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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.22 no.48 Bogotá Jan./Jun. 2014

 

TRES PERFILES DE FILÓSOFOS CÍNICOS: ANTÍSTENES, DIÓGENES Y CRASO

THREE PROFILES OF THE CYNIC PHILOSOPHERS: ANTISTHENES, DIOGENES AND CRATES

TRÊS PERFIS DE FILÓSOFOS CÍNICOS: ANTÍSTENES, DIÓGENES E CRASSO

Claudia Patricia Fonnegra Osorio*

* Magíster en Estudios Humanísticos por la EAFIT (Medellín, Colombia, 2012). Docente de la Universidad de Antioquia. Este texto fue presentado en el seminario "Modalidades del cuidado de sí" (Medellín, Colombia, 23 de octubre de 2013), el cual se encuentra adscrito al grupo de investigación PSIFE de la Institución Universitaria de Envigado.
Correo electrónico: claudiafonnegra@gmail.com.

Artículo recibido el 13 de septiembre de 2013 y aprobado para su publicación el 18 de diciembre de 2013.


"El cinismo es un atajo hacia la virtud" (Laercio 328)

RESUMEN

Los filósofos cínicos se han caracterizado por seguir sus pasiones, hablar francamente y revisar los artificios normativos de una comunidad. Este artículo tiene como objetivo presentar, a partir de un enfoque hermenéutico, tres perfiles de sus vidas, los cuales tienen en común la búsqueda de la configuración de una forma de vida ético-estética en la que resulta esencial actuar conforme a lo que se piensa. Con lo anterior se pretende señalar por qué esta perspectiva filosófica puede orientar en la contemporaneidad la reflexión en torno a prácticas relacionadas con el cuidado y el conocimiento de sí.

Palabras clave: Cínicos, Naturaleza, Forma de vida, Virtud, Filosofía.


ABSTRACT

The Cynic philosophers have stand out because they have followed their passions, talked frankly and examined the normative artifices of their communities. The following paper aims to present, from a hermeneutical perspective, three profiles of their lives, which have in common a search for an ethical-aesthetic way of life in which is significant to act according to what is thought. Bearing this in mind, it is pretended to outline why such a philosophical perspective might guide nowadays the reflection about practices related to the care and knowledge of the self.

Key words: Cynics; Nature; way of Life; Virtue; Philosophy.


RESUMO

Os filósofos cínicos se caracterizaram por seguir suas paixões, por falar francamente e rever os artifícios normativos de uma comunidade. Este artigo tem como objetivo apresentar, a partir de um enfoque hermenêutico, três perfis de suas vidas, os quais têm em comum a busca da configuração de uma forma de vida ético-estética, na qual se torna essencial agir conforme o que se pensa. Com o anterior se pretende assinalar por que esta perspectiva filosófica pode orientar na contemporaneidade a reflexão em torno das práticas relacionadas com o cuidado e o conhecimento de si.

Palavras-chave: Cínicos, Natureza, Forma de vida, Virtude, Filosofia.


Introducción

En nuestro mundo contemporáneo, marcado por el capitalismo, por la lógica del producir, por los afanes cotidianos, por constantes políticas de exclusión, por la experiencia de la fragmentación del sujeto, por la disolución de lo público, por el auge del nihilismo. En este, nuestro tiempo, se torna pertinente plantear de nuevo viejas preguntas filosóficas, no con el ánimo de idealizar el pasado o de aferrarse nostálgicamente a un mundo que ya no es, se trata, más bien, de encontrar guías que ayuden a pensarnos en nuestra enigmática y contradictoria condición de humanos. A propósito, Foucault recuerda cómo los cínicos planearon un sencillo interrogante y pletórico de posibilidades ¿qué es lo bello? Su respuesta no se ancla en una visión positivista del mundo, en elucubraciones eruditas, en la producción de cosas útiles, sino en la configuración de un ideal de vida ético-estético, el cual se fundamenta en el decir veraz.

    En Diógenes Laercio, por ejemplo, encontramos esta anécdota entre muchas otras que se atribuyen a Diógenes [el cínico]. Un día le preguntaron qué era lo más bello que había en los hombres (to kálliston en tois anthropois). Respuesta: la parrhesía (el hablar franco). Podrán advertir aquí que hay un vínculo directo entre el tema de la belleza de la existencia, y el tema del ejercicio de la parrhesía, el hablar franco (Foucault, "el coraje de la verdad" 178).

Los cínicos no separaron el saber teórico del práctico, antes bien, su unión era necesaria para asumir "una verdadera vida como una vida de verdad" (187), lo cual permitía moldear, a su vez, una existencia bella, en la que resultaba decisiva la inquietud de sí. De la mano de las anécdotas heredadas por Diógenes Laercio acerca de los cínicos, en este texto se delinearán tres perfiles de sus vidas, en los que se pone de manifiesto el proyecto de hacer de la existencia una obra de arte1.

1. Antístenes, el fundador de los cínicos

    "En tu vida fuiste un perro, Antístenes, de tal naturaleza, que sabías morder con tus palabras, no con los dientes" (Laercio 288).

Diógenes Laercio presenta una imagen de Antístenes que lo ubica como pensador cosmopolita. "El fundador de los cínicos" (279) no se aferra a la polis, a sus leyes, a sus tradiciones, a un ideal establecido de cultura que se circunscriba a un sitio único, a un tipo de hombre o de raza, antes bien, el pensador se mofa de aquéllos que se conciben como portavoces de una civilización privilegiada. "Desdeñando a los atenienses que se jactaban de su condición de nacidos de la tierra, les decía que en nada eran más nobles que los caracoles y los saltamontes" (278). Aquí está en juego la defensa de un pensamiento amplio, cuya importancia va más allá de la discusión en torno a la legitimidad del origen ateniense de Antístenes, del hecho de ser heredero de una tradición privilegiada. Al respecto, Michel Onfray escribió: "Antístenes menosprecia los lazos de sangre y los lazos civiles y no reconoce ningún obstáculo. Libre de ir donde más le plazca, el filósofo cínico se siente en su casa esté donde esté, porque en todas partes es un exiliado" (Onfray 194).

Antístenes sostiene que el hombre no está determinado por condiciones sociales, en este sentido puede asumir la libertad como una conquista, reconocerse como luchador a pesar de no ser hijo de luchadores (Laercio 280) y, asimismo, forjarse un ideal de vida loable, a pesar de compartir con personas de "malvivir". Esto es así porque la virtud es un bien que no depende de hechos azarosos del mundo ni del vaivén de los caprichos de la fortuna, sino de la fortaleza del carácter "la virtud es un arma que no se deja arrebatar" (283), esta no es un atributo que varíe conforme a la diversidad de géneros, puesto que "la virtud del hombre y la mujer es la misma" (283), la virtud tampoco es un bien exclusivo de los aristócratas, de los libres, se trata, entonces, de un bien universal que no se reduce a grupos privilegiados, a la posesión ciega de erudición o al seguimiento irreflexivo de reglas de conducta, puesto que la virtud no es más que vivir conforme a la naturaleza.

Antístenes desprecia la vanidad, el lujo, la adulación porque se constituyen en vicios propios de hombres débiles, sin alma, en cambio exalta la confrontación de ideas como actividad vital propia de hombres sabios, que encuentran en el diálogo consigo mismo, y con los otros, un espacio para el juicio sobre lo que es digno de aprobación o de censura, lo cual conduce al cultivo de la humanidad.

Antístenes "decía que las ciudades perecen en el momento en que no pueden distinguir a los malos de los buenos" (281). De ahí la importancia del diálogo como principio del pensamiento crítico. Sobre el valor dado al diálogo interior, Diógenes Laercio cuenta que "al preguntarle qué había sacado de la filosofía, dijo: el ser capaz de hablar conmigo mismo" (281). Desde esta perspectiva se debe a la filosofía la capacidad de revisar las propias visiones del mundo, las propias acciones, sometiéndolas a un escrutinio minucioso. En lo anterior está en juego, dicho en términos de Foucault, un saber teórico y espiritual que implica el planteamiento de principios que orienten la acción de cara a prácticas precisas que conlleven al cuidado y al conocimiento de sí (Foucault, "La hermenéutica" 33). Por otra parte, para Antístenes el encuentro intersubjetivo, el diálogo que se gesta con los otros, también implica una importante actividad que permite estar atentos al cultivo del yo, es aquí, y no en los bienes materiales, donde se encuentra la real riqueza "Jenofonte afirma que era el hombre más agradable en las conversaciones, y el más sobrio en todo lo demás" (Laercio 285).

En esta línea argumentativa es válido sostener que por el valor dado a la pluralidad de ideas, Antístenes admira a Sócrates, lo reconoce como su maestro, no siente celos en animar a sus discípulos a seguir al creador del método mayéutico, es más, él mismo, para escucharlo, está dispuesto a recorrer largos caminos.

Antístenes, a su vez, exalta la amistad, la palabra que, como "muro", protege del dolor; en este contexto la filosofía es una importante vía para reconocer aquél a quien dar el corazón, pues "sólo el hombre sabio sabe a quién amar" (283).

Nuestro pensador está dispuesto a adaptarse a circunstancias diversas, no teme a las peripecias de la vida, ya que ésta se afirma, aún en medio de las adversidades, de esto se deriva la importancia de la memoria como vía que impide perder lo que se ha sido. La memoria protege lo que merece ser cultivado, reside en el alma y no en tablillas. Conforme a lo anotado, el más preciado conocimiento es aquel que "impida el desaprender" (281), para continuar amando lo que ya se ha amado, se trata de una apuesta por el no olvido, la aletheia, que permite el "morir feliz", aún en medio de la enfermedad.

2. Diógenes, tras la búsqueda de un hombre

    "Aunque tan sólo pretenda la sabiduría, también eso es filosofar" (308)

Para Diógenes la reflexión filosófica está estrechamente unida a la acción, esta última es la que da cuenta de que se vive conforme a lo que se piensa. ¿Pero qué hay detrás de las acciones del cínico? Un vivir conforme a la naturaleza y no conforme a preceptos sociales. Por ello, Diógenes es llamado "el perro", porque sigue sus pasiones, ladra a sus enemigos, es leal a sus amigos y es fiel protector de su filosofía, conforme a la cual "solo hay un gobierno justo: el del universo" (312). Desde esta perspectiva, la justicia es un principio universal, no deviene de reglas externas de conducta, ya que éstas sólo son concebidas como artificios normativos. Vivir filosóficamente es buscar la sabiduría, ser obstinado y persistente en tal propósito. Lo cual implica ir en contravía de los convencionalismos sociales, de las instituciones de poder operantes e, incluso, de las apuestas culturales que dan cuenta de los principios de una civilización.

De ahí que Diógenes encuentre en modelos de virtud (y no en meros preceptos eruditos) un ideal de formación. Si Diógenes sigue con obstinación a Antístenes, mientras que desprecia a Platón, se debe a que el primero vivió sin excesos, conforme a sus pasiones naturales; en cambio, se dice que el segundo, se alejó de la búsqueda de la verdad para ir tras el espejismo del poder en Siracusa, de una vida simple para perseguir la adulación en la academia y de la naturaleza para ir tras la abstracción del saber.

Se cuenta que "cuando Platón dialogaba sobre las ideas y mencionaba la «mesidad» y la «tazonez» dijo: yo veo una mesa y un tazón, pero de ningún modo «mesidad» y la «tazonez»." (303). Esto es así porque en Diógenes el saber no se eleva de lo particular hacia ideas generales y abstractas, ya que el saber parte del sentido común, tienen por fundamento la inmanencia de los sentidos y por horizonte la búsqueda de la vida buena.

Por tanto, Diógenes "se extrañaba de que los matemáticos estudiaran el sol y la luna y descuidaran los asuntos cotidianos. De que los oradores dijeran preocuparse de las cosas justas y no las practicaran jamás. y, en fin, de que los avaros hicieran reproches al dinero y lo adoraban" (292).

Desde esta perspectiva, la felicidad no reside en los bienes materiales, en el poder o el renombre sino en la inquietud de sí. Al respecto Foucault escribió: "por lo tanto, si uno quiere ocuparse de sí mismo, lo que debe estudiar no es el orden cósmico, no son las cosas del mundo, no las matemáticas o la música, sino las cosas inmediatamente útiles para la vida, es decir para la atención del sí mismo" (Foucault, "El coraje de la verdad" 251).

De Diógenes se narran diferentes anécdotas que explican porque éste, siendo de Sinope, es exiliado en Atenas. La primera de ellas relata que su padre, al trabajar en la banca, comete el delito de falsificar la moneda del lugar. La segunda presenta al mismo Diógenes como el original transgresor. La tercera versión añade que en el oráculo de Delfos, Apolo exhorta a Diógenes llevar a cabo el cambio de "la legalidad vigente". Lo cierto es que el filósofo cínico parte de su hogar, pierde su patria, asume el vagabundeo estando así asociado al troquelado de convenciones sociales. Ahora bien, Foucault llama la atención del sentido de las anteriores anécdotas en dos direcciones. La primera da cuenta de la relación estrecha entre Sócrates y Diógenes. Ambos pensadores siguen el precepto de un dios: interpelan, problematizan, someten a escrutinio crítico el universo cultural en el que habitan. En la Apología Sócrates señala "una vida sin examen no tiene objeto vivirla" (38a). Mientras que Diógenes "a uno que decía: «No estoy capacitado para la filosofía», le repuso: «¿Para qué entonces vives, sino no te importa el vivir bien?»" (Laercio 308). Así que ambos asumen como principio regulativo la revisión de la acción, la vigilancia atenta del sí mismo, la búsqueda, nunca acabada, de la verdad.

La segunda dirección mencionada por Foucault sobre el sentido de las anécdotas muestra la estrecha cercanía entre los términos nómisma moneda y nomos ley. De este modo Diógenes no sólo cambia el valor de un bien mercantil, también lleva a cabo la alteración de las prescripciones, de las costumbres de una comunidad. Dice Foucault que no se trata de devaluar la moneda sino de darle un nuevo valor: "Lo que define este principio cínico, tan importante, de alterar y cambiar el valor de la moneda es que ésta no engañe acerca de su verdadero valor, y se le devuelva el valor que le es propio mediante la imposición de otra efigie, mejor y más adecuada" (Foucault, "El coraje de la verdad" 242).

Ahora, hay otros referentes a través de los cuales es lícito establecer un estrecho vínculo entre Sócrates y Diógenes, se dice que "cuando a Platón le preguntaron «¿qué te parece Diógenes?», respondió: «un Sócrates enloquecido»" (Laercio 303). ¿Por qué un Sócrates enloquecido?

En primer lugar porque Diógenes, al igual que Sócrates, exhorta al cultivo del yo, pero a diferencia de aquél no se limita a las fronteras de una polis libre, esta idea es posible sostenerla puesto que afirmó su condición de ciudadano del mundo y siempre llevaba un morral presto para el viaje. Cuando Diógenes fue tomado como esclavo no se derrumbó ante su nueva condición y, en medio de ella, fue maestro, preceptor, "gobernador de hombres", al punto de que su amo Jeníades afirmó que en su hogar había ingresado un "genio", el cual enseñaba a sus hijos a "cuidarse a sí mismos" (293), a estar atentos de sí mismos y no de los vaivenes del mundo, ni de los caprichos de la fortuna, los cuales se caracterizan por ser contingentes y mudables.

En segundo lugar, puede decirse que Diógenes es un Sócrates enloquecido porque éste también hiere con el tábano de la "sinceridad", porque no dice lo que los poderosos desean oír, sino aquello que se busca evitar, porque duele, perturba, incomoda, no respetando ninguna ley positiva. En este sentido aseguró que los amigos no son los que los que elogian, los que al servir esclavizan y se esclavizan, sino los que aguijonean con, dicho en términos de Foucault, "el coraje de la verdad".

Diógenes mantuvo la independencia de su carácter, por ello no dudó en rechazar los ofrecimientos de poder de Alejandro Magno. La anécdota cuenta que un día, cuando Diógenes tomaba el sol, arriba el político, se para ante el filósofo y le promete cumplir sus deseos, pero no sólo obtiene una negativa ante su dádiva, sino un desprecio a su poder: "no me hagas sombra" (296). En lo anterior, Peter Sloterdijk encuentra un rasgo genuino de la filosofía cínica: su inquietud por la vida y su alejamiento de posturas teóricas que desemboquen en la persecución del poder. "Esta es quizá la anécdota más conocida referida a un filósofo de la antigüedad clásica y no sin razón. Demuestra de un sólo golpe lo que la antigüedad entiende bajo el concepto de sabiduría filosófica: no tanto un saber teórico cuanto un saber insobornable, soberano" (Sloterdijk 254).

En tercer lugar, la ironía socrática en Diógenes es llevada a su punto más alto, al pasar todo el día "con una lámpara encendida diciendo busco un hombre" (Laercio 297), un hombre fiel a sí mismo, a sus pasiones. El vagabundear con una lámpara para buscar hombres, es portar una luz para transitar en medio de las sombras de los prejuicios sociales, de los dogmatismos, de nuestras múltiples torpezas cotidianas. Es creer en las potencialidades de los hombres aún en medio de la estupidez y la barbarie. Este es el valor más alto de ir en contra de lo que convencionalmente se afirma, de ahí la importancia de "trocar la moneda".

Sobre la lectura de Diógenes como un Sócrates enloquecido, Pierre Hadot escribió:

    En cierto sentido, Sócrates anunciaba a los cínicos. Los poetas cómicos se burlaban también del aspecto exterior de Sócrates, de sus pies descalzos y de su viejo abrigo (…) Diógenes, vagabundeando sin casa ni hogar con su pobre alforja, ¿no es otro Sócrates, figura heroica del filósofo inclasificable y ajeno al mundo? Otro Sócrates, quien, también, se considera investido de una misión: la de hacer reflexionar a los hombres, de denunciar, con sus mordaces ataques y con su modo de vida los vicios y los errores. Su cuidado de sí mismo es, inseparablemente, un cuidado de los demás (Hadot 125).

Así que, Sócrates y Diógenes representan el arquetipo del filósofo, ser que a pesar de resultar extraño a la sociedad, es el único capaz de interpelarla sin máscaras. De ahí que su figura, aunque en muchos casos resulte odiada y concebida como peligrosa, se torne fundamental2.

3. Craso, desprenderse es encontrarse

No es mi patria una sola torre, ni un tejado,
Mas toda la tierra me sirve de ciudadela y de morada
Dispuesta a cobijarme (Laercio 325).

Craso es discípulo de Diógenes y, al igual que su maestro, le apuesta al decir veraz, a la configuración de un proyecto vital en el que la riqueza, la fama o la ciega erudición no son más que quimeras o fantasmas que alejan a los hombres de la comprensión de sí mismos.

Craso es obstinado en sus apuestas existenciales, posee el carácter necesario para vivir conforme a las decisiones tomadas, las cuales se defienden con fuerza, con ahínco. Éste vende su hacienda, se despoja de su dinero para ir tras la búsqueda de una vida serena y feliz, la cual se persigue aunque esto implique el distanciamiento de algunos de sus familiares y el abandono de las seguridades materiales que durante años se había forjado. "A menudo se le acercaban algunos parientes con la intención de disuadirle y los ahuyentaba persiguiéndolos con un bastón, y se mantenía firme" (320).

Se tiene, pues, que el cínico encuentra a partir de sus reflexiones el afianzamiento de una forma de vida que sirve para el sustento del cuerpo y del espíritu "dijo que de la filosofía había sacado: un cuartillo de lentejas y el no preocuparse por nada" (319). Así, vivir conforme a la satisfacción de las necesidades básicas y tras la búsqueda de la imperturbabilidad del carácter, se convirtió en el sello de su filosofía. Se trata de un saber comprometido con el cuidado del alma y no con la búsqueda de meros bienes mercantiles. "Poseo todo cuanto aprendí y medité y los venerables preceptos de las Musas. Lo demás, mucho y magnífico, lo arrebata la ilusión" (319).

Gracias a sus acciones y a sus palabras, Craso fue modelo de virtud, por ello, fue maestro. Se cuenta que el joven Metrocles, después de sentirse humillado por tirarse un pedo en medio de los compañeros de la escuela peripatética encontró en Craso y en su forma de vida una nueva manera de ser en el mundo. La anécdota, aunque lo parezca, no es sólo burlesca o trivial: Craso come varios platos de lentejas que lo dejan indigesto y sale al encuentro del avergonzado muchacho, en su condición vulnerable le expone que no se puede luchar contra ciertos procesos biológicos; lo que devela en el comportamiento del cínico una clara crítica al excesivo valor que se le da a normas refinadas de conducta que niegan las particularidades del cuerpo, lo condenan al ocultamiento, a la enfermedad y hasta la muerte.

Craso también se granjeó el seguimiento de Hiparquia, hermana de Metrocles, mujer cuya sabiduría y coraje le permitieron abandonar una vida de lujos, romper con prácticas tradicionales relacionadas con el lugar de la mujer en sociedad y asumir la aventura de amar sin prejuicios. La anécdota es narrada por Foucault de la siguiente manera:

Hiparquia quería casarse a cualquier precio con Crates, filósofo cínico que, como tal, no hacía caso alguno del matrimonio. Entonces, superado por las insistencias de la mujer, que había dicho que se suicidaría si él no la desposaba, Crates se plantó frente a ella, se desnudó por completo y le dijo: aquí está tu marido, esto es lo que posee, decídete porque no serás mi mujer si no compartes mi modo de vida. El modo de vida, definido (…) es pues parte fundamental de la filosofía práctica (Foucault, "El coraje de la verdad" 183).

Una vez llevadas a cabo las nupcias, los amantes no ocultan sus encuentros eróticos y hacen públicamente el amor, lo anterior se debe a que según la pareja el deseo no puede causar daño, ni puede ocultarse o disfrazarse, de lo contrario corre el riesgo de perderse, así lo señala Foucault:

¿Cómo podría el hecho de hacer el amor, tener relaciones sexuales, considerarse como un mal, habida cuenta de que está inscrito en nuestra misma naturaleza? Como está inscrito en ella, no puede ser un mal. En consecuencia, no hay que disimularlo. La vida pública será pues una vida de naturalidad patente y enteramente visible, como una manera de destacar el principio de que la naturaleza jamás puede ser un mal. La dramatización cínica de la vida no disimulada resulta ser entonces la aplicación estricta, simple, y en un sentido lo más tosca posible, del principio de que hay que vivir sin tener que ruborizarse por lo que uno hace, vivir por consiguiente, bajo la mirada de los otros y el aval de su presencia (267-268).

Por otro lado, Craso es un crítico del ejercicio autoritario del poder que destruye todo lo que se encuentra a su paso, "a Alejandro, que le preguntó si quería que se reconstruyera su patria, le contestó: ¿qué más da? Probablemente otro Alejandro la arrasará de nuevo" (Laercio 322). Al igual que Diógenes, Craso rechazó la soberanía de Alejandro, el orgullo de atribuir a su poder individual, la permanencia de un bien público como la polis, criticó así el brillo de su solemnidad, la cual, conforme al filósofo cínico, en lugar de iluminar, oculta, en lugar de dar luz enceguece, ya que genera envidias, enemistades, falsas adulaciones, odios. El gobierno de Alejandro puede ampliar imperios, pero no serenar el alma, puede arrasar provincias, pero no destruir el carácter, se trata de un poder demasiado frágil, ya que no tiene potestad para ingresar en el alma de hombres, en sus sueños, en sus apuestas existenciales.

Conclusión

El decir veraz propio de la filosofía cínica cuestiona los principios normativos de una comunidad, pero no se circunscribe al ámbito discursivo, ya que está unido de manera indisoluble a un modo particular de vida. Así que, como señala Foucault "el cinismo hace de la vida, de la existencia, del bíos, lo que podríamos llamar una aleturgia, una manifestación de la verdad" (Foucault, "El Coraje de la verdad" 185). Se trata de la configuración de una manera de ser que requiere, primero, "no estar atado a nada" (183), aquí está en juego un acto de soberanía conforme al cual ningún hecho del mundo perturba la autonomía del juicio. Segundo se debe "reducir todas las obligaciones inútiles" (184), lo cual exige el abandono de imperativos sociales artificiales que devengan en el olvido de sí. Tercero se necesita asumir un constante "poner a prueba", el cual se ancla en la búsqueda de lo necesario para la vida. Lo anterior supone, como se señaló al comienzo de este texto, el propósito de asumir la vida desde una perspectiva ético-estética, tal y como asegura Onfray.

Obrar según el punto de vista cínico es esculpir la propia existencia como obra de arte, informar la materia en el sentido aristotélico: dar volumen, superficie, naturaleza, espesor, consistencia y armonía a la vida cotidiana que de ese modo se transfigura. Una vida debe ser el resultado de una intención, de un pensamiento, de un deseo, y todo hombre debe ser como el artista que apela al conjunto de su energía para producir un objeto irrepetible, único (Onfray 85).

Conforme a lo anotado, si la filosofía cínica se concibe como "un atajo a la virtud", se debe a que es en el aquí, en el ahora, en lo simple, en lo cotidiano, en la imperturbabilidad del carácter, en el hablar franco, en el ejercer el uso de la facultad de pensar, en el vivir conforme a la naturaleza donde se encuentra una vía corta para realizar un ideal de vida buena. Si, verbigracia, Diógenes asegura que un niño lo ha "aventajado en sencillez" (Laercio 296), se debe a que un niño no se deja enceguecer por el velo de los artificios sociales ni le preocupa la falsa erudición.

Ahora bien, si es cierto que resulta bastante difícil y perturbadora la idea de asumir en nuestro tiempo un estilo de vida al modo de los antiguos cínicos, sí se torna pertinente pensar en su llamado al cambio de la moneda, ésta es una invitación a la revisión del mundo que se habita, a su cuestionamiento, a su censura; pero es también como dice bellamente Foucault una apuesta por "una existencia otra", "una vida otra" (Foucault, "El coraje de la verdad" 258), sin disimulos, menos prejuiciosa, más creativa, más auténtica, más incluyente, más pluralista, más simple, más amorosa, más feliz. Aquí reside la vigencia de la citada escuela helenista, el porqué de su pertinencia en este, nuestro incierto y a veces vacío y desconcertante siglo XXI.


Pié de Página

1 De los cínicos no pueden encontrarse doctrinas elaboradas, sistemáticas, pues, a pesar de que escribieron abundantes obras, lo que se conservan de ellos son relatos, anécdotas, por medio de las cuales se puede rastrear sus apuestas filosóficas. Al respecto Foucault escribe: "el cinismo -y también, hay que decirlo, de cierta medida el epicureísmo- practicó lo que podríamos llamar no una tradicionalidad de doctrina, sino una tradicionalidad de existencia. Y la tradicionalidad de existencia se fija como objetivo no de la reactualización de un núcleo de pensamiento primigenio, sino la rememoración de los elementos y episodios de vida -de la vida de alguien que tuvo existencia real o mítica, sin que, en el fondo la distinción tenga importancia alguna-, elementos y episodios que ahora se trata de imitar, a los cuales es preciso volver a dar vida, no porque hayan sido olvidados como en la tradición doctrinal, sino porque hoy ya no estamos a la altura de esos ejemplos, porque un declive moral, un debilitamiento, una decadencia nos han hecho perder la posibilidad de hacer otro tanto. Digamos, de manera esquemática, que la tradicionalidad doctrinal permite mantener o retener un sentido más allá del olvido. La tradicionalidad de la existencia permite, en cambio, recuperar la fuerza de una conducta más allá del debilitamiento moral" (Foucault, "El coraje de la verdad" 226-227). Michel Onfray también encuentra en relatos y en anécdotas, el más importante legado de la virtud cínica "para el asceta cínico la acción es el entramado privilegiado. La anécdota cínica da testimonio en este sentido: el filósofo es un practicante, su método es el gesto, las huellas que dejan se concentran en historias -que constituyen el corpus cínico- y en su originalidad" (Onfray 73). Esto es así porque el cínico hace de su existencia una obra de arte, en la que pensamiento y acción van de la mano.

2 Hannah Arendt, en el ensayo "El pensar y las reflexiones morales" habla de Sócrates como "tipo ideal", personaje arquetípico que encarna la aventura del pensamiento, ya que éste más que edificar doctrinas, se ocupó de demolerlas, de ahí que se juzgue su lugar en sociedad como peligroso: es peligroso porque pone en cuestionamiento todo sistema normativo; sin embargo, su presencia resulta fundamental, en tanto que evita el auge de visiones monistas del mundo que niegan la pluralidad humana (Arendt 109-137). En la misma línea se puede asegurar que el pensar cínico es peligroso, ya que al radicalizar la figura del filósofo en sociedad, no deja fuera de su crítica ningún ámbito social, ningún principio normativo.


Lista de referencias

Arendt, Hannah. De la historia a la acción. Barcelona: Paidós, 1995.         [ Links ]

Foucault, Michel. El coraje de la verdad. Buenos Aires: FCE, 2010.         [ Links ]

___. La hermenéutica del sujeto. México: F.C.E, 2011.         [ Links ]

Hadot, Pierre. ¿Qué es la filosofía antigua? México: F.C.E, 1998.         [ Links ]

Laercio, Diógenes. Vida de los filósofos ilustres. Madrid: Alianza, 2007.         [ Links ]

Onfray, Michel. Retrato de los filósofos llamados perros. Buenos Aires: Paidós, 2002.         [ Links ]

Platón. La Apología. Barcelona: Planeta de Agostini, 1997.         [ Links ]

Sloterdijk, Peter. Crítica de la razón cínica. Madrid: Siruela, 2007.         [ Links ]