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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.44 no.102 Bogotá July/Dec. 2017

https://doi.org/10.18566/cueteo.v44n102.a02 

Artículo

Jesús según algunos autores judíos

Jesus according to some jewish authors

Jesus segundo alguns autores judeus

Luis Heriberto Rivas1 

1 Licenciado en Teología en la Pontificia Universidad Católica Argentina, (diciembre de 1959). Licenciado en Sagradas Escrituras por la Pontificia Comisión Bíblica del Vaticano (mayo de 1966). Profesor de Sagradas Escrituras en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Católica Argentina. Correo electrónico: luisheribertorivas@yahoo.com.ar; lrluishrivas@gmail.com. ORCID: 0000-0002-2335-5379.


Resumen

En el transcurso del siglo XX los estudios bíblicos se han caracterizado por un creciente interés en la figura del 'Jesús de la historia', no como opuesto al 'Cristo de la fe' que predican las iglesias, sino como fue visto por sus contemporáneos. En ese contexto, una importante corriente dentro de los autores judíos se ha concentrado en la tarea de estudiar la persona del hombre-Jesús, para rescatarlo como una personalidad dentro del judaísmo, un maestro destacado dentro de la galería de los grandes maestros de Israel. A través de una lectura sucinta de las obras de algunos autores judíos contemporáneos que se han ocupado de la personalidad de Jesús, se expone cómo tratan de rehabilitar su figura, considerándolo no solo como judío, como uno de los suyos, sino sobre todo como parte del patrimonio cultural y religioso de Israel, como uno de los grandes maestros de Israel.

Palabras clave: Jesús; Judaísmo; Cristología; Cristianismo; Diálogo interreligioso

Abstract

During the 20th century, biblical studies revealed an increasing interest in the 'Jesus of History', not as opposing the 'Christ of the faith', whom priests preach about in the churches, but as an interest to understand the way in which his contemporaries saw him. Against that general background, a significant number of Jewish authors have focused on studying the person of Jesus to characterize him as a prominent personality of Judaism, that is, an acknowledged master within the greatest masters of Israel. Through a reading of the works of some contemporary Jewish authors who have studied the personality of Jesus, the article presents the way in which they aim to restore his image by considering him not only as Jewish -as one of their own-, but mainly as part of the cultural and religious heritage of Israel, that is, as one of the greatest masters of Israel.

Key Words: Jesus; Judaism; Christology; Christianity; Interfaith Dialogue

Resumo

No decurso do século XX os estudos bíblicos caracterizaram-se por um interesse crescente na figura do 'Jesus da história', não oposto ao 'Cristo da fé' que predicam as igrejas, mas como visto por seus contemporâneos. Nesse contexto, uma importante corrente entre os autores judeus concentrou-se em estudar a pessoa do homem-Jesus, para resgatá-lo como uma personalidade dentro do judaísmo, um mestre destacado na galeria dos grandes mestres de Israel. Por meio de uma leitura sucinta das obras de alguns autores judeus contemporâneos que se ocuparam da personalidade de Jesus, expõe-se a maneira em que tratam de restaurar sua figura, considerando-o não apenas como judeu, como um dos seus, mas fundamentalmente como parte do patrimônio cultural e religioso de Israel, como um dos grandes mestres de Israel.

Palavras-chave: Jesus; Judaísmo; Cristologia; Cristianismo; Diálogo inter-religioso

En abril de 1983 la Pontificia Comisión Bíblica dio a conocer su documento Biblia y Cristologia, que en su primera parte trata sobre la investigación exegética y de las distintas aproximaciones a Jesucristo; dentro de estas enfoca particularmente las que se hacen a partir del judaísmo (I.1.5). Se reconoce que: "La religión judía es evidentemente la primera que hay que estudiar para comprender la personalidad de Jesús. Los evangelios lo muestran profundamente arraigado en su tierra y en la tradición de su pueblo" (I.1.5.1). Esta afirmación, que aparentemente es muy obvia, es novedosa, porque durante siglos los investigadores cristianos actuaron suponiendo que Jesús había roto por completo con el entorno judío, de manera que en sus estudios podían prescindir de las manifestaciones de la fe y tradiciones del pueblo de Israel. Aunque nunca se había dicho lo contrario, sin embargo, en la práctica, se venía hablando de Jesús como si no hubiera sido judío, o no hubiera estado integrado dentro de la comunidad en la que nació y vivió; hasta el punto que alguno podría haberse sorprendido al oír que en un documento de la Iglesia se dice que "Jesús fue y permanecerá siempre judío" (COMISIÓN PARA LAS RELACIONES RELIGIOSAS CON EL JUDAISMO, III,1). Sin embargo, es una afirmación que se desprende de lo que oportunamente enseñó el Concilio de Calcedonia: Jesucristo "es perfecto en la divinidad y perfecto en la humanidad, verdaderamente Dios y verdaderamente hombre" (Concilio de Calcedonia [DH 351]). Y por ser verdaderamente hombre perteneció a un pueblo, del que recibió su lengua y su cultura. Entre Jesús e Israel no se dio en una «ruptura total». Por el contrario, la novedad cristiana se manifestó en continuidad con lo que había anunciado el Antiguo Testamento, y con lo que expresaban las tradiciones religiosas de su tiempo.

La Comisión destaca también que: "Después de la Primera Guerra Mundial, historiadores judíos, superando una animosidad secular que había tenido paralelo en los predicadores cristianos, se han interesado directamente por la personalidad de Jesús y por los orígenes cristianos" (I.1.5.2). Este interés fue compartido por algunos autores cristianos, que en la primera parte del siglo XX se dedicaron a estudiar y profundizar los lazos que unen a Israel con la Iglesia, y, en particular, la importancia de las tradiciones judías para comprender correctamente los textos del Nuevo Testamento (Strack-Billerbeck; Bonsirven).

Durante muchos siglos la consideración del hombre Jesús no había atraído la atención de los estudiosos, y la cristología se centró casi exclusivamente sobre los problemas emergentes de la consideración de su divinidad. En estas investigaciones, como es natural, los eruditos judíos no tuvieron ninguna participación. La circunstancia que hizo posible este diálogo entre cristianos y judíos sobre la persona de Jesús se presentó cuando "la teología actual comenzó a interesarse por el Jesús terrestre, y con ello se hizo ineludible tener en cuenta que Jesús era judío" (Meyer, 1974, pp. 167176). Una corriente de pensamiento nacida bajo el influjo del Iluminismo, y dominada por el Racionalismo, que negaba la divinidad de Jesucristo, afirmaba que la imagen de Jesús, transmitida tradicionalmente, no respondía a la realidad histórica, y, por lo tanto, los evangelios no eran dignos de fe porque ocultaban -o falseaban- al Jesús de la historia, para persentar en su lugar al Cristo de la fe. Se preguntaba entonces quién había sido en realidad «el hombre Jesús», que según ellos no era Dios. Se introdujo la diferencia entre el «Jesús histórico» y el «Cristo de la fe», como dos sujetos totalmente independientes el uno del otro. Como los documentos que se poseen (el Nuevo Testamento) hablan solamente del Cristo de la fe, tratar de saber quién había sido el Jesús histórico apareció entonces como una tarea sumamente problemática, y para algunos como totalmente imposible.

Compartiendo el escepticismo al que llegó la investigación sobre la vida de Jesús, Bultmann se volcó totalmente al Cristo de la fe, dejando bajo un manto de duda todo lo referente al Jesús de la historia. Debido, en gran parte, a la influencia de su teología en el ámbito académico, la investigación sobre la vida de Jesús quedó casi totalmente postergada hasta mediados del siglo XX. A partir del Concilio Vaticano II cobró un nuevo impulso el movimiento de acercamiento, entre judaísmo y cristianismo, los estudiosos católicos comenzaron a prestar más atención a las raíces veterotestamentarias y judías de sus escritos sagrados. En este contexto, se reavivó el interés por estudiar la figura de Jesús como «verdadero hombre», ubicándolo dentro de los parámetros culturales y religiosos de su tiempo, no como opuesto al Cristo de la fe que predican las iglesias, sino como fue visto por sus contemporáneos. En ese contexto, una importante corriente dentro de los autores judíos se concentró en la tarea de estudiar la persona del hombre-Jesús, despojado de todo lo que la fe cristiana afirma sobre Él, para rescatarlo como una personalidad dentro del judaísmo, un maestro destacado dentro de la galería de los grandes maestros de Israel. Se trató de rehabilitar su figura, considerándolo no sólo como judío, como uno de los suyos, sino sobre todo como parte del patrimonio cultural y religioso de Israel, como uno de los grandes maestros de Israel. Se despejó entonces un campo en el que judíos y cristianos podían dialogar. Habían quedado atrás siglos de malos entendidos, polémicas y agresiones de una y otra parte (Osier, 1999).

En este artículo se presentarán de manera sucinta los escritos de algunos prominentes autores judíos, que en el siglo XX y en lo que va del presente, se han ocupado de Jesús, destacado como maestro de Israel.

Jesús: un judío entre judíos

Cuando Adolf von Harnack (1851-1930) presentó su libro La esencia del cristianismo (Das Wesen des Christentums), se preguntó por el verdadero cristianismo que había predicado Jesús, y sostuvo que este consistía en la experiencia de Dios como Padre, el amor al prójimo, la dignidad del alma humana. Todo lo normativo y lo dogmático que se encuentra en el cristianismo debía atribuirse a intromisiones del helenismo. La religión predicada por Jesús es superior al judaísmo, que en esta obra se presenta como centrada en lo ético mediante el cumplimiento de la ley.

Respondiendo a la obra de A. von Harnack, el rabino y teólogo Leo Baeck (1873-1956) publicó en 1905 un libro con el mismo título: Das Wesen des Judentums, en el que esta religión se describe como el perfecto equilibrio entre la experiencia de Dios -el aspecto místico- y la fidelidad al mandamiento -el aspecto ético-. En cambio presenta al cristianismo -o sea el protestantimo liberal, de raíces racionalistas, contra el que Beck polemizaba- como inferior al judaísmo, porque destruye la trascendencia de lo divino y renuncia al aspecto ético:

En el cristianismo el sentido del misterio se vuelve visible y tangible a través del sacramento. En el judaismo la idea del misterio encierra una significación distinta: permanece en la esfera de lo ideal, y significa lo incognoscible que pertenece a Dios y no al hombre, lo incognoscible, a lo que el hombre sólo puede acercarse a través de sus sentimientos. Velado en una oscura lejanía que ninguna mirada mortal puede penetrar, el ser de Dios sólo puede ser captado por el hombre a través de la conducta piadosa y la meditación silenciosa. Los mandamientos describen la función del hombre: hacer el bien, tal es el comienzo de la sabiduría (Baeck, 1964, p. 17).

En este contexto polémico, Leo Baeck (1938) dedicó gran parte de su estudio al tema de los evangelios, a los que consideró como documentos históricos. Entendió el Nuevo Testamento como parte de la producción religiosa judía: "El Evangelio, que originalmente fue algo judío, se convirtió en un libro, una obra que no es ciertamente menor dentro de la literatura judía" (Baeck, 1960, p. 101). Como los autores protestantes liberales de su época, distinguió en estos libros entre lo que auténticamente provenía de Jesús y lo que se debía atribuir a la fe de los cristianos, y se remontó a los estratos más antiguos sobre los que se formaron los evangelios. Mostró entonces una imagen de Jesús despojada de lo que no pertenecía a la auténtica tradición judía. Lo reconoció como expresión del auténtico judaísmo:

Un hombre que es judío en cada rasgo y detalle de su carácter, que manifiesta en cada gesto lo que es puro y bueno en el judaísmo. Este hombre pudo haber llegado a ser así sólo en el ámbito del judaísmo; y sólo en este ámbito, también, él podía haber hallado discípulos y seguidores suyos como fueron ellos. Sólo aquí, en esta esfera judía, en esta atmósfera judía de confianza y anhelos, este hombre podía vivir su vida y encontrar su muerte. Un judío entre judíos. La historia y la reflexión judías no pueden pasarlo por alto ni ignorarlo. (Baeck, 1960, p. 101).

Baeck (1960) afirma que Jesús era un buen judío que podía balancear lo ético con lo misterioso. Pablo, su discípulo, instruido en el misticismo y en el gnosticismo que inundaba la provincia de Asia en aquel tiempo , predicó su propia doctrina en la que lo místico sobrepasa y reemplaza lo ético, quebrando el balance entre el misterio y el mandamiento.

La obra de J. Klausner

En 1907, a pesar de que muchos investigadores miraban con sospecha o definitivamente negaban veracidad a los datos presentados como históricos que se refieren a la vida de Jesús, el historiador judío de origen lituano Josef Klausner (1874-1958) publicó un libro en hebreo sobre la vida de Jesús que rápidamente fue traducido a otras lenguas. Descartó como carentes de valor los pocos textos de origen judío que se suelen presentar como referentes a Jesús, y utilizó sólo los evangelios como fuente de información histórica.

J. Klausner (1971) tomó posición entre los autores judíos, que en su mayoría acusan a los cristianos de haber sacado a Jesús del judaísmo, para hacer de él un griego, y se esforzó por mostrar que Jesús se entendía solamente dentro del judaísmo, que debía ser reconocido como uno de los más grandes maestros de Israel. Tomó los relatos y los discursos de Jesús tal como se encuentran en los evangelios, sin discutir su historicidad, aunque reconoció que en estos los actos de la vida de Jesús se presentaban envueltos en la mitología cristiana. Sostiene que en Jesús su doctrina y proceder se entienden, únicamente, desde el contexto judío y fariseo en el que él vivió. Afirma enfáticamente que en las enseñanzas de Jesús no se encuentran indicios de influencias extranjeras:

Jesús de Nazaret fue un producto de Palestina exclusivamente, un producto del judaísmo no afectado por ninguna mezcla extranjera. Había muchos gentiles en Galilea, pero Jesús no fue de ningún modo influido por ellos. En sus días, Galilea era la fortaleza del más entusiasta patriotismo judío. Jesús habló arameo y no hay ningún indicio de que supiera griego; ninguno de sus dichos presenta una señal clara de influencia literaria griega. Sin ninguna excepción, es posible explicarlo por el judaísmo escritural y farisaico de su tiempo (Klausner, 1971, p. 364).

Klausner (1971) afirma que Jesús nunca se distanció del pueblo judío, ni se opuso a él. Lo que se proponía estaba en perfecta armonía con las creencias y expectativas de los más piadosos entre los judíos:

Jesús era un judío, y judío siguió siendo hasta su último aliento. Su único propósito fue implantar entre los hombres de su pueblo la idea de la venida del Mesías y, mediante el arrepentimiento y las buenas obras, acelerar 'el fin' (Klausner, 1971, p. 368)

Y continúa diciendo que: "Jesús es el más judío de los judíos, más judío que Simeón ben Shetaj, más judío incluso que Hillel" (Klausner, 1971, p. 374). Jesús había sido un Rabí muy cercano a los fariseos: "No encontramos ninguna brecha entre Jesús y los fariseos" (Klausner, 1971, p. 269). No obstante esta cercanía, Klausner afirma que Jesús no pertenecía a su grupo. Más aun, las palabras y el comportamiento de Jesús provocaron la ruptura con los fariseos (Klausner, 1971, p. 285).

Klausner (1971) destaca en especial el concepto de Dios y la enseñanza moral de Jesús, pero señala que es lo único que aportó al judaísmo de su tiempo: "Jesús, para el pueblo judío, es un gran maestro de moral y un artista de la parábola. Es el moralista por excelencia, para quien, en la vida religiosa, la moralidad lo significa todo" (Klausner, 1971, p. 413). Precisamente en esto encuentra J. Klausner (1971) una limitación en la predicación de Jesús: el radicalismo de sus exigencias le parece impracticable, porque no habló para todo Israel, sino para un pequeño grupo, sin tener en cuenta la situación en la que el hombre se encuentra en el mundo. Además, fuera de estas exigencias, Jesús no propuso un sistema de vida concreto para sus seguidores. El judaísmo no es solamente una moral, sino una forma de vida que se expresa por la religiosidad práctica, la cultura... Jesús sólo abolió lo antiguo, pero no aportó nada nuevo -una organización de la sociedad, por ejemplo- (Klausner, 1971, p. 373).

Klausner (1971) señala dos errores de Jesús: haber creído en la inminencia del Reino y en haberse presentado como el Mesías. Para este autor, Jesús estaba convencido de que era el Mesías y se presentó como tal:

Desde el día en que fue bautizado por Juan, Jesús se consideró el Mesías, y como tal estaba más cerca de Dios que cualquier otro ser humano. Por una parte, como Mesías era «el Hijo del Hombre que vendría en las nubes del cielo», cerca del «Anciano de días», de modo que estaba literalmente cerca de la Divinidad. Por otro lado, era de él, del Mesías, de quien decía el Salmo: «Tú eres mi hijo, yo te engendré hoy» (p. 378).

Klausner (1971) afirma que Jesús fue condenado a muerte por haberse presentado como Mesías, y no admite la afirmación de los que sostienen que fue llevado a la cruz por otros motivos:

Sobre la cabeza de Jesús, en la cruz había una inscripción [...] 'El rey de los judíos' [...] Se infiere claramente que Jesús fue crucificado como Mesías Rey [...] Esto hace insostenible la hipótesis de que el Galileo no se declaró Mesías ni siquiera en el final, y que siguió siendo sólo un Rab farisaico, un profeta apocalíptico o un 'precursor del Mesías'. Fue entregado a Pilato como falso Mesías, y como tal lo hizo crucificar el procurador (p. 353).

En esta obra se muestra a Jesús bajo una luz positiva, y esto fue visto con cierto malestar por algunos judíos que se mantenían en la línea de una ruptura total entre Jesús y el judaísmo: "Algunos judíos vieron este libro como una alarmante y peligrosa monstruosidad" (Danby, 1927, p. 89).

En resumen, se puede decir que L. Baeck y J. Klausner inician, en cierta forma, la corriente de autores judíos que muestran a Jesús como un auténtico judío, y atribuyen las diferencias entre judaísmo y cristianismo a una creación de la iglesia posterior a partir de san Pablo . El filósofo judío H. A. Wolfson (1887-1974) utilizó el término reclamar cuando pocos años después escribió que Jesús será reclamado por los judíos, pero no como Hijo de Dios, ni Mesías, sino como un maestro galileo cuyas parábolas y sermones constituyen un tesoro literario perdido, que merecen tener un lugar entre los de otros sabios de la antigüedad.

Jesús, el profeta escatológico

Muy poco después de la aparición del libro de Klausner, en 1909 el teólogo judío de origen inglés Claude G. Montefiore (1858-1938) publicó un comentario a los Evangelios Sinópticos en dos volúmenes, al que siguieron otras obras sobre el cristianismo y judaísmo. No elaboró una nueva exégesis, sino que trabajó a partir de lo que decían otros comentaristas e intentó mostrar la cercanía entre la enseñanza de Jesús y el judaísmo.

Montefiore no se detiene a polemizar sobre el valor histórico de las palabras, y los hechos, que los autores de los evangelios atribuyen a Jesús.

Él admite que las palabras puestas en boca de Jesús constituyen una fuente para conocer su persona y su vida. Jesús puede ser considerado un profeta que anunció la inminente irrupción del reino escatológico de Dios, y se vio a sí mismo como el Mesías (Motefiore, 1910, p. 16).

Sin embargo no tiene la misma opinión con respecto a las palabras condenatorias de Jesús contra los fariseos. Después de estudiar el fariseísmo de la época de Jesús, Montefiore adopta una posición, contraria a la de Klausner (1971), en la que concluye que los ataques de Jesús a los fariseos no responden a la historia, sino que deben ser atribuidos al anti-judaísmo de la época de la redacción de los evangelios. De la misma manera, las expresiones con las que Jesús reclama ser reconocido como igual al Padre, o como poseedor de poderes divinos, son también añadidos de la Iglesia posterior.

Jesús actuó como los profetas, atacó los preceptos rituales y no se diferenció de los rabinos de su tiempo:

Así como los profetas moralizaron e interiorizaron las ideas humanas acerca del servicio de Dios, Jesús moralizó e interiorizó las ideas humanas acerca de lo puro y lo impuro. En un sentido religioso, sólo el ser humano puede ser puro o impuro, y nada más. Sólo el hombre se puede hacer puro o impuro a sí mismo (Montefiore, 1968, p.131).

En particular, el comentario de Montefiore (1968) se caracteriza por mostrar los paralelos que existen entre las enseñanzas de Jesús y las de los maestros de Israel. Cuando se pregunta por la originalidad de Jesús, dice:

Es verdad que Jesús fue llamado 'profeta' en especial porque, como hemos visto, él anunció con firmeza de convicción, con inspiración y por lo tanto con seguridad la inminencia del juicio y del reino. En esto, también, él se asemeja a los antiguos profetas, y se puede decir que combinó aspectos de Amós y del Segundo Isaías. Anunció la condena para el que no se arrepiente y para el pecador; confortó al arrepentido y al necesitado; al afligido y al pobre; al humilde y al que pide. Y en el más original sentido de la palabra, si no tan original como el otro, él era diferente de sus rabinos contemporáneos. La combinación era por lo menos nueva: Jesús era a la vez maestro, pastor y profeta. Y en esta combinación reside algo de su originalidad (p. 131).

Las publicaciones de Montefiore fueron causa de controversias, porque así como había sucedido antes con Klausner (1971), algunos judíos vieron con inquietud la forma amigable con la que se expresaba al tratar del cristianismo, y juzgaron que Montefiore, sin dejar el judaísmo, se había inclinado demasiado hacia el cristianismo.

¿Jesús revolucionario?

En los años 1929-1930 apareció la obra en dos volúmenes del historiador austríaco de origen judío Robert Eisler (1882-1949), que llevaba como título, en griego: Jesús, el rey que no reinó; y, más tarde, El Mesías Jesús y Juan Bautista. En estas obras, volvió a colocarse en la línea de los investigadores anteriores que no aceptaban los datos de los evangelios y se esforzó por hallar al auténtico Jesús de la historia. Pero, se apartó de los autores judíos que habían escrito sobre Jesús hasta esa fecha cuando presentó a Jesús como un Mesías con aspiraciones políticas, relacionado con el movimiento judío de los zelotas, que pretendían implantar el reino de Dios recurriendo a la lucha armada. En un primer momento Jesús había adoptado una postura contraria a la violencia, pero finalmente optó por tomar el templo por la fuerza, y por esta causa fue ejecutado. Como es obvio, este autor no fundamenta su hipótesis en los evangelios, sino que toma como fuente de información un texto de La guerra de los judíos, de Flavio Josefo, no en su edición original griega, sino en una versión eslava que habría sido hecha desde un original arameo. Pero esta hipótesis fue desestimada por los investigadores.

La hipótesis de Jesús-zelote fue revivida años después por el escritor judío americano Joel Carmichael (1915-2006). Su libro sobre la muerte de Jesús, The death of Jesus (La muerte de Jesús), traducido a varios idiomas, presenta la figura de un Jesús jefe de un grupo rebelde contra Roma, que pretende apoderarse del tesoro del templo de Jerusalén. Una hipótesis semejante sostuvo el sacerdote anglicano S.G.F. Brandon. Pero las ideas de Carmichael y Brandon, como la de su predecesor Robert Eisler, no lograron imponerse.

Jesús en la novela judía

El novelista judío Edmond Flegenheimer (conocido como Edmond Fleg) (1874-1963), en su libro Jesús relatado por el judío errante, presenta una atractiva figura de Jesús. Pero lo hace mostrándolo como un Maestro empeñado en lograr la unidad de los seres humanos, y con una misión reducida a anunciar e implantar el reino de paz en este mundo. Es sorprendente la forma en que narra la subida de Jesús al Calvario:

«¡Blasfemo...! ¡Hechicero...! ¡Falso Mesías!» Silbidos y gritos desde todas las terrazas, desde todos los techos [...] Y los niños, de los que él había dicho «Dejen que los niños vengan a mí», ¡los niños iban hacia él! ¡Y los niños pequeños le arrojaban piedras! ¡Y él las aceptaba! ¡Por la salvación del mundo! ¡Por la paz del mundo!

¡Mira, Jerusalén, estas tinieblas que chocan contra estas otras tinieblas! La Iglesia contra la Mezquita, La Mezquita contra la Iglesia, La Iglesia y la Mezquita contra la Sinagoga! ¡Y en la Sinagoga los Asquenazi contra los Sefaradíes! En la Mesquita los Hachemitas contra los Wahabitas! ¡En la Iglesia los Latinos contra los Ortodoxos, los Armenios contra los Coptos, los Luteranos contra los Calvinistas, los Anglicanos contra los Presbiterianos! ¡Y a su alrededor, sobre todos los continentes, fábricas de cañones, de fusiles, de torpedos! ¡Fábricas de microbios, de gases tóxicos! Por todo esto él subía al Calvario ¡Por esta salvación del mundo! ¡Por esta paz del mundo! (Fleg, 1933, p. 295).

Después de la muerte de Jesús, el personaje de la novela recibe el testimonio de los discípulos que afirman haber visto a Jesús resucitado. Él mismo no lo ve, pero percibe su presencia que lo impulsa a seguir anunciando el reino. En esta novela, el judío errante, de la leyenda medieval antijudía, no es otro que un paralítico curado por Jesús, que sigue al Maestro. No es el maldito de la leyenda, sino que encarna a Israel, que tiene la misión divina de llevar a la humanidad el mensaje de paz y unidad.

El escritor judío polaco Szulim Asz, más conocido por su pseudónimo Sholem Asch (1880-1957), publicó varias novelas históricas en Yddish sobre los héroes de la Biblia; tres de ellas están dedicadas especialmente a personajes del Nuevo Testamento: El Nazareno (1944), sobre la vida de Jesús; seguida por El Apóstol (1945), que describe la vida de san Pablo; y, finalmente, María (1960) sobre la madre de Jesús. En todas ellas, Sholem Asch partió de los datos del Nuevo Testamento tal como están escritos, sin discutir su historicidad, y ubicó los personajes bajo una luz positiva, dentro del marco de la vida, costumbres y creencias de los judíos de su época. A Jesús, en particular, lo retrató como un judío piadoso que padeció injustamente hasta ser condenado por obra de un oficial romano que odiaba a los judíos.

Como El Nazareno fue publicada en momentos en que el nazismo comenzaba su persecución contra los judíos, algunos interpretaron que, de una manera sutil, S. Asch estaba promoviendo la conversión al cristianismo. Por esa razón fue atacado, acusado de herejía y apostasía, y hasta amenazado de muerte. El traductor de sus dos primeros libros al inglés se negó a traducir el tercero, María, porque, según decía, lo veía contaminado de «mariolatría». Pero el verdadero interés de Sholem Asch (1945b) era mostrar la unidad que él veía entre judaísmo y cristianismo, a la vez que mostraba anti-semitismo como una enfermedad:

Los dos conforman una unidad. Y no obstante la herencia de sangre y fuego que la apasionada enemistad ha lanzado sobre ellos, los dos son partes de una totalidad, dos polos del mundo que se atraen siempre el uno al otro, y no podrá venir liberación, ni paz, ni salvación hasta que las dos mitades se unan y se conviertan en una parte de Dios (p. 9).

Y continúa diciendo que:

El anti-semitismo no es un movimiento, sino una enfermedad. El que se encuentra afectado por ella es incapaz de tener una orientación, un juicio, o una opinión [...] El nombre (de esta enfermedad) es «locura anti-semítica» (Asch, 1945b, pp. 37-38).

Esa enfermedad ataca por igual a judíos y cristianos porque es la obra del Anti-Cristo:

El Anti-Cristo, en cualquier lugar que ha plantado esta semilla de odio, ha destruido la obra de Jesús, ha pisoteado su jardín por un tiempo y ha envenenado las obras de la honesta cristiandad por muchas generaciones, ha socavado la obra de Dios (Asch, 1945b, p. 59).

Ante un escritor que lo entrevistaba, Sholem Asch expuso su posición con respecto a Jesús de esta manera:

No podría dejar de escribir sobre Jesús. Se apoderó de mi mente y mi corazón desde que me encontré por primera vez con él. Usted sabe que me he criado en la frontera de Polonia y Rusia, que no es exactamente el lugar más indicado del mundo para que un judío se siente y escriba una historia de Jesucristo. Sin embargo, desde esos años tuve la esperanza de hacer lo que me fascinaba. Porque Jesús es para mí la personalidad más sobresaliente de todos los tiempos, de toda la historia, tanto como Hijo de Dios como Hijo del Hombre. Todo lo que él dijo o hizo tiene hoy valor para nosotros, y esto es algo que usted no puede decir de ningún otro hombre, vivo o muerto... Él se convirtió en la luz del mundo. ¿Por qué un judío no podría sentirse orgulloso de él? (citado en Siegel, 1976, p. 148).

Los años del anti-semitismo

En los años del régimen nazi en Europa la comunidad judía padeció la atroz persecución conocida por todos con el nombre de la Sho'ah. En algunos ambientes se intentó implantar la idea de que la fidelidad al evangelio implicaba adoptar una actitud de rechazo a todo lo judío. Yendo más lejos todavía, algunos autores, influenciados por la ideología nazi, sostuvieron que Jesús no había sido un auténtico judío, sino que estaba contaminado con ideas provenientes del paganismo.

Durante esos años, el escritor e historiador judío Jules Isaac (1877-1963), de origen francés, estudió las raíces del anti-semitismo, y los resultados se volcaron en sus obras aparecidas en los años que siguieron. La vida de J. Isaac se caracterizó por una incansable tarea a favor de la erradicación del anti-semitismo. En ese empeño llegó a entrevistarse, sin éxito, con el Papa Pío XII, y más tarde, con diferente resultado, con el Papa Juan XXIII. Se esforzó por mostrar que las ideas y actitudes anti-semíticas no tienen su origen en la enseñanza de Jesús, sino que son el producto de situaciones históricas anteriores y posteriores al nacimiento del cristianismo.

Simultáneamente, y en cierta medida, a partir de la lectura de las obras de Jules Isaac, en círculos cristianos, se fue fortaleciendo la convicción de que la fidelidad a Jesucristo exigía desterrar los sentimientos antisemitas, al mismo tiempo que establecer una recta apreciación de los valores del judaísmo. Estas ideas hallaron cabida en los documentos del Concilio.

Jesús dentro de la historia judía

Dentro de la década del 60', coincidiendo con los debates que se produjeron en el Concilio Vaticano II, se inscriben las obras de investigadores judíos que se caracterizaron por sus estudios tendientes a rescatar a Jesús, para reinstalarlo como personaje destacado dentro de la historia del judaísmo. Retomando algunas ideas expresadas por autores anteriores, de manera enfática y reiterativa, insisten en el judaísmo de Jesús, presentan la coherencia de su actuación y sus enseñanzas con el ambiente de la época, subrayan sus coincidencias con los maestros del judaísmo y minimizan las discrepancias. En las obras de varios autores judíos Jesús es presentado como uno de los grandes maestros del pueblo judío.

En 1961 apareció el libro Sobre el juicio de Jesús, del historiador judío Paul Winter (1904-1969), nacido en Moravia, partiendo del estudio de las prácticas legales en uso en la época investigó el proceso y la condena de Jesús. En esta obra desligó a la comunidad judía de la culpabilidad en la pasión y muerte de Jesús. Se propuso mostrar la inconsistencia de la acusación de «deicidas» que, durante siglos, se seguía repitiendo para justificar las agresiones de cristianos contra judíos. Para leer los evangelios, Winter, se sirvió del método histórico-crítico, deslindó lo que era original de la primera época del cristianismo, y lo separó de lo que habían añadido en época posterior, llegó a la conclusión de que los únicos y verdaderos responsables de la crucifixión de Jesús fueron las autoridades romanas. El hecho de que Jesús fuera crucificado y condenado como sospechoso de sedición contra los romanos indica que fue visto como un político rebelde. Más tarde, cuando los cristianos trataron de establecer buenas relaciones con el Imperio quitaron la culpabilidad a los romanos, y la aplicaron a los judíos.

El Rabino americano Samuel Sandmel (1911-1979), profesor de Biblia y literatura helenística en el Hebrew Union College, en Cincinnati, que en varios de sus escritos se ocupó del tema del cristianismo en su relación con el judaísmo, publicó una obra referida principalmente a la forma en que Jesús es visto por los judíos: Nosotros los judíos y Jesús} Con la intención de presentar a Jesús dentro del auténtico judaísmo, recoge lo que otros autores elaboraron hasta la fecha de la publicación de su libro. En la lectura del Nuevo Testamento se mantiene en la línea de los investigadores del pasado; y es posible dilucidar que se muestra, en cierta medida, reticente con respecto a la exégesis más moderna, en particular a la aplicación del método histórico-crítico en la exégesis de los evangelios. S. Sandmel critica con dureza a los autores judíos que continúan rechazando a Jesús. Su intención no es tanto presentar una nueva imagen del judío Jesús, sino de exhortar a judíos y cristianos a dar los pasos para un mejor entendimiento.

El «hermano Jesús»

El filósofo austríaco, Martín Buber (1878-1995), ubicado en la corriente ortodoxa del judaísmo, lee el Nuevo Testamento situándose dentro de la corriente crítica protestante liberal de Schweitzer a Bultmann, y cita con frecuencia a este último. No escribió ningún libro sobre Jesús, pero en 1950, en una de sus obras, tratando el tema de la fe, se refirió a él llamándolo hermano:

El Nuevo Testamento ha sido, desde hace aproximadamente cincuenta años, un objeto central de mis estudios y me tengo por un buen lector que escucha imparcialmente lo que se dice. Desde mi juventud he percibido a Jesús como mi hermano mayor. Que la cristiandad lo haya considerado y lo considere como Dios y Salvador lo he visto siempre como un hecho de la mayor seriedad que he de intentar comprender por mi bien y por el suyo. Algo de los resultados de esa voluntad de comprensión se ha dejado sentir aquí. Mi propia relación fraternal y abierta con él ha llegado a ser siempre más fuerte y pura, y hoy lo veo con una mirada más fuerte y más pura que nunca. Estoy más seguro que nunca que le corresponde un puesto importante en la historia de la fe de Israel y ese puesto no puede ser descrito con cualquiera de las categorías habituales (Buber, 1996, pp. 34-35).

Martín Buber está plenamente convencido de que el pueblo judío terminará reconociendo a Jesús como el Mesías, pero no el Mesías-que-ya-vino, porque al considerar el mundo que lo rodea, y en particular lo que los judíos padecieron bajo los nazis, ve que aún no se ha manifiestado la redención. En una carta a Lina Lewy sostiene que:

Creo firmemente que la comunidad judía, en el curso de su renacimiento, reconocerá a Jesús. No sólo como una gran figura de su historia religiosa, sino también en el contexto orgánico de un desarrollo mesiánico que se extiende sobre milenios, y cuya meta final es la redención de Israel y del mundo. Pero igualmente creo con firmeza que jamás reconoceremos a Jesús como el Mesías que ya ha venido, porque esto estaría en contradicción con el profundo sentido de nuestra pasión mesiánica [...] En nuestro punto de vista, la redención ocurre para siempre, y hasta ahora no ha sucedido nada [...] Con el cuerpo ensangrentado de nuestro pueblo hemos demostrado que el mundo no está redimido [...] (citado en Friedman, 2002, p. 232).

Asimismo, en otra carta a Lina Lewy dice que:

No puedo creer en un Mesías que ya vino [...] porque siento que la carencia de redención del mundo es tan profunda que no puede coincidir con una redención completamente realizada - aun cuando se trate sólo de redención del "alma" (No viviré con un alma redimida en un mundo que no está redimido). (citado en Friedman, 1996, p. 299).

Cuando M. Buber habla de Dos tipos de fe se refiere a la fe existencial, la «emunah», que reúne la confianza y la piedad, es la de Jesús y los fariseos; esta se opone a la fe intelectual, la «pistis», el creer que de Pablo, el judaísmo helenista y el cristianismo. Según M. Buber, en Pablo no se reconoce el Dios de Jesús. Pablo es el verdadero fundador de la concepción cristiana de la fe, enraizada en el pensamiento griego. Pablo tiene una visión gnóstica del mundo, que no interviene en la visión que M. Buber tiene de Jesús, su «gran hermano» (Damour, 2010, pp. 34-35).

El periodista alemán e investigador de la historia de la religión judía Shalôm Ben Chorin (1913-1999) se ocupó de la imagen de Jesús entre los autores judíos modernos en un ensayo publicado en 1953. Más tarde, en un artículo aparecido en 1961, encaró el tema de los cuestionamientos que se presentan a los judíos cuando se trata sobre Jesús. En 1967 publicó un libro provocativo desde su mismo título: Hermano Jesús, que visiblemente sigue los pasos del filósofo Buber. Dice Ben Chorin:

Jesús es para mí el eterno hermano, no sólo el hermano desde un punto de vista humano, sino mi hermano judío. Siento que su mano fraterna me toma para que le siga. No se trata de la mano del Mesías, esa mano marcada por las llagas; ciertamente no es una mano divina, sino una mano humana, en cuyas líneas está marcado el sentimiento más profundo (Ben Chorin, 2003, p. 13).

De la misma forma que los demás autores judíos, Shalôm Ben Chorin ve a Jesús solamente con los rasgos: "del hombre judío de Nazaret, limpios de la pintura con que han sido recubiertos por la iconografía cristiana" (Ben Chorin, 2003, p. 14). En esta obra presenta a Jesús como uno de los maestros judíos, muy cercano a la línea de los fariseos, que en su enseñanza propuso la interiorización de la ley, poniendo su centro en el amor. Jesús es uno de los Tannaim, los maestros judíos de su tiempo, que enseñó sin romper con la tradición del judaísmo y debe ser reconocido como un tercer maestro, junto a Shammai y Hillel (Ben Chorin, 2003, p.17).

Jesús, como predicador escatológico, en un primer momento, anunció la inminente llegada del Reino, y para eso envió a predicar a sus discípulos. Decepcionado porque el fin no llegaba, en un segundo momento, interiorizó el concepto de Reino: el Reino está en el interior de cada ser humano. Finalmente, decepcionado también porque esta enseñanza no resolvía la situación de padecimientos en que se encontraba el pueblo, se entregó a la muerte y experimentó el abandono de Dios. Ben Chorin considera que el grito en la cruz ("Elí, Elí...") es histórico y es un grito de desesperación:

No se puede dudar de la autenticidad de estas palabras, porque realmente no tienen cabida en ningún tipo de dogmática cristiana. Lo que ahora se deja oír es el grito de un hombre cuya fe se ha derrumbado de forma aterradora; Marcos cita expresamente (15,39) que Jesús se despidió con un grito terrible. Debieron de ser gritos que no sólo manifestaban un dolor físico de inimaginable intensidad, sino también la más profunda falta de esperanza ante el abandono de Dios (Ben Chorin, 2003, p.197).

Jesús, muriendo en la cruz, encarna el martirio y la desesperación de Israel a través de todos los siglos:

Nosotros no tenemos nada que ver con él. Se escurre ante nuestra vista. Pero una y otra vez volvemos la vista al judío Yeshu'a ben-Yosef de Nazaret que, abandonado y entre burlas, cuelga de una cruz; su faz, coronada por una guirnalda de espinas, distorsionada por el dolor; su martirizado cuerpo sangrando por numerosas heridas. Así lo vemos siempre, al judío en la cruz. Su voz llegando a través de los siglos: 'lo que hagáis con uno de mis más pequeños hermanos, lo hacéis conmigo' (Ben Chorin, 2003, p. 202).

Asimismo sostiene que:

Jesús termina siendo para la historia judía un trágico fracasado. Pero este hecho, ni siquiera bajo esta valoración judía de su historia, hace disminuir su grandeza [...] También Jesús de Nazaret fue un trágico fracasado cuyos ojos se vieron oscurecidos por el amor a Israel (Ben Chorin, 2003, p. 26).

Jesús es el hermano-hombre que, en su profundo sufrimiento y con su gran fe en Dios, extiende las manos que pueden unir a judíos y cristianos. Ben Chorin hace suya la afirmación del teólogo alemán Herbert Braun cuando dice que: "el correcto seguimiento de Cristo consiste en el intento de creer con Jesús y creer como él, pero no esencialmente en creer en él" (Ben Chorin, 2003, p. 14).

Jesús se reconoció como el Mesías

David Flusser (1917-2000), un judío de la línea ortodoxa nacido en Austria, distinguido por su piedad, fue profesor de Judaísmo y de Orígenes del Cristianismo en la Universidad de Jerusalén. Su amplio campo de trabajo fueron los evangelios sinópticos, los textos rabínicos, los manuscritos del Mar Muerto, los pseudoepígrafos, los apócrifos, e incluso la más antigua literatura cristiana. Se posicionó contra el escepticismo de R. Bultmann con respecto a la posibilidad de conocer los hechos y dichos del Jesús histórico. En este mismo punto no coincide con otros pensadores judíos que consideran como una creación de la Iglesia cristiana lo que la dogmática dice sobre Jesús. Él afirma que: "Habiendo examinado críticamente el material sinóptico, concluimos que la mayoría de los motivos cristológicos del Nuevo Testamento ya están atestiguados en la alta conciencia de sí mismo del Jesús «histórico»" (Flusser, 1997, p. 102).

Consideró como dichos auténticos de Jesús todos los que coinciden con los fariseos de su tiempo. Como otros investigadores judíos de su misma época, en su libro Jesús enfatizó la semejanza entre la enseñanza de Jesús y la de los maestros de su época.

Flusser sostiene que no existía ningún conflicto entre Jesús y la piedad judía, porque no criticó la observancia de la Ley, sino que predicó las tradicionales enseñanzas judías sobre el mandamiento del amor, la superación de la ley del talión y la espera del Reino de Dios. Sin embargo, Flusser no se adhiere a los que sostienen que Jesús pertenecía al grupo de los fariseos:

Sería erróneo afirmar que Jesús era un fariseo, en el sentido amplio de la palabra. Aunque la crítica que hace a los fariseos no sea tan hostil como la de los esenios ni tan negativa como la de la literatura contemporánea [...], sin embargo Jesús contempla desde fuera a los fariseos y no se identifica con ellos (Flusser, 1975, p. 68).

Algunos años más tarde D. Flusser hará una afirmación más matizada cuando escriba que las críticas de Jesús a los fariseos se deben atribuir a exageraciones de los evangelios. Los adversarios de Jesús eran los que mantenían una piedad pendiente únicamente de los detalles externos.

Jesús se distanció de los fariseos que esperaban el reinado de Dios como un acontecimiento escatológico, al final de los tiempos, y también se opuso a los zelotes, que querían implantar el reinado de Dios por la fuerza:

Él es el único judío antiguo conocido que no sólo anunció que se estaba al borde del final de los tiempos sino, a la vez, que el nuevo tiempo de la salvación había comenzado ya. Y ¿cuándo empezó la nueva «era»? Con el comienzo de la actividad de Juan Bautista [...] Jesús no quiso decir que

desde Juan se pudiera gozar de la dulce y pura salvación mesiánica. Todavía crecen tanto el trigo como la cizaña (Flusser, 1995, pp. 53-54).

En este punto, D. Flusser coincide con M. Buber en que la redención todavía no ha sido realizada, pero presenta, como una novedad de la predicación de Jesús, que la salvación ya está en un proceso de realización, y que Jesús lo mostraba por medio de los milagros: "Jesús predicó una «escatología en desarrollo»" (Flusser, 1995, p. 52).

D. Flusser, como ya lo habían hecho J. Klausner y otros investigadores anteriores, afirma que Jesús se reconocía a sí mismo como el Mesías, y en una de sus obras dirige una suave crítica a los autores cristianos que ponen en duda, o niegan, la conciencia mesiánica de Jesús:

Es quizá ya oportuno preguntarse, por primera vez, si Jesús se tenía a sí mismo por el Mesías. Mientras no pocos estudiosos cristianos del Nuevo Testamento han empezado a poner en duda, e incluso afirmado que la vida de Jesús no fue mesiánica (¿cómo es en realidad un ser mesiánico?), no se le ha ocurrido a ningún judío dudar de la conciencia mesiánica de Jesús [...] Yo he dedicado mucha energía y empeño en demostrar, tanto en hebreo como en inglés, que Jesús verdaderamente se consideró el Mesías, el Hijo del hombre que tenía que venir (Flusser, 1995, pp. 56-57).

Jesús lo reconoció así delante del Sanhedrín y se entregó mansamente a la muerte, confiando en que él, como Henoc, Elías y Moisés, no moriría, o que después resucitaría de entre los muertos (Flusser, 1975, pp. 137-138).

Pero D. Flusser aclara que Jesús nunca tuvo idea de que su muerte pudiera ser redentora:

Jesús nunca tuvo la intención de morir para expiar con su breve pasión los pecados de los otros. Ni tuvo tampoco conciencia de ser el Siervo doliente y expiador de Isaías. Fue la Iglesia primitiva la que lo presentó así, pero retrospectivamente, después de la crucifixión (Flusser, 1975, pp. 116-117).

En el libro El Sabio de Galilea, escrito tres décadas más tarde en colaboración con R. Steven Notley, revisó y actualizó el contenido de Jesús, enriqueciéndolo con el aporte de descubrimientos arqueológicos posteriores y de sus últimas investigaciones. Como en la obra precedente, Jesús aparece como el maestro judío piadoso, integrado en su pueblo. En la conclusión, Flusser afirma:

Personalmente me identifico con la cosmovisión judía de Jesús, tanto moral como política, y creo que el contenido de su enseñanza y el enfoque que él adoptó han tenido siempre el potencial para cambiar nuestro mundo y evitar la mayor parte de mal y sufrimiento (Flusser, 1998, p. XVIII).

Además de estas obras principales, D. Flusser publicó centenares de artículos que es imposible reseñar en esta presentación, en los que presentó detalladas exégesis de textos del Nuevo Testamento, manteniéndose siempre en la postura de mostrar la coincidencia entre la enseñanza de Jesús y la de los grandes maestros de Israel.

El Jesús de la historia

Geza Vermes (1924-2013) fue un historiador húngaro de origen judeo-católico, que recibió la ordenación sacerdotal, pero que en 1957 abandonó el sacerdocio y el cristianismo para retornar al judaísmo. Sus aportes más importantes están en el campo de la investigación sobre el Jesús histórico. Pertenece a la generación de estudiosos judíos empeñados en mostrar el auténtico judaísmo de Jesús. En sus escritos más importantes se acentúa la forma en que propone el judaísmo de Jesús en polémica con la visión cristiana. Su obra más destacada sobre este tema es Jesús, el judío. El libro lleva un subtítulo que revela su intención: Los evangelios leídos por un historiador, porque se propone mostrar a Jesús solamente desde la perspectiva de un historiador, despojándolo de todos los títulos con los que, según entiende G. Vermes, ha sido desfigurado por la teología y la fe de los cristianos. Acusa, en este sentido, a los cristianos, de haber des-judaizado a Jesús y de haber hecho de él un cristiano (Vermes, 2007, p. 184). Lleva estos conceptos hasta el punto de afirmar que en realidad el fundador del cristianismo no es Jesús sino san Pablo. Insiste reiteradamente en que para aproximarse al Jesús de la historia es necesario que tanto los judíos, como los cristianos, se despojen de sus prejuicios, porque los cristianos leen los evangelios desde la fe, mientras que los judíos lo hacen desde las sospechas. Según sus palabras:

Si, tras leer este libro, el lector reconoce que este hombre, al que distorsionan por igual el mito cristiano y el mito judío, no fue en realidad, ni el Cristo de la Iglesia ni el apóstata y espantajo de la tradición popular judía. (Vermes, 1977, p. 19).

Con excepción del título 'Mesías', todos los demás títulos que el Nuevo Testamento le aplica a Jesús (Señor, Hijo de Dios, Hijo del hombre, Profeta.) se deben entender así como se entendían entre los judíos de esa época, sin el sentido que le dio posteriormente la Iglesia. Por ejemplo, «Hijo del hombre» no tiene ninguna referencia mesiánica: es simplemente una forma de decir un hombre o simplemente el pronombre yo.

G. Vermes reconoce que Jesús se destaca sobre todos los demás maestros de Israel, e incluso sobre los profetas. Pero esta superioridad no se ubica en los títulos con que la Iglesia confiesa al Hijo de Dios:

Ningún estudioso objetivo e ilustrado de los Evangelios dejará de advertir la incomparable superioridad de Jesús [...] Sin rival en la profundidad de su pensamiento y en la grandeza de su carácter, es en particular maestro incomparable en el arte de descubrir lo más íntimo de la verdad espiritual y de remitir todo tema a la esencia de la religión, la relación existencial del hombre con el hombre y del hombre con Dios.

Hay un aspecto en que difiere más que cualquier otro de sus contemporáneos e incluso sus predecesores proféticos. Los profetas hablaban a favor de los pobres honrados, y defendían a las viudas y los huérfanos, a los oprimidos y explotados por los malvados, los ricos y los poderosos. Jesús fue más allá. Además de bendecir a éstos, se situó entre los parias de su mundo, entre aquellos a los que los respetables despreciaban. Los pecadores eran sus compañeros de mesa y los despreciados recaudadores de impuestos y las prostitutas sus amigos (Vermes, 1977, p. 236).

G. Vermes niega que Jesús haya pertenecido a los grupos de fariseos, esenios, zelotes o gnósticos, sino que fue uno de los taumaturgos sagrados de Galilea (Vermes, 1977, p. 235). Afirma que fue un hasid galileo, uno de los piadosos carismáticos del judaísmo, que se veían con frecuencia en Galilea, y que se distinguían por una adhesión rigurosa a la Ley, sin ajustarse a las formalidades religiosas oficiales establecidas por los rabinos. Esta forma de vivir la religiosidad que caracterizaba a los hasidim provocaba el malestar de los representantes del judaísmo institucional. Los hasidim utilizaban el término abbá para invocar a Dios, por lo que no se podría decir que esta forma de dirigirse a Dios fuera exclusiva de Jesús.

G. Vermes presenta a los rabinos Hanina ben Dosa y Honí 'el trazador de círculos', famosos por sus milagros y sus dichos sapienciales, para concluir que Jesús era, como ellos, uno de los piadosos que en ese tiempo circulaban por Galilea. La forma en que G. Vermes y otros autores minimizan o niegan los aspectos que distinguen a Jesús de los hasidim fue criticada por otros estudiosos, que han mostrado con más objetividad las diferencias existentes entre Jesús y aquellos piadosos galileos; y han destacado más lo propio de la enseñanza y actuación de Jesús .

Jesús y la apertura a los paganos

Una presentación muy diferente es la que se lee en las obras de Pinchas E. Lapide (1922-1997) . Este rabino, teólogo e historiador judío, que además ejerció algunos cargos en la diplomacia de Israel, se ocupó en varias de sus obras del cristianismo y de la relación de este con el judaísmo. Con respecto a la persona de Jesús, en un intento por rescatar la figura de Jesús como una personalidad del mundo judío, escribió el libro ¿No es éste el hijo de José? En él trazó una panorámica de las distintas figuras de Jesús que aparecen en las obras literarias y científicas de autores judíos, escritores, intelectuales y rabinos, desde los evangelios hasta la época de la publicación del libro.

El libro muestra cómo la persona de Jesús es el eslabón que hace posible la reunión de la Iglesia con el judaísmo, el puente sobre el que los cristianos y los judíos se pueden volver a encontrar.

En otra obra del mismo autor se encuentra esta afirmación que resultará sorprendente para la mayoría de los católicos: "Yo acepto la resurrección del domingo de Pascua, no como un invento de la comunidad de los discípulos, sino como un acontecimiento histórico" (Lapide, 1983, p. 92). En su argumentación, muestra que la fe en la vida después de la muerte pertenece a la fe de Israel, y que la afirmación de la resurrección de Jesús parte de experiencias que tuvieron sus discípulos. Por lo tanto, la resurrección no es lo que divide a judíos y cristianos, sino la forma en que se comprende la personalidad de Jesús. En un diálogo con el teólogo protestante alemán Jürgen Moltmann, amplió su afirmación:

Si la resurrección de Jesús de entre los muertos en el domingo de Pascua hubiera sido un acontecimiento público conocido. no sólo por unos pocos testigos Judíos sino por toda la población, todos los Judíos se habrían convertido en seguidores de Jesús. A mí me parece que esto habría tenido una sola consecuencia imaginable: la iglesia, el bautismo, el perdón de los pecados, la cruz, y cualquier otra cosa que hoy es cristiana habría permanecido como una institución interna del judaísmo, y ustedes [los gentiles], mi querido amigo, todavía hoy le estarían ofreciendo carne de caballo a Wotan sobre el Godesberg. Dicho de otra manera, veo que en el hecho de que la experiencia pascual fue dada sólo a algunos Judíos está el dedo de Dios indicando que, como dice el Nuevo Testamento, 'el tiempo se ha cumplido' (Pinchas y Moltmann, 1981, pp. 59,68).

Una voz novedosa en esos años fue la de Harvey Falk, rabino americano de línea ortodoxa, que publicó un libro sobre el judaísmo de Jesús: Jesús el Fariseo. Ubicó a Jesús dentro de las controversias entre los seguidores de Rabí Shammai, a quien Jesús ataca, y Rabí Hillel, de quien Jesús era seguidor. Los cristianos han continuado en la línea de Rabí Hillel, mientras que los judíos son los seguidores de Rabí Shammai. La novedad del libro de H. Falk se encuentra en que revive la opinión del rabino alemán Jacob Emden (1697-1776), que afirmó que Jesús y Pablo, basándose en los mandamientos dados a Noé, fundaron una nueva religión para sacar a los paganos de su idolatría.

La época de la «tercera investigación»

En las dos últimas décadas del siglo XX se hizo presente una nueva ola de estudios sobre Jesús, que se designó como la «Tercera investigación». No parte de presupuestos teológicos, como la primera, ni trata de establecer cuál fue la predicación de Jesús a partir exclusivamente de estudios literarios de los textos evangélicos, como hizo la segunda. Esta ola se originó dentro del interés por el judaísmo de la época neotestamentaria que se produjo a partir de los descubrimientos de Qumrán, y se caracterizó por desarrollarse con métodos propios de la historiografía. Como se ha venido mostrando en esta exposición, muchos autores judíos habían tratado este asunto y habían propuesto sus puntos de vista. Lo novedoso de este momento consiste en que los investigadores, judíos y cristianos, no centraron su interés en cuestiones teológicas sino en el Jesús histórico, es decir la persona de Jesús así como se puede captar utilizando los recursos de la historiografía, y para eso propusieron distintos criterios al juzgar la historicidad de los datos sobre Jesús que se conservan en los documentos del Nuevo Testamento. Situando a Jesús dentro de los parámetros del judaísmo de su tiempo, los investigadores se preguntan por lo que él quiso decir y hacer, y por lo que su predicación y su actuación significaron para sus contemporáneos. En el momento de juzgar la historicidad de los datos evangélicos, tienen particular interés las palabras de Jesús y los relatos de la pasión.

Este cambio en el enfoque se vio reflejado en la forma en que algunos autores cristianos comenzaron a abordar el problema del Jesús histórico. En líneas generales se puede decir que estos, en sus investigaciones, no se refieren al Jesús histórico real como opuesto a la imagen ficticia de un Cristo de la fe creada por la Iglesia. El Jesús histórico, en palabras de J.P. Meier (1991) es:

[...] el Jesús que podemos recuperar, rescatar o reconstruir utilizando los medios científicos de la investigación histórica moderna [...] Mi método sigue una sencilla regla: prescindir de lo que la fe cristiana o la enseñanza posterior de la Iglesia dicen acerca de Jesús, sin afirmar ni negar tales asertos (p. 1).

Para estos autores cristianos no hay oposición entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe, sino solamente diferentes vías de acceso para llegar a su conocimiento.

En 1988 apareció el libro de Irving M. Zeitlin, Jesús y el judaísmo de su tiempo. El autor, investigador judío en el campo de la sociología de la religión del Departamento de Sociología de la Universidad de Toronto (Canadá), que en un primer momento se había ocupado del judaísmo desde la perspectiva sociológica, finalmente centró su estudio en el papel de Jesús dentro del judaísmo de su tiempo.

Como resultado de su investigación, presentó a Jesús como un piadoso judío palestinense popular entre los pobres, los enfermos, los marginados y pecadores; pero impopular entre gran parte de la gente y, especialmente, entre los representantes del judaísmo oficial, porque sus palabras ofendían la religión nacional, ya que daba demasiada importancia a su propia persona y se creía con el poder de perdonar los pecados.

Zeitlin se opuso a las opiniones de autores como Reimarus (1778), Eisler (1929)-1930 y Brandon (1967b) que habían presentado a Jesús como un zelote. Estos últimos esperaban la implantación del reinado de Dios sobre la tierra, e intentaban apresurar su llegada mediante el recurso a la fuerza armada. Jesús también anunciaba el reino de Dios, pero no por los medios violentos adoptados por los zelotes, sino por una intervención de Dios en la historia: "En lo que Jesús parece haber diferido fundamentalmente de los zelotes es en lo referente a los medios, no en lo que se refiere al fin" (Zeitlin, 1988, p. 147). Algunos de sus contemporáneos no veían esta diferencia y pensaban que estaba comprometido con los zelotes. Jesús, en cambio, no apoyaba la lucha armada contra Roma, y precisamente por eso, los que deseaban la liberación del yugo romano prefirieron a Barrabás. Pilato condenó a Jesús porque por su popularidad lo veía como persona peligrosa para el gobierno romano. Los discípulos, que habían abandonado y negado a Jesús durante el juicio y la ejecución, retornaron luego arrepentidos, reflexionaron sobre el sentido de la persona y la predicación del Maestro. Surgió así la convicción de que el espíritu de Jesús había sido glorificado, y se difundieron los relatos sobre las "apariciones del Resucitado" (Zeitlin, 1988, pp.165-166).

Un rabino dialoga con Jesús

El rabino, teólogo e historiador americano Jacob Neusner (1932-2016), especializado en los estudios rabínicos y talmúdicos, editó varios libros sobre distintos aspectos de los comienzos del cristianismo, y uno en particular sobre Jesús visto desde el judaísmo. Es interesante recordar que el entonces Cardenal Ratzinger elogió esta obra diciendo: "Con mucho, el libro más importante para el diálogo judeo-cristiano de la última década". Posteriormente, en el primer tomo de su libro Jesús le dedicó gran espacio mostrándolo como su interlocutor en su comentario al sermón de la montaña.

En la introducción de su libro J. Neusner (2008) explica cuál es su enfoque del problema. Diferenciándose de los autores que lo precedieron, comienza afirmando que para el diálogo entre judíos y cristianos se debe comenzar mostrando las diferencias entre ambas posiciones:

En este libro explico con toda franqueza y sin complejos por qué, si hubiera vivido en Israel en el siglo I, no me habría adherido al círculo de los discípulos de Jesús. Habría disentido, espero que cortésmente, estoy seguro que con sólidas razones, argumentos y hechos. Si hubiera escuchado lo que dijo en el Sermón de la Montaña, por buenas y sólidas razones, no lo habría seguido (p. 23).

Neusner toma como punto de partida el evangelio de Mateo, y no lo lee como los exégetas, sino como está escrito, y como los fieles lo leen en la actualidad. De una manera respetuosa se coloca entre los oyentes del Sermón de la montaña, para concluir que él no seguirá al Maestro que tanto admira, porque disiente en su actitud ante la ley de Moisés: "...un maestro que se coloca aparte, quizá por encima de la Torá" (Neusner, 2008, p. 73; citado en Ratzinger, 2012, p. 74); "Un maestro de la Torá que dice en su nombre lo que la Torá dice en nombre de Dios" (Neusner, 2008, p. 71); asimismo:

Si hubiera estado allí ese día, no me habría unido a sus discípulos y seguido los pasos del maestro. Habría dado media vuelta y me habría vuelto a mi familia, a mi pueblo, para seguir mi vida como parte, y dentro, del Israel eterno (Neusner, 2008, p. 78).

El afirma reformar y mejorar "Se os ha dicho... pero yo les digo...". Nosotros mantenemos y yo argumento en mi libro que la Tora era y es perfecta, sin necesidad de mejoras, y que el judaísmo fue construido sobre la Tora y los profetas y los escritos, las partes originalmente orales de la Tora escritas en la Mishná, el Talmud y el Midrash -ese judaísmo era y sigue siendo la voluntad de Dios para la humanidad (Neusner, 2007).

El teólogo J. Ratzinger (Papa Benedicto XVI) señala con precisión que el punto en el que se ubica el disenso entre J. Neusner y el cristianismo es la centralidad de Jesucristo, que los judíos no pueden aceptar porque ese lugar central lo tiene la Torah:

Este es el núcleo del 'espanto' del judío observante Neusner ante el mensaje de Jesús, y el motivo central por el que no quiere seguir a Jesús y permanece fiel al 'Israel eterno': la centralidad del Yo de Jesús en su mensaje, que da a todo una nueva orientación. Neusner, como prueba de esta 'añadidura', cita aquí las palabras de Jesús al joven rico: 'Si quieres ser perfecto, ve, vende lo que tienes y sígueme' (cf. Mt 19,21). La perfección, el ser santo como lo es Dios, exigida por la Torá (cf. Lv 19,2; 11,44), consiste ahora en seguir a Jesús (Ratzinger, 2012, p. 47).

"Jesús era judío, no cristiano"

El filósofo y teólogo judío Mario J. Sabán (1966), argentino residente en España, ha dedicado gran parte de sus investigaciones a los orígenes del cristianismo. Varias de sus publicaciones se refieren a este tema. Este autor defiende en forma vigorosa el judaísmo de Jesús, hasta el punto de separarlo del cristianismo. Con evidente tono polémico insiste en que las notas distintivas, o características, de Jesús son, en realidad, judías, y lo que separa al cristianismo del judaísmo es aporte del paganismo: "El cristianismo no tiene su génesis en el rabino Jesús, sino que nace como consecuencia de la incorporación de los gentiles sin circuncisión" (Sabán, 2008, p. 27). Sostiene además que:

Jesús nació, vivió y murió como judío. Jesús fue un judío observante, no conoció el domingo, sino el descanso sabático. Practicó durante toda su vida las festividades del judaísmo. Fue un rabino en el mayor sentido de la palabra, un gran maestro. No fue un rabino consagrado institucionalmente, sino un maestro del pueblo de Israel. Tuvo ciertas características proféticas porque denunció muchas injusticias que consideraba que no eran dignas de la nación; pero no por esta razón pretendió crear una nueva religión ni abandonó jamás a los suyos, a nosotros, los israelitas (Sabán, 2008, p.19).

También afirma que:

Todo el judaísmo que un judío acepta hoy en su canon está contenido completamente en las enseñanzas del rabino Jesús [...] No podemos estudiar a Jesús desde el cristianismo, porque Jesús no era un cristiano, sino un judío. El cristianismo del siglo II, para lograr su independencia del judaísmo, necesitó transformarse en pagano-cristianismo, porque el cristianismo original es puro judaísmo ortodoxo, desde la visión del rabino Jesús (Sabán, 2008, pp. 20-21).

Jesús sembraba para el futuro

El rabino y escritor argentino Abraham Skorka (1950-), muy conocido por su fraternal amistad con el Papa Francisco desde la época en que este era Arzobispo de Buenos Aires, no ha escrito ningún libro sobre Jesucristo, pero las referencias a Jesús aparecen con frecuencia tanto en los diálogos que ambos mantuvieron en la televisión, como en sus numerosas publicaciones.

Es oportuno señalar la apreciación de A. Skorka sobre la imagen del Jesús humano que proyecta J. Ratzinger en sus libros dedicados a Jesús, coincidente con la que ofrecen otros investigadores surgidos del judaísmo:

La imagen de Jesús más relacionada con su condición humana, profética, se acercaba a la imagen que un judío puede conformar leyendo los Evangelios y teniendo presente el grado de espiritualidad de los habitantes de la Judea del siglo primero de esta era. Entendía que en la postura de Ratzinger había cierta convergencia con la imagen del rabino, de gran carisma y espiritualidad, con que muchos investigadores judíos del tema, como los reconocidos Joseph Klausner y David Flusser, habían contemplado en sus investigaciones a Jesús (Skorka, 2014).

Skorka ve a Jesús como el maestro de virtudes que él admira en su amigo Francisco, y que son las mismas que él ha aprendido estudiando el Talmud:

[...] su humildad personal, su compromiso con los pobres y necesitados, su lucha por rescatar de la miseria a los expoliados, su absoluta coherencia y su postura de abrir las puertas de la Iglesia a todos. Eran cualidades sobre las que podía dar un cabal testimonio de aquel con quien compartíamos una profunda y fraternal amistad. Después de destacar estas cualidades llegó a mi mente la idea de que su conducta y actitudes se hallaban inspiradas en las acciones y palabras de Jesús que se hallan en los Evangelios [...] Jesús, al igual que los rabíes de su tiempo, enseñaba la importancia de vivir sembrando mediante las acciones que se realizan, una semilla que germinará plenamente en el "mundo venidero", en contraposición a una existencia que sólo considera las necesidades de un "mundo del presente" [...] Comparto plenamente con el Papa ese pensamiento. El, inspirado en Jesús, yo en las enseñanzas de los sabios del Talmud (Skorka, 2014).

El Jesús de los judíos y el Papa Benedicto XVI

El rabino alemán Walter Homolka (1964) se dedicó a la investigación judía sobre Jesús en dos obras de reciente aparición, y observa con preocupación las afirmaciones de J. Ratzinger (Papa Benedicto XVI) en su trilogía sobre Jesús, acerca de la disposición con la que se debe abordar la lectura de la Sagrada Escritura: J. Ratzinger no oculta sus reservas con respecto al método histórico-crítico y al Jesús histórico que surge de las investigaciones exegéticas en las que se aplica este método. Sostiene que toda la Escritura se debe leer desde la fe en Jesucristo .

El diálogo judeo-cristiano, como se viene practicando desde el comienzo, sólo es posible porque existe un terreno común a ambos que es la Sagrada Escritura, y en ella ambos interlocutores encuentran al Jesús de la historia. Pero ese campo común desaparece desde el momento que uno de los interlocutores sostiene que a la Escritura solamente se puede acceder desde la fe en Jesucristo.

Sin duda, la trilogía de Ratzinger ha dado nuevo esplendor al Cristo resucitado para la Iglesia y su fe. Pero para el lector judío es claro que el autor no está personalmente en búsqueda de la fe sino ciertamente presuponiéndola. Al respecto, él está siguiendo la tradición de los que desean suplantar la búsqueda del Jesús de la historia. Los judíos, por otra parte, hemos llegado a ver a Jesús como uno de nosotros que ha recorrido un largo camino como ser humano para llevar la voluntad de Dios a toda la humanidad (Homolka, 2015, p. 108).

Conclusión - mirada hacia el futuro

Se podría prolongar la nómina de los autores judíos que en los últimos años se han ocupado de la persona de Jesús. El Documento de la Pontificia Comisión Bíblica de 1983, citado al principio , daba una media docena de nombres de autores judíos que se habían ocupado del judaísmo de Jesús. Actualmente ese número se ha multiplicado varias veces. Pinchas Lapide habla de 187 libros escritos desde la fundación del Estado de Israel hasta 1976 (fecha en la que él escribe su libro), y dice que: "en el último cuarto del siglo XX se han escrito en hebreo más obras sobre Jesús que en los dieciocho siglos anteriores" (Lapide, 2000, p. 44). Pero esta presentación requiere un punto final.

Los ejemplos presentados son suficientes como para mostrar que el interés por Jesús va en aumento entre los pensadores judíos. Lo que se puede señalar como común a todos ellos es que existe un marcado interés en rescatar a Jesús para quitarle las vestiduras con que lo adornó una teología expresada con lenguaje griego, para volver a revestirlo con el hábito de los maestros de Israel y sentarlo nuevamente entre los grandes maestros de la antigüedad judía. En esta imagen resultante se excluye positivamente todo lo referente a la condición divina de Jesucristo. Ningún autor judío estará dispuesto a hacer una concesión que ellos pudieran entender como contraria al monoteísmo. Para los cristianos, dejando atrás las antiguas controversias y las actitudes agresivas, y sin intenciones apologéticas, se abre un inmenso campo para el diálogo con "los hermanos mayores en la fe" (Juan Pablo II, 1986).

Quedan aún muchos interrogantes para la investigación en común entre judíos y cristianos. En esta tarea, el Documento de la Pontificia Comisión Bíblica indica que "en el estudio de la cristología, los teólogos cristianos deben tomar en serio tales esfuerzos (de los investigadores judíos)" (I.l.5.4). Los resultados de estos estudios del Jesús de la historia, dentro del ámbito del judaísmo del siglo I, ayudan a percibir, con una nitidez cada vez mayor, al Jesús que habló y actuó entre los hombres. Y aportan un material que enriquece sin duda la exégesis y la cristología.

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Cómo citar este artículo en APA: Rivas, Luis Heriberto (2017). Jesús según algunos autores judíos. Revista Cuestiones Teológicas, 44 (102), 243-282.

Recibido: 02 de Mayo de 2017; Aprobado: 20 de Junio de 2017

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