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Ideas y Valores

versión impresa ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.69 no.172 Bogotá ene./abr. 2020  Epub 20-Mar-2020

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v69n172.64870 

Artículos

UNA PROPUESTA DE EVALUACIÓN DE LA RECEPTIVIDAD AL BULLSHIT QUE CONTEMPLE LA INCIDENCIA DEL CONTEXTO PRAGMÁTICO SOBRE LA COGNICIÓN

A PROPOSAL FOR THE EVALUATION OF BULLSHIT RECEPTIVITY TAKING INTO ACCOUNT THE INCIDENCE OF THE PRAGMATIC CONTEXT ON COGNITION

MARÍA NATALIA ZAVADIVKER* 

*Universidad Nacional de Tucumán / Conicet - San Miguel de Tucumán - Argentina, zavadivker@yahoo.com.ar


RESUMEN

El artículo analiza el experimento de A. Pennycook et al., a fin de ampliar el alcance de sus hipótesis y las estrategias para contrastarlas, de modo que contemplen no solo factores cognitivos, sino también aspectos pragmáticos y contextuales implicados en la receptividad al bullshit. Se utiliza el experimento como ejemplo de las asunciones normativas implícitas en las investigaciones descriptivas de psicología y filosofía experimental, ya que, al contrastar hipótesis sobre las intuiciones filosóficas de sentido común, los investigadores parten de supuestos axiológicos sobre la corrección de las respuestas y la fiabilidad de los procesos cognitivos implicados.

Palabras clave: A. Pennycook; bullshit; cognición; psicología experimental; receptividad

ABSTRACT

The article analyzes the experiment carried out by A. Pennycook et al., in order to expand the scope of its hypotheses and the strategies to contrast them, in such a way that, beyond cognitive contexts, they also take into account the pragmatic and contextual aspects involved in bullshit receptivity. The experiment is used as an example of the normative assumptions implicit in the descriptive research projects of experimental psychology and philosophy, given that when researchers contrast hypotheses regarding common sense philosophical intuitions, they start out from axiological assumptions with respect to the correction of answers and the reliability of the cognitive process involved.

Keywords: A. Pennycook; bullshit; cognition; experimental psychology; receptivity

Introducción

El presente trabajo tiene por objetivo retomar los resultados del estudio preliminar desarrollado por Pennycook, Cheyne, Barr, Koehler y Fugelsang (2015), publicado en Judgment and Decision Making bajo el título "On the Reception and Deception of Pseudoprofound Bullshit", en el cual los autores se proponen estudiar experimentalmente los factores que influirían en una mayor o menor receptividad (o bien "sensibilidad") al bullshit (neologismo traducible aproximadamente como "basura pseudoprofunda"), en alusión a aquellos mensajes que circulan en las redes sociales, consistentes en frases grandilocuentes y presuntamente profundas, con palabras de moda asociadas a la autoa-yuda (a menudo acompañadas de estímulos visuales y sonoros -fotos de paisajes, figuras religiosas, música de fondo-), que pretenden ser estimulantes, trascendentes y motivadoras, pero que en rigor carecerían de significado y valor de verdad.

Los autores parten de una definición aproximada de bullshit, en la que intentan dilucidar sus rasgos más característicos: se trata de frases sintácticamente bien construidas, por lo general breves y contundentes (factor asociado a la tendencia a la decodificación rápida, fomentada por la proliferación de medios masivos de comunicación que no da tiempo a procesar contenidos largos y elaborados), pero caracterizadas por la vaguedad y ambigüedad de los conceptos implicados, y el uso de términos motivacionales de moda (generalmente ligados a la filosofía new age) que pretenden ejercer efectos estimulantes, tales como elevar la autoestima del receptor induciéndolo a adoptar actitudes positivas. Su principal objetivo es impresionar al lector a expensas de la claridad conceptual, el significado y el valor de verdad de su contenido. Si bien en estas frases no hay una preocupación directa por la verdad (cf. Frankfurt), sí hay cierta pretensión de verosimilitud (cf.Pennycook et. al. 2015). Los autores argumentan que la combinación de la rapidez y concisión promovida por los medios de comunicación recientes, más cierta actitud general de indulgencia hacia la vaguedad y ambigüedad, constituyen cócteles particularmente propicios para la proliferación de bullshit. Asumen que significado y vaguedad son, por definición, objetivos contradictorios, puesto que la vaguedad oscurece el significado de la declaración, enmascarando precisamente el sentido profundo que esta pretende transmitir. Paradójicamente, una característica definitoria del bullshit es su pretensión de profundidad, pero su vaguedad demuestra que busca impresionar más que informar, y resultar más atractiva que instructiva.

Las variables dependientes consideradas por los autores son la "receptividad" (aceptación y valoración positiva de tales frases), y la "sensibilidad" (inclinación a examinarlas críticamente y detectar su falta de sentido y valor de verdad mediante el empleo de estrategias de razonamiento analítico). Basándose en la teoría del procesamiento dual (que distingue entre procesos intuitivos y automáticos, y procesos reflexivo-deliberativos), Pennycook et al. pretenden indagar si existen diferencias individuales en la disposición de las personas a adoptar una actitud favorable ante el bullshit (receptividad), o bien a asumir una actitud inicial escéptica capaz de favorecer su escrutinio crítico (sensibilidad). A su vez, procuran correlacionar tales diferencias individuales con un conjunto de factores predisponentes asociados a dos "estilos cognitivos" dicotómicos:

Un estilo de pensamiento analítico, no solo referido a la posesión de habilidades cognitivas específicas, sino también (y fundamentalmente) a la voluntad de pensar en profundidad, lo que contribuiría a desarrollar la capacidad de detectar conflictos. Los investigadores conjeturaron que quienes poseen mayor capacidad para resolver problemas de razonamiento serán más propensos a considerar críticamente el significado específico del bullshit (o sus falacias), y a juzgar su fracaso en el discernimiento de tal significado como un defecto de la propia frase más que como una limitación intelectual personal. Los sujetos más intuitivos, por el contrario, tenderán a basarse en su primera impresión, dejándose seducir por la aparente profundidad de la frase, sin considerar la necesidad de profundizar en su contenido, significado o valor de verdad.

Un estilo de pensamiento más intuitivo, asociado a su vez a un fuerte sesgo hacia la aceptación a priori de la información recibida como verdadera o significativa. Para superar este sesgo se requeriría de un procesamiento cognitivo adicional, ya que la reacción más inmediata y espontánea es la inclinación a aceptar la frase como verdadera o significativa. Posteriormente (dependiendo de la posesión de ciertos recursos cognitivos, como la capacidad de detectar conflictos), el receptor puede mantener su percepción inicial, o bien invocar un razonamiento deliberativo tendiente a un escrutinio más profundo. La hipótesis testeada por los autores es que algunas personas, debido a su excesiva apertura mental -predisposición a encontrar profundidad en cualquier discurso o manifestación, más allá de su contenido concreto- tenderían a aproximarse al bullshit con una fuerte expectativa inicial de significatividad.

A su vez, los autores procuraron correlacionar la predominancia de uno u otro estilo cognitivo (intuición y apertura mental excesiva vs. deliberación y escepticismo y espíritu crítico), con:

  1. La capacidad de resolver una serie de test que miden habilidades matemáticas, lingüísticas, de razonamiento etc., consistentes en su mayoría en preguntas que inducen respuestas intuitivas erróneas basadas en ciertos sesgos o prejuicios cognitivos.

  2. La posesión de una serie de creencias presuntamente asociadas a altos niveles de receptividad al bullshit (confusiones ontológicas y creencias epistémicamente sospechosas -tales como creencias religiosas y paranormales, teorías conspiracionistas, terapias médicas alternativas, etc.-).

Las confusiones ontológicas, presentes tanto en niños como en adultos, son errores categoriales en los que se confunde el plano animado con el inanimado, el físico con el mental, etc. Un ejemplo es la creencia en el poder curativo de las oraciones, plasmada en infinidad de posteos que piden compartir cadenas de oración para salvar la vida o velar por la salud de alguien. Tales creencias estarían asociadas a la suposición de que los fenómenos mentales (subjetivos e inmateriales) pueden inte-ractuar con fenómenos físicos (objetivos y materiales). Estos supuestos pondrían de manifiesto un déficit en la capacidad de inhibir confusiones ontológicas intuitivas, las cuales se plasman también mediante un sesgo en torno a la creencia en la verdad literal de ciertas declaraciones.

Las creencias epistémicamente sospechosas son aquellas que entran en conflicto con concepciones naturalistas comunes sobre el funcionamiento del mundo físico. Por ejemplo, la creencia en los ángeles acompañada de supuestos tales como su capacidad de atravesar paredes es incompatible con la creencia mecánicafolk de que las cosas no pueden atravesar objetos sólidos (cf Pennycook, Cheyne, Barr y Koehler 2014). Una vez que tales creencias se consolidan, suelen ir acompañadas de falta de voluntad para someterlas a reflexión crítica. De allí que los pensadores reflexivos tengan menos probabilidades de adoptar una religión o de sustentar creencias paranormales.

Diseño experimental

Los autores diseñaron cuatro estudios en los que pedían a los participantes que evaluaran una serie de frases pseudoprofundas y otras que no lo eran, en una escala de profundidad, con el propósito de establecer una medida legítima de receptividad al bullshit (BSR).1 El objetivo era correlacionar la escala con diferencias individuales ligadas a factores cognitivos presuntamente asociados a dicho grado de receptividad: el pensamiento analítico, las confusiones ontológicas y las creencias epis-témicamente sospechosas.

En el primer experimento reclutaron 280 estudiantes universitarios, quienes debían evaluar en una escala del 1 (nada profunda) al 5 (muy profunda) diez declaraciones con una estructura sintáctica correcta, pero formadas por una selección aleatoria de términos vagos en boga.

Las frases fueron tomadas de dos sitios web: uno que mezcla al azar palabras comúnmente utilizadas en los tweets de Deepak Chopra y otro que utiliza la misma metodología, pero combinando palabras (compiladas por Seb Pearce), que "suenan profundas" (p. e. "Estamos en medio de un florecimiento autoconsciente del ser que nos alineará con nuestro propio nexo"). El supuesto era que las calificaciones altas indicarían alta receptividad al bullshit. Los participantes respondieron además una serie de preguntas demográficas, y cuestionarios tendientes a evaluar sus diferencias individuales en el estilo cognitivo analítico y en las habilidades cognitivas: la prueba de la reflexión cognitiva (CRT)2 (cfFrederick 2005), consistente en problemas matemáticos que inducen respuestas intuitivas incorrectas; una batería de "heurísticos y sesgos" tomada de Kahneman y Tversky (2011), en donde también se inducen respuestas intuitivas incorrectas basadas en heurísticos o prejuicios comunes; la prueba Wordsum sobre inteligencia verbal; y un test sobre habilidades asociadas a la aritmética global (cf. Shwartz, Woloshin, Negro y Welch 1997). Para evaluar las confusiones ontológicas (cf Lindeman y Aarnio 2007; Lindeman et. al. 2008; Lindeman y Svedholm 2013), los participantes debían responder cuán literal o metafórico les parecía el contenido de frases tales como "Una piedra vive mucho tiempo". El supuesto era que quienes percibieran las frases como más literales que metafóricas darían cuenta de una mayor confusión ontológica. Finalmente, completaron un cuestionario sobre su nivel de acuerdo/desacuerdo con 8 creencias religiosas comunes (más allá, cielo, infierno, milagros, ángeles, demonio, alma, Satanás).

Como resultado, la mayoría de los participantes no pudo detectar que las frases eran verdaderas sanatas pseudoprofundas. También hubo una fuerte correlación negativa entre la BSR y las pruebas asociadas al razonamiento analítico, a excepción de la aritmética (que aun así fue significativa). También las confusiones ontológicas y las creencias religiosas se correlacionaron positivamente con la BSR.

En el segundo estudio (con 198 participantes tomados del sitio web Amazon Mechanical Turks, que recluta voluntarios para realizar tareas que requieren inteligencia humana, a cambio de un pago), se repitió el experimento utilizando ejemplos reales de bullshit (trinos particularmente vagos de la cuenta de Twitter de Deepak Chopra). También se incluyeron medidas de autorreporte sobre la disposición al pensamiento analítico e intuitivo (mediante una prueba en el que los participantes evaluaban afirmaciones como "el razonar cuidadosamente no es mi fuerte", o "me gusta basarme en mis impresiones intuitivas"), y se incorporaron nuevos ítems en la prueba de aritmética agregando una prueba de inteligencia fluida. Se introdujo además una Escala de Creencias Paranormales (cf Tobacyk 2004) con 6 categorías de creencias sobrenaturales: lectura de mente, brujerías, presagios de suerte, espiritismo, formas de vida extraordinarias y precogniciones. Además de las 10 frases pseudoprofundas del estudio anterior, se incluyeron otras 10 de la cuenta de Twitter de Deepak Chopra, tales como "La naturaleza es un ecosistema de autorregulación de la conciencia", sin mencionar a los participantes quién era el autor. Se les preguntó si conocían a Chopra y, en caso afirmativo, si le seguían en Twitter o habían leído algunos de sus libros.

Estos dos estudios permitieron establecer una medida estadísticamente fiable de receptividad al bullshit y su correlación con las variables consideradas, pero no permitieron esclarecer si tales correlaciones se debían a un sesgo de aceptación o apertura hacia el bullshit, a fallas en el monitoreo de conflictos (capacidad para detectar situaciones que justificarían una actitud escéptica), o a ambas cosas. Por tal motivo, en el tercer estudio los autores procuraron investigar la posible correlación entre la receptividad al bullshit y una menor capacidad para detectar conflictos durante el proceso de razonamiento. Para tal fin, crearon una escala de diez citas motivacionales convencionalmente consideradas como profundas (p. e. "Un río se abre paso a través de las rocas no por su poder sino por su persistencia"), escritas en lenguaje sencillo y sin las palabras de moda vagas características de las declaraciones anteriores, bajo el supuesto de que la diferencia en la escala de profundidad atribuida a las frases legítimamente significativas y a las sanatas pseudoprofun-das les serviría para obtener una medida de la sensibilidad al bullshit. También incluyeron frases mundanas con un significado claro. pero que convencionalmente no consideraríamos profundas (p. e. "Mucha gente disfruta con tal tipo de música"). Los resultados indicaron que la asociación entre la escala de profundidad y el pensamiento reflexivo es específica para los ítems asociados al bullshit.

En el cuarto estudio se pidió a los participantes que calificaran la profundidad relativa de 20 estados entremezclados al azar (10 bullshit y 10 motivacionales), ya que en el estudio anterior hubo un número desigual para cada ítem. También se incluyó un test sobre creencias paranormales, ideas conspiracionistas y medicina complementaria y alternativa. Se utilizó una escala general de creencias conspiracionistas (cf. Brotherton, French y Pickering), que incluía ítems tales como "Un pequeño y secreto grupo de personas es responsable de tomar todas las decisiones importantes del mundo, tales como ir a la guerra". También se midió el grado de aceptación de diez tipos comunes de medicinas complementarias y alternativas (CAM)3 (cfLindeman 2013), y se implementó una escala de personalidad que mide las diferencias individuales en cinco rasgos: extro-versión, amabilidad, responsabilidad, estabilidad emocional y apertura (cfGosling, Rentfrow y Swann 2003).

Resultados experimentales y conclusiones de los autores

A lo largo de estos cuatro estudios preliminares (que procuraron capturar las diferencias individuales en la receptividad al bullshit), los participantes adjudicaron al menos algún grado de profundidad a frases sintácticamente correctas pero consistentes en palabras de moda vagas agrupadas al azar, tendencia que se mantuvo cuando estos fueron expuestos a ejemplos similares de la vida real (tweets de Deepak Chopra). Se encontraron diferencias individuales en la propensión a adjudicar profundidad al bullshit: los más receptivos fueron menos reflexivos, evidenciaron una menor inteligencia fluida, verbal y aritmética, demostraron mayor propensión a sustentar confusiones ontológicas, ideas conspiracionistas, creencias religiosas y paranormales, y confianza en la medicina alternativa. También los investigadores midieron la sensibilidad al bullshit comparando la evaluación de frases pretendidamente profundas pero sin sentido, con la evaluación de citas motivacionales legítimamente significativas. Encontraron correlaciones entre dicha sensibilidad y el estilo cognitivo analítico, así como el escepticismo en relación con fenómenos paranormales; pero no hallaron correlación con las ideas conspiracionistas o la aceptación de tratamientos medicinales alternativos. También pudieron correlacionar la tendencia a evaluar declaraciones vagas y carentes de significado como portadoras de profundidad, y la propensión a adjudicar profundidad a cualquier enunciación. Mucha gente tiene una mente excesivamente abierta asociada a un débil espíritu crítico. Incluso algunos participantes evaluaron frases completamente mundanas como si tuvieran algún grado de profundidad, lo que sugiere una disposición general hacia la credulidad.

Los autores también hallaron una correlación negativa entre la posesión de creencias religiosas y la capacidad de detección de conflictos. Al parecer, la predisposición a creer en entidades sobrenaturales se correlaciona tanto con una apertura mental excesiva que insta al receptor a adjudicar holgadamente profundidad y valor espiritual a cualquier estímulo, como con la inhibición de la capacidad analítica y reflexiva, ya que el sujeto no quiere "ver" las contradicciones implicadas en las creencias religiosas y las explicaciones paranormales.

Finalmente, aludieron a otros sesgos cognitivos que podrían inducir la aceptación de bullshit, tales como la propensión a intentar encontrarle sentido a declaraciones complejas y difícilmente dilucidables bajo el supuesto de que su significado es tan profundo e importante que las propias limitaciones del lenguaje impiden expresarlo claramente (cf. Sperber). Como no se dio a los participantes ninguna pista que los indujera a pensar que estaban ante pura sanatería, probablemente accedieron a las frases bajo la presunción de que contenían un significado profundo cuyo deber era dilucidar. Aunque es de este modo como suelen encontrarse las frases pseudoprofundas en la vida cotidiana, los autores alegan que puede que la clave para protegernos del bullshit sea la confianza o el escepticismo con relación a las fuentes.

Dado que Pennycook et. al. (2015) se enfocaron en los aspectos estrictamente cognitivos asociados a la receptividad y sensibilidad al bullshit, este trabajo se propone retomar los resultados de este estudio preliminar, a los fines de:

  1. Proponer un conjunto adicional de variables contextuales de orden pragmático (vale decir, no restringidas a factores estrictamente cognitivos), tanto internas como externas, que incidirían en el grado de receptividad al bullshit. Las variables externas a considerar son: velocidad requerida para la decodificación de las frases, reputación del emisor y su grado de empatía con el receptor, y efecto de sugestión asociado a la aceptación, aprobación y viralización masiva de una frase. Entre los factores internos se analizarán los aspectos emocionales y estados anímicos del receptor en función de su situación personal, y su nivel sociocultural. Se proponen además algunas estrategias experimentales tendientes a detectar la influencia de dichas variables sobre la receptividad o sensibilidad al bullshit.

  2. Realizar algunas observaciones críticas a los supuestos teóricos y axiológicos implícitos en el diseño experimental, en particular en la selección de las variables presuntamente asociadas a la receptividad al bullshit.

  3. Indagar si los recursos cognitivos detectados son específicos de la recepción de bullshit, o bien son extrapolables a otras producciones humanas, e incluso a diversos estímulos externos que podrían interpretarse como "señales" por personas altamente receptivas a lo trascendente y lo sobrenatural.

  4. Abordar este estudio como ejemplo paradigmático de los escollos que enfrentan los psicólogos y filósofos experimentales al procurar obtener evidencia objetiva sobre las intuiciones filosóficas folk de la gente, pero asumiendo paralelamente posiciones axiológicas y normativas implícitas en relación con cuáles deberían ser los parámetros de "corrección" o "racionalidad", de modo que tales intuiciones no son simplemente descriptas, sino también juzgadas o evaluadas en función de su adecuación a tales parámetros normativos.

1. ¿Son las evaluaciones cognitivas disociables del contexto pragmático?

Este artículo pretende focalizarse en la incidencia de factores de orden pragmático sobre los procesos cognitivos -ligados en este caso a la decodificación y procesamiento de información lingüística y paralingüística- en situaciones de la vida real, bajo el supuesto de que, si bien las diferencias individuales en el estilo cognitivo predominante de los sujetos explican en gran medida su grado de receptividad o sensibilidad al bullshit, existen muchas variables contextuales que podrían incidir sobre dicha receptividad. Al mismo tiempo, este trabajo pretende ser un aporte a los estudios sobre el impacto de las redes sociales y los actuales medios de comunicación masiva sobre la emisión y recepción de mensajes, y de qué manera tales medios pueden afectar y condicionar dichas prácticas.

Pennycook et. al. (2015) procedieron adecuadamente al diseñar situaciones experimentales tendientes a detectar los factores exclusivamente cognitivos que inciden en la receptividad o sensibilidad al bullshit, para lo cual procuraron aislar los aspectos cognitivos asociados a tales variables, disociándolos, por ejemplo, del contexto natural en el que suelen emitirse las frases pseudoprofundas, del tipo de emisor que suele "postearlas", del estado de ánimo particular de los receptores, etc. Sin embargo, cabe preguntarse si diversas circunstancias pragmáticas no incidirían crucialmente en la valoración cognitiva del bullshit en contextos naturales. A continuación, propondré una serie de posibles factores internos y externos que podrían ejercer una influencia decisiva en la recepción del bullshit en la vida real.

Una limitación del enfoque propuesto radica en las dificultades metodológicas para diseñar situaciones experimentales capaces de incorporar todas estas variables contextuales. Por definición, un experimento es una situación artificial en donde la variable de interés es aislada de su contexto natural para que emerja "en estado puro", disociada de otros condicionantes. Pero la pregunta es si tales condicionantes no son en cierto modo constitutivos de la variable misma, vale decir, si el propio reclutamiento de ciertos recursos cognitivos no está al menos parcialmente condicionado por la situación.

Quizás sea relevante intentar esclarecer qué pretenden medir los investigadores: si es la disposición general de una persona a ser receptiva o crítica del bullshit, o si es una actividad cognitiva específica realizada en un momento dado, y que por ende exige el reclutamiento de determinados recursos cognitivos cuya activación dependerá del contexto. Si se propusieron lo primero, posiblemente las herramientas metodológicas utilizadas fueron las correctas: sus resultados parecen arrojar información relevante sobre las diferencias individuales en la propensión a aceptar o detectar el bullshit. Lo que proponemos aquí son nuevos diseños experimentales tendientes a detectar si determinadas variables contextuales pueden favorecer la aceptación o rechazo del bullshit en cualquier sujeto, más allá de sus propensiones individuales.

Entre los factores presuntamente promotores de la aceptación de bullshit, consideraremos los siguientes:

Factores externos

Velocidad en el procesamiento de la información promovida por las redes sociales y los mass media:

La mayoría de las frases bullshit son transmitidas y leídas a través de redes sociales como Twitter o Facebook. Actualmente los usuarios de información estamos sometidos a un bombardeo excesivo de estímulos que promueve hábitos de lectura (y, en general, de procesamiento) veloz. Nuestro cerebro se ve forzado a retener una enorme cantidad de información, lo que obliga a acortar significativamente los tiempos de decodificación y procesamiento. Esta relación inversa entre la cantidad de información y el tiempo necesario para retenerla induce a preferir estímulos breves y contundentes, de fácil y rápida decodificación, con capacidad para comprimir una idea en el menor número posible de palabras (p. e. a prestarle más atención a las imágenes -fotos, íconos, emoticones- que a los textos; y a los textos breves con alto poder de síntesis, que a los largos y reflexivos). No en vano los tweets pueden contener un máximo de 140 caracteres. El formato breve induce al emisor a formular frases contundentes y efectistas, con afirmaciones tajantes y carentes de matices. A su vez, la velocidad en el procesamiento de tales frases induce una lectura intuitiva que activa regiones cerebrales asociadas al procesamiento emocional, en lugar de promover una lectura crítica y reflexiva, propia del estilo de pensamiento analítico. Algunos experimentos (p. e. Landis) corroboraron que ciertas palabras con contenido emotivo disparan automáticamente respuestas emocionales: las conexiones de la vía estriada de la amígdala izquierda detectan el contenido emocional de las palabras en un estadio muy temprano del procesamiento, modulando respuestas corticales que registran una mayor actividad en el hemisferio derecho del cerebro (cf Landis; cit. en Álvarez y Hernández-Jaramillo). Esto explicaría la propensión a aceptar, e incluso conmovernos ante expresiones consistentes en conjunciones más o menos arbitrarias de palabras de alto valor emocional: el requerimiento de procesar rápidamente el estímulo induce al cerebro a guiarse por la "primera impresión", quedándose en el primer estadio del procesamiento -en el que intervienen regiones subcorticales del sistema límbico- sin someter dicha valoración automática e intuitiva a un procesamiento más lento y reflexivo, que implicaría la activación de áreas corticales asociadas al monitoreo de conflictos y al control cognitivo. Los autores citan estudios que demuestran que las personas son capaces de detectar el carácter falaz e ininteligible de dichas frases si son incitadas a un escrutinio más profundo (cf. De Neys), lo que indicaría que la aceptación del bullshit no depende siempre de un déficit en la capacidad de razonamiento crítico: también influye el escaso tiempo invertido en su procesamiento. Esto atenta contra la posibilidad de implementar procesos de decodificación más lentos y reflexivos. Nos quedamos con el efecto emocional y persuasivo inmediato connotado por los términos contenidos en la frase.

Los autores mantuvieron bajo control la variable temporal al permitir a los participantes tomarse el tiempo necesario para analizar las frases, de modo de asegurarse que su evaluación dependiera realmente de diferencias individuales en el grado de aceptación de bullshit, y no de un procesamiento veloz e irreflexivo que pudiera inducir una lectura sesgada. Mi hipótesis, congruente con la afirmación de los autores de que el estilo reflexivo no solo depende de las capacidades cognitivas sino también de la voluntad de "ponerlas en marcha", es que el exceso de estímulos favorecido por el uso de múltiples dispositivos de comunicación masiva induce una decodificación veloz que atenta contra la implementación de mecanismos asociados a una lectura detenida, crítica y reflexiva, aun en personas que poseen e incluso cultivan esas capacidades en otros contextos. La predicción es que los participantes, que en ausencia de restricción temporal adjudicarían bajos o nulos estándares de profundidad y significatividad a las frases bullshit, podrían mostrar mayor receptividad si fueran inducidos a una evaluación más veloz y superficial. Para contrastarla con algún rigor se deberían realizar pruebas de receptividad al bullshit a un mismo grupo de personas bajo las dos condiciones (una sin restricciones temporales, y otra en la que se dé a los participantes, p. e. 2 minutos para evaluar 10 frases, o 20 segundos para evaluar cada frase). Podría realizarse primero la prueba con la restricción temporal y luego sin ella, utilizándose conjuntos diferentes de frases, pero lo más similares posibles en cuanto a sus características. El objetivo sería comprobar si las mismas personas sometidas a la presión del tiempo responden más intuitiva y menos reflexivamente; y si la aceptación del bullshit disminuye cuando se permite a los mismos participantes examinar las frases con más detenimiento, y además reciben la instrucción explícita de tomarse un tiempo para analizarlas. Otra posibilidad es tomar dos grupos numéricamente representativos (lo más homogéneos posible) y proporcionarles las mismas frases a evaluar, imponiendo restricciones temporales solo a uno de ellos. Si se observa que en promedio el grupo sometido a restricciones temporales evalúa más positivamente las frases que el que no tuvo esa restricción, esto indicaría que la variable temporal es significativa. Para constituir grupos homogéneos podrían seleccionarse a los sujetos que previamente hayan obtenido puntuaciones similares en la bsr, preferentemente los de puntuaciones bajas, vale decir, que bajo condiciones óptimas (mayor tiempo asignado para evaluar la frase) fueron más es-cépticos y críticos, es decir, menos receptivos al bullshit.

El objetivo último sería extrapolar los resultados obtenidos a contextos reales en los que tiende a circular el bullshit (generalmente las redes sociales), en donde las personas absorben de hecho una cantidad excesiva de información de manera rápida y superficial.

Reputación del emisor de la frase:

Esta variable no hace referencia al verdadero autor de la frase, sino a quien en contextos reales (p. e. redes sociales) postea, envía o retwittea el mensaje. Mi conjetura es que existirían dos razones para adjudicar una buena reputación a los contactos en dichas redes: esta puede ser intelectual o moral. En el primer caso se valoran cualidades como inteligencia, agudeza, perspicacia, espíritu crítico, erudición, etc. En el segundo, se trata por lo general de contactos con los que nos sentimos ligados afectivamente, y solemos estimarlos por sus cualidades morales (sensibilidad, solidaridad, empatía, etc.). Podemos no coincidir con ellos en aspectos ideológicos, culturales, socioeducativos o en el cuerpo de creencias básicas sustentadas, pero los valoramos por sus virtudes morales y porque mantenemos lazos afectivos con ellos. En tal sentido, cuando le damos "like" a frases posteadas por tales contactos, muchas veces lo que hacemos realmente es manifestar nuestro agrado y sentimientos empáticos hacia el emisor mismo, y no tanto hacia el contenido de la frase. O bien la frase es valorada más positivamente por la reputación moral adjudicada al emisor y la simpatía que le tenemos. En algunos casos el mensaje es valorado solo por su contenido espiritual y motivacional en el marco de nuestro conocimiento del estado anímico o momento particular que atraviesa el emisor, y lo que ponderamos es su actitud, al postear dicha frase como una vía "terapéutica" en el marco de sus intentos por superar una situación crítica o un estado anímico negativo. Otra situación posible es que una frase de dudosa calidad posteada por un contacto al que le adjudicamos ciertas dotes intelectuales promueva un sesgo tendiente a valorarla más positivamente por la reputación atribuida al emisor. Por ejemplo, si un contacto considerado inteligente, instruido y perspicaz comparte o postea una frase que nos resulta ininteligible o poco feliz, esto podría activar el mecanismo asociado al control de conflictos (percepción de la incompatibilidad entre dos cuerpos de creencias: el dudoso valor de la frase y la valoración positiva de las capacidades cognitivas del emisor). En tales casos generalmente la velocidad en el procesamiento de la información suele sesgar la decisión a favor de la confianza en la autoridad del emisor, atribuyendo a nuestras propias limitaciones la incapacidad de decodificar el sentido de la frase. También puede suceder que dicha confianza en el emisor nos haga ver la "oscuridad" de la frase como un indicador de su relevancia, efecto también invocado por Pennycook et. al. (2015)(cf. Sperberg), y extensible a cualquier apelación a la autoridad, incluyendo la confianza atribuida a un autor reconocido.

Si bien en muchas situaciones los like operan como meras muestras de apoyo y afecto hacia nuestros "amigos" (de modo que claramente no se dirigen al contenido del mensaje, solo son demostraciones de lealtad y reciprocidad afectiva), también puede suceder que una frase sea efectivamente más aceptada o valorada si quien la posteó goza de buena reputación (intelectual, moral o ambas), fenómeno similar al sesgo de autor (cuando una frase es atribuida a un autor intelectualmente respetado).

Podría alegarse que, justamente porque en muchos casos el like está dirigido al emisor más que a la frase misma, la cantidad de like que reciben las frases pseudoprofundas en situaciones reales (particularmente en redes sociales como Facebook) sería una forma engañosa de obtener una medida preliminar de aceptabilidad del bullshit. Una medida más fiable podría ser comprobar cuántas veces una frase es retwitteada, compartida, posteada o viralizada, ya que, a diferencia de un simple "me gusta", este sí sería un indicio claro de estimación positiva.

Al no incluir esta variable (ya que en el experimento analizado las frases bullshit no tenían un emisor en particular, y cuando eran tweets de Chopra no se daba a conocer este dato a los participantes), Pennycook et. al. (2015) procuraron detectar el grado de receptividad al bullshit apuntando exclusivamente al contenido de las frases con independencia del emisor o la fuente, mientras que mi intención es probar que la procedencia de la frase (incluyendo tal vez su circunscripción ideológica, factor que merecería quizás un desarrollo aparte) incide significativamente en la receptividad al bullshit en escenarios reales.

Efecto de sugestión producido por la aceptación o aprobación masiva:

Así como la gente suele inclinarse por bares o negocios llenos, tendemos a pensar que lo que agrada a la mayoría debe ser bueno, por ende, si un posteo genera muchos "like", comentarios favorables, retwitteos y viralizaciones, tenderemos a suponer que debe tener algún valor, y que quizás sean nuestras limitaciones las que nos impiden apreciarlo. Podría idearse un experimento en que diferentes grupos de personas (más o menos homogéneas en términos cognitivos) deban valorar una frase (con un contenido lo suficientemente ambiguo y difícilmente de-codificable) bajo cuatro condiciones diferentes: a) exhibida desde una red social (Facebook, Twitter, etc.) acompañada de una enorme cantidad de "me gusta" y numerosos comentarios positivos, b) exhibida en un contexto neutro (sin elementos adicionales que sugieran algún posible sesgo interpretativo), c) exhibida en una red social pero sin ningún "me gusta" ni comentario alguno, y d) exhibida en la red pero con múltiples comentarios negativos (por ejemplo, que apunten a su carácter falaz o ridículo). En un sentido similar al efecto hallado en el experimento de Asch (1974), se podría predecir que la apreciación positiva o negativa de muchas personas ejercería una importante presión sobre el receptor, induciéndolo a adoptar cierto sesgo valorativo ante una frase ambigua o de dudoso valor. Lo mismo cabría suponer en relación con la actual variedad de "estados" posibles del Facebook: si un posteo causa en otros "enojo", "tristeza", "diversión" o "asombro", tales reacciones previas oficiarán como pistas que ayudarán a futuros receptores a decodificar más fácilmente el contenido y tenor del mensaje, especialmente cuando su interpretación no es evidente, como en el caso de las frases bullshit. Como en la propuesta experimental anterior, lo ideal sería aplicar todas estas condiciones, o bien a grupos diferentes pero lo más homogéneos posibles en sus puntuaciones individuales de bsr, o bien a un mismo grupo pero con frases diferentes aunque semejantes en su nivel de ininteligibilidad y pseudoprofundidad.

Nivel sociocultural de los participantes y su identificación con grupos y sectores ideológicos en los que fueron socializados:

Los autores parecen asumir a priori que la escala de receptividad al bullshit depende exclusivamente de una suerte de posesión espontánea de ciertas capacidades y predisposiciones cognitivas. Si bien los participantes debieron responder una encuesta demográfica (cuyo contenido no se describe en el artículo, pero cabe suponer que indaga aspectos tales como origen étnico y social, nivel de estudios alcanzado, etc.), los autores no correlacionaron tales datos con los resultados obtenidos en la BSR y en las variables de interés teórico, ya que su hipótesis principal apuntaba a la detección de diferencias individuales en los estilos cognitivos, con independencia de factores asociados al nivel socioeducativo o al tipo de educación recibida. Solo en algunos casos reclutaron exclusivamente estudiantes universitarios, pero posiblemente la elección se debió más a la facilidad de acceso que al interés por un grupo social en particular, ya que en ninguna parte del trabajo se menciona el nivel sociocultural y educativo alcanzado como variables relevantes y correlacionables con la receptividad o sensibilidad al bullshit. Ahora bien, aun cuando exista cierta correlación entre el contenido de las creencias sustentadas y la capacidad de razonamiento analítico, tanto dicho contenido como los estilos cognitivos son aprendidos en ciertos entornos culturales, de modo que la receptividad al bullshit puede depender del tipo de educación y socialización recibida, más que de aspectos de la personalidad individual. Por otra parte, si bien creencias ligadas al ateísmo o el escepticismo con relación a fenómenos paranormales, supersticiones, cábalas, etc., podrían estar asociadas a una mayor capacidad para detectar conflictos entre creencias incompatibles, dicha capacidad es también entrenada en ciertos ambientes académicos específicamente abocados al cultivo del razonamiento y la argumentación crítica. La realidad es que el pensamiento cotidiano tiende a convalidar con extrema facilidad creencias compatibles con deseos y expectativas previas, sobre todo ante situaciones difíciles de resolver donde resulta más fácil confiar en poderes sobrenaturales a la espera de soluciones mágicas que no dependan de las limitadas competencias humanas. De allí que la mayoría de las personas opte por adherir a creencias religiosas y paranormales, pero además son socializadas en ámbitos en los que aprenden e incorporan tales creencias. Y lo mismo puede decirse de quienes sustentan las creencias contrarias, pues el escepticismo y el ateísmo también son doctrinas aprendidas en el marco de ciertos sectores sociales e ideológicos, quienes paradójicamente a menudo adoptan actitudes dogmáticas e intolerantes ante la credulidad del "vulgo". Dicho sesgo está presente en los propios autores del trabajo, cuando atribuyen la posesión de creencias religiosas y paranormales a meras limitaciones cognitivas, ignorando la influencia del entorno sociocultural en la formación de las mismas.

Para cotejar esta hipótesis debería correlacionarse la BSR obtenida por cada participante con variables tales como su origen étnico y sociocultural, su nivel socioeconómico, el grado académico alcanzado, su formación profesional, sus creencias religiosas, etc.

Factores internos

Estados anímicos de los emisores y receptores de bullshit inducidos por el momento particular que atraviesan:

Un dato fundamental a la hora de evaluar la receptividad al bullshit es que la principal motivación de la mayoría de las personas no es de orden cognitivo (no está ligada al escrutinio teórico sobre el significado preciso y el valor de verdad de las proposiciones), sino, por así decirlo, de orden existencial y espiritual. De allí que las frases motivacionales tiendan a cumplir una función más ligada a la persuasión y a la manipulación del estado anímico que a la motivación cognitiva de alcanzar la verdad. Algunas personas que atraviesan momentos críticos o difíciles, o que simplemente buscan estrategias de autoayuda para encausar sus vidas, twittean o postean frases motivadoras a modo de catarsis o estrategia terapéutica. Uno de los principales usos de las redes sociales (incluyendo p. e. los grupos de WhatsApp) es el de promover la "terapia de grupo", compartiendo con otros los problemas y estados anímicos personales en un espacio de interacción virtual que ayuda a mucha gente a sentirse acompañada y contenida. Esta estrategia es utilizada también para enviar mensajes motivacionales o de apoyo a contactos que atraviesan momentos difíciles, a fin de infundirles ánimo, aliento o decirles lo que necesitarían o querrían oír. Tal es, precisamente, el principal propósito de las frases pseudoprofundas, cuyo efecto pretende ser más psicológico y persuasivo que cognitivo. Pennycook et. al. (2015) reconocen que la pretensión de verdad no es el objetivo principal del bullshit, pero alegan que estas frases tienen al menos una pretensión de verosimilitud. En tal sentido, podría resultar relevante determinar hasta dónde los receptores del bullshit creen en la verdad literal de frases que contienen, por ejemplo, confusiones ontológicas o creencias epistémicamente dudosas (tales como apelación a fenómenos paranormales); o bien consideran su sentido como meramente metafórico y las valoran por considerarlas reconfortantes y motivadoras más allá de su valor de verdad o su sentido literal. Efectivamente los autores testearon estos aspectos (cuando pidieron a los participantes que evaluaran cuán literal o metafóricas les parecían frases que contenían confusiones ontológicas y creencias epistémicamente sospechosas). Sin embargo, en consonancia con la tesis de que las circunstancias pragmáticas pueden influir decisivamente incluso en el valor cognitivo atribuido a las frases, mi hipótesis es que las situaciones límite pueden inducir a las personas a adoptar o reforzar sus creencias epistémicamente dudosas (religiosas, paranormales, conspiracionistas, en la medicina alternativa, etc.) como una suerte de herramienta psicológica defensiva ante la necesidad de aferrarse a una esperanza o encontrarle un sentido o explicación trascendente a situaciones difíciles o dolorosas. Una forma de testear esta hipótesis (aunque claramente difícil en la práctica) sería midiendo la receptividad a frases que contienen confusiones ontológicas o creencias epistémicamente dudosas en las mismas personas cuando su estado anímico es "normal" o "neutro" (vale decir, cuando no están atravesando ninguna situación particular de dolor, angustia, estrés, depresión, etc.), y cuando el mismo es frágil o vulnerable por alguna situación particular, o bajo un estado anímico alterado por factores internos o externos. Dado que las personas altamente receptivas al bullshit tenderán a valorar positivamente estas frases en cualquier situación, esta variable debería ser medida preferentemente en sujetos con puntuaciones bajas en la BSR, vale decir, que en condiciones "normales" tienden a ser más o menos escépticos y críticos. Otra estrategia, ya mencionada, es tomar dos muestras representativas de personas con puntuaciones BSR similares (en este caso bajas), pero diferentes estados de ánimo inducidos por diferentes situaciones (neutras vs. difíciles o dolorosas) y comparar los resultados. Obviamente que semejantes condiciones tornan en la práctica muy difícil el acceso a la muestra y, por ende, la ejecución del experimento.

2. Algunas observaciones al diseño experimental

En su trabajo, los autores definen aproximadamente el bullshit como frases consistentes en conjuntos aleatorios de palabras motivacionales de moda (las cuales suelen despertar reacciones emocionales asociadas a la profundidad y la trascendencia) con una estructura sintáctica correcta, pero que carecen de sentido y, por ende, en principio serían difíciles de decodificar. A su vez, procuran correlacionar la BSR con la propensión a las confusiones ontológicas y las creencias epistémicamente dudosas. Ahora bien, si bien es posible que personas propensas a la religiosidad, a sustentar creencias paranormales, inclinarse por terapias alternativas o teorías conspiracionistas, etc., estén al mismo tiempo más abiertas a adjudicar cierta profundidad a frases ininteligibles, no es lo mismo una declaración perfectamente inteligible cuyo contenido denote una confusión ontológica (p. e. "La fuerza de la oración salvará al mundo"), o creencias epistémicamente dudosas (p. e. "Todos tenemos un ángel de la guarda que nos protege"), que una frase carente de sentido por haber sido elaborada apelando a una conjunción aleatoria de términos (p. e. "Si llegamos a maximizar nuestras experiencias transparentes estaremos preparados para monetizar las nuevas sinergias globales" -extraída de un generador de bullshit en español-). En la vida real, las personas tienden mucho más a compartir, postear, viralizar y darle like a frases motivacionales claramente inteligibles pero que contienen afirmaciones que desafían las leyes naturales y el conocimiento cotidiano (apelando a entidades sobrenaturales, creencias religiosas y confusiones entre el plano material y espiritual), que a frases tan difícilmente de-codificables que en última instancia no terminan sirviendo al fin para el cual fueron creadas y compartidas: generar estados motivacionales positivos y provocar un efecto de sanación espiritual al apelar a las emociones del receptor (en lugar de proporcionar información objetiva y con valor de verdad sobre cierto estado de cosas del mundo). Probablemente los autores, para justificar su hipótesis de que mucha gente es receptiva a frases pseudoprofundas ininteligibles, supusieron que lo que puede inducir dicha aceptación es el impacto emocional que desencadenan algunos términos motivacionales de moda, los cuales podrían por sí solos disparar sentimientos de profundidad y trascendencia, aunque la frase completa carezca de sentido. Sin embargo, a mi juicio, cuanto más clara e inteligible sea la frase, más servirá a los fines de fomentar la autoayuda y la psicología positiva. La secuencia de experimentos de los autores sugiere que se fueron percatando progresivamente de que el único modo de medir específicamente la receptividad al bullshit era comparándola con la receptividad a cualquier tipo de frase motivacional con sentido.

Por otro lado, los autores parecen adherirse implícitamente a ciertas ramas de la filosofía analítica ligadas al positivismo lógico (por ejemplo, la filosofía del primer Wittgenstein), que identifican el significado de un término o proposición con sus condiciones de verdad (vale decir, con sus posibilidades, directas o indirectas, de contrastación empírica). De allí que correlacionen la apertura y aceptación positiva de frases "carentes de sentido", con la propensión a las confusiones ontológicas y a las creencias epistémicamente dudosas. No queda muy claro si los autores sugieren que las frases en las que se plasma algún tipo de asociación entre los planos material y espiritual, o natural y sobrenatural, carecen de sentido porque no sería lícito suponer que en los hechos tales planos se superponen (con lo cual estarían asociando sentido o inteligibilidad a valor de verdad), o si simplemente quieren indagar si las personas que son propensas a este tipo de creencias (justamente por su apertura mental excesiva y, por ende, su menor predisposición al pensamiento analítico) también son más propensas a aceptar el bullshit. Sea como sea, los autores parecen asociar explícitamente "significado" a "valor de verdad" cuando afirman que tales frases carecen de ambas cosas, siendo que dicha asociación es privativa de cierto posicionamiento filosófico. Por ejemplo, esta posición sería, como lo señalábamos, compatible con la filosofía del primer Wittgenstein, mientras que el mismo autor en su segunda etapa asume un criterio mucho más amplio, según el cual el significado de los términos está determinado por su uso en ciertos contextos y por la atribución intersubjetiva de sentido que le adjudica una comunidad o grupo determinado, siempre en relación con ciertas formas de vida.

En realidad no estoy cuestionando esta asunción implícita, con la cual concuerdo parcialmente. Lo que quería enfatizar mediante mi observación (aspecto que posteriormente será tratado con más detalle) es que los filósofos y psicólogos experimentales, cuyo principal objetivo -expresado por Knobe y Nichols (2008) en su libro Experimental Philosophy- es "conducir investigaciones experimentales sobre los procesos psicológicos subyacentes a las intuiciones de la gente sobre temas filosóficos centrales" (Knobe y Nichols 13), inevitablemente deben partir de asunciones metafísicas, axiológicas y normativas que les permiten establecer ciertos parámetros de corrección, lo que a su vez los faculta para decidir implícitamente de antemano qué intuiciones y procesos cognitivos recabados experimentalmente serán correctos y cuáles serán "irracionales", por alejarse de los estándares estipulados. En otras palabras, estas investigaciones no se agotan, como es su pretensión originaria, en la mera descripción neutral de las intuiciones filosóficas folk, sino que esta presupone juicios normativos y axiológicos implícitos, lo cual es incompatible con esa suerte de retorno al empirismo ingenuo que los filósofos y psicólogos experimentales sustentan con bastante convicción. La suposición de fondo es que existe un ínfimo sector de la población -el de los filósofos o intelectuales formados en el pensamiento crítico- que por su formación académica estaría en condiciones de determinar qué tipo de creencias y procesos cognitivos para alcanzarlas serían correctos o lícitos, y qué creencias serían erróneas y fundadas en razonamientos falaces. En el fondo no es una asunción tan descabellada, pues del mismo modo podríamos decir que son los conceptos teóricos de los físicos, y no las intuiciones físicas folk de la gente común, los que explican adecuadamente las leyes y variables del mundo físico. Incluso para Wittgenstein (1921) la tarea específica de la filosofía es precisamente la de esclarecer y depurar los conceptos del lenguaje ordinario, bajo el supuesto de que este proceso nos habilitaría para razonar correctamente acerca del mundo. El asunto es que, si los investigadores asumen implícitamente que existen estilos de razonamiento objetivamente más correctos o incorrectos, y creencias más o menos fiables, tales supuestos deberían ser enunciados explícitamente, en lugar de aparentar que se limitan a presentar meros datos "crudos", analizados desde una posición cuasineutral.

Otra observación más específica con relación a los resultados es que los investigadores no encontraron una correlación significativa entre las creencias conspiracionistas y la sensibilidad al bullshit. A mi juicio, su hipótesis de que la ideación conspiracionista es un sesgo asociado a un déficit en la propensión al razonamiento analítico es al menos discutible. Podría considerarse lo contrario: que las personas que se esfuerzan en razonar sobre un asunto (p. e. sobre las causas de un mal resultado en la esfera política, o de situaciones que juzgaríamos como desafortunadas o desfavorables) tienden a elucubrar hipótesis conspiracionistas luego de un proceso deliberado y lento de razonamiento. Incluso las hipótesis conspiracionistas suelen ser propias de intelectuales con cierto posicionamiento ideológico, que por su propia formación y bagaje teórico tienden a buscar explicaciones no evidentes por detrás de los fenómenos. Por ejemplo, el sostener que el atentado a las torres gemelas fue en realidad un autoatentado planeado por el propio Gobierno norteamericano para tener la excusa de atacar países petroleros y apropiarse del negocio del petróleo; o la teoría que sostiene que el alunizaje del Apollo 11 fue un montaje televisivo de EEUU para mostrar su superioridad tecnológica ante la urss, son ejemplos de teorías conspiracionistas subsidiarias de posiciones más cercanas a un exceso de intelectualización y teorización (una especie de oposición ideológica a la "explicación más simple" o de sentido común, por considerar que esta es sostenida por sectores hegemónicos, y debemos buscar las verdaderas explicaciones por detrás de las apariencias). Evidentemente, también depende del tipo de conspiración planteada: no es lo mismo adjudicar un resultado percibido negativamente a la confabulación de grupos de poder (sectores políticos, financieros, militares, etc.), que a fuerzas satánicas o energías cósmicas (creencias que, aunque no sean conspiracionistas en sentido estricto -al no depender del acuerdo entre individuos o partes- poseen una lógica similar al pretender adjudicar causas precisas a acontecimientos dependientes del azar, de una confluencia aleatoria de factores o de causas naturales). Quizás sea relevante distinguir la elucubración misma de teorías conspiracionistas (de cualquier tipo) de la tendencia a creer fácilmente en ellas, ya que lo segundo parece corresponderse mejor con la variable de interés (exceso de apertura y actitud acrítica ante la información recibida, acompañada de falta de voluntad para examinarla más reflexivamente), mientras que la propia elaboración de conjeturas conspiracionistas requeriría cierto esfuerzo de pensamiento, aun cuando este pueda resultarnos falaz. A mi modo de ver, los autores parecen haber considerado las creencias conspiracionistas como una subclase de creencias epistémicamente dudosas -junto con las creencias religiosas y paranormales- porque las mismas en última instancia aportan a la dotación de un sentido o lógica subyacente a la realidad, ayudándonos así a disminuir los niveles de ansiedad al aportarnos la certeza de que todo tiene una causa y una razón de ser, y por ende nada es producto del azar ciego o de una suma o yuxtaposición aleatoria de factores. Sin embargo, la tendencia a buscar explicaciones que nos permitan interpretar y organizar la realidad a los fines de dominarla cognitivamente es propia del pensamiento humano en general, incluso del pensamiento científico, y mi sensación es que tales ideaciones suponen algún esfuerzo reflexivo.

3. ¿Son las predisposiciones analizadas específicas del bullshit?

Cabe suponer que la propensión a encontrar sentido a las producciones humanas, e incluso a "señales" de cualquier tipo, vale decir, a adjudicar valores simbólicos (ya sea mediante un esfuerzo reflexivo y analítico, o mediante una recepción espontánea e intuitiva que nos lleva a interpretar automáticamente, e incluso emotivamente, la carga simbólica de tales señales), no solo sería aplicable al bullshit, sino también, por ejemplo, a cualquier expresión artística (obras literarias y pictóricas, performances, coreografías, etc.) aun cuando estas consistan en conjuntos de imágenes o acciones arbitrarias agrupadas al azar. Si tal es el caso, podría idearse un experimento similar al expuesto en el que se pida a los participantes que valoren el significado y profundidad de presuntas obras artísticas conformadas por conjuntos aleatorios de imágenes, palabras, acciones, etc. En la investigación de Pennycook et al. (2015), los participantes no fueron alertados sobre el carácter "sana-tero" de las frases expuestas, con lo cual posiblemente accedieron a ellas con la expectativa de hallarse ante frases "en serio". Esto indicaría que el contexto de emisión de la información recibida afecta y condiciona significativamente las expectativas del receptor.

Otro sesgo que podría explicar las distorsiones en la atribución de profundidad a frases difícilmente decodificables por su falta de sentido es cierto temor a confesar que no las entendemos (fenómeno metaforizado en el cuento "El traje nuevo del emperador", en el que un sastre le confecciona al emperador un traje ficticio y le dice que solo los inteligentes pueden verlo, de modo que nadie se atreve a confesar que ve al emperador caminando desnudo para no poner de manifiesto su supuesta estupidez o ignorancia).

Estos sesgos nos remiten a su vez a la dimensión social del significado atribuido a las producciones humanas, ligada a factores tales como la necesidad de pertenencia a cierto grupo en la medida en que esta confiere prestigio y estatus social.

Por otra parte, los resultados de Pennycook et. al. (2015) arrojaron que algunas personas consideraron incluso frases completamente mundanas como portadoras de cierta profundidad. Del mismo modo, cualquier estímulo externo, incluso eventos naturales, podrían ser tomados por alguna gente como "señales" o "indicios" que nos están comunicando algo (a las que se les puede adjudicar un valor premonitorio, la manifestación de una fuerza sobrenatural, etc.). En tal sentido, la predisposición a encontrar significados profundos, trascendentes y sobrenaturales estaría presente en algunas personas (p. e. sería una inclinación propia de quienes se erigen como gurúes o profetas) y la aceptación del bullshit no sería más que un ejemplo particular de una tendencia más general a la excesiva apertura o credulidad.

4. ¿Es posible evitar asunciones valorativas y normativas implícitas en la descripción de las intuiciones filosóficas folk?

Si bien los autores del experimento son en realidad psicólogos (pertenecen al Departamento de Psicología de la Universidad de Waterloo), su trabajo puede ser enmarcado dentro de la línea de investigación conocida como "filosofía experimental". Los filósofos experimentales abordan cuestiones relativas a lo que podríamos denominar "psicología de la filosofía", ya que procuran recabar datos empíricos sobre el pensamiento espontáneo de las personas en relación con tópicos filosóficos (posibles intuiciones filosóficas folk). Dado que dicho abordaje requiere de la perspectiva y el auxilio de múltiples disciplinas, sus adeptos pueden provenir de diversos campos (filosofía, psicología moral, psicología cognitiva, economía conductual, neurociencias, etc.), de modo que mis observaciones sobre las limitaciones y escollos que debe enfrentar la filosofía experimental serían en principio aplicables a este estudio, aun cuando sus autores no sean filósofos de formación.

Los filósofos experimentales procuran, entonces, recabar información descriptiva sobre las intuiciones filosóficas folk (creencias y procesos cognitivos subyacentes) que las personas suelen sustentar de manera espontánea, pero, para evaluar tales intuiciones (p. e. para ponderar su grado de corrección e incorrección), inevitablemente deben fijar ciertos parámetros sobre la forma correcta de razonar filosóficamente (procesos cognitivos fiables) y sobre la corrección de las respuestas emitidas, lo que implica que el abordaje descriptivo solo puede llevarse a cabo bajo la asunción de ciertos supuestos normativos fijados por los propios filósofos. Esto implica la suposición de que son los especialistas en filosofía, y no la mayoría estadística de las personas, quienes estarían legítimamente autorizados para juzgar el valor de las intuiciones y procesos cognitivos del resto de los sujetos. En algún sentido esto se justifica, ya que los filósofos son precisamente esa ínfima franja de la población dedicada al entrenamiento profesional y sistemático de habilidades cognitivas asociadas al pensamiento analítico, con lo cual poseen un estilo cognitivo más reflexivo que el promedio. Sin embargo, una cosa es tener una mayor disposición al pensamiento reflexivo y, por ende, un mayor entrenamiento en las habilidades cognitivas asociadas; y otra es suponer que las creencias alcanzadas como resultado de dicho entrenamiento serán las correctas, o al menos mucho más fiables que las obtenidas por otras vías (p. e. por intuiciones viabilizadas por emociones), dado que estas últimas tenderán a ser sesgadas y falaces. En lo personal admito que considero correcta la asociación entre una excesiva apertura mental, ligada a escasa deliberación crítica y reflexiva, y el pensamiento "mágico" (creencias religiosas y paranormales, supersticiones, etc.). Sin embargo, el propio racionalismo crítico del filósofo insta a cuestionar la validez de las propias creencias y a considerar las dificultades en la búsqueda de parámetros valorativos universales y objetivos para juzgarlas (de hecho, nada garantiza la falsedad de las creencias religiosas y paranormales, ya que en sentido estricto son irrefutables al ser empíricamente incontrastables). Pero, al mismo tiempo, el filósofo experimental debe adoptar algún parámetro valorativo con el cual pueda cotejar el grado de "corrección" de las creencias y procesos cognitivos de los sujetos experimentales, aun cuando el propósito de la investigación sea en principio meramente descriptivo. En el presente estudio, la propia adopción del término bullshit (traducible aproximadamente como "pura mierda", vocablo con una clara carga axiológica negativa y profundamente despectiva) sugiere un claro posicionamiento ideológico, de modo tal que los criterios para definir e identificar frases bullshit no pueden agotarse en un conjunto de rasgos claramente demarcables y meramente denotativos, y por ende libres de toda connotación valorativa. A mi juicio estas investigaciones son un claro síntoma del "giro pragmático" de la filosofía experimentado en las últimas décadas (influido además por sus cruces interdisciplinarios con dominios tradicionalmente pertenecientes a otras ciencias): los filósofos van abandonando cada vez más sus recaudos profesionales ligados a la neutralidad axiológica y el análisis puramente lógico de los conceptos, para asumir abiertamente posiciones axiológicas (más o menos conscientes) amparados en criterios pragmáticos que instan a no suspender excesivamente el juicio, a fin de no disociar la investigación metateórica de las posiciones ideológicas y valorativas que adoptan de hecho en su comercio con el mundo. Dado que los autores del estudio son psicólogos cognitivos y no filósofos, esto podría explicar parcialmente su menor compromiso con la neutralidad axiológica y la imparcialidad en la fijación de los tópicos y conceptos implicados, aspectos acerca de los cuales el filósofo suele ser más consciente. Sin embargo, los filósofos experimentales también tienden a adoptar (más o menos implícitamente) posiciones axiológicas y normativas como parámetros para evaluar las evidencias obtenidas, aunque al menos asumen este hecho como problemático y susceptible de controversias epistemológicas a la hora de sentar las bases teóricas y procedimentales de la filosofía experimental (cf. Knobe y Nichols).

En síntesis, ninguna evidencia empírica puede dar cuenta por sí misma de cuán apropiadas o inapropiadas son las intuiciones folk si no se adopta de antemano un criterio normativo que permita valorarlas, y es el experimentador quien se arroga la potestad para hacerlo. La ponderación de los resultados experimentales dependerá de una estimación previa de qué tipo de respuestas y procesos cognitivos implicados serían los "correctos". En el experimento analizado, por ejemplo, lo correcto es sostener una posición escéptica y crítica con relación a ciertas declaraciones, no solo por su vaguedad, ambigüedad y presunta ininteligibilidad, sino porque su contenido supone la aceptación de creencias que desafían las leyes naturales y el conocimiento avalado empíricamente. Pero la valoración de los datos empíricos depende también de ciertas asunciones teoréticas más globales en relación con el estatus de la cognición humana (cf. Zavadivker). Por ejemplo, una posición pragmática de corte evolucionista supone que nuestras creencias y herramientas cognitivas son adaptaciones instrumentalmente útiles para lidiar con presiones específicas del complejo entorno social en el que vivimos, incluyendo desafíos relativos a la necesidad de lograr un equilibrio emocional y espiritual, lo que abonará a favor de la búsqueda de explicaciones y la fijación de creencias que tiendan a dotar de sentido y dar un significado trascendente a nuestra existencia. Desde esta perspectiva, sería posible evaluar la tendencia a la aceptación de confusiones ontológicas, creencias epistémicamente dudosas, etc. como presuntamente "apropiada" en la medida en que resulta funcional para el logro de algún fin adaptativo. Tal asunción nos llevaría a conjeturar la existencia de alguna lógica adaptacionista subyacente a nuestras intuiciones folk, bajo el supuesto de que su alta frecuencia estadística sería indicadora de su "corrección", entendiendo por tal su eficacia adaptativa. Pero si asumimos un criterio racionalista, según el cual las intuiciones y procesos cognitivos serían correctos e incorrectos en la medida en que cumplen con algunos estándares de racionalidad con independencia de su valor adaptativo o su utilidad práctica, entonces el dictamen de la mayoría no influirá en absoluto en el veredicto a priori respecto de qué intuiciones o procesos cognitivos son más adecuados que otros.

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1Bullshit Receptivity Scale.

2Cognitive Reflection Test

3Complementary and Alternative Medicine

Cómo citar este artículo:

MLA: Zavadivker, M. N. "Una propuesta de evaluación de la receptividad al bullshit que contemple la incidencia del contexto pragmático sobre la cognición." Ideas y Valores 69.172 (2020): 125-150.

APA: Zavadivker, M. N. (2020). Una propuesta de evaluación de la receptividad al bullshit que contemple la incidencia del contexto pragmático sobre la cognición. Ideas y Valores, 69(172), 125-150.

CHICAGO: María Natalia Zavadivker. "Una propuesta de evaluación de la receptividad al bullshit que contemple la incidencia del contexto pragmático sobre la cognición." Ideas y Valores 69, n.° 172 (2020): 125-150.

Recibido: 10 de Mayo de 2017; Aprobado: 15 de Agosto de 2017

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