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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.40 no.93 Bogotá Jan./June 2013

 

LA INCLUSIÓN DE LA ALEGRÍA EN LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA VERBUM DOMINI

The Inclusion of Happiness in the Apostolic Exhortation Verbum Domini

A inclusão da alegria na exortação apostólica Verbum Domini

Arturo Bravo Retamal*

* Doctor en Teología Bíblica por la Eberhard-Karls-Universität (Tübingen-Alemania, 1995). C.I. 6.561.537-1. Profesor Adjunto de la Unidad de Estudios Bíblicos del Instituto de Teología, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción, Chile. Coordinador del Diplomado en Estudios Bíblicos. Miembro Fundador de la Asociación Bíblica Chilena.
Correo electrónico: abravor@ucsc.cl

Artículo recibido el 5 de noviembre de 2012 y aprobado para su publicación el 15 de abril de 2013.


Resumen

La alegría engloba la Exhortación apostólica Verbum domini pues ésta empieza y termina con el tema de la alegría, recurso literario que en la ciencia bíblica se conoce con el nombre técnico de "inclusión". El artículo muestra los eventos en los que aparece la expresión y el nexo de dicha palabra con numerosos pasajes de la Sagrada Escritura.

Palabras clave: Biblia, Ciencia bíblica, Exhortación apostólica, Alegría, Palabra de Dios.


Abstract

Happiness covers the entire apostolic Exhortation Verbum Domini, provided that the text begins and concludes with the topic of happiness, a literary resource known by the technical name of "inclusion" within the Biblical Studies. The paper displays the events in which the expression occurs and the link of this word with a vast number of verses in the Holy Scripture.

Key words: Bible, Biblical Studies, Apostolic exhortation, Happiness, Word of God.


Resumo

A alegria engloba a Exortação apostólica Verbum Domini, pois esta começa e termina com o tema da alegria, recurso literário que, na ciência bíblica, se conhece com o nome técnico de "inclusão". O artigo mostra os eventos nos quais aparece a expressão e o nexo de tal palavra como numerosas passagens da Sagrada Escritura.

Palavras-chave: Bíblia, Ciência bíblica, Exortação apostólica, Alegria, Palavra de Deus.


INTRODUCCIÓN

En los estudios bíblicos, el término "inclusión" es un recurso literario que consiste en la repetición, al principio y al final de una unidad literaria, de una misma palabra o expresión con la finalidad de delimitarla. Sirve, pues, para enmarcar una determinada unidad. La Verbum domini pone al principio la alegría, el subtítulo del n° 2 es "Para que nuestra alegría sea perfecta" y finaliza con los números 123 "La palabra y la alegría" y 124 "Mater verbi et Mater laetitiae", esto es, "Madre del verbo y Madre de la alegría". Es decir, la exhortación apostólica del Papa Benedicto XVI está enmarcada por el tema de la alegría. El marco amplio de la exhortación está fijado por la alegría.

En dicha exhortación, Benedicto XVI presenta y profundiza, como él mismo lo dice en el n°5, cuanto dijeron los obispos en el Sínodo de la Palabra, que es él quien le ha dado forma, y por eso se llega a la conclusión de que la alegría es un tema relevante en el pensamiento de Joseph Ratzinger y que es menester rastrear pero que no es el objetivo del presente texto. Para muestra, un botón: en 1989 la editorial Herder le publicó un libro titulado Diener eurer freude, que fue traducido al español por la misma editorial en 1989 con el título "Servidor de vuestra alegría", traducción literal del título alemán. Una segunda edición fue publicada en español en 2005. En este libro, Ratzinger reunió siete meditaciones suyas sobre el sacerdocio que fueron pronunciadas entre 1962 y 1984:

El motivo constantemente presente en estas reflexiones es el gozo que brota del evangelio. Espero, pues, que este pequeño volumen sea un modesto 'servicio de alegría' y pueda responder así al sentido más hondo de la misión sacerdotal (Ratzinger, p. 11).

La alegría se ubica en el corazón de la misión sacerdotal. El título está tomado de 2Co 1,24 en el que Pablo llama a los servidores del evangelio como "servidores de vuestra alegría".

La expresión "El evangelio de la alegría: una hermosa tautología" habla por sí sola. La tautología consiste en la repetición de un mismo pensamiento expresado de distintas maneras y en el enunciado anterior la idea repetida es la de la alegría, pues evangelio signrfici "buena noticia". Y ¿cómo se reconoce una buena noticia? Porque produce alegría. Quienes habitan en países que han sufrido el flagelo de la dictadura, saben por experiencia propia que las buenas noticias no se dan por un bando o una orden militar. A nadie se le puede ordenar alegrarse. La alegría es consecuencia directa de experimentar un bien o de ser liberado de un mal o de un peligro. Y es por eso que se ubica dentro de un argumento muy querido para el Papa Benedicto XVI y que es necesario rescatar con vigor en nuestra fe: la así llamada via pulchritudinis:

    A este propósito se habla de una via pulchritudinis, un camino de la belleza que constituye al mismo tiempo un recorrido artístico, estético, y un itinerario de fe, de búsqueda teológica. El teólogo Hans Urs von Balthasar abre su gran obra titulada "Gloria. Una estética teológica" con estas sugestivas expresiones: "Nuestra palabra inicial se llama belleza. La belleza es la última palabra a la que puede llegar el intelecto reflexivo ya que es la aureola de resplandor imborrable, que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión" (Benedicto XVI, Encuentro con los artistas en la Capilla Sixtina, 2009).

De otro lado, el Documento de Aparecida tiene un capítulo completo, el tercero, sobre este tema titulado "La alegría de ser discípulos misioneros para anunciar el evangelio de Jesucristo", además de múltiples episodios en los que se encuentra este concepto citado.

LA ALEGRÍA EN LA EXHORTACIÓN APOSTÓLICA VERBUM DOMINI

La exhortación empieza con una cita bíblica: "La palabra del Señor permanece para siempre [Is 40,8]. Y esa palabra es el Evangelio que os anunciamos" (1Pe 1,25; cf. Is 40,8)" (Benedicto XVI, 2010, p. 3). Y continúa:

    Esta frase de la Primera carta de San Pedro, que retoma las palabras del profeta Isaías, nos pone frente al misterio de Dios que se comunica a sí mismo mediante el don de su palabra. Esta palabra que permanece para siempre, ha entrado en el tiempo. Dios ha pronunciado su palabra eterna de un modo humano; su Verbo <<se hizo carne>> (Jn 1,14). Ésta es la buena noticia (Benedicto XVI, 2010, p. 3).

Al principio del documento queda establecido que la buena noticia o evangelio es doble o, dicho de otra manera, es una buena noticia que tiene una profundización-plenitud. Ya es una buena noticia que Dios se nos comunique por medio de su palabra, y esa auto-donación conoce su radicalización máxima cuando esa palabra se humana en la encarnación. La gran y buenísima noticia es que Dios se nos da.

El n° 2 lleva por título "Para que nuestra alegría sea perfecta", es una cita de 1Jn 1,4. Allí dice: "En primer lugar, quisiera recordar la belleza y el encanto del renovado encuentro con el Señor Jesús experimentado durante la Asamblea sinodal" (Benedicto XVI, 2010, p.4). Aquí aparece la ya mencionada via pulchritudinis: belleza y encanto del encuentro con el Señor Jesús; idea que repite más adelante cuando dice que "la Asamblea sinodal ha sido para la Iglesia y el mundo un testimonio de la belleza del encuentro con la Palabra de Dios en la comunión eclesial" (Benedicto XVI, 2010, p. 5). Cabe subrayar "en la comunión eclesial" que indica que no se trata de una experiencia individual, de un sujeto aislado, sino que se da en la comunidad creyente. Y continúa:

    Por tanto, exhorto a todos los fieles a reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida que se ha hecho visible, y a ser sus anunciadores para que el don de la vida divina, la comunión, se extienda cada vez más por todo el mundo. En efecto, participar en la vida de Dios, Trinidad de Amor, es alegría completa (cf. 1Jn 1,4). Y comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la Persona de Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible para la Iglesia... No hay prioridad más grande que esta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10,10) (Benedicto XVI, 2010, p. 5).

La alegría completa es participar en la vida de la Trinidad de Amor, que quiere que tengamos vida en abundancia. He aquí el fundamento de la alegría y nuestra misión es comunicarla: somos, por tanto, portadores de la alegría.

En el n° 4 se constata la alegría por un nuevo Pentecostés:

    Así pudimos comprobar con alegría y gratitud que también hoy en la Iglesia hay un Pentecostés, es decir, que la Iglesia habla en muchas lenguas; y esto no sólo en un sentido exterior de que en ella están representadas todas las grandes lenguas del mundo, sino sobre todo en un sentido más profundo: en ella están presentes los múltiples modos de la experiencia de Dios y del mundo, la riqueza de las culturas; sólo así se manifiesta la amplitud de la existencia humana y, a partir de ella, la amplitud de la Palabra de Dios (Benedicto XVI, 2010, p. 9).

Es oportuno subrayar el reconocimiento de la pluralidad como riqueza y motivo de alegría porque recuerda las palabras de Pablo en 1Tes 5,21: "Examinadlo todo y quedaos con lo bueno". Unidad no es sinónimo de uniformidad, sino armonía en la diversidad, en la diferencia, le pese a quien le pese.

En el n° 8 dice que "los salmos cantan esta gozosa certeza". ¿Cuál certeza? La certeza de que

    todo lo que existe no es fruto del azar irracional, sino que ha sido querido por Dios, está en sus planes, en cuyo centro está la invitación a participar en la vida divina en Cristo. La creación nace del Logos y lleva la marca imborrable de la Razón creadora que ordena y guía (Benedicto XVI, 2010, pp. 19-20).

Esto es señalado por numerosas afirmaciones de la Sagrada Escritura y por ello "este anuncio es para nosotros una palabra liberadora" (Benedicto XVI, 2010, p. 19) y, por tanto, portadora de alegría.

En el n° 9 se afirma que "La creación es el lugar en el que se desarrolla la historia de amor entre Dios y su criatura; por tanto, la salvación del hombre es el motivo de todo" (Benedicto XVI, 2010, p. 21). Se trata de una historia de amor no desde una perspectiva romántica e inmadura sino muy real en cuanto está repleta de infidelidades y engaños de parte nuestra, es decir, tal como el amor se da en nuestra experiencia cotidiana, con sus sostenidos y bemoles. No obstante, nuestra salvación es el motivo de todo. Jesucristo nos da, mediante la gracia, la participación en la vida divina y la capacidad para superar el egoísmo. Tomar conciencia de esto debería llenar de alegría y de agradecimiento al creyente, dos actitudes que van de la mano como reacción natural ante una buena noticia que es un don o regalo.

En el n° 13, Benedicto XVI afirma:

    En el misterio pascual se cumplen las palabras de la Escritura, o sea, esta muerte realizada 'según las Escrituras' es un acontecimiento que contiene en sí un logos, una lógica: la muerte de Cristo atestigua que la Palabra de Dios se hizo 'carne', 'historia' humana. También la resurrección de Jesús tiene lugar al tercer día según las Escrituras: ya que, según la interpretación judía, la corrupción comenzaba después del tercer día, la palabra de la Escritura se cumple en Jesús que resucita antes de que comience la corrupción. En este sentido, san Pablo, transmitiendo fielmente la enseñanza de los Apóstoles (cf. 1 Co 15,3), subraya que la victoria de Cristo sobre la muerte tiene lugar por el poder creador de la Palabra de Dios. Esta fuerza divina da esperanza y gozo: es éste en definitiva el contenido liberador de la revelación pascual. En la Pascua, Dios se revela a sí mismo y la potencia del amor trinitario que aniquila las fuerzas destructoras del mal y de la muerte (Benedicto XVI, 2010, pp. 28-29).

Esperanza y gozo tienen directa relación con liberación, y Jesucristo nos ofrece la liberación máxima, que engloba a las demás: la liberación del mal y la de la muerte.

En el n° 23 se afirma que en el "diálogo con Dios nos comprendemos a nosotros mismos y encontramos respuesta a las cuestiones más profundas que anidan en nuestro corazón" (Benedicto XVI, 2010, p. 44). En realidad, sólo Dios es capaz de dar respuesta a los anhelos más profundos de la existencia humana, por eso es que, como corolario de este mundo, se pone una cita de san Buenaventura en el Breviloquium:

    El fruto de la Sagrada Escritura no es uno cualquiera, sino la plenitud de la felicidad eterna. En efecto, la Sagrada Escritura es precisamente el libro en el que están escritas palabras de vida eterna para que no sólo creamos, sino que poseamos también la vida eterna, en la que veremos, amaremos y serán colmados todos nuestros deseos (Benedicto XVI, 2010, p. 45).

Nuestros anhelos más profundos serán saciados, por eso el fruto de la Sagrada Escritura es la plenitud de la felicidad eterna, felicidad que ya podemos degustar en el presente.

En el n°31 se muestra la alegría de los padres sinodales por el crecimiento del estudio de la Palabra de Dios en la perspectiva de la relación entre investigación histórica y hermenéutica de la fe:

    En esta perspectiva, los Padres han reconocido con alegría el crecimiento del estudio de la Palabra de Dios en la Iglesia a lo largo de los últimos decenios, y han expresado un vivo agradecimiento a los numerosos exegetas y teólogos que con su dedicación, empeño y competencia han contribuido esencialmente, y continúan haciéndolo, a la profundización del sentido de las Escrituras, afrontando los problemas complejos que en nuestros días se presentan a la investigación bíblica (Benedicto XVI, 2010, p. 56) .

En el n° 87, a propósito de "Lectura orante de la Sagrada Escritura y lectio divina", se dice:

    En los documentos que han preparado y acompañado el Sínodo, se ha hablado de muchos métodos para acercarse a las Sagradas Escrituras con fruto y en la fe. Sin embargo, se ha prestado una mayor atención a la lectio divina, que es verdaderamente capaz de abrir al fiel no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino también de crear el encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente (Benedicto XVI, 2010, p. 143).

Es como si la alegría no estuviera por ninguna parte, pero es fácil descubrirla en dos sitios:

1°. Se habla del "tesoro" y ¿quién que descubra un tesoro se va a poner a llorar? Ciertamente, se podrá poner a llorar, pero de alegría. Una de las parábolas de Jesús dice: "El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo" (Mt 13,44). Muchos se alegran con una simple monedita. Recordemos a Lucas:

    ¿O qué mujer, si tiene diez monedas de plata y pierde una moneda, no enciende una lámpara y barre la casa y busca con cuidado hasta hallarla? Cuando la encuentra, reúne a las amigas y vecinas, diciendo: 'Alegraos conmigo porque he hallado la moneda que había perdido'. De la misma manera, os digo, hay gozo en la presencia de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lc 15,8-10).

La expresión "los ángeles de Dios" es un uso perifrástico que busca remplazar el término "Dios", por cuanto lo que se quiere indicar es que es Dios quien se alegra por la conversión del pecador, tema ya presente en el Antiguo Testamento, por ejemplo en el profeta Ezequiel: "¿Acaso me complazco Yo en la muerte del malvado y no más bien en que se convierta de su conducta y viva?... Yo no me complazco en la muerte de nadie. ¡Convertíos y viviréis!" (Ez 18,23.32).

2°. La lectio divina ayuda también a crear el encuentro con Cristo, que, como ya se ha dicho, es el encuentro con la vida y vida en abundancia, lo que produce, a su vez, alegría en abundancia.

El título del n° 91 es sugerente de manera extraordinaria en relación con el tema del artículo: "Anunciar al mundo el Logos de la esperanza", donde dice: "Su Palabra no sólo nos concierne como destinatarios de la revelación divina, sino también como sus anunciadores" (Benedicto XVI, 2010, p. 154). Y pone como ejemplo de este anuncio al apóstol Pablo:

    Quisiera referirme aquí, en particular, a la vida del apóstol Pablo, un hombre poseído enteramente por el Señor (cf. Flp 3,12) -« vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20)- y por su misión: « ¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Co 9,16), consciente de que en Cristo se ha revelado realmente la salvación de todos los pueblos, la liberación de la esclavitud del pecado para entrar en la libertad de los hijos de Dios.

    En efecto, lo que la Iglesia anuncia al mundo es el Logos de la esperanza (cf. 1 P 3,15); el hombre necesita la «gran esperanza» para poder vivir el propio presente, la gran esperanza que es «el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo (Jn 13,1)». Por eso, la Iglesia es misionera en su esencia. No podemos guardar para nosotros las palabras de vida eterna que hemos recibido en el encuentro con Jesucristo: son para todos, para cada hombre. Toda persona de nuestro tiempo, lo sepa o no, necesita este anuncio. El Señor mismo, como en los tiempos del profeta Amós, suscita entre los hombres nueva hambre y nueva sed de las palabras del Señor (cf. Am 8,11). Nos corresponde a nosotros la responsabilidad de transmitir lo que, a su vez, hemos recibido por gracia (Benedicto XVI, 2010, pp. 154-155).

Nuevamente, aparecen aquí con fuerza la salvación, la liberación de la esclavitud del pecado y la libertad de los hijos de Dios. El creyente ha de anunciar a este Dios que lo ama hasta el extremo y le hace experimentar este amor manifestado en Jesucristo, como lo afirma Pablo: "Ahora, en mi vida terrena, vivo creyendo en el Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gá 2,20). Pablo descubrió en su propia historia que Jesucristo había hecho por él lo que nadie más había hecho: amarlo hasta el extremo de entregar su vida por él. Esto es lo que debería descubrir cada uno de nosotros.

Y ¿qué decir del famoso texto de Romanos?

    ¿Qué más podemos añadir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio Hijo, antes bien lo entregó a la muerte por todos nosotros, ¿cómo no va a darnos gratuitamente todas las demás cosas juntamente con él? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿El sufrimiento, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?... Porque estoy seguro de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de abajo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (8,31-32.35.38-39).

Y el amor llama al amor: "Y, pues es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un 'mandamiento', sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro" (Benedicto XVI, 2006, p. 6). Sin duda, Dios es amor y Pablo fue cautivado por ese amor.

Es el mismo amor que, de manera estremecedora y emocionante, describe Benedicto XVI cuando cita la experiencia de Bakhita, una esclava africana despreciada y maltratada que descubrió el amor del Señor Jesús:

    Ella era conocida y amada, y era esperada. Incluso más: este Dueño había afrontado personalmente el destino de ser maltratado y ahora la esperaba 'a la derecha de Dios Padre'. En este momento tuvo 'esperanza'; no sólo la pequeña esperanza de encontrar dueños menos crueles, sino la gran esperanza: yo soy definitivamente amada, suceda lo que suceda; este gran Amor me espera. Por eso mi vida es hermosa" (Benedicto XVI, 2007, p. 8).

Descubrir el amor que Dios nos tiene, ilumina y transforma la existencia más miserable. Ésta es pues la tremenda esperanza que sustenta la fe y que anuncia con alegría y entusiasmo todo creyente.

Se trata de un círculo virtuoso de la alegría: los creyentes son impelidos a anunciar la alegría que han encontrado, y alegrar a otros produce alegría. La Iglesia vive del anuncio y para el anuncio: no vive para sí, sino para el mundo.

En el n° 93, Su Santidad formula la necesidad de:

    Redescubrir cada vez más la urgencia y la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios, predicado por Cristo mismo. Renovamos en este sentido la conciencia, tan familiar a los Padres de la Iglesia, de que el anuncio de la Palabra tiene como contenido el Reino de Dios (cf. Mc 1,14-15), que es la persona misma de Jesús (la Autobasileia), como recuerda sugestivamente Orígenes. El Señor ofrece la salvación a los hombres de toda época (Benedicto XVI, 2010, p. 157).

El reino, por tanto, es salvación. Y la salvación trae siempre asociada, como contraparte, la experiencia de peligro. La salvación siempre consiste en la liberación de algún peligro que se cierne sobre los seres humanos. Sin duda, el anuncio de la salvación sería más eficaz, más signficativo, si se mencionara en el anuncio de qué peligro se está salvando a los creyentes: el de la inconsistencia ontológica de la existencia, de la que se salvan por la invitación a participar de la vida divina. Anunciar la esperanza es urgente y bello, y la belleza produce alegría. Aquí alegría, belleza y salvación se confunden en cuanto están recíprocamente imbricadas.

En el n° 94, a propósito de la tarea profética que estamos llamados a ejercer, se dice que

    los Padres sinodales han expresado la más viva estima y gratitud, junto con su aliento, por el servicio a la evangelización que muchos laicos, y en particular las mujeres, ofrecen con generosidad y tesón en las comunidades diseminadas por el mundo, a ejemplo de María Magdalena, primer testigo de la alegría pascual (Benedicto XVI, 2010, p. 159).

Éste es el centro del anuncio de todo discípulo: dar testimonio de la alegría pascual. Es fundamental conocer las características y condiciones de esta alegría porque ellas son esenciales para la alegría cristiana. La alegría cristiana no puede ser sino alegría pascual.

Los acontecimientos pascuales comprenden el padecimiento, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, por tanto, ninguno de estos elementos puede desvincularse, pues están íntimamente relacionados unos con otros. El resucitado no es otro que el crucrficido y el crucrficido es el resucitado, lo que es más que un mero juego de palabras. Dicho de forma negativa: ni cruz sin resurrección ni resurrección sin cruz. La cruz sin resurrección, sufrimiento sin salida, conduce a la desesperación del sin-sentido. La resurrección sin cruz conduce a un entusiasmo carismático que pasa por alto las realidades humanas, en especial el sufrimiento. Con ello ya tuvo que luchar enérgicamente Pablo en la comunidad de Corinto, comunidad con la que el apóstol tuvo los mayores conflictos. De acuerdo con ello, la alegría no puede ser ajena al sufrimiento, sino que ha de comprenderlo, contenerlo dentro de sí. La alegría cristiana tiene espacio para la cruz. No se trata de una alegría que busca alienarse del sufrimiento, evadirlo. No es una alegría ni escapista ni conformista. No se trata de una alegría ingenua, tampoco de una alegría tonta o boba, sino de una alegría profunda que tiene más que ver con la serenidad interior que con una risa persistente y molesta.

La alegría cristiana no es ni masoquista (no es alegría por el sufrimiento) ni escapista, sino pascual, es decir, asume los sufrimientos y dolores para convertirlos en semillas de resurrección. A este propósito se dice en el n° 106 que "la Palabra de Dios nos revela que también las circunstancias adversas son misteriosamente 'abrazadas' por la ternura de Dios" (Benedicto XVI, 2010, pp. 173-174). Y ahí mismo se afirma categóricamente:

    Dios ha creado al hombre para la felicidad y la vida, mientras que la enfermedad y la muerte han entrado en el mundo como consecuencia del pecado (cf. Sb 2,23-24). Pero el Padre de la vida es el médico del hombre por excelencia y no deja de inclinarse amorosamente sobre la humanidad afigida. El culmen de la cercanía de Dios al sufrimiento del hombre lo contemplamos en Jesús mismo, que es «Palabra encarnada. Sufrió con nosotros y murió. Con su pasión y muerte asumió y transformó hasta el fondo nuestra debilidad» (Benedicto XVI, 2010, p. 174).

Es su sufrimiento el que le da sentido a los sufrimientos de los seres humanos porque los abre a un horizonte de esperanza.

En el n° 96 se dice que hay "muchos cristianos necesitados de que se les vuelva a anunciar persuasivamente la Palabra de Dios, de manera que puedan experimentar concretamente la fuerza del Evangelio" (Benedicto XVI, 2010, pp. 160-161). Y un poco más adelante: "La Iglesia, segura de la fidelidad de su Señor, no se cansa de anunciar la Buena Nueva del Evangelio e invita a todos los cristianos a redescubrir el atractivo del seguimiento de Cristo" (Benedicto XVI, 2010, p. 161). La alegría persuade de que la noticia es realmente buena y descubre el atractivo del seguimiento de Cristo.

En relación con el servicio a los más necesitados, que son verdadero sacramento de Cristo, el n° 99 dice: "Así pues, la misma Palabra de Dios reclama la necesidad de nuestro compromiso en el mundo y de nuestra responsabilidad ante Cristo, Señor de la Historia" (Benedicto XVI, 2010, p. 165). Formulación que yo modularía de la siguiente forma: estamos invitados por Jesús a hacer el bien, a hacerlo bien y a gozarnos en ello.

En el famoso himno al amor de Dios de 1Co 13 citado en el n° 103 dice que el amor "no se alegra de la injusticia". Ello indica la trascendencia de educarse en la verdadera alegría y que no es sano alegrarse por el mal. El reconocido refrán "dime con quién andas y te diré quién eres" se puede parafrasear de la siguiente forma: "dime de qué te ríes y te diré quién eres". Es necesario leer las experiencias que se reflejan detrás de los textos.

CONCLUSIÓN

Finalmente, y tal como se exponía al principio con el término inclusión, el documento termina con dos números dedicados a la alegría.

El n° 123 lo titula "La palabra y la alegría", en el que, para cerrar el documento tal como lo empezó, cita a 1Jn 1,4 y dice:

    La Asamblea sinodal nos ha permitido experimentar también lo que dice el mensaje joánico: el anuncio de la Palabra crea comunión y es fuente de alegría. Una alegría profunda que brota del corazón mismo de la vida trinitaria y que se nos comunica en el Hijo. Una alegría que es un don inefable que el mundo no puede dar. Se pueden organizar fiestas, pero no la alegría. Según la Escritura, la alegría es fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22), que nos permite entrar en la Palabra y hacer que la Palabra divina entre en nosotros trayendo frutos de vida eterna. Al anunciar con la fuerza del Espíritu Santo la Palabra de Dios, queremos también comunicar la fuente de la verdadera alegría, no de una alegría superficial y efímera, sino de aquella que brota del ser conscientes de que sólo el Señor Jesús tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6,68) (Benedicto XVI, 2010, pp. 195-196).

Como se ve, por una parte se establece la relación entre la alegría y la palabra y se afirma que ésta es fuente de aquélla en cuanto que es portadora de vida; más aún, tal alegría brota del centro de la vida trinitaria y que nos comunica Jesús, porque sólo él tiene palabras de vida eterna. Por otra parte, se describen varias características de esta alegría: no es una alegría resultado de una organización nuestra, sino que es un don fruto del Espíritu Santo. Tampoco se trata de una alegría superficial y efímera sino profunda y constante porque se nutre de la esperanza en el amor incondicional y gratuito de Dios manifestado en Jesús, amor que espera sólo nuestra aceptación.

El n° 124 lleva por título Mater verbi et Mater laetitiae. Allí indica que la íntima relación entre la Palabra de Dios y la alegría se manifiesta expresamente en Santa María. Se cita la bienaventuranza pronunciada por santa Isabel:

«Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). María es dichosa porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en el propio seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios (Benedicto XVI, 2010, p. 196).

Luego, se cita una especie de diálogo de bienaventuranzas en el que una mujer que se dirige a Jesús felicita el vientre que lo llevó y los pechos que lo amamantaron y Jesús le responde con otra bienaventuranza en la que le "muestra el secreto de la verdadera alegría: «Dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen» (11,28)" (Benedicto XVI, 2010, p. 197). La acogida de esta palabra muestra cómo los seremos humanos vienen de la alegría y van hacia la alegría.

Después de este recorrido se puede afirmar que la alegría no es un evento accidental o secundario al cristianismo sino que forma parte de su esencia en cuanto éste es buena noticia de salvación, de ofrecimiento de vida y de vida en plenitud. Un cristianismo triste, tenebroso, es un cristianismo desnaturalizado.


REFERENCIAS

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Ratzinger, J. (2005). Servidor de vuestra alegría. Barcelona: Herder.         [ Links ]

Unidad de Estudios Bíblicos del Instituto de Teología, Universidad Católica de la Santísima Concepción, Concepción.         [ Links ]