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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.42 no.97 Bogotá Jan./June 2015

 

LA PALABRA DE DIOS ESCUCHADA Y CELEBRADA EN LA LITURGIA

The word of god listened and celebrated in the liturgy

A palabra de deus ouvida e celebrada na liturgia

Gabriel Jaime Gómez G.*

* Sacerdote de la Diócesis de Girardota. Magíster en teología bíblica de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma (2007). Roma. Correo electrónico: gajagogu@hotmail.com

Artículo recibido el 9 de enero de 2015 y aprobado para su publicación el 30 de enero de 2015.


INTRODUCCIÓN

Sin lugar a dudas, uno de los grandes aportes que el Concilio Vaticano II brindó a la Iglesia fue el redescubrimiento de la Palabra como eje de la celebración, lo cual nos llevó a descubrir a través de la Constitución Dei Verbum y de la Sacrosanctum Concilium que la Iglesia venera tanto la Sagrada Escritura como la Eucaristía; en efecto,

la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia. Siempre las ha considerado y considera, juntamente con la Sagrada Tradición, como la regla suprema de su fe, puesto que, inspiradas por Dios y escritas de una vez para siempre, comunican inmutablemente la palabra del mismo Dios, y hacen resonar la voz del Espíritu Santo en las palabras de los Profetas y de los Apóstoles. (DV 21)

En consecuencia, plantear la relación estrecha entre Palabra y Liturgia nos tendría que llevar a plantearnos la pregunta ¿cuánta Biblia hay en la Liturgia y cuánta Liturgia hay en la Biblia? para terminar descubriendo que la Liturgia es el ambiente vital donde un texto se hace Palabra de Dios y que esa Palabra es en sí misma una celebración del acontecer de Dios en medio de la historia.

Esta relación Palabra – Liturgia ha sido desarrollada en esta etapa de asimilación del Concilio Vaticano II de una manera no sistemática, pero sí en amplias discusiones y en algunos planteamientos magisteriales.

ALGUNOS PRESUPUESTOS

A nivel de la estructura misma de la Liturgia y de los sacramentos, es necesario pensar que no puede plantearse una celebración de la fe y de la vida sin tener en cuenta una base sobre la cual se puedan soportar estas vivencias celebrativas, y esa base es un ordo bíblico, es decir, una revelación bíblica en medio de una historia que se convierte en historia de salvación. En otras palabras, en la base sacramental hay un ordo bíblico que soporta su estructura.

Este ordo bíblico no es sólo una historia de salvación, pues contiene ritos y oraciones que no son desencarnadas, sino que llevan en sí la marca de la historia y de la mano de Dios.

Bastaría con mirar la misma experiencia sinagogal del hebraísmo para darse cuenta de que la Palabra genera Liturgia y que sólo en la liturgia la Palabra halla su forma más original, de ahí que se entienda que un texto tan fundamental como la Torah no se proclame, sino que se cante de manera solemne en la liturgia sinagogal.

Se hace necesario también partir de otro presupuesto que bien nos recordó el Papa emérito Benedicto XVI en la exhortación apostólica Verbum Domini, cuando nos precisó que el cristianismo no es una religión del libro (cf. VD 7), sino que es una fe que nace de la Palabra encarnada y vivida que es el mismo Cristo.

Este presupuesto nos lleva a concluir inmediatamente que el binomio Palabra - Liturgia no son dos maneras distintas de percibir algo, sino que son un camino seguro de escucha del Dios que habla, y para ello podríamos simplemente recordar muchísimos textos bíblicos que nos recuerdan que una de las características principales del Dios que nos transmite la Biblia es que es un Dios que habla y se comunica, un Dios que se revela.

Vistos estos presupuestos, podemos entonces dar un salto en nuestro caminar y recordar lo que el mismo Concilio Vaticano II planteó sobre los principios que rigen esta relación entre Biblia y Liturgia.

PRINCIPIOS DE LA RELACIÓN BIBLIA – LITURGIA

La doble mesa

Ya el Conclilio y todo el desarrollo posterior de la reflexión litúrgica nos han ido llevando por caminos de comprensión que han tocado hasta el mismo ambiente celebrativo, y se nos ha propuesto que no debe verse como algo desconectado lo que sucede en la liturgia de la Palabra y lo que se da en la liturgia eucarística, a tal punto que hasta el arte y la arquitectura sacra deberían propiciar esta relación en la misma manera de presentar los dos lugares donde acontece el misterio celebrativo: el ambón y el altar.

Este principio de la doble mesa nos plantea hoy serios cuestionamientos a nuestra praxis pastoral, ya que hemos dejado que nuestra celebración se convierta en ritualismo, de ahí que muchos se acercan a celebrar o a cumplir sacramentos, pero no a celebrar la fe que ha venido de la escucha. Este vacío nos permite constatar que muchas personas que participan en nuestras celebraciones no son cristianas porque no han tenido la experiencia del encuentro transformador con Jesucristo, por eso terminamos celebrando lo que no creemos, y no creemos porque no hay Palabra o porque esa Palabra no ha sido servida de manera correcta.

Muchas veces hemos reducido la proclamación de la Palabra o hasta la hemos suprimido en muchas acciones litúrgicas, y es por eso que terminamos privando de la raíz nuestra celebración y realizando muchas veces un rito desconectado de la vida de fe de nuestro pueblo.

No hay mucho espacio para reflexionar aquí, pero quisiera dejar planteado un elemento que preocupa mucho a la Iglesia en el presente: la homilía. El ejercicio de la homilía debería ser un triple servicio al pueblo de Dios, de manera que haya una comprensión de la Palabra proclamada, una seria iluminación de la vida de la comunidad en la Palabra y una coherente conexión con la celebración misma.

En este orden de ideas, la homilía debe ser servicio y no protagonismo, debe ser la puesta en marcha de esta relación estrecha entre Biblia y Liturgia, para que, en el acercamiento del ministro que predica, la Palabra tome cuerpo en cada fiel que la escucha y haga fuerte la vida de la comunidad que celebra.

La centralidad de cristo

Ya tenemos claro que toda acción litúrgica nos habla de la presencia de Cristo y que esta no es un accidente o un añadido, sino que hace real el acontecimiento salvador de la Liturgia.

En este sentido, cualquier texto que se proclame en la Liturgia nosremite a Cristo y halla todo su sentido en Él. La hermenéutica de la Palabra en la Liturgia tiene que pasar entonces por el lente cristológico y no quedarse simplemente en la explicación exhaustiva de terminologías y metodologías exegéticas, que resultan meramente académicas y ajenas a la celebración de la fe.

Por tanto, en la Liturgia habla Cristo, y su palabra no se reduce a la proclamación de los textos de la Escritura; también los signos y símbolos contienen un mensaje que debe ser escuchado. Cristo habla y se hace presente en la Asamblea que celebra, en el ministro ordenado que preside la acción litúrgica in persona Christi capitis, en la Palabra proclamada, en las especies eucarísticas y en la Iglesia que ora los salmos.

Si toda la acción litúrgica es misterio salvífico, entonces la Palabra no puede ser suprimida y toda ella debe tener una conexión intrínseca con el misterio que se celebra. La fe celebrada no hace quiebres entre rito y Palabra, pues la Palabra permea toda la ritualidad.

La veneración por la palabra

Ya al inicio de esta reflexión, citamos el Concilio en la Constitución Dei Verbum cuando nos habla de la veneración que la Iglesia tributa a la Palabra y que lo hace como al mismo Cuerpo de Cristo. Esta veneración no puede quedarse en la materialidad, porque ya hemos dicho que no es el libro, sino el verbo encarnado el que nos convoca.

A nivel pastoral, hay muchos desafíos que se generan en esta veneración. Un camino se empezó a dar cuando el Papa Benedicto XVI nos pidió tener en un lugar visible de nuestras iglesias la Palabra de Dios, pero nos hace falta que esa exposición de la Palabra sea efectiva y supere la materialidad del libro, es decir, que lleguemos a esa dimensión sacramental, a esa presencialidad misma de Cristo en la Palabra, que seamos coherentes con lo que se escucha, se proclama y se explica.

Esta es una tarea permanente para pastores y fieles, pues no dejamos caer una gota de la sangre de Cristo o una partícula de su Cuerpo sin que la recojamos con veneración, lo que nos hace pensar en cuánta Palabra queda regada en el camino sin haber sido acogida y asumida en la vida de los creyentes.

Originalidad de la palabra y originalidad de la liturgia

Venimos hablando de la relación estrecha entre Palabra y Liturgia, pero no podemos olvidar que no se pierden entre sí, sino que ambas conservan su originalidad, pues la Palabra prepara la Liturgia y esta la actualiza.

Muchos discuten quién se lleva la primacía en el orden lógico o en el cronológico, y cada posición tiene argumentos que suelen defenderse, pero no podemos olvidar que la liturgia ha sido un elemento fundamental a la hora de canonizar el texto bíblico, es decir, el uso frecuente en la liturgia fue uno de los criterios que ayudaron a fijar el canon, de manera especial el del Segundo Testamento.

Si nos preguntáramos cómo deberían ser nuestras celebraciones o cómo deberían ser las personas que participan en ellas, tendríamos que decir que a la liturgia llega el creyente, que, iluminado por la Palabra, celebra el misterio de salvación.

Sabemos que el espacio litúrgico es celebrativo y que de los signos Dios saca bendición para el hombre y que por ellos la liturgia celebra el Misterio, el continuo desvelamiento de Dios que salva. Si este principio funciona correctamente, entonces la Palabra tiene que impregnarlo todo, porque sólo desde la palabra se puede descubrir cómo una piedra se vuelve significativa, cómo una imposición de manos es importante, cómo el agua es vida y cómo cada gesto y cada signo tiene un grito de Dios para el hombre que busca el camino de la salvación.

Ya hace muchos años, en un manual de liturgia titulado La flor de la liturgia renovada, el abad benedictino Andrés Azcárate indicó: "La Biblia suministra a la Liturgia los textos adecuados que ésta convierte en elementos de vida sobrenatural" (p.74), y selló su idea sobre la relación entre Biblia y Liturgia diciendo: "La liturgia resulta un mosaico vivo y vivificante de textos los más diversos, y la Biblia un suministro inagotable del culto sagrado" (p. 74).

LA HOMILÍA, UN MOMENTO CLAVE PARA LA RELACIÓN BIBLIA - LITURGIA

La homilía está enmarcada en un contexto de encuentro e implica siempre una asamblea, por eso es necesario recordar que el sentido mismo de la palabra 'homilía' es la del griego ὁμιλία (homilia), que indica un elemento social, es decir, no es una palabra lanzada al vacío, antes bien, genera encuentro entre dos entes concretos, que en el caso de la liturgia deben ser: un Ministro y una asamblea.

En el sentido griego de dicha palabra queda excluido el hecho del simple decir y se pasa a la profundidad del compartir, es decir, al encuentro de dos realidades que se encuentran en un centro común: la Palabra de Dios.

Antes de dar una pincelada a lo que ofrece hoy la Iglesia con la homilía, es necesario hacer un rastreo breve de la historia de este servicio homilético desde la misma tradición bíblica y desde la historia.

Una Palabra que explica y traduce el Texto: la visión del Primer Testamento

La realidad del Exilio trajo muchas novedades a la experiencia de los hebreos, ya que la configuración misma del Canon bíblico es muy fuerte en esta época del post-exilio y la misma estructuración del Pentateuco va dejando huellas en el alma de los hombres de este pueblo elegido.

El Deuteronomio inicia con palabras muy claves que ya dan una idea de que el libro mismo es como una exhortación sobre la Instrucción que Dios para su pueblo: () "Estas sontiene las palabras que habló Moisés a todo Israel..." (Dt 1,1). Por eso se alcanza a descubrir que está cargado de un tono homilético, cosa que se repite en la literatura deuteronomista, cuando las enseñanzas y exhortaciones se dan a partir de la misma historia de salvación que se va contando al pueblo.

Pero la alusión más clara al sentido de la homilía la encontramos en lo que ocurre cuando el pueblo regresa del exilio y ya no comprende bien el hebreo y necesita que el texto bíblico se le recuente y se le explique en lengua aramea, como ocurrirá con Esdras:

"Y leyeron el libro de la Torah (instrucción) de Dios con claridad y precisando el sentido, para que entendieran la lectura" (Neh 8,8).

Esta explicación aramea del texto da origen, en la tradición judía, a una Torah oral, a una interpretación o explicación recontada de la instrucción de Dios a su pueblo llamada Targum.

Ya en los profetas hay un tono contestatario frente al actuar de los sacerdotes en la asamblea de Israel, y pareciera que las palabras proféticas se convierten en una manera de hacer cercano y aplicado el texto de la Torah para aquellos que son destinatarios de su mensaje.

Muchos insisten en que se debe hablar de Judaísmo a partir de la labor emprendida por Esdras y Nehemías. Allí en la época del Segundo Templo, la realidad de la reunión se lleva a cabo en la Sinagoga, cuyo centro es la proclamación solemne de la Palabra, que ahora debe ser enseñada y comprendida, lo cual exige un oficio que ya no será más obra del sacerdote, sino de los escribas. Esta Palabra se lee y se explica, porque debe conducir a la sabiduría, es decir, una correcta manera de vivir según la voluntad del Eterno.

Una Palabra que actualiza la Escritura y la vuelve contenido práctico: El Segundo Testamento

Cuando el cristiano abre las páginas de los Evangelios se encuentra a Jesús como Maestro que enseña a partir de la Escritura, que conecta su misión con el plan salvífico de Dios, que habla de cumplimiento de promesas y de palabras, tal como ocurre en la Sinagoga de Nazaret (Lc 4,15).

Los discípulos de Jesús llevan a cabo acciones que ya realizaban los maestros y profetas: aprovechan la reunión sinagogal y el momento de la homilía para el anuncio kerigmático y para interpretar las escrituras a la luz de esta nueva realidad de la Pascua (Hch 13,15).

La Fracción del Pan es el motivo de la reunión cristiana y allí tiene un lugar importante la Escritura, pero poco a poco tienen parte también los escritos de los Apóstoles y aparecen unas homilías monumentales, como ocurre con 1 Pe y Carta a los hebreos.

Los escritos paulinos y deuteropaulinos dan pie para pensar en asambleas que se van configurando con la participación de todos, hombres y mujeres con carismas y dones especiales, pero se insiste en una Palabra profética que está presente y que actualiza e interpreta la memoria de Jesús. Más tarde se explicitan tareas para algunos miembros de las asambleas y es allí donde queda claro que la misión de enseñar y exhortar pertenece al responsable de la comunidad (1Tim 4,13), aunque la escuela joánica nos habla de que no hay necesidad de que nadie enseñe (1Jn 2,20.27) y por eso se tiene también una tradición de que la enseñanza fuera, en esas comunidades, algo dialogado, al estilo de la hagadah de pascua.

IMPLICACIONES PASTORALES DE LA RELACIÓN PALABRA Y LITURGIA

  1. Se hace necesaria una verdadera iniciación cristiana a través de un proceso que genere encuentro, estructura sacramental y verdadera iniciación. Sobre esta base, la Palabra será fundamental en la vida celebrativa de nuestras comunidades y se cumplirá perfectamente que la fe es anunciada, celebrada y vivida.

  2. La liturgia no puede seguir siendo el conjunto de rúbricas que piensa mucha gente; debe vivirse como ese ejercicio del sacerdocio de Cristo que nos plantea el Concilio y, por ello, debe ser fuente y culmen de la vida cristiana, de tal manera que la Palabra de Dios sea eje transversal y no simplemente un añadido.

  3. Siguiendo las indicaciones de la exhortación Verbum Domini, en la estructura sacramental no debe faltar la Palabra, y no como requisito o rito vacío, sino como pilar sobre el cual se celebrará el misterio de salvación.

  4. La homilía debe ser muy importante en nuestras celebraciones como eje focalizador de esta relación entre Palabra y Liturgia, y aquí tenemos muchos elementos que podríamos retomar, en otro momento, sobre los aportes del Papa Francisco en su exhortación Evangelii Gaudium en materia, contenido y vivencia de nuestras homilías.

CONCLUSIÓN

No puede dejar de insistirse en que toda la liturgia es Palabra viva que resuena en la asamblea que celebra, y que por ello tiene que tener efectos concretos en la vida de las comunidades y de los individuos.

Si bien es cierto que la palabra precede a la celebración en cuanto la proclamación de la buena noticia que ha convocado a los hombres en torno a una persona y los ha transformado (conversión), también es cierto que la liturgia tiene un carácter de evangelización que continúa con el proceso del primer anuncio, y en ella la Palabra crea efectos que no son otros que los signos de la fe, es decir, el amor y la unidad, manifestados de manera concreta en la diakonía y en la koinonía.

De esta manera, la Palabra entonces no es ni anterior ni posterior al acto litúrgico, sino que lo traspasa todo y le brinda no sólo el lenguaje, también los signos, los gestos y los ritos para que pueda operarse el misterio y la salvación sea celebrada.

La Liturgia, por su parte, cumple una función ministerial frente a la Palabra, porque la sirve y le da todo su sentido, y es en aquella donde esta se enriquece y cobra cuerpo, procurando que haya una unidad profunda entre ambas.

En la liturgia, la Palabra cobra vida para el hombre del presente, y tiene un mensaje siempre actual; en la medida en que penetre profundamente la vida de los creyentes, entonces la fe deberá ser celebrada a través de signos y palabras.

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