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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.25 no.55 Bogotá July/Dec. 2017

https://doi.org/10.18566/escr.v25n55.a08 

Artículos

Soledad Acosta de Samper: mujer, formación y virtud

Soledad Acosta de Samper: Women, Training and Virtue

Soledad Acosta de Samper: mulher, formação e virtude

Paola Andrea Fonnegra-Osorio *  

Claudia Patricia Fonnegra-Osorio **  

* Magister en Literatura Colombiana de la Universidad de Antioquia (Medellín, Colombia, 2016). Docente de cátedra de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Correo electrónico: panafonos@gmail.com. Registro ORCID: orcid.org/0000-0001-6176-7748.

** Magister en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT (Medellín, Colombia, 2012). Docente de cátedra de la Universidad de Antioquia, Medellín, Colombia. Integrante del grupo de investigación de Filosofía Política del Instituto de Filosofía de la Universidad de Antioquia. Correo electrónico: claudiafonnegra@gmail.com. Registro ORCID: orcid.org/0000-0002-0607-6239.


Resumen

En la escena intelectual colombiana del siglo XIX Soledad Acosta de Samper (1833-1913) se destaca por ser pionera en la reivindicación de la importancia de las mujeres en sociedad, propósito que estuvo presente tanto en sus trabajos ensayísticos y periodísticos como en sus textos literarios. Analizar desde un enfoque socio-critico la forma en que se configuran los personajes femeninos en las obras Dolores: cuadros de la vida de una mujer y Teresa la limeña: páginas de la vida de una peruana constituye el principal propósito de este artículo. A partir del análisis de estas novelas se pretende mostrar cómo la escritora citada otorga voz a sus protagonistas, indagando por la intimidad del pensamiento femenino; afianzando con esto, no sólo los ideales de virtud que se promulgaban durante el siglo XIX, sino también la necesidad de formación intelectual de las mujeres como exigencia básica para la construcción de ciudadanas ideales.

Palabras clave: Mujer; Formación; Siglo XIX; Romanticismo; Ideales de virtud

Abstract

In the intellectual scene of 19th century Colombia, Soledad Acosta de Samper (1833-1913) stands out for pioneering the recognition of the significance of women for society. This purpose can be found in her work as a journalist as well as in her essays and literary works. Thus, the aim of the article is to analyze from the standpoint of social criticism how are configured the female characters in the works Dolores: cuadros de la vida de una mujer y Teresa la limeña: páginas de la vida de una peruana. Based on the analysis of these novels, the article seeks to show how she gives voice to the main characters of her work, thus looking into the intimacy of female thinking. With the latter, she not only contributed to the strengthening of the ideals of virtue fostered during 19th century, but also of the necessity of intellectual education of women as a fundamental requirement for the training of ideal female citizens.

Key words: Women; Training; 19th Century; Romanticism; Ideals of Virtue

Resumo

Na cena intelectual colombiana do século XIX, Soledad Acosta de Samper (1833-1913) destaca-se por ser pioneira na reivindicação da importância das mulheres na sociedade, propósito que esteve presente tanto em seus trabalhos ensaísticos e jornalísticos quanto em seus textos literários. Analisar desde um enfoque socio-crítico a forma em que se configuram as personagens femininas nas obras Dolores: cuadros de la vida de una mujer y Teresa la limeña: páginas de la vida de una peruana constitui o principal propósito desde artigo. A partir da análise destes romances, pretende-se mostrar como a escrita citada outorga voz a suas protagonistas, indagando pela intimidade do pensamento feminino; fortalecendo com isso, não só os ideais de virtude que se promulgavam durante o século XIX, mas também a necessidade de formação intelectual das mulheres como exigência básica para a construção de cidadãs ideais.

Pa lavras-chave: Mulher; Formação; Século XIX; Romantismo; Ideias de virtude

Presentación

Cuando se indaga por escritores colombianos del siglo XIX, el canon tradicional lleva inmediatamente a la identificación de voces masculinas. Autores como: Jorge Isaacs, Eugenio Díaz, José Asunción Silva o Rafael Pombo; son tan solo algunos de los referentes comunes en los que suele pensarse. Ahora bien, si la pregunta, en lugar de ser por autores, se hiciese por obras, los títulos de: María, Tránsito o Manuela; estarían presentes. Todos estos referentes tienen en común el hecho de que se convocan frente a la figura femenina. El título de una obra, determinado por el nombre de la protagonista, posibilita inferir la importancia del papel de la mujer en la sociedad en la que se gestaban los textos literarios; este rasgo común permite pensar cómo desde posturas masculinas se intentaba develar lo que para la época encarnaba el ideal de mujer.

Si bien es innegable que el canon le ha dado preponderancia a la voz masculina, esto no significa que la producción femenina fuese nula o insignificante. Patricia Aristizábal Montes, en su libro Escritoras colombianas del siglo XIX, propone sacar del olvido a autoras como: Agripina Morales del Valle, Agripina Samper de Ancizar, Herminia Gómez, Josefa Acevedo de Gómez o Soledad Acosta de Samper. Esta última ha despertado gran interés en el campo de la investigación literaria, no solo por lo prolífico de su producción, sino también por haber incursionado en distintos géneros y temáticas, desde novelas románticas y diarios personales hasta textos históricos y de carácter social.

En este artículo se presentará, en primer lugar, por qué para Soledad Acosta de Samper resultaba fundamental la educación intelectual de las mujeres del siglo XIX; en segundo lugar, se analizará cómo lo anterior está presente en las novelas Dolores, cuadros de la vida de una mujer y Teresa la limeña, páginas de la vida de una peruana y, finalmente, se estudiará la forma en que las protagonistas de las novelas citadas enfrentan la enfermedad como destino trágico que pone a prueba el ejercicio de la virtud.

1.Reivindicación de la participación de la mujer en la escena intelectualy política del siglo XIX

La pregunta por la participación de la mujer en la construcción literaria e intelectual de la nación durante el siglo XIX representa uno de los interrogantes que más ocupan el pensamiento de Acosta de Samper. En el texto La mujer, publicado en 1858, la autora critica a muchos hombres que consideraban la educación de sus hijas como un negocio inútil1. Ante este tipo de posturas, la autora defendía la formación como vía fundamental para el despliegue de la cultura:

La falta de ilustración ha sido la causa del atraso del país; el atraso del país ha traído la escases de negocios en que pudieran gentes ocuparse; la falta de negocios trae la ociosidad, y en pos de ella los vicios; y todo esto reunido, la rareza de los matrimonios y lo malo de muchos de ellos.

La educación en el hombre como en la mujer es gran preservativo para la corrupción; porque el hombre y la mujer de gran cultura, tratan naturalmente de asociarse con sus iguales y hacerse acreedores a su estimación [...] (Acosta de Samper, "Misión" 49).

Argumentos como el descrito anteriormente permiten afirmar que Soledad Acosta de Samper rompe con los parámetros de la escritura tradicional del siglo XIX, reconfigurando los papeles femeninos, los cuales estaban marcados principalmente por el deber ser de la mujer en relación a su papel de madre, esposa, hija y cristiana. Así, la escritora colombiana desarrolla en sus textos argumentos que en la actualidad podrían considerarse desde la perspectiva de género, dado que le apuestan a la reivindicación de la mujer en sociedad.

Uno de los trabajos más relevantes de Soledad Acosta de Samper es la fundación del periódico La mujer en 1879. En este proyecto procuró, no solo publicar textos escritos por mujeres, sino también romper con estereotipos en los que éstas aparecían como seres débiles e indefensos. De acuerdo con Patricia Aristizábal Montes, Acosta de Samper proponía a las mujeres que: "[...] superaran el letargo y se entregaran a la lectura, a capacitarse y a conservarse saludables ocupándose de la higiene personal y el ejercicio corporal, en fin, que moderaran sus gastos y planearan su verdadero bienestar" (9).

Soledad Acosta de Samper trabajó siempre en defensa del derecho de las mujeres a acceder a una educación realmente integral; en este sentido, algunos críticos literarios la han comparado con la española Emilia Pardo Bazán, quien desde una actitud mucho más abierta, defendió la capacidad de las mujeres para asumir el control de su propia vida. Al respecto Aristizábal Montes sostiene que:

[...] el papel cumplido por Pardo Bazán en la defensa de los derechos de la mujer española, es semejante al que cumplió Soledad Acosta de Samper en la defensa de los derechos de la mujer colombiana del siglo XIX. Para Acosta de Samper el énfasis estuvo en lo relacionado con el acceso de la mujer a la educación y a su desempeño en una profesión liberal que le permitiera tener sus propios ingresos económicos y no depender para su sostenimiento del hombre (12).

Desde la perspectiva de Soledad Acosta de Samper, la mujer colombiana de finales del siglo XIX estaba llamada a la construcción de la nación, a contribuir para el desarrollo del país. La autora colombiana sostenía que las mujeres de su siglo cumplieron con el reto de demostrar que no eran solo una representación de bondad, sino también de inteligencia y elocuencia, pero reconocía que la lucha por su reconocimiento perfilaba un largo camino que apenas comenzaba

La mujer del siglo que expira ha transitado por todas las veredas de la vida humana; ha sabido dar ejemplos no solamente de virtud, de abnegación, de energía de carácter, sino también de ciencia y amor al arte, de patriotismo acrisolado, de heroísmo. Pero aún le falta mucho por cumplir la misión salvadora que le tiene señalada la divina providencia, y si deseamos hacerla comprender e instruirla en lo que se aguarda de ella, conviene enseñarle el camino que han llevado otras para que sepa escoger el que concuerde mejor con el carácter especial de cada una (Acosta de Samper, "Aptitud" 83).

Acosta de Samper se constituye entonces en una de las figuras más importantes del siglo XIX. Si bien su trabajo se vio respaldado por la figura de su esposo, el político y también escritor José María Samper2, no puede negarse que la autora exploró vías y estrategias narrativas para romper con algunos de los paradigmas establecidos; ganándose con ello un lugar propio en los círculos intelectuales del país. Al respecto, Patricia Aristizábal expone lo siguiente:

Será la labor de Soledad Acosta de Samper la que marcará la afirmación de la literatura femenina en Colombia; Acosta de Samper fue una de las intelectuales colombianas más representativas del siglo XIX, siendo a su vez una de las mujeres que más luchó en su época porque la mujer tuviera acceso a los periódicos y revistas para publicar allí sus trabajos. Desde las páginas de sus artículos de revistas, periódicos y libros, Acosta de Samper animaba a las mujeres para que emprendieran el camino de las letras, para que adquirieran una profesión que les permitiera vivir como seres autónomos (17-18).

Así que el papel de Soledad Acosta de Samper no se centró exclusivamente en la exploración en torno a subjetividad femenina, sino también en incitar a otras mujeres a afirmar la escritura como un camino para el reconocimiento de ellas mismas, de sus costumbres y de su patria:

Si Dios les ha dado cualidades intelectuales, aprovéchense de ello para empujar a su modo el carro de la civilización; no imitemos el estilo de moda hoy día en literaturas extranjeras y mucho menos el francés; no pintemos vicios ajenos, sino virtudes propias de nuestro suelo (Acosta de Samper, "Misión" 80).

Acosta de Samper a través de su labor periodística y literaria reclamó un espacio para las mujeres en un mundo intelectual liderado principalmente por los hombres, le apostó a la construcción de un proyecto literario auténtico en el que se dejaran de lado tendencias foráneas. Esta posición que podría interpretarse como un elemento trasgresor para la época, es justificada desde la labor social de la mujer como formadora de ciudadanos y, desde esa postura, la autora encuentra un sentido de responsabilidad política en el quehacer de las escritoras hispanoamericanas:

La moralización de las sociedades hispanoamericanas, agriadas por largas series de revoluciones, de desórdenes y de malos gobiernos, está indudablemente en manos de las mujeres, cuya influencia, como madres de las futuras generaciones, como maestras de los niños que empiezan a crecer y como escritoras que deben difundir buenas ideas en la sociedad, deberán salvarla y encaminarla por la buena vía (Acosta de Samper, "Misión" 79).

Vemos entonces cómo para Acosta de Samper la mujer estaba llamada a contribuir de manera esencial al desarrollo de la patria; por lo tanto, no podía continuar silenciándose su voz, ni ocultándose su fuerza.

2. Importancia de la formación en la configuración de personajes femeninos

Durante el siglo XIX, el ideal de mujer difundido socialmente estaba centrado en la familia: mujeres religiosas, recatadas, sumisas y con todos los valores propios de la madre y de la esposa fiel. Al pensar en un personaje literario emblemático como María (1988), de Jorge Isaacs, se comprueba fácilmente la posición privilegiada de este perfil femenino. María es una mujer que desde su descripción física refleja fragilidad como característica básica. Es por ello que a lo largo de la novela el autor la va poniendo en el centro del mundo doméstico: bordando, cocinando, dirigiendo oraciones o cuidando a sus pequeños primos. Estos aspectos configuran la imagen idealizada de la mujer nacida para amar y para entregarse sin medida, pero también para ser cuidada y protegida por una figura masculina.

Las protagonistas de las novelas de Soledad Acosta de Samper no escapan totalmente a este arquetipo femenino, sin embargo, tienen elementos diferenciadores que hacen de ellas personajes construidos desde la intimidad y la reflexión personal. Según la propia escritora sus novelas debían contribuir a la formación de una nueva imagen de la mujer, con esto ratificaba el hecho de que ellas debían: "suavizar las costumbres, moralizar y cristianizar las sociedades, es decir, darles una civilización adecuada a las necesidades de la época, y al mismo tiempo preparar a la humanidad para lo porvenir [...]" (Acosta de Samper, "Misión" 73). De acuerdo con Patricia Aristizábal las mujeres en el siglo XIX, aunque se encontraban integradas a la vida social, aún se veían marginadas de la política y, la gran mayoría, de la educación. El acceso a la escritura era un privilegio exclusivo de las mujeres pertenecientes a elites criollas, razón por la que muchas de ellas vieron en las letras la posibilidad de visibilizarse: "las mujeres ilustradas en el siglo XIX en Latinoamérica buscaban a través de la escritura su reconocimiento como pertenecientes a una nación" (36).

Para Soledad Acosta de Samper ser mujer representaba un desafío frente a las responsabilidades morales e intelectuales de su tiempo; sin embargo, creía que eran las mujeres que habían decidido dedicarse a la escritura las que estaban llamadas a transformar la visión tradicional femenina, pues ellas, a través de sus reflexiones y de sus obras, podrían influenciar a todo un país:

Mientras que la parte masculina de la sociedad se ocupa de la política, que rehace las leyes, atiende al progreso material de esas repúblicas y ordena la vida social, ¿no sería muy bello que la parte femenina se ocupase en crear una nueva literatura? Una literatura sui generis, americana en sus descripciones, americana en sus tendencias, doctrinal, civilizadora, artística, provechosa para el alma; una literatura tan hermosa y tan pura que pudieran figurar sus obras en todos los salones de los países donde se habla la lengua de Cervantes; que estuviera en manos de nuestras hijas; que elevaran las ideas de cuantos las leyesen; que instruyesen y que al mismo tiempo fueran nuevas y originales como los países en donde hubiesen nacido... en esta literatura de nuestros ensueños no se encontrarían descripciones de crímenes y escenas y cuadros que reflejaran las malas costumbres importadas a nuestras sociedades por la corrompida civilización europea; pues digan lo que quieran los literatos de nuevo cuño, la novela no debe ser solamente la descripción exacta de lo que sucede en la vida real entre gentes de mala ley; la novela puede interesar a pesar de ser moral, y debe pintar gráficamente la existencia humana y al mismo tiempo lo ideal, lo que debería ser, lo que podrían ser los hombres y las mujeres si obraran bien (Acosta de Samper, "Misión" 81).

Siguiendo su propia mirada acerca de la importancia y el sentido de la literatura, Acosta de Samper ausculta los sentimientos de sus personajes y les otorga una voz propia; sus heroínas se construyen desde la palabra. Todas han pasado por la formación, saben de literatura y sueñan con el mundo descrito en los libros, este aspecto, el de mujeres en formación intelectual, es, quizá, uno de los rasgos en los que más difiere la autora con respecto a otras representaciones femeninas de la época. Al respecto María Eugenia Osorio afirma que:

La literatura del siglo XIX promueve un tipo de mujer que, como la Sofía de Rosseau, se ilustra y accede al conocimiento. La letrada, por consiguiente, no es, exactamente, la contraparte del modelo doméstico, sino el correlato del nuevo ideal femenino que las escritoras de este siglo asumen; se trata de una nueva forma de ser que, en muchas ocasiones, va en contra de la voluntad de la sociedad (81).

En Dolores y Teresa la limeña los personajes protagónicos femeninos representan el ideal de mujer letrada del que habla Osorio. Las mujeres descritas buscan en la lectura un medio de educación para el espíritu y reconocen la idea de formación como una empresa digna de ser emprendida. En Dolores, por ejemplo, se relata cómo la instrucción constituye un deber necesario para toda mujer que haga parte de la sociedad:

Una noche había leído hasta muy tarde, estudiando francés en los libros que me dejaste: procuraba aprender y adelantar en mis estudios, educar mi espíritu e instruirme para ser menos ignorante; el roce con algunas personas de la capital me había hecho comprender cuán indispensable es saber (Acosta de Samper, "Dolores" 15).

Por su parte, en Teresa la limeña, tanto Teresa como su compañera Lucila encuentran en los libros un refugio y un mundo para construir sus sueños:

Hasta entonces no sabía qué cosa era romanticismo, ni comprendía ni gustaba de las novelas que le procuraban a escondidas las otras niñas; pero llegó Lucila, y pronto cambió la faz de sus ideas y dio nuevo giro a sus pensamientos. La francesa, niña educada por una madre de ideas nobles y elevadas, pero exageradas, llevó una pequeña librería de obras escogidas: Teresa leía con encanto las de Racine y Corneille y algunos volúmenes de las novelas de Madeimoselle de Scudery y de Madama de Lafayatte, pero Lamartine fue su autor favorito (Acosta de Samper, "Teresa" 5).

La lectura constituye entonces una de las características más importantes al momento de describir a las heroínas románticas que configuran el universo literario de Soledad Acosta de Samper. En la cercanía que establecen los personajes con el texto literario, la autora deja ver sus preocupaciones frente al ideal de formación femenino, pero también frente a lo ambivalente que puede resultar la cercanía con la literatura. En Teresa la limeña, el narrador se pregunta lo siguiente:

He aquí un problema de la educación que no se ha podido resolver satisfactoriamente: ¿se debe permitir que germinen en el alma de las jóvenes, ideas románticas, inspirándoles un sentimiento erróneo de la vida, pero noble, puro y elevado? O al contrario se han de cortar las alas a la imaginación en su primer vuelo, y hacerles comprender que esos héroes que pintan los poetas no existieron sino idealmente. Con el primer sistema se debilita el alma, suprimiendo la energía para la lucha de la vida, y causando mil desengaños; y con el segundo, se forman corazones poco elevados, infundiendo un sentimiento de aridez y sequedad en los sentimientos y el carácter (Acosta de Samper, "Teresa" 6).

Al lado del valor dado a la formación, se encuentra también el del recato, la discreción y la obediencia. En la novela Teresa la limeña, se expone el conflicto entre el deseo y el deber ser al que se enfrenta una mujer que busca ser virtuosa. Tanto Teresa, protagonista de la novela, como Lucila, su amiga y confidente, viven, cada una a su manera, la tragedia de amores prohibidos. Bien sea por intereses económicos, por prejuicios sociales o por el imaginario de un futuro construido por sus padres, deben renunciar al amor. Pese a esto, ambos personajes aceptan su destino con fortaleza. Teresa asume un matrimonio dictado por la autoridad patriarcal, aun cuando sus pensamientos dejan ver que desea otra cosa para su vida. Por su parte, Lucila acepta con valor y dignidad la decadencia económica de su familia, la enfermedad de su padre y la imposibilidad de amar a su primo Reinaldo. Es así como puede rastrearse una defensa clásica del prototipo de mujer que sigue sus deberes familiares; sin embargo, esta mujer no se presenta de forma sumisa, antes bien, de ella se destaca su fuerza, su decisión y su coraje, ya que no se deja aniquilar por los embates del destino.

En el caso de Dolores, la protagonista demuestra su virtud al preservar con orgullo el honor de su familia. Este personaje, al enterarse de que sufre de lepra -enfermedad que es descrita de manera simbólica como una mancha de vergüenza que deviene de la herencia paterna- se aleja de manera discreta del hombre que ama, como señala García Pinto:

[...] cuando Dolores descubre la identidad de su padre, se da cuenta de la sombra que el secreto proyecta sobre su vida y resuelve dramáticamente terminar su relación con Antonio sin revelarle la humillante verdad, adhiriéndose así a la tradición de guardar en secreto los males de familia. Su enfermedad es considerada una mancha genética y social, y no quiere que Antonio sepa de su siniestro destino. Dolores se ve forzada no solo a renunciar al amor, sino también a convertirse en una paria de la sociedad. Elige primero el ocultamiento y el aislamiento, para luego acabar en el exilio voluntario (310).

Es importante señalar que la enfermedad de Dolores, pese a su fatalidad, conduce a la formación, ya que a causa de su estado físico la protagonista comienza a desarrollar una serie de reflexiones sobre su cuerpo y sobre su vida. Ahora bien, para describir los distintos momentos de la enfermedad de la protagonista, Acosta de Samper se sirve de cartas y diarios, este recurso narrativo devela un carácter íntimo de la novela, esta es una estrategia de escritura autorreferencial bastante oportuna para llamar a la mujer a asumir una actitud consciente frente a la comprensión de su fuero interno y de su lugar en el mundo.

La enfermedad como hecho trágico que pone a prueba el ejercicio de la virtud El romanticismo literario postula, como una de las características fundamentales de sus héroes, el poseer un corazón sublime y delicado, capaz de entregarse sin medida y de conmoverse ante las fuerzas trascendentes de la naturaleza3. Este ideal se encuentra en personajes como Werther de Goethe, el cual representa a un hombre sensible, quien defiende el amor aun cuando en ello se vaya la vida misma.

La imagen de la muerte y la fragilidad no escapa de las novelas de Soledad Acosta de Samper. Desde las primeras líneas de las obras seleccionadas, el lector se enfrenta a una serie de indicios de desgracia que permiten suponer el desenlace trágico que acompañará a sus protagonistas. Siguiendo el ideal romántico del corazón sublime y delicado, la enfermedad acompaña y reafirma la virtud de las mujeres presentadas por Acosta de Samper en sus obras. Al iniciar la lectura de Teresa la limeña el lector comprende que la protagonista se encuentra sumergida en una grave enfermedad que contrasta con el paisaje que la acompaña. Teresa se halla en el balcón de su casa de playa intentando encontrar refugio en un libro, el ímpetu del viento y el ambiente festivo que se describen en el exterior difiere de la indisposición que la protagonista manifiesta:

Poco a poco los bañadores se hicieron más escasos en el sitio predilecto, aumentándose los grupos en los bancos del malecón, donde aguardaban la banda de músicos que debía tocar allí a esa hora. Desde su ancho balcón que miraba hacia el mar, Teresa contemplaba en silencio aquel espectáculo, que tantas veces había mirado sin cuidarse de él. Una larga y penosa enfermedad había velado el brillo de sus ojos y daba una languidez dolorosa a sus pálidas mejillas; su abundante y sedosa cabellera, desprendida, se derramaba sobre sus hombros con un descuido e indiferencia que indicaban sufrimiento (2).

Luego de la descripción inicial, la voz del narrador informa que contará la historia de Teresa para comprender la razón de su enfermedad; es entonces cuando la historia alude a la memoria, al pasado, para desde allí dar cuenta de los sucesos que han vencido el corazón de la joven. Esta estrategia narrativa cubre con cierto rasgo de melancolía al relato, ya que se irá contando en retrospectiva cada momento de la vida de Teresa, aludiendo así a un pasado feliz y a los perdidos sueños de la infancia. Resulta interesante anotar que las evocaciones de estas narraciones permitían mantener el interés de los lectores de la época, ajustándose al formato de publicación periódica en el que se dio a conocer la inicialmente novela. Acerca de esta estructura, Lucía Guerra-Cunningham dice lo siguiente:

el relato configurado por la memoria sigue, en esencia, las instancias cardinales del folletín amoroso puesto que se estructura a partir de la fantasía del amor, el desengaño de la realidad, la espera del amor y el enfrentamiento con el amor imposible (193).

Durante toda la novela la autora contrapone la imagen de Teresa a la de la sociedad en la que esta se desenvuelve. Mientras que a su padre lo mueve la búsqueda de poder y del reconocimiento social, Teresa vive para buscar el amor, tal vez porque no ha podido desprenderse de las ideas románticas que se forjó de niña en el internado en el que fue educada: "¡Cuántos y cuán tristes desengaños para aquella preciosa niña, nutrida con ideas tan falsas de la vida, que esperaba verse rodeada de héroes y encontrar una novela en el corazón de cada persona con quien trataba!" (Acosta de Samper, "Teresa" 11). Esta exclamación del narrador da cuenta del desencanto que tendrá que vivir Teresa cuando descubra la realidad del mundo que la rodea, una realidad que escapa a sus ensoñaciones literarias. La enfermedad se hace entonces presente cuando esa realidad es comprendida por la protagonista, cuando obtiene la certeza de que sus sueños con Roberto Montana, el músico de quien se siente enamorada, no podrán realizarse, ya que ha sido comprometida en un matrimonio por conveniencia, situación que lleva a Roberto a asumir un nuevo lazo afectivo. Otro personaje en Teresa la limeña en el que la enfermedad se convierte en sinónimo de desencanto y fatalidad es Lucila, la compañera de infancia de Teresa. Habiendo crecido juntas, ambos personajes comparten lecturas con las que crearon el mismo prototipo de amor ideal, pero a diferencia de Teresa, Lucila siempre contó con un destinatario para sus ensoñaciones. El paso de la infancia a la juventud es el primer indicio de la tragedia, el reconocimiento de una realidad distinta a la construida en sus fantasías literarias será el arma letal para un corazón sensible. Al salir del internado ocurre el enfrentamiento con la vida real, y desde ese momento, el narrador nos informa que ambas mujeres no están preparadas para renunciar a sus ideales, a su esencia: "¡Cuánto mejor hubiera sido para ellas morir entonces llenas de ilusiones y sin haber sufrido el primer desengaño!" (Acosta de Samper, Teresa" 6).

El desengaño en Lucila inicia desde el momento mismo de rencontrarse con Reinaldo, el destinatario de sus pensamientos amorosos, ya que reconoce que éste dista mucho de ser lo que ella esperaba, sin embargo, con el tiempo la ilusión retorna; pero aparece un nuevo obstáculo, Reinaldo asume un matrimonio por conveniencia, hecho que da cuenta de la imposibilidad de la realización de los deseos de Lucila y, en lugar de la felicidad, la enfermedad entra a dominar su cuerpo, el cual pierde la belleza. Con esto se deja ver cómo en la novela el estado de ánimo es la causa principal de la degradación física, tal como se describe en un fragmento de Balzac que es leído por Reinaldo a Lucila:

La tristeza motivada por la ruina de todas nuestras esperanzas es una enfermedad y a veces causa la muerte. La fisiología actual debería procurar descubrir de qué modo un pensamiento llega a producir la misma desorganización que un veneno, y cómo la desesperación destruye el apetito y cambia todas las condiciones de la mayor fuerza vital. (Acosta de Samper, "Teresa" 45).

La enfermedad de Lucila la lleva hasta la muerte, pues, desde el comienzo de la narración, ella es descrita como un ser nacido para el amor y ante su ausencia la vida pierde sentido. Ahora bien, al igual que en Teresa la limeña, en Dolores el indicio de la fatalidad aparece desde las primeras líneas, cuando se describe a una mujer hermosa que posee, sin embargo, un rosado extraño en sus mejillas. En esta obra, la protagonista padece una enfermedad que la conduce a la muerte, es importante señalar que no se trata de la típica tuberculosis o epilepsia descrita en obras canónicas, no, en Dolores, Acosta de Samper, introduce una enfermedad monstruosa, la cual, como se señaló en el apartado anterior, lleva a Dolores a ocuparse de sí misma.

Dolores es un personaje sometido a las más duras pruebas: la soledad, la pérdida del amor y la desfiguración corporal; lo que hace de ella una mujer que constantemente reflexiona y se pregunta sobre el sentido de la vida, y aun cuando la idea del suicidio aparece en diversas ocasiones, la heroína mantiene la virtud siguiendo el ideal cristiano hasta el final de sus días. Sobre estas características, Lucía Guerra expone que:

Silencio, soledad y sepulcro son, por lo tanto, los signos que Acosta de Samper añade a la figura consagrada de la heroína romántica modificándola de manera tangencial, insertando márgenes que modelizan literariamente una problemática femenina sin voz ni voto en el devenir histórico (192).

El desenlace ocurre cuando la protagonista se entera de que Antonio, el destinatario de su amor, ha contraído matrimonio con otra mujer y comprende que ahora no podrá permitirse, ni siquiera, pensar en él. Al final de la historia se enfatiza el hecho de que Dolores supo morir como una buena cristiana, es decir, con resignación, lo que enaltece el ideal de virtud femenina de la época.

Conclusiones

Soledad Acosta de Samper fue quizá la escritora más prolífica y reconocida del siglo XIX. Sus obras buscaban darle a la mujer una voz propia, hasta el momento no otorgada, y aunque no escapaba de seguir en sus narraciones algunos prejuicios sociales de la época su aporte fue decisivo en la reivindicación de la mujer, ya que defendió la importancia de su formación intelectual, reivindicó su responsabilidad como ciudadana para, de esta manera, poder contribuir a la construcción de un nuevo ideal de nación.

Acosta de Samper configuró sus personajes literarios femeninos ahondando en lo más íntimo de su psiquis y siguiendo ideales ilustrados. En su obra ensayística argumentó cómo una mujer letrada tiene la capacidad de reflexionar sobre su vida, su cuerpo, su devenir histórico como protagonista de una nación en formación. Con lo anterior fue allanando poco a poco el camino para la defensa de prácticas de reconocimiento más incluyentes y, por qué no decirlo, pluralistas; de ahí la importancia de su legado cultural.

Lista de referencias

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1 El argumento en contra de la educación de las mujeres se centraba en la idea de que esta no las protegía frente posibles frustraciones amorosas y malos matrimonios, así que no tenía sentido invertir dinero en instituciones educativas que no garantizaban ni el ejercicio de la virtud ni la conquista de la felicidad de las jóvenes.

2 En el prólogo al libro Novelas y cuadros de la vida sur-americana, se evidencia la aprobación que José María Samper brindó al quehacer de su esposa como escritora.

3 "El espíritu humano, para los románticos, constituye una entidad dotada de actividad que tiende al infinito, que aspira a romper los límites que lo constriñen, en una búsqueda incesante del absoluto, aunque este permanezca siempre como meta inalcanzable. Energía infinita del yo y ansia del absoluto, por un lado; imposibilidad de trascender de manera total lo finito y lo contingente, por otro -he aquí los grandes polos entre los que se despliega la aventura del yo romántico. 'Por todas partes buscamos el Absoluto', escribe Novalis en uno de sus Fragmentos, 'y nunca encontramos más que objetos'" (Aguiar e Silva 331-332).

Recibido: 19 de Noviembre de 2016; Aprobado: 02 de Mayo de 2017

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