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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.20 no.44 Bogotá Jan./June 2012

 

Forma y objeto. Un tratado de las cosas

Forme et objet. Un traité des choses

Tristan Garcia*
Presses Universitaires de France, 2011, 492 p.

Tristan Garcia o la planitud (banalidad) del mundo
Jean-Clet Martin**
Traducción: Ernesto Hernández B.

* Filósofo y escritor francés, nacido en Toulouse (1981). Doctor en Filosofía con la tesis: Arts anciens, arts nouveaux. Les formes de nos représentations de l'invention de la photographie à aujourd'hui, bajo la dirección de Sandra Laugier. Además de obras literarias, ha publicado en filosofía L'image (Editions Atlande, 2007) y Nous, Animaux et Humains. Actualité de Jeremy Bentham (Paris, Bourin Editeur, 2011).
**Filósofo francés. Doctor en Filosofía. Ha sido director de programa en el Collège International de Philosophie (París, 1998-2004). Autor de numerosas obras, muchas de ellas infuenciadas por el pensamiento de Gilles Deleuze. La versión francesa de los textos fue tomada de: http://jeancletmartin.blog.fr. Agradezco la rigurosa y sugerente lectura de Carlos Enrique Restrepo [N. del T.].


Tristan Garcia acaba de publicar Forma y objeto. Un tratado de las cosas (P.U.F., 2011), del que reconocemos su carácter magistral, hasta el punto de que algunos críticos lo han considerado comparable en importancia a El ser y el acontecimiento de Badiou, menos por su volumen que por el gesto de refundación de la filosofía. Volver a las cosas, todos sabemos, es la muestra de una operación que los filósofos permanentemente llevan a cabo, y prueba de esto es por su radicalidad, no tanto la preocupación de Husserl por las cosas, como la de "la cosa misma" en Hegel, que no es comparable con la aproximación trascendental de Husserl donde la intencionalidad y la constitución amenazan borrar constantemente ese movimiento de lo concreto. De donde la salvaje determinación con la que Tristan Garcia busca desnudar su propósito de cualquier jerarquía, reintroduciendo en el ser la planitud (banalidad) de cualquier cosa, una pobreza ontológica esencial capaz de esquivar su devastación -o su "a la mano", del que Heidegger señala su decepción en su bello libro ¿Qué es una cosa?-, opuesta al objeto puesto a disposición del hombre y de su reconocimiento. De entrada nos sorprendemos de que haya tan pocas referencias a Heidegger, dejándonos en un extraño silencio respecto de que este último debía repensar la cosa en su cuádruple reinscripción elemental llamada physis.

Pero este vacío no le quita el rigor a esta tentativa tan fresca y tan joven. Hay, en cierto modo, otra preocupación que no es frontal y que tiene una observación muy lateral. El concepto de planitud (banalidad) tiene una historia extremadamente cargada y no brilla por su originalidad. El recurso a la planitud (banalidad) no es solamente una imagen (renovadora de todos sus usos y que no habría conocido ninguna determinación en el modo de pensar occidental). Y si tomamos un poco más de cerca esta imagen del pensamiento para considerarla en su inocencia sin relieve, o sea, según su propia planitud (banalidad), uno no podría dejar de reconocer una tesis completamente clásica: la que impuso la geometría como una evidencia absoluta y que toma por nombre "el plano". Para Euclides, el espacio es esencialmente "llano", "plano", y bajo la forma de ese plano despliega una métrica homogénea, universal, incapaz de reconocer en una cosa las singularidades de su transformación, la deformación topológica de la que la física moderna ha mal que bien seguido su complejidad, su pluralidad de niveles. Esto merece ser señalado en la medida en que Tristan Garcia hace referencia a los mapas, a las superposiciones capaces de apilar las cosas para hacer objetos. Ahora, desde el punto de vista de la topología, sabemos que el espacio es ante todo curvo, y que los recubrimientos están inscritos en deformaciones capaces de darle a una cosa su contorno. La planitud (banalidad) es para mí un régimen de evidencia en el que Kant había reconocido que no se trata, sobre todo, de "cosas", sino de fenómenos: un idealismo trascendental muy diferente del realismo trascendental que funda la tesis de Tristan Garcia. Y es una tesis que se expresa precisamente como Euclides, que no puede proceder más que por principios (por tanto, de los príncipes), y de entrada por decretos o proposiciones axiomáticas, siguiendo un orden de poder del que sería necesario comprender su naturaleza elemental (hablo de la disciplina de los Elementos de Euclides). Me parece entonces que hay un tono euclidiano, no tematizado como tal, en las proposiciones lemáticas1 de este libro (por ejemplo p. 72) que tratan de "Forma y objeto", y entonces diríamos que los principios no están de hecho excluidos (lo compacto, la resistencia, etc.). Para Euclides, cada lugar se presenta sin ninguna curvatura y, en consecuencia, no imprime a su vecino ninguna inflexión para conducir a ese régimen de apilamiento que, en cierto modo, reivindica Tristan Garcia. ¿Podemos entonces verdaderamente creer que, bajo ese paso atrás, la planitud (banalidad) vuelva a ser un plano de repartición pertinente en el tejido ecuánime de las cosas?

Pero esas cuestiones no están, sin duda, directamente anudadas con la economía del libro de Garcia que trata de ontología y de su pobreza absoluta reanudada con una especie de "pobre arte" en filosofía. Ahora bien, tomar aplanadas las cosas, podríamos decir con Guéroult que este género de operación, este género de sistema no se declina al infinito.

Me parece bien, en efecto, que Duns Escoto no intente nada distinto de una reformulación gris de la ontología, reformulación que, tomando sus distancias con la división de las categorías de Aristóteles como con los principios de Euclides, afirma el Ser más bien como algo unívoco y, en consecuencia, en toda la planitud (banalidad) más unánime, extrema, desnuda. Lo que Duns Escoto intenta en su consideración de las cosas es que no haya ningún privilegio ni "principio", de suerte que cualquier ontología estará comprendida en el registro de una planitud (banalidad) incondicional, sin sufrir ninguna excepción, ni siquiera Dios que no vale más que ese clavo, ese cenicero o ese libro puesto sobre la mesa. Hay algo común propio en cada cosa cuyo ser es el mismo que el del sombrero que acabo de quitarme y que se llama planitud (banalidad). Un ser entre los otros, sin privilegios, conduce así a una especie de rumor o de "clamor" que, al parecer, Badiou había encontrado en Deleuze. Razón por la cual el filósofo escotista se interesa tan profundamente en la distinción o en la diferencia, en un nuevo género de individuación capaz de marmolear la planitud (banalidad) ontológica distribuida en cosas masificadas. Ahora bien, sobre ese fondo, sobre un tal chapoteo de las cosas, no hay treinta y seis mil soluciones. La distinción no puede hacerse, debe pasar, llegar de cierta manera según un proceso que Duns Escoto llamó "intensidad" o "haecceidad" para nombrar la forma, el corte o aún el individuo en su afirmación potencial. Salir del rumor, de la supuración chapoteante de los entes, esto solamente advendría por una tensión que supone un cierto grado, de donde, por ejemplo, las extraordinarias páginas de Duns Escoto sobre la blancura, en sí misma triste y ecuánime. Y me parece que así va la tristeza de Tristan, sin intensidades, sin singularidades, salvo una resistencia a la alegría escotista y spinosista. Una tristeza sobre la cual, lo hemos notado, termina el libro de Tristan Garcia cuando la individuación sale de un apisonamiento, de un apilamiento anónimo, de suerte que hoy en día las formas embaladas, los embalajes "son todo lo que nos queda" (p. 477), si no es la muerte para salvarnos de la planitud (banalidad) del Ser descompactado en el flat world de la infografía.

La línea de flotación. Respuesta a la crítica de Jean-Clet Martin

Tristan Garcia
Traducción: Ernesto Hernández B.

A riesgo de parecer alguien poco escolástico, intentaré responder a su crítica en tres tiempos para defender: I) que la planitud (banalidad) evocada en Forma y objeto no es esencialmente euclidiana y que no es concebida como un principio trascendental de corte o de abstracción de las cosas; II) que la meta o la finalidad de esta planitud (banalidad) es la de permitir un pensamiento a la altura o a la medida de las cosas, más bien que el pensamiento de las "cosas mismas" (sea la Cosa del inicio de la Fenomenología del Espíritu o "die Sache" de las Ideen); III) que esta planitud (banalidad) no es el eslogan publicitario de una nueva filosofía ascética, sino una operación destinada a encontrar el sentido de las diferencias y de las intensidades en el seno del apilamiento de los objetos unos en los otros.

I.

La idea de planitud (banalidad) ocupa la introducción y el primer tercio de la obra. Puede dar la impresión de que la finalidad del libro es proponer una especie de topología trascendental, de modelo de espacio que sería la condición de pensabilidad de las cosas, distintas las unas de las otras y que este espacio tendría por cualidad esencial el ser plano, lo cual marcaría una regresión respecto de las geometrías modernas de los siglos XIX y del XX. Sin embargo, Forma y objeto, a) no otorga de entrada al término "planitud" una significación espacializante; b) no propone concebir la planitud (banalidad) del mundo como una condición trascendental de la constitución de las cosas y de los objetos, sino más bien como un dispositivo que permitirá asegurarse del ser de las cosas y de su igualdad antes de encontrar el sentido de sus diferencias, de sus determinaciones. El libro es finalmente dualista: propone formalmente un mundo plano, donde cada cosa está sola, des-determinada al máximo, y objetivamente un universo extenso e intensivo, donde las cosas, que son entonces objetos, están las unas en las otras, las unas respecto de las otras. En ningún momento se piensa en la superioridad de lo formal (que es "plano") sobre la objetividad (extensa e intensa), o inversamente.

a) La planitud (banalidad) tiene, para mí, otros sentidos distintos que el de la sola referencia a la métrica homogénea de Euclides. De entrada se trata de la planitud (banalidad) en el lenguaje, lo que no es ni "vacío de sentido" ni "desprovisto de sentido", sino plano, común, sin particularidad. Enseguida es la planitud (banalidad) del mundo como síntoma de la depresión: una manera de realizar el espectro de la deflación, en la crisis moderna de la metafísica. La primera parte del libro propone entonces una travesía de la planitud (banalidad) ontológica como atravesando la depresión: la representación coherente y consistente de un modelo donde nada vale nunca más que otra cosa, lo que es, creo, la prueba más difícil para la filosofía. Forma y objeto no es un libro que se encierre en la fortaleza de la melancolía, de la que hablaba Kierkegaard; al contrario, acepta pasar a través de la posibilidad de una depresión del pensamiento: que nada sea más o menos que cualquier otra cosa. No es un libro triste, es un libro que experimenta una tristeza del pensamiento que frecuentan la fenomenología, la analítica, la dialéctica, el pensamiento crítico o el pragmatismo, pero que ninguna de esas posiciones ha llevado al límite.

Ahora bien, esta posibilidad que ni vale ni es más cualquier otra, que conduce a la des-determinación de las cosas, pero no a su des-singularización, no produce un espacio euclidiano, un plano universal abstracto, indiferente. En efecto, el "mundo plano" producido por la desdeterminación operada al inicio del libro no puede recibir más que una cosa a la vez: una cosa siendo una cosa en tanto que ella es solo cosa, y no tal cosa o una cosa. Formalmente, en el mundo plano las cosas no son comparables, e igualmente no se pueden yuxtaponer -el mundo plano es tan inextenso como inintenso, entonces está lejos de ser un espacio-.

La meta de una tal operación de empobrecimiento es paradójicamente la de autorizar una ontología ultra-liberal (sin connotación económica o política), o más bien "ultra-acogedora". Ella marca una reacción a la vez contra cualquier pensamiento analítico y contra cualquier pensamiento dialéctico. De hecho, consiste en defender que ninguna cosa es reducible a nada, ni a otra cosa, y que es su soledad en el mundo, igual a la de cualquier otra cosa, la que nos lo asegura. Así, esta obra busca proteger cada cosa -real, imaginaria, inconsistente, contradictoria- a la vez contra la navaja de Ockham y contra el Aufhebung o el proceso dialéctico. Toda entidad, aún si es no-necesaria, debe ser preservada en su "suerte": un pensamiento que no consigue nombrar o calificar eso que una cosa inexistente o contradictoria tiene de ser, está condenado a construirse una gramática cada vez más ad hoc, que lo proteja contra las paradojas del ser y del no-ser, del Parménides o del barbero de Russell. Ahora bien, desde que pensamos eso por lo que una cosa no-real también es, descubrimos eso en que las cosas reales y no-reales igualmente son. Esa igualdad, más allá de sus determinaciones, es la planitud (banalidad). Y esta planitud (banalidad), que no es un plano espacial común, es la soledad igual de cada cosa en tanto que cosa, es decir, su modo de existencia entre la indiferenciación de todo lo que no es ella.

La planitud (banalidad) no vale en sí, sino como posibilidad de construir un operador de irreductibilidad y de igualdad (no de equivalencia) de las cosas. Bruno Latour habla, en un sentido próximo, de "irreducciones". En Forma y objeto, cada cosa es igual a cualquier otra en tanto que cada cosa está sola en el mundo, por consiguiente todas las otras cosas ya no son las cosas. La palabra "silla" es algo del momento que ninguna otra lo es y todo el resto -computador, entrada, pensamiento- está indiferenciado. Es en tanto que ninguna otra está diferenciada que la cosa adquiere su determinación mínima: la soledad.

Evidentemente, cuando todo el resto está indiferenciado, la palabra "silla" es algo, pero no es ya una palabra, no es esa palabra, ya no es uno. Por eso Forma y objeto sostiene la co-implicación de esas diferentes operaciones: definir la cosa, des-determinar al máximo cada cosa, igualar ontológicamente las cosas, ir hasta la soledad de cada cosa. La cosa así obtenida es un dispositivo: ella está sin cualidad (distinta de la soledad en el mundo) y permite simplemente asegurar que cualquier cosa puede ser desnudada de sus determinaciones para ser algo, lo cual nos abre un plano ontológico de igualdad entre el representante y lo representado, entre el todo y la parte, entre lo bueno y lo malo, entre lo verdadero y lo falso. La originalidad de ese plano es no ser un espacio: las cosas ahí no son comparables, todas las cosas no aparecen más que solas, excluyendo a todas las otras.

b) Ese plano no es un espacio trascendental que fundaría la posibilidad de las cosas, y sobre el cual se tendría todo el tiempo de reconstruir el universo como un castillo de arena sobre una mesa de vidrio.

El plano formal es un dispositivo de pensamiento, encontrado en las cosas, que permite calificar la igualdad posible entre lo más intenso y lo menos intenso, entre lo más extenso y lo menos extenso, entre el todo y la parte. Esta igualdad es obtenida por defecto: yo sé que existe un medio de pensar en el que el dedo no es menos que la mano que contiene ese dedo, que la idea de silla no es más, ni tampoco menos que la silla, ni que el sonido "silla", etc. Y ese medio es la cosa: la cosa es lo que no puede ser ni más ni menos -mientras la consideremos como siendo igual-. La planitud (banalidad) es el efecto de la operación producida por la coseidad. Esta operación no vale por sí misma: no es objeto de contemplación, no es descubrimiento extasiado del fondo del mundo. Es el medio para disponer de una línea de capacidad ontológica, a fin de encontrar las extensiones, las intensidades, que son objetivas -desde que las cosas están las unas en las otras (siendo un objeto una cosa en una cosa, por tanto una cosa que ya no está sola).

Dicho de otro modo, Forma y objeto defiende un modelo de repartición de las entidades que no vuelve a la organización de un cosmos jerarquizado en atributos y en sustancias (única como en Spinoza, doble como en Descartes, múltiples como en Leibniz), pero tampoco a la concepción de un plano de inmanencia. El modelo propuesto toma su sentido en el cruce de una operación "horizontal" -donde cada cosa es cosa, ni más ni menos, lo cual permite asegurar una igualdad ontológica, un corte no jerárquico de todas las entidades posibles o imposibles- y de una operación "vertical" -donde el objeto comprende a otros y se encuentra comprendido por cualquier otro-. Objetivamente, nada puede ser igual, cada objeto es más que otro y menos que otro -en extensión, en intensidad-.

El modelo del libro consiste entonces en desacoplar el régimen de lo igual y el del más o menos, considerando que la relación entre identidad y diferencia sólo es pensable por la disyunción de la igualdad, que es estrictamente formal, y del más o menos, que es estrictamente objetivo. Lo que discuto es que sea posible producir un modelo donde a la vez todas las cosas son preservadas como cosas y en el que hay un orden del más y del menos, de las partes, de las series, de las relaciones, de las determinaciones, de los valores, de las intensidades, de las propiedades, de las pertenencias.

Me parece, entonces, que el aplanamiento como igualación formal es una operación ontológica indispensable, el momento en que cualquier pensamiento construye eso por lo que todas las entidades que reconoce son tanto las unas como las otras: eso puede ser el trascendental kantiano, el lugar de la variable en la proposición wittgensteiniana, etc. La originalidad del proyecto que yo defiendo, que reanuda las intuiciones meinongianas, más que la ontología de Duns Escoto, estriba en intentar producir una operación ontológica de igualación lo menos exigente posible, hacer de tal manera que no importe qué pueda ser algo y darle un nombre a esta restricción mínima (Meinong lo llamaba "absistencia"2).

II.

De hecho hay, según me parece, una función inversa que une lo que podemos hacer entrar en la cosa y el grado de determinación que imponemos a la cosa: entre más se quiere hacer acceder entidades al estatus de cosa, menos estará determinada la cosa.

La planitud (banalidad) ontológica consiste en intentar des-determinar la cosa, a fin de que no importe que pueda ser cualquier cosa. Sin esta operación es imposible para mí pensar plenamente las cosas y únicamente las cosas. O bien produciríamos una restricción ontológica demasiado fuerte y entidades demasiado compactas, comprometiendo un retorno a las sustancias o "cuasi sustancias" (según un término que emplea a veces Francis Wolff), o al menos a las "disposiciones" reales, de las que la última obra de Claudine Tiercelin sobre el "cimiento de las cosas" sería un ejemplo consecuente. O bien el pensamiento es llevado a "underminar" ("minar por debajo") las cosas, como lo explica Graham Harman en El objeto cuádruple: hay en realidad relaciones o quizá un proceso, un devenir, quizá el océano de potencia de los escritos póstumos de Nietzsche, pero las cosas no son más que efectos secundarios de la realidad.

La meta de Forma y objeto es mostrar que es posible pensar a la altura, a la medida de las cosas, ni por encima ni por debajo; estar al nivel de un corte en las cosas, esta es la planitud ontológica: ni elevación ni reducción, ni Aufhebung, ni trabajo nietzscheano en las profundidades. Esta exigencia no signa un retorno a un plano euclidiano, sino una exigencia de ponerse a nivel del pensamiento: si el pensamiento no es capaz de poner el mundo en el plano, nosotros no lo seremos de pensar y sentir el más y el menos, los relieves y las intensidades variables del universo, no disponiendo ya de "la línea de flotación" de lo real.

La idea no es pensar las "cosas mismas": al contrario, el "sí" (soi) es lo que prueba ser inaccesible en cada cosa -todo lo que es en sí(en soi) es considerado en el libro como "compacto"-. Negando cualquier compactidad, Forma y objeto intenta pensar un modelo de cosa inscrita en el mundo, que no sería sustancial, no en sí, pero que no sería más un puro efecto emergiendo sobre fondo de procesualidad. La línea que intento sostener, entonces, es la siguiente: concebir la cosa no en sí misma, sino fuera de sí y des-sustanciarla sin disolverla.

¿Por qué no abandonar la cosa y disolverla en un océano de relaciones o de devenires? A mi modo de ver, un pensamiento inmediatamente librado a los juegos de fuerza se prohíbe, paso a paso, distinguir las cosas en juego y se pierde en un desmenuzamiento progresivo de las grandes categorías clasificatorias -especies, género, edad, modalidades del tiempo- como si la modernidad se confundiera con la descomposición de esos conceptos tenidos por caducos. Cualquier pensamiento continúa clasificando las cosas, usando entonces esas categorías: el hecho es pensarlas a la altura de las cosas. La meta del libro, en su segunda parte, es volver a proceder a un recorte del universo, de los objetos cosmológicos, de las especies vivientes, de las especies animales, de la humanidad, de las representaciones, pero también de los valores, de las clases, de los géneros o las edades, sin reordenar un cosmos de sustancias, sin proyectar más allá de las cosas un universo de pura potencia, una physis creadora sobre fondo de la cual las cosas clasificadas, "especiadas" (si se puede decir) o generadas, no serían más que efectos tornasolados, espejeantes.

La planitud (banalidad) autoriza volver a llevar al plano las cosas, disponer de un medio de igualar todo lo que existe o no existe, todo lo que es o no es, no importa qué, a fin de distinguir a continuación sus órdenes y sus relieves. Es menos una topología trascendental "reaccionaria", que operaría un repliegue respecto de Riemann, que un dispositivo de igualación, de neutralización, de des-intensificación de las cosas, que permitiría disponer de una tabula rasa ya no de la experiencia sensible, sino de la experiencia del pensamiento.

III.

Entonces el uso que se hace en las primeras páginas del libro del concepto de planitud, no debe considerarse como el llamado grandilocuente a alguna adhesión a un estandarte o a un eslogan.

No es cuestión de soñar vivir en el Flatland de Edwin Abbott, ese célebre libro de ciencia-ficción escrito en 1884, en el cual el héroe es un cuadrado, encerrado en los límites de su mundo plano, y que descubre, como si saliera de la caverna platónica, que existe una dimensión del espacio que se le escapaba. Que no se piense más que yo propongo algún manifiesto rigorista, delirante y tristón para enrasar los relieves, las intensidades, los valores, altos y bajos de la existencia. Al contrario, defiendo que es necesario pasar por la planitud (banalidad), entendida como operación de igualación ontológica, para definir lo que es una cosa, a fin de encontrar las determinaciones y las intensidades objetivas. Yo intento tomar en cuenta la actualidad de las ontologías centradas sobre el objeto (La democracia de las cosas de Lévi Bryant, La ecología sin naturaleza de Ian Bogost3, La quatripartición del objeto de Graham Harman) o el trabajo de un Bruno Latour. Pero intento llevar hasta el límite las proposiciones de esa corriente de pensamiento, a fin de encontrar las diferencias, que para mí tienen sentido en relación con la construcción de un plano de igualdad ontológico. Y la exploración de esas diferencias, de especies, de clases, de géneros, de edades, de modalidades del tiempo, ocupan la mayor parte de la obra: la segunda, que es el horizonte de todo el proyecto.


Pie de página

1 Lematizar: elegir convencionalmente una forma para remitir a ella todas las de su misma familia por razones de economía.
2 Alexius Meinong (1853-1920), filósofo austriaco conocido por su Teoría de los Objetos (Gegenstandstheorie, 1904). En la teoría de los objetos ideales de Meinong, "absistencia" (Gegebenheit) señala objetos que son entre no-existentes y subsistentes. El cuadrado redondo no existe, pero subsiste en virtud de su no existencia como cuadrado redondo. Cf. Meinong, Alexius. Teoría del Objeto y Presentación personal. Ed. Fabián Ludueña Romandini. Madrid/ Buenos Aires: Miño y Dávila Editores, 2008 [N. del T.].
3 Una rectificación de Ian Bogost: la tesis de La ecología sin naturaleza es de Timothy Morton. La mía es la tesis de La fenomenología de lo extraño.