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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.21 no.47 Bogotá July/Dec. 2013

 

VON HILDEBRAND Y SU VISIÓN DE LA AFECTIVIDAD: ¿UN CAMINO HACIA LA ÉTICA?

VON HILDEBRAND AND HIS VISION OF AFFECTIVITY: ¿A PATH TO ETHICS?

VON HILDEBRAND E SUA VISÃO DA AFETIVIDADE: UM CAMINHO PARA A ÉTICA?

Carlos Alberto Rosas Jiménez*

* Biólogo por la Universidad de Los Andes (Bogotá, Colombia, 2003) y estudiante de Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín, Colombia). Investigador de la Fundación Solidaridad en Marcha (Colombia). Miembro del Sodalitium Christianae Vitae, de la Asociación Española de Bioética y Ética Médica y de la Fundación Colombiana de Ética y Bioética.
Correo electrónico: carlosalbertorosasj@gmail.com

Artículo recibido el 28 de mayo de 2013 y aprobado para su publicación el 16 de agosto de 2013.


RESUMEN

En un mundo en el que las emociones y los sentimientos ocupan un lugar preponderante en la vida cotidiana de las personas y especialmente en las decisiones que toman, cabe preguntarnos si podemos hablar de una nueva ética o de una ética renovada. En realidad no nos enfrentamos a una re-creación de nuevos principios y valores, sino a una necesidad de ahondar en la antropología de la persona humana. En esta profundización se ha revalorado el importante papel que juega la afectividad en la vida humana. Pensadores como Dietrich von Hildebrand han propuesto que la afectividad puede dar luces en la comprensión de la ética. A partir de un estudio de algunas de las obras de este filósofo contemporáneo proponemos que la ética vendría siendo el resultado de una armonía entre la clara comprensión objetiva de la realidad y una recta comprensión de dicha realidad dentro de una esfera afectiva educada, formada, y ante todo conocida por la propia persona, lo cual nos conduce más allá de una ética entendida muchas veces como algo rígido lleno de normas y restricciones.

Palabras clave: Von Hildebrand, Persona, Afectividad, Ética, Realismo.


ABSTRACT

In a world in which emotions and feelings occupy a dominant place in daily human life and especially in decision-making circumstances, it is important for us to ask ourselves whether it is possible to talk about "new" ethics or "renewed ethics." Actually, we do not face a re-creation of principles and values, but rather we face a need for deepening our understanding of human anthropology. Thinkers such as Dietrich von Hildebrand have proposed that affectivity can shed light on ethics comprehension. By means of a study of some of the works of this contemporary philosopher, we state that ethics is the result of a harmony between a clear objective comprehension of reality and a straight comprehension of that reality within the sphere of an educated, formed and well-known affectivity of the human person, which would lead us beyond the common place understanding of ethics as something rigid and full of rules and restrictions.

Keywords: Von Hildebrand, Person, Affectivity, Ethics, Realism.


RESUMO

Em um mundo no qual as emoções e os sentimentos ocupam um lugar preponderante na vida cotidiana das pessoas, especialmente nas decisões que tomam, cabe-nos perguntar se podemos falar de uma nova ética ou de uma ética renovada. Na realidade, não enfrentamos uma recriação de novos princípios e valores, mas uma necessidade de aprofundar na antropologia da pessoa humana. Neste aprofundamento tem sido revalorizado o importante papel que joga a afetividade na vida humana. Pensadores como Dietrich von Hildebrand propuseram que a afetividade pode dar luzes à compreensão da ética. A partir de um estudo de algumas das obras deste filósofo contemporâneo, propomos que a ética estaria sendo o resultado de uma harmonia entre a compreensão clara e objetiva da realidade e uma reta compreensão de tal realidade, dentro de uma esfera afetiva educada, formada e, sobretudo, conhecida pela própria pessoa, o qual nos conduz mais além de uma ética entendida muitas vezes como algo rígido, cheio de normas e restrições.

Palavras-chave: Von Hildebrand, Pessoa, Afetividade, Ética, Realismo.


Introducción

"Ja wer auch nur eine Seele. Sein nennt auf dem Erdenrund! Und wer's nie gekonnt, der stehle. Weinend sich aus diesem Bund". Son palabras de la Oda a la alegría de Friedrich von Schiller que quieren decir: "¡Que sólo se una a nosotros quien consiga que sea suyo al menos un corazón! Y quede llorando, desconocido, aislado, el que no". Con estas palabras, el filósofo, historiador y poeta alemán deja clara la importancia "del corazón" en la vida del hombre. En el fondo, es toda dimensión afectiva del hombre que no puede ser dejada de lado para comprenderlo a plenitud.

Con un cuestionamiento algo crudo decía Dietrich von Hildebrand (2009): "¿Puede dudar alguien que la fuente más profunda de felicidad en la tierra es el auténtico y profundo amor mutuo entre las personas, tanto si se trata de la amistad como del amor conyugal?" (52). Basándonos en las reflexiones del filósofo italo-alemán, en el presente ensayo nos abocamos a determinar cómo el realismo se constituye en punto de partida de la afectividad y cómo esta interrelación le da un nuevo aire a la ética, entendida muchas veces como algo rígido lleno de normas y restricciones.

Cabe anotar que la esfera afectiva no es una parte superficial del ser humano, sino que corresponde a ese ámbito donde se desarrollan las experiencias que van desde los sentimientos corporales hasta las más altas experiencias de amor, alegría, arrepentimiento, dolor de corazón, etc. Todas estas experiencias, emociones o sentimientos surgen porque existe algo que está situado en la realidad que las o los desencadena. Es por eso que queremos dirigir en primer lugar nuestra mirada a la realidad y darle un vistazo, para luego comprender qué sucede en la esfera afectiva del ser humano.

1. El realismo

Se entienden muchas cosas por realismo: hay realismo crítico, realismo ingenuo, realismo metafísico, entre otros tipos de realismo. Sin embargo, acá nos interesa definir el realismo como aquella postura que parte de la realidad para realizar cualquier reflexión, deducción, trabajo, apreciación o investigaciones. Queremos puntualizar que es un ejercicio que hacen no sólo los filósofos, sino también los científicos, por lo cual mencionaremos acá algunas posturas de reconocidos investigadores, junto con las de algunos filósofos con base en el trabajo de Bersanelli y Gargantini (2006). De acuerdo con lo anterior, podemos comenzar de la siguiente manera:

1.1 La realidad existe y me doy cuenta de ella

El mundo que el ser humano observa e indaga, antes de cualquier otra consideración, existe: no se trata de una ilusión ni de un sueño con los ojos abiertos. Quien ha probado el desafío de la investigación o del deseo de conocer, sabe bien que la naturaleza no obedece a su fantasía. La existencia de las cosas es objeto de reconocimiento, no de demostración. El dato que tengo delante de mí es algo que se nos ofrece, algo con lo cual nos encontramos, es una realidad dada.

Darse cuenta de la presencia de las cosas es la primera y fundamental tarea del hombre que indaga: es de esta extraña pasividad de donde nacen la curiosidad, las preguntas y el deseo de conocer. Quizá por esta razón, en el fondo de toda persona que busca conocer, hay algo que, como en un niño, mantiene sus ojos abiertos de par en par y sedientos de realidad.

La existencia de la realidad es en sí misma un estímulo para nuestra razón. No podemos dejar de lado la realidad, no podemos hacer caso omiso de ella. La razón humana es despertada y se conmueve, en primer lugar, por la existencia de la realidad; tanto que no podemos adjudicarle o atribuirle u obligar a la razón a que haga otra cosa, si no es dar cuenta de la pura presencia de las cosas. Este es un cuestionamiento que ha estado presente en la filosofía desde antiguo; Pieper en su obra El ocio y la vida intelectual (2003) nos lo recuerda diciendo que "la antigua metafísica se mueve particularmente por esta única pregunta: ¿cómo se ha de alcanzar la realidad, cómo se logra y se participa de ella, cómo puede ser atrapada, apropiada, incorporada, poseída como propiedad?" (291).

De manera que el primer movimiento que la razón acusa es la pura presencia de las cosas. Pero un requisito fundamental para darme cuenta de que la realidad existe, que está ahí, que es algo que me es dado, es mantener una actitud de humildad. Haciendo alusión a esta actitud en el conocimiento, el físico werner Heisenberg1 decía:

    Que estas relaciones internas muestren, en toda su abstracción matemática, un grado de increíble sencillez, es un don que sólo podemos aceptar con humildad. Ni siquiera Platón habría podido creer que fueran tan bellas. Estas relaciones, en efecto, no pueden ser inventadas. Existen desde la creación del mundo (Bersanelli y Gargantini 2006 28).

De acuerdo con la propuesta de la filosofía perennis, encabezada por Aristóteles y Santo Tomás, decimos que el punto de partida del conocimiento no es, como para Descartes y los modernos en general, "yo tengo conciencia del conocer", sino "yo tengo conciencia de conocer al menos una cosa: que algo es" (Maritain 1947). En el análisis del proceso del conocimiento, Maritain, como uno entre varios pensadores de esta corriente filosófica, insiste mucho -contra Descartes- en que el objeto de conocimiento no es la idea de la cosa, sino la cosa misma, a través de la idea o concepto; es decir, el concepto no es "obiectum quod" del conocimiento, lo que se conoce, sino "medium quo", aquello mediante lo cual se conoce, y que sólo por una reflexión, que es una segunda intención, se hace objeto de conocimiento él mismo (Martínez 2012).

Para Maritain, sostiene Martínez (2012):

    el error fundamental de Descartes y con él de toda la filosofía moderna ha sido tomar las "ideas" por objetos de conocimiento. Si el punto de partida es inmanente, no puede llevarnos a lo trascendente, porque no se da lo que no se tiene, y la filosofía no es más que la explicitación de su punto de partida. Pero la experiencia nos muestra que lo que inicialmente conocemos no son nuestras ideas, sino las cosas, y sólo por reflexión podemos llegar al concepto del concepto.

¿Por qué entonces a veces hacemos caso omiso de la realidad, y no le damos la centralidad que realmente tiene? Porque, entre otras cosas, como dice el biólogo Peter Medawar2: "…podemos perder de vista con frecuencia 'lo que tenemos ante nuestros ojos', o porque no encaja entre lo que consideramos como verdad posible, o porque consideramos que no puede ser cierto" (Bersanelli y Gargantini 2006 73)

Si es tan importante partir de la realidad, como hemos visto, es necesario cultivar las actitudes que nos permitan estar atentos a ésta. Por consiguiente, nos detendremos un momento en lo que llamamos reverencia.

1.2 La reverencia

Es necesario resaltar que para tener una conciencia mucho mayor de la realidad y a la par, ir construyendo una mayor apertura interior para conocerla y admirarla, es necesario tener una actitud reverente.

En su libro Actitudes morales fundamentales (2003), Dietrich y Alice von Hildebrand mencionan que:

    La reverencia es una actitud de aquel que cuando se encuentra con los seres, permanece en silencio para darles la oportunidad de hablar, sabe que el mundo del ser es más grande que ella misma, que no es un dominador que pueda hacer con las cosas lo que quiera, y que debe aprender de la realidad, y no al revés (2003 24).

Por el contrario, la persona irreverente, explican los von Hildebrand, no puede nunca albergar el silencio en su interior; explicitan que ese tipo de persona nunca da a las situaciones, a las cosas o a las personas, la oportunidad de desplegar su propio carácter y valor; es una persona que se aproxima a todo de una manera impropia y con una falta de tacto, de tal manera que se observa y se escucha sólo a sí misma, y se desentiende del resto, no mantiene una distancia reverente con el mundo.

A lo largo de la historia siempre ha habido quienes han sido más o menos reverentes, pero dado el bombardeo de información, ruido y flujo de información por los medios de comunicación, sí es más difícil ser reverente hoy en día; al respecto precisaban los von Hildebrand: "Ahora hemos pasado al extremo contrario de hipertrofia de los sentimientos y las emociones, pero siempre dentro de una concepción mecanicista del hombre, de manera que cada vez es mayor la tecnificación de la vida humana y, por consiguiente, la falta de reverencia y la ceguera" (2003 157).

En la medida en que cultivamos esta actitud reverente frente a la realidad, nos damos cuenta de que no todo nos da lo mismo y que cada objeto transmite algo particular que lo hace distinto a otro.

1.3 Cada objeto transmite algo particular que lo hace distinto a otro

Con una actitud reverente frente a la realidad que nos rodea podemos darnos cuenta de que existen muchas cosas muy variadas, pero cada una de ellas, por sus características propias transmite algo, nos deja ver algo particular, que es propio de cada cosa.

Esa variación de las cosas se da porque existen rasgos de cada una de ellas que sobresalen más que otros. Para explicar esto, von Hildebrand utiliza la categoría de importancia, pues viene a significar algo que no es indiferente: "La existencia de algo necesariamente suscita la cuestión de su sentido e importancia" (von Hildebrand 1962 102). Sánchez-León (2004) lo explica de la siguiente manera: "Algo importante no puede pasar desapercibido. Lo importante es lo que más destaca, lo que mejor se percibe por su mismo carácter de que no es indiferente. Lo importante añade algo puesto que no es indiferente, puesto que resuena".

Para que un objeto sea fuente de una respuesta afectiva tiene que estar dotado de alguna importancia (cf. von Hildebrand, 1962 58); y una vez que captamos el significado de la importancia, nos damos cuenta de que esta cuestión última existe independientemente de nuestra motivación (Id. 101).

José Antonio Marina (2000) menciona que los objetos forman una aleación con el yo, se entraman con él, le afectan, y afirma que "ésta es la experiencia inaugural de nuestro trato afectivo con la realidad" (77). Burgos (2008), por su parte, nos dice que los sentimientos constituyen uno de los principales modos de vinculación que tenemos con el mundo, que nos relacionamos con el exterior mediante el conocimiento, pero que nos vinculamos mediante la afectividad y la libertad-voluntad. Vemos, por tanto, que esa realidad que viene del exterior tiene una resonancia particular en cada ser humano, y que dicha resonancia podríamos ubicarla en lo que llamamos "esfera afectiva". Por esta razón, dedicaremos el siguiente apartado a profundizar en lo que llamamos afectividad, para luego ahondar en su relación con la realidad y como camino hacia la ética.

2. La afectividad

Von Hildebrand decía que: "la esfera afectiva, y el corazón como su centro, han estado más o menos bajo una nube a lo largo de la historia de la filosofía", y que "el lugar secundario asignado a la esfera afectiva y al corazón ha permanecido paradójicamente, como una parte más o menos aceptada de nuestra herencia filosófica." (2009 31). Desde un punto de vista filosófico -continúa von Hildebrand- no se puede justificar el descrédito de la esfera afectiva y del corazón simplemente porque están expuestos a tantas perversiones y desviaciones (Id. 51).

Siguiendo entonces la exhortación de este filósofo por estudiar mucho más la afectividad desde la filosofía, ahondaremos un poco más en ello planteando la siguiente situación: Si le preguntamos a cualquier persona en la actualidad qué es lo que más quiere, anhela o busca en su vida, lo más probable es que responda: "la felicidad". Cada persona la busca de una manera distinta, unos por un lado, otros por otro, pero lo cierto es que en el fondo todos queremos alcanzar la felicidad en nuestras vidas. Como dice von Hildebrand (2009), nosotros podemos "pensar" la felicidad, podemos "desear" la felicidad, es decir, utilizar nuestra inteligencia y voluntad con respecto a la felicidad; no obstante, una felicidad solamente "pensada" o "querida" no es plenamente felicidad, y podría convertirse en una palabra sin significado; no bastan la inteligencia y la voluntad para experimentar la felicidad, sino que necesitamos "sentirla", es decir, que tenemos que llevarla a la esfera afectiva en nuestro interior.

Para alcanzar la felicidad necesitamos estar situados en la realidad, y al mismo tiempo, dejar un espacio para la acción de nuestra esfera afectiva. Por el contrario, cuando no existe ese vínculo con la realidad, usualmente nos descubrimos engañados; y a nadie le gusta ser engañado. Definitivamente esto sucede, pero sabemos que no es lo que queremos. No queremos dobleces. En el fondo buscamos coherencia y sinceridad.

Estos valores se alcanzan en la medida en que tomemos la realidad tal cual es. Si bien cada persona le dará un peso diferente a las cosas que capte de la realidad en su esfera afectiva, lo que hará que pueda vibrar el interior de cada persona, sea que llore, se compadezca o se alegre, será el peso que por sí misma tiene la realidad. Nuestra esfera afectiva será como una caja de resonancia que deja que la realidad vibre con todas sus patricularidades, y la respuesta al contacto con esa realidad se manifestará de acuerdo con las particularidades de cada persona. Podemos resumir este último punto en palabras de José Antonio Marina: "En la aparición del sentimiento influyen dos elementos de distinto signo. Uno de ellos es la situación real. Otro el sistema interpretativo del sujeto" (2000 93).

Lo que queremos puntualizar aquí es que nuestro interior reclama ser llenado por algo para "resonar" y más bien, cuando no se llena con nada, toda la esfera afectiva y sus manifestaciones pierden peso. Por esta razón es que muchas veces nos encontramos con sentimientos de arrepentimiento totalmente vacíos, con amor, perdón, que no tienen fundamento en la realidad, que terminan siendo palabras sin más, que se las lleva el viento. Como dice von Hildebrand, en este caso "la respuesta afectiva en cuestión es separada de su objeto y considerada como absolutamente independiente de él, como algo que existe sin el objeto y que tiene sentido en sí misma." (2009 38).

3. La afectividad como camino hacia la ética

En este punto ya tenemos clara la importancia de la realidad en sí misma, así como la estrecha relación entre ésta y la esfera afectiva; lo cual podríamos resumir en una frase de Pieper: "El hombre quiere hartura por medio de realidad; quiere tener realidad; tiene hambre de la totalidad, de la abundancia sin más ni más. La vehemencia de este hambre es de tal fuerza, que habría de ser llamada 'desesperada', si no se pudiese esperar ninguna satisfacción" (2003 290). Pero ¿qué tiene que ver todo esto con la ética? Pues es que "no cabe ética alguna sin respeto a la realidad de las cosas" (Sánchez 2011). Sánchez continúa diciendo que en el plano de la ética fenomenológica, la actitud fundamental para von Hildebrand es la noción del respeto, tanto así que lo considerará la madre de toda vida moral, puesto que en el respeto el hombre adopta primordialmente, ante el mundo, una actitud de apertura.

Dijimos que la esfera afectiva en el ser humano es como esa caja de resonancia que está a la espera de que la realidad entre en su interior y resuene con todas sus particularidades, combinándose con las particularidades de la persona en cuestión. Esta visión "realista", llamémosla así, en donde la realidad tiene tanto peso, así como lo tiene el interior de la persona, nos evidencia claramente dos problemas: o se termina dándole demasiado peso a la realidad, sin permitir que ésta toque el corazón de la persona; o se termina dándole demasiado peso a las experiencias del sujeto, olvidándose de aquello por lo cual se siente algo. Esto es justamente el respeto, es decir, dejar ser a la realidad y abrirse sumisamente a la perfección del otro sin sucumbir a la tentación de rehacerlo a nuestra propia medida (Melendo y Millán-Puelles 1996); no con una actitud pasiva que deja hacer o deja pasar fruto de una tolerancia transigente con la apariencia de las cosas, sino con la actitud de quien quiere ser fiel a la estricta realidad de las cosas (Sánchez 2011).

¿A qué nos enfrentamos aquí? A dos cuestiones muy importantes: En primer lugar, que para una recta afectividad, no se puede fugar de la realidad, cosa que es muy frecuente hoy en día, pues nos desconectamos fácilmente de la realidad, con el ruido, la música a todo volumen, el trabajo excesivo, el consumismo, etc. En segundo lugar, que es necesario conocerse bien, con nuestros dones, capacidades y virtudes, dejando de lado los complejos, los problemas de valoración, etc; pues sin el recto despliegue de esa esfera afectiva perdemos el contacto real con los objetos:

    no se puede decir que viven realmente quienes no pueden amar ni experimentar una alegría real, no tienen lágrimas para las cosas que requieren lágrimas y no saben qué auténtico resulta anhelar; hasta el punto de que, incluso su conocimiento, carece de profundidad y de contacto real con el objeto. Son incapaces de contemplar y están separados de la vida real y de todos los misterios del cosmos (von Hildebrand 2009 115).

Sánchez nos aclara la importancia de la realidad y su relación con la ética, diciendo que:

    No tiene cabida construir una realidad a partir de lo dado, sino que con lo dado vamos conociendo la realidad. Esto de ningún modo es afín de cualquier tipo de idealismo. Y para ello necesitamos de la contemplación, esto es, de una mirada limpia y fiel de lo que el ser nos envía. Por tanto, a diferencia de las ciencias que se detienen más en la observación, la filosofía debe detenerse más en la contemplación. Y contemplar es mirar lo realmente importante, las esencias, lo dado. La coherencia de la vida contemplativa lleva a la vida comprometida, y en este marco de compromiso (con la realidad misma del ser) nace la ética (2004).

La ética, por tanto, no es un moralismo, no es simplemente un conjunto de normas o reglas arbitrarias, jurídicas o religiosas, sino que es un dejar escuchar la propia naturaleza de la realidad que nos rodea, incluyendo nuestra propia realidad personal, particularmente dándole peso a esa esfera afectiva donde "resuena" toda la realidad.

La ética vendría siendo el resultado de una armonía entre la clara comprensión objetiva de la realidad y una recta comprensión de dicha realidad dentro de una esfera afectiva educada, formada, y ante todo conocida por la propia persona. De lo contrario, si no es terreno conocido, si no se conoce cómo reacciona la propia afectividad, con desviaciones y falsificaciones, como le sucede a algunas personas, no podrá ser tampoco manejada ni controlada, inclinándose por cualquier cosa que se le presente como apetecible o como buena, dejando de lado todo criterio objetivo.

Por lo tanto, si nosotros nos esforzáramos por no fugarnos de la realidad de la manera como algunas veces lo hacemos y no huyéramos de nosotros mismos, tendríamos una noción más clara de lo que es verdaderamente la ética. En la medida en que nos esforzamos por darle mucho más peso a la realidad, buscando conocerla cada vez mejor, así como a nuestro propio interior, sin miedo a encontrar nuestra fragilidad, será más fácil actuar éticamente.

Queda claro que la profundización en la esfera afectiva nos lleva por un camino que conduce paulatinamente a una reflexión ética, que termina exigiéndonos mucho a nivel personal. Implica compromiso; de lo contrario, como dice Shell, "al renunciar a todo compromiso la persona queda fuera de la realidad, la existencia es superficial, sin contenido, mediocre y se llega al conformismo" (ctd en Ayala-Fuentes 119).

La ética no puede convertirse tampoco en un análisis del comportamiento del ser humano presentado en cifras y tendencias, como lo hace Lipovetsky (1994). Más bien, a partir de una mirada exhaustiva como la que tiene este pensador francés, tenemos que dejar que nuestros ojos vayan más allá de la misma realidad, entre aquello que tenemos ante nuestros ojos y toda la dimensión interior de la persona humana, en la cual la afectividad tiene un papel clave.

Conclusión

De acuerdo con la propuesta de von Hildebrand, la ética no puede ser entendida dejando de lado la realidad, pues tiene que existir un respeto por ésta. Un respeto que se aplica para la realidad externa e interna de la persona humana, las cuales deben ser conocidas para poder ser tenidas en cuenta. Por tanto, tiene que existir un compromiso de cada persona por ahondar en ellas.

No sólo se debe ahondar en el conocimiento de cada una de las dos realidades, sino en su interrelación. Es en este encuentro de la persona humana con la realidad que lo rodea donde la dimensión afectiva juega un papel fundamental. Es en esta esfera afectiva donde resuena la realidad externa.

Para que esa realidad haga eco en el interior de cada persona sin caer en subjetivismos y relativismos, la persona tiene que hacer un esfuerzo por formar y educar su propia afectividad, para que su obrar esté regido por su propio interior, pero sin dejarse llevar por complejos, heridas sin reconciliar o problemas de valoración que conllevan en última instancia a falsificaciones de la realidad.

Esta es una perspectiva bajo la cual la ética podrá dejar de ser considerada como un moralismo o conjunto de normas o reglas externas que hay que cumplir. Puede ser considerada como un verdadero esfuerzo del hombre por entenderse a sí mismo, a los demás y a la realidad que lo rodea y podrá dejar que en su dimensión afectiva resuene la realidad tal cual es y pueda optar por el bien objetivo que se le presenta.


Pie de página

1 Físico alemán (1901-1976), alumno de Niels Bohr. Fue uno de los fundadores de la mecánica cuántica. Recibió el Premio Nobel de Física en 1932.
2 Biólogo británico (1915-1987). Sus estudios impulsaron las investigaciones en la inmunología del trasplante. Recibió el Premio Nobel de Medicina y Fisiología en 1960.


Referencias

Ayala-Fuentes, Miguel. "Relativismo y dogmatismo. Causas y consecuencias". Persona y bioética, 12 (2008): 118-131.         [ Links ]

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Burgos, Juan Manuel. Antropología: una guía para la existencia. Madrid: Palabra, 2008.         [ Links ]

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