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Ideas y Valores

Print version ISSN 0120-0062

Ideas y Valores vol.71 no.180 Bogotá Sep./Dec. 2022  Epub Mar 27, 2023

 

Reseñas

Harcourt, Bernard. La société d'exposition. Seuil, 2020

* Universidad del País Vasco - Vitoria - España eguzki.urteaga@ehu.eus


Bernard Harcourt ha publicado su última obra titulada La société d'exposition en la editorial Seuil. Conviene recordar que el autor es catedrático de filosofía política y del derecho en Columbia University y director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales. Compagina su labor docente e investigadora con la de abogado de personas condenadas a la pena de muerte en Estados Unidos y con la de editor de obras de Michel Foucault. Entre sus obras más relevantes figuran The Illusion of Free Markets: Punishment and the Myth of Natural Order (2011); Occupy: Three Inquiries in Disobedience (2013), escrita junto con Michael Taussig y W. J. T. Mitchell; y The Counterrevolution: How Our Government Went to War Against Its Own Citizens (2018).

En la introducción de La société d'exposition, el autor recuerda que,

todo lo que hacemos en la era digital puede ser grabado, almacenado y vigilado. Todos nuestros gestos diarios en nuestros iPads, tablets, ordenadores, Kindle y portátiles, todas nuestras operaciones [bancarias] con nuestras tarjetas de crédito [...], de fidelidad o de transporte, y nuestros [credenciales] de empleo o de tele-peaje, registran nuestros datos susceptibles de ser [identificados], archivados [y] explotados. (7)

Estos datos "constituyen una nueva identidad virtual, un Yo digital, que es, hoy en día, más tangible, más fiable, más estable e identificable que nuestro Yo analógico" (7).

En nuestra actividad digital frenética, compartiendo fotos y enviando mensajes o videos, cuantificándonos y exponiéndonos, nos hemos convertido en "prácticamente transparentes a cualquiera que posee [algunas] competencias tecnológicas" (20). La mayoría de nosotros somos conscientes de ello, aunque no le prestemos demasiada atención, porque "una cosa es saberlo y otra, [bien diferente], guardarlo en memoria suficiente tiempo como para preocuparse por ello" (8-9).

No obstante, un número no desdeñable de personas intenta resistir. Una cantidad superior aún se muestra preocupada ante los riesgos que esta situación hace pesar sobre la vida privada y el anonimato. "Algunos nos advierten de estos peligros y nos aconsejan mantener cierta reserva" (21). No en vano, incluso contra nuestra voluntad,

y, a pesar de nuestras dudas, nuestra atención y nuestra aprensión, muchos de nosotros se exponen, y, [de esta forma], se convierte fácil, tentador y muy barato observarnos [y] vigilarnos [...], pero también seguirnos, detenernos y, para algunos, extorsionarnos información. (21)

De ese modo, nos dejamos moldear como nunca anteriormente, lo queramos o no, seamos conscientes de ello o no.

Cedemos ante nuevas formas de subjetividad y de orden social, "marcados por unas restricciones sin precedentes en materia de vida privada y de anonimato, así como por unos niveles aparentemente ilimitados de control y de vigilancia" (22). Nuestras inmensas necesidades digitales solo son equiparables "al dinamismo y a la ambición de los que nos vigilan" (22).

El nuevo orden sociopolítico en el que vivimos actualmente

modifica radicalmente nuestras relaciones con los demás, nuestra comunidad política y nosotros mismos: una nueva transparencia virtual reconfigura en profundidad las relaciones de poder, re-dibuja nuestro [panorama] social y las posibilidades [de actuación], y produce una circulación del poder radicalmente nueva en la sociedad. (22)

Nos exponemos así, lo más a menudo, "para satisfacer nuestros deseos más simples y nuestra curiosidad, para divertirnos", etc. (23). Lo hacemos, también, "por el confort y la supuesta gratuidad [que permite] hacer unas compras online, renovar una suscripción, depositar un cheque a través de nuestro teléfono móvil, transportar toda una biblioteca en nuestro lector electrónico" (23).

Hoy en día, las democracias capitalistas avanzadas se enfrentan a "una forma de poder radicalmente nuevo y a un panorama en el cual las posibilidades de orden político y social se han transformado" (24). De hecho, "los antiguos modelos de poder soberano, que se caracterizaban por unas formas de represión profundamente asimétricas y espectaculares, no permiten [comprender] la realidad [presente]" (24). Los gafa (Google, Apple, Facebook y Amazon) "buscan conocer cada terminal [y] cada usuario a un precio irrisorio. [...] La transparencia virtual está actualmente integrada en la tecnología de la vida, en las propias técnicas de la vida, y posibilita un [enfoque] individual" (25-26).

Para muchos de nosotros,

la existencia digital se ha convertido en nuestra vida misma. [.] Para los adolescentes y los jóvenes adultos, se ha convertido en prácticamente imposible tener una vida social, hacer amigos, dar una cita o realizar encuentros amorosos sin pasar por las diferentes formas de [redes] sociales y de tecnología móvil. (26)

De hecho, para la mayoría de los jóvenes, hoy en día, "es indispensable comunicar [a través de] las redes sociales para llevar a cabo una vida social [satisfactoria]" (26). De manera general, "para poder integrarse, es preciso estar conectado" (26-27). No es una elección sino una necesidad (27).

En la actualidad, vivimos en una sociedad de exhibición o, dicho de otra forma, en una sociedad de exposición (cf. 27). Nos distraemos,

mientras que la potencia y el alcance de los intereses comerciales nos seducen, nos perfilan y nos siguen, vigilan nuestra actividad online y compilan el menor detalle de nuestra vida íntima. Crecen cada día y de manera mucho más impresionante de lo que habían soñado [los servicios de inteligencia estatales]. (28-29)

Nuestra vida digital se orienta cada vez más hacia "una forma de vigilancia electrónica que evoca, de manera creciente, una vigilancia judicial" (28).

En la actualidad, estamos sumergidos por el discurso sobre la dataficación, es decir

la idea según la cual la acumulación de grandes cantidades de datos, su explotación y su análisis nos revelarán nuevas verdades, a la vez, sobre la sociedad y sobre nosotros mismos, unas verdades que [desconocíamos] anteriormente y que nos permitirán encontrar unas soluciones a unos problemas que jamás habríamos contemplado. (29-30)

En este sentido, "los medios digitales, los objetos conectados e Internet [son objeto] de una suerte de veneración y de mistificación" (30). La realidad es bien distinta, ya que "lo digital no nos da acceso a la verdad, sino que constituye una nueva manera de hacer circular el poder en la sociedad. [...] No revela unas verdades sobre la sociedad y nosotros mismos sino que las produce" (30).

Las capacidades ofrecidas por las tecnologías digitales han modificado profundamente el modo de circulación del poder, instaurando un estilo de vida que se basa en la lógica de la recomendación (30). La tecnología de la transparencia virtual "permite una nueva circulación en el seno de la cual nos vemos obligados a exponernos [...] hasta convertirnos en unos sujetos mercantilizados en unas democracias mercantilizadas" (30). En este sentido, "la sociedad de exposición es nuestra nueva condición política, social e íntima" (31).

Tras las revelaciones de Snowden y Wikileaks, "ya no podemos ignorar la manera en que las tecnologías digitales reconfiguran las relaciones de poder en la sociedad" (33). Por lo cual, el objetivo de este libro es analizar la potencia misteriosa del mundo digital, hacerla transparente y comprender

cómo esta nueva forma de poder de imposición circula hoy en día. Se trata de [dar cuenta de] la aparición de este nuevo [estilo] de vida, de exposición y de observación; de identificar y describir sus principales características; de desprender las formas de complacencia que le han conferido esta dinámica; de comprender la mortificación de sí mismo que induce; de ver la evolución de la convergencia con la vigilancia electrónica y las prácticas punitivas. (33)

Más precisamente, es cuestión, en primer lugar, de "redibujar la emergencia de una nueva arquitectura de las relaciones de poder en la sociedad, [de] exponer sus antecedentes, [de] explorar lo que se está construyendo"; en segundo lugar, de "dar cuenta de sus efectos sobre nuestras relaciones políticas, nuestras concepciones de nosotros mismos y nuestros modos de vida"; y, en tercer lugar, de "reflexionar sobre los medios de resistir y de desobedecer" (33-35).

Antes de ir más lejos en la exploración de la sociedad de exposición, el autor estima necesario mantener una mirada crítica sobre las metáforas utilizadas para analizar la era digital. Si Big Brother, el Estado de vigilancia y el panóptico pueden resultar útiles y aportan cierta claridad, estas metáforas "tienen igualmente tendencia a [dificultar] nuestra comprensión de los aspectos inéditos de la exposición digital. En la medida en que están, en [cierto] sentido, listas para el empleo, pueden también ocultar unas dimensiones esenciales de nuestra nueva situación" (35). Por lo cual, nos dice Harcourt, es preciso "examinar [...] cada una de [estas metáforas] para retener lo que podría ser clarificador y rechazar lo que no es pertinente" (35). De hecho, ninguno de estos modelos se adecua realmente la situación actual. "Provienen de una época analógica y no se corresponden con la era digital" (36).

En la primera parte del libro, el autor consagra el primer capítulo a Big Brother de George Orwell. Observa que, tras las revelaciones de Edward Snowden, el interés por la novela de Orwell, titulada 1984, se ha reforzado (39). "Lo que hace de la novela de Orwell una metáfora tan [valiosa] es su carácter profético" (40). No obstante, Orwell se ha equivocado en una dimensión clave: "el rol que el deseo [desempeña] en la situación de exposición digital en la cual nos encontramos actualmente" (40). En cambio, la novela pone en evidencia "el mecanismo de funcionamiento central de nuestro presente distópico: nuestras vidas, nuestros gustos, nuestros deseos más básicos que esta era digital prescribe, cultiva y mantiene" (40). Orwell se ha mostrado clarividente en aspectos tan diversos como "las tecnologías, la vigilancia omnipresente, la idea misma de crimen del pensamiento y la forma del castigo" (40-41).

En cambio, como es comprensible dado que la obra fue publicada en 1949, no ha entendido la esencia de lo digital. Mientras Orwell consideraba que la estrategia política fundamental de la opresión consistía en aniquilar y erradicar el deseo para sustituirlo por el odio, la era digital fomenta e instrumentaliza el deseo con los likes, los favoritos, los amigos y los abonados. De hecho, es mucho más fácil disciplinar las personas a través de sus pasiones, incluso las más simples (cf. 41).

En cambio, conviene reconocer que "1984 anuncia con precisión una serie de profundas transformaciones que, a lo largo de la segunda mitad del siglo xx, han [concernido] los ámbitos de la criminalidad, del castigo y de la vigilancia" (42). Así, la novela de Orwell "prefigura una transformación radical de lo que castigamos" (42). 1984 prefigura, a su vez, "una transformación de la manera en que castigamos" (43).

A pesar de estas visiones premonitorias, Orwell se ha equivocado sobre el lugar ocupado por el deseo. "Todo lo que O'Brien y Big Brother hacían en la novela de Orwell funcionaba por anulación, destrucción y liquidación del deseo y de la pasión. Todo se articulaba en torno a la erradicación del placer" (44-45). La situación actual es radicalmente distinta, ya que, en la era digital, existen cada vez más opciones para unirse, amar y apreciar (cf. 46).

Facebook es perfectamente consciente de que

su modelo económico depende del placer de los internautas al navegar en sus páginas. Es también consciente de que las emociones son contagiosas: que alguien pueda [disfrutar utilizando] Facebook está relacionado con el hecho de que esté rodeado de personas que [gozan utilizándolo]. Facebook desea que a la gente le guste estar en Facebook porque [corresponde a] su interés. (47)

Y, como cualquier empresa clarividente, "Facebook busca constantemente nuevas e inventivas formas para que los usuarios [deseen] pasar más tiempo [consultando sus páginas]" (47). Los algoritmos utilizados por Facebook están destinados a "mejorar la satisfacción y la experiencia de los usuarios, a crear un producto más atractivo y útil" (50-51).

En el segundo capítulo, consagrado al Estado de vigilancia, Harcourt constata que "otra manera de analizar nuestra nueva situación política pasa [por utilizar esta] metáfora" (59). Según Jack Balkin (1980), "la cuestión no es saber si tendremos un Estado de vigilancia, sino saber qué tipo de Estado de vigilancia tendremos" (59). Hoy en día, este término está omnipresente en todo el espectro político norteamericano. Esta metáfora ha surgido durante "los debates legislativos y constitucionales, especialmente en el momento de la controversia en torno a la naturaleza constitucional del programa [de recogida] de metadatos telefónicos por la NSA" (60).

Si la metáfora del Estado de vigilancia es pertinente en ciertos aspectos, es inadecuada e inapropiada en otros (60). Es cierto que la tecnología digital permite llevar a cabo el proyecto infalible elaborado por Jacques-François Guillauté en el siglo XVIII a fin de llegar a un sistema de vigilancia omnisciente "gracias a unos programas de explotación de datos como XKeyscore que pueden dar a un analista un acceso instantáneo a prácticamente todo lo que puede hacer un usuario en Internet" (62). La especificidad de la situación actual es que el analista de datos trabaja para una empresa privada de telecomunicaciones, analiza los datos puestos a disposición voluntariamente por los usuarios de las redes sociales y utiliza unos softwares fabricados por una multinacional tecnológica (cf. 63).

A menudo, las grandes multinacionales digitales colaboran con los Estados. Así, "Microsoft colabora con los servicios de inteligencia nacionales para poner a punto un nuevo software de mensajería Outllook a fin de facilitar las capacidades de [descodificación] de la NSA" (65). La cooperación entre las empresas de telecomunicaciones y los servicios de inteligencia ha sido propiciada por un sistema de puertas giratorias y de intereses compartidos. Este fenómeno se ha acentuado en Estados Unidos a partir de 2001 "cuando la NSA empezó a subcontratar a unas empresas privadas un buen número de sus operaciones" (68).

Se trata de un conglomerado constituido por diversos servicios de inteligencia nacionales, [así como] de Google, Microsoft y otras [empresas] de la Silicon Valley, [de] consultoras y de empresas privadas de vigilancia, de departamentos de informática, etc." (70). Ese conglomerado, es, en parte,

el producto de intereses comunes en materia de seguridad, entre el gobierno y las empresas [tecnológicas], en particular contra el espionaje de empresas extranjeras, el pirateo informático y las amenazas que provienen de países considerados como malvados. Es también, y en gran parte, el producto del auge del neoliberalismo [durante] las últimas cuatro décadas y la tendencia asociada a la desregulación, la internacionalización y la privatización. (71)

Lo cierto es que las capacidades de vigilancia de los servicios de inteligencia, tales como la NSA, son considerables (cf. 72). En efecto, la NSA y sus aliados

pueden grabar y acceder a todos nuestros correos electrónicos, publicaciones Facebook, mensajes Skype, plataformas de mensajería video Yahoo, tweets de Twitter, fotos de Tumblr, mensajes Google, en suma, a toda nuestra [actividad] en las redes sociales y en Internet" (72-73). Por lo cual, "la extensión de esta vigilancia es prácticamente ilimitada. (73)

En el tercer capítulo, el filósofo estadounidense indica que "la tercera metáfora para pensar nuestra situación actual es la del panóptico de Jeremy Bentham, tal y como lo ha teorizado e interpretado Michel Foucault en [su obra] Surveiller etpunir" (77). Tras la represión llevada a cabo por el gobierno francés después del Mayo de 1968, Foucault intenta construir una teoría de la represión estatal interesándose por "la represión estatal, las estrategias punitivas y las relaciones de poder, en lo que ha denominado una sociedad punitiva" (78). En su análisis de la sociedad disciplinaria, Foucault se centra en la manera en que los diversos procedimientos judiciales, tales como la investigación, establecen una verdad para la sociedad.

La vigilancia proviene de unas técnicas de internamiento y de reclusión, mientras que el control alude al control moral (83). En cuanto a la noción de secuestro, "refleja la fuerza productiva de las prácticas punitivas, y, especialmente, los efectos físicos y corporales de la disciplina. Para Foucault, la vigilancia tenía como [objetivo] convertir el prisionero, el joven obrero o el alumno en más dócil" (83). El poder disciplinar cumple su objetivo "cuando las pocas personas encargadas de vigilar ya no necesitan ejercerla, porque las masas [populares] han interiorizado la vigilancia" (84). Por lo cual, Foucault se ha apropiado la metáfora del panóptico para calificar "una nueva forma de poder y de saber" (84).

Harcourt considera, en cambio, que "tanto el espectáculo como la vigilancia han sido eclipsados por la exposición" (86). Ya no necesitan vigilarnos, dado que nos exponemos voluntariamente. Mientras que muchos lo hacen con entusiasmo, otros lo hacen con cierta inquietud o reserva (86). No es cuestión de infravalorar el carácter punitivo y disciplinario, sino de tomar la medida del cambio provocado por el advenimiento de lo digital. Nos enfrentamos a "una forma expositiva del poder, donde utilizamos los medios digitales para contar unas historias sobre nosotros mismos y crear y remodelar nuestra identidad" (88).

En la segunda parte, que aborda el nacimiento de la sociedad de exposición, el autor dedica el cuarto capítulo a lo que denomina nuestro "pabellón de vidrio". En efecto,

todo ocurre como si, hoy en día, cada uno de nosotros se hubiera convertido en su propio gabinete de curiosidades y, de ese modo, construyera un palacio de cristal para poder jugar y mirarse en él, para, de cierta forma, hacer su exposición. (102)

Según el autor,

muchos de nosotros encuentran un placer exhibicionista al mirarse en los videos reflectantes y, en la era digital, tienden a convertirse en cada vez más narcisistas en razón del placer, de la dependencia, de la estimulación y de la distracción creados por estas máquinas deseosas que son el iPhone, Kindle [...] y las tablets. (104)

Alimentamos constantemente nuestras máquinas deseosas "con la esperanza de recibir una buena noticia, una invitación, un like u [...] obtener algo agradable" (104). Para muchos de nosotros, "aunque esta vida digital nos desconcierta y perturba, es casi ineludible. Pero, cuando intentamos resistir, existen hoy en día pocos medios [alternativos] para dar a conocer un evento, coordinar una reunión y comunicar con los demás" (105).

No en vano, una dimensión espectacular subsiste. "Cuando nos exponemos, entramos virtualmente en la arena; [...] queremos ser tan visibles [...] como en un anfiteatro" (107). Pero, las formas clásicas son puestas al día gracias a los metadatos (108). Sucede algo parecido con la vigilancia.

Todos estamos observados y vigilados por prácticamente todo el mundo, de la NSA a nuestro vecino curioso equipado de un software espía. Prácticamente todo el mundo puede vigilar y grabar nuestros tweets, nuestros posts, las aplicaciones que descargamos, nuestras búsquedas en Internet, nuestros gastos, nuestras lecturas, nuestros interlocutores. (108)

Asimismo, hoy en día, estamos en presencia de un poder de seguridad,

pero, en este caso también, un cambio se ha producido, en particular [en materia de] costes, [ya que] hemos entrado en la era de la publicidad gratuita y de la vigilancia al menor coste. [Actualmente], no cuesta prácticamente nada diseminar y difundir grandes cantidades de información privada; el único precio a pagar es la pérdida de confidencialidad. (108-109)

Cedemos información a cambio de prácticamente nada y lo hacemos, a menudo, sin reflexionar (109). La era digital ha dado lugar a una nueva forma de valor, "donde los [usuarios] participan ellos mismos en el [...] trabajo y contribuyen al resultado neto de las empresas, al tiempo que asumen ellos mismos su vigilancia" (109). Por lo cual, a los elementos clásicos del espectáculo y de la vigilancia, se han añadido los componentes de la exposición y la exhibición.

Conviene recordar, a ese respecto, que la vida digital que conocemos hoy en día es reciente, puesto que "Facebook ha sido creado en 2004, YouTube en 2005 [y] Twitter en 2006. El correo electrónico ha [conocido un verdadero] auge a mediados de la década de 1990 y los teléfonos móviles en torno [al año] 2000" (122). En poco tiempo, lo digital ha sustituido lo analógico y el big data ha reemplazado la tecnología analógica (122). En la actualidad, nos hemos convertido en nuestros propios publicistas y la producción de datos se ha democratizado. Como "sujetos digitales, nos hemos dejado atrapar [en una serie] de proyectos comerciales, gubernamentales y [de seguridad]" (123-124).

En el quinto capítulo, centrado en la genealogía del doble digital, Harcourt observa que,

hoy en día, dominamos la identificación y la diferenciación, y, de ese modo, hemos aprendido [...] a explotar las similitudes. [...] La situación creada por lo digital está marcada precisamente por una racionalidad que consiste en hacer corresponder un individuo a su doble. [...] No se trata solamente de identificar [...] sino de hacer corresponder. (129)

Es cuestión de "encontrar una persona que corresponda a nuestras costumbres y a nuestros comportamientos digitales, y utilizar esta persona para anticipar cada una de nuestras acciones, en un ir y venir constante, reencontrando el rastro de su último [tecleo] digital" (129). Por lo tanto, la idea es encontrar nuestro doble y, luego, "modelizar su comportamiento a fin de conocer el nuestro, y viceversa, en un proceso que moldea recíprocamente los deseos de cada uno" (129).

El paso de la lógica estadística a medida de finales del siglo xx a la era digital actual representa "un salto que va de la predicción estadística individualizada a la correspondencia perfecta" (141). El objeto de la búsqueda algorítmica de exploración de datos "es encontrar nuestro doble escondido. Es así como se despliega hoy en día una nueva racionalidad de la similitud, de la correspondencia, que no tiene en cuenta las relaciones de causalidad" (141). El poder de exposición "representa una forma particular de poder que se interesa menos por las poblaciones o los individuos que por los dobles" (141). "Este fenómeno funciona por acumulación y multiplicidad" (141).

Los algoritmos utilizados son "extremadamente complejos y se [apoyan] en diferentes tipos de tecnologías según estén basados en la memoria o en un modelo, adopten un enfoque basado en el contenido o recurran a unos sistemas de filtrado colaborativo" (142).

Encontrar para cada uno su doble exige mucho trabajo. Los cookies así como el marketing centrado en la persona son muy útiles al respecto. A ello se añade la integración que "consiste en fusionar todas las informaciones de las que disponemos sobre una persona [...] haciéndolas corresponder con todas las informaciones físicas o materiales que poseemos sobre esta misma persona" (144). Así, "Twitter y Facebook proponen [...] a sus anunciantes una integración" (144). La tecnología de la integración permite a "[las redes] sociales, los corredores de datos y los publicistas identificar mucho más precisamente cada uno de nuestros dobles" (145).

En el sexto capítulo, titulado "el eclipse del humanismo", el autor indica que

la emergencia de la sociedad de exposición se ha acompañado de una erosión gradual de los valores analógicos [...], tales como la vida privada, la autonomía, un cierto anonimato, la confidencialidad, la dignidad, [el espacio personal], el derecho a la tranquilidad. (150)

Actualmente, "la vida privada es menos un límite a no superar que un espacio abierto a la negociación donde se intercambian datos privados a cambio de [nuevos] productos, mejores servicios u ofertas especiales" (150). De manera general, "pocas personas se preocupan de [los] ataques a la vida privada, que provengan de grupos como Google, Microsoft y Facebook, o de servicios de inteligencia" (150).

Hoy en día, "aprendemos a querer lo que se ha convertido en indispensable. Nos hemos acostumbrado a la reconfiguración de la vida privada, de la autonomía [y] del anonimato" (151). Este cambio coincide con "el desarrollo de una visión neoliberal del mundo donde las leyes racionales del mercado dominan todas las esferas de la vida, incluso la vida social y personal" (151). Actualmente, en lugar de ser una propiedad humana, la protección de la vida privada se ha convertido en una propiedad privada (151). Se ha impuesto una visión contemporánea "de la vida privada como bien de consumo" (152). Con esta tendencia a la mercantilización, numerosas personas dudan del valor de la vida privada. Muchas personas "han dejado de creer que es tan esencial conservar una existencia privada y anónima" (152).

Muchos de nosotros, nos dice el filósofo norteamericano,

comunicamos informaciones sensibles. [... ] Tras algunos momentos de duda y de [indecisión], divulgamos nuestros datos, porque sentimos que no tenemos otra opción y no sabemos cómo no [proporcionar] estas informaciones, a quién dirigirnos, cómo realizar una tarea sin exponernos. [...] Queremos convencernos de que estas informaciones no serán vistas y utilizadas. [... ] No prestamos atención y preferimos olvidar. Nos dejamos distraer. (158-159)

En la tercera parte, dedicada a los peligros de la exposición digital, el autor consagra el séptimo capítulo a la desaparición de las fronteras entre las instituciones, la economía y la sociedad. En efecto,

la economía digital ha abolido las fronteras convencionales entre el Estado, el comercio y la vida privada. En la era digital, [las redes] sociales se libran a unas prácticas de vigilancia, los corredores de datos venden unas informaciones personales, las empresas tecnológicas controlan nuestras maneras de expresar nuestras opiniones políticas, y los servicios de inteligencia sacan provecho del comercio online. (163)

A medida que nos transformamos nosotros mismos en mercancías, "nos dejamos, conscientemente o no, animar, seguir, diagnosticar y predecir por una mezcla confusa de iniciativas gubernamentales y comerciales" (163). La desaparición de estas diferentes esferas "aumenta nuestra vulnerabilidad como individuos" (163). Este problema ha empezado con la desaparición progresiva de las fronteras entre el gobierno, el comercio, la vigilancia y la esfera privada. Con la desaparición de estas fronteras, "una nueva forma de poder está naciendo. Este tipo de poder es difícil de percibir, precisamente [porque] parece natural y [evidente]. Es, a la vez, transparente, invisible e incomprensible" (168). La nueva economía digital

se inscribe en un cambio más global de las relaciones de producción y de consumo, que se expresa a través de unos modelos de producción más flexibles, como el toyotis-mo, y [unas] formas de [simplificación] de los procesos de producción, como el just in time y el lean manufacturing. (172-173)

En definitiva,

las fronteras entre el comercio, el poder y la vigilancia son, hoy en día, caducas. Todas estas esferas convergen y [... ] coinciden en la producción, la explotación y la determinación de nuestra personalidad digital. Prácticamente todos los avances en materia de comercio en tecnología digital refuerzan los aparatos de seguridad, aumentan los beneficios comerciales y facilitan la gobernanza, y recíprocamente. (173)

En sustitución de estas distintas esferas, "está emergiendo un único y monstruoso mercado de datos. Este mercado es colosal [en cuanto a su magnitud]" (173). Existen actualmente más de 4000 empresas de corredores de datos, de las cuales algunas cotizan en la bolsa.

Estas empresas se sirven de Internet para recoger todos los datos disponibles. [Posteriormente], explotan, analizan, organizan y cruzan los datos, creando así unos conjuntos valiosos destinados a la venta y que generan una economía política de publicidad y de vigilancia. (174)

En el octavo capítulo, dedicado a la "mortificación de sí mismo", el autor subraya que,

para muchos de nosotros, nuestra subjetividad está, hoy en día, moldeada por las nuevas tecnologías digitales. La imposibilidad de controlar nuestras informaciones personales [y] la impresión de estar seguidos refuerzan nuestra [sensación] de vulnerabilidad. Nuestra obsesión por las evaluaciones y las clasificaciones [...] define [...] nuestra concepción de nosotros mismos. (185)

Empezamos a juzgarnos y a evaluarnos a través de unas cifras.

Siguiendo la senda de Deleuze y Guattari (1972), Harcourt estima que la tecnología digital "libera los flujos de deseo, moldea y produce unos deseos acoplados a otras máquinas deseosas" (193). Estamos íntimamente asociados a ellas, no podemos pasarnos de ellas. "Nos abandonamos a ellas, nos traicionamos a nosotros mismos" (193). Lo cierto es que "deseamos estos espacios digitales, estos dispositivos electrónicos, y nos hemos convertido, lentamente pero seguramente, en sus esclavos" (194).

Asimismo, considera que el análisis de Goffman (1968) "nos aclara sobre nuestra nueva situación de exposición digital. Podríamos, en efecto, identificar las etapas fenomenológicas de la estructuración de sí mismo en la era de Google y de la nsa" (194). Así, los sujetos digitales están privados de

espacio íntimo, de anonimato y de una verdadera vida privada, sin posibilidad de difusión de nuestros secretos y de nuestros momentos más [valiosos]. Cada vez más, nos desprendemos de [nuestra identidad], porque sabemos y nos acostumbramos al hecho de que otros pueden observarnos. (194)

A su vez, como consecuencia de la exposición digital, "vivimos una transformación moral [...]. Para muchos de nosotros, la transparencia virtual mortifica nuestra identidad analógica [...] a través de sus clasificaciones, evaluaciones, recomendaciones, etc." (197). Se puede hablar de mortificación de sí mismo en el mundo digital "cuando los sujetos abandonan voluntariamente sus vínculos privados, su intimidad y su espacio personal, cuando cesan de preocuparse por su exposición en Internet, dejan [filtrar] sus datos personales y exponen su vida íntima" (198-199).

En el noveno capítulo, titulado "la rejilla de acero", el filósofo norteamericano observa que lo llamativo de la era digital es "el contraste entre la ética del juego y del deseo [que se halla] en el corazón de nuestra sociedad de exposición, y la naturaleza destructiva de nuestras prácticas punitivas" (200). En un extremo se encuentra

esta nueva forma de exposición digital, que se nutre de [nuestras preferencias y] de nuestras pasiones, del amor y del deseo, pero también de la ansiedad. [... ] Es el espacio de las fronteras abiertas, de la experimentación de la libertad, de la expresión y de la curiosidad. (200)

En el extremo opuesto, "se halla el confinamiento y el secuestro, las esposas y las cadenas, las jaulas y las celdas, el aislamiento carcelario, de un lado, y la sobrepoblación, del otro" (200). Y estos dos extremos no cesan de amplificarse (201).

Asimismo, nos enfrentamos a una extraña paradoja. Por un lado, "nuestra experiencia vivencial [transita] de manera espectacular de lo analógico a lo digital" (202). Pero, del otro lado, "la cárcel analógica se desliza poco a poco hacia unas formas digitales de control convencional con un aumento constante de las pulseras electrónicas y de los seguimientos por GPS" (202). En ese sentido, "las medidas de reducción de costes y de eficacia hacen entrar las prácticas punitivas en el mundo virtual" (202). Resulta de ello una convergencia, a la vez paradójica y sorprendente, "entre la extrema libertad de la vida digital y la existencia controlada del detenido en libertad condicional" (203).

Al término de la lectura de La société d'exposition, cuyo subtítulo "Deseo y desobediencia en la era digital" resume a la perfección la tesis del libro, es necesario subrayar la suma actualidad del objeto estudiado y la gran perspicacia y sutileza con la cual el autor lo aborda. Muestra cómo la sociedad de exposición se apoya en el deseo de las personas de atraer la atención, que confina a veces a cierto exhibicionismo. Las empresas tecnológicas multinacionales, así como los servicios de inteligencia nacionales, sacan provecho de esta situación para recoger, analizar y explotar los datos personales y vigilar a la población. Lo hace apoyándose en un trabajo bien documentado, donde abundan los ejemplos concretos, y privilegiando una mirada crítica. A ese respecto, Harcourt no se excluye de la crítica utilizando un "nosotros" inclusivo. No en vano, de cara a matizar la valoración positiva que merece esta obra, se echa en falta una mayor unidad en la presentación y abundan las redundancias.

Más allá de estas reservas, la lectura de este libro es sumamente estimulante y altamente recomendable para comprender la sociedad de exposición en la cual estamos inmersos.

Bibliografía

Balkin, Jack. The Constitution in the National Surveillance State. Minnesota Law Review 93 (2009): 1-25. [ Links ]

Deleuze, Gilles et Guattari, Félix. “L’Anti- Oedipe.” Capitalisme et schizophrénie. Editions de Minuit, 1972. [ Links ]

Goffman, Erving. Asiles. Editions de Minuit, 1968. [ Links ]

Harcourt, Bernard. The Illusion of Free Markets: Punishment and the Myth of Natural Order. Harvard University Press, 2011. [ Links ]

Harcourt, Bernard. The Counterrevolution: How Our Government Went to War Against Its Own Citizens. Basic Books, 2018. [ Links ]

Harcourt, Bernard, Taussing, Michael and Mitchell, W.J.T. Occupy: Three Inquiries in Disobedience. The University of Chicago Press. 2013. [ Links ]

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