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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.20 no.45 Bogotá July/Dec. 2012

 

UNA LUZ ESTÉTICA: LA COMPRENSIÓN DEL FENÓMENO DE LA BELLEZA COMO REVELACIÓN Y SUS CONSECUENCIAS

AN AESTHETIC LIGHT: UNDERSTANDING THE PHENOMENON OF BEAUTY AS REVELATION AND THE CONSEQUENCE IT BEARS

Jorge Iván Ramírez Aguirre*

*Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín). Licenciado en Sagrada Escritura del Pontificio Instituto Bíblico de Roma. Magíster en Teología por la Universidad Pontificia Bolivariana. Vicerrector académico de la Universidad Pontificia Bolivariana.

Correo electrónico: jorge.ramirez@upb.edu.co

Artículo recibido el 12 de marzo de 2012 y aprobado para su publicación el 28 de junio de 2012.


RESUMEN

El texto propone la descripción del mundo y la comprensión fundamental del evento bajo la luz de la belleza. Su tematización filosófica en el campo de la teoría estética ha ocasionado una racionalización de la belleza, contraria al acontecer mismo del fenómeno. En lugar de esta conceptualización, se propone la experiencia de la belleza como cosmos, para contrarrestar el actual horizonte de distorsión del mundo ordenado y de obstaculización de este orden por las manos humanas. Se propone, en fin, que la belleza es única y sólo se opera en clave de revelación.

Palabras clave: Belleza, Cosmos, Luz, Evento, Revelación.


ABSTRACT

The paper proposes the description of the world and the fundamental understanding of the event in the light of beauty. Its philosophical treatment in the area of aesthetic theory has resulted in a rationalization of Beauty as opposed to the occurrence of the phenomenon. Instead of this conceptualization, an experience of Beauty as Cosmos is proposed, in order to resist to the current horizon of a distortion of an ordered world and the obstacle of such an order caused by human intervention. At the end, it is proposed that Beauty is unique and that it works in the key of revelation.

Key words: Beauty, Cosmos, Light, Event, Revelation.


El intento, muchas veces infructuoso, por describir el fenómeno, posiblemente ha desalentado al pensamiento a reiniciar la tarea. Descripción como evidencia, narración y reflexión del evento sin más, sin ayudas, sin valoraciones previas, sin educación acerca del mundo y de la realidad. Puede ser esa la única e incesante tarea del denominado filósofo o teólogo o cien profesiones más que lo abordan, dejándonos una sopa conceptual valiosa, pero muchas veces desconectada, sin hilación, obediente más a la historia o al hecho histórico que a la vocación del mundo y del ser humano.

Este ensayo intenta volver a describir el fenómeno desde la visión del mundo como "cosmos", totalidad ordenada, desde la belleza como evento natural de ese orden, del fenómeno como evidencia y de la revelación como síntesis de ese todo observado y vívido que significa el mundo para el ser humano. Los siguientes puntos sólo quieren abrir sendas de tránsito de la reflexión y ampliar más la mirada de un horizonte que en ocasiones nos han dicho que ya está totalmente cubierto por nuestra observación. Tales son: I. La belleza como manifestación del mundo ordenado y nuestra fe en esa manifestación; II. La revelación del mundo como luz de la percepción humana o como luz estética; III. La manifestación fenoménica de la belleza y la belleza como núcleo de la revelación; I V. La estetización de la revelación del mundo; V. La manifestación como fenómeno de la revelación del mundo; VI. El escenario del mundo sin revelación, de un mundo sin belleza; y VII. Las consecuencias de la aceptación de la belleza como revelación.

I. La belleza como manifestación del mundo ordenado y nuestra fe en esa manifestación

La historia más reciente de nuestra especie (probablemente los últimos cuarenta siglos) nos indica que la belleza nace de lo fundamentalmente fenoménico y que su reflexión es deliberadamente fenomenológica. Lo bello es bello desde los sentidos naturales, y lo que no alcanzamos a percibir con ellos probablemente no sea bello, no porque sea feo o inarmónico, sino porque no podemos sentirlo o percibirlo. El esfuerzo moderno de darle a la belleza un lugar desde la razón abrió la caja de pandora de la estética, con todos los desmanes posibles a los que se puede llegar, al punto de pensar en una metafísica de lo bello, es decir, una belleza más allá de lo físico percibido. La triada, entonces, es muy básica: un objeto puede tener las características de la belleza, sólo evidentes por un sujeto que las reconoce al percibirlas y que, al experimentarlas, probablemente las disfrute; así: objeto, sujeto y goce; objeto bello, sujeto que lo percibe y goce bello (y para decirlo provocadoramente, contrariando algunos presupuestos, "goce estético"). "Las cosas bellas son difíciles" o "lo bello es difícil", según Platón, porque la belleza es definitivamente inaprehensible como objeto de razón. En los Diálogos platónicos, los objetos de razón son expuestos por Sócrates en clave filosófica, por lo cual podríamos decir que la belleza es difícil en cuanto no puede ser filosófica, no puede ser racionalizada, sometida al embate de la sola reflexión, como si fuera un principio de sola ratio.

Según este principio que acuñamos de sola ratio, podemos decir que a la belleza, que no puede ser asumida como sola ratio, no filosófica, no racional, no ideológica, no "estética", le cabe la posibilidad, en su contrario, de ser sólo creída y aceptada; de tal forma que el camino de la belleza, para llegar a su encuentro, es la sola fides sin absolutamente sola ratio. Parodiando el criterio balthasariano de que "sólo el amor es digno de fe", me atrevo a establecer, según estas ideas, que "sólo la belleza es digna de fe", "sólo la belleza es digna de confianza".

Con esta introducción deberíamos colegir que si la belleza es posible desde el objeto fundamental, ciertamente filosófico, como lo es el mundo o "lo creado", entonces no puede pensarse su presencia por fuera de él. Fuera de este mundo no hay belleza, incluido el mundo que nos falta por conocer, el innombrado, el no descubierto, las galaxias indescifradas y la realidad aún no vivida, en el cual la belleza solamente llegará a ser con nuestra participación.

Sin embargo, la triada es comprensiva y no se limita a uno de sus componentes, por lo cual la belleza no puede ser sólo antropológica, aunque tenga unas marcas fuertemente humanas. Así, a la belleza creíble o no sin más le debemos añadir la cercanía de lo humano que la acepta y la goza multiplicando su sentido. Según nuestra elucubración, si la belleza es sine ratio y aprehensible desde la sola fides, entonces la manifestación de lo bello es única y primordial, es decir, sólo podemos creer a un evento de lo bello, a su gran manifestación, invariable en cada uno de los objetos que componen el mundo. Esa gran manifestación ocurre más allá del tiempo y del espacio, pues son categorías reales pero definitivamente racionalizadas, a las cuales les hemos dado un significado que limita la dimensión de la belleza, entendiendo que todas las categorías de realidad que implica la belleza probablemente no han sido descubiertas, aún más, no hemos podido evidenciarlas.

La realidad del mundo se constituye así en la extensión o la manifestación de la belleza, es su hogar, su estancia y su instancia, el núcleo verdadero desentrañado del mundo en su complementariedad, en su armonía perfecta, en su naturaleza de cosmos, en su base cosmológica. Los filósofos antiguos denominaron a eso el orden entrañado y visible a la vez en la constitución del mundo; para nosotros es cosmos como belleza percibida y vivida que racionalmente nunca lograremos descifrar en su totalidad.

La filosofía y la ciencia han intentado descifrar el mundo otorgándole condición de realidad, de tal forma que el desentrañamiento del mundo es racionalidad de lo real, incluso más allá de él y de su verdadera condición y naturaleza. Por eso la única forma de comprender el mundo, es decir, no sólo racionalizarlo desde la ciencia o la tecnología o la filosofía misma, es aceptarlo en su condición, en su impacto a los sentidos, en su belleza como orden no controlado por el hombre ni sometido sólo a su inteligencia o a su conocimiento.

En consonancia con algunas categorías expresadas por filósofos y científicos, que indican que hay un orden que no podemos poseer ni controlar sino percibir y vivir, comprendemos que los objetos de este mundo, no son "tomados" racionalmente por el hombre, sino que el auténtico camino del conocimiento contemporáneo debe ser el de "aceptar" su manifestación no sólo fenoménica (para usar ya categorías filosóficas habituales) sino también ligeramente, sutilmente, suavemente, la realización fenomenológica, cuando es capaz de comprender para su aceptación y su goce el fenómeno y nada más.

Así, la presencia de la belleza, inasible por nuestra razón tardía, pero evidente como objeto de conocimiento por el pensamiento humano, logra entrañarse todavía más si no se opera una tarea del pensamiento que asimile algo de su manifestación. Como parte de la realidad del mundo, la belleza no tiene más que su manifestación y su puesta en escena, configurando una gran obra de realización en sí misma que se muestra a nuestros sentidos. Puede pensarse que la belleza es solamente constitucional a la totalidad de la realidad, convirtiéndola en una característica más y, por ende, no tan relevante, pero el orden del mundo conocido, su perfección y su perfeccionamiento en su ordenamiento, incluidas sus propias leyes de permanencia y no de exterminio, es decir, la realidad que se sostiene por sí sola y que en su entramado se perfecciona constantemente como evolución de lo existente, nos permite decir que la manifestación como cosmos es sólo belleza; el mundo no se manifiesta en sí mismo, sino que es la belleza de su existencia contenida la que obliga a su manifestación. La belleza es la revelación del mundo como cosmos ordenado; es decir, la única forma de manifestación del mundo se opera por revelación.

II. La revelación del mundo como luz de la percepción humana o como luz estética

Recapitulando, encontramos que la belleza, sine ratio, manifestación de lo cósmico (el mundo ordenado) deviene en revelación que sólo se advierte desde la confianza en él, pues sólo esa belleza es creíble a partir de su evidencia formidable e irrebatible, imposible de ser tocada por la simple razón humana y sólo rastreable por el pensamiento como el esfuerzo humano por vivir su manifestación en la comprensión.

Sin embargo, el conjunto de las partes del mundo percibido no alcanza a ser tomado por el hombre si no se da una efectiva manifestación que toque los sentidos configurando una forma determinada; así, la forma del mundo es el destello de su perfección que toma mayor relevancia si el ser humano busca desentrañar su naturaleza. Para muchos puede ser excesivo plantear que la actual búsqueda científica, que pasará como cualquiera de los caminos que ha tenido el hombre para el desentrañamiento del mundo, es un intento de ver el destello revelado de esto real ordenado en donde vivimos, una chispa que es intermitente pues se activa al contacto con nuestra búsqueda; pero no es un exceso, en nuestro criterio, pues toda búsqueda del ser humano para capturar el orden del mundo en su perfección, camino de fe total puesta en los absolutamente desconocido, es precisamente la única actitud posible.

De esta forma, la revelación del mundo que equivale a la belleza en sí, en alianza con nuestra búsqueda como desentrañamiento de un mundo que no se explica sino que se manifiesta, es la luz estética arrojada a la cultura humana, a la vida humana, para la ampliación de su fe, de su creencia en el mundo, para su aceptación sin mediaciones que oscurecen su devenir.

Es posible pensar que la revelación del mundo que se opera para todos es imperceptible para muchos que primero fragmentan su unidad intentando sentir y percibir con preconceptos, artilugios de razón que ciertamente no ven esa chispa arrojada desde el mundo para iluminar la razón y el conocimiento humano en condición de búsqueda. En estos casos, la perfección del mundo no opera fe, no construye la creencia, no genera confianza.

Con esto, la fe sólo puede hacer camino en el hombre a la luz del destello de la perfección del mundo revelado, sin la cual nunca habrá confianza en el hombre para convivir con el mundo, con lo creado distinto a él, con el cosmos compartido que va de su cuerpo material en carne, hueso y sangre, hasta las grandes fuerzas que sostienen el movimiento estelar, el alejamiento ordenado del universo que ha partido para no retornar sino ser alcanzado por quien se lo encuentre en su búsqueda.

La historia de la revelación del mundo hace, por supuesto, que la historia de la fe humana se remonte a los primeros momentos en los cuales la percepción nos acercó a esa perfección ordenada y se recrea por razones apenas explicables en cada ser humano que individualmente presencia el paso de ese destello de luz o la activación de esa chispa originaria que motiva su fe en el mundo.

III. La manifestación fenoménica de la belleza y la belleza como núcleo de la revelación

La expresión "fenómeno de la belleza", según lo que hemos propuesto, no puede ser pensada como un genitivo subjetivo, pues comprenderíamos que hablamos de la belleza como sujeto que tiene un fenómeno en sí mismo o que ella es fenoménica en sí misma; por el contrario, pensamos que en la expresión debe ser entendida como genitivo objetivo, es decir, que la manifestación fenoménica ejerce una función determinada sobre la belleza, indicando que es otra cosa la que genera propiamente la belleza; esa otra cosa es el ordenamiento del mundo, de tal manera que el cosmos es el fenómeno de la belleza. La belleza existe por la manifestación fenoménica del ordenamiento del mundo, sin el cual no percibiríamos otra cosa, sentiríamos otra cosa o simplemente no percibiríamos, pues no se haría necesaria la percepción del mundo como cosmos al no tener orden alguno.

Hay un tránsito evidenciable de la manifestación del mundo hasta su percepción que configura no sólo el conocimiento sino que genera pensamiento, sólo que los contenidos del mundo manifestado en clave de belleza superan la manifestación misma y propician su revelación. Establecer la diferencia entre mundo manifestado y mundo revelado obedece a que un mundo no ordenado no puede revelarse y un mundo ordenado, un cosmos, sí establece la relación con el que percibe su revelación: la realidad de un mundo ordenado que obliga la admiración en belleza.

Puede pensarse que la revelación del mundo, originando belleza, no permita la comprensión del ser del mundo con un atributo trascedental como lo bello, perdiendo la conexión de la belleza como constructo o núcleo manifestacional del ser, como característica óntica. Según esto, la única posibilidad de evidenciar la manifestación del mundo como revelación es precisamente su característica de orden óntico que conduce teóricamente del ordenamiento a la perfección, a la eficiencia de sus partes en movimiento, a la concatenación de sus leyes, a su estatuto de cosmos.

El núcleo de la revelación del mundo es la belleza, y la apertura a esa revelación obliga la fe de quien percibe: el sujeto está frente al mundo revelado y asume la creencia absoluta ante lo que no puede cambiar. No existe una posibilidad de que el hombre intervenga sobre el mundo revelado obstaculizando su devenir o interrumpiendo su orden, pues no alcanza a superar su ordenamiento infinito; esa imposibilidad de romper el orden por razones de su propia infinitud y perfección hacen que la belleza en sí misma viva de la revelación de esas características: la belleza es infinitud y perfección del mundo que provoca un ordenamiento manifiesto.

El orden de lo humano intenta sin éxito vulnerar la belleza del mundo manifestado y no logra ordenarse según esa manifestación, no se ordena según la revelación, evidenciando un hombre desatento a la revelación y, en ocasiones, convencido de la superioridad de su ordenamiento sobre el mundo. Algunos autores han llamado a esa desatención la subvaloración del hombre por la belleza, con la consecuente pérdida del disfrute del mundo, y la elección de su reemplazo por la hipervaloración de la belleza representada; es más valiosa, sin revelación, la belleza representada que la belleza revelada del mundo.

¿Podríamos considerar para este momento la posibilidad de un ordenamiento humano sin más belleza representada, con la increíble idea del fin del arte y de la reproducción de la manifestación? ¿El momento en el cual advirtamos que la manifestación del mundo es continua y perfecta frente a la discontinuidad de la representación?

IV. La estetización de la revelación del mundo

Si recapitulamos lo dicho, el mundo ordenado provoca su revelación en clave de belleza. La disposición del hombre consiste en la percepción del mundo en su dimensión cósmica y, a la vez, en la percepción de la forma de la revelación del mundo. Podemos decir que la primera es el camino más evidente que la historia nos ha permitido desarrollar; el arte como reproducción y la ciencia como explicación del mundo nos consolidan los caminos más tradicionales de desentrañamiento del mundo, pero la pregunta por la revelación nos adentra en el núcleo de la belleza. Así, sólo la manifestación de lo bello es el evento primordial por medio del cual comprendemos el mundo en su ordenamiento y su complementariedad, en su retribución mutua, en su consistencia.

El desplazamiento de las características de la revelación como manifestación de la belleza del mundo ordenado hacia el nivel de la percepción del mundo en su más prístina materialidad, genera una transvaloración que abre nuevos horizontes en la percepción, como cuando el arte es mucho más que representación y reproducción de lo natural, o como cuando la ciencia es mucho más que la estructura legal que ampara al conocimiento de dudas e incertidumbres; sin embargo, esa transvaloración ha generado en los últimos tiempos una pérdida progresiva del sentido sobre la revelación. Según esto, para muchos el mundo ya no se revela y, por ende, la belleza no se manifiesta. Se olvida la belleza del orden del mundo en toda su dimensión y se sumerge la vida humana en el ámbito estricto de la percepción.

Sin belleza, el mundo está desprovisto de revelación, sin el "cosmos" no tenemos belleza, y la transvaloración de estos sentidos conlleva a una progresiva configuración de la percepción como estética de la revelación y no como escala fundamental de la revelación y de la apropiación del mundo en su manifestación, en su belleza. Esa transvaloración es lo que podríamos llamar la estetización del mundo y de su revelación, que oscurece la forma de la manifestación.

Por otro lado, la percepción de la forma de la revelación del mundo es la misma forma de la belleza manifestada; la belleza se manifiesta porque el mundo se contiene y se ordena desde sí mismo, sin lo cual ella no se realiza. Esa forma de la revelación es la forma de la belleza manifestada que es percibida no por sentidos distintos, sino por los mismos sentidos humanos con la luz de su pensamiento.

La forma de esa revelación es el cómo y el qué de esa belleza manifestada; es, por un lado, el ordenamiento dinámico y sus claves de ordenamiento para no desbordarse en exceso, para conservar sus límites y para contenerse; y es, por otro lado, la representación de ese orden que nos permite tener una imagen fundamental del mundo. La belleza manifestada es así revelación de las claves de su orden y de su imagen fundamental, complementaria a la percepción más básica del mundo. La transvaloración de los sentidos conlleva a esas claves y a su imagen a ser vistos sin revelación, con lo cual tenemos un mundo influenciado por la estética pero no tocado por la belleza: el fácil tránsito hacia un mundo sin revelación, un mundo sin su belleza manifestada.

El fuerte impacto de la denominada disciplina estética de unos siglos para acá, entonces, nos hace reaccionar también con preguntas similares a las hechas antes: si la estética se autofortalece y olvida la belleza, por la fuerza de la continuidad de la revelación del mundo, ¿no prepara su fin y se confina en su propio estatuto racional?

V. La manifestación como fenómeno de la revelación del mundo

El evento primordial de la revelación del mundo es así también fenómeno de su manifestación; su evidencia manifiesta no agota la dimensión del fenómeno, pues se extiende como dimensión al mundo revelado que es belleza en sí mismo; con lo cual el fenómeno toca el universo de la belleza, pues es fenómeno de un mundo ordenado y manifiesto, fenómeno de un mundo revelado, fenómeno de la belleza en sí.

La declaración inicial acerca de que la belleza es fundamentalmente fenoménica alude entonces a la evidencia del orden del mundo que, como belleza, no va más allá de la manifestación, no se prolonga más allá del fenómeno y, por ende, no alcanza a ser lógica o ratio de la belleza. La belleza como estética es sólo ratio acerca del orden como categoría racional y no como fenómeno fundamental; así, el fenómeno fundamental es atinente a la belleza y no a la estética, aun cuando la estética eventualmente haga uso de la belleza como revelación.

La evidencia del fenómeno fundamental de la revelación es la belleza constante como orden y perfección constante del mundo y toda su dimensión fenoménica se opera en el universo de la belleza en sí. El mundo revelado es como tal un mundo bello, pues no hay límite comprensible o posible, sino continuidad del mundo revelado. El fenómeno en sí dimensiona la continuidad, propiciando que la revelación tenga una continuidad a partir de la existencia del mundo, de su posible origen, de su posible fin. En el marco de esa continuidad se puede comprender el valor de la revelación, es una revelación con solución de continuidad, sin origen, pues no está atada a un origen inimaginable del mundo, y sin finalización, pues no es conducida por la premisa de un fin inimaginable del mundo.

Por otro lado, el fenómeno es forma de la revelación, pues la belleza es fenómeno y forma desde la consistencia y perfección del mundo. La forma, que puede conducir a supuestas representaciones, es así el evento fenoménico primordial, núcleo de la revelación. Con esto, la belleza articula las dimensiones de la revelación expresada nuclearmente en ella: fenómeno, forma y evento fenoménico primordial.

La continuidad de la revelación hace que la forma del mundo preponderantemente sea invariable; la presunta evidencia del cambio del mundo ordenado es sólo reivindicación de su fenómeno, pues el cambio es inherente a su orden y, a la vez, el ordenamiento está constituido maravillosamente por la variación del mundo. La forma del mundo, invariable y continua, hace explícita la naturaleza de la belleza, y hace que el mundo percibido no sólo sea mundo existente sino también mundo bello por revelación.

Las preguntas que nos pueden interesar son: ¿Qué hay hoy de la continuidad de la revelación del mundo? ¿Cuáles son las soluciones de continuidad para la superación de la época del olvido de la belleza o del mundo ordenado como revelado?

VI. El escenario del mundo sin revelación, de un mundo sin belleza

Este título tan indiscreto hace referencia a la total imposibilidad de la revelación. La determinación del origen y del fin del mundo se hace innecesaria cuando comprendemos y aceptamos la continuidad de la manifestación del mundo ordenado en toda su perfección y consistencia, revelado en el evento fenoménico fundamental que es sinónimo de la belleza.

Como imposibilidad, tiene que ver con la total aniquilación de este ordenamiento o con la pérdida del estatuto cósmico, algo improbable para la acción humana y para el orden de lo humano. Lo que nos hace decir que sin la imposible intervención humana para el destrozo de la belleza, la única alternativa es la inimaginable capacidad del mundo para conservar su ordenamiento y para anular su revelación. La revelación no se opera sin mundo, sin su ordenamiento y sin el evento fenoménico fundamental que arroja la luz de la belleza.

Sólo queda algo también inimaginable: que el ser humano logre racionalmente eliminar del pensamiento la manifestación del evento, eliminando la belleza de su haber y de su gozo. De la misma forma, que logre distorsionar sutilmente el orden del mundo ordenado, con lo cual no asistiríamos al fin del mundo, pues no sólo sería imposible sino pretencioso, sino a algo tal vez más grave que sí provocaría un giro fundamental y de lo cual ya vemos varios signos: la obstaculización con manos humanas de la continuidad de la revelación y la consecuencia más espantosa: la deformación del evento.

VII. Las consecuencias de la aceptación de la belleza como revelación

Algunas conclusiones pueden sacarse de este brevísimo ensayo:

  1. La belleza es la revelación de un mundo ordenado que se manifiesta; luego la percepción básica del hombre que se enfrenta al mundo es la creencia.

  2. El ordenamiento exige un principio ordenador o unos principios ordenadores de la perfección y la infinitud que entraña, y la revelación del mundo conduce en la creencia de quien percibe a ese principio ordenador.

  3. La belleza es única y sólo se opera en clave de revelación, está en su núcleo dinámico como manifestación del mundo y sólo existe con esa condición.

  4. La transvaloración desde la percepción básica hacia la revelación ha generado en los últimos tiempos una pérdida progresiva del sentido sobre la revelación misma. Según esto, para muchos el mundo ya no se revela y, por ende, la belleza no se manifiesta.

  5. La estetización del mundo consiste en la racionalización de la revelación, que distancia la percepción del mundo ordenado que se manifiesta y, por supuesto, anula el evento de lo bello.

  6. La belleza es fenoménica sin más y obra en el pensamiento por la revelación del mundo, y el fenómeno fundamental es atinente a la belleza y no a la estética, aun cuando la estética eventualmente haga uso de la belleza como revelación.

  7. La revelación, siendo continua en su ordenamiento, aqueja discontinuidades que entorpecen el devenir, la evolución y la consistencia del mundo.

Vale la pena insistir en un párrafo del punto anterior, por cuanto puede ser considerado una gran consecuencia. Sólo queda algo también inimaginable: que el ser humano logre racionalmente eliminar del pensamiento la manifestación del evento, eliminando la belleza de su haber y de su gozo. De la misma forma, que logre distorsionar sutilmente el orden del mundo ordenado, con lo cual no asistiríamos al fin del mundo, pues no sólo sería imposible sino pretencioso, sino a algo tal vez más grave que sí provocaría un giro fundamental y de lo cual ya vemos varios signos: la obstaculización con manos humanas de la continuidad de la revelación y la consecuencia más espantosa: la deformación del evento.


Referencias

Platón. Diálogos. Vol. I-VI. Madrid: Gredos, 1997.         [ Links ]

Von Balthasar, Hans Urs. Sólo el amor es digno de fe. Salamanca: Sígueme, 1971.         [ Links ]