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Revista Latinoamericana de Psicología

Print version ISSN 0120-0534

rev.latinoam.psicol. vol.40 no.3 Bogotá Sept./Dec. 2008

 


LA CONSTRUCCIÓN PSICOSOCIAL DE LA IDENTIDAD Y DEL SELF

PSYCHOSOCIAL CONSTRUCTION OF IDENTITY AND SELF

PABLO PÁRAMO1
Universidad Pedagógica Nacional, Colombia

1Correspondencia: PABLO PÁRAMO. Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, Colombia. Correo electrónico: pdeparamo@gmail.com.


ABSTRACT

The aim of this article is to develop the concepts of "identity" and "self" from the transactions between individuals and his/her psychological, social environments, and also from culture and scientific disciplines, particularly psychology. It is argued that identity and self are not inherent to the subject but socially constructed by cultural elements such as language, scientific disciplines and other kind of ideological discourses. As concepts, identity and self are extended from the individual to the physical and social environment. Putting the emphasis on
the individual-environment transactions it is proposed to study these traditional philosophical concepts from an empirical perspective. The paper questions the possibility of an authentic self.

Key words: self-concept, self perception, self-monitoring.

RESUMEN

El propósito de este artículo es el de desarrollar los conceptos de identidad y self desde el punto de vista de las transacciones entre los individuos y sus ambientes psicológicos y sociales, al igual que desde la cultura y las disciplinas científicas, en particular la psicología. Se discute que la identidad y el self no son atributos inherentes al sujeto sino construidos socialmente a través de elementos culturales como el lenguaje, las disciplinas científicas y diversos discursos ideológicos. Como conceptos la identidad y el self se extienden hacia el ambiente físico y social. Al ponerse el énfasis en las transacciones individuo-ambiente se propone estudiar estos conceptos tradicionalmente filosóficos desde una perspectiva empírica. El artículo finalmente cuestiona la posibilidad de un self auténtico.

Palabras clave: auto concepto, auto-percepción, auto-observación.


INTRODUCCIÓN

La noción de identidad y self hacen parte de aquellos conceptos que bordean los límites entre filosofía y ciencia y sobre los cuales se hacen preguntas de carácter filosófico no ajenas a los intereses de diversas disciplinas científicas, para las cuales su definición resulta de vital importancia en la elaboración de sus teorías. Así, para las posturas epistemológicas del construccionismo social o el feminismo lo mismo que para la pedagogía, la antropología y las distintas corrientes de la psicología, el tratar de entender lo que somos y la manera como nos reconocemos, ha recobrado un nuevo ímpetu dentro de los debates actuales sobre el sujeto. A diferencia de la tradición en varias disciplinas que tratan por separado la identidad y el self, el propósito de este artículo es desarrollar estos conceptos de manera interrelacionada a partir de la construcción que se hace en las transacciones entre el individuo con su ambiente psicosocial, mediada por los conceptos, teorías y discursos que se construyen sobre los individuos desde distintas disciplinas, en particular la psicología.

Al abordar las nociones de identidad y de self es necesario reconocer que muchos conceptos que tienen que ver con la psicología comenzaron a estudiarse mucho antes que apareciera la disciplina tal y como es conocida actualmente. Por eso es importante reconocer la diferencia que establece Richards (1996) entre psicología con "P" mayúscula y con "p" minúscula, siendo la primera la que se refiere a la historia de la disciplina y la segunda la que estudia el comportamiento, la vida diaria y sus problemas. Esta distinción difiere de la que hiciera Ebbinghauss según Danziger (1990), entre el estudio científico de los conceptos psicológicos y los anteriores a los que él denomina de tradición no-científica o especulativos. Para Ebbinghauss lo que cambia históricamente no son los fenómenos psicológicos en sí mismos sino nuestra forma de estudiarlos y de pensar sobre ellos ya que los fenómenos se dan por hechos. Como ocurre con los objetos estudiados por la ciencia física, los objetos estudiados por la ciencia psicológica no son considerados desde la forma como han sido elaborados a lo largo de la historia – son considerados, dentro de la perspectiva de Ebbinghauss, como objetos naturales y no como objetos constituidos históricamente.

Por el contrario, en la posición de Richards (1996) la distinción entre psicología con mayúscula y psicología escrita con minúscula implica que los fenómenos estudiados no son objetos naturales sino elaboraciones sociales construidas históricamente. La historia de la psicología con "p" minúscula no es la historia de la manera como fueron siendo elaborados los conceptos que dieron lugar a las posteriores formulaciones científicas, sino la del surgimiento de esos objetos discursivos, que dan lugar a los objetos de estudio que hoy aborda la psicología. En el caso del self importa pensarlo, dice Richards, como un objeto histórico más que como un fenómeno natural. Si les asignáramos solamente un estatus natural implicaría que tanto la identidad como el self siempre han permanecido igual y que han sido construidos sin tener en cuenta cómo pensamos o hablamos de ellos. Esto por supuesto es equivocado si aceptamos el argumento de Danziger (1990); las características de lo que entendemos por identidad o por self no son independientes de las formas cambiantes de describirlos y relacionarlos a lo largo de la historia. Al ver la identidad y el self como objetos de conocimiento, las distintas disciplinas científicas están asumiendo que pueden conocerse empíricamente como lo serían muchos otros objetos de estudio. Así se podría observar, describir y estudiar como cualquier otro objeto natural. La identidad o el self dentro de estas posturas existirían como fenómenos, independientemente de los métodos de los que nos valgamos para observarlos y del lenguaje que usemos para describirlos. De aquí la importancia de no dar por hecho su existencia como fenómenos naturales, sino de identificar en parte su proceso de elaboración a partir de las teorías y los discursos. Sin dejar de reconocer en lo que sigue que igualmente se trata de la elaboración de un discurso sobre estas entidades, el énfasis se pondrá en la manera como ambos conceptos son construidos por mecanismos similares a partir de las influencias psicológicas y demás discursos de las disciplinas, como una maneras de hacerlos susceptibles de un análisis empírico.


LA IDENTIDAD

Por identidad se entiende las características que posee un individuo, mediante las cuales es conocido. Sin desconocer los aspectos biológicos que la conforman, buena parte de la identidad personal la formamos a partir de las interacciones sociales que comienzan con la familia, en la escuela y con la gente que se conoce a lo largo de la vida. La identidad así construida va a influir en la manera como actuamos en el mundo.

El concepto de identidad se diferencia del de personalidad o viene a sustituirlo, precisamente en el énfasis que se otorga en la situación social, la interacción con otros y la influencia de las instituciones en la construcción de tal identidad. La noción de personalidad, de gran tradición psicológica, enfatiza en las expresiones internas del individuo, que lo hacen comportarse de una manera estable una vez integrada durante la infancia, a lo largo del tiempo o de la vida de la persona y que a la vez lo hace reconocible por parte de los demás. Así, unos individuos son de personalidad extrovertida o introvertida, tipo A o B; estas son características que se mantienen estables durante toda la vida del individuo. Se podría afirmar que esta idea de la personalidad como una entidad o propiedad interna del individuo es esencialista como afirma Burr (1995), en el sentido de que constituyen parte de la esencia del sujeto, de su naturaleza y que se refleja en su manera de actuar. Por el contrario, las teorías del aprendizaje social enfatizan en la situación en la que se encuentra el individuo para presentar una conducta, más que en la idea de una entidad como la personalidad. Por consiguiente las personas actúan de manera diferente en cada situación. El aparente patrón en la forma en que las personas se comportan no es atribuido a la personalidad, sino al hecho de que en el pasado esa forma de actuar ha resultado exitosa para el individuo. En una dirección similar, la sociología adopta el término de rol social para referirse a aquellas formas de actuar que parecen seguir igualmente un patrón, pero que pueden mejor atribuirse a las situaciones que regulan el comportamiento. Así, la mujer adopta el rol de ama de casa en su hogar o el de oficinista en su lugar de trabajo, etc.

Esta multiplicidad de formas de actuar es desde la perspectiva de la relación con los otros, un producto de los encuentros y relaciones sociales, de la construcción social, lo que implica según Burr (1995), que nuestras identidades son construidas y no descubiertas, volviendo así al planteamiento del construccionismo en oposición al naturalismo, expuesto en la sección anterior. Al enfatizar en la interacción con los otros se evita la connotación esencialista del concepto de personalidad y se enfatiza en el carácter social de dicha construcción. De esta manera, se reconoce el papel que tienen los propósitos de quien caracteriza al sujeto. Las caracterizaciones por sexo, preferencias sexuales, de salud o de clase, se ven de esta manera fundamentadas en elaboraciones sociales más que en características esenciales o naturales de la persona.

La extensión del cuerpo: la identidad social

Así como he sostenido la idea de que la identidad es producto en gran medida de la interacción social, también es posible suponer que estas influencias sociales y culturales pueden dar lugar a identidades colectivas derivadas de las contingencias que nos llevan a identificarnos como pertenecientes o afiliados a un entorno social significativo como la familia, la religión, la escuela, etc. (Turner, 1990). Nuestra identidad queda ligada así, por medio de las instituciones sociales, a los demás. La identidad social se refiere entonces a aquella parte de un individuo que se deriva de la afiliación que hacen de los individuos, las instituciones sociales a grupos sociales, conjuntamente con el significado valorativo y emocional asociado a esta pertenencia.

La extensión del cuerpo: la identidad espacial

Las relaciones con el espacio hacen igualmente parte de nuestra identidad y por eso hacemos de nuestras posesiones una extensión de nuestro cuerpo (Páramo 2007; Sack, 1997). Personalizamos el espacio colocando objetos para darle nuestro sello personal, nuestra casa refleja en la decoración parte de nosotros mismos. Nuestros bienes se constituyen en parte de nuestra identidad y reflejan buena parte de lo que somos y de la manera como somos reconocidos. Su posesión nos resulta costosa, pero la sociedad se encarga de reconocer este esfuerzo; nos da reconocimiento ante los demás aparte de los beneficios o necesidades que nos satisface, por ello buscamos su protección. Las personas que por asuntos de la guerra y demás formas de violencia se tienen que desplazar de sus lugares, cargan consigo objetos con los que se sienten identificados. Defendemos nuestros bienes de diversas maneras y nuestro espacio con mecanismos de territorialidad; ponemos objetos a nuestro alrededor para demarcar o ejercer control sobre el espacio. Hall (1973) nos mostró que, al menos en la cultura occidental, tendemos a relacionarnos con los demás estableciendo distancias espaciales con los demás a nivel de distancias personal, social y pública. De igual forma, estos elementos físicos son reconocidos como parte de nuestra identidad: la casa, el carro, el espacio personal, etc.

Otra manera de ver el papel que juega el espacio en la formación de nuestras identidades es en la identificación de roles que asumimos en los espacios públicos. Para Goffman (1971) las personas están envueltas permanentemente en diferentes dramas, en los cuales cambian sus roles y actuaciones de acuerdo a la situación, lo cual contribuye a ejercer control sobre el auto concepto que resulta de las observaciones que hacen los demás. Al desenvolvernos en los lugares públicos desempeñamos distintas actuaciones que vienen a estar mediadas por las propiedades físicas y sociales de cada lugar. Eventualmente, la adopción de estos roles pueden convertirse en una segunda naturaleza y ser parte integrante de nuestra identidad, aunque estemos cambiando siempre de situación. Goffman considera que actuamos en un escenario externo o región anterior que hace parte del individuo, escenario que consiste de un diseño físico decorado que contextualiza la actuación ante una audiencia; una apariencia consistente del vestuario, las expresiones faciales, la raza, edad, etc.; y finalmente, una actuación o expresión. Este escenario social puede llegar a institucionalizarse con expectativas estereotipadas haciendo que se convierta en una representación colectiva y en una realidad empírica. Tal sería el caso de los roles que asumimos en los distintos ambientes por los que circulamos diariamente: la oficina, el hogar, los restaurantes, y demás lugares tanto privados como públicos.

Al adoptar un rol social, el individuo asume una fachada particular en la cual debe desempeñarse en consecuencia. Por consiguiente la vida en público estaría mediada por los lugares en los que hay de cierta manera guiones que debemos ejecutar. De aquí la importancia de la identidad de lugar y urbana como componentes de la identidad individual comparable a la de género, política o étnica. La persona como residente de una ciudad particular adquiere unas características psicológicas y sociales asociadas al lugar. Así construimos nuestra identidad en relación con otros y la situamos en lugares como el barrio o la ciudad. Por consiguiente, la construcción de esta identidad urbana o barrial resulta de las interacciones que los miembros de un territorio local tienen con los de fuera y que sirven para definir a la comunidad (Pol &Varela, 1994). No solamente nos construimos en relación con los otros sino con los diferentes lugares que definen y estructuran la vida diaria (Páramo, 2007; Proshansky, 1978). De esta manera las relaciones espaciales se constituyen en otro tipo de categoría social que definen la identidad de los individuos producto de las interacciones sociales y de las imposiciones que hace la sociedad a través de sus instituciones y las normas que regulan el comportamiento de los individuos en el espacio.

El lenguaje en la configuración de la identidad

Los textos sobre psicología del aprendizaje nos han enseñado que existen diferentes mecanismos por los cuales aprendemos y dirigimos nuestras acciones. Se han señalado las implicaciones para el aprendizaje, la salud, la manera de relacionamos con los demás y alcanzar metas personales a partir de mecanismos que conllevan asociaciones entre estímulos, el aprendizaje por observación, y la acción por consecuencias, como mecanismos que influyen en la manera como actuamos. Es importante explorar ahora la manera como quizás los humanos podemos adquirir la mayor parte de la información sobre nuestras relaciones con el entorno y que nos permiten construir nuestra identidad: el lenguaje.

La invención del lenguaje y la escritura permitió la creación de códigos a través de letras y números que nos permitieron hablar de lo que hacíamos sin que los eventos fueran experimen tados simultáneamente, transmitir dicha información a otros y evaluar nuestra propia conducta a partir de estos códigos simbólicos. Las instrucciones que damos a otros o las que nos repetimos nosotros mismos para enfrentar las condiciones ambientales parecen seguir reglas o guías codificadas en la forma de instigaciones a hacer algo, instrucciones o sugerencias que indican la manera como debemos enfrentar una determinada situación de manera eficiente, y no necesariamente a través del ensayo y error, estrategia que nos haría poco eficientes en la consecución de nuestras metas. En otras palabras, gracias al lenguaje podemos orientar nuestro propio comportamiento e influenciar el de los demás. De este modo, gran parte de nuestro comportamiento está influenciado por reglas explícitas como las que nos han enseñado en la escuela o en el hogar y que aunque no las verbalizamos, inciden en el control de nuestro comportamiento, o son tácitas como es el caso de la publicidad en donde se usa la transmisión de reglas de forma sutil.

Tanto psicólogos como sociólogos estamos de acuerdo en que nuestra identidad (la manera como somos reconocidos por los demás) es el resultado de la interacción que tenemos con los demás. Y es gracias al lenguaje precisamente, que comenzamos a construir socialmente la identidad del individuo. El lenguaje nos hace personas; a través del lenguaje creamos las condiciones para identificar a las personas, y como veremos a continuación, para reconocerse a sí mismas a partir de lo que los demás dicen de ellas y de la diferenciación respecto de los demás.

Resumiendo, la identidad es una trama construida por diferentes fibras como la raza, edad, clase social, estado de salud física o mental, orientación sexual, género, nivel educativo, etc., las que en su conjunto constituyen la identidad. Cada una de estas fibras corresponde a un discurso presente en la cultura y lo que somos resulta del entramado de todos estos discursos para cada individuo, los cuales trabajan permanentemente construyendo nuestras identidades. Lo que significa que nuestras identidades no son fijas, no están determinadas por nuestra naturaleza, ni son producto de la accidentalidad. Por el contrario, parecen resultar de los discursos ideológicos e igualmente de los que van construyendo las disciplinas científicas.

EL SELF

Una vez analizado el concepto de identidad y su construcción a través del lenguaje y los discursos que contribuyen a nuestra identificación, pasaré a mostrar de qué manera estos mismos mecanismos psicosociales nos hacen conscientes de nuestras identidades a partir del self. Al igual que con el concepto de identidad, trataré de extender la visión tradicional del self como algo interno o como experiencia netamente subjetiva encerrada en el cuerpo, a algo que está en las transacciones entre nuestras identidades y las contingencias impuestas por la sociedad, el lenguaje y los discursos; por consiguiente, algo susceptible de estudiarse empíricamente.

La visión empírica sobre el self surge de la necesidad de romper con una visión inmaterial para la explicación de los fenómenos; de la categoría de alma se pasa a la de self. Texto obligado para rastrear la influencia del empirismo británico en la construcción del self es el de Charles Taylor (1998). Según Taylor, es John Locke (1632-1704) quien asume la individualidad humana como un fenómeno natural observable. Para llegar a ello se formula la pregunta: ¿Cómo sé que soy la misma persona que era el año pasado? Pregunta por cierto novedosa, afirma Danziger (1990), ya que en la post-revolucionaria Inglaterra las identidades sociales conferidas por nacimiento como la clase social, el parentesco y la ocupación ya no eran inmutables. Los individuos podían separarse de sus identidades sociales e incluso de su religión, ya que ni la identidad social por descendencia, ni la inmortalidad del alma, suministraban una garantía de permanencia y estabilidad. La identidad personal tenía que llegar también a cuestionarse. ¿Por qué no?

La solución de Locke al problema, según Taylor, consistió en la continuidad de la conciencia del self. Esta conciencia acompaña todas nuestras experiencias al igual que una sombra. Locke inventa la noción de conciencia para decir que en el mundo, uno no simplemente vive o actúa; se es conciente de uno mismo viviendo y actuando. De esta manera se establece la tradición empirista que separa la persona y sus actos por un lado, y la experiencia por el otro. La consecuencia para la psicología es la objetivación del self, de tal manera que ahora éste pudiera ser observado, analizado y conocido como cualquier otro fenómeno natural.

Así, el concepto comenzó a utilizarse en esta disciplina para describir un fenómeno observable que definía la unidad del individuo o su identidad. Esta observación era, sin embargo, privada e introspectiva; el self era una posesión privada que cada individuo descubría en sí mismo, lo que significaba que podía convertirse en un objeto de interés y por tanto de conocimiento.

Desde entonces el concepto de self ha sido central al desarrollo de la psicología. No obstante, los usos que se han hecho de este concepto varían dependiendo de las escuelas teóricas, los campos de estudio y de aplicación en esta disciplina. La discusión sobre la noción de sujeto en la psicología comienza con la confrontación entre escuelas, las cuales al tratar de explicar el self, ponen su énfasis ya sea en la vida psíquica interior, en las estructuras cognoscitivas o en la interacción con el ambiente; esto da lugar a que se asuma el self como un ente autónomo, motor de nuestras acciones, o como resultado de nuestras interacciones con el ambiente.
Así, una definición puede ser la que se ofrece desde el psicoanálisis o desde la postura comportamental, aunque igualmente puede encontrarse definiciones en la psicología clínica y del desarrollo. Una de las más conocidas explicaciones del self desde una teoría se encuentra por ejemplo en el psicoanálisis, la cual divide el Así, una definición puede ser la que se ofrece desde el psicoanálisis o desde la postura comportamental, aunque igualmente puede encontrarse definiciones en la psicología clínica y del desarrollo. Una de las más conocidas explicaciones del self desde una teoría se encuentra por ejemplo en el psicoanálisis, la cual divide el self en un proceso que involucra tres partes: el yo, el ello y el super yo, donde este último se encarga de regular los anteriores, teoría de tipo escencialista en la medida en que asume estas entidades como inherentes a la persona. O la perspectiva de los analistas del comportamiento, según la cual el self es una conducta resultado de mecanismos de aprendizaje social que generan auto-observación y en últimas un auto concepto.

La construcción social del auto concepto

Ante la necesidad de mostrar la posibilidad de estudiar el self de una manera científica, éste se asume como algo que hacen los individuos, intento que se ve reflejado en el énfasis por relacionar su conformación en las influencias ambientales, llámese contingencias sociales o mecanismos educativos. Para Skinner (1989) por ejemplo, no es necesaria la noción de un agente como iniciador de la conducta; por el contrario, asume que el comportamiento es el resultado de la interacción transactiva de variables genéticas y ambientales que dan lugar a un organismo, un individuo y un self producto de contingencias que conllevan la auto observación. El organismo es producto de la experiencia filogenética conseguida a través del proceso de variación y selección; el individuo es el resultado de esta configuración genética en interacción recíproca con las experiencias ambientales del pasado y el presente particulares para cada uno. El self es el resultado de la influencia de contingencias ambientales que generan auto-observación y por consiguiente un auto concepto; para el caso de los humanos estas contingencias las genera la cultura sobre el individuo. Hay que hacer notar la similitud en la argumentación con la tesis del construccionismo social. Bajo la premisa de que para comprender y explicar un fenómeno éste debe poderse reproducir o modificar, surge el interés por identificar las condiciones de interacción con el ambiente que permitan reproducir la auto observación.

El valor adaptativo del self

Para mostrar el principio de la continuidad filogenética entre las especies y poder explicar el fenómeno a partir de variables o contingencias ambientales, la investigación psicológica ha explorado la posibilidad de un auto concepto en animales (delfines, orangutanes y chimpancés). Si se expone a un perro, por ejemplo ante un espejo, lo más probable que ocurra es que le ladre e incluso trate de agredir la imagen reflejada como si fuera otro de sus congéneres. Lo mismo ocurre con los peces Betta Splenders machos, los cuales atacan su propia imagen considerándola otro macho que invade su territorio. No ocurre así con chimpancés, orangutanes y elefantes; la investigación experimental muestra que son capaces de reconocerse a sí mismos. Al colocárseles algo en las espaldas que no pueden ver y les molesta, van hacia un espejo que se ha colocado en el recinto experimental para ubicar el estímulo molesto y retirarlo de su cuerpo. En uno de los cursos que hicieron parte de mi formación en Nueva York asistí a la primicia de Diana Reiss en las que nos comunicaba sus últimos hallazgos sobre la demostración de que los delfines del acuario de la ciudad habían pasado la prueba del espejo que permitía afirmar que los delfines eran capaces de reconocerse a sí mismos y por consiguiente de tener un auto concepto. La profesora había marcado delfines de pico de botella con tinta y luego los había expuesto a un espejo. Después de varias repeticiones, les puso tinta negra indeleble temporalmente sobre partes del cuerpo, que los delfines sólo podían ver en un espejo. En cada uno de los ensayos los delfines fueron al espejo a examinar las áreas que la investigadora había marcado. Concluye Reiss que sus hallazgos suministran evidencia que los dos delfines del estudio utilizaron el espejo para investigar las partes que fueron marcadas, lo que demuestra que los delfines al igual que orangutanes, chimpancés y elefantes tienen una noción de sí mismos como individuos diferentes, habilidades que sólo se asociaban con los grandes monos y con los humanos. También se han encontrado resultados similares en palomas. Se han hecho arreglos experimentales para averiguar su capacidad para identificar si los reforzadores que les son entregados han dependido de sus picotazos o del azar, confirmando que son capaces de evidenciar que su conducta es la que produce los resultados. Además se les ha colocado marcas en el pecho; los animales van a una zona de la caja experimental para ubicar el lugar donde se las ha colocado el objeto. Los estudios han sido más criticados en la medida en que los animales son entrenados para realizar la tarea. Por otra parte, el que algunos animales no pasen la prueba puede obedecer a que su relación con el entorno no depende principalmente de la visión, como es el caso de los perros, sino de otros mecanismos sensoriales, lo que haría difícil que se reconocieran a sí mismos. Una revisión completa de estas investigaciones se encuentra en el trabajo de Pérez-Acosta, Benjumea y Navarro (2001).

A pesar de las críticas, los estudios muestran evidencia de que el asunto del reconocimiento del sujeto sobre sí mismo no es una propiedad exclusiva de los humanos y, por consiguiente, haría parte de nuestro acervo filogenético. ¿Pero, cómo evolucionó y qué papel adaptativo puede tener este auto reconocimiento? Pudo tener sus inicios en las sensaciones, en la capacidad de sentir gracias al sistema nervioso, lo que facilitó alertar el sistema de acción para las reacciones del cuerpo a los inputs sensoriales y de esta forma integrarse a los mecanismos de adaptación del comportamiento. El sentir a partir de un estímulo doloroso llevó al retiro de la situación, y en un organismo más complejo, el reconocimiento de la parte del cuerpo afectada facilitó la lamida de la herida y su sanación, en últimas facilitando la eficacia reproductiva en la medida en que estas conductas contribuyeron a la supervivencia del organismo. ¿Pero, cómo trabaja el cerebro para crear la experiencia subjetiva de la mente, el self reflexivo, los pensamientos privados que nos hacen lo que somos? Hay una brecha todavía para lograr explicar la integra ción entre lo biológico y lo social en términos de un proceso evolutivo. Seguramente existen estructuras cerebrales que integran emociones, sentimientos, ideas, intenciones con diversas formas de actuar; por ahora será suficiente su explicación en términos de las interacciones con el ambiente social.

El auto concepto en los humanos resulta de una influencia marcada por la cultura, la que da lugar a un popurrí de creencias organizadas sobre uno mismo, las cuales según Rentsch y Heffner (1994) resultan de la combinación de nuestra historia personal, las características descritas o roles impuestos (soy hombre, tengo un nombre, soy colombiano, soy profesor), los intereses y actividades (me interesa la psicología, me gustan los animales), los aspectos existenciales (soy una persona única), la autodeterminación (soy agnóstico, puedo lograr mis metas), las creencias interiorizadas (estoy a favor de la democracia), la diferencia social (provengo de una familia de clase media, soy heterosexual, soy un ser humano). Sumadas a estas creencias está el reconocimiento como miembro de una cultura que comparte tradiciones, una religión, valores como la democracia y la autonomía, formas particulares de relacionarnos, de hablar, de enfrentar los problemas; creencias que resultan de las reglas que crea la cultura y que reproduce a través del fomento de la auto-observación para formar el auto concepto en sus miembros.

De esta manera, es posible afirmar que mientras la sociedad occidental se caracteriza por el individualismo, la autonomía e incluso por la formación del auto concepto en los miembros que la integran, (se enfatiza en el pronombre "yo" y en la mirada sobre nuestras actuaciones individuales y los sentimientos), las culturas no occidentales son sociocentristas; se enfatiza en los elementos compartidos con otros, la persona no es orientada a metas individuales sino comunitarias. En consecuencia, es posible hablar para estas culturas de un self compartido en lugar de unos self individuales o auto conceptos.

Así como tenemos varias identidades también es posible afirmar que tenemos varios auto conceptos. Al igual que con la identidad, no es posible hablar del self como si fuera algo estable e invariable, es posible advertir que podemos y debemos cambiar a lo largo del tiempo. Tenemos varios auto conceptos en la medida que estamos expuestos a distintos estándares evaluativos en diferentes situaciones sociales. No somos la misma persona de hace diez años ni seremos los mismos en cinco años. Nuestro auto concepto está expuesto al cambio, a nuevas experiencias. La imagen de un futuro self o auto concepto, como lo señalan Carver, Reynolds y Scheier (1994) afecta la motivación personal, como cuando tomamos la decisión de dejar de fumar o de ponernos a dieta. Sin embargo, la gente solo percibe el self en el presente y también generamos crisis cuando comparamos nuestro self con lo que queremos ser o con lo que los demás quieren que seamos. Los posibles auto conceptos se refieren entonces a los distintos estándares evaluativos, las representaciones sobre lo que llegaremos a ser o sobre lo que deberíamos llegar a ser en un futuro.

El self y los otros: la adquisición del self y el papel del lenguaje en su construcción

El individuo va formando su auto concepto a partir del proceso de diferenciar su propia conducta en la misma forma como reconoce la conducta de otros. Cuando estos procesos de observación toman la forma de reglas verbales, las personas llegan a describir su propio comportamiento. Más adelante aprenden a reportar sus propias disposiciones, sentimientos, pensamientos y otro tipo de eventos privados. Estas reglas junto con el uso del "yo soy, mi, mío, etc"., establecen gradualmente el auto concepto.

El lenguaje establece las situaciones para que se de esta conducta de auto observación: "mira lo que acabas de hacer", "dime qué hiciste hoy", "¿ya hiciste tu tarea?", ¿cómo estás?, seguida de consecuencias: "tu eres una persona responsable","me gusta lo cariñoso que eres", "no riegues la comida", "mira tus manos: están sucias, lávatelas". Las personas aprenden así a autoobservarse y describir su propio comportamiento, a reconocer su cuerpo a partir de las consecuencias ligadas a estas auto-observaciones y de las reglas que derivan de estas experiencias. Estas reglas establecen la conducta deseada, que en este caso implica una auto observación. La construcción del self, entonces, es resultado de la manera como la persona aprende a reconocer y describir el cuerpo o las características comportamentales del otro, y las propias: "soy más delgado que..." y, "soy más buena persona que...". El cuerpo es entonces el resultado de esta construcción verbal. Así, cuando la persona aprende a describir su cuerpo y su propia conducta, y a autoobservarse de la misma manera como describe el cuerpo y la conducta de otros, la persona empieza a desarrollar su auto concepto. Miguel hizo hoy todas sus tareas y pintó una casa. Pronto el niño aprende a sustituir la referencia a sí mismo en tercera persona y a describir lo que hace...."el niño pintó una casita" por "pinté una casita". De describir la conducta de otros... "mami me llevó al parque", empieza a decir "fui al parque".

Progresivamente el individuo aprende a hacer observaciones más complejas de su propio comportamiento dependiendo de los modelos que observe, las reglas que siga al hacer dichas observaciones y de las consecuencias ligadas a dichas autoobservaciones. Cuando el individuo aprende a hacer descripciones de su propia conducta incluyendo intereses y motivaciones, decimos que la persona tiene un auto concepto. Al igual que como ocurre en la formación de la identidad, los individuos son orientados a pensarse a sí mismos como pertenecientes a un grupo y a un lugar (¿de dónde eres?), en donde el escenario físico como en el caso de la ciudad, el barrio o un lugar particular juegan un papel importante en la medida en que este entorno hace parte de lo que nos define ante otros y se constituye en parte integral del reconocimiento que hacemos de nosotros mismos. La manera como se forma ese self social y de lugar se hace evidente cuando el individuo se identifica pri mero como perteneciente a un grupo y luego se reconoce a sí mismo como perteneciente a ese grupo y a ese lugar, cuando establece un contraste con respecto a la gente que no vive en la comunidad (Lalli, 1992).

El papel de la disciplina psicológica en la construcción del auto concepto

Si asumimos entonces que la identidad de cada individuo es construida a partir de la interacción con los otros y que el self es la concepción que tenemos sobre nosotros como individuos o como pertenecientes a un grupo, será entonces importante identificar de qué manera la cultura, las instituciones, los otros, los medios, influyen en esa construcción de la identidad y en la formación del auto concepto. Ya hice mención al papel que juega la familia en la construcción de nuestra identidad al crear situaciones para reforzar nuestro comportamiento de auto observación e indicar a otros lo que hacemos. Pero no solamente la familia contribuye a crear nuestra identidad. Otras autoridades y profesiones sociales juegan un papel importante en la construcción de la idea de lo que somos. Como afirma Rose (1998) las autoridades religiosas, médicas, políticas, militares, en diferentes periodos históricos y diferentes escenarios sociales han instruido, advertido, moralizado y legislado en relación con los procedimientos que moldean la vida de los ciudadanos y sus identidades en cuanto a su forma de comportarse, de comer, vestir, hablar y pensar, con el fin de conseguir ya sea la virtud, la felicidad, el orden, la salvación o lo que creemos es la verdad.

De forma similar, las disciplinas científicas han ejercido su influencia en la idea que formamos de nosotros mismos. La psicología a este respecto, según Rose, ha hecho su aporte con la construcción de categorías e instrumentos que miden conceptos creados para definir nuestra identidad, tales como el ser inteligente (el empleo de los test es una manera de establecer diferencias entre los individuos), tener un tipo particular de personalidad, ser sano o enfermo mental, lo mismo que al definir cómo deben ser nuestros encuentros con otros, actuar de forma asertiva o tímida, etc. Con las técnicas derivadas de la teoría psicológica se busca enseñar a prevenir la enfermedad mental, a los individuos a ser asertivos, inteligentes e incluso a moldear sus cuerpos. Estos conceptos nos dan nuestra identidad hoy día y son los que utilizamos como parámetros para evaluarnos a nosotros mismos y a los demás, contribuyendo a moldear nuestro auto concepto y muchas veces nuestra autoestima.

CONCLUSIÓN

En este artículo he tratado de mostrar que la(s) identidad(es) del sujeto y el auto concepto que formamos de esas identidades están estrechamente relacionados y se construyen social y psicológicamente a partir de relaciones con otros, que nos llevan a la auto observación. Estas relaciones a su vez nos muestran qué observar del otro y es en esa medida en que el otro contribuye a la construcción de nuestra identidad. El conocimiento que tenemos de nosotros mismos es el resultado de las demandas que hace la cultura por observar a través de las categorías verbales empleadas para ello, lo que se quiere que se observe de nosotros mismos. El auto concepto y la identidad son adquiridas a partir de las interacciones sociales, a través de la familia, el lenguaje y demás contingencias ambientales, a lo largo de toda la vida en la interacción con otros, pero con un mayor impacto en los primeros años de vida del individuo. El énfasis lo he puesto en las transacciones con el otro, a partir de las reglas que generan la auto observación y que se siguen para formar el auto concepto. Por lo anterior es que se puede afirmar que el self es una construcción psicosocial.

La cultura a través de las instituciones, las disciplinas científicas y la psicología en sus modos particulares de explicar el comportamiento, sus conceptos de lo que es verdad, y con las categorizaciones que ha creado dentro de sus discursos, han ejercido un papel importante en la creación de nuestra identidad actual como sujetos. Al aceptar esto como plausible psicológica y sociológicamente, deberemos identificar las reglas explícitas e implícitas en las distintas narrativas, sobre cómo se construyen estas identidades, darlas a conocer y por consiguiente darle el poder a la gente para transformarlas o para crear nuevas identidades. Como podemos ver, los demás juegan un papel importante en la construcción de nuestra identidad, al referir a otros lo que hacemos y esto pareciera ser más propio en unas culturas que en otras. La cultura occidental muestra un mayor interés en la auto observación y en la emocionalidad para de esa manera facilitar que los individuos se controlen a sí mismos.

Adicionalmente, conceptos tales como personalidad, eficacia, competencias, raza, género posición política y otras en las que las distintas disciplinas y en particular la psicología han jugado un papel importante son la fuente para la creación de nuestras identidades y de nuestros auto conceptos. La formación del concepto que tenemos de nosotros mismos como sujetos resulta de este tipo de categorías y discursos, lo que permite que hagamos valoraciones sobre nuestro propio comportamiento, aún en situaciones en que nadie nos observa.

También se puede concluir que la identidad y el self no son atributos o experiencias netamente subjetivas atrapadas en el cuerpo. Nuestra identidad se extiende a los objetos, a los lugares y a las personas. Al colocarse el énfasis en las transacciones con el otro, la sociedad, las disciplinas científicas y la cultura en la construcción de nuestras identidades y en el concepto que formamos de nosotros mismos, se abren mayores posibilidades para tratar estos conceptos, conjuntamente, desde la mirada de la investigación. La sociología evaluando las influencias de las instituciones sociales en la conformación de nuestras identidades, la psicología identificando el tipo de contingencias con el ambiente que generan auto observación o la antropología haciendo estudios comparados sobre los distintos tipos de self, ofrecen la oportunidad de estudiar empíricamente la conformación de nuestras identidades y auto conceptos.

La pregunta que queda es la de si hay espacio para el self autónomo; siempre estaríamos actuando o desempeñando diferentes roles en diferentes dramas y la manera de entender nuestra propia identidad sería resultante de la forma como otras personas nos entienden. No tenemos una única identidad ni un solo self; estamos fragmentados por el entre juego de varias identidades que son reales y muchas veces no son consistentes entre sí. Pero, ¿hay lugar para un self auténtico? Parafraseando a mi profesor David Canter de la Universidad de Liverpool, ¿Es posible preguntarnos si hay un espacio para un verdadero self? ¿Quiénes somos cuando estamos solos con nosotros mismos? Cuando no estamos con otros para quienes somos el esposo, el profesor, el cliente, el experto en algo, ¿quiénes somos exactamente? Tenemos un verdadero self? (Canter, 1994). ¿O somos más bien, como lo acabo de exponer anteriormente, el resultado de la mezcla de todos estos roles producto del auto concepto que se ha encargado de formarnos la cultura? ¿Hay alguno de estos auto conceptos que se destaque sobre los demás? El self realmente privado, el quién es usted para usted, ¿es el dominante? ¿El ser por ejemplo un académico? ¿Hay otros roles ocultos en los que usted se ve a sí mismo, de los que ni siquiera las personas cercanas a usted son concientes? Es fácil suponer que si tenemos self públicos también podemos tenerlos privados. Algunas veces nuestros self ocultos pueden ser muy diferentes de los que conocen los demás. ¿Con cuál se siente usted mejor?

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Recepción: Febrero de 2008
Aceptación final: Septiembre de 2008

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