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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.21 no.46 Bogotá Jan./June 2013

 

EL PICACHO (SEGMENTO DE UNA OBRA TEATRAL EN CONSTRUCCIÓN)

EL PICACHO (SEGMENT OF A PLAY UNDER CONSTRUCTION)

EL PICACHO (SEGMENTO DE UMA OBRA TEATRAL EM CONSTRUÇÃO)

Gustavo Galeano Madrigal*

* Profesional en Psicología por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia 2009). CC 71790369. Egresado de la escuela de cine por proyectos de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia 2004). Participante del taller de pregrado en estructuras dramáticas para el largometraje impartido por la escuela Internacional de cine y televisión (San Antonio de los Baños, Cuba 2013). Actualmente alumno de Estudios Literarios en la Universidad Pontificia Bolivariana. Miembro del semillero de investigación: La escritura y la experiencia poética del Grupo de investigación Epimeleia. Correo electrónico: marcagatos@gmail.com

Artículo recibido el 4 de febrero de 2013 y aprobado para su publicación el 15 de abril de 2013.


ESCENA IX

El joven dormita en un cuarto a media luz, ensueña sobre una máquina de escribir. El lugar está lleno de libros apilados en columnas de todos los tamaños y viejas latas de películas de cine. Se escucha un disparo que lo despierta de forma abrupta. Levantándose de su máquina, pero sin pararse del escritorio, vocifera.

JOVEN: ¡Nelson!

Mira a todos lados. Se ve conmovido. Se levanta y va a un pequeño espejo pegado de la cómoda.

JOVEN: Estarás ahí; pensando, con tus cortas pestañas adormiladas entre ellas, tus párpados boreales tibios y azarosamente titilantes. Estarás dormido y pensando, aunque abrirás los ojos para seguir dormido. Permanecerás en tu cuarto, abrirás una y otra vez esta ventana, mantendrás tu mirada de indiferencia al paisaje, seguirás con tu mirada orgullosa. Mirarás el calendario, arrancarás el 14 de junio, mirarás el 1978. Sentirás haberlo vivido todo, te regocijarás, estarás siempre en tu cuarto, lo tendrás siempre todo, lo sabrás todo. Permanecerás escribiendo solo en tu cuarto, te acomodarás a él, a sus ideas claras. Siempre las ideas entrarán por la ventana, seguirás esperando la gracia, el don, la musa, los temas. Cerrarás los ojos otro instante. Los abrirás. Mirarás la ventana, llevarás tu mirada matutina entre su marco gris. Encenderás tu cámara, probarás dos o tres pies de su haluro cobrizo, entonarás las primeras notas del discurso velado que más adelante impartirás como doctrina en la escuela; uno, dos, tres. Probarás el eco de tus primeras palabras capturadas, ajustarás el visor y observarás apuntando hacia la ventana, la penetrarás. Allí estará, será él, lo encuadrarás y contemplarás la magnificencia; de su altura, de su poder, de su tutela. Saldrás volando de allí, cruzarás el marco gris, dejarás la ventana, lo mantendrás en tu visor y lo obturarás, dispararás planos, sentirás su costumbre a los disparos. Saldrás volando hacia él.

Abajo rastrearás los planos que lo anuncian, dibujarás los pasos silenciosos de los operarios que irán a sus palancas, sellarás en la cinta, el jadeo del agua dulce de los tragos servidos en las rústicas cocinas, aunque sólo verás sus techos grises y fibrosos, las terrazas de concreto, los alambrados solitarios, las materas de caucho, las llantas de un viejo furgón que serán matera y los oxidados marcos de bicicletas que pronto se irán en el furgón. Bajarás un poco más, volarás más bajo, peregrinarás con levedad las calles a medio tapar, el tinglado de los balcones, las aceras angostas, los callejones, las veredas y las cuestas llenas de barro que surcarán por siempre el barrio amalgamado con plástico amarillento, gris "eternit" y el adobe rojizo que anticipará para tu cámara el color que correrá por esas mismas cuestas y a borbotones. Rojo picacho, rojo ladera, rojo pan de azúcar, rojo alta vista, rojo carambolas.

Dejarás, volando suave, ese naciente barrio de Zea. Verás la base del cerro. Aterrizarás suave, caminarás. Recorrerás a pie y con tu cámara encendida, las calles de Castilla; observarás su ladrillo recién puesto en las planchas, sentirás el agite de las palas meneando la gravilla y el cemento, verterás en tu cinta los tarros llenos de mezcla que suben la peligrosa escalera de madera. Sintonizarás el raspar de los músculos con la ropa raída. Olerás el sudor intenso y agrio de la obra y sus obreros. Subirás para ver cómo derrama el maestro el progreso, cómo se eleva la urbe, cómo se construyen los sueños, cómo se golpea la varilla, cómo se diluyen los ahorros de años, cómo se jubilan las tejas, cómo se corona el lavadero y el alambre, cómo se tocan las primarias colgadas de los postes, cómo se cuelgan allí los zapatos viejos, los guayos rotos, las cometas caídas. Saludarás, ella todos los días barrerá y aún con su batola, los rastros de un rocío inexistente, barrerá los cascos percutidos, la pólvora invisible pero olorosa. Trapeará la sangre, su propia sangre.

Escucharás y a lo lejos el primer traqueteo matutino, corto, rápido y penetrante, te percutirá. Seguirás con pasos de infantería el camino a la cumbre, dibujarás en tu lente asombrado, las recién pintadas, en calles y las altas aceras, "Palomas de la Paz". Apreciarás la contradicción pictórica, entre el blanco paráclito y el rojo sangre que baja por la falda, que te besará los pies y te marcará los pasos siguientes con la huella de la sangre ajena. Pasarás la Maracaná, no la mirarás, te espantarán. Los espíritus habitarán siempre en ella; en grupo, acostados unos entre otros, con sus cuencas vivas, sus pómulos perforados, sus piernas en fractura y sus ganas de correr detenidas por la fragmentación y la esquirla. No te aguantarás las ganas y la mirarás, te espantarán. Mantendrás en tus retinas reflex el olor a óxido de la sangre vieja. Seguirás subiendo, verás la Rosenda torres. Olerás el cloro de las piscinas nuevas del pedregal, sus aguas oscurecidas por la multitud, las llagas remojadas de los golpes en la piel inocente de los niños y de las quemaduras de mofle en las piernas de las niñas, maduradas a golpe de motocicleta y a besos de condenados y verdugos.

Llegarás a la cima. Respirarás. Contemplarás el Aburrá; las invasiones, las laderas. No apagarás tu cámara, verás en ella la gente cuesta arriba, cuesta abajo, planificarás en tus fotogramas los rastros de las refundaciones de Medellín. Verás la ciudad, olerás el menú del día en las casas de abajo en la loma; saborearás esa aguasal, la arepa migada, el tomate de árbol sin colar y ese par de gotas de moresco con el que se tiñen galones enteros del agua que llega cansada a las tuberías amarillas del Doce y de París. Tocarás desde ahí arriba los techos calientes por el sol brillante, pisarás algunas veces el terreno resbaloso de las cuestas y sobre todo, mirarás al horizonte y sentirás un golpeteo cardiaco de la ciudad... Tas Tas Tas.

Comenzarás a bajar de la cima, no apagarás tu cámara, la cinta correrá en ella sin detenerse, aunque el sol se quiera esconder en lo alto de San Javier. Mirarás las calles de los barrios, lo oscuro de las esquinas y las luces titilantes al otro lado del río. Mirarás en la lejanía el letrero parpadeante de Coltejer. Sentirás el calor de un quemonazo en tus volátiles piernas, mirarás por tu cámara la marca colorada sobre tu muslo de un balón que corre libre por la calle angosta mientras cientos de pares de piernas lo siguen. Pasarás por el granero que exhibe pequeñas copas en su mostrador. Pasarás por los agotados mataculines, por las llantas coloridas y por el pasamanos. Pasarás por la esquina, pasarás frente al arma cargada, pasarás frente al oficinista, frente al verdugo y frente al sentenciado. Pasarás frente a los ojos de la barriada, de las cadenetas decembrinas, de las ventanas rotas, de las tejas quebradas, las terrazas con ropa oreada, las luces amarillentas del alumbrado público, la callejuela oscura, los besos robados, los deseos robados, las vidas robadas. Seguirás bajando.

Respirarás más profundo. Olerás las flores, la esperma, olerás el formol, entrarás apenas levitando en una de las casas que un día tocarán la cumbre del cerro El Picacho. Velarás con lo moradores agonizantes, a Nelson, su hijo de 12 años. Escucharás a su hermanita mientras cuenta que lo mataron de un "pepazo" por robarle la bicicleta, escucharás también que era una que tampoco él había comprado. Verás tras el vidrio un niño con su mejor ropa, verás sus cuencas vivas, su nariz ennegrecida, detallarás el algodón que detiene su último aliento. Con su escapulario agitado te parecerá que aún respira, que pronto abrirá sus ojos, pero estarás espantado una vez más, como todos ustedes lo estarán, como yo mismo lo estaré. El Picacho es testigo, Nelson está vivo, pero no respira.

Estarás ahí; pensando, con tus cortas pestañas adormiladas entre ellas, tus párpados boreales tibios y azarosamente titilantes. Estarás dormido y pensando, aunque abrirás los ojos para seguir dormido. Olvidarás tu cámara en tus sueños. Ahora no sabrás nada, perderás el orgullo. Podrás hacer dos cosas: la primera, cerrarás la ventana, la asegurarás y tendrás cuidado, Medellín ronda en el vecindario; la segunda, Nelson querido, saldrás de la caja, romperás el vidrio, respirarás para abrir la ventana, saldrás volando. Revelarás todo aquello, ya tienes los fotogramas.