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Escritos

Print version ISSN 0120-1263

Escritos - Fac. Filos. Let. Univ. Pontif. Bolivar. vol.27 no.59 Bogotá July/Dec. 2019  Epub Apr 04, 2020

https://doi.org/10.18566/escr.v27n59.a10 

Artículos

María Zambrano y su relación heterodoxa con la filosofía1

Maria Zambrano's Unorthodox Relation to Philosophy

María Zambrano e sua relação heterodoxa com a filosofia

Damián Pachón-Soto2 

2 Profesor Asociado de la Universidad Industrial de Santander, Colombia. Doctor en Filosofía por la Universidad Santo Tomás. Miembro del Grupo de Investigación "Población, Ambiente y Desarrollo". Correo electrónico: dpachons@uis.edu.co


RESUMEN

El artículo presenta la relación compleja, entre aceptación y rechazo, que María Zambrano, pensadora española discípula de José Ortega y Gasset, Premio Cervantes de Literatura, tuvo con la filosofía. Se argumenta que esta relación es heterodoxa, pues cuestionó, por un lado, la relación de la filosofía dominante con la vida, especialmente la manera en que el saber filosófico se desconectó de la misma, dejando al hombre desamparado; y, por el otro, cuestionó, como Nietzsche, el sistema filosófico como forma predominante de expresión filosófica, acusándolo, de paso, de ocultar otras formas en que históricamente se ha hecho filosofía. Estas tensiones con la filosofía la llevaron a asumir una relación personal, una actitud libre con las corrientes filosóficas, donde lo importante no es tanto la coherencia misma de las filosofías sino aquello que le pueden decir a la vida misma.

Palabras clave: María Zambrano; José Ortega y Gasset; Filosofía; Vida; Razón; Sistema filosófico; Claridad

ABSTRACT

The article introduces the complex relation, between approval and rejection, that Maria Zambrano had to philosophy. It argues that this relation was unorthodox, because, on the one hand, she questioned the relation of philosophy to life -particularly, the way in which philosophical knowledge lost touch with life itself-; and, on the other, she questioned -like Nietzsche- the idea of philosophical system as the prevailing mean for philosophical expression, accusing it of hiding other ways in which philosophy had been developed throughout history. Such tension with philosophy led her to develop a relation of her own, that is, a flexible attitude towards philosophical trends, in which the relevant feature was not the coherence within philosophical ideas, but that which they could provide to life itself.

Keywords: Maria Zambrano; Jose Ortega y Gasset; Philosophy; Life; Reason; Philosophical System; Clarity

RESUMO

O artigo apresenta a complexa relação entre aceitação e recusa que María Zambrano - pensadora espanhola, discípula de José Ortega e Gasset, Prêmio Cervantes de Literatura- teve com a filosofia. Argumenta-se que essa relação é heterodoxa, porquanto questionou, por um lado, a relação da filosofia dominante com a vida, especialmente o modo como o saber filosófico se desligou dela e deixou desamparado ao homem. Por outro lado, ela interrogou, como Nietzsche, o sistema filosófico como forma dominante de expressão filosófica ao acusá-lo, ao mesmo tempo, de ocultar outras formas históricas de fazer filosofia. Essas tensões com a filosofia conduziram-lhe a acolher uma relação pessoal, uma atitude livre com as correntes filosóficas, onde o importante não é a coerência das filosofias quanto àquilo que elas podem lhe dizer à vida.

Palavras chaves: María Zambrano; José Ortega y Gasset; Filosofia; Vida; Razão; Sistema filosófico; Clareza

"El saber, el saber propio de las cosas de la vida, es fruto de largos

padecimientos, de larga observación, que un día se resume en un instante

de lúcida visión que encuentra a veces su adecuada fórmula".

(Zambrano, Notas 148).

Introducción

Rafael Gutiérrez Girardot, filósofo y crítico literario colombiano, alumno de Heidegger, fue el primero en escribir un esclarecedor ensayo sobre María Zambrano en Colombia. Allí sostiene:

su relación con la filosofía no fue de recepción positiva sino de un combate entre aceptación y rechazo, ella no es clasificable en ninguna tendencia filosófica, su relación personal con la filosofía, su estilo de pensar decididamente intuitivo la llevó a considerar las corrientes filosóficas como fuentes de suscitación independientemente de su coherencia racional. Ella dio sentido propio a la relación 'Filosofía y vida', implícita en el raciovitalismo orteguiano que la acuñó, y consideró a la filosofía como una actitud libre (228-229).

La tensión entre "aceptación y rechazo", donde la filosofía es asumida como una "actitud libre", es lo que podemos llamar una relación heterodoxa de María Zambrano con la filosofía, aspecto que ha sido resaltado por los dos mejores conocedores de su pensamiento (Ortega Muñoz 23-29; Moreno Sanz 37). Ser heterodoxo consiste en ser diferente, en no seguir el canon habitual o las formas establecidas. Este apartarse de la normalidad aceptada socialmente implica cierta disidencia frente a un conjunto de concepciones, saberes o prácticas. Desde este punto de vista, plantear la relación heterodoxa de María Zambrano con la filosofía, significa, de antemano, que su relación con la disciplina no se ajustó al tipo de relación hegemónica que los filósofos de su época tienen con este saber fundamental. Es decir, que la manera como ella concibió la relación filosofía y vida, al igual que la crítica del sistema filosófico, se apartan de las tendencias dominantes -según su propia lectura- de la modernidad.

En este artículo se pretende mostrar que tal heterodoxia tiene que ver básicamente con dos posturas: 1) la relación que estableció María Zambrano entre filosofía y vida; 2) su crítica al sistema filosófico. Este último aspecto la llevó a promover el rescate de otras formas en los cuales la filosofía se ha expresado históricamente. En este artículo se explicitarán estos dos puntos, terminando con unas cortas conclusiones.

La relación filosofía-vida

Desde sus primeros libros María Zambrano plantea que la vida no es una copia de ninguna estructura inteligible, por lo cual no es posible su conocimiento completo, total. Mientras el lenguaje fija, la vida es huidiza y rebelde, y se resiste a ser apresada en moldes y a convertirse en Ser, objeto meramente inteligible. Este punto de partida alerta de entrada contra la filosofía racionalista de la modernidad, específicamente contra el idealismo llevado a la cima por Hegel, donde el Ser es reductible al pensar. Por eso el idealismo se convierte, en verdad, en "separador de vida y pensamiento" (Maestre 469), pues deja a la vida sola, alejada de la verdad y la razón, es decir, huérfana.

Por eso, en Horizonte del liberalismo, su primer libro (1930), Zambrano sostiene: "el error del liberalismo racionalista, su infecundidad, estriba en haber cortado las amarras del hombre, no solo con lo suprahumano, sino con la infrahumano, con lo subconsciente. Este desdeñar los apetitos, las pasiones" (244). En esta misma obra, la filósofa española acoge la crítica de la razón que habían planteado Nietzsche, Unamuno y Ortega, y, cuatro años después, planteó de la mano de Max Scheler la necesidad de un saber sobre el alma o de las formas íntimas de la vida (Zambrano, Hacia 20), pues en la vida están alojados los afectos, las pasiones, las emociones, los sentires, todo aquello que es desdeñado por el racionalismo idealista moderno, un idealismo que no supo conquistar ni enamorar a la vida humana, hipostasiando, entonces, el espíritu (Novoa 57-77).

La separación entre vida y filosofía se encuentra en la misma Grecia, pues la filosofía, a diferencia de la poesía, no supo acoger la heterogeneidad del ser; es más, con su pretensión de unidad, eliminó la pluralidad, la diversidad y desechó todo aquello que no caía bajo el imperio del logos, y sin logos no hay propiamente ser. Por eso plantea:

Lo que triunfó con Parménides triunfó frente a algo. Triunfó conquistándose la realidad indefinida definiéndola como ser; ser que es unidad, identidad, inmutabilidad residente más allá de las apariencias contradictorias del mundo sensible del movimiento; ser captable únicamente por una mirada intelectual llamada noein y que es idea. Ser ideal, verdadero, en contraposición a la fluyente, movediza, confusa y dispersa heterogeneidad que es el encuentro primero de toda vida. (Zambrano, Obras reunidas 258).

La violencia de la filosofía sepultó aspectos de la vida, dejándolos al margen de cualquier conocimiento, pues no se puede hablar de lo que no-es. Esta actitud se reprodujo en la filosofía moderna, donde la filosofía se ha mantenido, con algunas excepciones, al margen de las entrañas, de los infiernos del ser. La filosofía no ha sabido descender hasta la gruta en temblor del hombre, allá abajo, donde se oculta el secreto, donde permanecen zonas nunca iluminadas por el pensamiento. Esta idea está presente en Notas de un método, uno de sus últimos libros:

Ha sido una especie de imperativo de la filosofía, desde su origen mismo, el presentarse sola, prescindiendo de todo cuanto en verdad ha necesitado para ser. Más lo ha ido consumiendo, o cuando así no lo conseguía, lo ha dejado en la sombra, tras su claridad. Así es como la experiencia de la vida queda separada del pensamiento (65).

Frente a estos olvidos de la filosofía, María Zambrano postula una concepción distinta. En Hacia un saber sobre el alma se pregunta: "¿Permanecerán sin luz estos abismos del corazón, quedará el alma con sus pasiones abandonada, al margen de los caminos de la razón? ¿No habrá tránsito para ella en ese 'camino de vida' que es la Filosofía?" (19- 20). La respuesta es, como puede verse en La filosofía como camino de vida o como dice en uno de sus Escritos sobre Ortega: "La filosofía es [...] una manera de vida, una manera de conciencia" (234). Más precisamente: "La filosofía es la vida que se busca, que es lo mismo que la vida que se hace" (235).

Esta concepción de la filosofía como una "manera de vida, una manera de conciencia", es la concepción originaria de la filosofía entre los griegos (Hadot 235), en la antigüedad la filosofía era una manera de vivir, un conjunto de prácticas, ejercicios, hábitos, que podía incluir la repetición de ciertas sentencias, el examen de conciencia, etc. Es decir, la filosofía no era un discurso erudito desconectado de las preocupaciones vitales o una práctica académica: era, más bien, un conjunto de ejercicios espirituales, un arte de vivir o medicina para el alma.

Frente a la filosofía olvidada de la vida, y en especial desde el surgimiento de las disciplinas con un objeto y método determinados, tal como se dio en el siglo XIX, María Zambrano propuso una filosofía que se conectara con la vida, que diera luz a las entrañas y que se hiciera cargo de un hombre todo, de un hombre íntegro. Por tal motivo planteó la necesidad de una unión de pensamiento y vida o, mejor, de una "metafísica experimental que, sin pretensiones de totalidad, haga posible la experiencia humana" (Escritos 75). Este planteamiento implica que la función de la filosofía es, sobre todo, aclarar la vida del hombre o descifrarla (Abellán 318); también abrirla a un mayor conocimiento y explicitación, en fin, iluminarla, darle cauce, camino, pues el pensar vivifica. En España, sueño y verdad nos dice:

La acción de la filosofía es absorbente, transforma en unidad pluralidades antes irreductibles. Es la acción de la inteligencia que procede, al modo de la luz solar, creando un ámbito luminoso, un horizonte donde se manifiestan las conexiones antes ocultas de las cosas, revelándolas en su ser (743).

Esta labor y función dadas a la filosofía tiene como fundamento una concepción antropológica (Gómez Blesa, Una antropología 13), expresada en Claros del bosque de la siguiente manera: "el hombre es un ser escondido en sí mismo, y por ello obligado y prometido a ser 'sí mismo', lo que le exige comparecer" (Zambrano, Claros 27); y, en Los sueños y el tiempo, así: "El hombre es el ser que padece su propia trascendencia. Y, por tanto, padece su realidad: la suya y la realidad en tanto que le es dada, que le concierne" (Los sueños 21). El hombre, pues, no solo es un ser menesteroso, mendigo, sino que necesita para vivir de auto-aclaración; en su padecer -y padece en las entrañas, en sus adentros- se le revela cierta necesidad de claridad, pues "si originariamente el hombre fuera un ser enteramente revelado a sí mismo, no tendría que pensar" (Zambrano, Notas 168). El remedio para estos padecimientos, para esta mendicidad, está en la filosofía, pero no en la filosofía europea idealista o positivista, sino en la filosofía reformada que propone Zambrano, una filosofía que abraza la razón poética como una modalidad de razón más amplia, que acoge lo que el racionalismo desprecia; una especie de conocimiento poético que, junto a la historia, la poesía y todos los saberes humanos, se hace cargo de la vida toda, con todos sus meandros y recovecos, con su diversidad y sus profundidades.

Hay que decir que detrás de esta visión o concepción de la filosofía está, ante todo, su maestro Ortega y Gasset. Cuando Zambrano caracteriza a la filosofía, cuando se pregunta por sus orígenes, sigue a Ortega: para ella, fue la insuficiencia de los dioses la que dio origen a la pregunta filosófica. Y hay que recalcar que, a diferencia de Aristóteles o Heidegger, Zambrano no definió el origen de la filosofía por el solo asombro. Para ella había otra cosa:

la filosofía es hija, a su vez de dos contrarios: admiración y violencia. La primera nos mantiene apegados a las cosas, a las criaturas, sin podernos desprender de ellas, y en un éxtasis en que la vida queda suspensa y encantada. De ella sola no podía derivar algo tan activo como el pensamiento inquiridor, como el pensamiento develador. Hace falta que intervenga alguien más: la violencia, para que surja algo que se atreva a 'rasgar el velo' en que aparecen encubiertas las cosas [...] La violencia quiere, mientras la admiración no quiere nada. (Zambrano, Obras reunidas 271).

La violencia, pues, es propia del pensamiento en sus orígenes y propia de la filosofía. La filosofía es dominio de la physis por el logos, imposición del Ser, una rasgadura en el devenir para ir tras la deseada unidad; pero, ante todo, la filosofía es esclarecimiento, busca des-cubrir las cosas, las realidades. En Zambrano, la filosofía, al "rasgar el velo", busca sacar a la luz, elucidar y transparentar las cosas. No solo las cosas sino la vida misma, la circunstancia. Esto recuerda a Ortega cuando, en Meditaciones del Quijote, dice: "Vida individual, lo inmediato, la circunstancia, son diversos nombres para una misma cosa: aquellas porciones de la vida de que no se han extraído todavía el espíritu que encierran, su logos" (68). Y a extraer el logos de las cosas, del Manzanares, de la vida humana, a eso dedicó Zambrano su vida filosófica. Es de ahí de donde proviene su concepción de la filosofía, y de la relación entre filosofía y vida, entre razón y vida (Muñoz 393-419).

En Hacia un saber sobre el alma, Zambrano dice: "Ser filósofo es llevar, vigente siempre, un imperativo de claridad" (184 y 205). ¿De dónde sacó Zambrano la relación entre filosofía y claridad? Seguramente de Ortega y Gasset, de esa necesidad suya de esclarecer a España, de esa vocación de transparencia: "Podemos ver así derivarse de esta actitud inicial de Ortega las cualidades que caracterizan su pensamiento: la primera es la claridad" (Zambrano Escritos 102).

Para Zambrano era imperativa la necesidad de unir la vida con el pensamiento con el fin de iluminar la vida y su dispersión: "La vida no puede ser vivida sin una idea. Mas esta idea no puede tampoco ser una idea abstracta. Ha de ser una idea informadora, de la que se derive una inspiración continua en cada acto, en cada instante; la idea ha de ser una inspiración". (Hacia 81).

Por eso la verdad, la razón y la filosofía tienen que enamorar a la vida, conquistar el corazón del hombre, para que el saber no sea mero dato, mera erudición. La vida humana, aquella que es vivida filosóficamente, es la existencia donde se ha producido una conversión vital. Si el hombre es, inicialmente, un ser disperso, perdido, la filosofía que enamora con sus verdades, se convierte en una brújula, en un camino o en un horizonte que jalona el vivir. Es la auténtica concepción de la filosofía como amor: "Ser o no ser filósofo es más que nada una cuestión amorosa". (Zambrano, Obras completas 94).

De ahí la urgencia de que la idea diera forma a la vida, pues no hay vida sin forma, sin figura. Y Zambrano demandaba esto para la filosofía, pero sabía que ella, en su forma tradicional, por sí misma no podía alcanzarla, pues se había preocupado más por reformar la verdad, el entendimiento, como decía Spinoza, que por reformar la vida misma. Por eso era necesaria la ampliación de la razón: pasar de la razón instrumental, de la razón de dominio o de la razón represiva a una razón poética donde el logos se hiciera cargo de las entrañas. En esto confluye la apuesta de Zambrano con la crítica de la razón que hizo la Escuela de Frankfurt. Específicamente, por ejemplo, Herbert Marcuse propuso una "razón libidinal", no dominadora, que liberara la sensualidad, el cuerpo y la naturaleza. (Marcuse, Eros y civilización 186).

Para Zambrano, entonces, el problema fue también el de la vida como realidad radical. Y ese problema de la vida como realidad radical, en la cual se da todo lo demás, es lo que Ortega propondrá como el tema de nuestro tiempo, el tema de la filosofía. Fue, realmente, lo que Zambrano captó con mayor potencia de la filosofía de su maestro. Así, el logos orteguiano, el logos del manzanares que tanto la impresionó, en pocas palabras, la relación entre la razón y la vida -sin separarlas- fue el punto de partida y también el motivo de las diferencias entre ambos. La razón vital de Ortega se convirtió en la razón poética de Zambrano. Y esa razón poética -y aquí está la separación- no era una simple reforma de la razón sino una ampliación de la misma. Y en esa ampliación tenía cabida fuertemente la metáfora y no la prelación del concepto o la razón discursiva como postulaba Ortega (Gómez Blesa, Introducción 82-87). Por eso, la pensadora española pensó con imágenes, con un lenguaje plástico más allá de la pretensión de univocidad y claridad propias de cierta filosofía analítica. La metáfora es en Zambrano constitutiva de la razón poética, pues capta realidades que de otra manera escapan al pensamiento discursivo o al concepto. A Zambrano, pues, le interesó el drama entre el yo y la circunstancia, esto es, podríamos decir con toda seguridad, le interesó sobre todo el esclarecimiento de la experiencia humana.

Y si María Zambrano habló de la metáfora, si amplió la razón, la filosofía, lo hizo siendo consciente de que la transparentación de la vida como realidad radical podía hacerse de muchas maneras y no solo con la razón violenta del racionalismo, ocultador de las pasiones y de las formas íntimas de la vida. Por eso ella tuvo que criticar una idea fundamental de la filosofía: la idea de sistema.

La crítica del sistema filosófico

En su ensayo "La guía, forma de pensamiento", incluido en su libro Hacia un saber sobre el alma, publicado en 1950, dice María Zambrano: "Todavía resulta vigente el considerar la filosofía en su forma pura y sistemática. Mas, ¿es esta forma la única en que se ha vertido la filosofía? ¿Es posible seguir identificando, sin más, la filosofía con su forma sistemática?". (469). Esta pregunta abre un interrogante fundamental para la pensadora española, y su respuesta va a ser negativa. Zambrano criticó fuertemente el sistema filosófico. En esto compartía la idea de Nietzsche, expuesta en Crepúsculo de los ídolos: "Yo desconfío de todos los sistemas y me aparto de su camino. La voluntad de sistema es una falta de honestidad". (38). En el sistema vio una pretensión totalitaria que buscaba reducir la rica diversidad de lo real, la pluralidad del mundo, la heterogeneidad del Ser. Por eso debe comprenderse que en Zambrano hay un pensar distinto que no se empecina fundamentalmente en dar razones, en armar edificios, en construir cercas herméticas. Para ella, el sistema era una manera de encarcelar la realidad, una manera violenta de reducirla y de ocultarla. El sistema tiene una naturaleza violenta, y expresa el afán de dominio del filósofo; en el sistema hay un deleite por encorsetar la realidad en esquemas prefabricados o presuntamente auto-desenvueltos. En estos casos, el filósofo se falsea porque no escucha sino que se lanza con su red sobre todo lo humano, lo reconocible... y peor que eso, sobre lo que no conoce, sobre lo inescrutable. Es la razón-pulpo que se extiende imperialmente sobre la vida, sobre la red-placenta donde está sumergido el hombre (Pachón 157). El filósofo, y esto sería lo definitivo para Zambrano, construye, mientras de lo que se trata para ella es de recibir, escuchar; plasmar las voces de la vida que se expresa, percibir lo que gime en las grutas del ser. Por lo demás, el filósofo que construye un sistema tiende a dar por sentado un conocimiento; lo petrifica y se cierra inmunizándose contra la crítica. De no ser así, su castillo de verdades se derrumbaría.

La crítica de Zambrano al pensamiento que se muestra definitivo, que quiere mostrarse como un edificio sólido, es clara en El hombre y lo divino: "...el pensamiento filosófico ha nacido con la pretensión, que ha guardado siempre en su seno, de decidir, de definir realidades que serán así de por siempre" (86). La crítica fundamental al sistema la encontramos en Filosofía y poesía. Allí sostiene:

Tal vez sea algo arbitrario, pero parece existir una correlación profunda entre angustia y sistema, como si el sistema fuese la forma de la angustia al querer salir de sí, la forma que adopta un pensamiento angustiado al querer afirmarse y establecerse sobre todo. Último y decisivo esfuerzo de un ser náufrago en la nada que solo cuenta consigo. Y como no ha tenido nada a qué agarrarse, como solamente consigo mismo contaba se dedicó a construir, a edificar algo cerrado, absoluto resistente. El sistema es lo único que ofrece seguridad al angustiado, castillo de razones, muralla cerrada de pensamientos invulnerables frente al vacío (87).

El sistema filosófico no solo está relacionado en Zambrano con la angustia o, mejor, con la búsqueda de seguridad ante esa nada que pesa, nada patentada por la angustia como decía Heidegger; el sistema no está solo relacionado con la impostura o con la pretensión de huir de la crítica sino también con dos cosas fundamentales y profundamente relacionadas: 1) la urgencia de dar respuesta a las necesidades del entendimiento; y 2) a las necesidades de la vida:

Quizás las formas triunfantes, los grandes sistemas filosóficos, no agoten las necesidades del entendimiento y de la vida del hombre occidental; quizás ellas, por la misma audacia especulativa, hayan desatendido algo importante; exigido demasiado en un sentido y dejado abandonado en otro (Hacia 65).

En este caso, y dada la inquietud planteada por la propia Zambrano, cualquier filósofo podría preguntarse: ¿cuáles son las necesidades del entendimiento? ¿Son solo deseos de conocer por conocer? ¿Necesidad de conocer o dominar el mundo? ¿Necesidad de conocerse a sí mismo, de "verse", de transparentarse? Y en el mismo sentido: ¿cuáles las necesidades de la vida? Las preguntas no son fáciles de responder, pero lo que ella vio en su época, en el seno de la cultura occidental en crisis, fue que esas necesidades fueron suplidas con el pensamiento especulativo y las razones técnicas. O, más bien: esas filosofías entregaban a la sedienta vida humana un elixir insuficiente; un elixir, alimento para la vida, que la dejaba desvalida, incompleta, desorientada.

La especulación, entendida como capacidad del entendimiento para construir, edificar, para "dar razones", no ha recogido todo el alimento que habita dentro del hombre, no ha recogido esa verdad que dormita quieta en la guarida de las entrañas. La especulación filosófica no ha podido acceder hasta el abismo profundo de la interioridad humana, ese ser de carne y hueso, y por eso mismo ha reducido al ser humano, lo ha convertido solo en un ser de razones que no escucha el fluir de su sangre: que ha sido incapaz de escuchar los secretos que el corazón canta en cada uno de sus latidos. Así, el hombre solo ha hecho énfasis en su razón, en ese órgano de la voluntad de acuerdo con Schopenhauer, en ese instrumento que sirve para proyectarse en la acción sobre el mundo, y ha desatendido, "dejado abandonado" otra parte, un enigma que tal vez pudiera contribuir a la reconstrucción total del hombre, algo "otro", otras formas de ver y de pensar, otras lógicas, que si se tuvieran en cuenta se convertirían en un saber de reconciliación con el mundo, con la realidad. Eso "otro" ayudaría a la restauración del hombre íntegro.

Desde luego, esta manera de argumentar en Zambrano, estas ideas, son fruto de su mística, de su alta valoración de San Agustín, pues el santo africano quiso salvarse todo, con la carne en la vida eterna, y para ello tuvo que descubrirse en sus Confesiones, desnudándose. Y este desnudo es lo que no puede hacer el filósofo, pues este no pide o reclama respuestas a la divinidad sino que las da, las ofrece, las alcanza con su mero esfuerzo. Y si en la filosofía la verdad racional y universal no ha enamorado a la vida, en la confesión ocurre lo contrario: en ella verdad y vida se unifican, se muestran en su unidad (Maillard 59). Por eso la confesión es el extraño género literario en que San Agustín, el hombre, "al fin, se amiga con la verdad" (Zambrano, Obras completas 79). Ella, la confesión, es la prueba fehaciente, de que, en efecto, en el interior del hombre, en sus cavernas, "habita la verdad".

Ahora, el sistema como fruto de la razón discursiva, especulativa, construido con "la labor del concepto" (Hegel 46), invisibiliza, además, otras culturas, otros saberes, sus cosmovisiones, sus formas de entender la vida y la sociedad, pero en especial las formas de entender al hombre: la forma como el hombre se ve a sí mismo. En Notas de un método nos dice:

Muchos saberes han desaparecido reabsorbidos en la ignorancia porque eran fragmentarios, y su unidad meramente acumulativa, al no ser sistemáticos. Sabidurías enteras han podido perderse y se han perdido de hecho; sus restos son arrastrados luego en forma de supersticiones, de vagos recuerdos, o de aseveraciones herméticas, a la manera de una escritura musical de la que se ha perdido la clave (145).

Al respecto hay que decir que esta manera de entender la problemática del saber, de las formas del trabajo filosófico hegemónicas, y la necesidad de rescatar aquello ocultado por la civilización europea, pone a María Zambrano en diálogo con muchas de las manifestaciones del pensamiento actual y que tienen mucha fuerza en América Latina: entre ellas, la denuncia del epistemicidio y la violencia epistémica cometidos por Europa en su aventura imperial, en la experiencia colonial, hasta la necesidad de una justicia cognitiva que rescate los saberes mutilados y ocultados (Sousa 60). Todos estos saberes, como sabía María Zambrano, guardan un conocimiento del hombre, de su visión del mundo; tal vez muchos de ellos hagan parte de los arquetipos o "subconsciente colectivo" de los que habló Jung y que ella rebautiza como "subconsciente histórico" en El sueño creador (1029). Lo cierto es que diversas miradas sobre el hombre ha sido despreciadas y subvaloradas justamente por ser asistemáticas o fragmentarias. Por eso Zambrano responsabiliza al sistema de su aniquilación y ocultamiento. Ahora bien, esta prevalencia de la forma sistemática en filosofía es relativamente reciente. Así lo plantea:

Los sistemas con que se ha venido a identificar la filosofía tuvieron su era en los siglos diecisiete y dieciocho; no antes ni después. El Renacimiento, pobre en sistemas filosóficos, fue rico en Diálogos, Meditaciones, Epístolas cruzadas entre humanistas [...] La crisis actual se extiende también a las formas literarias y de pensamiento que parecen estar agotadas para lo que se necesita [...] y se hace necesario hoy rescatar formas olvidadas, oscurecidas, por el brillo de las últimamente dominantes. La forma sistemática ha vencido a las demás y ha arrojado sobre ellas una especie de descalificadora sombra. (Hacia 64).

Lo que es interesante de esta crítica de Zambrano es su convicción de que la filosofía se dice de muchas maneras. En la antigüedad la filosofía se expresó en sentencias, fragmentos, cartas, diálogos, tratados; y en la modernidad es meditaciones, aforismos, escolios, comentarios, etc. Y el pensamiento no era descalificado por su forma, por la manera en que era vertido, por el modo en que se expresaba (Pachón, María Zambrano, José Gaos 52). Ha sido, más bien, la hegemonía del sistema a partir de la modernidad el que, enmascarado en la profundidad y el rigor, ha permitido descalificar otras expresiones filosóficas. Esto ha ocurrido muy frecuentemente en la historia de la filosofía, donde incluso el pensamiento de Dilthey, Ortega y Nietzsche, al decir de la filósofa española, ha quedado bajo sospecha. Por lo demás, la misma María Zambrano fue víctima de la hegemonía del sistema filosófico, pues su pensamiento fragmentario ha dado pie para que los filósofos de academia, aquellos que ejercen la filosofía meramente profesoral, intenten desconocer y rebajar su pensamiento, calificándolo de mera literatura o de ocurrencias bellamente escritas.

Por lo demás, Zambrano pensó que había dos tipos de sistemas: el sistema filosófico a lo Hegel, es decir, el sistema cerrado; y el sistema abierto. Esta segunda forma la encontramos, especialmente, en sus Escritos sobre Ortega. En muchos de los escritos sobre su maestro, al igual que hizo antes José Gaos, Zambrano defendió su estatus de filósofo, y para ello tuvo que defender el hecho de que la filosofía de Ortega era, a pesar de todo, un sistema. Pero, ¿cómo entendía ella aquí la idea de sistema? De cierta forma la respuesta ya estaba dada en la caracterización que había hecho del pensamiento español, básicamente como un pensamiento reacio al sistema en sentido fuerte. Así las cosas, la unidad que lograba el pensamiento español, era una unidad no violenta, era una unidad poética, pues la poesía también tiende a la unidad. A esto tiene que agregarse el hecho de que para Zambrano toda la filosofía es un gran sistema. La clave la vamos a encontrar en varias afirmaciones. Al referirse al estilo y género en la filosofía de Ortega, Zambrano sostiene: "Se ha de tener en cuenta que paralelamente a lo que Aristóteles enuncia del Ser, la filosofía se dice de muchas maneras; que bajo del nombre de filosofía coexisten estructuras de saber muy diferentes a lo largo de su historia". (Zambrano, Escritos 131).

Y al referirse al sistema de Ortega, declara: "Sistema es unidad y la unidad se dice también de varias maneras, todas las maneras en que el entendimiento humano la aborda y en que el hombre la vive" (Escritos 133). Para Zambrano, la unidad y el sistema se dicen de manera plural; el sistema abierto es ritmo y número, es música, es el movimiento interno de la filosofía. De esta forma, Zambrano planteó que la filosofía en sus múltiples formas expresivas buscaba también una unidad y que, por lo mismo, tenían legitimidad como auténtico pensamiento filosófico.

Conclusiones

La cita de Rafael Gutiérrez Girardot que abre este artículo pone de presente la tensión entre "aceptación y rechazo" de María Zambrano con la filosofía. Pues bien, debido a la crítica y la convicción de que la filosofía profesoral universitaria separaba la filosofía de la vida, y de que históricamente los filósofos se bastaran a sí mismos para salvarse, con algunas pocas excepciones como Agustín y otros, Zambrano estuvo en varias ocasiones a punto de abandonar sus estudios filosóficos. Esto ocurrió, como es de suponerse, en su juventud. En efecto, en el prólogo de Hacia un saber sobre el alma de 1986, confiesa tres de sus grandes crisis donde estuvo a punto de renunciar a la filosofía: la primera, cuando en su época de estudiante se encontraba entre "la claridad orteguiana, y la impenetrabilidad del pensamiento de Zubiri" (428), lo que la confundía y le hacía sentir que no entendía nada, hasta que un día entró un rayo de claridad: "el profesor Zubiri explicó nada menos que las categorías de Aristóteles y yo me encontré, no dentro de una revelación fulgurante, sino dentro de lo que siempre ha sido mejor para mi pensamiento: la penumbra tocada de alegría" (Zambrano, Obras completas 428). Justo por ese momento de felicidad, y gracias a él, luego leyó con pasión la Ética de Spinoza y la tercera 3a Enéada de Plotino.

La segunda vez que sintió la tentación de apartarse de la filosofía fue cuando quiso dedicarse a la política, en la Federación Universitaria de Estudiantes, para "salvar a España", propósito en el que estaba Ortega, a su manera, y donde varios jóvenes participaban buscando construir la República. Y, por último, cuando le ofrecieron un escaño en el partido socialista, ofrecimiento al que también, no sin serias dudas, renunció para dedicarse a la lectura de una historia de la filosofía donde se hablaba de los pitagóricos.

A estas crisis debe sumársele, en verdad, la denuncia que Zambrano siempre hizo de las pretensiones de la filosofía de bastarse a sí misma, de renunciar a cierta trascendencia, a dejar al hombre desvalido y sin apoyo. Zambrano siempre pensó que el éxito del cristianismo tras la caída del Imperio Romano se debió a que ofreció algo que la filosofía antigua no podía ofrecer en ese momento de crisis: amparo para el hombre, pues la promesa de un alma, la de cada uno, con la salvación del cuerpo en la vida eterna, era más real, más acorde con la angustia padecida en esa falta de horizonte y de destrucción. El alma del cristianismo fue superior, entonces, a la transmigración de las almas, o al alma vacía, insustancial, despersonalizada, que ofrecían los sistemas filosóficos. Igualmente, Zambrano denostó siempre las pretensiones del racionalismo o lo que llamó la soberbia de la razón (Pachón, La filosofía 117), pues con ella se daba el Ser, en vez de, humildemente, aceptar que se lo recibía. Por eso, mientras en la poesía o la religión el Ser es dado, en la filosofía se va tras su búsqueda. En eso consiste la hybris del racionalismo.del idealismo.

El juicio de Gutiérrez Girardot debe considerarse acertado, pues si bien María Zambrano sintió una verdadera pasión por la filosofía, si bien no podía dejar de estudiarla y se consideró siempre una estudiante de la misma, sus escritos traslucen cierto malestar e inconformismo. En Delirio y destino dice: "La Filosofía le había dado muchas cosas; pero la principal, la que nunca podría pagar, era todo lo que le había enseñado a rechazar, a mantener en suspenso, como si no fuera, y hasta destruir todas las posibilidades de su vida". (23). Y en una carta a Ortega manifiesta:

Leo Filosofía, única cosa que no me es extraña, con una inmensa alegría, porque ella me da una salida muy luminosa al mundo, porque la amo como aquello que durante mucho tiempo nos ha esperado perdonándonos todas las más aparentes que afectivas traiciones. Pero no quiero salvarme sola. (Zambrano, La razón 678-679).

Su relación con la filosofía es heterodoxa justamente porque en ella hay un "combate entre aceptación y rechazo". Aceptación porque, como se mostró, vio en la filosofía un medio para aclararse, para caminar y darle un cauce a la vida; de rechazo porque se percató de los excesos y de las limitaciones de la filosofía, de su soberbia y de su papel ocultador de muchas realidades humanas. La filosofía le mostró a María Zambrano lo que debía "mantener en suspenso". Por eso el filósofo francés E.M. Cioran dijo sobre ella: "ha protegido su esencia única colocando la experiencia de lo Insoluble por encima de la reflexión sobre él, ha dado en suma un paso más allá de la Filosofía" (189), como lo confirma también la filósofa Ana Bundgaard (488). En efecto, la pensadora española dio un paso más allá de la filosofía, superándola -por paradójico que parezca- en el prístino sentido hegeliano. En esto está de acuerdo también Agapito Maestre cuando observa: "por eso aprovecha antes las virtudes de las filosofías que sus defectos" (461).

María Zambrano tuvo también, como afirma Gutiérrez Girardot, una actitud libre con el pensamiento filosófico. Desdeñó la filosofía "congénitamente profesoral" (Los bienaventurados 11), es decir, la que mayoritariamente se practica hoy en las facultades de filosofía, y acudió a los filósofos y a sus conceptos para decir lo que ella misma quería decir. No estuvo interesada en la práctica de escarbar sentidos, mostrar contradicciones, incoherencias lógicas, evidenciar malas interpretaciones y rumiar hasta el cansancio a un pensador para vivir de él. Es decir, no practicó el vampirismo y la regurgitación de autores, sino que concibió la filosofía como vida en acto y a la experiencia como una estructura abierta, vivida filosóficamente. Por eso puede que su lectura de la relación filosofía y vida no convenza (o sí); puede que sus acusaciones sean injustas; puede ser que su lectura de la filosofía sistemática o como "teoría articulada", donde los resultados encontrados son acordes el método seguido, etc., (Benítez, L. y Robles 86), presente carencias o deje muchas preguntas. Lo cierto es que ella se valió de la filosofía por lo que vio de verdadero y vital en ella...y más por lo que ciertos filosofemas lograron alumbrar y aclarar en la oscuridad de su caverna, de sus entrañas.

Referencias

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1 Una versión del texto fue presentado como conferencia en el VI Congreso Internacional María Zambrano, Vélez, Málaga, España, Abril de 2019.

Cómo citar este artículo en MLA: Pachón Soto, Damián. "María Zambrano y su relación heterodoxa con la filosofía". Escritos 27. 59 (2019): 386-403. doi: http://dx.doi.org/10.18566/escr.v27n59.a10

Recibido: 25 de Julio de 2019; Aprobado: 03 de Noviembre de 2019

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