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Ideas y Valores

versión impresa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.68  supl.5 Bogotá dic. 2019

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v68n5supl.80621 

Reseñas

Uribe Alarcón, María Victoria. Antropología de la inhumanidad. Un ensayo interpretativo sobre el terror en Colombia. Bogotá: Universidad de los Andes, 2018. 138 pp.

DIANA MARÍA ACEVEDO1 

1Universidad Pedagógica Nacional -Bogotá - Colombia dmacevedoz@pedagogica.edu.co


María Victoria Uribe nos enseña, no solo pero especialmente en este libro, que es posible hacer inteligibles aspectos de la violencia que a primera vista parecen esca par a toda posibilidad de sentido. Hay algo que se resiste a ser simbolizado en la reite ración de las masacres, algo que se resiste a ser expresado, una fisura, como lo llama la autora. Quizá la propuesta más provo cadora del libro es que ese proceso de dar inteligibilidad a lo que parece resistirse al sentido puede abrir posibilidades de trans formación. Propongo leer el texto desde los afectos que provocan las descripciones y el análisis de lo que les pasa a los cuerpos en medio de la disputa por el poder, en la contienda política y territorial. Me refiero a la forma como la lectura impacta la sen sación de nuestros propios cuerpos como susceptibles de ser otrificados, reducidos a carne animal, puestos fuera de lo huma no en la esfera de lo menos que humano. Sugiero a futuras lectoras y lectores po ner especial atención en estos aspectos, si acaso les ocurre que no pueden parar de leer este libro. Mi hipótesis es que se trata de un canal de expresión que abre un territorio desconocido, pero siempre fa miliar por la historia que compartimos: las formas extremas de violencia de las masacres de la época de La Violencia y de los grupos paramilitares en los albores del siglo XXI. La autora nos recuerda que nuestros cuerpos y nuestras conciencias han sido marcadas con "tinta indeleble" por una suerte de convivencia con la in humanidad. Y por ello es posible leer este libro para hacer memoria, y en ese pro ceso quizá darle voz a los síntomas que alimentan nuestras manifestaciones cul turales, en particular en relación con la guerra y el terror.

La interpretación de la autora es capaz de establecer un diálogo tanto con espe cialistas y estudiosos de la violencia y de la historia en Colombia, como con el público en general, la ciudadanía en varios de sus registros. Me interesa destacar este último público del libro porque considero que uno de sus principales aportes consiste en ofrecer herramientas para desarro llar nuevas retóricas sobre el terror en Colombia. La potencia de la aproxima ción de la autora a las masacres es que se ubica en los límites de la producción de sentido en los estratos más profundos de la conciencia y la memoria colectivas, a través de un lenguaje y un vocabulario que es familiar y cotidiano, que puede hablarle incluso a los sujetos rurales y marginalizados por la historia, cuyos tes timonios son objeto de análisis. La autora nos habla de una comunidad de afectos en torno a las formas de representación del cuerpo humano y su anatomía a través de transiciones y estructuras miméticas con la corporalidad animal; nos habla del poder de nombrar a los animales con los que convivimos y que consumimos, y el poder de apropiarnos de sus nombres a través de alias; nos habla de la cacería y la carnicería como prácticas cotidianas a partir de las cuales fue posible producir ritualidades en el contexto de la guerra. Por lo anterior, el libro no solo ofrece agudos análisis e interpretaciones sobre el terror en Colombia, sino que además es capaz de remover fibras afectivas en quienes lo leemos, porque contribuye a desmitificar la violencia extrema al ana lizarla desde prácticas cotidianas, usos del lenguaje y formas de ritualizar que le otorgan sentido y están al alcance de nuestros cuerpos, experiencias e historias. Cabe aclarar, por supuesto, que la autora no pretende dar a las masacres un sentido acabado, último o definitivo; más bien se trata de poner a hablar lo que parecía no tener voz o lenguaje. Por esto, ella nos reta a hablar de lo que no queremos hablar.

Estoy convencida de que este es un libro que todo ciudadano colombiano debería leer, pues contribuye a sacar a luz reiteraciones y transformaciones en ciertas prácticas de la violencia, síntomas de antagonismos sociales de larga data en la cultura política colombiana que amenazan las fronteras del cuerpo social. Además, porque es ca paz, insisto, de transitar entre un nivel explicativo profundo y, al mismo tiempo, de fácil acceso a cualquier persona letrada y un nivel afectivo que interpela la repre sentación de los cuerpos y sus efectos en las formas de la violencia. Uribe Alarcón nos invita a hablar del síntoma social que son las masacres y contribuye así a una suerte de psicoanális antropológico de la cultura del terror en Colombia, que nos obliga a enfrentar la amnesia histórica, el silencio y la negación que han rodeado dichos fenómenos a lo largo de nuestra historia como nación.

El libro está dividido en tres partes. En la primera se presenta un contexto general del periodo de La Violencia des de los actores políticos que participaron en ella, se explica la forma en que los dos partidos políticos tradicionales "se comportan como subculturas de la vida cotidiana" (29) permeando las relaciones entre los campesinos de una Colombia principalmente rural y aislada socialmen te de los centros urbanos. En esta parte se explica la responsabilidad de los par tidos y sus discursos en la polarización de la población, el aumento en el nivel de beligerancia y la introducción en este contexto de prácticas atroces. Además, la autora expone las fuentes de la inves tigación, a saber, expedientes judiciales de las masacres y prensa local de donde ocurrieron; así como la ubicación en el tiempo y en el espacio de las masacres que son objeto de análisis. Adicionalmente, en esta parte, expone el problema de la alteridad en los antagonismos sociales, es decir, la manera en que se producían enemigos dentro de las comunidades rurales y la figura del extraño y el sapo en este contexto. Finalmente, se sientan las bases de la propuesta: la clasifica ción y anatomía del cuerpo humano en relación con los cuerpos animales; la representación del otro como animal que, permeada por el universo semántico de la caza y la carnicería, "facilitaba su destrucción y consumo simbólico" (66); y la propiedad mimética del uso de alias de los bandoleros. En la segunda parte, se analizan las masacres como síntomas sociales del antagonismo caracterizado en la primera parte. Se describe detalla damente la estructura ritual de estas, es decir, los elementos que nos indican que "no se trató de actos causales ni fortui tos" (83). A continuación se explica "el inventario de cortes y técnicas de mani pulación, provenientes del mundo de la cacería" (88), y "la forma como los cam pesinos concebían su propio cuerpo [...] como si se tratara de una estructura muy similar a la de los cerdos, las gallinas y las vacas" (97). Se analiza una suerte de puesta en escena de las masacres como exhibiciones de la desincorporación de los cuerpos de la esfera de lo humano (cf. ibd.). La tercera parte se ocupa de "la violencia organizada ejercida por grupos armados constituidos [...] [es decir] las tecnologías del terror implementadas por los grupos paramilitares en los albores del siglo XXI" (103). Así como en la primera, en esta parte se introducen elementos del contexto social y político de la épo ca, como es el caso de la globalización, la Constitución de 1991, el narcotráfico y el surgimiento de grupos armados in surgentes y contrainsurgentes. Luego se analizan las masacres paramilitares en sus rasgos comunes y diferentes con la ritualidad de las masacres de la época de La Violencia. Finalmente, el análisis termina con la cuestión de la animalización como metáfora de la dominación, es decir, la asimilación del otro en animal "para facilitar su destrucción" (116); y la cuestión de la suspensión momentánea de la identidad a través del uso de alias.

Para finalizar, quiero destacar el de sarrollo de dos hilos argumentativos a lo largo del libro: primero, "las estructuras miméticas que se perciben en los compor tamientos de grupos aparentemente tan disímiles e ideológicamente opuestos" (21); segundo, "el uso reiterativo, por parte de los autores de las masacres, de operaciones semánticas que iban dirigidas a conver tir al Otro en algo menos que humano" (21). Estos dos hilos argumentativos están vinculados en la medida en que ambos tienen que ver con formas de construc ción de identidades políticas. Se trata de recursos, herramientas, tecnologías o dispositivos para repartir las relacio nes sociales y las identidades en polos opuestos. Por ello la noción de alteridad es central a la propuesta: la producción de bandos, enemigos o antagonismos sociales atraviesan y configuran el tejido social y terminan por justificar el recurso al te rror y las formas extremas de violencia.

La autora desarrolla dos niveles de di cha producción de identidad y, por tanto, de alteridad. Por un lado, analiza las es tructuras miméticas en la construcción de identidad de perpetradores y víctimas, a través de alias en los primeros y límites borrosos con la vida animal, en unos y otros; por otro lado, analiza operacio nes semánticas para la transformación de las víctimas en enemigos, en primer lugar, y en un Otro menos que humano, en segundo lugar. Ambos elementos son dos caras del mismo fenómeno. Una de las cosas que más me llama la atención es la forma como la autora hace inteli gible la producción de sujetos sociales a través de la figura del enemigo, y la for ma como este fenómeno está vinculado con el ejercicio de la violencia extrema. Los antagonismos sociales están a veces marcados por la venganza, el odio, la enemistad, la representación del otro como la encarnación de la maldad (en el caso de La Violencia), o simplemen te por la representación del otro como perteneciente al bando opuesto, para lo cual es suficiente la sospecha de ser auxiliador del enemigo (en el caso de las masacres paramilitares). Así, las es tructuras miméticas son recursos para la plasticidad de las identidades políti cas que le permiten a los perpetradores suspender por un tiempo determinado sus identidades cotidianas y habitar un mundo en el que el "no matarás a tus se mejantes" no es vinculante o no aplica. Primero, porque incluye transformar la identidad de los otros de manera tal que dejan de ser "semejantes", para ello son llevados a lugares de sacrificio animal o son tratados como animales de consumo (a través, por ejemplo, de las metáforas de la carnicería y la cacería). Dicha tran sición parece sostener la operatividad de la masacre, parece ser lo que hace posible la expresión y el ejercicio de dominación sobre los cuerpos humanos, o sobre lo que queda de ellos.

En suma, el libro llama la atención so bre estructuras, recursos o dispositivos a los que recurren grupos e individuos en el marco político, de manera indepen diente de sus filiaciones ideológicas o partidistas. Y esto es importante porque da la impresión de que una de las fuer zas principales para la repetición de la violencia, y en particular de la atrocidad, en la historia y el presente de nuestro país no tiene que ver necesariamente con diferencias ideológicas. Más bien, tiene que ver con formas de repetición de una estructura de producción de an tagonismos y alteridades, en las que está en juego la necesidad de aniquilación del otro, de ejercer poder o dominio extremo sobre otros. Este libro es una invitación a profundizar y reflexionar sobre estas lógicas de la guerra y del terror, pese a que las hemos relegado como sociedad al nivel de lo que nadie quiere hablar, de lo extraordinario o carente de sentido

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