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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.19 no.43 Bogotá July/Dec. 2011

 

EDITORIAL

La historia de la filosofía coincide, en gran medida, con la historia de los tipos de escritura filosófica. Lo que tiene lugar, digamos por caso, en el curso de la escritura recorrida desde los textos conservados de los presocráticos hasta nuestra escritura profesoral actual, confiscada por el dispositivo universitario de producción de saber que dicta las normas acerca de la manera correcta de escribir y que determina de antemano lo que debe y puede ser dicho, no constituye un aspecto extrínseco, sino que se entronca esencialmente con una idea particular de la filosofía, con la imagen cambiante del filósofo y con la comprensión que cada época se forma del "asunto" del pensar, de lo que exige ser pensado. Del mismo modo, las condiciones geohistóricas determinan la orientación del pensamiento y se traslucen en su expresión más visible: la escritura. En el caso particular de América Latina, y en especial, de América del Sur, no es difícil advertir que ha sido la literatura la que ha señalado de modo constante las líneas y caminos por los cuales la escritura deviene fuga filosófica. En este cruce, y en la forma reiterada de su hibridación, la literatura ha sabido retomar los componentes básicos del concepto, para así, en las nuevas condiciones de enunciación colectiva, dotar a los conceptos de un orden sintagmático interno, conectarlos con un afuera inminente, liberarlos de cualquier referencia dominante o derivada para hacerlos consistentes en sí mismos, y establecer entre ellos relaciones de plurivocidad. Y no es que al intervenir filosóficamente la literatura se confunda con la filosofía, pues el concepto le es extranjero y permanece extranjero, sino que, en este encuentro, la imagen hace posible la vida del concepto en las condiciones de indeterminación real en las que el pensador puede al fin desprenderse de la caduca ilusión de una patria (Grecia o Alemania) para repoblar, en medio de las difíciles coacciones político-sociales que son las nuestras, el plano del pensamiento. Para la literatura de este sur de América, que es una literatura de márgenes proliferantes, de fronteras y de cómo franquearlas, la filosofía no es por tanto un asunto de identidad ni de género literario, ni ocupa un simple margen en la escritura; la filosofía libera su carga potencial directamente como problema, construcción de problema, posición de problema que reclama un estilo.

Sin que ello signifique un mero "esteticismo" frente a la violencia y aún el sufrimiento o más exactamente el agon que desata la escritura, el estilo (en la filosofía como en la literatura) es un asunto de gusto. Pero este gusto no es la sola elegancia ni el genio que acompañan la creación de una obra, sino el ímpetu con el que una escritura se alza para construir cada vez una nueva armonía capaz de unir un conjunto espacio-temporal y un bloque conceptual, articular otra "gramática", y llevar así al pensamiento (La Vida) hacia nuevos devenires. En la filosofía de la diferencia, que abandona cualquier esencialismo en favor del acontecimiento productor y multiplicador del sentido, el estilo se define por una heterogénesis de las relaciones entre los conceptos en su lógica interna, como producción del concepto, y por una experimentación en la multiplicidad del afuera que asocia los conceptos a la violencia de los afectos y los perceptos, tanto como a las variables de límite y umbral de las funciones en las condiciones geohistóricas en las que tales conceptos y tal multiplicidad vinieron a anclarse, y recíprocamente a condicionarse. En palabras de Deleuze y Guattari: "Lo que se denomina un estilo, que puede ser la cosa más natural del mundo, es precisamente el procedimiento de una variación continua" (Mil Mesetas, p. 101). El estilo se pone en variación según el desarrollo diferencial de los conceptos y la carga que reciben del choque con los afectos y la coacción de las funciones. Así el estilo es un diagrama: encadenamiento riguroso de una lógica interna con los encuentros externos.

Quizá pueda decirse que el estilo es la manera como cada filósofo establece las relaciones entre los conceptos y el plano de consistencia; en ese sentido, el estilo es plenamente filosófico, se produce en el paso de lo pre-filosófico a la filosofía misma, se produce a partir de una especie de reserva experimental para la construcción del plano filosófico y para la producción de los conceptos. El estilo es, entonces, positivo y creador; es un elemento esencial del sistema, de un espíritu de sistema filosófico. El filósofo reorienta o se orienta en el pensamiento al ritmo de un estilo, pero el estilo es producido en el movimiento mismo de la orientación en cuanto esa orientación es ruptura de sentido y acogida del sin-sentido productor. Entonces el nacimiento de ese ritmo y la producción de un determinado estilo están en relación con el caos y un no-estilo esenciales.

El estilo no remite, pues, a una identidad del filósofo y a su fijeza en el tiempo; el estilo incorpora el tiempo, se envuelve en el tiempo como una dimensión esencial, desarrolla un "en el tiempo" -el tiempo de una obra-, una geografía singular en cuyo mapa se recapitulan, para cada filósofo a su manera, las imágenes del pensamiento que se suceden en el tiempo histórico de la filosofía y que se desarrollan de acuerdo a las condiciones que las hacen posibles en función de sus alianzas y filiaciones, de sus mutas y contagios, de sus devenires y detenciones. Cada filósofo reordena el plano y reposiciona los conceptos según una imagen del pensamiento siempre renovada y en permanente relación con un pensamiento sin imágenes, con un pensamiento que se aboca a la experiencia de su propia impotencia interna: la de lo impensable en el pensamiento mismo.

Con este nuevo número de Escritos prolongamos una vez más las líneas de errancia de la escritura en deriva hacia la multiplicidad, esa "flagrancia de construir leyenda" en el acto de ficcionar y construir conceptos. Tal es a fin de cuentas el trabajo del pensamiento: de la literatura, de la filosofía.