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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.39 no.91 Bogotá Jan./June 2012

 

KAROL WOJTYLA Y SU VISIÓN PERSONALISTA DEL HOMBRE

Karol Wojtyla and his personalistic vision of man

Andrés Felipe López López*


* Filósofo por Universidad Pontificia Bolivariana de Medellín; estudiante de maestría en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana. Estudiante investigador del grupo de investigación filosófica "Epimeleia" de la Universidad Pontificia Bolivariana, categoría B de Colciencias. Línea de investigación: Antropología, Ética y Sociedad. Profesor de Filosofía y jefe de los departamentos de Ciencias Sociales y Filosofía del Colegio Salesiano El Sufragio. Director de investigación del Colegio Salesiano el Sufragio.
Correo electrónico: pipelopezlopez@hotmail.com

Artículo recibido el 8 de noviembre de 2011 y aprobado para su publicación el 15 de diciembre de 2011


Resumen

La preocupación primordial del pensador Karol Wojtyla es la pregunta por el hombre, centrada en la defensa de la dignidad de la persona humana. Es portador y autor del humanismo cristiano y del estilo de pensamiento personalista. Sus escritos y reflexiones giran todas en torno a la verdad del hombre, a la verdad de la vida y del amor. Mediante un ejercicio interpretativo, en este trabajo se describirá cómo el personalismo de Karol Wojtyla es una opción filosófica y antropológica válida en el mundo contemporáneo en el que la conjura contra la vida es un fenómeno común. En torno a los postulados ontológicos del pensador en cuestión relativos a lo humano, está argumentado éste análisis. En ese orden de ideas la noción de "dignidad" es medular; en esa noción se funda la norma personalista de la acción, que determina que la condición de la persona es ser un fin y no un medio; la persona posee dignidad irreductible, el bien fundamental es la vida. El estudio puntual entonces del siguiente artículo es la identificación de la particular visión humanista de Karol Wojtyla como filósofo y como sumo pontífice de la Iglesia.

Palabras clave: Persona humana, Personalismo, Fenomenología, Antropología, Karol Wojtyla.


Abstract

The main concern of Karol Wojtyla as a thinker is the quest for man, centered in the defense of the dignity of the human person. Wojtila is a thinker and a writer on Christian humanism and his style is imbued with personalistic philosophy. His writings and reflections deal with the truth about man, life and love. Through an interpretative exercise, this study describes how personalism is a valid anthropological and philosophical option nowadays, when there is a conspiracy against life as a common phenomenon. This is the analysis defended by the author of this study concerning the ontological postulates of the thinker Wojtila on human topics, and following this order of ideas, the question of "dignity" is the core issue for the Holy Father. This notion entails the personalistic norm of action which determines the condition of a person as an end not as a mean; the person has an irreducible dignity, the fundamental good in life. The focus of this article has been put on the identification of the particular humanistic vision of Karol Wojtila, as a philosopher and Highest Pontiff of the Church.

Key words: Human person, Personalism, Phenomenology, Anthropology, Karol Wojtila.


INTRODUCCIÓN

La opción antropológica que subyace al personalismo de Karol Wojtyla no es igual a la que fundamentó las reflexiones anteriores: dualista y androcéntrica. Karol Wojtyla concibe al hombre como una realidad integral, original, radicalmente único, concreto, situado en la historia, en la cultura y en el mundo; el hombre existe dialogalmente en relación con el "otro" y con el cuerpo sexuado que posee se comunica. En el siguiente texto se sintetiza la agudeza de la reflexión referente a la persona humana en Karol Wojtyla y las verdades proclamadas por él sobre el hombre en el mundo, referidas al papel del amor, la libertad, el cuerpo y la razón como categorías primordiales de su pensamiento.

La tesis central del escritor polaco Andrew N. Woznicki (1988) en su obra Un humanismo cristiano: El personalismo existencialista de Karol Wojtyla, es identificar la antropología de Karol Wojtyla como personalista en su naturaleza y existencialista de carácter, valorar la persona única en su identidad y al hombre como centro de todo el universo. Es bien conocido que Karol Wojtyla dedicó la mayor parte de su vida académica y eclesiástica a las cuestiones morales en el marco de su antropología, mientras rastreaba los problemas del hombre indagando las obras de autores como Edmund Husserl y Max Scheler1, Emmanuel Mounier, Gabriel Marcel, Jean-Paul Sartre, Levinas y Paul Ricoeur, Vladimir Solovev y Fedor Dostoievski2.

La posición antropológica de Karol Wojtyla es paradigmática. Subyace entre sus escritos y discursos una revolución y perfección del análisis de la persona metafísico tradicional, centrado en el estudio y la inteligencia de la estructura ontológica del ser de la persona; en este sentido es evidente su línea investigativa fenomenológica, por ejemplo cuando observa y aprehende la acción o acto humano como una realidad que revela el ser de la persona, e identifica en ese acto lo que es propiamente humano; siendo el acto humano "la cosa en si" de la que Husserl escribe; persona y acción no entendidas como un dualismo, como dos realidades separadas, sino como dos identidades de una única realidad, siendo la acción (o el acto) la manifestación de la interioridad humana, que está sujeta siempre a una condición comunitaria al mismo tiempo que trascendente, ambas irreductibles.

La experiencia del ser humano en la que se encuentra implicado su ser, su misma persona, es la más compleja pero no ininteligible de todas las experiencias. La experiencia de cualquier cosa proveniente del exterior, (no desde dentro de su humanidad), está ligada a la experiencia de sí mismo, pero sin experimentarse él mismo al mismo tiempo. Toda conciencia del mundo (entendida ésta como Husserl la explicó) y de la alteridad, ponen al ser humano frente a sí (Wojtyla, 1982). De ahí que la antropología de Karol Wojtyla no sea nunca estática, sino siempre dinámica: la acción de la persona muestra su ser; el acto humano prueba y expresa la búsqueda incesante de autodeterminación y realización, ordenadas ambas realidades por la ejecución de la libertad, y esta última por la verdad3.

En el ejercicio de la libertad y búsqueda de felicidad, en el contexto de la post-guerra en adelante, el hombre, hijo de su generación, repele cualquier norma moral tradicional tal como habían sido formuladas desde Kant en términos de lo permitido y lo prohibido; Karol Wojtyla, en la obra Amor y responsabilidad presenta la moral no en estos términos citados sino a partir de una reflexión que inicia, se ajusta y culmina en la persona como fundamento que justifica la regla ética; para Karol Wojtyla solo una ética que se despliega de un itinerario programado en torno a la felicidad humana, puede responder a las necesidades y retos del hombre contemporáneo envuelto en el utilitarismo, la insolidaridad y el egoísmo (Semen, 2005), fenómenos a los que el filósofo polaco enfrenta por medio de la norma personalista, que es de origen kantiano, perfeccionada por Max Scheler y afinada por el mismo Karol Wojtyla y que reza: no servirse del otro, no utilizarle. El egoísmo insolidario y rapaz no puede ser el fundamento de la moral, porque ésta no se debe constituir en principios que menoscaben la dignidad de la persona humana, su corporeidad, su alma, el todo que encarna en sí. Karol Wojtyla insiste en no cosificar la persona, en no usarla, no rebajarla a medio, a cosa, a objeto; amar es el antónimo de utilizar en sentido axiológico; amar es la antítesis del egoísmo, de aprovecharse; cito a Karol Wojtyla (1978) en su obm Amor y responsabilidad:

    Es, con todo, evidente que si el mandato del amor, y el amor, su objeto, han de conservar su sentido, es necesario hacerles descansar sobre un principio distinto que el del utilitarismo, sobre una axiología y una norma principal diferentes, a saber, el principio y la norma personalistas. Esta norma, en su contenido negativo, constata que la persona es un bien que no va de acuerdo con la utilización, puesto que no puede ser tratado como un objeto de placer, por lo tanto como un medio. Paralelamente se revela su contenido positivo: la persona es un bien tal, que sólo el amor puede dictar la actitud apropiada y valedera respecto a ella (pp. 37-38).

La norma personalista y la experiencia del amor son los elementos atómicos que traducen el concepto de persona que emerge en el pensamiento personalista de Karol Wojtyla, que es siempre denso y, en ocasiones, difícil de digerir.

A los filósofos se los caracteriza, entre otras cosas, por la forma de abordar sus intereses epistemológicos, por cómo penetran en su objeto de conocimiento, generalmente de un modo inductivo o deductivo, dependiendo de la posición filosófica a la que están adscritos; pero común a todos se encuentra el hecho inexcusable del planteamiento de un problema y, en algunos, una variedad determinada de soluciones para alcanzar la escritura o producción de una síntesis; no es el caso en Karol Wojtyla: el pensador traza una espiral, una escalera de caracol hacia su objeto de conocimiento; su método, aunque es lineal en el sentido en que observa un tema o problema y traza una línea hasta su fin cognitivo no gira infinitamente en círculos cerrados alrededor de la entidad por conocer; desciende o asciende en la inteligencia del problema hasta obtener el secreto más íntimo de la realidad que aparece; al recorrer el trazo circular de la espiral, regresa a los puntos ya recorridos pero desde otro ángulo y desde más cerca, Karol Wojtyla va siempre a las cosas en sí; por eso aparenta ser repetitivo; ésta impresión que puede sugerir su pensamiento es el resultado de la indagación y examen de todas las ópticas posibles en un proceso continuado y número indeterminado de tirabuzones de la espiral hasta arribar al núcleo del asunto, después de haber viajado atravesando su todo (Weigel, 2000). De este modo, adquiere total pertinencia y clara genialidad que Karol Wojtyla afirme que el problema fundamental del hombre se halla anclado en su corazón, susceptible de ser engañado. De acuerdo con esta tesis no se trata de producir la mutación de las estructuras porque éstas son malas sino de enseñar al corazón humano, que tiende a vivir para sí mismo, a amar; en esto consiste el desarrollo de un personalismo objetivo, no psicológico, que tiene la tendencia a insistir en los datos subjetivos de la persona, lo que pone en riesgo los datos objetivos del cuerpo; desde su óptica antropológica, pretende mostrar, en virtud de la unidad sustancial del cuerpo y su alma espiritual, la naturaleza de la persona humana, su unidad sustancial o su totalidad unificada, encarnación de la capacidad de amar como entrega de sí.

El personalismo wojtyliano es la expresión directa de un hombre sobre el hombre, sobre el ser humano en cuanto persona en acto (en acción), que intenta desentrañar todos los compuestos de la experiencia y la existencia humana, y arribar a la inteligencia y el discernimiento de lo que es específicamente humano, como defensa de la dignidad de la persona con el principio de humanidad, que consiste en el reconocimiento del otro como el fundamento cardinal de referencia, de la misma manera que se tiene conciencia de sí mismo y como miembro de la misma realidad en la que se encuentra el hombre ubicado. Tal sistema, establecido en el amor que tiene siempre un carácter comunitario antitético al individualismo, sobrepasa cualquier otro que exista en una comunidad humana, porque expresa lo que es necesario para formar una comunidad real humana, en la que el ego del hombre, su yo, percibe que existe junto con otros que comparten con él un sin número de experiencias y que son, al mismo tiempo en la unidad, muy distintos a él (Wojtyla, 1982).

EL CONCEPTO DE PERSONA HUMANA

Uno de los resultados más relevantes que dejó al Papa polaco el estudio sobre las obras de Max Scheler, fue la de comprender que el método de la fenomenología brinda al moralista una mirada muy profunda sobre la experiencia en la persona, de la que un filósofo ético le es difícil despojarse; por ejemplo el personalismo scheleriano explica la estrecha relación que existe entre experiencia y acción, y el impacto que ejercen las otras personas sobre la libertad y la dirección de los actos humanos, conocida como "la experiencia de la intersubjetividad " (Wojtyla, 2005, p. 18). Éstos argumentos, con el objeto de ahondar en su obra Persona y acción, son retomados por Karol Wojtyla, profundizando su mirada hacia los temas más esenciales del personalismo en su conjunto, es decir como filosofía, según como la proponía Emmanuel Mounier.

Tales contenidos del personalismo que atrajeron más su atención fueron, la irreductibilidad de la persona como el reconocimiento y la afirmación de que la persona no puede, en ningún caso, ser suplantada por alguna otra categoría, porque si la persona es un sujeto, no es, por tanto, un mero objeto de entendimiento; la acción del ser humano es elemento irreductible; por ejemplo, una de las más significativas de sus acciones es la vinculación de su "yo" con un "tú" de otro, mediante el lenguaje dialógico, que construye relaciones interpersonales; idea que alude a una de las características más básicas del ser de la persona, que es ser y estar en y con los otros, en comunidad, y, respecto al asunto enunciado acerca de las características esenciales del hombre, objeto neurálgico de este escrito, el filósofo Karol Wojtyla arriba al cimiento de la naturaleza humana desde la ética, y a la ética, por medio de la naturaleza humana (1998).

Si bien la ética tiene la misma orientación que tiene la filosofía, que es la de responder o esclarecer la pregunta por la existencia como: ¿Por qué el hombre? O ¿Qué es el hombre? ¿Por qué sus actos son buenos o son malos? ¿En qué consiste la plenitud y la felicidad y el bien? También la ética, como la filosofía, proyecta reflexiones, pero no establece sentencias comportamentales porque éstas, entendidas como normas, ya existen como algo vivo o existencial ligadas al hombre como ser social. La fuente de tales normas se encuentra inclusive en el derecho natural, que no es un derecho que se encuentre escrito. Para Karol Wojtyla (1998) el hombre tocado por la gracia y por la fe, o sea, el hombre creyente, encuentra el asidero de las normas éticas en la revelación, la que por ser, a su vez, dato revelado, es también una fuente escrita. En palabras del pensador cuando se refiere a la esencia de la persona:

    La naturaleza es la esencia de una determinada cosa, tomada como fundamento de su actividad. Porque si analizamos un ser realmente existente, considerando su esencia, debemos admitir que la acción de este ente es, por una parte, una prolongación de su existencia (operari sequitur esse) y, por otra parte, cuando se trata del contenido de esta acción, es el resultante o lo que emerge de la esencia de este ente. En la acción están contenidos, por consiguiente, los dos aspectos contenidos en el ser: la acción en cuanto acción es, en un cierto sentido, una prolongación de la existencia, una continuación de la existencia. La acción, en cuanto determinado contenido que se realiza a través de la acción misma es una especie de manifestación, de expresión, de la esencia de ese ente. Cuando decimos que el "animal actúa" o que el "hombre actúa" decimos dos cosas distintas. Y es comprensible porque el fundamento de una y otra de estas acciones es una naturaleza distinta. La acción es distinta ya que la naturaleza es distinta. Es una acción distinta por su contenido, pero ya que el ente está estrechamente unido con la existencia, la acción como expresión de la existencia, como su continuación, es igualmente distinta. (...) Cuando decimos que el hombre es un ser racional ya estamos afirmando que es una persona. El hombre es, por naturaleza, persona. Boecio ha dicho que la persona es un individuo de naturaleza racional. Solo y exclusivamente esta naturaleza racional puede constituir el fundamento de la moralidad. La naturaleza racional es la persona, es decir, el individuo de naturaleza racional (1998, pp. 282-283).

Para Karol Wojtyla (1998), la persona es sujeto de moralidad y, al mismo tiempo su naturaleza racional es la base de la moralidad, porque es a ella a quien corresponde y sobre la que recae toda la responsabilidad de la racionalidad y lo que ella comporta. Entendiendo que el significado de "razón" no es solo la capacidad de crear nociones o argumentaciones genéricas o de expresar juicios, sino además la capacidad inherente a la persona de conocer la verdad, porque la relación del hombre con ésta es una relación de carácter natural, al mismo tiempo es la capacidad, advierte el maestro polaco, de acoger la verdad sobre el bien y la verdad sobre las cosas buenas, bien que siempre está en relación con las facultades y deseos humanos por la plenitud. Dice Karol Wojtyla al respecto:

    Las facultades de deseo del hombre se distinguen netamente de las facultades cognoscitivas. El deseo, como tal es ciego frente a la verdad. El deseo, como deseo, no tiene relación con la verdad. Tampoco la voluntad, entendida como facultad de deseo, tiene relación con la verdad. Aunque la voluntad, como fuente de deseo, sea ciega para la verdad, ella es al mismo tiempo capaz de la verdad, está, por así decir, predispuesta a la verdad. Santo Tomás la llama appetitus rationalis, es decir, una facultad de deseo que permanece en un vínculo natural y estrechísimo con la razón y en su natural relación con la verdad. (...) El hombre es por naturaleza racional y, por eso, la moralidad en el hombre es algo natural, es algo necesario. El hombre debe subordinar a la verdad los distintos bienes con los que se compromete obrando. Por consiguiente, subordina a la verdad su misma acción. La moralidad es un atributo indispensable de los actos humanos (1998, pp. 284-285).

A partir de este supuesto, el maestro de Wadowice aclara que de la misma manera que la racionalidad es atributo característico de la naturaleza humana, lo es también la libertad como atributo de su naturaleza racional. Una y otra, a la vez, son un síntoma o indicio de la personalidad. Además, dado el hecho explicado arriba, de que la razón está vinculada de un modo natural con la verdad, el asunto problemático acerca de la categoría de verdad refiere también a la acción de la elección. Con esta tesis, no resulta descabellada en lo más mínimo, la visión que tuvo el Papa polaco sobre el fin último de la vida humana. Tanto Aristóteles como Tomás de Aquino dictaminaron que la felicidad del hombre debería consistir en un acto de la facultad más perfecta del ser humano como persona: la razón, y que tuviera como fin la contemplación intelectiva del Ser más perfecto. La naturaleza humana del hombre aspira a la plenitud, aspiración que le es también connatural, argumenta Karol Wojtyla (1998). Además, cuando la vida espiritual del hombre se halla y edifica sobre la gracia, tiende el hombre hacia la plenitud objetiva que está expresada en la comunión con Dios; así lo explica el Papa polaco:

    La unión con Dios es la plenitud de la vida espiritual del hombre. Con esta plenitud el ser humano llega, en un cierto sentido, al fondo de la realidad. Dios es plenitud absoluta de existencia, y el hombre unido a Él se afirma en esta plenitud mediante el conocimiento y el amor. Así afirmado en Dios, que es la Causa Primera de todo, el hombre perdura en el todo en un cierto sentido.

    Perdura también en él el equilibrio que antes no había conocido y que había buscado de modo tan incesante e incasable. Perdura en todas las cosas en la medida en que lo merecen, pero perdura, sobre todo en Dios, la desproporción de perdurar en Dios mientras se está tan intensamente en todo lo que hay fuera de Él es la peculiaridad de la vida terrena: esta desproporción desaparecerá gracias a la visión del ser divino "cara a cara", que es el elemento esencial de la unión con Dios.

    La verdad del encuentro con Dios "cara a cara" después de la muerte tiene un significado específico para la comprensión de la ética cristiana. Gracias a su espiritualidad, el hombre se perfecciona mediante una maduración cada vez más profunda en la verdad. Como consecuencia de ello, todo el desarrollo del hombre y la perfección de su ser pueden ser objeto de conocimiento y ser comprendidos. Sabe, al menos en una cierta medida, quién es y quién podrá llegar a ser (1998, pp. 91-92).

El hombre que constituye una unidad de alma y cuerpo, por su misma condición física, sintetiza en sí mismo los elementos del mundo material; estas dos tesis que defiende Karol Wojtyla son las mismas propuestas por la constitución del Concilio Vaticano II Gaudium et espes en los numerales 10 y 14, y en las que también Karol Wojtyla ratifica que el hombre es superior al universo material, al no considerarlo como una partícula más de la naturaleza o un elemento anónimo de la sociedad. Argumenta el pensador (2005), que el hombre por su interioridad es superior a todo el universo; interioridad a la que el mismo retorna cuando entra en sí mismo, en su corazón, donde le aguarda el Dios infinito y donde él como acto personal decide y construye su propio destino. Al respecto, y discutiéndole a las antropologías de carácter materialista, afirma que éstas no pueden explicar la experiencia de la trascendencia en la persona, y por no poder explicarla la niegan, incluso contra el testimonio y la evidencia que al respecto ofrecen su misma experiencia, la historia y la cultura. La trascendencia en la persona es un punto tan neurálgico en la antropología de Karol Wojtyla que de ella depende que el hombre pueda definir su realidad, así mismo como el Vaticano II argumenta que la trascendencia en la persona, entendida ésta como vocación, está ligada a la dignidad personal del hombre. El máximo enigma de la vida humana es la muerte, y al mismo tiempo su máximo temor, porque ella se le presenta como sinónimo de desaparición perpetua, como dejar de ser; pero el germen de eternidad que retumba en su interior como un eco, y que es irreductible al mundo de la materia, lo salva de la muerte y de cómo también el hombre la concibe, ese eco redimensiona la muerte y alivia el deseo de algo más que el mundo físico, deseo que nace del corazón humano, siempre difícil de saciar.

El 4 de marzo de 1979, en la inauguración del pontificado que recién acontecía con el nombre de Juan Pablo II, Karol Wojtyla expresa en el número 10 de su carta encíclica Redemtor Hominis de una manera reflexiva, sus consideraciones acerca del misterio del hombre a la luz de Cristo, en el que la historia de la humanidad alcanza la cumbre más alta a propósito del amor de Dios declarado y comunicado en la encarnación, en el que el hombre reencuentra su grandeza, la dignidad y el valor propio de su humanidad y el sentido de su existencia en el mundo (1979), y revela el "misterio interior del hombre" y su libertad como condición inexorable de la dignidad de la persona humana.

Para el personalismo wojtyliano el hombre no es solo un problema del conocimiento antropológico, filosófico, sociológico o moral: el hombre es un misterio.

El filósofo cristiano Gabriel Marcel, en su obra Ser y tener (1995), efectúa una distinción lúcida entre ambas categorías: misterio y problema. El problema en el qué hacer filosófico hace referencia a una dificultad objetiva que encuentra resolución por medio de la técnica o la reflexión. El misterio se encuentra en otro nivel; el misterio desborda la pregunta, sobrepasa el problema, lo rebasa; es un enigma al que no se le encuentra solución racional, porque antagónicamente con el problema, no está sujeto al limitado universo de cuestiones que abarca la técnica. El misterio sobrepasa al problema porque el ser mismo del que pregunta está implicado y comprometido en él, el hombre es parte del mismo, mientras que en el problema siempre el hombre es un agente exterior, un sujeto que objetiva. Advierte el filósofo francés que la técnica tiene la tendencia a reducir el misterio como problema, a lo que Gabriel Marcel llama "corrupción de la inteligencia". Por el contrario, para alcanzar la contemplación del misterio y avistar su entrañable secreto, hay que reconocerlo, respetar su estatus, acogerlo, aproximarse y arrimarse a su sombra, amansarlo y disciplinarse con él más que por la experiencia suya que por la pura lógica y después pensarlo, quitando de sí toda pretensión soberbia y altiva de creer contenerlo todo vía racional.

Esta actitud que cito de Gabriel Marcel frente al misterio del hombre, que es con la que Karol Wojtyla se aproxima al enigma que entraña lo humano, permite descubrir esa realidad clara oscura que es el hombre; posibilita la comprensión del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión; sin elaborar reflexiones sobre el hombre abstracto, sino el real, el concreto, histórico, único, en el que permanece intacta la imagen y semejanza del Dios por el que ha sido creado.

La verdad del hombre es la verdad del misterio que encarna, llamado y destinado a la gloria y la gracia, a la felicidad; la verdad del hombre es su irrepetible realidad de ser y del obrar, dotado de entendimiento y de voluntad, de conciencia y de corazón, capaz del más alto de los bienes a través de la experiencia del amor o del más lamentable acto egoísta.

La verdad del hombre es su realidad singular porque es persona, situado en la historia; el hombre es apertura interior de su espíritu; el hombre es necesidad de amor, es lazo con lo otro, estructura social, es correlación dinámica; el hombre se realiza "junto con los otros"; el hombre es acción (Wojtyla, 1982). Ésta última es en sí misma, un valor primordial al que Karol Wojtyla denomina "valor personalista", que difiere de los valores morales que refieren a la acción por respeto a la norma. El valor personalista es intrínseco al hecho de que el hombre actúe de forma ordenada a lo que él mismo es, origen de los valores morales y resultado final de éstos. La fuente de conocimiento de la realidad de la experiencia y del misterio humano, se halla en el obrar, en la acción.

Las reflexiones que desarrolla Karol Wojtyla acerca de la mujer resultan impactantes y llama la atención el hecho de que la proclamación de la verdad acerca de la mujer, es también la proclamación eterna de la verdad sobre el ser humano, que está impresa de modo inmutable en la experiencia humana. (Wojtyla, 1980).

Consecuente con su método, el análisis antropológico con matices éticos y morales sobre la mujer, es también el modo en el que Karol Wojtyla multiplica la mirada sobre el hombre, ya sea sobre el concepto universal de género humano o sobre el de hombre específico en cuanto a su masculinidad.

Para Karol Wojtyla (1980), descubrir los fundamentos que permiten declarar la profundidad de la dignidad y la vocación de la mujer, hacen posible desvelar cuál es su papel activo y real en la sociedad; en la que no pocas veces se encuentra en desventaja e, incluso, discriminada, a causa del paulatino crecimiento de la tendencia a la masculinización de ella misma sobre sí misma en búsqueda de la liberación del dominio del hombre, que responde, a su vez, con una especie de reafirmación de su ego, convirtiéndola en objeto de dominio y de posesión, de placer y explotación.

Cuando Karol Wojtyla hizo referencia a la mujer, ya sea en audiencias papales, libros o documentos pontificales, elabora una referencia cruzada entre el pensamiento personalista y las sagradas escrituras. Así, por ejemplo, el relato hebreo sobre el origen del universo y del hombre consignado en la Torá y en la Biblia cristiana, concuerdan con su pensamiento antropológico.

En la Torá, o en el libro del Génesis, los once primeros capítulos son a menudo considerados como un "mito", término al que es necesario aclararle su extensión o significado en el contexto de la historia nacional del pueblo de Israel. En este contexto "mito" no hace referencia exclusiva a la composición de historias fabulosas, legendarias, fantásticas y ficticias. El género literario al que se refiere el mito en Israel es una tradición nacional que cuenta los orígenes del mundo y del hombre como en los casos tradicionales, y acontecimientos ocurridos en la génesis de la historia de la humanidad, pero narrados con las licencias que ofrecen el signo, el símbolo, las imágenes poéticas y la forma figurativa como un método pedagógico y didáctico, siempre con una finalidad etiológica, que es proporcionar respuestas a los grandes enigmas de la existencia humana, como un modo de ilustrar el pasado lejano para dar razones de la condición presente, de las limitaciones humanas. Tales narraciones orales aparecen de manera escrita en Israel en el siglo VIII a.C, depuradas en un estilo determinado y talento narrativos particulares, que dan cuenta de que la visión hebraica del hombre es distinta de la que Occidente ha recibido enunciada como la tradición grecorromana. He aquí por ejemplo una diferencia elemental con el "mito" en Occidente: entre los hebreos no existió nunca distinción radical entre alma y cuerpo, por eso, cuando el primer libro de la Torá cuenta que el primer hombre, Adán, ve a la mujer que Dios le ha dado por compañera y exclama cual canto de amor "ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne..." el autor, o autores del libro, quieren significar que en la mujer el hombre descubre y reconoce la esencia misma de su ser humano; "hueso de mis huesos" se traduce como "ser de mi ser"; tal comprensión también aplica a la expresión "carne de mi carne" porque entre los hijos de Israel, el cuerpo y la carne son la expresión completa de la personalidad (Semen, 2005). Esta visión es el presupuesto teórico de Karol Wojtyla cuando dirige su mirada hacia la mujer; ella es el ser de mi ser en el hombre, la persona de mi persona, mi "alter ego", mi otro yo, que, aunque posee características somáticas, sicológicas y fenotípicas distintas a las del hombre masculino, es de la misma calidad personal que él; el hombre en "ella" salva su existencia de la experiencia de angustia que le provoca la soledad; en "ella" encuentra por ser otro como él mismo, la vía que le conduce a entregarse, construcción de su vocación como persona que siempre está determinada por la experiencia del amor.

La expresión que los maestros hebreos ponen en boca de la figura de Adán, citada arriba, es una oda a la dimensión corporal en los signos mismos de la feminidad y masculinidad, por lo que el acto sexual, no en el modo egoísta que cosifica al otro, es, al contrario, lo que permite al hombre y a la mujer la superación de la soledad humana, que, vehiculado por el amor, lleva al reconocimiento del otro como persona; el acto sexual es la expresión de la comunión. El hombre, cumbre de todo cuanto existe, imagen de Dios, llega al punto más alto de esa imagen no tanto en el momento existencial de la soledad, sino, más bien, en el momento también existencial de la comunión; momento en el que se da la revelación del hombre a la mujer y viceversa; la mujer es quien revela al hombre, el hombre es quien revela a la mujer.

Si el hombre puede amar y entregarse a la mujer es porque existe entre ellos diferencia no solo física sino sicológica, afectiva, sentimental, espiritual; y no solo existe tal diferencia objetiva sino que hombre y mujer se perciben de maneras diferentes.

Karol Wojtyla sostiene que, inherente a la persona, se encuentra la experiencia relacional, llamado a la entrega sincera y abierta a los demás; Karol Wojtyla se ubica en el pensamiento dialógico que sostiene tal reflexión, al igual que Martin Buber y Emmanuel Levinas; idea que reaparecerá cuando, ya como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, elabora las catequesis sobre el amor humano, en las que argumenta que el hombre ha sido creado como unidad de los dos, varón y mujer. Por el amor, hombre y mujer, son acto comunional de las personas de la Trinidad. Karol Wojtyla imprime su antropología personalista, su reflexión nueva a la comprensión sobre las categorías de imagen y semejanza aparecidas en la tradición hebraica y cristiana: la imagen y semejanza que posee el hombre de Dios reside también en el carácter relacional de su esencia. En la carta Mulieris Dignitatem, insiste en aclarar que el fundamento primero de imagen y semejanza no hace referencia exclusiva a la razón y la voluntad libre como lo sostenía Tomás de Aquino, sino también a la constitutiva ordenación del varón a la mujer y de la mujer al varón, el ser humano es "unidualidad relacional".

LA VERDAD DE LA VIDA HUMANA

El 25 de julio de 1968, el Papa Pablo VI publica la encíclica Humane Vitae, a la que Karol Wojtyla estuvo vinculado; los asuntos familiares y de moral matrimonial fueron su tema neurálgico. No ha existido en la historia de la Iglesia Católica una carta promulgada por un Papa que haya causado más controversia e, incluso malas interpretaciones.

Después de la muerte de Juan XXIII, que había compuesto una comisión para el estudio de los problemas de la familia en la sociedad, conocida como Comisión Pontificia sobre la anticoncepción, Pablo VI la retomó y llamó a Karol Wojtyla para que hiciera parte de ella y aportara sus ideas, después de que había conocido sus pensamientos al respecto por la obra Amor y responsabilidad en el contexto de finales de la década de los sesenta, cuando en Francia la ley de Neuwirth liberaliza el uso de la pildora anovulatoria.

El corazón de la carta Humane Vitae descansa en el principio de la ley natural; norma que no puede ser infringida por el hombre, porque es una ley perceptible de la naturaleza que el hombre y la mujer, al unirse al modo sexual, confieran a este acto una doble significación: unitiva y procreativa. La naturaleza atestigua que en el reino animal el acto sexual está ordenado y establecido a la procreación. Orden que en el hombre adquiere un significado más amplio por estar dotado de razón y libertad.

Karol Wojtyla, al que se le imposibilitó asistir a las discusiones, formó en Cracovia una comisión que trabajó a partir de los postulados de Amor y responsabilidad sobre la discusión. Tal comisión, dirigida a la misma conclusión de la carta, parte de un punto de vista diferente en el que Karol Wojtyla pretende hacer una reflexión universal dirigida a todo hombre y mujer de la sociedad contemporánea en cualquier parte del orbe, independiente del credo. Afirma que el hombre, desde lo más íntimo de su espíritu hasta lo más exterior de su personalidad, está hecho para la entrega de sí. El amor humano que se materializa en la experiencia de la relación entre personas, es también responsable, no azaroso; la fecundidad de los esposos debe ser decidida por ellos de manera autónoma y libre. Mas, por ser la persona, varón o mujer, dotada de dignidad, los medios por los cuales se regule la fertilidad debe estar convenida y coherente con tal dignidad a la que los medios artificiales no responden ni acuerdan; evidencia de esta tesis es que la mujer, por hacer uso de tales artificiosos métodos viola su integridad biológica cuando posterior al uso de tales procedimientos, sufre repercusiones que la exponen a riesgos de salud, a la vez que está expuesta a ser considerada como objeto de fines hedonistas y egoístas.

Tras el aparente fracaso de la Humane Vitae, Karol Wojtyla, conmovido y preocupado por los vientos de doctrina equívocos del mundo contemporáneo, se aventura, con los tenores propios de su antropología personalista, liberar la carta de Pablo VI de todas aquellas consideraciones que la tildaban de estar incrustada en el biologismo y la pura ley. Elabora entonces en las audiencias generales de los miércoles, siendo la figura regente de la Iglesia, la exposición sistemática de las ideas catequéticas sobre el amor humano, y años más tarde mediante la carta Evangelium vitae proclama el valor de la vida humana como el pregón de una buena noticia. Entre los numerales 59 al 79 argumenta que la vida es sagrada e inviolable, y todo cuanto la amenace como el aborto, la eutanasia, la pena de muerte o el proyecto aparentemente social que defiende estos hechos como derechos, debe ser considerado un atentado (Wojtyla, 1995).

La proclamación de la vida como la buena noticia sobre la vida, atestigua que el ser humano está llamado a experimentar la plenitud de la vida, que no se encuentra sesgada en las dimensiones de la existencia terrena. La vida humana sobrepasa y desborda la mera existencia en el tiempo por ser participación de la vida misma de Dios; esta característica carga de matices sagrados la vida del hombre; la conexión existente entre la vida humana y la vida divina de Dios, aporta al hombre abrumado por la experiencia de la muerte y el dolor, significado y sentido que no encuentra en ninguna otra dimensión de su ser y del mundo; al mismo tiempo, esta conexión o participación de la vida divina en la del hombre, distingue al ser humano de una manera original de todas las demás criaturas vivas del mundo, porque, al ser imagen y semejanza de Él, es manifestación de Dios mismo en el universo físico, manifestación en la que las demás criaturas no participan. "La vida lleva escrita en sí misma de un modo indeleble su verdad" (1995, no. 48) dice el pensador; la verdad de la vida se manifiesta en el amor al otro. En esa verdad adquiere sentido el gesto de solidaridad de unos con otros, el compromiso por la justicia y la paz, la procreación fruto del vínculo del amor entre varón y mujer y la dignidad inherente a la persona humana; demanda además, esa verdad, compromisos éticos como la erección de leyes justas que garanticen y salvaguarden la vida en común y el ejercicio de la libertad, defendiendo la dignidad de cada persona, sus derechos inviolables e inalienables, considerando el bien común como fin: criterio regulador y rector de toda la actividad política. Porque es humana la vida en todo su concepto biológico y existencial es la realidad radical por excelencia. La vida humana es alteridad, vida de y en relación con lo otro, vida social, vida de comunión y lazo con Dios y con la humanidad universal.

CONCLUSIÓN

Es preciso concluir con Karol Wojtyla identificando en el hombre: un ser inteligente y libre, al que le es propio un modo de subjetividad que germina del hecho de que cada persona se experimenta a sí misma como responsable de sus propias acciones; la dignidad de la persona humana es la medida de la moral completa. El personalismo de Karol Wojtyla está vinculado al realismo ontológico, a la realidad del ser, no a las opiniones. Es una visión que afirma la realidad del hombre, la centralidad de la persona humana. El hombre no es una cosa entre las cosas; el hombre es realidad corpórea, cuando habla no habla solamente el cuerpo, sino su yo. El cuerpo es signo, lugar y fenómeno del ser. El hombre es ser en el mundo, con y para los demás. Un individuo solo en el mundo no existe. No somos amibas, ni homo economicus; el personalismo de Karol Wojtyla reacciona contra toda visión materialista de la persona y entiende la libertad como un asunto de responsabilidad. El personalismo de Karol Wojtyla defiende una realidad fundamental: somos inteligencia, apertura radical a la trascendencia. Como Filósofo cristiano, y entiéndase la expresión como él mismo la aclaró en su carta Fides et Ratio, diciendo que la fe no es de ningún modo una filosofía, Karol Wojtyla indica un modo de pensar los temas filosóficos desde las luces del cristianismo, un estilo de pensamiento unido al dato revelado.


Pie de página

1Él mismo señala la línea scheleriana del personalismo del que se hace autor, la presencia del pensamiento aristotélico, el influjo de Santo Tomás y la influencia moderada de Husserl en su pensamiento, sobre todo en lo referente a la epistemológica y como medio para abordar la filosofía de Max Scheler, en su libro de antropología y filosofía titulado Persona y acto.
2
El orden citado de los autores es aleatorio.
3Es decir, la verdad no en sentido ontológico ni lógico sino en el sentido en el que Max Scheler lo explicó, que identifica el valor de una cosa desde la relación que tiene con la persona y no por el valor que en sí mismo puede suponérsele como objeto.

REFERENCIAS

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