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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.68  supl.5 Bogotá Dec. 2019

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v68n5supl.80523 

Artículos

EL SER AHÍ DE LAS NIÑAS CAMPESINAS DURANTE LA VIOLENCIA EN COLOMBIA

THE DASEIN OF PEASANT GIRLS DURING THE VIOLENCE IN COLOMBIA

MARÍA VICTORIA URIBE1 

1Universidad del Rosario - Bogotá - Colombia maria.uribe@urosario.edu.co


RESUMEN

El texto explora, en mujeres mayores de 80 años, la experiencia vivida durante el pe ríodo conocido como La Violencia en Colombia. Se examina el "trauma" que, según la autora, se manifiesta como "rayones", lo que hace difícil traducirlo o interpretarlo, porque solo se percibe a través de la escucha. Se estudia lo que M. Heidegger exploró como "ser-ahí" y "ser-en-el-mundo", esto es, el estar lanzados al mundo en un de terminado contexto donde construimos nuestra subjetividad y aprendemos a vivir, para entenderlo mediante estas experiencias femeninas singulares.

Palabras clave: M. Heidegger; ser-ahí; ser-en-el-mundo; trauma; violencia sexual

ABSTRACT

The text explores the experience lived during the period known as The Violence in Colombia by women now over 80. It examines the "trauma" that, according to the author, manifests itself in the form of "scratches", thus making it difficult to translate and interpret given that it is only perceptible through listening. The article discusses M. Heidegger's notions of Dasein and being-in-the-world, that is, our thrownness into the world in a specific context in which we construct our subjectivity and learn how to live, in order to understand them through these singular feminine experiences.

Keywords: M. Heidegger; Dasein; being-in-the-world; trauma; sexual violence.

Una generación que todavía había ido a la escuela en el carro de sangre, se encontró a la intemperie, en un paisaje en que nada quedó in alterado salvo las nubes, y bajo ellas, en un campo de fuerza de torrentes devastadores y de explosiones, el ínfimo y quebradizo cuerpo humano WALTER BENJAMÍN, Tesis sobre la historia y otros fragmentos

1. La violencia como vivencia cotidiana

Durante La Violencia con mayúsculas, es decir, durante las décadas de 1950 y 1960, la gente del campo en Colombia vivía su vida inmersa en conflictos de todo tipo: se nacía liberal o conservador, y de acuerdo con esa pertenencia se ordenaban los amigos y los enemigos; la familia patriarcal era la estructura bajo la cual se construían las subjetividades, y los niños no conocían "la infancia", como la conocieron las clases aco modadas, pues trabajaban desde muy pequeños en las arduas labores del campo. En cuanto a las mujeres, la violencia doméstica contra ellas era cosa de todos los días, y operaba como un sistema alternativo de control social, paralelo al sistema legal. Este consistía en castigos per sonalizados que, en el seno de las sociedades rurales, donde priman las familias patriarcales, eran vistos como normales. En dicho contexto, los castigos y los golpes físicos tenían la pretensión de domesticar a la mujer, obligarla a asumir una actitud obediente y restarle autonomía. Se trataba de procedimientos naturalizados que incidían en la transmi sión de los conocimientos y destrezas femeninas. Durante La Violencia fueron comunes el castigo y el maltrato físico por parte de las madres a sus hijas, comportamientos que las niñas soportaban de manera abne gada y en silencio. Los castigos y privaciones impuestos por las madres no hacían más que reproducir el patrón de castigos que ellas, a su vez, habían sufrido. Así lo deja ver Matilde en su entrevista:

Un día yo le alcé un palo a mi abuelita y ella no le volvió a pegar a mi mamá, pero eso sí, nos maldijo y quien sabe si todavía nos caerá su maldición: "ha de permitir Dios que se case con un hombre que todos los días llegue borracho y barra la cocina a cada instante con ella". Mi abuelita decía que lo que nosotros estábamos viviendo no era nada com parado con lo que a ella le había tocado vivir. ¡Qué no viviría mi abuelita! (Uribe 2004 38)1

Las muertes, los asesinatos y las masacres eran casi cotidianos y los infantes presenciaban todo aquel desangre sin que mediaran explica ciones por parte de los adultos. A la pobreza en que vivían las familias campesinas hay que sumar el aislamiento de quienes habitaban en pa rajes apartados unos de otros. Se carecía de casi todo lo que provee "el progreso", pues no había carreteras que intercomunicaran los pueblos y veredas, no había instituciones de salud, ni medicamentos para curar las enfermedades más sencillas de los niños, muchos de los cuales mo rían invadidos de parásitos y deshidratados por la diarrea.

Ese era el entorno social, ese era el mundo que las niñas campesinas tenían ante los ojos en las décadas de 1950 y 1960, y teniéndolo como referencia, en este artículo quiero explorar dos temas en relación con la experiencia de varias mujeres que en la actualidad tienen más de 80 años pero que fueron niñas durante La Violencia, ese período nefasto de enfrentamientos entre liberales y conservadores que duró 16 años, entre 1948 y 1964, y dejó más de 200.000 muertos.

El primer tema es el del "trauma", que, en el caso de las mujeres en trevistadas por mí, no parece evidente si lo consideramos, como hace Cathy Caruth, como una experiencia no localizable que introduce un hiato en la vivencia mental del tiempo, del ser y del mundo, y que, por lo tanto, altera la concepción que tenemos del pasado y del presente, de la memoria y de la historia (cf Caruth 6-7). Como dice María del Rosario Acosta, a partir de su lectura de Caruth, "el trauma no es otra cosa que la inscripción de una ausencia que, no obstante, se convierte en el lugar, no localizable, del retorno compulsivo de aquello que no puede, sin embargo, ser recordado" (Acosta 2017 89-90). Se trata de un evento que, obsesivamente presente, "la mente no puede simplemente dejar atrás," pero a su vez, le es imposible traducir en recuerdo (cf. id. 90). Aunque este no es el caso de las mujeres con las que trabajé, sí parece serlo de otras mujeres a quienes quise entrevistar, pero se negaron a ha blar del tema, precisamente por la imposibilidad de poner en palabras sus experiencias de La Violencia.

Teniendo en cuenta lo anterior, y revisando detalladamente los testimonios que recogí con aquellas mujeres que quisieron contar sus experiencias durante La Violencia, es posible hablar de la existencia de "rayones" de significación que no desarticulan los relatos, pero que introducen en estos un cierto desorden que se traduce en silencio. En algunas ocasiones esta disrupción en la narrativa suele estar referida a las atrocidades que tuvieron que presenciar las niñas, como decapitaciones, cortes del cuerpo con machete, castraciones y demás procedimientos violentos que alteraban la morfología corporal:

Llegaron los "chulos"2 a la casa de ellos, la esposa de él estaba espe rando bebé y la cogieron, no sé por qué, la rajaron, le sacaron el bebé, la colgaron de manos y pies y le echaron piedras en la barriga, y le abrieron la boca y le metían el niño por la boca. (Uribe 2004 117, entrevista a Leonor)

La escena anterior es narrada por Leonor, una de las mujeres en trevistadas, y trae a colación una imagen que fue recurrente durante La Violencia: a las mujeres del bando contrario las violaban, las ultrajaban y luego las mataban. Son comunes los relatos donde aparecen mujeres embarazadas a las que les abrían el vientre, les sacaban el feto y les me tían objetos como piedras o animales.

En los diferentes relatos, los "rayones" corresponden, por lo ge neral, a las dificultades que experimentan las mujeres adultas cuando intentan referirse a los abusos sexuales que salpicaron sus infancias y adolescencias. Ninguna de las mujeres que entrevisté parece sufrir de un "trauma", en el sentido en que lo define el psicoanálisis, como un even to que no tiene principio ni fin, algo que nunca tuvo un cerramiento y que, por lo tanto, para el sobreviviente continúa vivo en el presente. Más bien, las mujeres se refieren a estos episodios incluyéndolos en la trama narrativa de su relato, el cual se va construyendo a medida que hablan.

Investigadoras como Veena Das, Nthabiseng Motsemme y Luisa Passerini han explorado la forma como las mujeres del pueblo se refie ren a sus pasados traumáticos, y han mostrado que es característico que centren sus relatos en el mundo de la cotidianidad, sin establecer una relación con eventos históricos más generales (cf. Motsemme; Passerini; Das), y en esto la experiencia de las mujeres que entrevisté no es una excepción. En los relatos de las mujeres que vivieron La Violencia, los eventos "traumáticos" como las violaciones, las caricias no consentidas y el acoso sexual, hacen saltar la estructura narrativa sin llegar a pertur barla. Con ello quiero decir que ninguna de ellas se queda sin palabras, o en profundo silencio cuando se refieren a este tipo de experiencias, más bien se les siente una rabia contenida cuando hablan de ello.

En el plano de las experiencias singulares de estas mujeres, los eventos traumáticos no pueden ser objeto de ningún saber, porque fueron experiencias naturalizadas por la cultura, pero inaprehensibles para ellas mismas, de una manera similar a lo que sucede con el suje to del psicoanálisis que no es aprehensible por la descripción, ni por la comprensión, ni por la analítica, sino por la experiencia de la escucha (cf López 19). Es por ello por lo que, para entender la dimensión social de vivencias particularmente amenazantes, intensas y desconcertantes resulta útil, más bien, hablar de trauma cultural (cf.Ortega 2008 27).

Según el historiador Francisco Ortega, un acontecimiento como La Violencia presenta contextos extremadamente fluidos en los que el cálculo o la motivación de los diversos actores no son fácilmente des cifrables, homologables o reducibles a factores económicos, políticos o estructurales (cf. 2008 30). Ortega considera que las memorias de un pasado doloroso pueden operar en el presente, lo que le da a la violencia que se manifiesta en la cotidianidad de la vida familiar el sentido de un pasado continuo. Lo anterior significa que dichas memorias no re gresan al presente a partir de un pasado reprimido, así como tampoco viven atrapadas en el inconsciente de las personas. Como lo dejan ver los diferentes testimonios, esas memorias dolorosas habitan y marcan la superficie del texto social (cf id. 34).

A las vivencias de la violencia cotidiana como pasado continuo hay que añadir la existencia de "estructuras heredadas de percepción" de dicha violencia continua, en el sentido en que lo plantea el antropólogo Félix Reátegui, para quien la memoria no es necesariamente un conjunto de enunciados sobre hechos concretos, sino un conjunto de disposiciones, asentadas en una colectividad, que orientan a las personas a percibir los hechos de un cierto modo (cf Reátegui 2007). Las estructuras de percep ción que se heredan de padres a hijos no solo orientan a las personas a percibir los hechos de cierta forma, también inciden en ciertos comporta mientos familiares que se heredan de padres a hijos. En esta perspectiva, el olvido, según Reátegui, no sería otra cosa que una memoria de cuyas fuentes u orígenes no somos enteramente conscientes, porque ha sido presentada con éxito como una versión natural del pasado.

Así, en el caso de las narraciones de estas mujeres, quizás en un plano distinto al que Caruth trabaja la experiencia aún no procesada y latente del trauma, las experiencias y recuerdos traumáticos parecen más bien habitar el imaginario colectivo y social que ellas recuerdan y traen consigo en sus relatos. No se trata tanto de que la experiencia traumática habite como exceso que no se deja atrapar, sino más bien que en su inaprehensibilidad interviene e interrumpe el relato con una presencia a veces callada, a veces "rayada", que solo se hace audible ante una experiencia de escucha dispuesta a atender e interpretar los silen cios, las pausas, los aspectos fragmentados de la historia que habitan la cotidianidad de la memoria de estas mujeres. El horror de La Violencia es, en efecto, traumático, pero en el caso de estas mujeres, no es com pulsivo ni paralizante. No necesariamente ha sido "procesado", pero hace parte de un tejido de sentidos que se deja relatar y aprehender, si bien no enteramente dentro de una narrativa lineal. Y en el detalle de estos momentos de irrupción del trauma se hace evidente también el exceso de sentidos que trae consigo la violencia, y no solo la ausencia de categorías que permitan aprehenderla (cf.Acosta 2017 193-195).

2. Ser mujer y estar en el mundo

Otro tema que me interesa explorar tiene que ver con el hecho de que al nacer los seres humanos somos lanzados al mundo y caemos en un determinado contexto, aprendemos una determinada lengua, cons truimos una subjetividad y asimilamos cómo vivir ahí, en ese lugar único donde caímos. Oyendo los relatos de dos de las mujeres campe sinas con las cuales trabajé, Leonor y Teresita, resulta evidente que sus respectivas existencias se desenvolvieron a partir de su caída vertigi nosa en entornos violentos.

Leonor nació y creció al lado de un tío bandolero de afiliación li beral y de comportamientos brutales. Durante su infancia su día a día transcurrió en medio de un mundo masculino asfixiante, integrado por tíos y primos armados y dispuestos a todo. Allí aprendió a ser y a sobrevivir desde muy niña hasta llegar a la juventud, cuando se alejó definitivamente de su familia extensa para construir su propia familia y convertirse en rebuscadora. El suyo fue un mundo doblemente duro y cruel, porque su madre la dejó sola siendo muy niña, junto con su hermana, y porque además las mujeres de su familia jugaban papeles muy a la sombra de los aconteceres masculinos. Ningún adulto de la familia se tomó la molestia de explicarle a ella y a su hermana qué estaba pasando, por qué había tantos muertos, por qué tenían que trasladarse de un lado a otro continuamente. Leonor y su hermana Betty se vieron expuestas a todo tipo de peligros, y fueron obligadas, desde muy niñas, a desempeñar oficios y papeles propios de adultos y de hombres.

Teresita, en cambio, nació en un hogar católico liderado por un pa dre amoroso que cuidó de ella cuando era muy niña, pero que murió y la dejó huérfana, un vacío que solo pudo llenar a medias con un padras tro muy poco afectuoso. Su mundo se vino abajo muy prontamente a partir de un evento violento que partió en dos su vida: la decapitación y desmembramiento de su hermano mayor a manos de policías chulavi-tas aliados de los conservadores. Dicho evento la llevó a romper con el Partido Liberal, al cual pertenecía toda su familia, y a afiliarse al Partido Comunista. Teresita es campesina y militante política, su narración está salpicada con palabras y conceptos que hacen parte de un discurso fami liar en el que, de manera intermitente, sale a flote el sentimiento de una gran injusticia. Los tres miembros de su familia con los cuales conversé se han sentido tratados de manera injusta por sus camaradas, copartidarios y compañeros de lucha, así como por el Estado colombiano que permitió que dos insignes luchadores campesinos permanecieran du rante gran parte de su vejez sin ningún tipo de amparo institucional. El discurso de Teresita oscila permanentemente entre la urgencia de hacer evidentes los peligros que tuvo que afrontar siendo niña, la necesidad de verbalizar sus sufrimientos y el orgullo de saberse miembro de una familia luchadora que a pesar de todo nunca se entregó.

En su libro El ser y el tiempo, Heidegger se refiere a "ese ente que somos en cada caso nosotros mismos" con el término "ser ahí" (cf. 17).

Reflexionando acerca de la sensación que tuve, cuando entrevisté a las mujeres, de que al nacer fueron arrojadas a un entorno violento, me interesé en esta definición del "ser ahí" con la cual el filósofo alemán se refiere al ente que elige sus posibilidades o cae en ellas y crece en ellas (cf id. 22). Dice textualmente Heidegger: "el 'ser ahí' no tiene solo la propensión a caer en su mundo, en el cual es, e interpretarse refleja mente desde él" (31); el "ser ahí" implica, necesariamente, a un "ser en el mundo" aunque ese "ser en el mundo" no determine enteramente al "ser ahí". Más adelante se refiere Heidegger a "la forma de ser de un ente que es en otro", como el agua en el vaso o el vestido en el armario (cf. 66). Ese "ser en otro" quizá podría leerse como el entorno, como la relación del ente con el mundo circundante, con lo cotidiano (cf. id. 69). Sería como si el mundo circundante fuera el recipiente que contiene al "ser ahí en el mundo".

Según el psicoanalista argentino Héctor López, el concepto del "ser ahí" tiene una relación de fuerte parentesco con la forma en que hoy se concibe la subjetividad. Para el psicoanálisis, el término sujeto no se refiere a un concepto o a una entidad abstracta e incorpórea, sino a la manera concreta y singular como un cuerpo resulta afectado por el lenguaje y por el deseo del Otro (cf. López 18). Trasladando lo ante rior al contexto de La Violencia, resulta evidente que las niñas de las que venimos hablando fueron objeto de deseo por parte de parientes y vecinos, y, de acuerdo con Rodrigo Parrini, las memorias del deseo aluden a sensaciones, roces y gestos, debido a que se trata de memorias inscritas en la piel, que se narran fragmentariamente y que, al pare cer, no configuran una versión estable del sujeto.3 Cuando las mujeres entrevistadas aluden a ese deseo ajeno, sus relatos se tiñen de gestos y sensaciones emocionales y corporales que nos remiten a unas memo rias dolorosas que las habitan.

Teniendo en cuenta el entorno violento en que vivieron, podría mos preguntarnos de qué manera esas niñas campesinas, que fueron lanzadas al despeñadero de La Violencia, construyeron su morada en ese lugar, y de qué morada estaríamos hablando. Bajo qué condiciones cotidianas vivieron las niñas campesinas que convivían con familiares masculinos violentos, y de qué manera la oleada incontenible de ase sinatos y atrocidades, ejecutadas sobre el propio cuerpo y el cuerpo de otros, afectaron sus vidas y su sensibilidad.4 Sin pretender explicar aquí un universo tan amplio y variado como el femenino, considero que los relatos de estas mujeres nos permiten reconstruir y entender, a partir de una perspectiva femenina, cuál fue el mundo que les tocó vivir.

3. Configuración de subjetividades femeninas

Un primer factor que convirtió la experiencia de La Violencia en algo difícilmente digerible fue la convivencia de las niñas con familiares masculinos, como tíos, abuelos, padrastros, primos y otros allegados, proclives a sostener acercamientos sexuales con ellas. El correlato natu ral de dicha convivencia fueron las experiencias solitarias de las niñas en medio de un mundo de hombres despiadados e indiferentes a sus necesidades y urgencias. El manoseo, el acoso, la flagrante violación, aunados a la indiferencia y a otros comportamientos violentos mascu linos con las mujeres, fueron permanentes. Sin embargo, las mujeres adultas poco hablan de ello, porque quizás sienten pudor y vergüenza; a varias de ellas se les siente una rabia contenida.

Los varones de la familia -así como las madres de las niñas que en muchos sentidos eran cómplices del mandato patriarcal- las utilizaban para que realizaran labores pesadas, como levantarse a oscuras antes de la madrugada, ir lejos de la casa a traer el agua, ordeñar las vacas, poner a cuajar la leche y traer leña para cocinar. En ocasiones los va rones se valían de los infantes para que fueran a revisar los cuerpos de los enemigos muertos, verificar si eran conocidos o extraños, si traían armas, cuchillos o alguna pertenencia de valor. Leonor cuenta que su tío bandolero la mandaba a que revisara los muertos, les quitara la es copeta y el machete que traían y se los trajera de vuelta, cuando ella apenas tenía cinco años. En sus relatos las mujeres hablan de haber presenciado cuando niñas los más aberrantes crímenes perpetrados en contra de los hombres de la familia, que eran castrados, decapi tados y macheteados frente a sus familiares.

Niñas a la intemperie, en medio de paisajes alterados, esa podría ser la mejor descripción del lugar habitado por ellas. Las memorias de esas niñas son preciosas y desconocidas; no podemos confinarlas a una esfera puramente subjetiva, pues están repletas de contenidos afectivos mediados por la cultura, que se heredan y activan en determinadas cir cunstancias o ante ciertos objetos. La memoria es un metasentido que conecta y cruza todos los sentidos, aunque cada sentido tenga su pro pia memoria (cf Seremetakis). La experiencia sensorial de la memoria supone la existencia de un artefacto que condensa múltiples significa dos e historias, y que puede evocar memorias acumuladas y ancladas en los sentidos.

Un buen ejemplo de lo anterior lo trajo a colación Inés, una de las mujeres entrevistadas, al referirse al sonido de las cadenas que arrastraban los camiones municipales cuando se desplazaban de noche por las calles de su pueblo en busca de liberales para asesinarlos. Se trata de un sonido que para ella condensa significados referidos al terror, la incertidumbre y la incongruencia; esta última derivada de la confusión que se presen taba cuando un vehículo de transporte público, que de día servía para recoger basura, transportar materiales de construcción y personas, era convertido durante la noche en el carro de la muerte:

Inclusive comenzaron a salir las listas, y en las noches el gran te rror era que se sintiera la volqueta del municipio, que era la volqueta de la basura. Le sonaban las cadenas y el ruido de las cadenas era mortal, era sentir el tintineo de la muerte. La volqueta era común y corriente, la que cargaba la basura en el municipio, recogía la basura de la ciudad, del pueblo, pero tenía cadenas, porque al bajarle las tapas tiene unas cade nas que se arrastraban contra el piso y sonaban. Ese sonido se nos volvió a nosotros como una campanada de alerta y de terror. (Uribe 2004 68)

Durante La Violencia, las muertes y los asesinatos eran algo tan cotidiano como el clima o el paisaje; las estructuras de percepción he redadas naturalizaban la violencia, lo que facilitaba que los crímenes, las violaciones, los atropellos y demás fenómenos connaturales a esta, fueran vistos como algo inevitable. Sin embargo, el silencio que cir cunda las narraciones de ciertas experiencias femeninas indica que las cosas no eran percibidas como algo tan natural por las mujeres. Hay extrañeza e indignación en sus relatos. La experiencia de "ser ahí" y de "ser ante el mundo" fue desconcertante para ellas, pues el mundo era un lugar de muerte y destrucción, y los adultos nunca se tomaban la molestia de explicarles nada. Adultos y menores habitaban mundos paralelos que casi nunca se tocaban; por ello, las niñas preferían estar solas y entre ellas.

Una escena casi cotidiana en determinados municipios era el des cargue de cadáveres en descomposición, o el desfile por los caminos veredales de mulas que cargaban cuerpos desmembrados. Me viene a la mente una fotografía que encontré alguna vez en el archivo de un periódico bogotano, donde se ve un camión municipal con el conte nedor en alto descargando cadáveres en una fosa. Al borde de la fosa había varios niños que miraban la escena, y entre ellos había un niño de unos 5 o 6 años cuyo rostro no traslucía ni horror, ni repugnancia, ni asco, ni sorpresa ante lo que estaba viendo: su cara se veía impasible, pues estaba presenciando una escena cotidiana.

Para concluir, quisiera formular un par de preguntas respecto al tipo de subjetividad que es factible construir cuando se es una niña campesina y se presencian escenas donde son frecuentes los hombres sin cabeza y las mujeres desventradas. Si ese es el mundo que se tiene ante sí, ¿qué mecanismos desarrollaron las niñas para incorporar esas vivencias traumáticas a sus vidas, y cómo procesaron el hecho de ser objeto de oscuros deseos que nunca entendieron, ni compartieron? En este punto resulta pertinente recordar nuevamente a Das, cuando se refiere a lo que ella llama "conocimiento envenenado", al cual describe como la capacidad que tienen algunas mujeres que viven en entornos violentos de ingerir el veneno que dejan las experiencias traumáticas y encapsularlo con el propósito de seguir con sus vidas. Eso fue lo que hicieron Matilde, Inés, Leonor y Teresita, porque a pesar de haber vivi do experiencias violentas cuando eran niñas, tuvieron la fortaleza para seguir con sus vidas y narrarlas. El veneno que tuvieron que tragarse apenas aflora en sus relatos a la manera de un rayón que hace saltar la estructura narrativa.

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1 Las entrevistas que siguen a continuación fueron publicadas en el libro Hilando fino. Voces femeninas en La Violencia (Uribe 2015).

2Se llamaba "chulos" a los policías, autores de muchas de las atrocidades.

3 Parrini (2016) convierte el deseo en su objeto de estudio y lo explora a partir de una perspectiva antropológica.

4Un enfoque novedoso explora el fenómeno de la violencia desde la perspectiva del lenguaje y las prácticas de los sufrientes, privilegiando los modos en que estas personas padecen la violencia, la negocian y obtienen a cambio reductos de dignidad. Véanse Ortega (2008) y Das (2003).

Cómo citar este artículo:

MLA: Uribe, M. V. "El ser ahí de las niñas campesinas durante La Violencia en Colombia." Ideas y Valores 68.Sup. N.°5 (2019): 151-162.

APA: Uribe, M. V. (2019). El ser ahí de las niñas campesinas durante La Violencia en Colombia. Ideas y Valores, 68(Sup. N.°5), 151-162.

CHICAGO: María Victoria Uribe. "El ser ahí de las niñas campesinas durante La Violencia en Colombia." Ideas y Valores 68, Sup. N.°5 (2019): 151-162.

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