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Revista Latinoamericana de Psicología

Print version ISSN 0120-0534

rev.latinoam.psicol. vol.39 no.2 Bogotá May/Aug. 2007

 

ARTÍCULOS

LAS RELACIONES ENTRE ACTITUDES Y REPRESENTACIONES SOCIALES: ELEMENTOS PARA UNA INTEGRACIÓN CONCEPTUAL

RELATIONS BETWEEN ATTITUDES AND SOCIAL REPRESENTATIONS: A CONCEPTUAL INTEGRATION

CARLOS JOSÉ PARALES-QUENZA 1
1 Correspondencia: CARLOS J. PARALES, Departamento de Psicología, Universidad Nacional de Colombia. Cra. 30 N° 45-03, Edificio 212, Ciudad Universitaria, Bogotá, Colombia.
Email: cparalesq@unal.edu.co
y
MILCÍADES VIZCAÍNO-GUTIÉRREZ 2
2 Universidad del Rosario Cra. 6-A No.14-13 - Piso 5. Bogotá, Colombia.
Correo electrónico: mvizcain@urosario.edu.co.rabello@uninorte.edu.co


ABSTRACT

The attitudes and social representations are competing, alternative research programs to explain psychosocial phenomena. The study of the attitudes has followed a mentalist tradition while some argue that social representations are embedded in a sociological perspective. Since both attitudes and social representations stand on different research paradigms, some authors consider that they are incompatible to each other. We argue that the conceptual integration of both concepts is feasible if they are conceived within a genetic-structural perspective of social representations. From the structural perspective attitudes can be assumed as primary components of social representations. But, the structural perspective supposes a challenge for the theory of social representations if subsumed under a mentalist tradition of social psychology.

Key words: attitudes, social representations, social psychology


RESUMEN

Actitudes y representaciones sociales hacen parte de programas alternativos para explicar un conjunto de fenómenos psicosociales. Mientras el estudio de las actitudes ha seguido una tradición mentalista, las representaciones sociales se enmarcan en una perspectiva sociológica. Por estar en paradigmas distintos, algunos autores consideran que actitudes y representaciones sociales son perspectivas irreconciliables. Este artículo sustenta que es posible integrar ambos conceptos si se enmarcan en una perspectiva genético-estructural de las representaciones sociales. Considerar a las actitudes como componentes primarios de las representaciones sociales ofrece un panorama constructivo para comprender mejor la formación y cambio de creencias compartidas socialmente. Pero la perspectiva estructural supone importantes retos para las representaciones sociales si no consigue superar una tradición individualizada de la cognición social.

Palabras clave: actitudes, representaciones sociales, psicología social.


INTRODUCCIÓN

Las actitudes y las representaciones sociales son conceptos fundamentales de la psicología social contemporánea. De ambos se dice que constituyen el producto de las interacciones con el medio y permiten la orientación de los comportamientos. Las actitudes tienen una larga historia marcada por cambios en su concepción, proliferación de modelos explicativos y multiplicidad de definiciones. Las representaciones sociales comprenden varias perspectivas analíticas y muestran excesiva 'versatilidad' conceptual. Pero tanto las actitudes como las representaciones sociales demuestran, además de potencial heurístico, una tradición teórica e investigativa que promueve expectativas con respecto a su utilidad para comprender las relaciones individuo-sociedad.

Pese a que ambos conceptos se fundamentan en posturas epistemológicas diferentes, según algunos autores incompatibles entre sí (e.g. Farr, 1994) y se enmarcan en tradiciones distintas de la psicología social, este artículo presenta un esbozo de solución al problema expresado en la aparente dicotomía actitudes-representaciones sociales, apelando a la integración conceptual en tanto que unas y otras son componentes de las creencias compartidas socialmente; es decir, en ambos casos se trata de fenómenos sociales.

Las actitudes corresponden principalmente a una tradición norteamericana, más psicológica, mientras que las representaciones sociales se ubican en la tradición europea de orientación más sociológica. A pesar de las diferencias, existen similitudes entre actitudes y representaciones sociales, a tal punto que algunos autores señalan la posibilidad de integrar ambos conceptos (e.g. Fraser, 1994) si se tiene en cuenta que actitudes y representaciones sociales pueden entenderse como componentes y momentos en la estructuración de creencias sociales.

Este artículo sostiene, desde una perspectiva genético-estructural, que las actitudes son elementos primarios en la formación de las representaciones sociales y fundamentales para la estructuración de conocimiento social. Aquí se plantea que las actitudes se establecen a partir de valores culturales y pueden constituir el núcleo del sistema representacional. El núcleo es indispensable para la organización de los elementos del sistema de creencias, vincula los niveles cultural y social de la representación y permite la organización de los contenidos representacionales en sistemas coherentes de significación. La perspectiva estructural constituye una aproximación común en ambas tradiciones de investigación lo cual, sin embargo, supone un reto para establecer las bases socioculturales de los sistemas de representación.

EL ESTUDIO DE LAS ACTITUDES

La concepción original de las actitudes como "actitudes sociales", propuesta por Thomas y Znaniecki (1918) en The Polish peasant in Europe and America, no está lejos de la propuesta teórica actual de las representaciones sociales; se trata de una aproximación sociológica al estudio de las actitudes que ambos autores abordaron mediante el estudio del fenómeno de la dependencia del individuo con respecto a la sociedad y de la organización social y la cultura con respecto del individuo. Esta primera aproximación sociológica cayó en desuso en la psicología social norteamericana durante la mayor parte del siglo veinte (Greenwood, 2004), pese al supuesto reconocimiento de que existe una dimensión social de las actitudes (e.g. G. W. Allport, 1935).

Dentro de la tradición norteamericana de investigación, el estudio de las actitudes se con-sideró inicialmente como el campo esencial de competencia de la psicología social (Watson, 1925). Lo que Graumann (1986) llama "individualización de lo social" se relaciona con la generalización de los supuestos positivistas de la psicología social de F. H. Allport (1924) y la influencia del conductismo. Desde este paradigma se subraya la continuidad entre lo psicológico y lo social; por lo tanto no es necesario el cambio de nivel explicativo al pasar de lo individual a lo colectivo. Lo social es visto como el producto de la agregación de individuos, concepción que impregnó notablemente el estudio de los sistemas de creencias sociales, incluyendo las investigaciones sobre opinión pública (e.g. F. H. Allport, 1937).

El individualismo metodológico llevó a agregar resultados individuales para explicar dinámicas grupales. La apropiación del conductismo por parte de la psicología social norteamericana en la primera etapa de su desarrollo y su aplicación particular al estudio de las actitudes supuso originalmente un esquema de relación directa actitudes-comportamiento, sin organizaciones mediadoras entre el estímulo y la respuesta. Esta situación cambió más adelante con los efectos de la revolución cognitiva y el establecimiento del paradigma de la cognición social, si bien desde una perspectiva individualizada de lo social.

El alcance y número de las investigaciones sobre actitudes desarrolladas en las primeras décadas del siglo veinte fue tan grande, que G. W. Allport (1935, 1968) las caracterizó como el concepto más importante de la psicología social norteamericana contemporánea. Los estudios de actitudes suponían un concepto cuantificable que prometía, tanto posibilidades de elaboración teórica, como aplicaciones empíricas y prácticas en un momento en el que la cuantificación se erigía como aspecto fundamental en la retórica de la cientificidad.

En la historia de las actitudes, la individualización las alejó de su esencia social, convirtién-dolas en fenómenos mentales, internos, concepción que permanece vigente. La cuarta edición del Handbook of Social Psychology ubica el tema de las actitudes en la sección de fenómenos intrapersonales (e.g. Eagly & Chaiken, 1998; Petty & Wegener, 1998). Convertidas en manifestaciones individuales, las actitudes designan procesos interiores, estados neuronales que orientan la disposición a la acción (Allport, 1935). Desde esa perspectiva convencional, las actitudes son antecedentes del comportamiento y por lo tanto su estudio se considera prerrequisito para la predicción de la acción.

Los supuestos relacionados con el poder predictivo de las actitudes y con la perspectiva de relaciones causales directas entre actitudes y comportamiento orientaron gran parte de la investigación antes de la segunda guerra mundial. McGuire (1986) distingue tres momentos en el estudio de las actitudes: las eras de la medición, el cambio y la estructura; el primero centrado en aspectos metodológicos e instrumentales, el segundo en la modificación del comportamiento de grupos; y el tercero en el estudio de la organización interna de las actitudes. Con respecto al primer momento, la medición (1920s-1930s), McGuire describe las fallas en la predicción del comportamiento, la falta de elaboración conceptual y la hipercuantificación como factores responsables del ocaso del estudio de las actitudes.

El segundo momento lo relaciona con el problema del cambio actitudinal (1945-1965) notablemente impulsado por los estudios sobre persuasión y propaganda; en esta época la investigación se enmarcó en la disponibilidad de diseños más complejos y de análisis estadísticos multivariados. La dificultad en lograr elaboraciones teóricas que acumularan el creciente número de investigaciones empíricas disponibles y la proliferación de modelos de bajo poder explicativo marcó el declive de esta era.

La era del estudio estructural de las actitudes (1965 en adelante) estuvo fuertemente influenciada por la revolución cognitiva (1950s-1960s) y la perspectiva de "visión de mundo" derivada principalmente del trabajo de los psicólogos de la Gestalt (e.g. Asch, 1952; Heider, 1958). La perspectiva estructural, que emerge de la idea de Gestalt, muestra la influencia de la cognición social en el estudio de las actitudes y lo aleja, al mismo tiempo, de sus fundamentos sociales al considerar tales estructuras como entidades individuales.

Desde la perspectiva estructural, las actitudes son esquemas, que se definen como sistemas de elementos vinculados por una red de relaciones y organizados de manera jerárquica. Las implicaciones de dicha concepción se relacionan con la idea de estabilidad y cambio; aquellos elementos evocados con más frecuencia y centrales en la organización jerárquica tienden a ser más estables y resistentes al cambio. La persuasión estaría orientada a la modificación de esos elementos.

La idea de estructura en investigación sobre actitudes supone, entre otros, los siguientes as-pectos (Eagly & Chaiken, 1995): (1) una organización intraactitudinal producto de asociaciones entre estímulo (objeto-actitudinal) y respuesta, que incluye componentes cognitivos, afectivos y comportamentales; (2) una organización interactitudinal que comprende las relaciones entre actitudes, en estructuras más amplias; (3) una relación con representaciones mentales que supone lazos entre actitudes y memoria, en el curso de procesos más generales de abstracción; las actitudes pueden entenderse como redes asociativas almacenadas en memoria (Pratkanis & Greenwald, 1989); (4) el fenómeno de la ambivalencia actitudinal (ver por ejemplo, Katz & Hass, 1988; Thompson, Zanna, & Griffin, 1995), que señala posibles contradicciones entre componentes de las actitudes; y (5) la caracterización de la centralidad de algunos de los elementos estructurales, con claras implicaciones en el campo del cambio actitudinal (e.g. Abelson & Prentice, 1989), en cuanto suponen mayor evocación como producto de asociaciones más fuertes y/o frecuentes entre el estímulo y la respuesta (e.g. Fazio, 1986).

En la conceptualización de las actitudes se destaca la tradición que reconoce la dimensión valorativa (Eagly & Chaiken, 1993). Esta tradición es particularmente importante desde el punto de vista estructural, en el que las actitudes son consideradas estados internos de naturaleza evaluativa; son estados personales que sugieren la predisposición para actuar de una manera determinada (e.g. Eagly & Chaiken, 1998). Sin duda, es una aproximación individualizada a las actitudes, muy distinta de la concepción original de actitudes sociales en Thomas y Znaniecki.

La perspectiva estructural de las actitudes asume, en términos generales, modelos de redes que se derivan de teorías de aprendizaje asociativo e introducen el componente de memoria (e.g. Anderson & Bower, 1973, 1974). Esta conceptualización también es reconocida en la perspectiva estructural de las representaciones sociales. Además, en ambos casos la estructura se concibe como la organización de relaciones entre elementos cognitivos (e.g. Zajonc, 1968). Tanto la perspectiva estructural de las actitudes como la perspectiva estructural de las representaciones sociales comparten la idea de esquema, porque las dos tradiciones de investigación se apoyan en la idea de Gestalten. Desde ambas tradiciones, el esquema es a-histórico y desprovisto de la contextualización sociocultural.

LAS REPRESENTACIONES SOCIALES

El modelo de las representaciones sociales tiene un origen claramente sociológico. La idea de representación social se remonta al concepto de representación colectiva en Durkheim (1898), modernizado por Moscovici (1961), habida cuenta del dinamismo y la rapidez con la que sucede la comunicación moderna y la participación directa de los grupos en la estructuración de creencias compartidas socialmente. Es el paso del conocimiento tradicional a la sociología del conocimiento.

La teoría de las representaciones sociales ha tenido una amplia difusión en la psicología social contemporánea y se desarrolló a partir del trabajo, clásico, de Serge Moscovici (1961) sobre la difusión de las ideas psicoanalíticas en la sociedad francesa de los años 1950s. Las representaciones sociales se refieren a la construcción social de epistemologías del sentido común en la historia de la interacción y la comunicación entre grupos. Ubicadas en un paradigma distinto al de las actitudes, asumen rupturas en la continuidad de lo biológico a lo social. La representación surge con el desarrollo de la función semiótica y por lo tanto presenta al fenómeno representacional como asunto eminentemente sociocultural. El símbolo es la forma más elaborada de adaptación al ambiente y tiene un papel fundamental en el reestablecimiento del equilibrio cognitivo. La representación es el resultado de la dificultad con la que se enfrentan los individuos, en tanto son miembros de grupos, para relacionarse con contenidos socialmente problemáticos.

El situar a las representaciones sociales en un marco constructivista implica reconocer al sujeto y al grupo como agentes (re)constructores de sentidos que se recrean y "negocian" en contextos socioculturales. Lo social requiere de interpretaciones comprensivas y no de explicaciones causales; el constructivismo dialéctico se contrapone de esta manera a la racionalidad analítica del estudio de las actitudes y propone a la hermenéutica como herramienta metodológica.

Como modelo teórico, las representaciones sociales comprenden diversas posturas analíticas (e.g. Moscovici, 1961; Harré, 1998; Abric, 1984). Estas posturas toman en general dos formas, una relacionada con la producción y la otra con la estructuración del sentido común. Aquí nos ocupamos de la última en lo que se denomina la teoría del núcleo central o perspectiva estructural de las representaciones sociales (Abric, 1987). Es en esta postura en la que encontramos similitudes con la perspectiva estructural de las actitudes y diferencias marcadas con visiones construccionistas y discursivas de las representaciones sociales.

La perspectiva estructural de las representaciones sociales constituye uno de los enfoques más difundidos de la teoría. Originalmente desarrollado por Abric (1987), establece que las representaciones están organizadas por dos componentes: un sistema central o núcleo central y un sistema periférico. Esta distinción sigue una fuerte tradición en psicología social, identificada por McGuire (1986) para el caso de las actitudes, como el análisis basal-periférico, en el que se tiene un componente basal estable y una periferia flexible y sensible a procedimientos corrientes de influencia social.

El núcleo central asume la organización de los elementos del campo representacional, mientras que la periferia se encarga de adaptar la representación a las exigencias del contexto concreto y particular. Es decir, que mientras el núcleo es normativo, la periferia es funcional. El núcleo se encuentra ligado a la historia colectiva, a los valores, normas, ideologías y en general a las formas colectivas de ver el mundo y de actuar en él. La periferia por su parte actualiza las normas del núcleo en contextos particulares, maneja inconsistencias y protege la estabilidad de las representaciones sociales.

Abric (1987) concibe la representación social como organizaciones cognitivas, desde una perspectiva similar a la propuesta por Zajonc (1968) con respecto a los esquemas. Desde la teoría del núcleo central, las representaciones sociales son esquemas que funcionan como filtros interpretativos y determinan el comportamiento. Por lo tanto una perspectiva estructural de los sistemas de creencias sirve para la articulación conceptual de las actitudes y las representaciones sociales, en tanto constituye un fundamento común.

LAS ACTITUDES Y LAS REPRESENTACIONES SOCIALES

La idea de integrar conceptualmente actitudes y representaciones sociales no es nueva (Jaspars & Fraser, 1984). Fraser (1994) considera que las actitudes pueden describirse como elementos de las representaciones sociales y, si bien distingue el nivel colectivo de la representación social y el nivel individual de la actitud, supone que las actitudes se fundamentan en sistemas de conocimiento compartidos.

La racionalidad analítica del estudio de las actitudes versus el constructivismo dialéctico de las representaciones sociales hacen suponer diferencias paradigmáticas irreconciliables entre ambos conceptos. Pero la aproximación estructural al estudio de las creencias sociales ofrece la oportunidad de una articulación conceptual sustentada en formas de organización. En el marco de una perspectiva genético-estructural de las representaciones sociales no se intenta la integración de paradigmas o modelos teóricos, sino de conceptos que tradicionalmente se han ubicado en perspectivas distintas. Por supuesto surge la duda sobre la pertinencia de la perspectiva estructural en el estudio de las representaciones sociales.

Al igual que en el caso de las actitudes, la perspectiva estructural de las representaciones sociales supone la existencia de elementos relacionados entre sí y organizados de manera jerárquica; algunos son resistentes, mientras que otros son más dinámicos y flexibles. Esta distinción corresponde al núcleo y la periferia; de la misma manera las actitudes poseen simultáneamente un carácter resistente (Hovland, 1959) y flexible (Petty & Cacioppo, 1981).

La actitud representa el componente evaluativo de las representaciones (Eagly & Chaiken, 1993), por lo que las actitudes pueden considerarse componentes de sistemas más generales, como por ejemplo de representaciones sociales. Asch (1952) consideró a las actitudes como sentimientos compartidos que hacen parte de sistemas más amplios. En este orden de ideas, las actitudes pueden entenderse como elementos básicos, primarios en el desarrollo de las representaciones sociales y constituir el núcleo central.

Abric (1987) sugería inicialmente que las actitudes pueden actuar como elementos nucleares de la representación, proporcionando la dimensión normativa/evaluativa a partir de la cual se ponderan las informaciones. En la teoría de las representaciones sociales generalmente se acepta que las actitudes son instancias evaluativas (Moliner & Tafani, 1997). Pero recientemente los investigadores de la perspectiva estructural han propuesto que el núcleo central es independiente de las actitudes y que el cambio actitudinal afecta casi exclusivamente al sistema periférico (e.g. Salesses, 2005; Tafani & Souchet, 2002). Por lo tanto los cambios de actitud no producirían necesariamente transformaciones de la representación.

Esta postura marca diferencias entre la teoría general de las representaciones sociales y la perspectiva estructural y acerca a esta última a los modelos actitudinales basados en la cognición social. Supone, entre otras consideraciones, una distinción entre la dimensión social de la representación y la dimensión individual expresada en las actitudes. En contraste, la teoría general de las representaciones sociales y en la formulación de Moscovici, las actitudes son el componente genético primario de la representación y ambos conceptos, actitudes y representaciones, se encuentran estrechamente relacionados; la representación determina la actitud y al mismo tiempo la actitud ayuda a organizar la representación. Cuando se expresa una valoración, el objeto ya está representado.

La propuesta que realizamos en este artículo es la de que, desde una perspectiva genético-estructural de las representaciones sociales, las actitudes funcionan como elementos constitutivos primarios de los sistemas de creencias y conservan una fuerza evaluativo-afectiva importante derivada de valores sociales. Esto explicaría el porqué una vez que los individuos fijan posiciones, los datos aportados a posteriori se pueden rechazar o se interpretan en virtud de la evaluación que actúa como elemento estructurante. El componente actitudinal de la representación se deriva de los valores y normas del grupo de referencia.

La estructuración de la representación en torno a actitudes depende, tanto de las características del objeto, como del sistema social en el que se inscriben las relaciones sujeto-objeto (desde una perspectiva más amplia el sujeto es el grupo). Según Luhmann (2000) toda evaluación se realiza de acuerdo con los referentes proporcionados por los valores y las normas. Por lo tanto, los sistemas de valores se encuentran en el origen de las (re)construcciones sociales de la realidad y vinculan lo social con elementos culturales.

Una de las implicaciones que tiene el papel estructurante de las actitudes consiste en que los grupos pueden asumir posiciones en temas de controversia pública sin haber construido la información suficiente a partir de los datos que circulan en la sociedad. Como lo ha señalado Klinenberg (1940), el trabajo de evaluación es muy primario; no es raro que se realice antes de considerar distintos puntos de vista y argumentos. De igual manera y desde la perspectiva del desarrollo de las actitudes, se ha dicho que las respuestas emocionales pueden preceder a las cognitivas (Edwards & Von Hipperl, 1995; Lavine, Thomsen, Zanna & Borgida, 1998). La importancia de la emoción y la motivación en procesos de toma de decisión es cada vez más reconocida; por lo tanto sería corriente que los componentes emocionales de los sistemas de creencias se sitúen en el núcleo de la estructuración.

Moscovici (1961) distinguió tres dimensiones de la representación social: la información, el campo de la representación y la actitud, también denominada función simbólica. La actitud es, según Moscovici, la más frecuente de las tres dimensiones. Los marcos valorativos y normativos filtran los elementos a partir de los cuales se construye la representación. Los elementos cargados valorativamente (núcleo figurativo) se con-vierten en marcos de interpretación y categorización de nuevos datos, constituyéndose entonces en sistemas de significación central que van a orientar los comportamientos.

Como fue señalado previamente, las actitudes toman su fuerza evaluativa a partir de valores; Según McGuire (1969), los valores son componentes de las actitudes. La distinción conceptual entre actitudes y valores depende de la especificidad del objeto; los valores, a diferencia de las actitudes, trascienden objetos específicos y son previos al desarrollo de las actitudes (Rokeach, 1968). En últimas, todos los componentes de las representaciones sociales surgen a partir de elementos institucionalizados (i.e. los valores), que se ubican como marcos de referencia en la relación de las personas con objetos y eventos sociales. Por lo tanto, desde una perspectiva estructural, actitudes y representaciones sociales pueden ser entendidas como partes de sistemas socioculturales más amplios.

Si bien la mayoría de las investigaciones en la perspectiva estructural de las representaciones sociales tienden a considerar el papel periférico de la actitud (e.g. Salesses, 2005), se requiere investigación empírica en contextos naturales para indagar la función central y estructurante que tienen las actitudes. Es posible que los resultados reportados en la perspectiva estructural de las representaciones sociales se relacionen con su-puestos individualizados de la actitud, es decir con la modulación individual y por la tanto sería indispensable considerar a las actitudes en su carácter social, recuperando al mismo tiempo la concepción original de las actitudes como fenómenos psicosociales. Este es el reto para la perspectiva estructural de las representaciones sociales. De lo contrario, sería innecesaria la distinción entre actitudes y representaciones sociales, más allá de considerar a las actitudes como componentes de sistemas más amplios de conocimiento social.

CONCLUSIONES

El carácter evolutivo de las representaciones sugiere que éstas no tienen comienzos absolutos; se derivan de contenidos culturales. De acuerdo con la propuesta presentada en este artículo, los elementos originales de cualquier representación social son los valores, los cuales expresan preferencias y expectativas culturales. Es de los valores de donde las actitudes adquieren la fuerza evaluativa, que les permite estructurar los demás elementos de la representación y las (re)construcciones de la información. Las actitudes actúan como elementos primarios en la estructuración de discursos sobre objetos y eventos de controversia pública; proporcionan una dimensión evaluativa a partir de la cual se incorporan datos a los sistemas de creencias, los pondera y le dan significación al sistema representacional.

Si bien es cierto que desde una perspectiva estructural se pueden integrar los conceptos de actitud y representaciones sociales, el asumir tanto a las actitudes como a las representaciones sociales en términos de esquemas, tiene importantes implicaciones epistemológicas. Supone, entre otros, asumir a las representaciones sociales desde un paradigma mentalista de la cognición social e ignorar el papel de la historia y la cultura.

Las representaciones sociales son consideradas por los autores del núcleo central como esquemas cognitivos de una forma muy similar a los demás modelos de esquema en psicología social (Flament, 1989, 1994; Rouquette, 1994). Esto acerca la perspectiva estructural de las representaciones sociales a modelos proposicionales de las actitudes, tales como el de acción razonada de Fishbein y Ajzen (1975). Este modelo asume la naturaleza proposicional de las creencias al concebirlas como asociaciones entre el objeto actitudinal y sus características y atributos.

Los modelos de redes asociativas asumen que los procesos de memoria son mediadores de los fenómenos actitudinales. La teoría de las representaciones sociales sería innecesaria si no proporcionara un poder explicativo más amplio que el de la mayoría de los modelos existentes sobre actitudes. Al enmarcarse en modelos de redes asociativas, tanto la teoría del núcleo central, como la de la acción razonada, conciben a las creencias como jerarquías de elementos, cuyo orden está dado por la importancia relativa del elemento en la estructura o red.

Si bien es cierto que la idea original de Abric fue la de ofrecer comprobación experimental para la teoría de las representaciones sociales, la cual parece demasiado versátil, los supuestos de la teoría del núcleo central tienen muy pocas diferencias con las teorías de actitudes. Desde la concepción de esquema, las representaciones sociales se asumen como la organización de elementos cognitivos que orientan el comportamiento. En la perspectiva de la cognición social, tanto actitudes, como representaciones sociales comparten principios de la psicología de la Gestalt, se sustentan en mecanismos cognitivos convencionales, i.e. categorización, y asumen una direccionalidad entre idea y acto.

Con respecto al tema de la causalidad, la metodología y el énfasis cognitivo individual, la perspectiva estructural de las representaciones sociales se acerca al estudio de las actitudes y se aleja de los supuestos de la teoría de las representaciones sociales. De hecho, existen inconsistencias entre la conceptualización de las representaciones sociales que supuestamente asume la teoría del núcleo central y los métodos propuestos para la investigación. Las técnicas de escalamiento Psicológico, la utilización de metodologías multivariadas, el estudio de las representaciones como requisito para la explicación del comportamiento muestran que, desde la perspectiva estructural, las representaciones sociales son básicamente similirales a sus actitudes.

Las actitudes pueden considerarse componentes de las representaciones sociales desde un enfoque más heurístico solo en la medida en que las representaciones sociales y las actitudes sean entendidas como esquemas con historia, ligadas a la actividad de los grupos y enraizadas en la cultura y la vida social. La estructura, en este caso, corresponde a una creación colectiva y no a una organización mental. En una perspectiva de representaciones sociales, las actitudes recuperan el carácter fundamental y primigenio en la estructuración de creencias y se enriquecen al reconsiderar la importancia del contexto en el que se producen. Un modelo genético-estructural basado en el carácter organizador de las actitudes tendría importantes implicaciones en el campo de la persuasión, la comunicación y el cambio y rescataría la importancia del afecto en la organización de las creencias sociales.

Una propuesta que conciba a las actitudes como elementos estructurantes de representaciones sociales tiene sentido sólo si las actitudes recobran su connotación social original, vinculando el componente evolutivo relacionado con los cambios y las transformaciones sociales, con la idea de estabilidad provista por los valores de la cultura. La perspectiva de desarrollo conlleva implícito el hecho de que las formas de organización y categorización de sistemas representacionales son fundamentalmente de carácter histórico-cultural. Por lo tanto, la perspectiva estructural debería orientarse al estudio del origen y transformación de los sistemas de creencias compartidas socialmente en el contexto de la actividad de los grupos y de la cultura.

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Recibido: Mayo de 2005
Aceptación final: Octubre de 2006

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