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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.19 no.43 Bogotá July/Dec. 2011

 

BOLÍVAR EN LA POÉTICA QUE PIENSA LA REALIDAD

BOLIVAR IN THE POETICS THAT THINK REALITY

Claudia Arcila Rojas*

*Especialista en Investigación Docente Universitaria por la Fundación Universitaria Luis Amigó, Medellín, Colombia. Investigadora Universidad de Antioquia, Medellín. Miembro del Grupo de Investigación "Somos Palabra" de la Universidad de Antioquia, y del GRILEC de la Universidad de San Buenaventura. Correo electrónico: corpecom@gmail.com.

Artículo recibido el 29 de junio de 2011 y aprobado para su publicación el 9 de agosto de 2011.


Resumen

Este texto pregunta filosóficamente por el sustento poético de la pieza literaria de Simón Bolívar, Mi delirio sobre El Chimborazo. De la lectura del poema se desprende la vinculación de lo pensante con lo axiológico y lo político, y desde allí, con los universales de justicia, libertad y dignidad como auténticas expresiones de lo bello, y por ende, de lo estético de la naturaleza y de la gramática del lenguaje. Se analizan así los andamios históricos y evolutivos que le permiten al hombre atravesar los niveles de su configuración pensante en una equivalencia perfecta con su naturaleza lingüística, la cual, desde el desempeño biográfico de cada sujeto, permite reconciliarse con una comprensión estética de la naturaleza.

Palabras clave: Poesía, Estética, Gramática, Geografía, Belleza.


Abstract

The following paper raises the philosophical question for the poetic support of Simón Bolivar's literary piece: My Delirium on Chimborazo. From the poem follows the link between the thinking with the axiological and the political, and thence, to the universals of justice, freedom and dignity as authentic expressions of the beauty, and therefore, the aesthetic of nature and the grammar of language. The historic and evolutive structure is analysed. Such structure allows the human being to cross his thinking configuration in a perfect equivalence with his linguistic nature. Considering the biographical task of each subject, the linguistic nature allows the human being to be reconciled with an aesthetic understanding of nature.

Keywords: Poetry, Aesthetics, Grammar, Geography, Beauty.


Introducción

Concebida la experiencia de la palabra como una posibilidad que abre espacios y tiempo de la significación, tiende a pensársela como un mundo confluido y constituido por signos combinándose y alterándose hacia el propósito de la simbolización. Sin embargo, no hay tal independencia territorial cuando se alude al vasto y complejo dinamismo lingüístico.

En aras de comprender el lugar y los momentos del lenguaje, podría aplicarse la analogía de correspondencia entre lo lingüístico y lo humano, como la correspondencia entre el agua y la vida, puesto que ambos son elementos y complementos de la misma esencia.

Vivir está vinculado con el desarrollo de condiciones biológicas y ambientales que permitan situaciones de adaptación y construcción de nuevos escenarios. Así mismo, pensar es establecer vecindad con las formas que el lenguaje tiene para trazar y posibilitar relaciones cognitivas.

De esta manera, para la esencia de las palabras se rompen las consideraciones fronterizas desde las cuales irrumpe el sentido de las incógnitas insondables. Antes bien, las palabras habitan tanto las rutas de lo conocido como lo desconocido, desde los despliegues de la descripción y de la especulación; las palabras se incrustan en los contornos de los objetos y sospechan sus intersticios ontológicos, desde los cuales lo palpable y lo intuible se enlazan en la predicación para connotar lo complejo. Lo complejo es lo humano y sus indescifrables signos, sus intraducibles actuaciones. El Libertador se debatió y expresó entre estas circunstancias, avanzó en su biografía pensando la realidad que ondea entre lo natural e histórico y haciéndola significado estético en el componer de la palabra.

Lo ignominioso y lo honesto se mezclan en la nominación de Bolívar, sin reservar el contenido poético que caracterizó sus intervenciones. Al descompensarse su ánimo con las exaltaciones que ultrajaron los anhelos de unidad y justicia, se engrandece su palabra y espíritu de hombre comprometido. Bolívar afirma: "la traición es demasiado vil para que entre en el corazón de un grande hombre (...) Yo ya he ahogado en el lago del olvido todo lo pasado" (ctd en Cacciatore & Scocozza 332), aludiendo al soterramiento de una pasión con el aumento de lo virtuoso, pero sin desconocerle a lo inadmisible su carga de daño y entorpecimiento en las campañas de honorables e impostergables propósitos.

Son palabras de melódicos sentimientos, con hondura humanista y expectativa de guerrero, de un hombre íntegro capaz de pensar la naturaleza en lo humano, haciéndola parte del carácter axiológico que prefiere la amistad a la gloria, sin sentirse extraño en tierras que reclaman los votos de la libertad y la justicia: "Si aquí no podemos hacer nada por el bien común, el mundo es grande y nosotros tan pequeños que cabremos en cualquier parte (...) La amistad es preferible a la gloria" (Id. 339).

En este acumulado artístico la memoria graba los aprendizajes que se resisten al olvido, las herencias que se niegan a la traición y las imágenes que emulan la identidad de un pasado de proezas y dignidad donde el hombre se esforzó y construyó su origen, donde trabajó para trascender la barbarie y el instinto; por ello el Libertador eleva su llamado a la actuación en conformidad con leyes que restablezcan el orden, la dignidad y el humanismo:

    ¡Legisladores! Ardua y grande es la obra que la voluntad nacional os ha cometido. Salvaos del compromiso en que os han colocado nuestros conciudadanos salvando a Colombia. Arrojad vuestras miradas penetrantes en el recóndito corazón de vuestros constituyentes: allí leeréis la prolongada angustia que los agoniza; ellos suspiran por seguridad y reposo. Un gobierno firme, poderoso y justo es el grito de la patria. Miradla de pie sobre las ruinas del desierto que ha dejado el despotismo, pálida de espanto, llorando quinientos mil héroes muertos por ella, cuya sangre sembrada en los campos hacía nacer sus derechos. Sí, legisladores, muertos y vivos, sepulcros y ruinas, os piden garantías. Y yo que sentado ahora sobre el hogar de un simple ciudadano, y mezclado entre la multitud, recobro mi voz y mi derecho, yo que soy el último que reclamo el fin de la sociedad, yo que he consagrado un culto religioso a la patria y a la libertad, no debo callarme en momento tan solemne. Dadnos un gobierno en que la ley sea obedecida, el magistrado respetado y el pueblo libre: un gobierno que impida la transgresión de la voluntad general y los mandamientos del pueblo. Considerad, legisladores, que la energía en la fuerza pública es la salvaguardia de la flaqueza individual, la amenaza que aterra al injusto y la esperanza de la sociedad. Considerad que la corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y de la impunidad de los delitos. Mirad que sin fuerza no hay virtud; y sin virtud perece la república. Mirad, en fin, que la anarquía destruye la libertad y que la unidad conserva el orden. ¡Legisladores! A nombre de Colombia os ruego con plegarias infinitas que nos deis, a imagen de la Providencia que representáis, como árbitros de nuestros destinos, para el pueblo, para el ejército, para el juez y para el magistrado ¡¡¡Leyes inexorables!!! (Id. 349-350).

Es en este sentido que la memoria humana equivale no solamente a un depósito de significados y valoraciones de su pasado, sino y más aún a una galería de imágenes que permiten visualizar y recapitular épocas y personajes en sus modos de comprensión y apropiación de sus realidades.

Este es, muy seguramente, el espacio inaugural de la formalización lingüística, donde el hombre imitó las evidencias y dinámicas de la naturaleza para aprehenderlas y aprehender mecanismos de respuesta a ese instante cronológico exacerbado en sospechas.

Por ser el sentido de la visión el receptáculo de mayor preponderancia en la asimilación que se tiene de los estímulos, descansan allí las referencias que de la imaginación permiten un acercamiento más preciso e idóneo a todos aquellos eventos que fueron y se prolongaron como réplica e indagación de sus pormenores. La imagen favorece el esfuerzo de la razón por detenerse, pero también por superar las características físicas de un acontecimiento.

En esta perspectiva, el lenguaje apropia y dinamiza las imágenes históricas, antropológicas y sociológicas para hacerlas objeto narrativo, dentro de mediaciones semánticas y simbólicas que le dan secuencia al hecho artístico a través de la reflexión estética, y por consiguiente, del propósito poético que indaga las fibras de la belleza.

Simón Bolívar hizo propio este recurso aún ante los acontecimientos de dolor y pena; sus palabras fueron como plegarias concedidas por la sabiduría del tiempo y convertidas en piezas de virtud y heroísmo:

    ¡Colombianos! Mucho habéis sufrido, y mucho sacrificado sin provecho, por no haber acertado en el camino de la salud. Os enamorasteis de la libertad, deslumbrados por sus poderosos atractivos; pero como la libertad es tan peligrosa como la hermosura de las mujeres, a quienes todos seducen y pretenden, por amor, o vanidad, no la habéis conservado inocente y pura como ella descendió del cielo (Id. 368).

La auténtica belleza, la originaria plenitud de los sagrados derechos y hechos que comprometen lo humano con la reivindicación de una historia heroica, debe sostenerse en "la virtud, la fuerza y las luces de Colombia" (Id. 369), condiciones de inequívoca intención y de semejanza con los ritmos de la naturaleza. Bolívar tuvo la agudeza para comunicar esta cercanía retornando al esfuerzo colectivo que indaga la belleza:

    Ardua y grande es la obra de constituir un pueblo que sale de la opresión por medio de la anarquía y de la guerra civil, sin estar preparado previamente para recibir la saludable reforma a que aspiraba. Pero las lecciones de la historia, los ejemplos del Viejo y Nuevo Mundo, la experiencia de veinte años de revolución, han de serviros como otros tantos fanales colocados en medio de las tinieblas de lo futuro; y yo me lisonjeo de que vuestra sabiduría se elevará hasta el punto de poder dominar con fortaleza las pasiones de algunos y la ignorancia de la multitud; consultando, cuanto es debido, a la razón ilustrada de los hombres sensatos, cuyos votos respetables son precioso auxilio para resolver las cuestiones de alta política. Por lo demás hallaréis también consejos importantes que seguir en la naturaleza misma de nuestro país, que comprende las regiones elevadas de los Andes y las abrasadas riberas del Orinoco: examinadle en toda su extensión, y aprenderéis en él, de la infalible maestra de los hombres, lo que ha de dictar el congreso para la felicidad de los colombianos. Mucho os dirá nuestra historia y mucho nuestras necesidades; pero todavía serán más persuasivos los gritos de nuestros dolores por falta de reposo y libertad segura (Id. 393).

De cualquier modo, en el soporte de lo bello no sólo prevalece lo armónico en su dirección de ajustada proporción y de nivelados detalles, constituyendo el equilibrio del todo; es además la base axiológica la que hace de lo bello la experiencia humanamente grata en su indicación de justeza y balance de fuerzas y expresiones. Lo bello entonces en la consideración de lo divino y de su verdad irradiada en el devenir de la materia, exenta de la revelación dogmática que le atribuye a lo perfecto un lugar inasible a lo humano.

Así pues, y por ser el lenguaje poético una textura de multifacéticas y multisemánticas narraciones, se demuele en él el concepto de espacio como área de restringidos movimientos, para entenderse como un continente en unidad de rasgos y posibilidades enunciativas que no rivalizan con otras rutas discursivas que buscan asideros en tierras previamente delineadas. El suelo poético es origen lingüístico poniéndose al alcance de los preceptos estéticos, en procura de la agrupación correcta de los grafemas que le dan gramática y fonética a las palabras.

Es por ello que el lenguaje, como la realidad, no se agota en su exposición y representación de objetos; está también determinado por el movimiento incesante de sus elementos, creando y motivando nuevos actos declarativos que reflejan el acto mismo del pensar. Y al ser la realidad una fuente de renovados acontecimientos, sugerentes, igualmente de renovadas acciones pensantes, se le supone al antecedente lingüístico una actividad remozada en sus componentes, desde la cual su continental ambiente forja las líneas de la interrogación como modalidad estética componiendo el acertijo de la obra, y así mismo, los intersticios que se escapan de la inmediatez de los sentidos.

De este nuevo sendero lingüístico se desprenderán otros recorridos de abundante riqueza en sus interiores, otras sendas y atajos que provocan la mirada al salto de la profundidad y la búsqueda de más agudos fondos detrás de las evidencias.

Para el conocimiento, este suceso lingüístico deja marcas en las disposiciones cognoscitivas, en tanto la propedéutica exclamativa es la necesidad interpretativa del símbolo que trasciende sus emanaciones significativas en el suceso de laboriosidad que hombre y cosa protagonizan, ya que el mundo de los objetos es en razón y propósito de la utilidad que le presentan al hombre, pues sólo en esta cercanía de apoyo en las condiciones que el hombre requiere para adaptarse al entorno puede la coseidad abandonar su anonimato e ingresar al catálogo alfabético que le da uso en el discurso.

Por lo anterior, las vinculaciones que el conocimiento establece con los objetos trasegados desde el origen de la pregunta, deberán posibilitar una apropiación discursiva con tonalidades epistemológicas integradas en el criterio estético. Permitir ver y moldear lo cognoscible en la intención de la comprensión humana y científica significa borrar las fronteras de división entre las denominadas disciplinas acreditadas, ya que la ciencia en sí misma congrega la inminente preocupación por conocer y comprender el universo del cual el hombre hace parte.

Separar los métodos y los discursos para ubicar y definir los objetos como si fueran entes independientes unos de otros, equivale a fragmentar la utilidad e incidencia que las partes tienen en el todo. De este modo, las prescripciones teóricas dentro de proyectos intelectuales particulares se convierten en dogmas carentes de historia y de movimiento.

Desde esta perspectiva, la poética continentaliza y contextualiza la narratividad y la subjetividad que se eleva como una voz de crisis y búsquedas, dentro de las cuales el examen crítico y reflexivo de las expresiones dominantes favorece la interlocución y la divulgación de nuevos conceptos y actos renovadores, donde el hombre interroga sus razones y las razones que determinan recorridos y hallazgos.

El texto territorial es así el museo de vetustas imágenes convertidas en relatos que el mundo lanza para ser interpretados; relatos de sendas, montañas, ríos y selvas que mueven sus telones para denunciar sus intimidades y particularidades traducidas en evento de admiración y duplicación.

Es el hombre quien admira y quien duplica; son sus inquietudes las que se encargan de capturar y calcar los rostros y sus difuminaciones en el espacio y el tiempo que comunican la identidad de una historia. Pero la comunicabilidad lingüística está superada por la relación entre dos momentos cronológicos que fisuran las líneas de lo real y lo ficticio; dos momentos de la contemplación donde escritura y lectura completan el juego de lo posible, y por ende, el camino de lo inesperado.

De tal particularidad epistemológica surge la acción del texto, es decir, el verdadero canon simbólico que compromete al hombre con su esencia y creencia: la acción como hecho testimonial de una identidad narrada a través de las geométricas medidas del lenguaje, de sus ilustraciones y configuraciones de sentido, posicionando los nombres y los adjetivos con la perfecta indicación de los artículos. La poesía encarna así al verbo para mover en su dialéctica composición el contenido trascendente de las palabras en el lugar del cuerpo.

Con esta metáfora de la gramática, convocando la versatilidad idiomática, se despeja la espacialidad lingüística en el mundo del texto, de la geografía y en las posibles imágenes que ésta ofrece para inaugurar el juego de las letras, sus danzas, inconformidades, huídas y desenfrenos en busca de los nuevos conceptos encomendados a nombrar los cambios que la grandeza espacial va propiciando.

Para esta connotación de espacio, el preámbulo abarcante de la poesía ya ha ramificado sus posibilidades de enunciación en el terreno gráfico del arte; ya se han demarcado físicamente los eslabones que le permiten a la historia elevarse al nivel de la mirada, que no solamente contempla, sino que también comunica sentido y avanza en la perspectiva de sus incógnitas.

Para el espacio la escritura, y para ésta el movimiento, es decir, el lugar del no lugar seguro, el desplazarse sin lamentar la seguridad de una página o la significación del párrafo en la lógica del relato. La escritura no demanda, no tendría por qué hacerlo, la certeza del episodio que transporta en la fidelidad de su instante, y no tendría por qué hacerlo, ya que su esencia, como la del episodio que encarna, es el cambio de sus fibras y evidencias que ponen al espacio y a su definición en el centro metafórico del arte.

En este devenir de huellas y símbolos atravesando épocas y comprensiones, la misma vida se instala y se desplaza en la concepción de ser leída, pues una vez padecida y reflexionada, logra ser estudiada, valorada y asimilada por la incesante mirada; logra ser pensada y nombrada como una experiencia de cambios y transformaciones, de lecciones y preguntas; una experiencia donde el hombre se hace y se forma en la dureza de las contradicciones y en los ataques del horror que pulen el carácter. Mientras hace, el hombre cambia, avanza y pondera en sus aspiraciones, se sabe hijo del tiempo y de la finita condición de su existencia, de la cual sólo se conservan los recuerdos, los ejemplos y criterios que hacen una imagen digna de ser rememorada.

Bolívar pone los cuadros del horror como modelos que auxilian el porvenir en la resignificación de sus equivocaciones, comparándolos con "aquellos formidables golpes que la Providencia suele darnos en el curso de la vida para nuestra corrección" (Id. 396); alienta a "coger dulces frutos de este árbol de amargura o a lo menos alejarse de su sombra venenosa" (Id. 397), a fin de que la belleza vuelva a resplandecer sin el riesgo del artificio.

La metáfora no desborda, ni aniquila la premisa semántica y la consecuencia pragmática; tampoco enriquece, altera o entorpece el auténtico código de la expresión ni de su intención. Ella simplemente trasporta, como las cigüeñas, el figurado nacimiento de nuevas lamentaciones y cantos dispuestos a relatar otra historia. Es el libro que siempre se está haciendo; es la obra que nunca ha de ser culminada; es el parto con su prolongado dolor; es la aurora que nunca anochece; es el espacio que se bifurca, se contrae y se extiende para no permitir la opción de la llegada; es el libro geográfico como puerta que nunca se cierra; es el círculo del cual nunca se sale; es el laberinto, es la casa, es el mundo de infinitas asociaciones; es el sendero que linda con todas las cosas, y por eso mismo, con el hombre y su pregunta.

Innegablemente, la humanidad camina y descansa en los jardines del lenguaje, a la sombra de sus expresiones de encuentro e identidad, donde se interrogan y responden a los momentos que el pensamiento ha captado con asombro. En el lenguaje, por ser éste la sustancia vital de la materia, en su dinamismo de enérgicas y fútiles revelaciones, se encuentra el palpitar de las razones y los hechos desde los cuales se inician las comprensiones.

El lenguaje es sustancia y obra; existe como el aire o como la luz en pleno florecer de medio día; es elemento de preponderancia ontológica mostrándose y haciéndose en la extensión del cosmos; es por tanto imagen de la cosa, aunque no la cosa misma, ya que se desempeña como exterioridad constante bajo múltiples y variadas exposiciones, donde todos los demás componentes de la naturaleza se contienen.

El mismo movimiento y la dialéctica son lenguaje, porque en ellos se transmiten y se conciben las comprensiones innatas de los objetos y del ambiente en el que interactúan; son lenguaje por su carga exponencial de sentido porque, por encima de su realidad, están los caracteres que los hacen pensables y memorables como hechos fundantes de realidades más complejas; están además sus particularidades de indiscutible impacto en las preguntas que los hacen conocimiento.

Movimientos de finitud donde la palabra también se desliza, recorre el cuerpo y el sentido para poetizar la vida, la naturaleza, la lucha, el esfuerzo, el abatimiento y la muerte, para hacer bellas las despedidas y eternos los recueros. Desde esta superioridad poética, el Libertador empeñó su causa haciéndola consigna y espada de su rectitud y compromiso con la patria:

    Colombianos: Habéis presenciado mis esfuerzos para plantear la libertad donde reinaba antes la tiranía. He trabajado con desinterés, abandonando mi fortuna y aún mi tranquilidad. Me separé del mando cuando me persuadí que desconfiabais de mi desprendimiento. Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono. Al desaparecer de en medio de vosotros, mi cariño me dice que debo hacer la manifestación de mis últimos deseos. No aspiro a otra gloria que a la consolidación de Colombia. Todos debéis trabajar por el bien inestimable de la Unión: los pueblos obedeciendo al actual gobierno para libertarse de la anarquía; los ministros del santuario dirigiendo sus oraciones al cielo; y los militares empleando su espada en defender las garantías sociales. ¡Colombianos! Mis últimos votos son por la felicidad de la patria. Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilamente al sepulcro (Id. 412).

De esta forma, también el conocimiento es lenguaje poético, es voluntad y trabajo sin descanso, y por eso mismo, materialidad de permanentes oscilaciones, es decir, significación expuesta a otra expresión lingüística, otra imagen del lenguaje conservándose en la estética dialéctica y dinámica: en la estética de la vida que tiene tanto valor como la muerte.

Empero, sería un desacierto analítico permanecer en la idea de la estética como precedente de obcecación sensorial, imprimiendo artificios de ligereza armónica sujetos a tendencias y movimientos que interpretan el mundo y sus transformaciones con consignas de atractivos mensajes.

Este carácter publicitario de la estética, incluso, demoledor del sentido de lo bello, y por ende, peyorativo con las posibilidades de lo perfecto, corresponde al riesgo de la maleabilidad del lenguaje, pues al ser el elemento consustancial de la existencia, es y se presenta en las infinitas formas y creaciones que el hombre emplea para alentarse y distanciarse de los principios rectores de la esencia.

Sin embargo, al connotarse el lugar lingüístico como lo infinito, ha de precisarse que, en la materialidad humana, su desempeño de palabra codificada como estructura de lógica enunciación debe ordenarse en los planos éticos que atesoran el ser del mundo en el hombre como primer estímulo frente al cual se reaccionó.

Así como el aire o el fuego, incluso la misma tierra y hasta el agua y los átomos se mueven para hacerse y concentrarse en nuevas presentaciones, el lenguaje ocupa en la palabra su estado de máxima perfección, componiéndose como evento de sentido, en el cual la materialidad del significante y el significado evolucionan como evento fonético, y en ese sentido, como advenimiento ontológico: la esencia tornándose consistencia, volviéndose principio y desarrollo de la realidad que, además de desdoblarse en combinación de particulares lenguajes, se hace explícita en la universalidad de la imagen entonando la verdad desde la cual es vista.

Este intento introductorio vale como antesala de la razón histórica y natural, desde la cual Simón Bolívar y El Chimborazo compusieron el diálogo de la poética desde la experiencia del delirio en expresión de la posesión estética de la naturaleza sobre la gramática del lenguaje. La lingüística de la materia posee la lingüística del pensamiento para enunciar la obra poética sobre la porción geográfica de monumental y trascendente belleza.

El deliro del Libertador sobre El Chimborazo constituye el sentido ontológico y axiológico del lenguaje en la composición poética que levanta la pregunta por el ser del hombre en el mundo, frente al tiempo y sus interrogantes:

    ¿Por qué te envaneces, niño o viejo, hombre o héroe? ¿Crees que es algo tu Universo? ¿Que levantaros sobre un átomo de la creación es elevaros? ¿Pensáis que los instantes que llamáis siglos pueden servir de medida a mis arcanos? ¿Imagináis que habéis visto la Santa Verdad? ¿Suponéis locamente que vuestras acciones tienen algún precio a mis ojos? Todo es menos que un punto a la presencia del Infinito que es mi hermano (Bolívar 1978 405).

Aunque no podría ser tautológico afirmar que tales interrogantes golpean el oído para convertir en trabajo el eco de su significado, sí podría suponerse que su implicación filosófica comporta una reflexión urgente en este momento histórico de injustificada vanidad e indiferencia, en la cual parece atisbarse cierta alucinación de grandeza en el endiosamiento del capital y de las comodidades que permite.

El delirio poético

El atrevimiento extravagantemente apriorístico de separar un saber de su propedéutica histórica ha conducido a referenciar indiscriminadamente los anales del conocimiento como categorías obsoletas y retrógradas, que en poco o en nada contribuyen a las precisiones epistemológicas que le acreditan a cada discurso su idoneidad dentro del diálogo gnoseológico, abriendo las puertas del pasado y del porvenir de la ciencia.

Es una labor ética no proscribir los precedentes de análisis que cargan conceptual y pragmáticamente los predicados afirmativos o negativos alrededor de los distintos objetos de estudio que explican el desarrollo del pensamiento.

Sabido es de antemano, que la relación del hombre con sus circunstancias va delineando un panorama de observación, en el cual se circunscribe la realidad humana en su caracterización individual y colectiva, en sus búsquedas y frustraciones, donde el hecho mismo de vivir define el carácter dialéctico de los vínculos construidos entre el hombre, la naturaleza y su mismo pensamiento, siendo este último el elemento diferenciador de lo humano con las demás formas de vida; siendo, en suma, la evidencia de la consustancialidad lingüística, en sus manifestaciones de movimiento, gesticulación, escritura y habla.

El hombre en su humanización alcanza a diferenciar claramente sus condiciones solitaria y social, desde las cuales traza el nivel biográfico e histórico de su personalidad. "Pero la personalidad que finalmente emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos particulares de comportamiento" (Einstein 1949); es decir, el hombre está en un quehacer permanente de su vida, desde un acumulado de imágenes y recuerdos que instalan su presente en un pasado, y por consiguiente, en una relación de semejanzas y/o diferencias que plantean la sucesión de réplicas o renuncias, tanto en el plano biográfico como histórico.

Sin embargo, esta peculiaridad cronológica no tendría incidencia en la determinación humana, si no fuera por la memoria y su carácter repercutible a nivel de sensaciones y condiciones particulares en cada ser humano; situaciones que afincan su ser social o solitario, de acuerdo con el contenido valorativo de cada imagen. Los recuerdos, aunque son vestigios del pasado, se actualizan y fundamentan nuevas decodificaciones en el ser y el hacer de cada hombre.

Es por ello que cobra autorizada relevancia la referencia arqueológica de cada saber, y más aún cuando dicho saber compromete la participación del hombre, no solamente en tanto que sujeto cognoscible, sino además como principio de indagación y elucubración de razones.

Todo hombre intenta comprender quién es y sobre qué circunstancias se confronta este interrogante; intenta darle respuesta a su biografía, calcando con las palabras el potencial de representaciones que habitan el imaginario de la vigilia y del sueño, es decir, los lenguajes de la realidad y de la onírica, desde las disposiciones conscientes e inconscientes a partir de las cuales razón e instinto se juegan los dominios cognitivos en una conjugación de elementos, donde muchas veces la intuición y el aplomo quedan medidas bajo el mismo parámetro.

Ahora bien, en este nivel dialéctico de conciencia e inconsciencia se desarrolla el verdadero funcionamiento y fundamento mental, a la luz de una apropiación o negación de estímulos que empiezan a ser el sumario reservado del alma, y por tanto, el espacio de remembranza en el cual se inicia la interlocución con ciertos episodios que sellan las formas de actuación y significación en la composición vital de los relatos y retratos definiendo una vida.

No es pues contrario el tratado de la actividad mental, propio de la psicología, en su indagación psíquica y en la complejidad que esto comporta, al tratado del alma en su preocupación por el ámbito de la vida, en un implícito e innegable devenir de forma y materia, cumpliendo los principios de la racionalidad y/o irracionalidad, según sea la disposición cognitiva.

Pero este mismo fenómeno tiene impacto en el campo del conocimiento en general, sólo que se torna imprescindible un análisis que tenga como punto de partida el hecho pensante del hombre y lo que esto significa dentro de la psique humana, en la cual necesariamente el mismo pensar pasa a ser una razón de contemplación y discernimiento de las situaciones y eventos que la vida moviliza a través de la geografía, la poesía, el canto y el arte, como realización de lo bello, lo ordenado y lo armónico. Bolívar encontró en esta ruta una posibilidad de cercanía con la naturaleza y con los más estéticos momentos que ella brinda para pensar también la belleza entre los hombres, sus relaciones y búsquedas.

El hombre es pues un texto, declarativa y dubitativamente emisor de datos, mensajero de una escritura haciéndose símbolo de su personalidad e inclinaciones; una marca lingüística, que, desde el territorio de la memoria, permite significar y expresar ciertas comprensiones y concepciones a partir de las cuales se transportan y crean nuevas imágenes de su realidad y la realidad que lo implica. Tras esta idea, el Libertador se obligó con la vida a pensarla como grandeza, a situarla como principio de reflexión y admiración, en el cual cabe proyectar la historia como una continuidad de las obras de la naturaleza, y más aún, de sus cambios anunciando nuevas preguntas, nuevos riesgos y nuevas proclamas.

Es latente que, en todo hombre, la experiencia de preguntar y preguntarse, de atreverse y responderse tiene como origen una experiencia que atrae poderosamente la atención o el recuerdo de la mente afectada o estimulada por el suceso. La conciencia se detiene ante el episódico momento y conserva de él cuanto le pueda llegar a ser conveniente o sugerente de un hallazgo, e incluso rememorativo de alguna imagen o sensación que tuvo impacto en su pasado. De la persistencia en este encuentro, y de la intención que el sujeto tenga para analizarlo, se articulan procesos de pensamiento plenamente concebidos por el entendimiento desde "un llamado que apunta a nuestra esencia" (Ibíd) lingüística, en su capacidad de respuesta a cada una de las circunstancias que impactan, de alguna manera, la vida.

Bolívar no fue ajeno a este tránsito. Su delirio ante El Chimborazo prueba el efecto del pensamiento sobre la palabra, haciendo canto, memoria y lamento los significados del diálogo con el tiempo, con sus indicaciones y enseñanzas.

Con todo y lo anterior, el ser en las palabras o en el suceso hablante por naturaleza, pareciera a veces procurarle al hombre una lejanía con el terreno primigenio de la enunciación, reduciendo el importante suceso de la designación a una entonación ligera y desalojada de sentido, carente de recuerdos, de palpitaciones y añoranzas:

    Es como si el habitar fuera lo que más fácilmente sucumbe al peligro de hacerse común y ordinario. El lenguaje propiamente habitado por el hombre y sus voces habituales son sustituidos por las palabras ordinarias. Este hablar vulgar es lo que se hace corriente. Se lo encuentra por doquier, y siendo lo común a todos, se lo toma como única norma posible" (Id. 115-116).

Bajo esta disminución, se ridiculiza el conocimiento y se engrandece la extravagancia y el apriorismo que se esfuerza en obtener respuestas sin preguntas y explicaciones sin asombro; simples discursos de la vanidad humana, haciéndose y nombrándose en la significación de sus espectros y sofismas, significaciones, por lo demás, desposeídas de realidad, pero abundantes en alucinaciones, periodicidades y simultaneidades espaciales donde la insensatez se posa.

Justamente detrás de esas simultaneidades cosmogónicas, se adviene el reto de "la investigación psicoterápica, que en general se contenta con un material humano de nivel vulgar" (Freud 7), conforme al cual se ejercita una cercanía con el sujeto y su palabra para poder transitar ciertas vías de catarsis, tendientes al reconocimiento de las ligaduras causales que se dan entre las verdades y sus versiones.

Se da así el llamado, como un intento de significar el suceso en la dirección de una voz que convoca a llegar, a hacer presencia, mediante un aliciente que pueda servir de morada. "Significar no es primigeniamente nombrar, sino que por el contrario: el nombrar, denominar es una especie de significar en el sentido primitivo de un solicitar-a-venir y un encomendar" (Heidegger 120), en el cual precisamente el entendimiento configura la total vecindad entre el concepto y el objeto, en la unidad cognitiva por excelencia: la idea, la cual connota la noción y el alcance del trámite gnoseológico que opera en la intimidad del pensamiento, y que ha de ser evidenciado a través de la palabra.

Con Bolívar esta semántica de la significación se eleva, pues aunque su experiencia sea nominada como un delirio, éste obedece y conduce a la expresión de su habitabilidad en la palabra, a su encarnación de la naturaleza moviéndose en los códigos que la subliman para ser ejemplo del actuar de los hombres.

Es pues en el pensar, "como destino de nuestra esencia" (Heidegger 122), donde el relato logra ser la puesta en escena del conocimiento, pero con el precedente arqueológico que no lo separa de su razón analítica, y por ende, de su impacto histórico y biográfico, convocando "a estar dentro de una palabra" (Id. 117) que ha sido pensada para aclarar la significación de cada evento, teniendo presente que "las leyes a que obedece el pensamiento son independientes del hombre que ejecuta en cada caso los actos de pensar" (Id. 111). No es posible el delirio del Libertador sin El Chimborazo; no fue posible su vida sin su causa, así como no habría sido digna su muerte sin su sacrificio. El libertador hizo de su historia un relato que no se agota en el silencio; continúa exhumándose como canto del agua y fertilidad de la tierra, como espada que vuelve a las manos del guerrero y grito que no abandona su batalla.

El pensamiento, en tanto ruta del conocimiento, está pues acompañado de los ecos del pasado, que no solamente muestran el objeto en su denominación, sino que además hacen presente el relato biográfico y/o histórico, a partir del cual el sujeto es conocido a través de los hallazgos y mensajes que trae sobre sí el objeto.

Tiene así un compromiso ético, el poner frente a frente al sujeto que conoce y al objeto que es susceptible de ser conocido, desde un análisis de los antecedentes declarativos de cada uno, ya que no existe un presente desarraigado de su pasado, ni en el mundo de las cosas, ni en el de los hombres; unos y otros cuentan con un registro que les otorga pertenencia a una historia científica y antropológica: la historia misma de la comunidad del conocimiento, insinuando e instaurando los diálogos donde se orquestan saberes.

Pero estos diálogos no son simples disertaciones de expertos. Corresponden principalmente a las fronteras de la enunciación, que tienen como principio de validez su auténtica correspondencia con el objeto y el encadenamiento cronológico y espacial que le concede datos en la historia del pensamiento.

Los objetos no son apariciones primeras ante los sentidos de ciertas disciplinas; contienen momentos y registros que han hecho parte de la memoria de la materia en su condición dialéctica, que han estado además inmersos en una realidad natural, determinada por la evolución, pero jamás por la fugacidad; es decir, a cada objeto lo habita una esencia o una naturaleza que se dinamiza en sus accidentes y atributos, pero que conserva un signo, haciéndose designio "en el cual obra una voz dirigida y con esto, por cierto, una posibilidad de denominar" (Heidegger 120).

La orientación de este acontecer del discurso no puede deslindarse de la elocuencia y precisión que razona los elementos que intentan componer una visión en atención al vínculo tan complejo que hay entre el hombre y las representaciones de las cuales se vale para sostenerse y resistirse en un ambiente de fricciones que se impone a todo nivel.

La constitución de sujeto tiene correspondencia con la constitución del hombre. Ambos obedecen a una connotación dialéctica e histórica que comportan nuevas rutas de indagación en la configuración de pensamiento que define fronteras de análisis en la percepción del sujeto, dentro de un entramado de relaciones sociales de donde emergen y se instalan otras vías de comprensión contorneadas por lo figurado. Por ello Bolívar no le esquiva a la compenetración con su objeto poético, que es a su vez su objeto de conocimiento: él lo asume como un testamento que anuncia la fortuna de la sabiduría a los hombres y su incansable tarea de apropiar y defender la vida.

El hombre actúa en el trabajo y en el lenguaje, y en ellos el decir y el pensar abren el sendero del habla como forma peculiar e innata de expresividad humana cifrando la vigilia y el sueño, el dinamismo y la quietud, la enunciación y el silencio. El habla le es natural al hombre, pertenece a su esencia biológica, lingüística y laboral, a su ser finito: es decir, el habla es tránsito y frontera del hombre en la realidad que lo connota como sujeto en evolución, en indagación y en esfuerzo.

En el habla está, pues, esa fuerza diferenciadora capaz de levantar los límites entre la concepción de vida humana y vida animal; es la concentración misma del instinto en el terreno de la racionalidad que permite analizar, comparar y sintetizar los distintos episodios existenciales que retan y confrontan al hombre en su día a día.

Es así como el hacer del hombre en el suceder del tiempo tiene un efecto real en el suceder del espacio, una especie de marca donde precisamente el acumulado de las experiencias, vivencias y sentimientos permiten que los elementos configurativos del conocimiento estén en una constante retroalimentación entre lo social y lo cognitivo, puesto que biología y cultura humana ingresan al pensamiento gracias a un tapiz lingüístico, desde el cual las imágenes de la memoria inician el diálogo con las imágenes de la realidad.

Es pues en esta conjunción de imágenes donde se anuncia el nuevo relato del hombre: su delirio tal vez, su naufragio quizá, su emoción o esperanza por encontrar, producto de la amalgama de figuras, un evento capaz de trascenderlas a ambas, pero sin renunciar a lo que cada una de ellas presenta.

Este es el suceder del tiempo y del espacio pensado directamente en su unidad histórica, pero además en su propiedad dialéctica, avanzando, pausando, retrocediendo y anticipando caracteres en asincrónica proclama. El relato no es así lo puramente descriptivo de una hilaridad biográfica o histórica; es también la inmanencia geográfica, donde lo espacial se define en surcos y degradaciones procuradas por el tiempo, pero además en condiciones de esbelta apariencia que albergan en su interior el decir de la palabra desde su más remoto origen.

Es el decir lingüístico del mito el que da asidero a la entonación propia de las palabras, aunque parezca que en él se digan las voces de entidades endiosadas como razones únicas e inalterables del funcionamiento del universo. El mito es el advenimiento poético, en el cual están recogidas todas las imágenes del mundo para conducirse al abrazo con la vida.

Pero la poesía, con el mito a cuestas y su invaluable condición de primera imagen cognitiva, muda las texturas de la imaginación desposeída de los datos que la naturaleza brinda para ser indagada, y se repara en los tejidos de la lógica dialéctica para pensar "un decir y hablar primigenio del lenguaje" (Heidegger 125), donde precisamente "el pensar y la poesía son en sí el primigenio, esencial y, por esto al mismo tiempo, último hablar que el lenguaje habla por medio del hombre" (Ibíd).

Su génesis y su clausura es entonces el presente mismo de la palabra en una fusión poética, donde nominación y ente hacen presencia en el decir que piensa desde el entramado estético trayendo en su interior la vibración de la obra. Es por ello que el delirio acontece como un frenesí, en tanto arrebatamiento divino que impone el tránsito por las sutilezas de una obra que encarna el imperturbable y altivo carácter de lo bello.

El Libertador promulga la riqueza poética en la habitabilidad de un delirio que cuenta con la firmeza de un evento embanderado como suelo y techo de la grandeza anhelada para los hombres. El Chimborazo es la obra que lo arrebata en el compungido acto pensante de la realidad que ha dejado sangre, dolores, destrucciones, pero sobre la cual también se han sembrado semillas de lucha tendientes al logro de la felicidad, apéndice de la justicia y la dignidad que se ha recobrado.

Los pasos de convencimiento y lucha de Bolívar por la América abatida le sirvieron de antesala de la naturaleza como imagen sobre la cual se establece la semejanza de los hombres. Y al contemplar la naturaleza para poder decirla y asirla como modelo, se debe ir y volver al suelo de la composición lingüística que origina y culmina la obra del lenguaje en su materialización poética.

En la poesía se enlazan las palabras en un decir que comienza en la vida y que continúa nombrándose después de ella; es la unión sonora del drama y la esperanza en la voz divina, frente a la cual toda grandeza aminora sus atributos y ensombrece sus virtudes. La poesía es la belleza misma enunciando lo bello; es la fertilidad estética jubilándose en el fruto artístico; es precisamente la palabra que despunta la superflua evocación de un nombre, para trascender como decir del alma, es decir, como textura que divulga recuerdo, agradecimiento y trabajo: como habla que no silencia ni lo glorioso ni lo aberrante, como habla que, en el arte poético, vuelve al movimiento donde tiene eco el canto.

Por eso la poesía es "como un espejo viejo, como un olor de casa sola en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios" (Neruda 38); es como un pasado donde las imágenes no logran tener la misma nitidez de su lozanía, pero sí el olfato de la llegada atormentada al espacio de la soledad que se habita. La poesía es como "el ruido de un día que arde con sacrificio" (Id. 39), que se desprende de la luz que lo anuncia para cubrirse en la noche que lo oscurece; es un temblor que acoge todo sonido y lo convierte en una voz de campana anunciando la verdad de otros templos.

La ceremonia de la vida es convocada, pues, por la poesía en un elevado arpegio lingüístico que conduce armónicamente los sentidos hacia la gramática, procurándole al pensamiento el justo direccionamiento de su análisis. El mismo movimiento refleja el carácter poético de la existencia. Cuerpos y texturas comparten esta condición en una rigurosa, lógica y dialéctica indicación del orden, sobre el cual se grafican, a modo de recíprocas interferencias, laceraciones, cruces y señales que comprometen a nueva valoraciones.

Bolívar se arrojó sobre esta experiencia, erigiéndose en la solemnidad poética donde la palabra se conserva en el orden de la naturaleza y camina sobre las gramaticales huellas del lenguaje para labrar la obra del pensamiento a través de la melódica palpitación del alma.

De ahí que la poesía sea, además, un pensar en permanente vértigo estético, que desciende a la intimidad de los eventos donde se inspira y asciende como legado artístico de dicho encuentro. Pero no hay un límite en este ascenso verbal que reduzca su manifestación a definición; su potencia cognitiva se realiza al ser trascendido lo nominal en praxis renovadora, pues el hacer poético comprende la vida para tallarla con el cincel que indaga lo bello.

Es por ello que, en el hacer del arte, resuenan los principios estéticos de la naturaleza como ecos de unidad y composición equilibrada de elementos. No hay pues creación en el arte que no esté antecedida por las posibilidades mismas de su realización; siempre en él hay un fondo de verdad compaginando con la forma embellecida que convoca rutas y estados para la comprensión de lo bello, no sólo como algo que se contempla, sino que también se procura.

Lo bello es ante la mirada dispuesta a su disfrute, pero también se amplía en la palabra que lo adopta y lo ha hecho pensamiento. Bolívar vio y anunció lo bello, lo procreó en profunda ataraxia poética, yuxtaponiendo en la sensibilidad de su espíritu vida y verdad como fuentes de felicidad humana. Pero a su vez, se dejó ver y anunciar por la experiencia estética que contuvo en sí todo el potencial de su orden para ser metamorfoseado por el febril delirio que se conquistó en musa; él fue el medio empleado por el lenguaje estético, el instrumento a través del cual lo perfecto descendió a palabra, pero a su vez, se elevó en poética.

La fecundidad de la belleza en la naturaleza, como sublime exhortación de la imagen que transporta el verdadero decir de la palabra, revela, a propósito de Mi delirio sobre El Chimborazo, la posesión de lo bello en la geografía y su versátil manifestación estética obrando en la disposición humana que se ha comunicado con la pronunciación divina expresada en las vibraciones del agua y en su caudaloso despliegue por el paisaje.

Es por ello que el relato que se hace poesía frente a la manifestación de la belleza geográfica, habita y recita el primigenio y esencial hablar poético. El decir de la palabra constituye así la fuente del acto poético dotado del más puro y elocuente sentido, puesto que ha emergido de una auténtica complacencia ante lo bello que se exhibe sin intención alguna.

La naturaleza es la expresión de tan desinteresado evento de equilibrio; ella es la confirmación de un movimiento recorriendo las formas que ambientan el preámbulo de la materia, que la anuncian en la sublime composición de una totalidad sin apego en el tiempo ni en el espacio: es aparición desapareciendo, arruinándose sin nostalgia, renunciando a sus colores y texturas sin lamentar el sereno desplazamiento hacia su ruina.

Pero en la palabra encarnada por la fuerza y fugacidad que habitó lo bello, se eleva el decir poético, permitiendo "que el lenguaje diga en un momento sublime y por una sola vez algo único que permanece inagotable, por cuanto continúa siendo siempre prístino y por eso inalcanzable para toda clase de nivelación" (Heidegger 184). Aquí el valor de la poesía reivindica de manera directa la finitud del hombre, su frágil e indigente condición de cultivador y recolector de ilusiones, pero a su vez, su perseverante pregunta por lo bello en las columnas de lo justo, lo verdadero y lo digno.

La naturaleza parece despojarse de su inexorable atavío de enigmas y bifurcaciones para cristalizarse en composición de incuestionable belleza que ha dejado atrás los caminos de la escritura descifrando alturas y depresiones para enfrentarse a la evidencia de lo incierto en su mensaje de libertad y esperanza. En este sentido, también el hombre se despoja, abandona la brújula para sentirse libre ante la novedad que lo acecha, que lo ha llamado y lo ha esperado para ampliar su mensaje a los mortales en un eco de verdad impulsando a renunciar al sueño.

Pero la solemnidad de la aparición no es solamente la del monumental aspecto de una imagen que se garantiza un lugar de permanencia en la memoria, e incluso, de réplica en el arte; es además y por encima de ello el aire de libertad que rodea con el movimiento saltando de la materia a la palabra, y de ésta al devenir "rodeado de geografía silenciosa" (Heidegger 17) que le habla al hombre para hacer el retrato de la vida.

El hecho de la vida se amplía y recobra sentido en la cercanía con el mundo, en su melódica abstracción, donde formas y colores "se pegan al sonido de la palabra" (Heidegger 17) para emancipar la experiencia en poesía desde un sobrecogimiento de admiración donde la voz se hace palabra y la palabra se hace verdad.

Así el hombre es materia que toca el tiempo, y pensamiento que se amolda a las orlas de las palabras. Pero las palabras son lanzas que han internado la roca y estrujado la tierra: es fruto humano haciéndose frase del mundo y de sí mismo. Las palabras son lanceros, libertadores y poetas que han desenfundado su espada para labrar un destino en analogía con un "lugar de la naturaleza, donde la ribera abunda en rocas y grutas" (Heidegger 183), en montañas y cuevas, esperando decir las palabras que desnudan su belleza.

Pero la espada de la palabra no pretende tal desnudamiento; ella se interna y con el brillo de sus intenciones adopta la herencia del tiempo que ha cobrado cada línea en pulirse y narrarse como proemio de sabios códigos descifrando el espacio. Cada línea geográfica es un símbolo en el cual se graban las edades de épocas y personajes; y las líneas unidas corresponden al texto de la naturaleza, como una historia redactada en las fricciones de términos y circunstancias, donde el hombre se inscribe para autenticar su biografía.

Simón Bolívar se registra en la historia con un acápite biográfico de inmensa trascendencia en el devenir de la materia y del lenguaje; él no sólo fue el adalid de la espada en sus heroicas y memorables victorias libradas contra los enemigos de la justicia; él no sólo fue el intérprete de un dolor popular que se tradujo en unidad de avanzada y en convencimiento de las reivindicaciones más puras; él no sólo fue el conductor de masas resarcidas por la esperanza e impulsadas por la libertad; él no sólo decidió y actuó por la dignidad de los pueblos empobrecidos; él no sólo combatió como uno más dentro de las ilusiones patriotas, ofrendando su vida y su empeño por los más pulcros oficios que la independencia encomienda, sino que se alió a la verdad para llevarla entre proclamas, cartas, discursos y manifiestos a todos los rincones y extensiones del continente Americano. Su palabra fue el decir poético que no le negó al cuerpo capacidad de reacción en su expresión biológica y beligerante del movimiento que se ilumina con "la luz de la piel" (Neruda 17) y de las muy variadas texturas que se mueven en el crepitar de las vidas que la habitan.

El hombre habita esa luz lingüística que le da claridad al silencio rupestre de la caverna y a la oscuridad moral de un mundo barruntado por los accesorios del mercado, por sus encandilamientos, promesas y fracasos; un mundo donde la sombra del capital le ha impuesto prisiones a la utopía y bozales a la poesía.

Por eso la herencia bolivariana, contrario a muchos pregones que intentan sepultarlo como pensador de auténtica referencia para la comprensión del devenir latinoamericano, alcanza un inconmensurable valor para esta aciaga época de enajenación y pérdida de identidad, como rasgo lamentable de la resignación frente a la insistencia del fraude axiológico en el sofisma de la paz sobre el inequitativo progreso económico. El Libertador, sin que él sea la imprenta única de una campaña independentista que aún no se ha logrado, continúa vigente con el filo de su espada, que es además el espejo de una poética donde la metáfora es movimiento de signos y siglos acentuando en el lenguaje un pensar hecho recuerdo, palabra y revolución; un pensar donde no solamente se justifica el instante del delirio, sino además la eternidad de una lucha que no culmina mientras la fortuna de los hombres no alcance un nivel de armonía semejante al de las riquezas de la naturaleza.

Conclusiones

Aprovechar lógicamente la analogía que aquí se traza, supone entonces pensar en el tiempo de la imagen y en la poética que ella admite como reto para el pensamiento, y en ese sentido, como impulso para la acción, desde donde el trabajo vuelve a ser la fuente y el ritual de la humanidad, el origen donde la belleza expresó el equilibrio y su equivalente con la justicia.

Baste pues con plantear un panorama concluyente a modo de provocación de nuevas búsquedas, afirmando que la palabra es la pintura donde el silencio remueve el canto del poema para pensar el tiempo y el espacio del inicio donde "la escritura se lee bajo la especie de una cosa, de un afuera de cosa condensándose en tal o cual cosa, no para designarla, sino para escribirse en ella en el oleaje de las palabras errantes" (Blanchot 55) que llegan del pasado a la memoria para "ver sin las palabras mismas que significan la vista" (Ibíd), las imágenes con las cuales desde "remotos tiempos el hombre dominó todas las posibilidades artísticas" (Koenigswald 181).

El asombro reaccionó en imagen, y ésta se convirtió en la respuesta que desde el trabajo "tomará finalmente la forma personificada de la exigencia de leer y de la exigencia de escribir" (Blanchot 42). Heredada la significación del símbolo artístico se identificó en su obra el contenido estético, desde "donde la transparencia del pensamiento se hace luz por la imagen oscura que la retiene, donde la propia palabra, sufriendo una doble violencia, parece aclararse por el silencio desnudo del pensamiento, parece espesarse, llenarse de la profundidad hablante" (Id. 43).

En esta profundidad habló el tiempo, y de sus huellas la historia de la palabra se reencontró con la poesía para pensar la realidad y hallarla en el deber de lo bello, para continuar incluso transitando los senderos que retroceden a la comprensión de lo primigenio, y con ello, a la explicación de lo que desde allí continúa teniendo efecto.

La naturaleza es así obra en la realización continua de lo perfecto; es acontecimiento estético cumpliéndose en la armónica referencia de su dialéctica y de sus encumbradas escenas que no le temen al desmoronamiento de su aspecto; escenas donde el tiempo es portavoz de lo infinito y de lo divino, de lo sabio y lo verdadero. Donde el espacio mismo es oportunidad de acciones, movimientos e intenciones grabando las huellas de sus próceres, víctimas y victimarios: huellas que pueden expresar el pasado de sus trazos, pero también el presente de quien las mira, de quien las lee, de quien las siente y las delira en su entrañable cercanía con la vida.

La mirada del Libertador sucumbe ante la naturaleza en un trastorno que expresa su profundo compromiso con la libertad y la justicia, así como sus sentimientos sucumben ante el deshonor, la traición y la infamia; pero en lugar de lamentar estos males que parecieron ser la razón de su irreparable agonía, los pone como modelos desde los cuales desfallece la voluntad y la templanza, haciendo de ellos andamios de reflexión, soportes de arbitrajes y decisiones que le impidieron posponerse en la conducción de la causa emancipatoria. Su cordura fue inmune a la ambición, y de su pensamiento y escritura la palabra fue composición poética persiguiendo y reteniendo la belleza que une los caminos del pasado y del presente con la verdad que no renuncia a ser camino e imagen renovada de la historia.


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