SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.20 issue45THE THINKING OF THE DAWN OR THE CONVERGENCE OF THE INTERNAL DAWNS. AN APPROACH TO AN AESTHETIC OF MYSTICAL REASONMARK TWAIN AND THE HARMFUL TRUTH author indexsubject indexarticles search
Home Pagealphabetic serial listing  

Services on Demand

Journal

Article

Indicators

Related links

  • On index processCited by Google
  • Have no similar articlesSimilars in SciELO
  • On index processSimilars in Google

Share


Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.20 no.45 Bogotá July/Dec. 2012

 

EL ANHELO DE DIOS EN LA OBRA DE MIGUEL DE UNAMUNO

DESIRE OF GOD IN MIGUEL DE UNAMUNO'S WORK

Luis Fernando Fernández Ochoa*

*Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Pontificia de Salamanca (España). Director y profesor interno de la Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del Grupo de Investigación Religión y cultura de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades de la Universidad Pontificia Bolivariana. El presente artículo es resultado del proyecto de investigación Fenomenología y teología: el giro teológico de la filosofía CIDI UPB-2012.
Correo electrónico: luis.fernandez@upb.edu.co

Artículo recibido el 11 de marzo de 2012 y aprobado para su publicación el 28 de junio de 2012.


RESUMEN

Mediante un lenguaje paradojal, la obra de Miguel de Unamuno plantea de modo recurrente la cuestión de Dios, especialmente en el libro Del sentimiento trágico de la vida. Lo plantea bajo dos perspectivas: la del Dios pensado y la del Dios sentido. En ambos casos se trata de un Dios personal cuyo encuentro tiene lugar por vía de la intuición vivencial y el recogimiento. Se reconocen allí coincidencias con San Juan de la Cruz, y en general, con la mística al privilegiar el sentimiento frente al entendimiento, la vivencia frente a la racionalidad.

Palabras clave: Dios, Anhelo, Recogimiento, Angustia, Eternidad.


ABSTRACT

Miguel de Unamuno's work arises constantly, through a paradoxical language, the problema of God; especially in his work Del Sentimiento trágico de la vida (The Tragic sense of Life). Such a problem is arisen in the light of two perspectives: the one of a thought God and the one of a felt God. In both cases we find a personal God, which is found via experiential intuition and withdrawal. Some similarities with san Juan de la Cruz are recognized, mainly, the mystic privilege of feeling over understanding and of experience over rationality.

Key words: God, Desire, Withdrawal, Anxiety, Eternity.


Los problemas de Dios y del hombre son las dos caras del tema de fondo de Miguel de Unamuno, quien explícita o implícitamente se ocupa de él en su Diario íntimo, en sus cartas, novelas, ensayos, obras dramáticas, y de manera muy especial, en sus escritos poéticos que es donde mejor podemos captar su profundo anhelo de Dios, unas veces sereno y confiado, y otras angustioso y desgarrado.

Las poesías de Unamuno dan cuenta de lo que él veía, tal como lo veía y lo sentía, que al fin y al cabo para él eran una y la misma cosa, como lo expresó en su "Credo poético", donde dijo: "Piensa el sentimiento, siente el pensamiento", y más aún: "lo pensado es, no lo dudes, lo sentido" (1999 13); idea a la que retorna en la poesía titulada "Para después de mi muerte" (Id. 19), donde vemos que meditar y soñar son dos formas de contemplar.

Miguel de Unamuno y Jugo estudió Filosofía y Letras en la Universidad Central de Madrid, culminando con el título de Doctor, y era de esperarse que fuera un filósofo convencional, pero en lugar de ello su trayectoria vital lo condujo a la heterodoxia filosófica, que no fue más que una rebelión contra la erudición vacía de contenido vital y un retorno a la significación original de la palabra "filosofía" entendida como búsqueda de la sabiduría.

Él, que se desempeñaba como catedrático de lógica y de griego, en su obra literaria se propuso ser ilógico e inclasificable a los ojos de la gente, buscando que entre sus diversos actos y palabras no hubiera más que un solo principio de unidad: ser él mismo, devolviendo cualquier sonido que a él viniera pero reforzándolo con su propio timbre (cf. Unamuno 1966 361). Inspirado en la concepción tomista según la cual cada ángel constituye una especie por carecer de materia o principio de individuación, y aprovechando la coincidencia entre su nombre y el del príncipe de los Arcángeles, San Miguel, se autodefinió así: "Yo, Miguel de Unamuno, soy especie única". Lo dijo y lo cumplió, puesto que religiosa, política, literaria y filosóficamente rehusó adherirse con devocional obediencia a cualquiera facción o grupo.

Don Miguel no quería dejarse encorsetar, y no por falta de orientación sino por la amplitud de sus horizontes. A él no le preocupaban los "ismos", pero sus coetáneos y sus estudiosos sí se han esforzado por saber si era poeta, ensayista o dramaturgo. Se preguntan si fue o no un filósofo y, de haberlo sido, de qué tipo fue: vitalista, existencialista o pragmático; discuten si era creyente o si no lo era, y en ese caso si fue luterano o católico; si era panteísta, agnóstico o ateo; si era modernista, iconoclasta o algo por el estilo. De hecho, un lector de sus obras le escribe desde Chile una carta en la que le ruega que le aclare qué es, a la cual Don Miguel le responde que siente informarle que en su tienda no venden "ismos", pero que si tanto le urge ponerle alguno le sugiere situarlo en el escepticismo, entendida esta postura como la propia de quien se dedica a buscar.

Ese afán por no dejarse clasificar le venía de su valoración de la extravagancia entendida como extra-vagar (cf. Unamuno 1966), vagar por los senderos menos trasegados, salirse de las avenidas concurridas por los pensadores ceñidos a los cánones académicos e incursionar en las veredas solitarias del pensamiento y el sentimiento, además de una aguzada coherencia con la dirección filosófica que decidió emprender y que podríamos llamar "intuición vivencial".

Unamuno discurría penetrando en la realidad no sólo con la razón sino también con los sentidos, con su corazón, con sus vísceras y con todo su ser (Padilla Novoa 1985 40). De ahí que en cada intuición esté implicada la persona entera, porque conocer con el corazón es ir más allá de la inteligibilidad racional, es implicar todo mi ser en el acto de comprender; por eso los conocimientos del corazón son inefables, de donde se sigue que los conceptos no son enteramente adecuados para transmitir lo que se ha captado por vía cordial sin desvirtuarlo. Por eso Unamuno acude a la novela para convertir ideas en personajes, o a la poesía, en la cual puede expresar libremente sentimientos, emociones, sensaciones, deseos, repugnancias, voces y gestos, instintos, raciocinios, esperanzas, recuerdos, goces y dolores (cf. 1999 19), mediante los cuales trata de sujetar a sus entrañas las verdades del espíritu (Id. 14).

La intuición vivencial llevó al pensador bilbaíno a expresar sus sentimientos mediante afirmaciones paradojales, muy a la manera de San Juan de la Cruz. Por ello alguna vez, siendo ya Rector de la Universidad de Salamanca, en un acto público proclama su falta de fe, lo cual desata la indignación del obispo Tomás Cámara y Castro, quien lo reprende, a lo cual repone Don Miguel con la siguiente sutileza: No tengo fe porque "es mi constante y confesado empeño hacerme más cristiano cada vez". Esta afirmación paradojal significa que para nuestro pensador la experiencia de fe no puede ser reducida a esquemas transaccionales porque no se trata de una posesión, sino de una aventura, una búsqueda, un camino y un diálogo que, en ocasiones, se vuelve un grito de profundis; por eso el auténtico creyente no tiene fe sino que vive en la fe y de la fe.

La vía cordial afirma que el racionalismo no tiene la última palabra, que la realidad es mucho más profunda de lo que la mera razón puede captar, y que a lo inconmensurable sólo se accede perdiéndose en el sendero del misterio y anegándose en el fondo del silencio, con el corazón abierto (cf. Unamuno 1999 12). Por este motivo la de Unamuno es una palabra saludable, un meditar esperanzado (aunque su matriz sea agónica y trágica), un meditar anhelante de sentido, con hambre de eternidad y sed de infinitud.

En Amor y pedagogía, escrito en 1902, describe su meditar como una reposada exploración de las "profundas cavernas del sentido" (1994 300), expresión que alude claramente a la Llama de amor viva de San Juan de la Cruz (1993 81); de ahí que meditar sea penetrar en esas profundas cavernas -al igual que el santo- "Sin arrimo y con arrimo… sin luz y a oscuras viviendo" (Id. 86), con el alma desasida de toda cosa criada y "sólo en su Dios arrimada" (Ibíd); de ahí que le recomiende a sus lectores seguir la misma dirección de sus meditaciones:

    Recógete, lector, en ti mismo, y enmudezcan las cosas y no te den sonido, envolviéndote en el silencio; se te derritan de entre las manos los objetos asideros, se te escurra de bajo los pies el piso, se te desvanezcan como en desmayo los recuerdos, se te vaya disipando todo en nada, y disipándote también tú, y ni aun la conciencia de la nada te quede siquiera como fantástico agarradero de una sombra (Unamuno 1984 29).

Pero ¿qué es realmente lo que busca y lo que anhela Unamuno? Una lectura atenta de su obra nos permite descubrir dos niveles en lo referente al tema de Dios: un nivel filosófico en el que busca un Dios personal que le garantice la inmortalidad, la perduración; y un nivel vivencial que lo pone en relación -siempre personal- con Dios y le confiere sentido a su existencia.

Exploremos el primer nivel, en el que encontramos lo que Unamuno pensó de Dios. En 1913 publica Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos, obra en la que vemos su preocupación por el hombre: "El hombre, no lo humano, ni la humanidad, sino el sustantivo concreto: el hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo, muere-, el que come, y bebe, y juega, y duerme, y piensa, y quiere: el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano" (1984 5).

Más adelante, en un capítulo titulado "El hambre de inmortalidad", confiesa que el morir le preocupa y que el morir del todo le aterra: "No quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por eso me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia" (1984 31).

Esa preocupación por la perduración del hombre nos remite a lo que anhela Unamuno: "ser siempre, sin término" (1984 31); así que, desde este primer nivel, el nivel del Dios pensado, su "hambre de Dios" (Id. 30) sea "sed de eternidad" (Id. 28); de ahí que frente al pensamiento racionalista que considera a la inmortalidad del alma una "perniciosa superstición" (Id. 61) y que, por tanto, contradice su anhelo de inmortalidad personal (Id. 58), su fe no consista tanto en creer sino, más bien, en la faena de crear a su Dios inmortalizador (Id. 34).

¿Significa esto que Dios sea tan sólo un artificio que le sirve al bilbaíno para consolarse ante la ineluctable disolución de yo? No lo creo, porque Unamuno no era ningún tonto como para tomarse un placebo a sabiendas y sentirse aliviado. A mi juicio, se trata de una aguda ironía contra los académicos que, poseídos de la rabia de no poder creer, padecían la irritación del odio antiteológico (cf. 1984 62), es decir, esa grosera brutalidad (Ibíd) que convierte a los hombres en "eunucos espirituales" (Id. 65) y que no consigue entender que la ciencia puede satisfacer nuestros deseo de conocer, pero no satisface nuestras necesidades afectivas y volitivas, ni nuestra hambre de inmortalidad (Id. 67), ni nos proporciona alicientes de vida y móviles de acción (Id. 65).

Por ello, frente a los rabiosos cientificistas prisioneros de la lógica (cf. 1984 59) y hostiles a la fe, Unamuno se declara en rebelión, y es entonces cuando dice: "¡No! No me someto a la razón y me rebelo contra ella y tiro a crear, en fuerza de fe, a mi Dios inmortalizador y a torcer con mi voluntad el curso de los astros" (Id. 34), y como alternativa al racionalismo propone el sueño: "¿Qué sueño…? Dejadme soñar; si ese sueño es mi vida, no me despertéis de él" (Id. 33).

Acto seguido se refiere a lo que cree, en el nivel del pensamiento: "Creo en el inmortal origen de este anhelo de inmortalidad, que es la sustancia misma de mi alma. ¿Pero de veras creo en ello…? '¿Y para qué quieres ser inmortal?' -me preguntas-. ¿Para qué? No entiendo la pregunta, francamente, porque es preguntar la razón de la razón, el fin del fin, el principio del principio. Pero de estas cosas no se puede hablar" (1984 33), sólo se puede vivir, amar y esperar (Id. 30; 116-132).

Pasemos al segundo nivel, el del Dios sentido. En este nivel vivencial Unamuno se aleja de la concepción de Dios como idea (cf. Abellán 2002 46). Muy a la manera de San Juan de la Cruz nos muestra que mientras anduvo por los campos de la razón no logró hallarlo. Recordemos lo que dice el santo carmelita y luego escuchemos a nuestro pensador.

En el Monte de la Perfección o Monte Carmelo escribe San Juan de la Cruz (140):

    Cuanto más tenerlo quise,
    con tanto menos me hallé.
    Cuanto más buscarlo quise,
    con tanto menos me hallé.
    Cuanto menos lo quería,
    Téngolo todo sin querer.

Como siguiendo este camino, Unamuno escribe:

    Mientras peregriné por los campos de la razón a busca de Dios, no pude encontrarle porque la idea de Dios no me engañaba, ni pude tomar por Dios a una idea, y fue entonces, cuando erraba por los páramos del racionalismo, cuando me dije que no debemos buscar más consuelo que la verdad, llamando así a la razón, sin que por eso me consolara. Pero al ir hundiéndome en el escepticismo racional de una parte y en la desesperación sentimental de otra, se me encendió el hambre de Dios y el ahogo de espíritu me hizo sentir con su falta su realidad. Y quise que haya Dios, que exista Dios. Y Dios no existe, sino más bien sobre-existe y está sustentando nuestra existencia, existiéndonos (1984 106).

Unamuno distingue entre el "Dios lógico o racional" y el "Dios cordial o sentido" (1984 107). El primero es el Dios de los "razonadores", un concepto obtenido por vía de negación, una definición de lo absolutamente indefinible, el ente sumo que -según Unamuno- termina sumiéndose, como realidad, en la nada porque, como escribió Hegel, el ser puro y la pura nada se identifican (Ibíd). Por su parte el Dios cordial o Dios sentido es el Dios de los vivos, es el Dios personal de la fe (Ibíd).

El Dios de las pruebas lógicas es tan sólo una abstracción, una hipótesis, una entidad supuesta con valor explicativo, un Dios aniquilado por la razón; no es más que "lo" divino, apenas la Divinidad, "el Dios ateo de la divinidad despersonalizada" (1984 105); no es más que un "Ello" teórico, en lugar de ser un "Él" personal (Id. 113); es un concepto, un adjetivo sustantivado que simplemente se puede pensar, pero con el que es imposible comunicarse; es el motor inmóvil, el ens realissimum de la teodicea, la Razón suprema pero, al fin y al cabo, Razón impersonal y meramente objetiva del Universo.

El Dios vivo propuesto por el vitalismo deísta de Unamuno, en cambio, el Dios sentido, es el que está en mí y en ti, el que vive en nosotros, en el que nosotros vivimos, nos movemos y somos. Está en nosotros "por el hambre que de él tenemos, por el anhelo, haciéndose apetecer" (1984 111). Es el Dios de los humildes (1 Cor 1, 27), el Dios verdadero, "Aquel a quien se reza y se anhela de verdad" (Ibíd), al que se siente y al que se ama.

Para Don Miguel, el Dios vivo es "el Padre del Amor" (1984 106), el "Padre de Cristo", al que "no se llega por camino de razón, sino por camino de amor y sufrimiento" (Id. 105). Según Unamuno, no es posible conocerle para luego amarle, porque la razón nos aparta de Él; por tanto, hay que empezar por amarle, por anhelarle, por tener hambre de Él, antes de conocerle. Sólo después de amarle será posible conocerle, y ese conocimiento poco tiene de racional, porque "en cuanto tratamos de definirlo, nos surge la nada" (Ibíd).

El Dios sentido por Unamuno es un Dios personal, porque incluye tres Personas (1984 108), y tiene que ser así porque lo que constituye a la personalidad es el amor. El Padre no es un Dios solitario, es un padre de familia, el Padre nuestro al que oramos en la oración dominical, el "amor eternizante" (Id. 28) que cree en mí, me crea de continuo (Id. 112) y me garantiza la perduración.

Unamuno lucha con Dios para que conserve su alma para siempre, como luchó Jacob toda la noche con el Ángel del Señor, hasta rayar el alba (Gn 32, 29), insistiendo que le dijera su nombre. Esa lucha es el descenso a las profundidades del propio ser, y ese nombre que Jacob ansiaba es el nombre que salva, no un concepto, sino el nombre de la única Persona que satisface nuestro anhelo, Jesús, el Salvador (cf. Unamuno 1984 113).

A este Dios sentido no se llega por necesidad racional, sino por angustia vital. Para Unamuno, creer en Dios es sentir hambre de Él, es querer que exista y querer salvar la finalidad humana del Universo: "Creer en Dios es anhelar que le haya y es, además, conducirse como si le hubiera; es vivir de ese anhelo y hacer de él nuestro íntimo resorte de acción. De este anhelo o hambre de divinidad surge la esperanza, de ésta la fe, y de la fe y la esperanza la caridad; de ese anhelo arrancan los sentimientos de belleza, de finalidad y de bondad" (1984 115-116).

Terminemos esta exposición recordando que el Dios sentido de Unamuno tiene rasgos femeninos o, en otras palabras, es vivido por él como madre, probablemente a causa de la situación en la que creció y fue educado, es decir, en medio de una guerra que hizo que su padre emigrara a México para procurar el sostenimiento de su familia y que, por consiguiente estuviera ausente, mientras que la madre y la abuela fueron quienes cuidaron y educaron a Unamuno en su infancia.

En efecto, en Vida de Don Quijote y Sancho, escribe que a Dios lo ha concebido la imaginación cristiana andromórficamente, es decir, como varón, con largas barbas y voz de trueno, un Dios que impone preceptos y pronuncia sentencias, un Paterfamilias a la romana (1958 333); un Dios con modos de varón de ceño fruncido, de irritado Padre, de severo juez. Para compensar y completar esta visión varonil de Dios, Unamuno propone un Dios femenino, más aún, maternal, y todavía más, junto a Dios pone a la Virgen Madre, a María. Ese Dios femenino, ese Dios Madre perdona siempre, abre siempre los brazos al hijo, ofrece siempre consuelo, no conoce más justicia que el perdón, ni más ley que el amor (Ibíd).

La Madre de Dios, por su parte, es la Madre dulcísima, la que perdona siempre, porque mira con amor ciego, y porque en el fondo de la culpa ve el perdón como única justicia.

Pongamos el punto final con unos cuantos versos de Unamuno, de una poesía no titulada sino numerada, la LXXXIX, perteneciente a la serie Asturias y León:

    Señor, no me desprecies y conmigo lucha (…);
    Dime, Señor, tu nombre pues la brega
    Toda esta noche de la vida dura,
    Y del albor la hora luego llega;
    Me has desarmado ya de mi armadura
    Y el alma, así vencida, no sosiega
    Hasta que salga de esta senda oscura (1999 403)
    .

Referencias

Abellán, José Luis. "El Dios personal de Unamuno y su fondo existencial trascendente". Dios en el pensamiento hispano del siglo XX. Eds. José Luis Cabria y Juana Sánchez-Gey. Salamanca: Sígueme, 2002. 39-53.         [ Links ]

Padilla Novoa, Manuel. Unamuno, filósofo de encrucijada. Bogotá: Cincel-Kapeluz, 1985.         [ Links ]

San Juan de la Cruz. Obras completas. Madrid: Editorial de Espiritualidad, 1993.         [ Links ]

Unamuno, Miguel de. "Vida de Don Quijote y Sancho". Ensayos II. Madrid: Aguilar, 1958.         [ Links ]

_____. Amor y pedagogía. Obras completas II. Madrid: Escelicer, 1966.         [ Links ]

_____. Del sentimiento trágico de la vida. Barcelona: Orbis, 1984.         [ Links ]

_____. Obras completas IV. Madrid: Biblioteca Castro Turner, 1999.         [ Links ]

_____. Amor y pedagogía. Obras completas I. Madrid: Biblioteca Castro Turner, 1994.         [ Links ]