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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.39 no.91 Bogotá Jan./June 2012

 

UNIVERSIDAD, POSHUMANISMO Y SENTIDO: LA PERSPECTIVA DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

University, post humanism and meaning: The perspective of a catholic university

Luis Alberto Castrillón López*
Carlos Angel Arboleda Mora**


* Magister en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana, Licenciado en Filosofía de la misma universidad. actualmente es profesor interno de la Escuela de Teología, Filosofía y Humanidades, docente investigador del Grupo Religión y Cultura Categoría "B" Colciencias. Miembro del Círculo Latinoamericano de Fenomenología. El artículo es un producto del proyecto de investigación Humanismo y universidad del CIDI-UPB.
Correo electrónico: luis.castrillon@upb.edu.co

** Doctor en Filosofía por la Universidad Pontificia Bolivariana, magister en historia por la Universidad Nacional, Magister en sociología de la Universidad Gregoriana, Roma. Director del grupo Religión y cultura. Correo electrónico: carlos.arboleda@upb.edu.co

Artículo recibido el 10 de marzo de 2011 y aprobado para su publicación el 15 de diciembre de 2011.


Resumen

Este artículo se plantea, en primer lugar, que la institución universitaria adquiere hoy un compromiso ineludible con la verdad sobre el hombre, por ser aposento de un humanismo renovado, no reducido a la instrumentalidad científica o desprovisto de trascendencia. En segundo lugar, sitúa la identidad y misión de la universidad católica que tiene como marca distintiva ser generadora de la experiencia de Jesucristo, camino, verdad y vida; y, en tercer lugar, propone la universidad católica como lugar del poshumanismo del amor. Ha de estar entre las primeras en cuanto a calidad académica y a eficiencia de sus egresados, pero debe ser la primera en favorecer y transmitir, desde el testimonio la experiencia de Dios manifestada en la construcción de una sociedad de la otredad, la aceptación de la diferencia, el perdón y el amor.

Palabras clave: Universidad católica, Universidad, Universitas, Humanismo cristiano. Humanismo.


Abstract

In the first place, this article argues that universities have today an unavoidable commitment with truth on the human being, because the person is the receptacle of a renewed humanism which cannot be reduced by scientific instrumentality or a lack of transcendence. In the second place, this article characterizes the identity and mission of the Catholic University as a distinctive feature, generating the experience of Christ, road, truth and life; and, in the third place, the author proposes the Catholic University as the place for the post humanism of love. The Catholic University should have the best academic standards ensuring thus the efficiency of its graduates; and, above all, to be the first to foster and convey the experience of God through the building of a society sensible to the others, accepting their differences, and sensitive to pardon and love.

Keywords: Catholic University, University, Universitas, Humanism, Christian Humanism.


INTRODUCCIÓN

    "La Universidad encarna, pues, un ideal que no debe desvirtuarse ni por ideologías cerradas al diálogo racional, ni por servilismos a una lógica utilitarista de simple mercado, que ve al hombre como mero consumidor1" (Benedicto XVI, 2011).

El nacimiento de la Universidad se acerca a los ocho siglos y el contexto cultural y social de la historia de este nuevo siglo comienza a presenciar el debilitamiento de sus pilares: amor y búsqueda de la verdad, lugar de la cultura humana y escenario de transformaciones e innovaciones que cambian el mundo. También es oportuno destacar el giro de su tarea educadora-formadora a la de empresa autosostenible y técnica. Ello supone, en muchas de las identidades institucionales del modelo de universidad predominante, la idea de centros de producción técnico-científica, de oficios y competencias, y un abandono radical de esa identidad de lugar donde acontece la verdad y se cultiva el sentido de lo humano. Como empresa autosostenible puede dificultársele la trascendencia humana que comporta la tarea educadora, pero como lugar donde acontece la verdad es posible descubrir la utilidad de la innovación y transformación sin abandonar la comprensión de lo trascendente, del cuidado de sí, del otro y del mundo.

Lo que está en juego no es la lucha propuesta por la racionalidad instrumental entre humanidades versus tecnociencia, sino la experiencia y actitud humanizante de los conceptos, vivencias y aprehensiones que posibilita la universidad hoy (Hopenhayn, 1990). Es necesario declarar que en la búsqueda trascendente humana -lugar de la cultura-, las creaciones tecno científicas son elementos mediadores de sentido, artefactos que significan la innovación y el cambio al que está sometido lo humano (Arboleda, 2008). Pero el rol asumido por los modelos educativos-formativos actuales, recrean el imaginario de una educación instrumentalizada en pro del desarrollo como progreso sostenible o tecno científico que debilita la trascendencia propuesta por el legado de las humanidades y disciplinas filosófico-teológicas. Este legado devela la verdad sobre lo humano como acontecimiento estético-ético y propone acontecer esa humanidad desde el cultivo de la virtud, la procura de una actitud ética del profesional, la mirada sobre el sentido de la vida humana, la importancia de la alteridad y de los valores-talantes.

Nussbaum (2011), afirma:

    Se están produciendo cambios drásticos en aquello que las sociedades democráticas enseñan a sus jóvenes, pero se trata de cambios que aún no se sometieron a un análisis profundo. Sedientos de dinero, los estados nacionales y sus sistemas de educación están descartando sin advertirlo ciertas aptitudes que son necesarias para mantener viva la democracia. Si esta tendencia se prolonga, las naciones del mundo en breve producirán generaciones enteras de máquinas utilitaristas, en lugar de ciudadanos cabales con capacidad de pensar por sí mismos, poseer una mirada crítica sobre las tradiciones y comprender la importancia de los logros y los sufrimientos ajenos (p. 20).

El poder de las instituciones, sometidas al liberalismo económico y a su práctica consumista, ha dado como resultado un sometimiento mayor de la libertad, la democracia y la trascendencia, y conduce la realidad humana a una escena de esclavitud, enmascarada por los medios de comunicación y las prácticas de enajenación.2

LA UNIVERSIDAD ENTRE CAMBIOS Y CRISIS

Esta debacle es orquestada por la paradoja de la crisis y los cambios drásticos en la misión de la Universidad. En el escenario se avista un liberalismo económico en clave de mercado y consumo que abarca todo, confirmando la premisa de empresa como sinónimo de negocios rentables técnica o monetariamente (Friedman, 1976). Es menester denunciar el abandono de la formación desde las humanidades y disciplinas del espíritu, que pudo ocasionar la esterilidad de los diseños curriculares en donde materias, temas y problemas impregnan al estudiante de conceptos vacíos, poco vivenciales y en muchos casos, lejanos de la realidad (Savater, 2009), experiencias sin convicción, tanto del ejercicio docente como de los lineamientos académico-administrativos.

    Ahora bien, ¿cuáles son esos cambios tan drásticos? En casi todas las naciones del mundo se están erradicando las materias y las carreras relacionadas con las artes y las humanidades, tanto a nivel primario y secundario como a nivel terciario y universitario. Concebidas como ornamentos inútiles por quienes defienden las políticas estatales en un momento en que las naciones deben eliminar todo lo que no tenga ninguna utilidad para ser competitivas en el mercado global, estas carreras y materias pierden terreno en la mente y corazón de padres e hijos. Es más, aquello que podríamos describir como el aspecto relacionado con la imaginación, la creatividad y la rigurosidad en el pensamiento crítico, también está perdiendo terreno en la medida en que los países optan por fomentar rentabilidad a corto plazo mediante el cultivo de capacidades utilitarias y prácticas, aptas para generar renta (Nussbaum, 2011, p. 20).

La Universidad, independiente de su credo y razón social, no puede excluir su compromiso con la verdad del hombre, la interdisciplinariedad, la diversidad y la inclusión. La búsqueda de la verdad no excluye en la universitas3 lo universal, por ello no puede relativizar ni reducir el acercamiento a la realidad. Como afirma Arendt (2005), el homo faber, por eliminar la contemplación, redujo la conciencia de humanidad y limitó la realidad y la verdad a lo científico. Y es preciso que esa búsqueda deba convocar a todas las disciplinas para que la respuesta sea inter y trans, pero con sentido, sirviendo a la tarea humanizadora que proclama la educación y la formación de la persona, revitalizando aquella función del pensar (filosófico) en la antigüedad como "perentoriedad de aliviar el sufrimiento, cuyo objeto es el florecimiento humano" (Nussbaum, 2003, p. 35). Como reconfirma Heidegger (1994):

    Lo que amenaza al hombre no viene en primer lugar de los efectos posiblemente mortales de las máquinas y los aparatos de la técnica. La auténtica amenaza ha abordado ya al hombre en su esencia. El dominio de la estructura de emplazamiento amenaza con la posibilidad de que al hombre le pueda ser negado entrar en un hacer salir lo oculto más originario, y de que este modo le sea negado experienciar la exhortación de una verdad más inicial (p.15).

La amenaza no es externa ni proviene explícitamente del tecno cientificismo en sí. Más bien, radica en el olvido originario por el pensar, por el sentido de humanidad y sus interacciones. La Universidad descentra el espíritu humano comprendido de forma reducida desde lo solo tecno-ciber-neuro científico y no puede someterse a las pretensiones mercantilizantes y funcionales de un sistema económico-político.

    La educación no está independizada del poder y, por lo tanto, encauza su tarea hacia la formación de gente adecuada a las demandas del sistema. Esto es en un sentido inevitable porque, de lo contrario, formaría a magníficos "desocupados", magníficos hombres y mujeres "excluidos" del mundo del trabajo. Pero si esto no se contrabalancea con una educación que muestre lo que está pasando y, a la vez, promueva al desarrollo de las facultades que están deteriorándose, lo perdido será el ser humano (Sábato, 200, p. 47).

La Universidad no forma únicamente profesionales, cultiva trascendencia humana, construye cultura como lugar de sentido humano, emancipa y recrea el espíritu de libertad y justicia de una sociedad, permea los idearios y valores constituyentes del actuar de cada persona, para ejercer acontecer una identidad y sentido profesional que vivifiquen en cada uno de esos oficios profesionales el sentido humano. La Universidad no se adjetiva como científica, como técnica, como humanista, como empresa tecnocrática o ideológica. Sirve a una misión, a una tradición, a una forma de vivenciar lo humano. "Ante todo la universidad no es una sociedad comercial, un mercado distinguido donde se "compra" un título mediante el pago puntual de una cuota por mes durante determinado número de años, más matrículas y anexos" (Montejano, 2007, p. 47).

La Universidad, como aposento del valor humano, humaniza por su tarea formadora y educativa, tarea que debe entenderse desde nuevas perspectivas:

  • La poshumanista (no metafísica): formar un hombre no desde el concepto o la ideología y la idolatrización de la tecnociencia, como única herramienta de cultivo y transformación de lo humano. Este poshumanismo nuevo, poshumanismo del amor fecundado en la fenomenología del don de Marion (2008) "El lugar de la donación, no su origen sino su desenlace: el origen de la donación resulta el "sí" del fenómeno, sin principio ni otro origen que no sea sí mismo (p. 59). Este humanismo renovado, sin la presión de los "ismos" del metarrelato metafísico, no se reduce como término a la tradición renacentista de un sistema histórico-cultural. Este poshumanismo, impregna en su misión el sentido de la vida, la trascendencia como horizonte de la transformación, del para qué estar en el mundo; el otro como una realidad constitutiva de mi yo interior desde el cuidado de sí, y como una corresponsabilidad existencial desde la polis o cuidado del otro.

La Universidad, como escuela y lugar de la cultura humana, promulgadora de sus valores, no debe limitarse sólo a tener centros, institutos de formación humanista, sino procurar una clara e integral dimensión de su propuesta humanizadora, para que su modelo pedagógico y currículo irradien un modo de ser humano, una experiencia ética, una actitud vivencial de valores humanizadores. El poshumanismo del sentido, como actualización y superación de los humanismos históricos, tecno científicos y postcibernéticos, revoca la primacía de la razón sobre la búsqueda interior y trascendente porque aleja la pretensión totalitarista de las ciencias instrumentalizadas y de los discursos fatalistas, conceptuales y dogmáticos en los que, de alguna manera, se ha sumergido la formación humanista, ineficaz a la hora de evaluar los comportamientos corruptos y destructores en la historia social, económica y política reciente de un pais como Colombia, donde muchos de los profesionales con posgrados en Ética orquestan la debacle social de una nación.

  • Lo uno, diverso: todo el ambiente universitario invita a la formación de comunidad, pero "tampoco es la universidad una especie de club social" (Montejano, 2007, p. 46). Ser espacio y escenario de interrelación implica que la Universidad declare su identidad y proyección social. En el escenario de la diversidad, la multiculturalidad y los fenómenos de globalización cultural, que crean nuevos híbridos, la Universidad debe dar su voto por la no instrumentalización de la persona social, que se convierte en un consumidor acrítico, en un demócrata funcional, ciudadano de modos de comportarse y cumplir con las normas, pero ajeno a vivenciar sus responsabilidades y convicciones. En el discurso vivencial que procura la Universidad (la cultura del respeto por la alteridad, de la vivencia de la equidad y la justicia), antes de proclamar su capacidad de exponer las diversas y múltiples formas de concebir la realidad, se preocupa por la identidad cultural de la persona, que forja carácter, promueve la construcción ya no de un individuo social, sino de una persona que acepta la diferencia, rechaza la exclusión, convoca a la participación (polis), recrea el escenario de la palabra para constituir su adhesión o rechazo, del criterio mesurado y respetuoso y de la emancipación pacífica, clara y decidida. La Universidad de lo uno-diverso permea identidad nacional, enfoca su relación persona-Estado-sociedad como promotora del proyecto de Nación, ciudad y sociedad, alejándose de la radicalidad instrumental del mercado global, de procurar sólo la relación empresa-Estado, que promueve la calidad de vida (todo lo material) y las bondades del mercado y consumo como herramientas de transformación social.

  • Lo emancipador: la Universidad es imaginario de verdad y, por ende, de libertad. Defender la Universidad no puede convertirse en tarea exclusiva de los estudiantes que marchan para tratar de contrarrestar los males y perjuicios de esta reducida realidad económica y consumista. Los cambios y transformaciones en el sistema formativo-educativo de una nación deben ser de la competencia y el interés general. Cuando Nussbaum (2011) afirma que "estamos en medio de una crisis de proporciones gigantescas" (p.11), la crisis de la Universidad se permea en la cultura, la indiferencia y el desconocimiento o la sumisión que se asume desde el sector privado, las fuerzas productivas, la ciudadanía en general, son la mayor evidencia de la crisis, ya que en el imaginario general la construcción y la transformación de la sociedad, el resguardo de la tradición y los valores, son la tarea de las instituciones (Iglesia, Estado, empresa), no sólo de las personas que las integran. La Universidad es un motor socio-cultural de emancipación y libertad.

    Si el órgano de la guerra, es, en apariencia, el ejército, el órgano de la paz es, sin disputa, la universidad; de esa paz, repito, que coexiste con las mayores convulsiones y las atraviesa sin quebrantos, sin solución de continuidad. Puede decirse, sin peligro de error, que tanto de paz hay en un Estado cuánto hay de universidad; y sólo donde hay algo de universidad hay algo de paz. (Ortega y Gasset, 1961, p. 125).

LA UNIVERSIDAD CATÓLICA Y SU TAREA HUMANIZADORA

La universidad católica tiene hoy un reto esencial en un mundo tecnificado. Las grandes agencias académicas internacionales están exigiendo un alto nivel de calidad que se muestra en productividad, innovación, publicaciones, relaciones internacionales y alta profesionalización de sus egresados. Esto somete a todas las universidades a dar prioridad a los indicadores cuantitativos tales como nivel de impacto, número de doctores, volumen de publicaciones, prestigio internacional de sus docentes, viajes al exterior, número de citaciones de sus obras, por medio de procesos burocratizados y legislados. La universidad católica tiene que responder ineludiblemente a estas exigencias y sus productos tienen que ser de alta calidad. Pero no puede olvidar su esencia, que se puede resumir en dos categorías: la experiencia del acontecimiento y la ética proveniente de dicha experiencia. La universidad católica vive la experiencia de Dios y la transmite en su testimonio.

    El espíritu cristiano de servicio a los demás en la promoción de la justicia social reviste particular importancia para cada Universidad católica y debe ser compartido por los profesores y fomentado entre los estudiantes. La Iglesia se empeña firmemente en el crecimiento integral de todo hombre y de toda mujer. El Evangelio, interpretado a través de la doctrina social de la Iglesia, llama urgentemente a promover el desarrollo de los pueblos, que luchan por liberarse del yugo del hambre, de la miseria, de las enfermedades endémicas y de la ignorancia; de aquellos que buscan una participación más amplia en los frutos de la civilización y una valoración más activa de sus cualidades humanas; que se mueven con decisión hacia la meta de su plena realización (Constitución Ex corde Ecclesia 34).

En el documento de la conferencia de obispos, realizada en Aparecida (Documento de Aparecida, 2008)4, sobresale la reflexión sobre la actividad de las universidades católicas. El documento dedica unos artículos a las universidades y centros superiores de educación católica:

    Las actividades fundamentales de una Universidad católica deberán vincularse y armonizarse con la misión evangelizadora de la Iglesia. Se llevan a cabo a través de una investigación realizada a la luz del mensaje cristiano, que ponga los nuevos descubrimientos humanos al servicio de las personas y de la sociedad. Así, ofrece una formación dada en un contexto de fe, que prepare personas capaces de un juicio racional y crítico, conscientes de la dignidad trascendental de la persona humana. Esto implica una formación profesional que comprenda los valores éticos y la dimensión de servicio a las personas y a la sociedad; el diálogo con la cultura, que favorezca una mejor comprensión y transmisión de la fe; la investigación teológica que ayude a la fe a expresarse en lenguaje significativo para estos tiempos (DA, No. 341).

Urge tener en cuenta estas sugerencias en un momento en el que los futuros agentes evangelizadores sienten más interés por el trabajo pastoral que por la formación académica. Estas instituciones tienen unas responsabilidades de caridad intelectual que les son propias y específicas.

Dentro de la clave interpretativa del documento de Aparecida se puede intuir que hay un cambio en la forma de realizar esto, pues el problema hoy no es la crisis fe-razón, sino, más bien, la crisis que hay entre razón y la actual concepción de ella, y la fe y el conceptualismo de la fe. La relación fe-razón es constructiva porque se puede ver cómo la fe no es absurda ni la razón es única. En este sentido, la universidad católica ayuda a descubrir otro tipo de racionalidad o una razón más completa. "El amor deriva de una racionalidad erótica" (Marion, 2000, p. 12). La Modernidad ha reducido la razón a razón útil, instrumental y cuantificadora, y ha olvidado que hay otras maneras de pensar que sitúan los límites de la razón calculante y dan pie a la manifestación de otros aspectos de la realidad que son visibles a través de la contemplación, la poesía o el arte. Pero la Universidad ayuda a descubrir que la fe no es mera conceptualización o ritualidad sino que es una experiencia que se racionaliza. No sólo experiencia sino experiencia que se racionaliza, pero en términos diferentes a los de la racionalización científica. Dentro de esta tarea está mostrar que Dios es posible dentro del horizonte de lo humano y que la exclusión de Dios sólo puede llevar a falsificar la realidad y proponer recetas destructivas del hombre. Mostrar la posibilidad de una razón y de una ética integrales es parte del trabajo universitario en cuanto se busca la totalidad y no se queda en la visión parcial de la Modernidad, y esto sólo se puede lograr cuando se le devuelve el puesto al hombre que se encuentra amparado por el bien, la verdad y la belleza.

    La humanidad experimenta vacío al alejarse del sentido que le transfiere la cultura, donde los baluartes de lo humano se relegan a los artefactos y avances técnico-científicos. Al parecer reducir lo "íntimo" –la búsqueda trascendente propia de la humanidad– a un mecanismo instrumental de comprensión y aplicación es el resultado de esta dinámica de cambio y transformación cultural actual (Castrillón, 2010, p.7).

EL HUMANISMO DE LA UNIVERSIDAD CATÓLICA

    "Es posible pues que el olvido del ser esconda un olvido más radical del cual se deriva un resultado- el olvido de lo erótico de la sabiduría-" (Marión, 2000, p.9)

El programa o la tarea humanista que la universidad católica presume para este momento cultural es el abandono de la radicalidad conceptual, que minimiza la experiencia y el acontecimiento central del mensaje cristiano: el amor. Lo afirma Benedicto XVI (2008): "Solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento" (Caritas in veritate, CV. 78).

Lo que plantea el cristianismo en la tarea humanizadora, desde la vivencia de la primera comunidad cristiana hasta su aporte cultural a Occidente, se centra en el acontecimiento pleno de humanidad: la entrega desbordante por el otro, la aceptación de una misión salvífica, la construcción de comunidad, la aceptación del diferente, la plena felicidad en el Dios que es carne, que es palabra que se manifiesta. Aquí se encuentra la base de una visión humanista del cristianismo, despojada del concepto y plenificada en la experiencia mística. Como expresa Paniker (1992) "Lo místico es aquello que queda una vez que se han suprimido las anestesias del lenguaje social, las dualidades y los mecanismos de defensa. El monoteísmo occidental defiende que el acceso a lo místico es una gracia" (p. 137).

Este humanismo en el acontecimiento cristiano de la redención, invita a la interrelación y manifestación del amor en la cultura. De ese amor que es Dios, que es hacia el hermano, que transforma el entorno social en comunidad, que especifica una ética del respeto y la valoración por la persona. Por ello, la universidad católica funda su misión y valor en la experiencia salvífica y la contemplación del misterio. Surge un compromiso, de la universidad católica, distintivo de cualquier otro centro de educación superior. No es una institución de la Iglesia sino que es Iglesia, comunidad eclesial, presencia viva y actualizante del misterio eucarístico (Marion, 2010). Debe asumir los retos de la estructura y las estrategias, pero con una clara convicción: no se negocia el cultivo de lo humano, centro y fuerza del plan salvífico y del proyecto de perfección que tiene Dios preparado para la humanidad. El amor donado es la Trinidad (perichoresis de tres que pueden estar juntos sin confundirse pero que son kenóticos, por tanto que se abajan para abrirse al otro tan profundamente que son uno) y esa es la medida, no impuesta sino aceptada, de toda relación con el otro con el que me mezclo y me relaciono sin dejar de ser yo, dejando ser al otro y seguir siendo uno (solidarios).

La presencia de la universidad católica no es la de otra institución de educación superior más; tiene una marca indeleble: el acontecimiento pleno de la experiencia de Dios. Por ello en los valores, en su ética y en su práctica diaria, están la presencia del respeto y el cuidado de la vida propia, el perdón como herramienta frente a los conflictos, la búsqueda del bien común, la fraternidad y la sabiduría como superación de la inteligencia, la comunidad como lugar de encuentro. Si la práctica del diario vivir de la universidad católica no permea esta esencia-experiencia, se hace visible la adhesión al modelo de universidad-empresa, que declara la crisis de la sociedad hoy, y se perdería el elemento diferenciador de la identidad-misión de la universidad católica.

El desarrollo pleno, integral y humano es una vocación que proviene de una llamada trascendente, y no un mero trabajo técnico (Caritas in veritate,5 No. 16). Si se pierde la trascendencia se podrá tener una buena casa, pero esa casa no será un hogar. Si este carácter teológico del desarrollo no se reconoce, el resultado será un desarrollo deshumanizado (CV 11).

    La fuerza más poderosa al servicio del desarrollo es un humanismo cristiano, que vivifique la caridad y que se deje guiar por la verdad, acogiendo una y otra como un don permanente de Dios. La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa (CV 78).

Y frente a la técnica "se debe recuperar el verdadero sentido de la libertad, que no consiste en la seducción de una autonomía total, sino en la respuesta a la llamada del ser, comenzando por nuestro propio ser" (CV 70). La ética cristiana será siempre heterónoma, ya que es la respuesta a un llamado y no una libre y autónoma construcción realizada por el hombre sin referencia a esa vocación. La destrucción viene cuando el hombre se intoxica con la pura autonomía, y, en este sentido, la Encíclica entiende el pecado original como una "cerrazón egoísta en sí mismo" (CV 34) que niega el carácter ontológico de apertura del ser humano. Sólo entendiendo al hombre como una apertura a lo que se le da, al fenómeno que se le manifiesta, puede él lograr su pleno ser humano y superar la "caída" de los orígenes. En esta línea de reflexión, el desarrollo sólo ocurre dentro de un ethos de gratuidad ante la sorprendente, sobreabundante, sobreexcedente experiencia del don. Corresponde a los que han recibido el don, hacer y disponer las formas y medios para que esa experiencia se traduzca en técnicas de desarrollo humano, según los contextos y lugares, con la ayuda de las ciencias humanas, pero siempre con la metafísica y la teología (CV 53).

Por ello, la universidad católica se compromete, desde su adhesión, al misterio y mensaje evangélico cristiano a:

  • Reconocer que no se puede quedar como una institución al servicio de los aparatos de distribución del poder perfeccionando las técnicas de control, domesticación y racionalización para ser la mejor clasificada de las universidades en el ranking de la productividad. La universidad católica es la universidad del acontecimiento de un Dios que se da por amor para que el hombre viva en un Reino muy diferente, que construye una ciencia para humanizar y un mundo para vivir.

  • Llevar a todos sus miembros el acontecer de la experiencia de Dios a través del testimonio de la comunidad académica. La vida académica puede ser una experiencia de Dios si el ambiente que se vive es el de un testimonio de vida de acuerdo con el acontecimiento. La inclusión de estudiantes y profesores de otras confesiones o de otra manera de pensar, no cierra el camino a mostrarles respetuosamente la experiencia total de Dios en el "hogar del conocimiento".

  • Tener docentes cualificados integralmente, que no son medidos solo porque son doctores o eminentes autoridades. Ni porque suben en el ranking de productividad y eficiencia. Habrá que cambiar el caballo del ranking por el de San Pablo: de la calidad externa a la integridad humana interior6. La universidad católica -y en ella todos sus actores-lleva al acontecimiento, se diferencia eficaz y radicalmente por la carga trascendente de su misión ya no sólo de formación integral, sino humanizadora en la verdad experienciada por el mensaje de amor y aceptación del hermano.

    Es deseable, por consiguiente, que todos los que, en las universidades y en los diversos institutos, llamados a formar las clases dirigentes del mañana, es deseable, repito, que se dediquen a prepararlas para asumir sus propias responsabilidades de discernir y de servir al bien público global, en un mundo que cambia constantemente. Es necesario resolver la divergencia entre la formación ética y la preparación técnica para evidenciar la ineludible sinergia entre los campos de la praxis y de la poiésis (Pontificio Consejo Justicia y Paz, 2011, 4)

La universidad católica mantiene vivo el asombro ante el acontecimiento: la vida, el nacimiento, la naturaleza, el universo, el amor, el matrimonio, el arte, el sufrimiento, el dolor. No se trata de hacer ciencia para dominar sino ciencia para comprender y para mejorar el mundo.

    Más allá de diseños curriculares y programaciones educativas controlables, más allá de los sueños conductistas que preparan para dar respuestas sabidas a preguntas conocidas, Mounier ha insistido en la importancia de encontrarse "sobre todo con el acontecimiento verdadero, con el extranjero que aparece en medio del camino", es decir, con ese imprevisible suceso llegado a mi vida sin que yo lo pueda controlar y que me exige, en términos no aprendidos, una respuesta que no me sé. En este sentido, el acontecimiento ejerce de maestro de vida y de forjador de caracteres (Ferrero, 2002, p. 87).

En el acontecimiento se recibe la plena revelación del ser, la llamada que exige la respuesta en el mundo, la visión de otro mundo posible y la relación de amor con todos, especialmente los que sufren. Esto lleva a otra reflexión: ¿Cuál es la tarea de la universidad católica con los que sufren el mal físico, el mal moral y toda clase de exclusiones? El que ha tenido la experiencia tiene que mostrarla con su ética personal y profesional, pero especialmente con los que sufren. Mirar con compasión congelada desde las alturas de la academia el sufrimiento del mundo no es lo propio de la universidad católica. La preocupación por los pobres del mundo (aquellos que no pueden vivir como hombres) es también el "lugar" de la manifestación de lo más humano.

La encíclica Caritas in Veritate tiene como trasfondo el problema del secularismo. La idea de que la experiencia humana sólo se puede entender con análisis empiristas y positivistas, sin referencia a un ser trascendente que llama al hombre, es el problema que enfrenta Benedicto XVI en sus encíclicas. Esta encíclica tiene la particularidad de dar énfasis a la argumentación teológica, que se distingue de la generalidad de las encíclicas sociales.

La clave de interpretación de la Caritas in Veritate no es, por tanto, de tipo socio-económico o empresarial, sino de experiencia de Dios como don y testimonio de esa experiencia en el mundo del desarrollo. La Encíclica muestra como complementarios el texto de San Pablo Veritas in caritate (Ef 4, 15) que puede entenderse como que la verdad de Dios se hace creíble en la caridad, con la Caritas in Veritate, que indica que si la caridad no está guiada por la verdad sobre el hombre se convierte en filantropía o mero sentimentalismo. Verdad y caridad son la manifestación de Dios que es amor eterno y verdad absoluta. Verdad y caridad son una vocación plenamente humana. De ahí que la Encíclica no hable de la justicia social y del desarrollo en forma aislada, sino que muestra que ellos son "consecuencia segunda" del amor. La justicia no solamente es inseparable de la caridad sino que ésta es su plenitud, ya que es dar lo mío y perdonar (CV 6), lo que en otras palabras no es sino el testimonio del amor de Dios. "Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo Eterno" (CV 7). Se supera así el concepto liberacionista o soteriologista de que el solo compromiso por la justicia y contra la pobreza es signo de plenitud cristiana. En otras palabras, un testimonio sin experiencia no transmite nada. Se es bueno quizás, pero no se es testigo.

El profesional egresado de una universidad católica ha de ser un hombre atento al acontecimiento, aunque él mismo no sea cristiano o católico. Un hombre abierto como lo dice Frankl:

    Ser hombre significa hallarse permanentemente confrontado con situaciones de las que cada una es al mismo tiempo don y tarea. La tarea de una situación consiste en realizar su sentido. Y lo que al mismo tiempo nos da esa posibilidad, mediante el desempeño de dicha tarea, de realizarnos a nosotros mismos. Cada situación es un llamamiento que debemos escuchar y al que debemos obedecer (1991, p. 108).

La educación, como fuerza de transformación social y cultural, brinda procesos de formación que lleven al estudiante a descubrir el sentido social de cada una de las profesiones, y la capacidad de servicio en la realización personal del hombre. Para ello, es necesaria una comunidad docente convencida del currículo vivencial y de la necesidad prioritaria de direccionar el conocimiento específico hacia la operatividad en las acciones humanas.

La universidad católica no forma sujetos cartesianos, solipsistas, egológicos, sometidos a la lógica del mercado (todo se compra, todo se paga, todo se consume, todo se bota). Ese sujeto lógicamente sirve para construir puentes, hacer máquinas, crear software, sanar mecánicamente enfermos, defender corruptos... pero no sirve para humanizar el mundo. En otros términos, el egresado de una universidad católica es el más eficiente y conocedor de los profesionales porque, al mismo tiempo es el más espiritual y contemplativo de los hombres, comprometido con una moral de servicio que nace de una ética originada en la experiencia de Dios. Será un profesional distinto y diferente, ya que su universidad es también distinta y diferente. Si no es así, será mejor entregar la universidad al Estado y que las fuerzas del mercado guíen el mundo hacia impensables mundos.

CONCLUSIONES

Se puede sintetizar lo dicho en los siguientes puntos:

  • La experiencia originaria de un don entregado y recibido es la medida de toda donación posterior. El amor donado es el criterio para todo lo demás, corresponde a la Universidad la tarea de dar sentido.

  • Los principios y valores que rigen la universidad católica lo son en cuanto encarnen la experiencia originaria del amor y obtengan su orientación del amor. Y como indicaciones hermenéuticas que son esos principios y valores están abiertos al estudio, a la razonabilidad, al cambio y aplicación contextual y al aporte de las disciplinas.

  • Toda la experiencia y el testimonio son el aporte de los cristianos para el mundo y se convierte en un grupo que anda por el desierto para iluminar con su antorcha la oscuridad para que los seres humanos se acojan a su luz. Y la universidad católica será una de esas luces en el desierto de la tecnocracia.

  • El testimonio puede y debe servirse de los instrumentos de las ciencias para ser relevante para su medio y su época. A veces, la Iglesia se ha entendido como la guardiana de la verdad entendida ésta como conjunto de definiciones o como la que custodia unos contenidos conceptuales. Custodiar el depósito de la fe ha sido defender la pureza categorial o conceptual de unos enunciados teológicos, pero:

    No resiste a los embates del tiempo una fe católica reducida a bagaje, a elenco de normas y prohibiciones, a prácticas de devoción fragmentadas, a adhesiones selectivas y parciales de las verdades de la fe, a una participación ocasional en algunos sacramentos, a la repetición de principios doctrinales, a moralismos blandos o crispados que no convierten la vida de los bautizados (DA 12).

Es la universidad católica la llamada a ser instrumento que procura la realidad vital y la experiencia revelada. De la misma manera que Cristo no es un valor, sino una realidad experienciada, los cristianos no defienden la verdad de la revelación; la verdad de la revelación es la que les defiende a ellos, la que les sostiene, la que les da seguridad y credibilidad. No es la Iglesia la que defiende a Cristo, sino Cristo quien defiende a la Iglesia por tanto es Él quien verifica la autenticidad y validez del contenido testimonial. La universidad católica debe generar la revitalización del sentido, que no se limita a conceptos sino que se renueva en la experiencia. Esta tarea permite liberar la experiencia de fe cristiana de los velos de las ideologías, los esnobismos de las ciencias administrativas y la instrumentalidad mercantil del libremercado.

Como afirma Marion (2007): "Lo que les interesa a los cristianos no es, diríamos, "el cristianismo"; lo que les interesa es Cristo. A los cristianos lo que les interesa es el hecho de que Cristo haya mostrado en persona una manera de vivir que hace posible el hecho de que todos aquellos que la hacen suya tampoco mueran" (p.1). Tener a Cristo mostrado en la Universidad es lo que buscan los miembros de la comunidad, no su demostración.

La universidad católica vive y convoca un modelo de vida, el cristiano. El modelo cristiano de vivir es único, insustituible, plenamente humano y, por tanto, quien sigue a Cristo está en la verdad de la vida y tendrá vida eterna. No es la adhesión a una doctrina sino la respuesta a un llamado. "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Benedicto XVI, 2005, p. 1). Se insiste en el término "acontecimiento" que bien puede significar también "evento", "apropiación", "manifestación", y que es lo que marca la misión de la Iglesia. La misión de la universidad católica no se limita a un proyecto pastoral, ni a un programa de humanidades, ni a unas acciones intensivas, ni a prácticas piadosas en su recinto. Todo su ser-hacer (sentido), todos sus actores, su transformación y desarrollo son compartir, testimoniar y anunciar la experiencia del acontecimiento de Jesucristo en la total historia del mundo (DA 2008).


Pie de página

1Discurso en la Basílica San Lorenzo de El Escorial a los profesores universitarios peregrinos de la Jornada Mundial de la Juventud, Madrid 2011 y algunos participantes del Congreso Mundial de Universidades Católicas en Ávila (España) Madrid 2011.
2Un análisis de la crisis de la economía actual lo hace el Pontificio Consejo Justicia y Paz, que propone: "recuperar la primacía de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primacía de la política - responsable del bien común - sobre la economía y las finanzas. Es necesario volver a llevar estas últimas al interno de los confines de su real vocación y de su función, incluida aquella social, en vista de sus evidentes responsabilidades hacia la sociedad, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén al servicio de la persona, es decir, que sean capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trascendiendo toda forma de monótono economicismo y de mercantilismo performativo". Pontificio Consejo Justicia y Paz. "Nota. Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal" (24 de octubre de 2011). N. 4.
3Soto Posada expresa que, aunque este término utilizado para designar los inicios de la universidad ha sido tomado del lenguaje jurídico de los romanos, se reservó en el siglo XII a la corporación que formaron maestros y alumnos de las escuelas de París. "En 1221, la corporación de maestros y estudiantes es reconocida como una persona moral y jurídica. Su nombre se hace ya clásico: univeristas magistrorum et scholarium" (2006, p. 31).
4En adelante DA.
5En Adelante CV.
6Ciertamente, es un tema difícil aunque ineludible afrontar el de los rankings. Se les critica por ser unidimensionales, comparar instituciones diferentes entre sí, son rígidos y cuantitativos, se centran en la investigación-innovación-publicación, ignoran otras partes de la misión de la universidad. Por eso, se hace necesario un ranking que incluya otros factores aunque sean difíciles de medir: aprecio local de la vocación social de la Universidad, impacto ético de egresados, proyectos de inclusión y desarrollo social, nivel de participación ciudadana, relación con comunidades vulnerables, grado de contextualización de enseñanza, el prestigio y el perfil humanista de los programas académicos, política de no retiro de excedentes financieros, sentido de comunidad-familia universitaria, entre otros.

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