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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.71 no.179 Bogotá May/Aug. 2022  Epub Aug 11, 2022

https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v71n179.102607 

Artículos

LOS ECOS DE LA VIOLENCIA LA GENEALOGÍA ARENDTIANA DE VIOLENCIA COMO DESINGULARIZACIÓN

ECHOES OF VIOLENCE ARENDT'S GENEALOGY OF VIOLENCE AS DESINGULARIZATION

AGUSTINA VARELA-MANO GRASSO* 
http://orcid.org/0000-0002-6508-2057

*Universidad de Murcia - Murcia - Esparia, agustinabelen.varela@um.es


RESUMEN

Este artículo reconstruye la genealogia arendtiana de las formas extremas de la violencia, tomando como hilo conductor los procesos de desingularización con un doble propósito: por un lado, analizar las (dis)continuidades históricas de dicha genealogia que trasciende la dimensión fisico-instrumental de la violencia y entra conexión con la (des)configuración de la identidad personal; por otro lado, reivindicar la vigencia de la obra de Hannah Arendt para explorar los ecos presentes de esa violencia, sin perder de vista su especificad actual.

Palabras clave: genealogia; violencia; desingularización; identidad personal

ABSTRACT

This paper reconstructs the Arendtian genealogy of the extreme forms of violence, taking desingularization processes as its guiding thread, with a twofold goal: on the one hand, to analyze the historical (dis)continuities of that genealogy, that goes beyond the physical-instrumental dimension of violence and comes into connection with the (de)configuration of personal identity; on the other hand, to claim the validity of Arendt's work to explore the echoes of that violence, without losing sight of its current specificity.

Keywords: genealogy; violence; desingulartization; personal identity

Introducción

Hannah Arendt recibió la noticia de la existencia de los campos de exterminio en 1043. Veinte anos después, reconocia que aquello habia sido "un autèntico shock [...] era, realmente, como si se hubiera abierto el abismo. Porque uno siempre tiene la esperanza de que todo podria ser rectificado algún dia [...]. Lo sucedido en cambio no podia serlo" (Arendt cit. en Young-Bruehl 234). Y ello no se debia exclusivamente a la brutalidad de los hechos, sino a la aparición de una forma de violencia orientada a erradicar la singularidad única como crimen ontológico primario (cf.Cavarero 2000 80). Si, para Arendt, algo demostraron los campos de concentración y exterminio es que "el mundo no halló nada sagrado en la abstracta desnudez del ser humano" (1070 200) y que el "artificio humano" debe ser protegido precisamente porque puede ser arrebatado.

Mucho antes de articular su teoria politica, ya apuntaba la dirección que iba a tomar su pensamiento cuando en el prólogo de Los orígenes del totalitarismo (LOT) decia que "la dignidad humana precisa de una nueva salvaguardia que solo puede ser hallada en un nuevo principio politico, en una nueva ley en la Tierra, cuya validez debe alcanzar esta vez a toda la Humanidad" (id. IX). Se trata de la ley de la pluralidad como condición de la acción, que parte del hecho de que "todos somos lo mismo, es decir, humanos, y por tanto nadie es igual a cualquier otro que haya vivido, viva o vivirá" (1008 8). Por este motivo, es indisociable de la natalidad, el otro principio que sostiene su propuesta y remite al nacimiento como acontecimiento en el que está enraizada ontológicamente la acción humana en tanto capacidad de iniciar algo nuevo.

La reivindicación de ambos principios es el punto de partida de su concepción de la politica como la forma de convivencia más elevada y ámbito en el que cada individuo puede configurar/revelar su identidad personal, a través de las acciones y las palabras compartidas con otros (agentes), asi como del relato de su vida, que también proviene de los otros (espectadores/as y narradores/as). Para Arendt, la "identidad" (comunitaria y personal) nunca es un punto de partida. Frente a la comprensión homogénea que niega la pluralidad como condición de la singularización, la considera un resultado derivado de la acción conjunta. Si bien el impulso de la acción "surge del comienzo que se adentró en el mundo cuando nacimos y al que respondemos comenzando algo nuevo por nuestra propia iniciativa" (1008 177), la acción sin compañia no puede desplegarse ni tampoco puede revelar la unicidad que expone el agente en todo lo que dice y hace. Pero sin una narrativa que le dé sentido no puede perdurar. Tanto la dimensión expositiva como narrativa de la identidad personal demuestran que, para Arendt, es una construcción intersubjetiva ligada a una forma de inter-acción a la que confiere un ámbito concreto: el espacio político de aparición como una posibilidad ocasionalmente realizada y, precisamente por ello, extremadamente frágil.

La violencia totalitaria se articula en torno a esta fragilidad. Frente a los estudios que daban cuenta de ella estableciendo meras analogias con modalidades pasadas, Arendt sostuvo la tesis de una "ruptura del hilo de la tradición" que ponia en cuestión sus propias herramientas de comprensión. Esta tesis define el método de análisis de su obra en general y de LOT en particular. A diferencia de la historiografia, toma la interpelación de los hechos como punto de partida desde el que inicia su "diálogo de comprensión". En esto consiste su "labor genealógico-arqueológica [...], orientada retrospectivamente por la conciencia adquirida gracias al propio hecho totalitario" (Forti 76-77).

Siete décadas después de su publicación, este libro continúa siendo leido como referencia fundamental para reflexionar sobre la(s) violencia(s) presente(s). Y en este punto los campos de refugiados, los Centros de Internamiento de Extranjeria o el mismo Mar Mediterráneo como espacios de desingularización, asi como su confluencia con una ciudadania cada vez más miedosa dispuesta a banalizarlos, resultan paradigmáticos. Si, como afirmaba Arendt al final de su vida, "es función del pasado acecharnos a los que somos presentes" (2007a 248) es necesario reflexionar en qué sentido las transformaciones de la violencia del siglo pasado continúa acechándonos, desde el panorama que ofrece el "mundo tal como ha llegado a ser lo que es ahora" (ibd.).

En este sentido, este articulo tiene un doble objetivo: por un lado, analizar las (dis)continuidades históricas de la genealogia de las formas extremas de la violencia que Arendt reconstruye en LOT, tomando como hilo conductor su exploración de los procesos de desingularización. Por otro lado, reivindicar la vigencia de sus reflexiones para repensar las manifestaciones actuales de la violencia, que preceden y trascienden su expresión fisica y entran en conexión con la (des)configuración de la identidad personal. Para ello, será clave explorar tres formas contemporâneas de morir que la filósofa analiza y continúan vigentes como privación o restricción de tres derechos fundamentales: la muerte de la persona juridica como privación del derecho a aparecer a través de las acciones, la muerte de la persona moral como privación del derecho a ser recordados y la muerte de la singularidad única como privación del "derecho a la mera apariencia" y, en general, "del derecho a tener derechos".

Entre la violencia imperial y la violencia totalitaria

El totalitarismo se le presenta a Arendt como una "discontinuidad extraordinaria" (Forti 81) en el hilo de la tradición occidental. Un novum histórico que supuso la aparición de una forma de violencia sin objetivos o criterios pragmáticos. A diferencia de las guerras de agresión o las matanzas de poblaciones consideradas "hostiles", esta violencia carecia de algún tipo de beneficio externo al potencial destructivo de su propia ideologia. Esto quedó reflejado en los últimos anos de la Segunda Guerra Mundial, cuando tras haber eliminado prácticamente toda oposición se tornó fundamental el costoso sostenimiento de los campos de concentración y exterminio.

Tal como demuestra el estudio arendtiano del aparato burocrático de politicas genocidas en el que estuvieron enmarcados, el énfasis en su carácter "antiutilitario" no significa que carecieran de racionalidad. Tampoco significa que la filósofa pasase por alto que los campos se convirtieron para los Nazis en su institución central donde, además de ejecutar sus politicas de exterminio, podian poner en práctica sus pretensiones de "dominación total". No obstante, se trata de un doble propósito que tiene sentido si para guiar la vida consideramos únicamente "pretensiones fantásticamente ideológicas del racismo en su pureza lóg ica (Arendt 2005a 284).

El hecho de que Arendt concibiera a la violencia totalitaria como una modalidad inèdita tampoco significa que intentara jerarquizar el sufrimiento humano. En "Los hombres y el terror" se preguntaba retóricamente: "^quién osaria medir y comparar el miedo [y, podemos anadir, la violencia] que han experimentado los seres humanos?" (350). A diferencia de las tesis que defienden una singularidad "atemporal" del genocidio nazi, ella le concede una especificidad que en ningún momento pierde de vista la constelación histórica en la que se inscribe.

En el prólogo que en 1067 anade a la segunda edición de LOT, enfatiza "la desgraciada importancia que este medio olvidado [periodo tenia] para los acontecimientos contemporáneos" (1070 XXI-XXII). El quiebre del "hilo de la tradición" que se manifestó primero en la explosión de la Primera Guerra Mundial y se cortó definitivamente con la aparición de los campos de exterminio, no solamente aparece en sus textos como la apertura de un "abismo sin fondo", sino también como el efecto boomerang de una violencia que se desarrolla en las colonias africanas para regresar transfigurada e instalarse en el corazón de Europa.

Además de revelar toda una serie de tensiones entre el proyecto imperialista de expansión global y el Estado-nación acotado territorialmente, la teoria del efecto boomerang permite a Arendt analizar el totalitarismo a partir de los efectos retroactivos de las prácticas de exterminio sobre las mal denominadas "razas inferiores" en la estructura legal y politica de los Estados europeos, pero fundamentalmente en el "horizonte ideológico" que articuló. A pesar de las criticas que se pueden hacer a la hipótesis del efecto boomerang, su potencial reside precisamente en la ampliación de perspectiva critica con la propia tradición occidental que, instaurando un espacio de excepción en el extranjero, sentó las bases materiales y simbólicas para que "la exclusión violenta, la degradación, y la exterminación se instalasen en el lenguaje de la politica cotidiana" (id. 03), y Europa se preparase para "todos los horrores posibles" (id. 221).

Este proceso de interiorización de la violencia exportada requiere matizar la comprensión de la violencia totalitaria como "ruptura radical" de la tradición occidental. Es en ella misma donde encontramos los elementos de su ruptura o, por decirlo con Forti, si bien el totalitarismo "asume el significado de una 'discontinuidad extraordinaria': el lugar donde el tiempo queda en suspenso porque alli se detiene la continuidad misma de nuestra tradición" (150), se trata de una "continuidad bruscamente interrumpida, no obstante, por la paradójica materialización de sus dinámicas" (ibd.).

Lejos de intentar desvincular los crimenes totalitarios de la civilización occidental para dar cuenta de su novedad "radical", Arendt reconstruye una genealogia de la violencia totalitaria a partir de toda una serie de prefiguraciones que van de las prácticas violentas en los primeros campos de concentración de las colonias imperialistas a los campos nazis, pasando por la habituación de la violencia durante la Primera Guerra Mundial y sus repercusiones de posguerra, sin por ello caer en una lectura causal de sus conexiones. Esto queda reflejado en el último capitulo de la primera edición de LOT, donde enfatiza que el carácter excepcional de los campos de exterminio solo puede entenderse si tenemos en cuenta "la preparación, histórica y politicamente inteligible, de cadáveres vivientes" (447). Se trata del momento más intenso del análisis, donde se revela que es el punto de partida desde el que reconstruye la genealogia de la violencia totalitaria como una genealogia de producción de superfluidad que permite iluminar la muerte de la persona juridica y de la persona moral como requisito para que la muerte de la individualidad se torne posible.

Formas contemporáneas de morir

La muerte de la persona jurídica y el "derecho a aparecer" como unicidad

Morir juridicamente significa carecer de todo tipo de protección legal. Quienes quedan al margen de la ley no pueden cumplirla, pero tampoco transgredirla. Sus acciones dejan de ser percibidas como tales porque pierden conexión con la experiencia real. Precisamente por eso, la invisibilización de quienes carecen de un estatus legal suele coexistir con una visibiliazación de los estereotipos a los que son reducidos y acaban convertidos en foco de todo tipo de acusaciones.

Este primer paso del proceso de expoliación humana resultó paradigmático en el que siguió el gobierno totalitario para eliminar el estatus juridico de millones de personas, "por un lado, colocándolas [.] fuera de la protección de la ley [...] y, por otro lado, situando al campo de concentración fuera del sistema penal normal y seleccionando a sus internados fuera del procedimiento judicial normal" (Arendt 1070 447). De modo que, si bien unos pocos reclusos eran detenidos por haber cometido algún delito, la mayoria ingresaba a los campos nazis habiendo muerto juridicamente.

Aunque hasta aquel momento no se habia disenado un aparato burocrático de politicas genocidas tan desarrollado, el asesinato de la persona juridica no es una novedad del sistema nazi. Son numerosos los ejemplos históricos en que la privación del estatus legal de poblaciones enteras se convierte en el paso previo a la masacre. Tampoco la institución concentracionaria es una invención nazi. En repetidas ocasiones, Arendt senala que aparecieron por primera vez en Sudáfrica durante la Guerra de los Bóeres y fueron una herramienta central en la expansión imperial (cf. 1070 440). La segunda parte de LOT se articula, precisamente, en torno a la tesis de que no se puede comprender la muerte de la identidad juridica sin la experiencia en las colonias africanas como espacios de absoluta alegalidad [lawlessness] donde "todo estaba permitido".

Este principio del nihilismo decimonónico puso de manifiesto que la exportación del poder y de los medios estatales de violencia no estuvo acompanada de una estructura juridico-politica real que permitiese tratar a los nativos como sujetos de derechos. La fusión entre esta doble exportación y la ley de "expansión por la expansión" configuré uno de los principales rasgos de la politica imperialista, que no consistia en el "lugar predominante que concedió a la violencia ni el descubrimiento de que el poder es una de las realidades politicas básicas" (Arendt 1070 137), sino en la conversión de ambos fenómenos en "el objetivo consciente del cuerpo politico" (ibd.). Y el "poder entregado a si mismo solo puede lograr más poder, [y] la violencia administrada en beneficio del poder (y no de la ley) se convierte en un principio destructivo que no se detendrá hasta que no quede nada que violar" (ibd.).

Sin embargo, esta caracteristica de la violencia imperialista no la convierte en irracional. En su estudio del imperialismo, Arendt ya alude a una violencia cuyo potencial no puede comprenderse atendiendo exclusivamente al uso indiscriminado de los medios fisicos exportados a las colonias, sino a su confluencia con un proyecto de expansión sin limites territoriales y el encuentro con los nativos concebidos como "razas inferiores". Ahora bien, el auge de la "jerarquización de las razas" en la era imperial tampoco significa que la categorización de los seres humanos fuese una novedad de ese periodo. La misma Arendt insiste en que el "pensamiento racial" ya estaba arraigado en la sociedad europea y que lo verdaderamente novedoso fue "el monopolio [que] adquirió sobre la vida politica de las respectivas naciones" (1070 137), esto es, su transformación en una ideologia racial. La comprensión de la historia como lucha natural de razas convirtió a la "raza" en el principio aglutinador de la expansión imperialista que funcionó como "sustituto de la nación" y sustento explicativo de las mal denominadas "guerras imperiales menores", convertidas en autênticas guerras de exterminio (id. 150).

De modo que la "invención del racismo" fue posible gracias a la confluencia entre la expansión imperial basada en el rechazo de los limites territoriales, la consolidación de nuevas doctrinas naturalistas (darwinismo, eugenesia, etc.) y, fundamentalmente, la misma experiencia de los horrores en las colonias. Según Arendt, la sociedad racial configurada en África demostró que la "pura violencia" era un medio efectivo para crear "razas inferiores" y que esta táctica era más factible en aquellas tierras donde el encuentro con la alteridad estaba marcado por un sentimiento de extranamiento aparentemente "dado". Aunque perdió de vista que la reacción de los colonos ante el otro diferente era la manifestación de un etnocentrismo estructuralmente enraizado en la civilización occidental, no pasó por alto que "la raza no es, politicamente hablando [...], el origen de los pueblos, sino su declive; no el nacimiento natural del hombre, sino su muerte antinatural" (id. 157). Y, si bien es cierto que desarrolla su análisis desde el punto de vista de los colonos, lo hizo para enfatizar una perspectiva cuyo "sentido de la dignidad humana no les permitia considerar [a los otros] como semejantes" (1070 102), asi como también para analizar criticamente el retorno de esta perspectiva a su propio mundo.

A pesar de no haber sido necesario un proceso activo de desintegración juridica de los nativos porque ya eran considerados "menos que humanos", la misma experiencia en el exterior socavó los ideales de derechos del ciudadano como uno de los pilares del Estado-nación. Si, como afirma Michal Aharony, "la ausencia de ley fue inherente al imperialismo, [y] las vidas de los africanos «salvajes» [eran consideradas] desechables [...]" (100), la explosión de la Primera Guerra Mundial desencadenó toda una serie de acontecimientos que crearon las condiciones para activar un proceso de expoliación de la persona juridica y (re)producir la desechabilidad en el interior de Europa.

Sin perder de vista las múltiples diferencias entre la Gran Guerra y las guerras de exterminio coloniales, estas adelantan la dimensión "total" de la contienda. Como dice Enzo Traverso, "no se trataba de conflictos previstos por el derecho internacional [...]; eran guerras de pillaje y de destrucción, que no se declaraban y que concluian cuando se alcanzaba la sumisión total del pais conquistado" (2002 75). Pero ello no habria sido posible sin una ideologia racial que lo sustentara. Aunque habrá que esperar a la crisis de la primera posguerra para que el discurso del "enemigo racial" cobre fuerza en el continente europeo, la indistinción entre civiles y soldados durante la Primera Guerra Mundial ya revelaba que también en Europa los nuevos "enemigos" a exterminar eran poblaciones enteras (ibd.).

Gran parte de los civiles supervivientes se convirtieron en los "apátridas" encerrados poco tiempo después en los campos de concentración y a los que Arendt dedica el noveno capitulo de LOT. Aunque considera a la masificación de estos individuos desarraigados y privados de un estatus legal una de las consecuencias de los tratados de Paz de 1010 y la disolución de los imperios multiétnicos, durante el mismo desarrollo de la guerra ya habian comenzado a ser frecuentes las deportaciones y el internamiento de los presos de guerra (cf.Traverso 2002 100). En cualquier caso, la producción activa de apátridas acabó convirtiéndose en uno de los mecanismos empleados por el totalitarismo para masificar el proceso de extranamiento que habia predominado en la era imperialista.

El estudio arendtiano de las colonias africanas adelanta algo que ella analiza a la luz de las repercusiones de la Gran Guerra: que los derechos humanos solo podian garantizarse si los sujetos tenian detrás un Estado que los respaldase. Pensados para proteger a los seres humanos en situaciones de extrema vulnerabilidad, dejaban de funcionar tan pronto como perdian sus nacionalidades. El resultado fue que la condición de apátrida, es decir, la pérdida de los derechos del ciudadano, implicó la pérdida de los derechos humanos.

La tensión entre estos derechos y la soberania nacional que quedó oculta bajo la ideologia racial con que se llevó a cabo la conquista en África, se hizo evidente cuando a la carencia de derechos [rightlessness] se unieron los apátridas [statlessness] en Europa. Ello no significa que esa figura no existiera antes de la Primera Guerra Mundial, pero el nuevo contexto politico mundial habia dejado obsoletos los antiguos mecanismos de solución. Estas personas no podian ser repatriadas porque carecian de un pais al que retornar, pero tampoco podian ser naturalizadas o solicitar asilo porque habian dejado de ser casos de excepción y la pérdida de la patria se habia convertido en un fenómeno de masas.

Precisamente, por este motivo, Arendt enfatiza que la pérdida de los derechos fundamentales quedó reflejada, en primer lugar, en "la privación de un lugar en el mundo que [hiciera] significativas a las opiniones y efectivas a las acciones" (1070 206 énfasis agregado), es decir, en la pérdida de la protección fisica y juridica de la comunidad de pertenencia. Esto la llevó a reivindicar el "derecho a tener derechos", basado en el derecho a formar parte de una comunidad de derechos como condición de cualquier otro y que debe alcanzar a la humanidad entera. No tener un lugar en el mundo significa estar privados de un lugar fisico en él, pero también simbólico en el que poder ejercer el derecho a la acción, la palabra y la aparición.

Puesto que, para Arendt, "mediante la acción y el discurso, los hombres muestran quiénes son, revelan activamente su única y personal identidad y hacen su aparición en el mundo humano" (1008 170), el derecho a aparecer es sinónimo del derecho a iniciar acciones con otros. Y puesto que este inicio requiere ser reconocidos como agentes -esto es, como miembros de un espacio público-politico que haga significativas nuestras acciones-, aquellos que carecen de un lugar en el mundo y, aún más drásticamente, de toda posibilidad de encontrar un nuevo sitio en él, acaban viendo restringidas las posibilidades de mostrar quiénes son en cualquier lugar.

Más adelante veremos que, en la medida en que el derecho a tener derechos "nace cuando se ejerce" (Butler 2017 84) y pone en cuestión los espacios oficiales de aparición delimitados por la exclusión de una parte de la población, adquiere un sentido más amplio que el de la mera inclusión en una comunidad de derechos. De momento es suficiente tener presente que el énfasis de Arendt en cómo fue percibida la alteridad en la era imperialista concluye en ese noveno capitulo resaltando lo que confirmaba la proliferación de apátridas de su época: "parece que un hombre que no es más que un hombre ha perdido precisamente las cualidades que permiten a los otros tratarlo como su semejante" (1070 300).

En una conferencia de 1004, Jean-François Lyotard recuperaba estas palabras de la filósofa para enfatizar que "un hombre solo tiene derechos si es algo más que un hombre" (36). Y anade:

y solo es algo más que un hombre si es también el otro hombre. Solo asi 'los otros' pueden tratarlo como su semejante. Lo que hace a los hombres semejantes es que cada uno lleva en si la figura del otro. Su común similitud procede de su disimilitud singular. (ibd.)

Este derecho a aparecer como "algo más que un hombre" no es otro que el de "aparecer como unicidad" mediante las acciones, que remite a la dimensión ex-posit-iva de la identidad personal. Y esta es precisamente la primera pérdida en los campos totalitarios, claramente reflejada en la destrucción de la persona juridica.

De modo que la primera dimensión danada de la identidad personal es aquella que se muestra a través de las palabras y las acciones, y que, según Arendt, solo se revela en el espacio politico de aparición al que nos insertamos como un "segundo nacimiento". Una dimensión que desaparece tan pronto como "las fronteras y los canales de comunicación entre individuos" son reemplazados por un "anillo de hierro [...] presionando a los hombres unos contra otros" (Arendt 1070 465). Si no hay distancia no puede haber inter-acción, pero tampoco espacio para la palabra performativa que la acompana. Su lugar es ocupado por la violencia constatativa y alli donde esta se convierte en "senora absoluta", como en el caso de los campos totalitarios, "no solo se callan las leyes [...], sino que todo y todos deben guardar silencio" (Arendt 1000 18).

La muerte de la persona moral y el "derecho a ser recordados"

El siguiente paso de la desingularización en los campos exterminio era el asesinato de la persona moral. Morir moralmente significa silenciar el diálogo interno de uno/a consigo mismo/a y, por tanto, ser incapaces de distinguir entre el bien y el mal, haciendo inviable todo tipo de solidaridad interhumana. Pero Arendt no entiende a la solidaridad en términos de alianza orgánica. En su lugar, remite a la idea "mentalidad ampliada" que toma de Kant y permite pensar desde la perspectiva del otro sin eliminar la distancia que nos separa y al mismo tiempo singulariza. No se articula como punto de partida, sino como resultado del encuentro intersubjetivo, y no se basa en los sentimientos, sino en los hechos.

Los campos concentración y exterminio instauran las condiciones para que no solamente se vea mermada la solidaridad entre las victimas, de la que podria emerger algún tipo de resistencia colectiva, sino también aquella que se extiende a los/as espectadores/as y narradores/as. Separados del "mundo real", los reclusos eran privados de su propio martirio precisamente porque no habia testigos que pudieran dar cuenta de él. Pero sin testigos tanto el sufrimiento como la misma muerte se convierten en "algo sin sentido, vacio, ridiculo" (Arendt 2005a 206) y los campos en auténticos "pozos de olvido" (Arendt 1070 434).

Sin embargo, Arendt no detiene su análisis en este sinsentido que todavia ofrecia una via de escape para aquellos que creian que es "mejor morir como victima que vivir como burócrata de la muerte" (1070 452) y llega a la conclusión de que los campos nazis eliminan asimismo ese último refugio de resistencia moral individual. Creando las condiciones para que el dilema entre el bien y el mal se torne irresoluble, no solo bloquean todo tipo de complicidad con las victimas e incluso entre ellas mismas, sino que acaban convirtiéndolas en cómplices de los crimenes y difuminando su distinción de los verdugos. En resumen, se puede decir que la eliminación de la conciencia moral, la solidaridad humana y la figura del testigo son las principales consecuencias de la muerte del sujeto moral, que quedan reflejadas en la incapacidad de elaborar juicios, articular formas de resistencia y ejercer el "derecho a ser recordados" como biografias únicas.

Arendt analiza detenidamente la ausencia de conciencia moral en Eichmann en Jerusalén. La figura del burócrata nazi se convierte en el paradigma de la incapacidad para pensar desde una mentalidad ampliada. No obstante, mucho tiempo antes de asistir a su juicio y hablar de la "banalidad del mal" inherente a la burocracia nazi, en LOT explora la relación entre los procesos de desingularización y la capacidad de desactivar la moral para asesinar sin odio, tomando como referencia a los burócratas imperialistas.

Dedica gran parte de esta obra a analizar la fase de administración imperial, caracterizada por una efficacia y frivolidad sin precedentes. Si la "raza" habia sido el sustituto de la nación, la "burocracia" aparece en las colonias africanas como sustituto del Estado. De hecho, es el encuentro entre ambas desde donde Arendt analiza la violencia imperial. Al distanciamiento que de por si supone no concebir a los otros en su humanidad esta nueva forma gobierno anade un elemento organizativo que lo intensifica. Reducidos a meros engranajes de la maquinaria burocrática, tanto las victimas como los victimarios se desingularizan y estos últimos se desresponsabilizan de sus actos. En un sistema donde siempre hay una nueva instancia a la que pedir cuentas, nadie es responsable. Ese vacio es el motor de la máquina burocrática rendida a la lógica de medios y fines "disociados de toda valoración moral" (Bauman 2011 124).

No obstante, la aplicación de la burocracia como forma de dominio basada en el distanciamiento hacia los nativos supuso una variación en la racionalidad del proceso de expansión que prefiguró la lógica totalitaria. Aunque la expansión imperialista permaneció ligada a la racionalidad instrumental basada en el éxito o fracaso económico de la conquista, introdujo una dinámica que ya no parecia encajar plenamente en ella. Una vez entregados a "la expansión por la expansión", además reducir a los paises conquistados y sus habitantes a medios, los mismos miembros de la burocracia comenzaron a concebirse como "simples instrumentos" (Arendt 1070 215) de un proceso que excedia su individualidad. Si, para Arendt, la burocratización de la violencia en las colonias prefiguró a la totalitaria, no se debe simplemente a su vinculación con la ideologia racial ni a los avances tecnológicos de las armas, sino también a que su organización estuvo sustentada por un proyecto de dominio que exigia la desubjetivación tanto de las victimas como de los victimarios.

Si bien Arendt insiste en que el residuo de instrumentalidad presente en la burocracia imperial marca una discontinuidad respecto a la totalitaria, no niega la "relación significativa" entre la disposición a abandonar el "yo" para adentrarse a un "nosotros violento" y la superfluidad en los campos de exterminio (cf.Cavarero 2000 80-90). Ahora bien, el paso de una a otra no podria comprenderse sin la habituación a la violencia durante la Gran Guerra y la experiencia de trincheras. Si como dice Omer Bartov, sobrevivir en la trinchera

significaba soportar las condiciones más degradantes e inhumanas, [...] separando radicalmente la atrocidad en el frente de la normalidad de la retaguardia [...], el mismo mecanismo que ayudó a los soldados a sobrevivir una guerra creó la mentalidad necesaria para el asesinato. (13)

Sin embargo, Arendt no prestó tanta atención a las dinámicas forjadas en las trincheras como a la generación que surgió de ellas. El análisis de las consecuencias de la experiencia compartida de miedo ante la muerte y destrucción del enemigo generalizado, asi como su vinculación con el deseo de anonimato que emana del éxtasis de la igualdad ante el peligro están presentes en las páginas de LOT dedicadas al periodo de entreguerras. En este punto, retoma el análisis de la era imperialista, llegando a la conclusión de que el rechazo de la élite de posguerra a la cultura, el humanismo, el liberalismo y, en general, "a la perspectiva ideológica y las normas morales de la burguesia" (1070 328) era un rasgo compartido con el populacho de la época imperialista que se manifestaba en la renuncia del si mismo. Si "la expansión por la expansión" fue la condición de posibilidad de esa renuncia, la Primera Guerra Mundial se experimentó como una gran máquina que ofrecia a los sujetos reducidos a "mero engranaje" una nueva via de desingularización (id. 320). Tanto unos como otros pretendian formar parte de "fuerzas anónimas". Pero, a diferencia de los imperialistas que habian encontrado una via de escape en las colonias, los hombres y las mujeres de posguerra la encontraron en "la voluntaria inmersión del yo en fuerzas suprahumanas de destrucción" (id. 331).

El análisis arendtiano del "hombre-masa" se enmarca en este contexto de posguerra. Las masas de seres humanos sin patria ni protección legal coexistieron con este otro fenómeno de masas: la proliferación de "millones de seres humanos [que] se torna[ron] económicamente superfluos y socialmente onerosos merced al desempleo" (1070 447). Según Arendt, el crecimiento exponencial de estas masas "apoliticas" que el totalitarismo supo movilizar tienen su origen en la disolución del sistema de clases, enraizado en el capitalismo moderno, dominado por una burguesia apática hacia los asuntos politicos y estructurado en función de delimitaciones predeterminadas por el rango social de individuos movidos por intereses particulares. Pero, a diferencia del individualismo burgués, el hombre-masa abandona el interés por el "si mismo" y se caracteriza por la "indiferencia cinica o aburrida frente a la muerte [...], la inclinación apasionada hacia las nociones más abstractas como guias para la vida y el desprecio general incluso por las normas más obvias del sentido común" (id. 316).

Ese abandono y esa indiferencia son los que llegan a reproducirse entre las propias victimas en los campos de exterminio. No obstante, el proceso de expoliación moral comenzaba mucho antes. El hecho de que las victimas no conociesen su destino compartido favoreció el juego del "salva lo que puedas". Antes de ser encerradas en los campos, la "individualización de las estrategias de supervivencia" (Bauman 2011 158) en los guetos ya habia mermado las estrategias de solidaridad. Las consecuencias de este desgaste quedaron reflejadas tanto dentro como fuera de los campos, y para quienes las sufrian directamente, asi como también para los/as espectadores/as que podian dar cuenta ellas. El "derecho a ser recordados" que desde la antigüedad habia sido reconocido a amigos y enemigos, se pierde tan pronto como se elimina la figura del testigo. Recuperando las palabras de David Rousset, Arendt escribe: "Han corrompido toda solidaridad humana. Aqui la noche ha caido sobre el futuro. Cuando ya no quedan testigos, no puede haber testimonio" (Rousset cit. en Arendt 1070 451).

Que "la noche caiga sobre el futuro" significa que alcanza al narrador/a y, por tanto, destruye las condiciones para poder recordar los hechos, pero también las biografias de las victimas. Para Arendt, como para Karen Blixen (Isak Dinesen), "todas las penas pueden soportarse si las ponemos en una historia o contamos una historia sobre ellas" (Dinesen cit. en 1008 175). Ello no quiere decir que narrar la experiencia de la violencia pueda redimir a la victima del sufrimiento, pues su huella es indeleble desde su perspectiva. Pero, en la medida en que da significado al sufrimiento, lo hace visible y real también para los demás. Cuando estamos ante la historia de un "yo herido", la narración adquiere relevancia ontológica (cf.Cavarero 2015).

Si, además de la pluralidad de agentes con los que compartimos activamente el mundo común, la construcción intersubjetiva de la identidad personal requiere de una pluralidad de espectadores/as-narradores/as que den significado a las acciones de una vida, no basta erradicar las condiciones que las hacen posible como un segundo nacimiento, hace falta también eliminar el recuerdo de la victima que se articula y perdura a través del relato de los otros. Arendt concluye que el asesinato de la personal moral en los campos solo se completaba cuando ya nadie reclamaba a la victima porque no podia ser recordada, cuando se le arrebataba el storytelling que, además de reconocer su biografia, da sentido a su sufrimiento y preserva la memoria de lo acaecido.

La identidad narrativa es la segunda dimensión que se desintegra en lo que Arendt denomina "pozos de olvido". Y si bien cambiará de opinión sobre su existencia y acabará considerando que "hay en el mundo demasiada gente para que el olvido sea posible. Siempre quedará un hombre vivo para contar la historia" (1004 232-233), no significa que abandone la idea de que es posible negar el reconocimiento de la identidad personal, asi como el derecho a tener una vida narrada. Significa más bien que no se puede asegurar que una historia jamás será contada. Quizás no mientras viva su protagonista, sino en un contexto de mayor imaginación y solamente como posibilidad. Pero el hecho de que ésta permanezca latente no exime a las victimas del proceso de expolición humana que les arrebata el derecho a morir "como final de una vida realizada" (Arendt 1070 442) y la "silenciosa entereza" (Arendt 1078 164) que la misma muerte le confiere para poder ser narrada. Cuando no hay nadie en el mundo que habitan que perciba y reconozca sus acciones; cuando, además, no pueden encontrar refugio moral en si mismas porque se han convertido en cómplice de los crimenes, entonces, dice Arendt, es posible aniquilar su singularidad única.

La muerte de la singularidad y el "derecho a tener derechos"

La aniquilación de la persona juridica y moral encarna injusticias que, además de privar a los sujetos de los derechos civiles/politicos y de la capacidad de resistir al mal politico en solidaridad con otros, destruye las dimensiones expositiva y narrativa de su identidad personal. Pero si los campos se convierten en el paradigma los "pozos de olvido" donde hombres y mujeres "desaparece[n] en el sentido literal de la palabra" (Arendt 1070 442) es porque crean las condiciones para eliminar la singularidad única como culminación de la expoliación humana.

A diferencia de la "unicidad" revelada en las acciones con otros y de las historias que puedan narrarse de ellas, esta "singularidad" remite a la precondición que todo/a neonato/a tiene de iniciar lo inesperado (actuar) por el hecho de ser él/ella mismo/a un comienzo (nacer). Aunque Arendt fue ambigua respecto a si tal eliminación es efectivamente posible, su análisis de los campos se desarrolla en torno al avance progresivo hacia ella. La muerte de la individualidad representa la erradicación de la novedad que cada nacimiento inserta en el mundo al concentrar en si la capacidad de inicio. Aqui el principio ontológico de la natalidad no revela su especificidad en la espontaneidad inherente al actuar, es decir, en ese segundo nacimiento cuyo "impulso surge del comienzo, que se adentró en el mundo cuando nacimos y al que respondemos comenzando algo nuevo por nuestra propia iniciativa" (Arendt 1008 177), sino en ese primer comienzo que, según ella, es prepolitico, pero a su vez condición de lo politico y de la acción.

En Hannah Arendt and Human Rights, Peg Birmingham ofrece un análisis del acontecimiento de la natalidad que considera esta doble dimensión. La natalidad lingüistica como "principio del initium" remite a esa capacidad que los seres humanos tenemos de comenzar por iniciativa propia y en ese acto revelar la unicidad personal. Por eso, Birmingham también lo denomina "principio de la publicidad" que encarna el impulso para la acción, el poder o la libertad politica. Pero en la medida que su impulso responde "del" comienzo que instaura el haber nacido, al actuar, dice Arendt, "confirmamos y asumimos el hecho desnudo de nuestra original apariencia fisica" (Arendt 1008 176-177). La natalidad fisica/biológica como "principio de lo dado/recibido" remite a la novedad inherente a ese "hecho" como interrupción que cada vida en su mera apariencia introduce en el mundo renovándolo.

La mayoria de los intérpretes de su obra se centran en los problemas que derivan de tal distinción y de su priorización de la natalidad lingüistica, a través de la cual los individuos muestran quiénes son. Esto pareceria dejar sin capacidad de acción y, por tanto, de aparición a quienes han sido excluidos del espacio politico establecido. Sin embargo, Birmingham está interesada en enfatizar la presencia de una "singularidad sin identidad representable" (87-88) en los textos de Arendt, enraizada el "principio de lo dado". Precisamente debido a que esta singularidad está desvinculada de toda identidad grupal predeterminada y a que precede a la unicidad revelada en la esfera público-politica, es posible pensar que quienes han sido expulsados de dicha esfera pueden aparecer más allá de cualquier forma de representación o identidad (social) oficialmente reconocida. Pese a estar privada de su expresión en el mundo común a través de las palabras y acciones, su presencia supone ya una "apertura inesperada" que la vindicación arendtiana del "derecho a tener derechos" viene a politizar.

Desde este punto de vista, el acontecimiento de la natalidad aparece como el fundamento de ese "derecho a tener derechos" (Birmingham 9), que trasciende la dimensión juridica. Puesto que

incluye el principio de lo dado, entendido como la aparición de una existencia no representativa e incondicional [...], puede entenderse como el derecho a aparecer de cada individuo singular encarnado, que como tal permanece inherentemente extrano [alien] y extranjero [foreign], aislado de todas y cada una de las identidades grupales" previamente aceptadas. (id. 01)

En este sentido, ya no aparece simplemente como el derecho a pertenecer a una comunidad de derechos donde las acciones y opiniones adquieren significado, sino como el "derecho a la mera apariencia", a la apariencia en cuanto tal, que ha de ser protegido por el espacio politico (id. 01-02).

Al reivindicar el hecho biológico del nacimiento como matriz de la acción y el "derecho a tener derechos" como derecho de los excluidos a poder aparecer como individuos encarnados, Arendt ofrece recursos para confrontar su propia separación entre la natalidad lingüistica y fisica. Incluso, yendo más allá de Birmingham, se puede decir que, en la medida en que la legitimidad del derecho a tener derechos no depende de una organización politica prexistente, sino que "nace cuando se ejerce [,] es ejercido por quienes actúan conjuntamente" (Butler 2017 84) y, por tanto, depende del acto performativo que activa esa alianza, no es ya que encarne el derecho a aparecer como una singularidad sin identidad oficialmente reconocida y que ha de ser protegido por el espacio politico de aparición, sino que en el acto de reclamo de ese derecho, los/ as excluidos/as ponen en cuestión la misma delimitación de ese espacio que determina las condiciones de lo (in)visible. Asi articulan formas alternativas de acción y aparición, de exposición y narración, en fin, formas alternativas de configuración y revelación de la identidad personal.

La aproximación a la propuesta de Arendt desde esta perspectiva visibiliza la inseparabilidad entre la natalidad fisica y lingüistica presente en sus textos, pero también su reivindicación de la pluralidad como hecho de la vida en la Tierra y no solo como condición para la acción y el acceso de unos pocos privilegiados al espacio politico de aparición establecido. Teniendo esto en mente, podemos decir que, además de intentar destruir la condición natal, la violencia totalitaria pretende destruir la pluralidad como condición humana, es decir como principio ontológico que remite al "hecho de que los hombres [/mujeres], no el Hombre [/Mujer], vivan en la tierra y habiten el mundo" (Arendt 1008 7). El intento de reducir la humanidad a un único individuo quedaba reflejado en la indistinción de los sujetos como seres actuantes únicos, pero también de sus cuerpos en los campos de exterminio, donde "morian rebajados a su minimo común denominador de la propia vida orgánica" (Arendt 2005b 246) y prácticamente sin oponer resistencia.

Es precisamente la pretensión de erradicar la espontaneidad humana "tal como la simple existencia de la individualidad siempre engendrará" (1070 456) lo que, según Arendt, convierte a la violencia totalitaria en una modalidad inédita que, más que aniquilar fisicamente a las victimas, busca "transformar la naturaleza humana". Pero no la entiende en términos esenciales, sino como "concreciones históricas" que dependen de las condiciones del mundo. Como ha senalado Dana Villa, Arendt demuestra que

si se crea un mundo en el que faltan las condiciones para el ejercicio de nuestras capacidades 'esenciales', entonces estas capacidades serán olvidadas. Si se crea un mundo en el que los seres humanos se experimenten a si mismos y a los demás como esencialmente superfluos, entonces la dignidad humana será olvidada. (1000 32)

El mayor logro de la violencia totalitaria consiste precisamente en crear las condiciones para que este olvido sea posible. Es más, en la medida que produce "fantasmales marionetas de rostros humanos" (Arendt 1070 455) que no actúan ni dialogan con otros, pero tampoco consigo mismos, consigue que la negación de la espontaneidad y de la individualidad como principio de initium y de lo dado, provenga incluso del si mismo. La peculiaridad del "genocidio" nazi consiste, por tanto, en que la muerte en masa no es exclusivamente fisica ni está dirigida a un grupo o etnia especifica. Se trata de la muerte en masa de las singularidades únicas, de la destrucción de la identidad personal en todas sus dimensiones, incluso aquella que es precondición de toda singularización.

Los ecos de la violencia

Aunque Arendt fue ambigua sobre si el totalitarismo pudo alcanzar plenamente su cometido, no deja de ofrecer recursos teóricos para pensar los ecos de su violencia. La filósofa concluye la primera edición de LOT advirtiendo que

el peligro de las fábricas de cadáveres y de los pozos de olvido es que [...] con el aumento de la población y de los desarraigados, constantemente se tornan superfluas masas de personas si seguimos pensando en nuestro mundo en términos utilitarios. (1070 450)

Desde que publicó este libro en 1051 no ha dejado de ser una referencia para reflexionar sobre espacios contemporáneos de violencia y desingularización. Sin embargo, la denominada crisis de los refugiados y las migraciones de los últimos anos ha reactivado la recuperación de su análisis sobre los excluidos de la comunidad politica y humana en general. En su articulo "Nosotros los refugiados" ya advertia que "la historia contemporánea habia creado una nueva clase de seres humanos" (Arendt 2007b 265), que era encerrada en los campos de concentración y que, lejos de representar una anomalia de su época, marcaba el rumbo de los tiempos venideros. Más de siete décadas después, podemos reivindicar la lucidez de sus palabras. En 2015 se superó el máximo histórico de desplazamientos forzosos de la Primera y Segunda Guerra Mundial. Hoy son más de ochenta millones las personas que han abandonado sus hogares en condiciones de extrema vulnerabilidad. La proliferación de Centros de Internamiento de Extranjeros en los que son detenidos sin haber cometido ningún delito, los campos de refugiados en los que son retenidos indefinidamente o los hotspots como centros de "clasificación" y muchas veces de expulsión, demuestran que la "nueva clase de seres humanos" de la que hablaba Arendt ha ido en aumento y exige repensar quiénes la representan en la constelación post-11S. Asimismo, exige pensar qué nueva clase de seres humanos sustenta tal expulsión, atribuyéndose el derecho de decidir quiénes forman parte de lo que se ha definido como "humano".

Ambos comparten la superfluidad. Como venimos diciendo y Bauman nos recuerda, la actual producción de superfluidad no se puede comprender sin la producción moderna de masas apoliticas, local y globalmente inútiles ("excedentes inempleables") y de masas apátridas (local y globalmente "intolerables" "rechazadas por el descontento") (2017 11) de las que ya hablaba Arendt. Tanto unas como otras representan la pérdida de lo que ha denominado "mundo común". Las primeras porque se les niega un lugar en él y, como se ha indicado, "la privación fundamental de los derechos humanos se manifiesta primero [...] en la privación de un lugar en el mundo que haga significativas a las opiniones y efectivas a las acciones" (1070 206). Las segundas, porque se retiran del mundo compartido para aferrarse a una ideologia que erradica la pluralidad como condición de su propia singularización. En este sentido, ambas representan la desintegración de la construcción intersubjetiva de la identidad personal y reflejan cómo entra en conexión con distintas modalidades de violencia. Pero, mientras los apátridas privados de su derecho a aparecer y ser recordados como singularidades únicas son victimas de una violencia excluyente que los expone a formas de violencia fisica, los hombres y las mujeres que restringen el sentido de su singularidad a una única pertenencia fomentan dicha exclusión y violencia.

No es casual que el asesinato juridico de los apátridas analizado por Arendt coincidiese con la desintegración moral del hombre/mujer-masa. El siglo pasado demostró que los contextos de crisis politica, económica y social, no solo fomentan la exclusión del "otro diferente" de la comunidad (politica y social), exponiéndolo a condiciones de extrema vulnerabilidad, sino también incrementan en los ciudadanos y ciudadanas nacionales una falsa sensación de "vulnerabilidad" ante él. La "peligrosización" de ese otro suele ser la forma que encuentran de canalizar su sentimiento de (in)seguridad (Hans-Jörg Albrecht cit. en Bauman 2005 77). Por eso, tampoco es casual que hoy, en plena crisis económica, social y politica global, veamos reproducirse dinámicas análogas a las de la primera postguerra. Asi lo demuestra el resurgimiento de las identidades nacionales que proliferan a la par que las alambradas y muros cada vez más impenetrables. No obstante, estas similitudes no deberian interpretarse como meras repeticiones y es urgente pensar de qué modo se manifiestan los ecos la(s) violencia(s) pasada(s) sin perder de vista su especificad actual. En fin, es necesario prestar atención a los pliegues que emergen de las articulaciones entre lo que permanece de forma transfigurada y cohabita contingentemente con lo que carece de precedentes.

Sin duda, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 marcan un punto de inflexión en la historia de la violencia que, como ha senalado Adriana Cavarero, llevó a Occidente a tomar conciencia de "que era extraordinariamente vulnerable" (2014 21). Sin embargo, en lugar de activar una reflexión autocritica, los gobiernos de los paises occidentales emprendieron una "guerra contra el terror". Es bien conocido que esta via inició un periodo de guerras interminables en Oriente Próximo y Medio, suponiendo el derrumbe de numerosos Estados de los que han tenido que huir millones de personas. Esto ha generado un aumento exponencial de refugiados y solicitantes de asilo en Europa junto al incremento de migrantes económicos y climáticos, que se encuentran con formas de obstrucción fisicas y simbólicas basadas en la vieja dicotomia "nosotros- ellos", pero en un nuevo contexto global en que ya no se ajusta a territorios delimitados ni a localizaciones fijas.

Desde la caida del muro de Berlin y el avance de la globalización neoliberal, pero especialmente desde los atentados del 11S y la "globalización del terror", la necesidad de analizar la violencia contemporánea desde enfoques alternativos al de su conexión al Estado es cada vez más acuciante. Entre las distintas vias desde las que se estudia actualmente, la percepción del "otro diferente" como amenaza, no solo geopolitica para el Estado-nación, sino también cultural para la identidad colectiva e individual, se ha convertido en un enfoque central. Y la genealogia arendtiana de la violencia como desingularización es clave porque permite concebirla como un proceso de expoliación de la singularidad de los otros, pero también pensarla en retroalimentación con la expoliación del si mismo.

En el actual contexto de desconfianza generalizada, la politica de securitización, que ya venia articulándose desde mediados del siglo XX, ha adquirido cada vez más peso. Hoy podemos decir que, además de iniciar un periodo de guerras interminables haciendo del mundo un lugar más inseguro, instauró una disciplina del miedo que continúa alimentando una ciudadania "dispuesta a soportar casi cualquier cosa por su seguridad" (Jaffe Greg cit. en Van Der Pijl 182). Y por "cualquier cosa" debemos entender la aceptación de un control exhaustivo que restringe su propia libertad, asi como el incremento de la ceguera moral hacia quienes han sido senalados como potenciales amenazas. Asi lo demuestran las reacciones racistas y antiinmigrantes de talante fascista que se reproducen en gran parte del mundo.

Frente a las comparaciones que ven en el auge actual de los nacionalismos el resurgimiento de los que dominaron la Europa de las décadas de 1030 y 1040 y, por tanto, la antesala de una nueva guerra, el sociólogo Michel Wieviorka insiste en que "la historia nunca se escribe por anticipado" (2010). En esta linea, Enzo Traverso ha expresado su reticencia a establecer comparaciones históricas simplistas, llegando a decir que permiten esbozar analogias, pero no homologias, (cf. 2018 27) y que es un error aproximarnos a los fascismos actuales desde categorias antiguas, incluso cuando pretendamos resignificarlas con el prefijo "neo". Tal es asi que prefiere hablar de "posfascismo" para enfatizar tanto sus aspectos novedosos como su carácter todavia incierto.

Si bien ambos se inscriben en contextos de crisis, tienen dinámicas distintas. A diferencia del carácter ofensivo y de expansión militar propia de los fascismos estatistas e imperialistas del siglo pasado, el posfascismo es defensivo y de reclusión. En lugar de ampliar sus territorios, pretende fortificarlos. En este sentido, se puede decir con Wieviorka que carecen de un carácter propiamente belicoso, a pesar de que recurran a un discurso bélico para legitimar sus actos, su identidad excluyente y su violencia. Una violencia que tiene formas de expresión menos perceptibles a las del campo de batalla y ya no se ejerce por cuestiones fundamentalmente territoriales contra otro Estado: el nuevo enemigo es el "otro" vulnerable que carece de un territorio donde habitar.

En nuestra sociedad del miedo y la securitización, el inmigrante se ha convertido en ese "otro" en el que confluyen la invisibilización de su singularidad única y la visibilización de todo tipo de estereotipaciones, convirtiendo a su mera presencia en una amenaza muy concreta. Como advierte Bauman, "la intensificación del miedo es más duradera cuando se acompana de un adversario concreto, visible y tangible [...]" (2017 35). Las manifestaciones antinmigrantes e incluso la formación de milicias civiles autodenominadas "caza-inmigrantes" demuestran más que cualquier otro fenómeno que la proyección de los miedos en la figura del inmigrante/refugiado los intensifica, asi como también intensifica la tarea propuesta para enfrentarlos:

cuanto más imponente e indomable parezca nuestra tarea, más probable será que nos sintamos orgullosos [...] de ponernos a ella; cuanto más poderoso y maquinador parezca nuestro enemigo, más elevado será el estatus de héroes de quienes osen declararle la guerra. (ibd.)

Y, hace falta anadir, cuanto más quimérica sea la ideologia que pretenden legitimar la tarea, mayor será la violencia empleada para llevarla a cabo.

Ya lo vimos con los totalitarismos del siglo pasado y el análisis de la genealogia arendtiana de la violencia a partir de los procesos de (des) configuración de la identidad personal es clave en este sentido. Cuanto más quimérico es el empeno por alcanzar una identidad homogénea -o, en otras palabras, por negar la construcción intersubjetiva de la identidad comunitaria y personal, asi como la pluralidad que nos atraviesa-, mayor será la violencia en todas sus dimensiones, incluso aquella que precede y trasciende al acto violento directo. Por eso, la proliferación de los nacionalismos e identidades homogéneas en nuestro mundo cada vez más plural e interdependiente está generando formas extremas de violencia al mismo tiempo que incrementa la indiferencia hacia ellas (cf. Campillo 187-188).

Asi lo demuestra nuestra habituación a las imágenes de personas que intentan saltar las vallas fronterizas y de sus "devoluciones en caliente" o las imágenes de malos tratos que sufren quienes logran cruzar las fronteras por parte de las milicias civiles. Lo demuestra la normalización de imágenes de embarcaciones llenas de inmigrantes varadas en el mar debido a la prohibición de algunos paises para desembarcar en sus tierras; imágenes de cuerpos sin vida en las orillas del Mar Mediterráneo y de los cementerios improvisados para los migrantes sin nombre conocido, asi como también las imágenes que nos llegan de los campos de refugiados desbordados y de las condiciones indignas de vida en ellos. Finalmente, lo demuestra nuestra indiferencia ante la lucha que emprenden quienes los habitan para modificarlas.

Basta mencionar las protestas de un centenar de refugiados y refugiadas por las pésimas condiciones de vida en el ya desaparecido campo de Moria en el mes de febrero de 2020 que pasaron completamente desapercibidas. Al grito unisono de "¡Somos humanos!" (El Periódico) reivindicaban su "derecho a tener derechos", a formar parte de la humanidad. La protesta concluyó con el lanzamiento indiscriminado de gases lacrimógenos para disuadirlos. Y es que, como dice Janina Bauman y Zygmunt Bauman nos recuerda, "lo más cruel de la crueldad es que deshumaniza a sus victimas antes de destruirlas. Y las más duras de las luchas es seguir siendo humano en condiciones inhumanas" (2011 242).

Conclusión

Del análisis arendtiano de los campos de concentración y exterminio derivan al menos dos tesis principales. Por un lado, que su violencia no puede reducirse a una dimensión exclusivamente instrumental, ni en lo que respecta a su racionalidad ni a los medios que implementa, pues se centra en la aniquilación de las singularidades únicas y, sin llegar a ser irracional, deja de ajustarse a la racionalidad medio-fin. Por otro lado, que el carácter inédito de esta violencia no refleja un carácter atemporal, sino que debe entenderse como una discontinuidad situada, portadora de los excesos de su propio tiempo.

Los campos de concentración y exterminio como espacio donde confluyen el asesinato de la persona juridica que restringe el "derecho a aparecer como unicidad" a través de las acciones, el asesinato de la persona moral como privación del "derecho a ser recordados", y el asesinato de la propia singularidad como privación del "derecho a la mera apariencia" y, en general, "del derecho a tener derechos", encarnan la máxima expresión de esa desmesura a partir de la cual Arendt construye su genealogia. Si, como ella decia, la existencia de los campos demostró que "el mundo no halló nada sagrado en la abstracta desnudez del ser humano" (1070 200), el artificio de lo que hoy consideramos "humano" debe entenderse en una historia de la violencia que no puede ser pensada sin los procesos de desintegración de la identidad personal construida siempre intersubjetivamente.

La actual intensificación de la tendencia a destruir todo lo que es percibido como amenaza para una articulación muy concreta y excluyente del "artificio humano", refleja tal conexión. En 1051 Arendt ya advertia que esa tendencia no es una novedad de la politica occidental contemporánea. Pero, como afirma Butler en Vidasprecarias, actualmente "no es solo que algunos humanos son tratados como humanos mientras otros resultan deshumanizados; sino más bien que la deshumanización se vuelve la condición para la producción de lo humano" (2006 123). Por eso es urgente volver a pensar qué sentido de "lo humano" queremos (re)construir.

Desde una perspectiva arendtiana, lo que refleja la situación actual es que la deshumanización del "otro" siempre nos deshumaniza, porque negándole el derecho a actuar y a revelar quién es, nos habituamos a su desesperación, convirtiéndonos, como diria Bauman, en "indiferentes morales"; pero, sobre todo, porque la ceguera para ver en el otro la condición de nuestra propia singularización conduce a la incapacidad de percibir en su exclusión del mundo común la petrificación del propio mundo y del si mismo. Esto es asi no solo porque, como decia Lyotard, "lo que hace a los [seres humanos] semejantes, es que cada uno lleva en si la figura del otro, [y] expulsando al extranjero expulsas esta comunidad [y] tú te expulsas de ella" (136), sino también, porque en la medida en que la (de)construcción de nuestra identidad personal está enraizada en una ontologia relacional por la que existimos ya siempre atravesados por los/as otros/as, la violencia hacia ellos nos hiere inevitablemente a los/as dos. Su pérdida encarna la nuestra propia, su negación la negación de la pluralidad como condición humana.

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Cómo citar este artículo:

MLA: Varela, Agustina. "Los ecos de la violência. La genealogia arendtiana de violência como desingularización." Ideas y Valores 71. 179 (2022): 205-220.

APA: Varela, A. (2022). Los ecos de la violencia. La genealogia arendtiana de violencia como desingularización. Ideas y Valores, 71(179), 205-220.

CHICAGO: Agustina Varela. "Los ecos de la violencia. La genealogia arendtiana de violencia como desingularización." Ideas y Valores 71, n.° 179 (2022): 205-220.

Recibido: 13 de Agosto de 2020; Aprobado: 07 de Enero de 2021

Agustina Varela-Manograsso es investigadoraposdoctoral "Margarita Salas"adscrita a la Universidad de Murcia y la Universidad Autónoma de Madrid (Instituto Universitario de Estudios de la Mujer).

Este articulo es resultado de la tesis doctoral: "Espacios de (des)aparición: identidad personal y violencia en el pensamiento politico de Hannah Arendt", financiada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de Espana, con una Beca del Programa de Formación del Profesorado Universitario (FPU) Ref. AP2012/00635. Disponible online: https://digitum.um.es/digitum/handle/10201/85001

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