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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.44 no.101 Bogotá Jan./June 2017

https://doi.org/10.18566/cueteo.v44n101.a03 

Articles

EL AMOR DE DIOS SE HUMANIZA:UNA MIRADA DESDE LAS BIENAVENTURANZAS

The Love of God Becomes more Human:A Look from the Beatitudes

O amor de Deus humaniza-se:um olhar desde as bem-aventuranças

Carolina Vila Porras* 

* Teólogo (2010) por la Pontificia Teresianum de Roma, docente de Teología en la Universidad Católica Luis Amigó (Medellín), Colombia, miembro del grupo de investigación Teología y Filosofía Crítica de la misma Universidad, estudiante de Maestría egresada no graduada por la Universidad Pontificia Bolivariana (Medellín-Colombia), el artículo es un avance del trabajo de grado de Maestría: "Ser cristiano hoy: propuesta humanizadora en Mt 5, 3-10". Correo electrónico: cvpcsdop@yahoo.es ORCID: http://orcid.org/0000-0002-4169-1157.


RESUMEN

A partir de una revisión documental de la teología, el artículo estudia la manera como el amor de Dios se humaniza. Para ello, se profundiza en la humanización de Dios y divinización del ser humano, ser humano y ser cristiano, en la fuerza transformadora de las bienaventuranzas, además, se ofrece una reflexión teológica de las bienaventuranzas para la vivencia cristiana y, finalmente, se estudia el sentido de las bienaventuranzas. Esta necesidad de vivir el cristianismo y anunciarlo de forma más humana parte de un indicativo evangélico, reproducido por la primera comunidad cristiana: ".. .serán testigos míos..." (Hch 1,8; Cf. Mc 16, 15; Mt 28, 19-20; Lc 24, 46- 48; Jn 15,27; 22,15; 1 Jn 1,1-3; Mt 10, 17-18). Es, además, un reclamo constante de aquellos que exigen a los cristianos de todos los tiempos ser testigos capaces de vivir con radicalidad la propuesta de Jesús y su opción por el reino, donde el amor por los hermanos es una verdadera realidad.

Palabras clave: Bienaventuranzas; Amor; Humanismo cristiano; Praxis

ABSTRACT

Based on a literature review in the field of theology, the article considers the way in which the love of God becomes more human. Therefore, the article studies in depth the humanization of God and the divinization of the human being, the ideas of human being and being a Christian, and the transforming force of the beatitudes. The article also offers some thoughts concerning the meaning of the beatitudes and their role in Christian life. Such need to live the Christianity and preach it in the more human possible way is derived from an evangelical instruction, which is reproduced in the first Christian community: "...you will be my witnesses..." (Acts 1, 8; Cf. Mk. 16, 15; Mt. 28, 19-20; Lk. 24, 46-48; Jn. 15, 27; 22, 15; 1 Jn. 1, 1-3; Mt. 10, 17-18). It is also a constant claim of those who demand to Christians of all times to be witnesses able to radically live the teachings of Jesus and his option to the kingdom, where loving the neighbors is real.

Key words: Beatitudes; Love; Christian Humanism; Praxis

RESUMO

A partir de uma revisão documental da teologia, o artigo estuda a maneira como o amor de Deus se humaniza. Para isso, aprofunda na humanização de Deus e na divinização do ser humano, ser humano e ser cristão, na força transformadora das bem-aventuranças. Além disso, se oferece uma reflexão teológica das bem-aventuranças para a vivência cristã e, finalmente, estuda-se o sentido das bem-aventuranças. Essa necessidade de viver o cristianismo e anunciá-lo de forma mais humana parte de um indicativo evangélico, reproduzido pela primeira comunidade cristã: "...sereis minhas testemunhas... " (At 1,8; Cf. Mc 16, 15; Mt 28, 19-20; Lc 24, 46- 48; Jo 15,27; 22,15; 1 Jo 1,1-3; Mt 10, 17-18). É, além disso, um apelo constante daqueles que exigem aos cristãos de todos os tempos serem testemunhas capazes de viver com radicalidade a proposta de Jesus e sua opção pelo reino, onde o amor pelos irmãos é uma verdadeira realidade.

Palavras-chave: Bem-aventuranças; Amor; Humanismo cristão; Praxis

INTRODUCCION

Atender con solicitud la inquietud del creyente, de sentirse interpelado y guiado por la realidad del amor sin condiciones de Dios, podrá hacer del Cristianismo una propuesta de vida, diálogo e inclusión, capaz de remover e interpelar los fundamentos sobre los que hoy se construye la sociedad. También puede constituirse en un instrumento capaz de iluminar a los seres humanos en estado de desesperanza, desidia e indiferencia, cuyo anhelo más profundo es de sentido y así permitirles conocer la vigencia y frescura del Cristianismo.

Para lograr este cometido, el cristiano ha de recordar que su identidad viene definida por la caridad, la cuál debe ser capaz de transparentar. Por lo tanto, el Cristianismo no se queda en un ejercicio de oratoria o de persuasión; no busca convencer a través de hazañas ingentes; muy por el contrario, la experiencia de encuentro en el amor con Aquel que se hace el encontradizo, es capaz de remover y transformar los cimientos más profundos de la existencia. Así mismo, permite descubrir que en ese amor de Dios, el cual se entrega primero, está la respuesta a los interrogantes de la vida, en otras palabras, el sentido de la existencia humana. Este amor no desconoce ni aniquila el amor humano, sino que lo exalta de tal manera que le permite al ser humano descubrirse, humanizarse y reconocer su dignidad divina. Benedicto XVI, en su carta encíclica Deus Caritas Est, lo expresó así:

Ciertamente, el amor es "éxtasis", pero no en el sentido de arrebato momentáneo, sino como camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios. (2005, 6, 2)

También Tillich (1972), quien entiende que el amor humano no es una imitación del amor divino, sino que en la profundidad divina del amor, el amor humano encuentra su verdadera esencia, aduce:

El amor supera la separación, crea la compenetración en la que lo que cobra vida es más que aquello que aportan los individuos. El amor es la infinitud que se da a lo finito. Por eso, en el otro al que amamos no amamos solo al otro, sino el amor que se halla en el otro y que es más que su amor o el nuestro. (pp. 250-251)

Así pues, la misión del cristiano no viene definida por el aparecer sino por el ser; es este dejarse configurar por lo auténtico, es decir, por el amor auténtico de Cristo. Esto puede hacer del Cristianismo una propuesta de vida para el hombre y la mujer de hoy, un aliciente para la esperanza cansada y una evidencia de que la fe es capaz de mover montañas. De esta forma, el hombre dejará de buscarse sólo a sí mismo para encontrarse con el Otro en los otros. En este sentido, una vez más Benedicto XVI indica en su Carta Apostólica en forma de motu proprio: Porta Fidei:

"Caritas Christi urget nos" (2 Co 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. No hay otra posibilidad para poseer la certeza sobre la propia vida que abandonarse, en un in crescendo continuo, en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios. (2011, 7- 1, 2)

Todo esto tiene lugar porque "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva" (Deus Caritas Est, 1). De ahí que el amor o la opción de amar surgen del don divino del amor que se entrega primero. Por esto, Rahner (2007), afirma:

El acto del amor al prójimo es, por tanto, el único acto categorial y originario en el que el hombre alcanza la realidad entera categorialmente dada, realizándose totalmente frente a ella y haciendo en ella una experiencia de Dios trascendental, gratuita, inmediata (p. 264). Se puede decir seriamente que el amor a Dios y el amor al prójimo son uno, y que solo cuando allegamos el amor al prójimo a su propia esencia y a su propia consumación, entendemos lo que Dios es y lo que es su Cristo, y realizamos el amor a Dios in Christo. (p. 251)

Ahora bien, el amor cristiano que es el amor real, debe configurar al ser humano con Cristo no para desaparecer, sino para transformarlo en buena nueva para los demás. Ciertamente, no sólo como un mensajero portador de la buena noticia de Dios, sino como mensaje, transparencia del querer de Dios para el hombre libre hacedor de su voluntad y seguidor auténtico de Jesús, cuyo rostro aparece diáfano en las bienaventuranzas. En efecto, "la fe cristiana... espera la salvación divina, no además del amor, sino en el amor, no aparte del universo de Dios, sino en y con el universo de Dios" (Jeanrond, 2013, p. 315).

Con todo, lo que se ha mencionado, se podría dar una primera respuesta -aunque incompleta- a la acuciante inquietud referida al principio, no obstante, en diversos ámbitos eclesiales, en la sociedad e incluso en la vida misma del cristiano se sigue demandando una respuesta que no se limite a teorizar, sino que proporcione claves prácticas, posibles e inteligibles para la vivencia de la radicalidad del compromiso cristiano. Entonces, este trabajo pretende dar un giro en este sentido, considerando que el estudio de las bienaventuranzas arroja, como siempre, una luz meridiana a la necesidad imperante enclavada en el corazón de los cristianos sobre cómo seguir a Cristo. Por supuesto, se debe tener en cuenta que este trabajo es limitado y puede constituir un esbozo, pues la Sagrada Escritura tiene una profundidad inagotable, una riqueza invaluable y su novedad está siempre vigente. Con todo, será la relectura de las bienaventuranzas de Mateo, tal como se encuentran en el Sermón de la Montana, lo que guiará y demarcará el itinerario para el logro del cometido propuesto.

HUMANIZACIÓN DE DIOS Y DIVINIZACIÓN DEL SER HUMANO

Hablar de la humanización de Dios implica penetrar en el misterio de la encarnación, éste hace referencia a la divinización de lo humano y a la humanización de lo divino. Castillo (2008) explica cómo los cristianos de hoy llevan la huella de una tradición que les impide de alguna manera acercarse, de forma más apropiada al misterio de la encarnación:

La seducción por "lo divino", que ya aparece subrayada en el mito del paraíso (Gn, 3,5), y el desprecio de "lo humano", que tan arraigado ha estado en la tradición cristiana durante siglos, han dejado su huella de fealdad e inhumanidad en la cultura occidental casi hasta nuestros días. (p. 66)

En una sociedad donde predominan actitudes de divinización, la propuesta de las bienaventuranzas como camino de humanización desde el amor, puede ser novedosa y pertinente; pues, como indica Benedicto XVI en Deus Caritas Est (2005) "ni la carne ni el espíritu aman: es el hombre, la persona, la que ama como criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma" (5, 2). Ahora bien, cuando se acoge el misterio de la encarnación, explica Castillo (2008), se acepta a Dios en Jesús, quien se hace uno con los seres humanos, llegando hasta lo más bajo de la debilidad de lo humano, renunciando a su sacralidad, dignidad y poder.

Es de notar, que la encarnación no es un acontecimiento de un momento puntual de la historia, sino que es el acontecer amoroso de Dios a través de un proceso continuo de humanización, donde Dios en Jesús se identifica y se fusiona con todo ser humano para divinizarlo desde el amor. Al respecto, Jeanrond (2013) expondrá:

Jesús... en su vida, ministerio, muerte y resurrección, confirmó el carácter de praxis de todo amor humano genuino en respuesta al amor divino. El amor se encuentra con el otro justamente allí donde el otro está en ese momento, no allí donde idealmente preferimos que esté. Y esto aplica tanto al amor de Dios como a nuestro amor humano. (p. 313)

A su vez, Pannikar (1999) sentenciará que la kénosis de Dios es la théosis del hombre1, es decir, la entrega total, el anonadamiento, el vaciamiento de Dios, en su Hijo al hombre, ha sido la exaltación, la divinización, la unión con Dios del hombre. Asimismo, Panikkar hace notar que la "théosis del hombre sin la kénosis de Dios sería diabólica" (Gn 3, 5) (p. 149), que es igual a decir que el ser humano para reconocerse como tal necesita del abajamiento de Dios, del acontecer de Dios en su historia, sólo así podrá ser plenamente humano y su endiosamiento no será satánico. Así pues, "Cristo con su encarnación representa tanto a la divinización del hombre como a la humanización de Dios" (Panikkar, p. 149).

El Catecismo de la Iglesia Católica explica la relación que existe entre la encarnación del Verbo y cómo este misterio se prolonga en la historia del ser humano, al decir:

El Verbo se encarnó para que nosotros conociésemos así el amor de Dios: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de ta" (1 Jn 4, 9). "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en el no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). (# 458)

Entonces, la razón por la cual el Verbo se hizo hombre fue para que el ser humano, al entrar en comunión con Él, se reconociese como hijo en el Hijo de Dios. Gracias al misterio de la Encarnación el hombre puede conocer el amor de Dios y llegar a ser plenamente humano.

Por otra parte, el ser humano en el intento por comprender su humanidad, sobre todo en la tradición cristiana, ha cotejado pecado y humanidad. De aquí que en el argot popular se escuche: jpequé, pues soy humano! sin embargo, Martínez (2007) aclara que la experiencia puede resultar una evidencia de esta realidad pero no se puede desconocer que "en la medida que pecamos nos hacemos menos humanos, nos alejamos de nuestra vocación humana" (p. 133).

El pecado, por tanto, no es humanidad sino inhumanidad; cuando el ser humano peca se deshumaniza. Con toda razón, entonces se puede decir que la encarnación de Dios implica la asunción de todo lo humano, no de lo que es inhumano y esto permite la afirmación de que Jesús es igual al ser humano en todo menos en el pecado. Por este motivo, esta realidad no lo hace menos humano, sino más humano que nosotros (Martínez, 2007).

Lohfink (2013) por su parte, hará notar que Jesús creía,

en la posibilidad de ser perfecto (Mt 5, 48), punto en el que el término "perfecto" no se refiere sencillamente a la perfección moral, sino a la entrega incondicional a la voluntad de Dios. Jesús no creía en la mejora constante del hombre, sino en que en el pueblo de Dios todos pueden ayudar a todos, todos pueden perdonarse una y otra vez, todos pueden indicarse unos a otros el camino. (p. 588)

Continúa explicando Lohfink (2013) que la palabra "perfectos" que aparece en Mt 5, 48, no traduce correctamente al español lo que quiere decir en griego téleios, que es adulto, completo, maduro, iniciado en otras culturas. Por lo general, se ha comprendido este término en español leyendo a Mt 5, 48, como el precepto de Jesús que pide a su discípulo llegar a la santidad, entendida ésta como una vida sin mancha, sin pecado. Bien lo interpreta Lohfink cuando dice que no tiene que ver únicamente con la perfección moral sino con la entrega incondicional a la voluntad de Dios y esto sólo es posible si hay la madurez necesaria (p.588).

La humanización de Dios no es de fácil comprensión si no se profundiza en el misterio de la Encarnación, como se ha explicado, pues éste es el misterio de la humanización de Dios. Dios se hace uno con la humanidad de Jesús, pero también se confunde con todo lo que es verdaderamente humano (Castillo, 2005).

Entonces, Dios para salvar al ser humano no lo rechaza sino que toma su misma condición, se vuelve uno con él. En palabras de Castillo (2005), se funde con lo humano. ¿Cómo entonces se da la humanización del ser humano a través del misterio de la Encarnación? La intención de Dios con Jesús, en abajarse y desprenderse de su categoría de Dios (Kénosis), no es otra que el querer mostrarle al ser humano la posibilidad de poder encontrarse consigo mismo, con lo original, lo más suyo, para restaurar su dignidad como hijo de Dios, así como volver a su origen, a su esencia, la de ser imagen y semejanza de Dios. Por esto, sostendrá Panikkar (1999): "la dignidad del ser humano consiste precisamente en ser consciente de ello" (p. 148).

No obstante, la humanización del ser humano para los cristianos es casi imposible de conseguir sin que la Vida de Jesús se haga presente. Y esto, ¿cómo puede ser posible? Pareciera que sólo existe una forma y es la de vivir a la manera de Jesús. Lo cual puede ser un hecho si se cree en la verdad del reino con la misma pasión que él, si se concretiza la opción por el hermano y su realidad, si hay un compromiso radical con la proclamación, no de palabra sino con la praxis de las bienaventuranzas, de la buena nueva de Dios. Porque es real que el verdadero creyente, el bienaventurado, es aquél en el que Dios está aconteciendo y prolonga su obra salvífica.

Castillo (2005), al referirse al modo de seguir a Jesús, desde las bienaventuranzas, dirá que es pensar como Él, utilizar los criterios de Él, tratar a las personas como Él lo hacía, tener el tipo de amistades que Él tenía, obviamente, todo en la medida que esto sea posible. Jesús, por tanto, es el principio armonizador de la vida -de la vida bienaventurada- y, observar las bienaventuranzas es seguir tras los rastros y las huellas del principio armonizador del todo que se hizo y se hace historia.

En consecuencia, Küng (1996) plantea tres posibilidades para poder concretar el amor "humanizado" en la vida diaria: la primera, muestra que el amor es perdón y no es posible la reconciliación con Dios sin tener reconciliación con los hermanos. La segunda, traduce el amor como servicio: un servicio que no depende de ningún interés y es camino de grandeza. Finalmente, el amor como renuncia: que busca incluso la negación del propio ser para entregarse con generosidad, asumiendo, incluso, las contrariedades, la pobreza y la realidad personal e interpersonal (pp. 274-277).

Se puede decir entonces, que cuando el hombre más crece en humanidad, mayor es su divinidad y, de esta forma la praxis cristiana se hace evidente no como fruto de un esfuerzo personal únicamente, a través de la apertura, sino además, contando con la gracia; porque según afirma Benedicto XVI (2005)en Deus Caritas Est "el hombre tampoco puede vivir exclusivamente del amor oblativo, descendente. No puede dar únicamente y siempre, también debe recibir. Quien quiere dar amor, debe a su vez recibirlo como don" (7, 2). Entonces para crecer en humanidad, según lo expuesto, se necesita acoger el don del amor de Dios y darlo sin miramientos.

En efecto, Jesús con su estilo de vida mostró cuál era el Dios que conocía, una imagen totalmente opuesta a la concepción del ser Superior que se tenía en los primeros tiempos. El concepto del ser Trascendente se basaba en la ley retributiva, es decir, Éste daba cosas buenas a quienes eran buenos y cosas malas a aquellos de conductas no rectas. El Dios de Jesús es un Padre que ama al bueno y al malo sin discriminación alguna (Castillo, 2005). En Jesús, Dios Padre encarna su sueño de amor y se concretiza en misericordia al tocar, levantar, sanar, liberar y restaurar al hombre. Porque la misericordia de Dios se define como: "el amor típico de Dios sobre el débil para levantarlo" (Cardona, 2001, p. 98).

Sencillamente, entonces, los hijos de Dios tienen que asemejarse a Dios. Esto implica parecerse a Dios en el trato, en la misericordia y generosidad tanto con los buenos como con aquellos no tan buenos. Así lo sostiene Cardona (2001):

Dios creó al hombre para construir humanidad. Según la revelación, el ser humano es creado para ser instrumento de Dios; y la principal preocupación de Dios son los desbaratados, los marginados, los despreciados de la sociedad, los pobres, quienes no cuentan; los que no están aún terminados sino a medio hacer. (p. 99)

Con toda razón, las bienaventuranzas son el rostro de Jesús, porque él con absoluta libertad y radicalidad las hizo vida y con esto mostró que el reinado de Dios ya está aconteciendo. Por tanto, un cristiano es aquél que asume su humanidad como lugar del acontecer de Dios y se hace bienaventurado porque le cree a Dios, a su promesa de salvación y se responsabiliza como Dios por los seres humanos (Cardona, 2001, p. 99). Teniendo siempre presente lo que refiere Lohfink (2013): "en la Biblia el amor no es en primera línea un gran sentimiento ni una bullente emoción, sino ayuda eficaz" (p. 330).

SER HUMANO Y SER CRISTIANO

"Para ser un buen cristiano se necesita primero ser un buen ser humano". Afirmar esto se ha vuelto un tanto común, pero permite dejar claro que ser plenamente humanos se logra siendo un buen cristiano. La pregunta que surge entonces es ¿cómo se llega a ser plenamente humanos? Jesús, al encarnar y ensenar las bienaventuranzas, es quien revela al hombre y a la mujer cómo se es verdaderamente humano y cristiano.

Pikaza (2013) dice en una frase: "Si hay Dios, el hombre puede ser persona; si el hombre es persona, tiene que haber Dios" (p. 217). En otras palabras, si el ser humano conoce a Dios, llegará a ser plenamente humano y si llega a ser verdaderamente humano es porque conoce a Dios. Pero el conocimiento de Dios no puede hacerse desde afuera, es decir, sin involucrarse, sino siendo muy humanos, en comunión unos con otros. El mandamiento dado por Jesús da muestra de esta explicación: "Amaos los unos a los otros como yo os he amado" (Jn 13, 34).

El amor es entonces el punto clave, como lo dice Martínez (2007), lo más profundo y lo más sublime del ser humano y es aquello que lo humaniza debido a que:

El amor es " divino " porque proviene de Dios y a Dios nos une y, mediante este proceso unificador, nos transforma en un Nosotros, que supera nuestras divisiones y nos convierte en una sola cosa, hasta que al final Dios sea " todo para todos " (1 Co 15, 28). (Deus Caritas Est, 2005, n. 18)

Esta es la tarea del cristiano, hacer posible esta unidad con el hermano y con Dios. Tarea que Jesús realizó a cabalidad, pues él no menospreció la comunión con lo divino que se logra al comulgar con el hermano, al acompañarle, alentarle e impulsarle hacia su verdad, ni descuidó su comunión con lo humano en la relación de encuentro e intimidad con el Padre. Por esto, Benedicto XVI en Deus Caritas Est (2005) aduce: "Amor a Dios y amor al prójimo se funden entre sí: en el más humilde encontramos a Jesús mismo y en Jesús encontramos a Dios" (15).

Por otra parte, hablar de Dios es hablar de vida. Pikaza (2013) expresa que el hombre despierta a la vida porque Dios lo llama a vivir el amor, esta es la primera experiencia que el ser humano tiene de Dios. Esto implica que un fuerte amor humano es respuesta de vida y por lo tanto, presencia de Dios, o lo que es lo mismo: "sólo donde el amor define al ser humano puede hablarse ciertamente de Dios" (Pikaza, 2013, p. 219).

El amor del ser humano hacia Dios es un don maravilloso del mismo Dios -como se ha dejado ver- según explica Jeanrond (2013, p. 308). Este don del que habla el autor atrae cada vez más al ser humano hacia la red total de relaciones amorosas. La acción y la responsabilidad del ser humano en la historia muestran al Dios que le mueve y acompaña. Es aquí donde interviene el gran don de la libertad haciéndolo capaz de responder a esa llamada de amor realizada por Dios y que no se deslinda de la relación con los demás.

Por tanto, cuando se descubre al Dios del Antiguo Testamento se encuentra a un Padre compadecido con el dolor y el sufrimiento de su pueblo; obra entonces la libertad en él y lo acompaña en toda circunstancia. Y en el Nuevo Testamento es Jesús quien revela con su vida y obra que el Padre sigue siendo fiel, como de manera hermosa declara Benedicto XVI en Deus Caritas Est: "La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito" (2005, n.12).

Esta liberación obrada por Dios -de la que se ha hecho alusión- se evidencia en su proceder con el ser humano, porque él busca en primera instancia salvarlo de todo aquello que le oprime, que le ata y deshumaniza.

"Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto a ellos" (CEC, 589). De ahí, que todo aquél que siga a Cristo, ha de replicar en su vida y opciones aquello que configuró la vida de Jesús; este presupuesto permite comprender mejor las palabras de Martínez (2007) al afirmar: "ser cristiano significa seguir a Jesús... el seguimiento es la esencia de la vida cristiana. Sólo quien recorra personalmente el camino de Jesús podrá conocer de veras a Jesús" (p. 257).

Además, el ser humano solo se encuentra a sí mismo cuando encuentra a Dios y, desde Él, descubre lo auténtico de su realidad humana. Pues bien, es esencial aclarar que Dios no es un añadido a lo que se es, sino que forma parte de la realidad del ser humano. Porque el ser humano no está hecho del todo, por el contrario, está en continuo crecimiento por medio de un proceso social, temporal y limitado. Al respecto señala Pikaza (2013) que el ser humano se hace caminando desde lo divino. La vida del ser humano por lo tanto, no puede realizarse en plenitud si no es en Dios, pues Él es Aquel que le permite llegar a ser lo que auténticamente es.

La reflexión cristiana permite afirmar que Dios acontece en el peregrinar del ser humano y se manifiesta como un despliegue y encuentro de amor. Él es en sí mismo, pero ha decidido morar en el ser humano y lo ha hecho de forma libre y duradera, animando así el camino del hombre para que éste sea en Él, porque Dios ha querido ser en el ser humano (Pikaza, 2013). Y ante este acontecer de Dios en la historia del hombre, Martínez (2007) comprende que ser cristiano consiste en amar, por esto propone: "El amor es la medida de la vida cristiana. Todo lo demás es secundario y está ordenado a salvaguardar y fomentar el amor. Sólo el amor es digno de fe, sólo el amor acredita la vida cristiana" (p. 362).

Dicho de otra manera, ser cristiano consiste en amar y no de cualquier forma, sino como Jesús amó, en concreto, desde la compasión y la misericordia. Ya que la misericordia de Jesús no tiene otro propósito que dejar acontecer el reinado de Dios y ratificar, según indica Cardona (2001), "la mejor prueba de que Dios existe no es un discurso sobre Él, sino una acción que lo transparente y la acción que más transparenta a Dios es la misericordia" (p. 102).

Así pues, Dios se presenta como el acontecimiento de amor, dicho por Pikaza (2013), como vida que se desdobla, y es en esta tónica que se puede decir que Él tiene su vida en el ser humano y el ser humano la tiene en Él. Esta es la experiencia radical de la perikhóresis2, la comunión que se realiza entre las personas de la Trinidad y, que es un amor que se vacía, se regala y se acoge, se recibe siempre. Este amor trinitario, así como la relación entre las personas divinas, sólo pueden ser percibidos por el ser humano en la persona de Jesús. Al mismo tiempo, esta experiencia se hace vida en el cristiano que descubra a Dios presente en su vida, como don o regalo que desborda sus pensamientos y anhelos más profundos y su respuesta -la del cristiano- sea el vaciamiento, la entrega total y comprometida de servicio al prójimo. A saber, el cristiano se experimenta en Dios, como amante y amado, lo que le permite gozar y ser feliz, entregando la vida. Como bien dice Stinissen (2008), "el entregarse conduce siempre a una nueva vida" (p. 114).

A propósito, la experiencia del amor debe incluir necesariamente al otro, debe recordar la dinámica del amor en la que Dios es el de la iniciativa y por eso el ser humano es capaz de amar. Jeanrond (2013) dice que para vivir una experiencia de encuentro con la trascendencia y transformar la vida personal y comunitaria se debe tomar como punto de partida el amor (p. 311). Sin embargo, Coakley (2002) sugiere que el camino del discipulado cristiano no exige una previa entrega del yo humano (kenosis). Por el contrario, supone la entrega del ego humano en el amor, para que el yo amoroso pueda surgir y crecer en la práctica relacional y creadora del amor (pp. 3-39)3.

No obstante, en la Sagrada Escritura, más específicamente en el evangelio de Mateo, ser discípulo tiene que ver con hacer la voluntad del Padre. Este cometido viene explicitado en la vida de Jesús que se hace misericordia. Por tal razón, "Jesús es la mano larga de Dios que se responsabiliza de la miseria humana. Jesús es una persona por medio de la cual Dios toca la humanidad" (Cardona, 2001, p. 99). Con esto, la afirmación de Álvarez (2010) puede comprenderse mejor: "Mateo manifiesta que el seguimiento, al que está llamado el pueblo de Dios, consiste en vivir la Torá del Sinaí reinterpretada por Jesús" (p. 168). Como consecuencia, la propuesta de las bienaventuranzas, como itinerario para vivir la radicalidad del mandamiento del amor, es la concreción de hoy y de siempre, para que el cristiano viva testimoniando la verdad de su fe.

FUERZA TRANSFORMADORA DE LAS BIENAVENTURANZAS

Para comenzar, se ha de retomar la comprensión del término bienaventuranza, el cual, presentado por Corazón y Mateo (2010) indica "el ideal de felicidad que ansía el ser humano movido por una tendencia profunda de su naturaleza, así como también por la vida eterna de la que gozan los santos en el cielo" (p. 90). Así pues, al hablar de las bienaventuranzas se debe hacer alusión al fin del ser humano. San Agustín lo refiere así: "todos los hombres coinciden en apetecer el último fin, que es la bienaventuranza" (De Trinitate, 13, 3). En este sentido, cuando el ser humano se pregunta por la felicidad o bienaventuranza se está cuestionando por el sentido de su vida. Solo Dios puede ser ese fin último, el supremo Bien del ser humano que le plenifica y hace feliz.

Las bienaventuranzas son proclamadas por Jesús en forma de enunciados de valor para que el hombre viva y sea feliz. Pero, lo contrario a lo que pueda pensarse, esta proclama no es solo un ejercicio de oratoria; es un evangelio que se hace vida en la pasión por el Reino y la opción por el ser humano, especialmente el más débil. Al respecto, Cardona (2001) sentencia:

El anuncio del evangelio no es un discurso, es, por el contrario, una entrega al otro, es un darse sin restricciones a la comunidad, por eso el anuncio sucede misericordiosamente. El discurso es posterior a la realidad, busca mostrar la lógica del acontecer de Dios; es una explicación que debe surgir en y después de la experiencia. (p. 103)

Ahora, las bienaventuranzas son unos máximos, éticamente hablando, y los mandamientos se podrían referir a unos mínimos. Sin embargo, los dos en su génesis más profunda son una promesa de vida y libertad, de igualdad y felicidad, de perdón y encuentro, de presente y eternidad, de amor y fidelidad que Dios ofrece a todo hombre y mujer. Por consiguiente, Jesús quiere renovar esta alianza donde lo único constante ha sido siempre la fidelidad y gratuidad de Dios. Esta promesa no tiene solo un cumplimiento ulterior, pues con Jesús el reinado de Dios ha acontecido. Por ende, el abrirse al acontecer de Dios en la propia historia individual y eclesial es el preludio del reinado de Dios acaeciendo en la vida del hombre. A propósito refiere Lohfink (2013):

El Reino llega con Jesús, y no precisamente en el sentido en que se encuentre en un futuro inalcanzable, sino que ese futuro irrumpe ya ahora, es ya visible en Jesús y sus acciones; todos pueden ya ahora participar en el reino de Dios. lo único que se necesita es que el pueblo de Dios crea y se convierta. (p. 578)

Y refiriéndose, al Sermón de la Montana en general, Ratzinger (2007) aduce:

El Sermón de la Montana es la nueva Torá que Jesús trae. Moisés sólo había podido traer su Torá sumiéndose en la oscuridad de Dios en la montana; también para la Torá de Jesús se requiere previamente la inmersión en la comunión con el Padre, elevación íntima de su vida, que se continúa en el descenso en la comunión de vida y sufrimiento con los hombres. (p. 95)

En concreto, el cristiano que acoja el mensaje de Cristo, o mejor a Cristo mismo, encontrará una posibilidad para vivir de manera diferente y hallará la felicidad que tanto anhela. La felicidad no es sino un camino que el mismo ser humano construye con sus decisiones, y si en sus opciones libres no está el camino del amor, será difícil alcanzar sus más profundos deseos. Si el amor es el que une a los seres humanos, no debe haber lugar para querer ser el primero en todo, ni para las rivalidades, envidias, odios, ambiciones de poder, anhelos de querer sobresalir o de ser el protagonista en todo. El amor lleva a los seres humanos a vivir en la verdad, en la luz, en definitiva, en la felicidad.

Cuando se lee con atención el texto de las Bienaventuranzas de Mateo, se descubre que "son como una velada biografía interior de Jesús, como un retrato de su figura" (Ratzinger, 2007, p. 102). Es más, como dice el Pbro. Hernán Cardona, y se ha mencionado antes: "son sus rostros". Jesús es el verdadero pobre, el humilde, el auténtico puro de corazón, quien construye la paz. Él es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). En las bienaventuranzas está expresado el misterio de Cristo y es desde allí, desde la vivencia de esta realidad, de donde se llama a todos a entrar en comunión con Él. Pues, según va a sancionar Käsemamm (1972):

La gracia que no se hace activa es una ilusión. Solamente el seguimiento en la vida diaria muestra que nuestra dogmática tiene razón frente al mundo. De lo contrario, somos turistas de la religión y saltimbanquis del pensamiento, y de estos existen demasiados. (p. 84)

REFLEXIÓN TEOLÓGICA DE LAS BIENAVENTURANZAS PARA LA VIVENCIA CRISTIANA

El contenido que sigue, intenta ser una reflexión teológica respecto a la vivencia cristiana de las bienaventuranzas, reconociendo de antemano, las limitaciones que pueden quedar en evidencia y, más, si su punto de partida es la reflexión bíblico-teológica.

Así las cosas, las bienaventuranzas pueden comprenderse desde la perspectiva de humanización hecha por Jesús a sus discípulos, o sea, todo aquel que ha decidido seguirle para revelarle la verdad. Es decir, estas no están separadas de la persona de Jesús. Lo práctico es ser otro Jesús (alter Christus).

Para ello, se necesitará, en lo posible, una respuesta de acogida por parte del que le sigue. Es una decisión que a través de la experiencia y sólo en la práctica tiene como resultado, el conocer a Dios (Martínez, 2007).

Ahora bien, ¿cómo las bienaventuranzas vividas plenamente por Jesús y siendo parte constitutiva de su mensaje, son un camino, una ruta u orientación que permiten a los discípulos no solo seguirle, sino además crecer en el amor a Dios y a los hermanos? Ratzinger (2007) afirma: "sólo por la vía del amor, cuyas sendas se describen en el Sermón de la Montana, es que se descubre la riqueza de la vida, la grandiosidad de la vocación del hombre" (p. 129).

Aún más, en el programa de vida cristiana presente en las bienaventuranzas de Mateo, se puede comprender por qué la vida plena la tiene Dios. Él quiere comunicar esta vida plena, esa es su voluntad. Esta es la forma de expresar lo que es la vida bienaventurada. Dios comunica su vida bienaventurada al hombre, para que este la viva en plenitud, pero es el pecado el que impide la comprensión del deseo profundo de Dios. Cuando el pecado es el que gobierna la vida del ser humano, entonces el vacío existencial ocupa el primer puesto y con esto llega la pérdida del sentido de la vida. Buscar el sentido de la vida, es indagar la verdad; cuando se está en pecado, la verdad queda disipada y es por esto que el ser humano pierde el sentido.

Si el cristiano quiere tener vida plena debe dejarse habitar por Dios. Esto es posible gracias a la mediación de Jesús, quien es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6). Es por medio de Él que el ser humano tiene acceso al Padre (Jn 14, 9). Para acceder a Dios, hay que ser otro Cristo (alter Christus), así han bien llamado la experiencia cristiana de Francisco de Asís (Leloup & Boff, 1999) significa así que se ha de ser en Dios y dejarlo ser en cada uno. Si Jesús revela a Dios, entonces cada cristiano tiene la tarea de revelar a Jesús, en la dinámica que sugiere Benedicto XVI (2005) en Deus Caritas Est:

En Jesucristo, el propio Dios va tras la "oveja perdida", la humanidad doliente y extraviada. Cuando Jesús habla en sus parábolas del pastor que va tras la oveja descarriada, de la mujer que busca el dracma, del padre que sale al encuentro del hijo pródigo y lo abraza, no se trata sólo de meras palabras, sino que es la explicación de su propio ser y actuar. En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical. Es allí, en la cruz, donde puede contemplarse esta verdad. Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y, desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vivir y de su amar. (n. 12)

Las actitudes y opciones que asume el ser humano nacen del lugar donde tenga puesto su corazón (Mt 6, 21), es decir, de donde esté puesto el fundamento de la vida.

Empero, el hombre ante Dios es una unidad indivisible, por esto su amor ha de ser con todo el corazón, con toda el alma, con todas sus fuerzas4 (Dt 6, 4). Jesús tiene su morada en el amor del Padre y es a ese amor al cual Él regresa. Entra en Dios el que entra en su relación amorosa, el que se permite morar en el amor de Dios y desde ese amor que es todo amor para los hombres, estructurar su vida. Desde esta perspectiva, entonces, se pretende aproximar al lector al estudio de la praxis que se encuentra, explícita e implícita, en cada bienaventuranza.

SENTIDO DE LAS BIENAVENTURANZAS

Las bienaventuranzas no son una promesa que solo han de cumplirse al final de los tiempos, sino kayros, un tiempo de salvación que se prescribe en este tiempo, diciendo ya a "los pobres": jes vuestro el reino de los cielos! Porque las bienaventuranzas son signo de presencia del Reino y del reinado de Dios. Para Pikaza (2007) las bienaventuranzas no piden el cambio humano para así llegar a Dios, sino que la iniciativa la toma Dios, para fundar de esa manera el cambio humano, transformar el corazón del hombre. La primera evidencia es que Jesús mismo las hizo vida entre los hombres: "¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen! Porque os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis y no lo vieron, y oír lo que vosotros oís y no lo oyeron" (Mt 13, 16-17).

Las bienaventuranzas se pueden identificar con el amor, según lo explica López (1988), porque son consideradas la culminación y sublimación del decálogo. Ellas, "representan la totalización del proceso de la santidad. Vaciamiento de sí mismo, pobreza de espíritu, humildad previa para colmarse de la plenitud de Dios. Las bienaventuranzas son la ley del reino, de la Iglesia de ahora, del camino" (p. 140). Son el camino concreto para vivir en plenitud el mandamiento del amor. En consonancia, el Concilio Vaticano II, anunciará:

Este pueblo mesiánico... Tiene por ley el nuevo mandato de amar como el mismo Cristo nos amó a nosotros (cf. Jn 13,34). Y tiene en último lugar, como fin, el dilatar más y más el reino de Dios, incoado por el mismo Dios en la tierra, hasta que al final de los tiempos Él mismo también lo consume, cuando se manifieste Cristo vida nuestra... (Col 3, 4; LG, 9).

Es a través de la vida de Jesús como se puede ver la plenitud del amor, él lo hizo posible y verdadero. Por ende, la verdadera observancia de los preceptos es aquella que se inspira en el amor. Debido a esto, replica López (1988), "olvidar que el amor es el fin de todos los mandamientos, es traicionar el mismo decálogo" (p. 429) y olvidar que las bienaventuranzas son la concreción del amor de Dios aconteciendo es traicionar el cometido cristiano, hacer visible y posible la verdad del reino.

Por otro lado, el criterio para ser juzgados el día del juicio final será el amor y, la medida de este será la misericordia, expresada en las intenciones auténticas y las acciones de vida (Mt 25, 31-46). A su vez, el NT permite deducir que las bienaventuranzas son via praxis del mandamiento del amor que Jesús instituyó "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn 13, 34); asimismo, este es principio de fidelidad y confianza: "Permaneced en mi amor" (Jn 15, 9).

Por otra parte, las bienaventuranzas connotan el amar al prójimo sabiendo que Jesús está presente en él, lo cual significa prolongar el amor de Dios entre los seres humanos, un amor que es capaz de amar hasta los enemigos. López (1988) lo expresa así:

El amor a los enemigos, para el cristiano, es fundamental en la ley del reino de Dios. En esto consiste el radicalismo en el amor. Hay unas exigencias esenciales en el amor al prójimo: tener para con él la ternura misma de Dios, no juzgarlo ni condenarlo, perdonarle y reconciliarse con él, evitar toda palabra ofensiva. Cuando el prójimo es enemigo, debe el amor continuar siendo sincero y eficaz. Este es el mensaje proclamado en las bienaventuranzas por el Maestro (p. 427).

Al mismo tiempo, Lohfink (2013) dice: "el amor a los enemigos es en Jesús la consecuencia del reino de Dios que ahora acontece. Es consecuencia del amor con que Dios ama al mundo y consecuencia de su voluntad de transformarlo" (p. 329). Todas las bienaventuranzas fueron vividas por Jesús, su invitación constante es a seguirle por la senda donde la palabra se encarna, la voluntad de Dios es la delicia y la bienaventuranza plena es la vida de entrega, amor y sacrifício con tal de salvar al hermano. Con acierto refieren Coenen, L., Beyreuther, E., & Bietenhard (2004): "El seguimiento pertenece a los conceptos con los que se describe el talante existencial del cristiano y que apuntan al aspecto activo y dinámico de la fe. El que sigue debe moverse para no perder de vista al que va delante de él" (p. 627).

A lo concerniente, profiere Martínez (2007) que el amor tiene que ser realista, no puede ser simple sentimentalismo, es una manera de estar cerca de los demás, especialmente de los pobres, los que lloran, las víctimas. Esto implica responsabilidad y compromiso frente a las necesidades ajenas. "El amor comienza siendo justo y termina perdonando" (p. 367). Finalmente, en la vida cristiana la meta más específica es la configuración con Cristo y, no hay un modo más explícito de hacerlo que encarnando las bienaventuranzas, apasionarse por el reino, amar y dejarse amar misericordiosamente en la serena certeza de que el por siempre de Dios, su promesa de felicidad ya acontece y aguarda por su plenitud en el eterno abrazo.

CONCLUSIONES

El trabajo que se ha realizado intenta trazar perspectivas de orientación a la hora de confrontar la praxis cristiana con el acontecer humanizador de Cristo por medio de las bienaventuranzas. Es una propuesta que invita a repensar el dinamismo del ser de cada cristiano: fe y vida. La vida que no se entiende, claro está, en términos biológicos meramente, sino esa vida que recobra sentido gracias a la fe, que en sí misma es don pero también tarea.

El tema en el que tanto se ha insistido en este trabajo es el hecho de que Dios, por su encarnación, asume al ser humano, restaura su dignidad y le deja en libertad para que viva en consecuencia con lo que le hace pleno y feliz. Esta opción en libertad, si se hace consecuentemente, en ningún momento aleja al ser humano de Dios, pues en Él somos, nos movemos y existimos (Hch. 17, 28); muy por el contrario, en ese reencontrarse consigo mismo, identifica que en la raíz de su corazón está la impronta del amor de Dios, se descubre a sí mismo como imagen de Dios y no puede hacer otra cosa que ser y actuar en consecuencia con ese amor incondicional que experimenta.

Es en los otros, en los hermanos, donde el cristiano encuentra la posibilidad de vivir con este amor incondicional de Dios, la radicalidad del evangelio, que no es otra que Cristo mismo, y comprometerse con la praxis de las bienaventuranzas que son el rostro de Cristo. Cada vez, que un cristiano levanta, acoge, conduce, sana, está siendo otro Cristo y su vida adquiere un cariz de alegría capaz de aproximar la vida bienaventurada a la que todo cristiano está llamado desde siempre.

Ahora bien, en el derrotero que ha tenido este trabajo, se abren perspectivas a la investigación, especialmente porque el acercamiento que se ha hecho ha sido desde el campo bíblico, que siempre busca redescubrir el mensaje revelado que el Dios de la historia ha pronunciado, desde la eternidad, para los hombres de toda época y lugar. Y por supuesto, no deja de suscitar interrogantes como: ¿es posible que el acontecimiento de la encarnación, entendida en clave de humanización, despierte la verdadera identidad cristina? ¿Se trata de encontrar en el Dios humanado, la fe perdida y la dignidad del ser humano? ¿Son los presupuestos ofrecidos y muchas veces olvidados de las bienaventuranzas, los que harán de los cristianos protagonistas para construir una sociedad que ame la vida y viva en paz? ¿El cristiano de hoy desconoce su ser y esencia, es imagen de Dios, por esto se aleja de su realidad divina desfigurando su humanidad? Preguntas todas que, como se dijo anteriormente, buscan no solo abrir el horizonte de la investigación, sino un repensarse el cristiano desde su vocación divinamente humana.

Por último, cabe afirmar que cada vez que nos acercamos a Cristo descubrimos la realidad misma de Dios, a quien nadie ha visto jamás (Jn. 1,18) y en el Hijo, su vida y pasión por la humanidad, nos hacemos hijos en el Hijo, especialmente si asumimos su radicalidad por el reino y su fisionomía redentora, expresada o contenida en las bienaventuranzas.

REFERENCIAS

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1 Expresión que tiene su origen en algunos padres de la Iglesia-, entre ellos, San Ireneo de Lyon que decía: “Dios se ha hecho hombre para que los hombres pudieran convertirse en dioses” (Adv. Haer., Pref., PG 7, 873; 7, 1120).

2 Juan Damasceno fue uno de los primeros en utilizar este término que viene del griego / y él la describía así: "La permanencia y la morada de una de las tres Personas en la otra significa que son inseparables, que no han de separarse, que tienen entre sí una compenetración sin mezcla. No se funden y se mezclan entre sí, sino que se conjugan mutuamente. Es decir, el Hijo está en el Padre y en el Espíritu, y el Espíritu está en el Padre y en el Hijo, y el Padre está en el Hijo y en el Espíritu, sin que tenga lugar una fusión, o una mezcla, o una confusión. El movimiento es uno e idéntico, ya que el impulso y el movimiento de las tres Personas es único, algo que no se puede advertir en la naturaleza creada" (San Juan Damasceno: De fide orthodoxa, I, 14).

3 En este sentido, la autora hace un acercamiento a una teoría poco aceptada. De lo que intenta convencer es que para ser discípulo, no se trata de ser perfecto en el amor sino de empezar por el abandono del poseer, del aparecer y del saber. Cuando el cristiano se ejercite en esto podrá llegar al abajamiento, al anonadamiento, al vaciamiento, a la entrega total de sí mismo, en otras palabras, al amor real -que antes ha experimentado de parte de Dios

4 Esta realidad tripartita viene definida por Lohfink (2013) así: "Esta tríada "corazón, alma y fuerza" abarca todo cuanto forma parte del hombre: desde el corazón, el ámbito más íntimo del hombre, pasando por el de la comunicación (alma en hebreo= garganta, lenguaje), hasta el ámbito exterior que rodea al hombre (fuerza en hebreo= capacidad, propiedad, riqueza). Con esta unidad indisoluble que todo lo abarca el hombre debe amar a Dios" (p. 336).

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