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Revista Latinoamericana de Psicología

Print version ISSN 0120-0534

rev.latinoam.psicol. vol.39 no.2 Bogotá May/Aug. 2007

 

ARTÍCULO

ESTILOS DE CRIANZA EN LA ADOLESCENCIA Y SU RELACIÓN CON EL COMPORTAMIENTO PROSOCIAL

REARING STYLES IN ADOLESCENCE: THEIR RELATION WITH PROSOCIAL BEHAVIOR

MARÍA VICENTA MESTRE1 ANA MARÍA TUR,
PAULA SAMPER, MARÍA JOSÉ NÁCHER
y
MARÍA TERESA CORTÉS
Universidad de Valencia, España

1 Correspondencia: MARIA VICENTA MESTRE, Departamento de Psicología Básica. Facultad de Psicología. Universidad de Valencia., España. Correo electrónico: Maria.V.Mestre@uv.es


ABSTRACT

The work shows two studies carried out with Spanish adolescents. The objective was to evaluate the relation between rearing styles, prosocial behaviour and empathy, aggressiveness, emotional instability and anger, from a double perspective. In one of these studies (N = 531), the rearing styles were evaluated by the mother and in the other one (N = 782) by the adolescents. The results indicate that prosocial behaviour is not well predicted by the mother's analysis of rearing style. A positive evaluation by the son or daughter, an interest and emotional support and coherence in the application of norms, constitutes the rearing style most related with empathy and with prosocial behaviour.

Key words: Prosocial behaviour, styles of rearing, personality, adolescence.


RESUMEN

El trabajo muestra dos estudios realizados con adolescentes españoles cuyo objetivo es estudiar la relación entre los estilos de crianza, el comportamiento prosocial y la empatía, la agresividad, la inestabilidad emocional y la ira desde un doble planteamiento: en uno de los estudios (N = 531) la evaluación de los estilos de crianza la realiza la madre y en el otro (N =782), los adolescentes. Los resultados indican que cuando es la madre quien evalúa los estilos de crianza, éstos alcanzan menor poder predictor en el comportamiento prosocial. La evaluación positiva del hijo/a, el apoyo emocional junto con la coherencia en la aplicación de las normas es el estilo de crianza más relacionado positivamente con la empatía y con el comportamiento prosocial.

Palabras clave: Comportamiento prosocial, estilos de crianza, personalidad, adolescencia.


INTRODUCCIÓN

La internalización de valores que acompaña a todo individuo en el transcurso de su desarrollo facilita que vaya absorbiendo criterios y valores, así como la cultura y el orden social, que emana de su entorno próximo-familiar y de las propias sociedades donde crece y se desarrolla. En este proceso, las prácticas de crianza llegan a ocupar un papel fundamental ya que contribuyen a inculcar unos valores y normas, que conducen al niño a ser considerado un adulto socialmente integrado en un futuro próximo (Grusec & Goodnow, 1994; Grusec, Goodenow & Kuczynski, 2000; Hoffman, 1990). El proceso de internalización de valores y normas se produce en un contexto donde la interacción de las vivencias sociales de la prole con los padres o con los iguales, va unida a los procesos de construcción activa, de unos y otros, ante las mismas situaciones vividas (Wainryb & Turiel, 1993; Youniss, 1994). El resultado provoca reacciones y respuestas amplias y variadas que dependen de las diversas experiencias y, a su vez, los estilos educativos se adaptan a la personalidad de los hijos y a las mismas experiencias.

En este sentido, son cruciales las relaciones tanto con la madre como con el padre, así como la implicación de ambos padres en la crianza, la disponibilidad y el grado de apoyo que percibe el adolescente, y en general, el predominio de una buena comunicación, para un buen apoyo instrumental y emocional de ambos padres (Rodrigo, et al., 2004).

Así pues, los padres que transmiten apoyo y afecto a sus hijos, desarrollan la comunicación en el ámbito familiar, establecen normas familiares y el cumplimiento de las mismas utilizando el razonamiento inductivo como técnica de disciplina, educan con mayor probabilidad hijos sociables, cooperativos y autónomos (Alonso & Román, 2005; Lila & Gracia, 2005). Asentar las bases educativas sobre la disciplina inductiva, estimula a comprender hasta donde se puede llegar y a partir de dónde se están transgrediendo las normas. Además, se asocia a una mayor competencia y madurez moral en el niño (Baumrind, 1989, 1991; Steinberg, Mounts, Lamborn & Dornbusch, 1991). El uso de criterios y razonamientos se relaciona con el comportamiento prosocial y, en concreto, con la internalización moral (Hoffman, 1982, 1990). Asimismo, se relaciona con la empatía y con la manifestación de comportamientos prosociales (Krevans & Gibbs, 1996).

Más recientemente se ha demostrado que el conocimiento que los padres tienen del hijo provoca que se establezcan diferentes formas de inculcar disciplina, además la eficacia del estilo educativo dependerá, en gran medida, de la personalidad de los hijos (Grusec, Goodnow & Kuczynski, 2000). Con todo, las dimensiones de control, afecto y grado de implicación en la crianza de los hijos constituyen pilares fundamentales en la educación de los hijos y son las variables que mejor predicen un buen estilo educativo y la calidad de las relaciones paternofiliales (Carlo, Raffaelli, Laible & Meyer, 1999; Mestre, Frías, Samper & Nácher, 2003; Mestre, Samper, Tur & Díez, 2001; Tur, 2003). Estos factores inciden sobre la cohesión familiar y el grado de adaptabilidad y la calidad de la comunicación entre los miembros de la misma familia, que pueden favorecer o enturbiar tanto la cohesión como la adaptabilidad (González-Pineda, et al., 2003).

En la misma línea se ha demostrado que factores temperamentales, como la emocionalidad de los hijos, llegan a mediar en la calidad de la expresividad positiva que los padres ofrecen a la prole (Eisenberg, et al., 2001; Eisenberg, et al., 2003; Tur, 2003). Diferentes estudios han constatado la relación entre la expresividad de los padres, definida como un estilo dominante de exhibir expresiones verbales y no verbales en la familia y las respuestas empáticas de los hijos (Valiente, et al., 2004). Dicha expresividad puede ser positiva si demuestra admiración y/o gratitud por un favor, como valoración positiva del hijo, o negativa si incluye expresiones de ira y hostilidad. Es la expresividad positiva la que predice la respuesta empática en los hijos, que incluye tanto una respuesta emocional como una capacidad para ponerse en el lugar del otro. Así, los padres que expresan altos niveles de emoción positiva y discuten estas emociones ayudan a sus hijos a experimentar y comprender las emociones, por tanto las relaciones positivas padres-hijos están asociadas con niveles más altos de internalización, conciencia y empatía (Kochanska, Forman & Coy, 1999; Mestre, Tur & del Barrio, 2004; Mestre, Samper, Tur, Cortés & Nácher, 2006; Mestre, Samper, Nácher, Tur & Cortés, 2006).

En este orden, las relaciones que fomentan vínculos cálidos y apoyos entre ambos, progenitores y prole, estimulan una atmósfera apropiada y abierta a los mensajes paternos. Igualmente, la calidad de la relación aumenta la motivación y la capacidad de escucha de los hijos hacia los mensajes parentales y, con ello, potencia el desarrollo social (Bandura, 1986, 2001). Las relaciones de apoyo, además, estimulan el sentido de la eficacia personal y ésta, a su vez, influye en la calidad del funcionamiento afectivo y del comportamiento (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003).

En las familias asentadas sobre valores sólidos, los enfrentamientos entre padres e hijos debidos a las ansias de libertad y de nuevas experiencias -propias de la adolescencia- transcurrirán de manera transitoria. Por el contrario, la poca solidez en la educación de las primeras edades puede tener consecuencias muy negativas en el futuro del hijo. Se ha demostrado que la falta de accesibilidad y de supervisión de los padres, acompañada de la escasa o nula comunicación paterno-filial se relaciona con la tendencia de los hijos a relacionarse con compañeros conflictivos y a fomentar comportamientos de riesgo de carácter antisocial (Rodrigo, et al., 2004; Tur, Mestre & del Barrio, 2004; Mestre, Samper, Tur & Díez, 2001; Eisenberg, Fabes, Guthrie & Reiser, 2000; Sobral, Romero, Luengo & Marzoa, 2000).

Por su parte, los adolescentes que reciben un feedback social positivo, y se perciben aceptados por los demás, tienden a definir estrategias alternativas de resolución de problemas relacionales, antes de manifestar comportamientos negativos (Katainen, Räikkönen & Keltikangas- Järvinen, 1999; Pakaslahti & Keltikangas-Järvinen, 1996).

En el marco de la teoría social-cognitiva se ha demostrado ampliamente la reacción recíproca que produce, de un lado, las acciones de los padres sobre el hijo y, de otro, la importancia que las reacciones del hijo tienen sobre los progenitores. A modo de feedback, el sujeto, a la vez que recibe efectos del ambiente, actúa sobre él. La visión de la persona como ser activo que procesa y transforma la información, plantea el principio de que los diferentes modelos educativos impactan de forma variada en la persona y, por tanto, ejercen una influencia heterogénea. La capacidad de influencia de los modelos depende, en gran medida, de la carga emocional que contengan (Bandura, 1977; 1986; 2001). Además, las personas juzgan sus propias acciones según el grado de ajuste a estándares o creencias internos, de forma que los cambios se orientan hacia el control interno del propio comportamiento (Bandura, 1995; 2002; Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003).

Por tanto, la constitución de la personalidad se enmarca en un contexto social dinámico que va configurando en el niño, patrones comportamentales más o menos estables. De esta forma, la personalidad se desarrolla mediante ciclos de procesamiento de la información cognitivo-emocional unido al feedback interpersonal (Caprara & Zimbardo, 1996).

El desarrollo prosocial también incluye procesos cognitivos y emocionales, como el razonamiento prosocial y la empatía. Los estudios evolutivos parecen indicar que la respuesta prosocial se vuelve relativamente estable durante los últimos años de la infancia y los primeros años de la adolescencia y que el desarrollo psicológico que implica procesos atencionales y evaluativos, razonamiento moral, competencia social y capacidad de autorregulación estimulan dicho comportamiento (Caprara, Steca, Zelli & Capanna, 2005). Además, dicho comportamiento prosocial predispone a un ajuste personal y social de los sujetos y actúa como factor de protección de problemas de comportamiento y depresión durante la adolescencia (Cañamás, 2002; Tur, 2003).

El objetivo de este trabajo es mostrar que independientemente de los instrumentos utilizados en la evaluación, los estilos de crianza, las variables de personalidad y la autorregulación emocional explican el comportamiento prosocial en la adolescencia.

ESTUDIO 1

Los estilos de crianza varían en función de las variables personales por lo que se hace necesario un análisis de la interacción entre dichos estilos de crianza y las variables temperamentales y sociocognitivas si queremos establecer un perfil de riesgo de la conducta desadaptada o de los factores que potencian o motivan una conducta adaptada socialmente (Kilgore, Snyder & Lentz, 2000; Mestre, et al., 2003). Además, dada la importancia que tiene la variable género en la adolescencia se analiza las diferencias en función de esta variable en la percepción de la disciplina ejercida por la madre y por el padre y en el comportamiento prosocial.

Método

Participantes

La muestra estaba compuesta por 782 adolescentes (407 chicos y 375 chicas) seleccionados aleatoriamente de colegios públicos (293) o concertados (489) de la Comunidad Valenciana, de edades comprendidas entre 12 y 14 años. Todos ellos cursaban estudios de 1° de Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO). A partir de esta muestra total se han construido dos grupos criterio en función de los niveles de comportamiento prosocial. Según la variable criterio comportamiento prosocial, se han clasificado como sujetos con baja prosocialidad los que alcanzan puntuaciones en el cuestionario de comportamiento prosocial (Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno & López, 2001) por debajo de la media y una desviación típica y como sujetos con alta prosocialidad los que alcanzan puntuaciones por encima de la media y una desviación típica. Siguiendo este criterio, del total de 782 se han establecido dos grupos extremos distribuidos en 86 sujetos con bajo comportamiento prosocial y 106 sujetos con alto comportamiento prosocial.

Instrumentos

Child's Report of Parent Behavior Inventory (CRPBI) (Schaefer, 1965; Samper, Cortés, Mestre, Nácher & Tur, 2006). Evalúa la disciplina familiar que perciben los hijos tanto en su relación con el padre como con la madre. Los ítems plantean diferentes situaciones propias de la vida y educación familiar a las que el sujeto debe contestar en una escala de tres puntos. Las dimensiones evaluadas son: Permisividad, dejar hacer extremo, total libertad sin normas ni límites; Autonomía y Amor, se estimula la sociabilidad y el pensamiento independiente; amor, evaluación positiva, expresión de afecto, apoyo emocional; Amor y Control, estimulación intelectual de los hijos, disciplina centrada en el niño; control, intrusividad, control a través de la culpa y dirección paterna; Control y Hostilidad, aplicación de normas estrictas, el castigo y las riñas; Hostilidad, predominio de la irritabilidad, evaluación negativa y rechazo; Hostilidad y Negligencia, hostilidad y al mismo tiempo una autonomía extrema, percepción por parte de los hijos de una negligencia al atender sus necesidades. Las fiabilidades medias de las 4 dimensiones molares son: Amor = 0,84; Hostilidad = 0,78; Autonomía = 0,69; y Control = 0,66. (Schaefer, 1965).

Prosocial Behavior Scale (Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001). Se trata de una escala de 15 ítems que evalúa el comportamiento de ayuda, de confianza y simpatía a través de tres alternativas de respuesta en función de la frecuencia con que se den cada uno de los comportamientos descritos. Los análisis de fiabilidad muestran un Alpha de Cronbach de 0,74.

Índice de empatía para niños y adolescentes (IECA, Bryant, 1982; Mestre, Pérez-Delgado, Frías, & Samper, 1999). Proporciona una medida del componente emocional de la empatía. El instrumento consta de 22 ítems. Los análisis de fiabilidad muestran un Alpha de Cronbach de 0,64.

Agresividad Física y Verbal (AFV, Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001). Se trata de una escala de 20 ítems que evalúa el comportamiento de hacer daño a otros física y verbalmente. El formato de respuesta es de tres alternativas (a menudo, algunas veces o nunca) según la frecuencia de aparición del comportamiento. Los análisis de fiabilidad muestran un Alpha de Cronbach de 0,80.

Escala de Inestabilidad Emocional (IE, Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001). Describe el comportamiento que indica una falta de autocontrol en situaciones sociales como resultado de la escasa capacidad para frenar la impulsividad y la emocionalidad. Incluye 20 ítems con tres alternativas de respuesta (a menudo, algunas veces o nunca). Los análisis de fiabilidad muestran un Alpha de Cronbach de 0,87.

Ira Estado-Rasgo (STAXI, Spielberger, 1988; Del Barrio, Spielberger & Moscoso, 1998). Este instrumento contiene tres partes. Las dos primeras evalúan Ira como estado y como rasgo. La tercera describe el nivel de autocontrol y los mecanismos de afrontamiento (exteriorización o autocontrol) de que dispone el sujeto en situaciones que provocan ira. Los índices de fiabilidad son los siguientes: a de estado de ira = 0,88, a de rasgo de ira = 0,80, a exteriorización ira = 0,78, a autocontrol ira = 0,85.

Procedimiento

La evaluación de los sujetos se ha realizado de forma colectiva y en horas lectivas, en cada aula. Las instrucciones para rellenar los cuestionarios se han explicado oralmente antes de la cumplimentación. El pase de las pruebas se ha realizado en dos sesiones de 45 minutos- 1 hora aproximadamente, en cada uno de los estudios analizados.

La fuente de información sobre la que se ha basado la investigación ha abarcado al mismo alumnado y a sus madres. En el estudio 1, la fuente son los propios adolescentes, mientras que en el estudio 2 la información procede de las madres y de los adolescentes. Se considera que las progenitoras, a pesar de la transformación del papel de la mujer en la sociedad actual, continúan teniendo un papel superior a los padres en los problemas cotidianos del hogar, aún teniendo trabajo extradoméstico (Parra & Oliva, 2002; Valiño & López, 2004).

La investigación empírica que se desarrolla en ambos estudios se ha planificado siguiendo la estructura de un diseño de investigación no experimental con el objetivo principal de analizar el grado de relación entre las variables de personalidad, los estilos educativos de los padres y los procesos psicológicos implicados en el comportamiento prosocial.

Los análisis estadísticos utilizados se han centrado principalmente en el estudio del patrón correlacional entre las variables medidas. También se han incluido técnicas de análisis univariado de la varianza mediante diseños entre sujetos con el objetivo de apoyar los resultados correlacionales con la comprobación de las posibles diferencias de medias planteadas en las hipótesis de investigación. La fiabilidad de los instrumentos psicométricos se ha analizado mediante el alfa de Cronbach. Además la técnica multivariada del análisis discriminante ha permitido resumir los hallazgos de la investigación con la construcción de un perfil predictor de las variables incluidas en la investigación. Se trata de constatar a nivel empírico los procesos cognitivos y emocionales, así como los estilos de crianza que son predictores del comportamiento prosocial.

Resultados

Presentamos a continuación los resultados de los Análisis de la Varianza (ANOVA) y del análisis discriminante realizados entre los constructos evaluados desde los autoinformes de los adolescentes.

Diferencias de género en la percepción de los estilos educativos paternos y en el Comportamiento Prosocial

Se ha realizado un ANOVA de un factor para constatar las diferencias en la disciplina familiar que ejerce la madre y el padre según la evaluación que hacen los varones y mujeres adolescentes de la muestra. Los resultados indican que las chicas perciben un mayor trato de igualdad, más expresión de afecto y apoyo emocional por parte de su madre (F (1, 781) = 4,005; p < 0,01), mientras que los chicos perciben en su relación con sus padres una mayor irritabilidad y rechazo (Padre: F (1, 781) = 7,210; p < 0,01 y Madre: F (1, 781) = 13,817; p < 0,01), una mayor aplicación de normas estrictas, castigos y riñas (Padre: F (1, 781) = 16,185; p < 0,01 y Madre: F (1, 781) = 19,088; p < 0,01), así como una mayor intrusividad y dirección paterna (F (1, 781) = 9,345; p < 0,01), y materna (F (1, 781) = 21,558; p<0,01). Perciben de su madre, una disciplina más laxa (F (1, 781) = 8,867; p < 0,01), mientras que informan de una mayor negligencia e ignorancia de sus necesidades en la relación con su padre (F (1, 781) = 5,606; p < 0,05).

Se ha realizado un ANOVA de un factor para constatar las diferencias en el Comportamiento Prosocial que manifiestan los varones y mujeres adolescentes de la muestra.

Las chicas han obtenido puntuaciones más altas en Comportamiento Prosocial (F (1, 781) = 28,48; p < 0,01), es decir, manifiestan en mayor medida que los chicos de su misma edad, comportamientos de ayuda, de confianza y simpatía.

Perfil predictor del Comportamiento Prosocial

Se ha utilizado la técnica multivariada del Análisis Discriminante en Modo Análisis ya que nuestro objetivo ha sido estudiar el comportamiento de las variables predictoras utilizadas en el estudio con relación al criterio de Prosocialidad en su condición de alta (la media más una desviación típica, N = 106), y baja (la media menos una desviación típica, N = 86).

Los resultados del análisis discriminante "paso a paso" (Wilks) señalan que la función discriminante obtenida es estadísticamente significativa para diferenciar a los dos grupos de prosocialidad con una correlación canónica de 0,682, reduciendo a cinco variables las que poseen suficiente fuerza para discriminar en el criterio de alta/baja prosocialidad.

Los coeficientes de estructura que representan la correlación de las puntuaciones de cada variable con las puntuaciones de la función nos permiten constatar que del total de variables que el análisis discriminante ha necesitado seleccionar para su función la mayor contribución a la predicción, y por ello con mayor poder discriminador entre la alta y baja prosocialidad, corresponde a la empatía (0,592), seguida del autocontrol de la ira como mecanismo de afrontamiento (0,568) y la agresividad, guardando ésta última una correlación negativa con el comportamiento prosocial (-0,550). Con correlaciones algo menores se sitúan los estilos de crianza de la madre caracterizados por la evaluación positiva, el compartir, la expresión de afecto y el apoyo emocional (0,381) y la autonomía del hijo y afecto (0,320).

Se constata que las dimensiones que hacen referencia a la relación con el padre no aparecen en el análisis discriminante, lo que indica que el estilo de crianza que los adolescentes perciben por parte de sus padres no guarda relación con los niveles de prosocialidad, mientras que la función de la madre alcanza una correlación positiva con la prosocialidad si se caracteriza por una estimulación de la autonomía del hijo junto con afecto y apoyo emocional. Por lo tanto, el afecto hacia el hijo y la estimulación de su autonomía favorecen niveles más altos de prosocialidad. Estos resultados además, indican que tanto la empatía como el autocontrol de la ira en momentos de tensión favorecen el comportamiento prosocial, mientras que la agresividad lo inhibe. Por tanto, a partir de los resultados obtenidos, se constata un mayor peso de los procesos emocionales en la función discriminante, siendo la emocionalidad controlada, empatía y autocontrol, la que aparece con mayor fuerza para predecir el comportamiento prosocial.

Siguiendo el criterio de alto/bajo comportamiento prosocial, la función discriminante consigue clasificar el 83,1% de los casos correctamente, apoyando la validez discriminante de las variables predictoras. El grupo que puntúa alto en comportamiento prosocial aparece claramente identificado con un 82,9% disminuyendo ligeramente (hasta el 77,5%) para identificar sujetos con bajo comportamiento prosocial. La asignación de los sujetos a los grupos de prosocialidad se ha realizado teniendo en cuenta el grado de semejanza a las respuestas medias o centroides de la función discriminante que son de 0,779 para alto comportamiento prosocial y de -1,259 para bajo comportamiento prosocial.

Discusión

Existen diferencias de género en la percepción de los diferentes estilos educativos de modo que los chicos perciben unas pautas educativas más negativas y centradas en la irritabilidad, rechazo, castigos y riñas, y negligencia. Por otro lado, los resultados obtenidos corroboran las diferencias en comportamiento prosocial en función de la variable género tal como los estudios empíricos sobre el tema vienen constatando, siendo las chicas adolescentes las que alcanzan las puntuaciones más altas respecto a los varones de su misma edad (Carlo, Raffaelli, Laible & Meyer, 1999; Mestre, Samper & Frías, 2002, Mestre et al., 2003; Mestre, et al, 2005). Se observa igualmente, una mayor correlación y por tanto un mayor poder predictor de los procesos emocionales con las puntuaciones de la función discriminante de la conducta prosocial. Concretamente, y en la misma línea que otros estudios, la empatía aparece como el principal motivador de la conducta prosocial (Eisenberg, 2000; Mestre, Samper & Frías, 2002, Mestre et al., 2005), así como el autocontrol como mecanismo de autorregulación, dato que corrobora el planteamiento de Bandura (Bandura, 1999), los estudios de Caprara (Caprara & Pastorelli, 1993; Caprara, Pastorelli & Bandura, 1995) y de Eisenberg (Eisenberg, 2000; Eisenberg, et al., 2000).

ESTUDIO 2

El objetivo que se persigue en este segundo estudio es doble. De una parte, analizar la relación entre los estilos de crianza, informados por las madres, y la personalidad del hijo, así como los efectos sobre el comportamiento agresivo, prosocial y la inestabilidad emocional. De otra, analizar la adaptación psicosocial de los adolescentes a través de la relación mantenida entre los tres constructos psicológicos, referidos a la agresividad física y verbal, el comportamiento prosocial y la inestabilidad emocional, por su condición de mediadores de la agresión. Todo ello, con la finalidad de estudiar los factores que modulan el comportamiento adaptado de los adolescentes

Método

Participantes

El estudio se ha realizado sobre una muestra, obtenida aleatoriatoriamente, de 531 alumnos de enseñanzas medias y sus madres. La selección del alumnado se ha efectuado atendiendo a los siguientes criterios: que cursaran la Etapa Educativa de la Secundaria Obligatoria, que estuvieran escolarizados en Centros Públicos y Concertados de la Comunidad Valenciana.

De este modo, los 531 alumnos, 278 realizan los estudios en la Escuela Pública -118 chicos y 160 chicas-, y 253 en la Escuela Privada-Concertada, de estos 148 son chicos y 105 chicas. El rango de edades oscila entre 12 y 15 años.

Instrumentos

Big Five Questionnaire (BFQ) (Caprara, Barbanelli, Borgogni & Perugini, 1993; 1994; Carrasco, Holgado & del Barrio, 2005). A través de 65 ítems evalúa los factores que intervienen en la estructura de la personalidad, basada en la teoría de los Cinco Grandes (Big Five). Estos factores se refieren a Energía, Amistad, Conciencia, Estabilidad Emocional y Apertura a la Experiencia. Se presenta mediante una escala tipo likert con formato de respuesta de cinco alternativas desde'casi siempre' hasta 'casi nunca'.

El factor Energía comprende aquellas características que, en la literatura, están definidas como Extraversión o Surgency (McCrae & Costa, 1987, 1989; Norman, 1963). Se refiere, pues, a la cantidad e intensidad de las interacciones interpersonales. Se organiza en 2 facetas: el dinamismo o necesidad de estar ocupado y con movimientos vigorosos o de 'tempo' rápido, y la dominancia, entendida como capacidad de autoconfianza y asertividad, referida bien a la necesidad de tener ascendencia o dominancia, propiamente dicha, bien a la tendencia a evitar confrontaciones.

El factor Amistad, junto a la extraversión o factor Energía, comprende el amplio aspecto de las relaciones sociales. Este factor recoge la cualidad de la interacción social y se le denomina como Simpatía o Amigabilidad (Friendliness) frente a Hostilidad (Hostility) (McCrae & Costa, 1987, 1989; Digman, 1990). Se organiza en Cooperación o Empatía, referida a la capacidad de mostrar sensibilidad hacia otros y hacia las necesidades ajenas, mostrar, pues, preocupación por los demás; y Educación o Urbanidad entendida como la tendencia a atribuir intenciones benévolas a los demás, a querer ser agradables y dóciles con los otros y a mostrarse francos y sinceros.

El factor Conciencia apela a la autorregulación, organización, perseverancia y motivación en el comportamiento dirigido a metas (Digman, 1990). Se organiza en dos aspectos, Escrupulosidad, puntualizada en la facultad de ser ordenados y organizados y de basar sus acciones sobre principios éticos; y Perseverancia, entendida como la capacidad de asumir sus propias tareas y compromisos, de trabajar con ahínco para conseguir los objetivos que se proponen, ser diligentes y emprender acciones dirigidas a metas. Necesidad de logro.

El factor Estabilidad Emocional alude a aquellas características de la personalidad consideradas como neuroticismo o ajuste emocional (McCrae & Costa, 1987, 1989). Se organiza, a su vez, en dos aspectos, el Control de las Emociones y el Control de los Impulsos. El primero, Control de las Emociones, responde a la capacidad para controlar la propia ansiedad y vulnerabilidad o aptitud para controlar el estrés, así como para enfrentarse a las demandas del entorno, mientras que el Control de los Impulsos apunta a la competencia para dominar la irritabilidad, el enfado, la cólera y la frustración (Costa & McCrae, 1985, 1992).

Por último, el factor Apertura remite a la Cultura o Apertura a la experiencia (Costa & McCrae, 1985, 1992). Mediante este factor se evalúa la búsqueda y apreciación por nuevas experiencias, el gusto por lo desconocido. Su organización bicéfala apela, de un lado, a la Apertura a la Cultura y, de otro, a la Apertura a la Experiencia.

El primer aspecto, Apertura a la Cultura, reseña la necesidad de ampliar intereses culturales, abrir la mente a cosas nuevas, reexaminar los valores sociales, religiosos y políticos. La Apertura a la Experiencia, por su parte, considera la facultad para abrirse a la novedad, a la tolerancia por diferentes valores y estilos de vida, por diferentes costumbres y hábitos. Valora la preferencia por lo novedoso frente a la familiaridad y la rutina (Caprara, Barbaranelli & Zimbardo, 1996).

El Alpha de Cronbach varió entre 0,74 y 0,90 para cada uno de los factores (Caprara & Zimbardo, 1996). En este estudio, el coeficiente de fiabilidad osciló entre 0,65 para el factor Amistad a 0,83 en Conciencia y Apertura. Energía y Estabilidad Emocional obtuvieron 0,79 y 0,82, respectivamente.

Parent-Child Relationship Inventory (PCRIM) (Gerard, 1994; Roa & del Barrio, 2001). Este cuestionario valora las actitudes de la madre hacia la crianza y hacia los mismos hijos. Está constituido por 78 ítems. De ellos 56 son directos y 26 inversos. Los ítems directos se formulan sobre la base de las dificultades percibidas acerca de la crianza; mientras que los inversos se refieren a la percepción positiva de la madre sobre la misma. Comprende 8 escalas: Apoyo, Satisfacción por la crianza, Compromiso, Comunicación, Autonomía, Disciplina, Distribución de Rol y Deseabilidad Social.

Apoyo, mide el nivel de apoyo social y emocional que la madre está recibiendo. Satisfacción con la crianza, aporta la cantidad de placer y satisfacción que se percibe por ser madre. El factor Compromiso valora el grado de interacción y el conocimiento que la madre tiene del hijo. Comunicación se centra en la percepción de la madre acerca de la efectividad de la comunicación con su hijo. Disciplina examina la experiencia de la madre sobre la disciplina que logra plantear a su hijo, basada en criterios firmes. La Escala de Autonomía mide la habilidad de la madre para estimular la independencia del hijo. Distribución de Rol evalúa las actitudes de las madres acerca del papel que desempeña el género en la crianza. Finalmente, la Escala de Deseabilidad social valora la tendencia de los sujetos a responder de forma distorsionada, dado que prevalece más el ideal de convivencia y el deseo de que todo sea bueno, que lo que ocurre en realidad.

El cuestionario, que puede aplicarse a población clínica y a población general, identifica áreas concretas de dificultad entre padres e hijos, que pueden ser causa de problemas, a la vez que proporciona un marco de calidad entre las relaciones.

El Coeficiente Alfa de Cronbach varia entre 0,70 y 0,88 (Gerard, 1994). En población española, la fiabilidad oscila entre 0,48 y 0,68 (Roa & del Barrio, 2001), en este estudio fluctuó entre 0,52 y 0,70 para las diferentes escalas del cuestionario.

Los instrumentos Prosocial Behavior Scale (Caprara & Pastorelli, 1993; Del Barrio, Moreno & López, 2001); Agresividad Física y Verbal (AFV, Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001); Escala de Inestabilidad Emocional (IE, Caprara y Pastorelli, 1993; Del Barrio, et al., 2001), fueron descritos en el Estudio 1.

Procedimiento

El procedimiento de este estudio sigue eldescrito en el estudio anterior.

Resultados

Se presentan, a continuación, los resultados del análisis correlacional y del análisis discriminante realizados desde los autoinformes de los adolescentes y de sus madres.

Análisis correlacional entre Agresividad física y verbal, Inestabilidad emocional y Comportamiento Prosocial

El análisis correlacional obtenido a partir de los autoinformes de los adolescentes muestra relaciones significativas entre los tres constructos mencionados. Sobresale, de un lado, la fuerte correlación positiva que se establece entre la agresividad física y verbal y la inestabilidad emocional (r = 0,667). De otro, la relación negativa entre agresión y comportamiento prosocial (r = -0,281) y entre comportamiento prosocial e inestabilidad emocional (r = -0,219).

Se corrobora, una vez más, la tesis de Caprara y su equipo, dado que el comportamiento prosocial se relaciona negativamente tanto con la agresividad física y verbal como con la inestabilidad emocional. El comportamiento prosocial, por tanto, es un factor de protección frente a comportamientos agresivos e inestables emocionalmente (Caprara & Pastorelli, 1993).

Al contrario, la agresividad física y verbal mantiene una fuerte conexión significativa positiva y directa con la inestabilidad emocional, Y, a la inversa, la estabilidad emocional, como factor estructural de la personalidad, salvaguarda a la persona de manifestaciones agresivas, físicas o verbales, al tiempo que estimula los comportamientos de acercamiento a los demás y las respuestas prosociales.

Perfil predictor del Comportamiento Prosocial

A continuación, y con la finalidad de aislar los factores facilitadores de comportamientos altruistas y prosociales se ha recurrido a técnicas estadísticas, tal como el análisis discriminante en Modo Análisis, siguiendo el procedimiento descrito en el Estudio 1, que pueden explicar el efecto de las variables predictoras que mejor discriminen sobre la posible manifestación de los comportamientos prosociales. Con este objetivo, la prosocialidad, se ha relacionado con el temperamento y con el ambiente, con el objetivo de comprobar el peso que cada uno de ellos aporta a la capacidad del sujeto de colocarse en el lugar de los otros y manifestar comportamientos prosociales. La muestra resultante siguiendo el criterio de alto y bajo comportamiento prosocial ha sido de 221 sujetos. De ellos, 116 sujetos corresponden al grupo de baja disposición social y 105 adolescentes al grupo de alta disposición social.

El estudio del temperamento se ha efectuado a través de los resultados obtenidos en el Big Five Questionnaire de Caprara, et al. (1996). Por lo que se refiere al ambiente, el estudio se ha basado en los resultados de la evaluación obtenida a través del Parent-Child Relationship Inventory (PCRI-M) de Gerard (1994).

Las variables independientes métricas han sido constituidas por los factores del Big Five Questionnaire (BFQ) (Caprara, et al., 1996), y por el Parent-Child Relationship Inventory (PCRI-M) (Gerard, 1994). Con respecto al primer cuestionario, el BFQ, se han tenido en cuenta los cinco factores que lo constituyen, a saber, Energía, Amistad, Conciencia, Inestabilidad y Apertura. Sin embargo, por lo que se refiere al PCRI-M se han considerado, únicamente, las subescalas de Apoyo, Satisfacción, Disciplina y Autonomía dado que éstas muestran mayores índices correlacionales, a través del estadístico de Pearson.

Los resultados del análisis discriminante "paso a paso" señalan que la función discriminante obtenida es estadísticamente significativa para diferenciar a los dos grupos de comportamiento prosocial con una correlación canónica de 0,703.

El análisis reduce a cinco las variables que poseen suficiente fuerza para discriminar en el criterio de menor y mayor manifestación de comportamiento prosocial.

Por su parte, las predicciones de la función discriminante, utilizando los grupos de comportamiento prosocial, llegan a clasificar correctamente el 84,6% de media de los casos originales agrupados. Este porcentaje se distribuye entre el 83,6%, atribuido al grupo de menores manifestaciones prosociales y el 85,7% correctamente clasificado en el grupo que presenta mayor comportamiento prosocial.

En cuanto a la asignación de los sujetos a los grupos, ésta se ha realizado atendiendo al grado de semejanza a las respuestas medias o centroides de la función discriminante, que son para el grupo de menor comportamiento prosocial 0,936 y para el grupo de mayor comportamiento prosocial -1,034.

Los coeficientes de estructura representan los coeficientes de correlación de las puntuaciones de cada variable independiente con la función discriminante. Del total de variables que el análisis discriminante ha precisado seleccionar para llevar a cabo su función, la mayor contribución a la misma y, por consiguiente, con mayor poder discriminador con las categorías alto y bajo comportamiento prosocial, corresponde a la variable Amistad, con el 0,907, lo que es indicador de la elevada asociación entre la variable independiente, Amistad, y la función discriminante. A ésta le siguen la variable Conciencia, con el 0,311; continuando con Satisfacción, el -0,198, Inestabilidad (-0,194) y, por último, Disciplina (-0,55).

El factor Amistad del BFQ alude a las cualidades de la interacción y al mantenimiento de las relaciones sociales. Atiende, por tanto, a la capacidad para mostrarse sensibles hacia las necesidades de los otros o a desear ser agradables y francos. Comprende, de un lado, la cooperación o empatía referida a la capacidad de mostrar sensibilidad hacia otros y hacia las necesidades ajenas; y, de otro, la educación o tendencia a atribuir intenciones benévolas a los demás y ser agradables con ellos. Incluye, pues, el nivel afectivo y el cognitivo de la empatía (Davis, 1980; Mestre, Pérez-Delgado, Frías & Samper, 1999; Mestre, Samper, & Frías, 2002; Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, 2005).

El otro factor con poder discriminador, es el de Conciencia. Se refiere a la autorregulación del propio comportamiento, a la capacidad para organizarla y a la persistencia para alcanzar los objetivos que el sujeto se propone, así como la motivación que se precisa para ser tenaz y no abandonar hasta obtenerlos. Este factor que implica la capacidad de perseverar y de autoorganizar el propio comportamiento, sobre la base de la autoconfianza y autoconocimiento, estimula mecanismos de regulación que van organizando de forma progresiva la manera de comportarnos, al tiempo que el organismo se desarrolla (Bandura, 1999) y que están presentes en las situaciones y reacciones del individuo en el medio (Bandura, Caprara, Barbaranelli, Gerbino & Pastorelli, 2003).

Junto a ello, aparecen con poder discriminador, y a cierta distancia, las variables Inestabilidad (del BFQ) y Satisfacción (del PCRI-M) ambas con signo negativo.

En estas últimas variables el índice de correlación, aunque es bajo (-0,194 para inestabilidad emocional y -0,198 para satisfacción) muestran diferencias estadísticamente significativas. Este dato viene a indicar cierta interferencia negativa con el comportamiento prosocial manifestada por el sujeto, tanto en la inestabilidad emocional como en la satisfacción por la crianza, cuando las informantes son las madres.

Discusión

Estos resultados traen a colación, de un lado, la fuerza de la estructura de la personalidad en el comportamiento prosocial y el bajo peso que tienen los factores de la crianza en la manifestación de la prosocialidad cuando las informantes son las madres. Este dato contrasta con otros estudios realizados en el entorno español que comprueban la relación estadísticamente significativa entre ambos extremos, el comportamiento prosocial y la crianza, cuando los informantes son los propios adolescentes (Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, 2005; Mestre, Samper, Nácher, Tur, & Cortés, 2006).

DISCUSIÓN GENERAL

A partir de los resultados obtenidos se concluye que la capacidad de mantener comportamientos empáticos junto a la autorregulación del comportamiento son los principales predictores del comportamiento prosocial independientemente del instrumento de evaluación utilizado y de la fuente de información.

Por todo ello, cabe concluir que Amistad y Conciencia, es decir, la dimensión afectiva y cognitiva de la empatía junto a la capacidad de autorregulación del propio comportamiento, constituyen los dos pilares predictores del comportamiento prosocial. Por tanto, la disposición prosocial se relaciona con factores de personalidad relacionados con la capacidad de mostrarse sensibles hacia las necesidades ajenas, de atribuir intenciones benévolas a los demás y con la capacidad de autorregular y organizar el propio comportamiento. Resultados semejantes obtienen Mestre, Samper y Frías (2002) Mestre, Samper, Tur, Cortés, y Nácher, (2005) y están en la línea de las investigaciones desarrolladas por Bandura (Bandura, 1999); Caprara y colaboradores (Caprara & Pastorelli, 1993; Caprara, Pastorelli & Bandura, 1995); y Eisenberg y colaboradores (Eisenberg, 2000; Eisenberg, Fabes, Guthrie & Reiser, 2000). Por tanto, nos encontramos en la línea de los postulados defendidos por la teoría social cognitiva al considerar a la persona como un ser activo que procesa y transforma la información (Bandura, 2002; Bandura, Caprara, Barbaranelli, Pastorelli & Regalia, 2001).

Por el contrario, los sujetos inestables emocionalmente, con escasas aptitudes para controlar las emociones y los impulsos, tienden a comportamientos menos altruistas y con inclinación a centrarse en sí mismos. Se considera a la inestabilidad emocional un factor que propicia la facultad de mostrar vulnerabilidad e inadaptación. La irritabilidad y a la inestabilidad emocional, que reflejan las tendencias del sujeto a percibir los acontecimientos en su vertiente negativa, propenden la frustración y, al tiempo, potencian la exteriorización de reacciones emocionales exageradas, acompañadas de una falta de control. Ambas dimensiones, la irritabilidad y la susceptibilidad emocional, explican la magnitud de la agresión impulsiva o reactiva en las interacciones sociales (Berkowitz, 1993; Caprara, Gargaro, Pastorelli, Prezza, Renzi & Zelli, 1987; Caprara y Pastorelli, 1993; Caprara, Barbaranelli & Zimbrado, 1996). Resultados semejantes fueron observados por Caprara y Pastorelli, (1993); Tur, Mestre & del Barrio, (2004); Mestre, Samper, Tur, Cortés, & Nácher, (2005).

Estos resultados siguen la línea de la tesis de Caprara, Bandura y su equipo investigador, en relación con el papel que ocupan diferentes constructos, cognitivos y afectivos, en los comportamientos del ser humano. Cabe resaltar que el control y la regulación, ejercidos desde el mismo sistema cognitivo, conforman patrones comportamentales, que influyen directamente sobre la posibilidad de manifestar agresión e, incluso, sobre la intensidad con que, la misma, se desencadena.

Al margen de que el comportamiento irascible o agresivo se produzca en un contexto concreto, la capacidad del sujeto de empatizar y ponerse en el lugar de los otros, junto a la estabilidad y el control de las emociones y de los impulsos, constituyen los factores que determinan el comportamiento agresivo o el comportamiento prosocial (Caprara, Pastorelli & Weiner, 1994; Eisenberg, 2000; Mestre Samper & Frías, 2002; Mestre Samper & Frías, 2004).

Los estilos de crianza alcanzan una correlación más alta con el comportamiento prosocial si son los adolescentes los que evalúan la relación con su madre y con su padre. Esta relación baja cuando la evaluación la hacen las propias madres. Así pues, la convivencia familiar que percibe el adolescente caracterizada por el afecto y apoyo emocional especialmente por parte de su madre, junto con la estimulación de la autonomía del hijo alcanza un poder predictor del comportamiento prosocial.

En términos generales se puede concluir que el comportamiento prosocial y el comportamiento agresivo son los extremos de una dimensión modulada por procesos cognitivos y emocionales de signo contrario, en los que los estilos de crianza contribuyen a su desarrollo. Además cabe señalar el papel central que ejerce la autorregulación en la disposición prosocial.

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Recepción: Noviembre de 2005
Aceptación final: Enero de 2007

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