis profunda que gatilla la emergencia del fascismo impacta, entre otras cosas, en la desarticulación de las instituciones sociales, el discurso fascista intenta restituir, a través de la raza y la nación, la supuesta unidad (psíquica y social) fracturada.11

Más allá de estas invariantes antropológicas, vemos que en el fascismo la noción misma de clausura adquiere un sentido particular. Tal como señala Foucault, la guerra de razas en la Europa del siglo xvii, que desemboca en el racismo biológico, va a marcar una tendencia que va de hacer la guerra al otro, a la otra raza, con vistas a la depuración de la propia raza y el cuerpo social de los cuerpos extraños (cf. 2010 6166). La clausura social, entonces, adquiere la forma del cuerpo social, es decir, una representación de la sociedad que busca no solo restituir los vínculos orgánicos perdidos por la modernidad, sino que considera que la sociedad misma es un organismo, un cuerpo social. Ya Canguilhem había llamado la atención sobre la tendencia a comparar el organismo -y sus modos de regulacióncon la sociedad, no como una metáfora inocua, sino para extraer desde allí prácticas políticas amparadas en las ciencias biológicas y médicas. De esta manera, como en la concepción ontológica de la enfermedad -que en su versión moderna se corresponde con la bacteriología-, donde esta es producida por un agente que se introduce en el cuerpo, la enfermedad del cuerpo social debe remediarse mediante el exterminio de estos cuerpos extraños:™

Lo propio de un organismo es vivir como un todo y no poder vivir sino como un todo. Lo que hace esto posible es la existencia en el organismo de un conjunto de dispositivos o mecanismos de regulación, cuyo efecto consiste precisamente en el mantenimiento de esa integridad, en la persistencia del organismo como todo. (Canguilhem 108)

Esta definición de organismo aportada por Canguilhem no se aparta demasiado de la concepción de sociedad presente en el fascismo y nos da un sentido preciso de cómo opera en este caso la clausura social:

La muerte del otro no es simplemente mi vida, considerada como mi seguridad personal; la muerte del otro, la muerte de la mala raza, de la raza inferior (o del degenerado o el anormal), es lo que va a hacer que la vida en general sea más sana; más sana y más pura. (Foucault 2010231)

De acuerdo con Foucault, para poder ejercer el poder soberano de la muerte, en el contexto del biopoder, el recurso al discurso de la raza es indispensable, pues opera como justificación de la defensa de la vida, a través de la administración del cuerpo individual y del cuerpo social bajo la forma de la población, es decir, como conjunto de elementos biológicos que son tratados de manera homogénea y global.12

Sin embargo, tal como sugiere Žižek, no es solo el componente organicista conservador sino, más bien, una combinación de este con el despliegue de tecnologías propio de la modernización lo que se traduce, sin duda, en la perfección de los dispositivos de persecución y extermino del otro:

La contradicción ideológica fundamental del fascismo se plantea entre el organicismo y el mecanicismo: entre la visión estetizada corporativista-orgánica del cuerpo social, y la extrema tecnologización, movilización, destrucción, aniquilación de los últimos vestigios de las comunidades "orgánicas" (las familias, las universidades, las tradiciones locales de autogestión) en el nivel de las microprácticas reales del ejercicio del poder. En el fascismo, la ideología corporativa organicista estetizada es entonces la forma misma de una movilización tecnológica sin precedentes de la sociedad, que destruye los vínculos "orgánicos"[...] lo que define al fascismo es precisamente una combinación específica de corporativismo organicista con un impulso implacable de modernización. (2001b 200)

Si consideramos esto a la luz de las hipótesis que hemos desarrollado, más que una contradicción, pareciera haber una alianza por medio de la cual la tecnología se pone al servicio de la suplencia de los mecanismos reguladores que el organismo posee, pero de los cuales la sociedad adolece (cf. Canguilhem 54-58, 108-120).

Finalmente, esta antropología regresiva, bajo la forma de una clausura social total, es una forma de articulación de ciertos elementos estructurales (el odio y la violencia, por ejemplo) con otros económicos y políticos situados históricamente (racismo, nacionalismo, el papel de la crisis), lo que provee el elemento de cohesión social y adhesión a una formación social por completo monolítica; la forma de cuerpo social nos devuelve al fascis latino, a esa noción de unión y poder,13 que vacía al cuerpo social de conflicto con la condición de proyectarlo sobre un enemigo que debe ser eliminado.

Conclusiones

Hemos transitado, en nuestra interrogación por el fascismo, desde el problema económico-político que lo sitúa en oposición al capitalismo, pasando por el papel que desempeñan el racismo y el nacionalismo en la constitución de una etnicidad ficticia y una identidad, para finalmente abordar los elementos antropológicos y psíquicos subyacentes que sostienen una cuasi antropología fascista que apunta a la construcción de un cuerpo y una clausura social. Intentamos sortear así la dificultad para deslindar una definición de fascismo, sobre todo en relación con el conjunto de totalitarismos, y mostrar cómo se articulan en aquel, de manera específica, elementos que no le son exclusivos, pero que en ese particular conjunto revelan hasta cierto punto la originalidad del fenómeno. El carácter reaccionario y conservador del fascismo, que hemos tratado de sostener a lo largo de este escrito, no implica que aquel sea una forma de retroceso histórico, pues sus condiciones de emergencia van ligadas a cierto punto específico del desarrollo del capitalismo, y a un contexto político de confrontación entre este y las alternativas "comunistas"; el fascismo ocupa en esta confrontación un lugar de "alternativa". Si bien busca restituir un modelo de sociedad jerárquica destruido por el capitalismo, dicho modelo vaciado de conflicto nunca existió en la realidad, y he ahí una de las ilusiones que se ponen en juego, movilizando las disposiciones conservadoras psíquicas y antropológicas de los individuos, de una manera transversal a la lucha de clases.

El racismo y el nacionalismo, en cuanto que modos de individuación y subjetivación, constituyen el soporte para la emergencia del fascismo. Este se apropia de dichos elementos para reconducir las tendencias destructivas hacia un afuera -ficticio y ambiguo, por lo demás-, que se traduce en la temática cuasi delirante de la depuración de la raza y la nación, y su consiguiente odio y exterminio del extraño, cuyo prototipo es el antisemitismo (cf Balibar y Wallerstein 40-47).

Žižek acertadamente plantea -respondiendo al análisis ideológico de Laclau- que el fascismo moviliza un anhelo auténtico de poner freno al capitalismo a través de la restitución de una comunidad yuna solidaridad, entendida precisamente como un deseo subyacente deformado y manipulado de manera ideológica para legitimar las relaciones de dominación existentes(cf 2001b 198-199). Sin embargo, Žižek sostiene que dicho anhelo o deseo no posee nada fascista ni reaccionario en sí mismo; hemos intentado mostrar hasta qué punto esa aseveración no es cierta, pues si bien puede existir un deseo de las masas de construir unos lazos comunitarios y solidarios orgánicos, dicho deseo, por una parte, se teje sobre el trasfondo del racismo y el nacionalismo ya presentes, y, por otra parte, apunta siempre a la idea de restituir esos vínculos orgánicos supuestamente perdidos, antes que a construir formas nuevas de situar dichos vínculos. Efectivamente, es necesaria la participación y el deseo no solo de los dominadores, sino también de los dominados, para que el fascismo pueda constituirse en fascismo de Estado, pero esos deseos, primero, si somos consecuentes con la teoría psicoanalítica, nunca son propios, sino que vienen de otro lugar, y, segundo, nada impide denominarlos, por auténticos que sean, como conservadores y reaccionarios, pues la tendencia del deseo -y del aparato psíquico en su conjunto- es la de ser precisamente conservador, y de atentar hasta cierto punto contra el sujeto mismo, por lo que ese deseo auténtico de las masas es perfectamente reaccionario.

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1 Este problema no se les escapa a Adorno y Horkheimer: "El objetivo de la crítica de la ideología totalitaria no puede reducirse a refutar tesis que no pretenden en modo alguno -o que solo pretenden como larvas y espectros del pensamiento- poseer una autonomía y una coherencia interna. Pero más bien se deberá analizar a qué configuraciones psicológicas quieren referirse, para servirse de ellas; qué efectos desean producir en los hombres, y estas son cosas inconmensurablemente distintas de lo que aparece en las declamaciones oficiales. Existe luego el problema de estudiar por qué y cómo la sociedad moderna produce hombres capaces de reaccionar ante estos estímulos, de los que incluso tienen necesidad, y cuyos intérpretes luego son los jefes y demagogos de toda calaña" (192).

2Curiosamente, el mismo año, Laclau se quejaba de "un cierto malestar que experimentamos con la literatura relativa al fascismo: en los últimos treinta años esta literatura se ha incrementado notablemente, conocemos mucho más los datos relativos a la historia del fascismo, pero no hemos avanzado en forma paralela en la elaboración de los conceptos teóricos que nos permitan comprenderlo" (89).

3Sabemos lo complejo del uso del término ideología, que tal vez supone más problemas que soluciones, en los que aquí no es pertinente adentrarse. Aun así, no es posible sustraerse al empleo del término, en buena medida porque la mayoría de los autores que hemos estudiado lo utilizan, por supuesto de maneras distintas. Intentaremos precisar, cuando sea imprescindible, la manera específica en que se está utilizando el término, pero la mayoría de las veces puede entenderse en el sentido lato de sistema de ideas. Para una aproximación a los usos de este concepto, véanse El concepto de ideología de Larraín (2010), en particular los primeros dos volúmenes, e Ideología: un mapa de la cuestión de Žižek (2005).

4Como Žižek plantea, toda ideología busca en el plano discursivo -o fantasmático (el acoso)- producir una clausura social, pero los antagonismos siguen persistiendo, y permiten, precisamente, la crítica de la ideología a partir del modelo de la lectura de síntomas (cf. 2005 329-370). Esta crítica se topa, en el caso del fascismo, con objeciones análogas a las que señalábamos antes con respecto a Adorno y Horkheimer; el fascismo no oculta los antagonismos sociales en un plano discursivo mientras estos subsisten en lo real, sino que tiende, más bien, a disolver el conflicto, manteniendo la estructura antagónica y jerárquica de la sociedad, proyectándolo sobre otro, al que por la vía del exterminio se pretende borrar de lo real.

5Cuestión que no es nuestra intención discutir aquí; baste con mencionar que la concepción positiva de la ideología tiende a borrar el carácter crítico del concepto, llevando en el extremo a una especie de perspectivismo. Véase nota al pie 4.

6A pesar de que Poulantzas defiende de principio a fin la idea de que el Estado fascista no es más que una forma del fenómeno más general que sería el estado de excepción capitalista, oscila constantemente con interpretaciones que tienden a destacar el carácter novedoso de ese Estado, pero que nunca son abordadas en su aspecto económico: "Basta señalar que el fascismo no estalla como un trueno en un cielo sereno. Si se puede hablar de proceso de fascistización es en la medida misma en que no se trata de un simple autodesarrollo de los 'gérmenes' contenidos en la democracia parlamentaria, sino de una diferencia importante con esta, correspondiente a una crisis política. El proceso de fascistización no puede, pues, ser comprendido sino rompiendo enteramente con la tesis del 'proceso orgánico y continuo', de factura evolutiva-lineal, entre democracia parlamentaria y fascismo" (66).

7Como ejemplo de este proceso de etnificación de la fuerza de trabajo a partir del racismo, Wallerstein analiza la defensa de los indígenas americanos que realiza Fray Bartolomé de las Casas, cuyo caso ilustra a la perfección cómo el exterminio de los pueblos precolombinos no tiene sentido desde la lógica capitalista, por lo cual la defensa de su alma y su reconocimiento como humanos responde a intereses económicos precisos. De manera análoga, se puede plantear lo mismo respecto de la abolición de la esclavitud en Estados Unidos, o de la segregación que promovía el apartheid en África (cf. Balibar y Wallerstein 56-58).

8Habría que señalar que, en función también de argumentos similares, debería ser posible mostrar que el fascismo también se encuentra en oposición al socialismo, cuestión que no es objeto de este trabajo. El estalinismo, por ejemplo, más allá de sus similitudes con el fascismo; sigue respondiendo a una lógica económica y política distinta, aunque sus consecuencias no lo sean tanto.

9Esto, hasta cierto punto, sitúa la postura de Balibar en oposición al planteamiento de Foucault (2010) en Defender la sociedad, para quien el racismo contemporáneo encuentra su origen en las guerras de razas en el siglo XVII, para posteriormente adquirir su carácter biológico en el siglo XIX, y su emergencia estaría ligada a la del biopoder. En este sentido, la perspectiva de Balibar da una definición y aproximación más general sobre el fenómeno del fascismo.

10Para Castoriadis la noción de psique implica la de una mónada, que es fracturada por la institución social (cf. 181-190). Sin adscribir a aquella noción, los elementos que se desprenden del análisis de Castoriadis no resultan contradictorios con el modelo freudiano mismo, ni con lo que nos interesa plantear. Hemos tomado el planteamiento de este autor porque expresa de manera clara y sintética el aspecto psíquico que queremos tratar aquí.

11Esta línea de argumentación se complementa perfectamente con el desarrollo lacaniano de la cuestión que plantea Žižek: "lo que está en juego en la tensión étnica es siempre la posesión de la Cosa nacional. Siempre le achacamos al 'otro' un goce excesivo, quiere robarse nuestro goce (arruinando nuestro estilo de vida) o tiene acceso a algún goce perverso secreto. En pocas palabras, lo que realmente nos molesta del 'otro' es el modo peculiar en el que organiza su goce, precisamente lo extra, el 'exceso' que acompaña ese estilo: el olor de 'su' comida, 'sus' ruidosos cantos y bailes, 'sus' extrañas costumbres, 'su' actitud hacia el trabajo" (1999 47).

12En este sentido, el punto más alto de la teorización tal vez es alcanzado por Comte, quien busca erigir los principios de la fisiología en elementos rectores de la sociedad y curar sus males; por su parte, Marcuse no dudará en llamar a Comte protofascista, en cuanto su concepción de la sociedad apunta a una regulación total en función del mantenimiento del orden y las jerarquías naturales (cf. 1999 344-348).

13A diferencia de Freud cuando plantea que "l'unionfait la force" (1992b 189), es evidente que los regímenes fascistas suspenden el orden de derecho y otorgan poderes plenipotenciarios al líder, cuestión que lo pone en directa contradicción con la perspectiva freudiana. No hemos desarrollado más esta línea en el trabajo, por parecernos un camino más recorrido, pero ciertamente es algo integrable y compatible con los análisis que hemos sostenido.

Cómo citar este artículo:

MLA: Bornhauser, N., y Lorca, D. “Notas para una caracterización del fascismo.” Ideas y Valores 68.169 (2019): 61-81.

APA: Bornhauser, N., y Lorca, D. (2019). Notas para una caracterización del fascismo. Ideas y Valores, 68 (169), 61-81.

CHICAGO: Niklas Bornhauser y Daniel Lorca. “Notas para una caracterización del fascismo.” Ideas y Valores 68, n.º 169 (2019): 61-81.

Recibido: 26 de Agosto de 2016; Aprobado: 28 de Febrero de 2017

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