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Cuestiones Teológicas

Print version ISSN 0120-131X

Cuest. teol. vol.45 no.104 Bogotá July/Dec. 2018

https://doi.org/10.18566/cuetea.v45n104.a03 

Artículos

SALVACIÓN DEL SER HUMANO COMO PROCESO HISTÓRICO DE PLASMACIÓN EN IRENEO DE LYÓN1

SALVATION OF THE HUMAN BEING AS HISTORICAL PROCESS OF FORMATION IN IRENAEUS OF LYONS

SALVAÇÃO DO SER HUMANO COMO PROCESSO HISTÓRICO DE MANIFESTAÇÃO EM IRENEU DE LYON

Mauricio Andrés Bueno-Castellanos2 

2 Sacerdote jesuita, licenciado en Filosofía y en Teología por la Pontificia Universidad Javeriana. Desde el 2016 se desempeña como profesor cátedra en el Centro de Formación Teológica. Correo electrónico: mbueno@javeriana.edu.co. ORCID 0000-0003-3814-9751


Resumen

Ireneo de Lyón es una figura preponderante del siglo II por sus aportes, entre otros temas, a clarificar el modo como el Dios de Jesucristo sigue actuando en la historia de la creación. Dentro de su propuesta teórica, Ireneo plantea el concepto de "plasmación del hombre" como lente para entender la salvación humana desde un proceso progresivo que asume todas las dimensiones humanas, tan cuestionadas en los primeros siglos. Para abordar el presente trabajo se recurre particularmente a la obra La Epideixis, escrita por el obispo de Lyón, dado su carácter catequético y no solo apologético. Con los resultados de este artículo se podrá reconocer que los esfuerzos de Ireneo están encaminados a reconocer la unidad de la Trinidad, la bondad de la creación, la centralidad de la persona de Jesús en la Salvación y, finalmente, la procesualidad de la salvación del hombre acompañado de su criador, como voluntad originaria de Dios.

Palabras clave: Ireneo de Lyón; Plasmación; Salvación; Cristología; Ser humano

Abstract

Irenaeus of Lyons is a leading figure of the second-century due to his contributions in clarifying how the God of Jesus Christ remains acting in the history of creation. Within his theoretical proposal, Irenaeus suggests the idea of "formation of man" to understand human salvation as a progressive process that covers every human dimension, which were severely criticized during the first centuries. Bearing this in mind, the article is mainly based on his work Epideixis not only because of its apologetic nature, but also due to its catechetical one. The research reveals that the work of Irenaeus is aimed at recognizing the unity of Trinity, the goodness of creation, the importance of Jesus in salvation, and the evolving character of human salvation as God's originary will.

Key Words: Irenaeus of Lyons; Formation; Salvation; Christology; Human Being

Resumo

Ireneu de Lyon é uma figura preponderante do Século II por suas contribuições, entre outros temas, para esclarecer o modo como o Deus de Jesus Cristo segue atuando na história da criação. Em sua proposta teórica, Ireneu propõe o conceito de "manifestação do homem" como lente para compreender a salvação humana a partir de um processo progressivo que assume todas as dimensões humanas, tão questionadas nos primeiros séculos. Para abordar o presente trabalho lança-se mão, particularmente, da obra Demonstração da Predicação Apostólica (Epideixis), escrita pelo bispo de Lyon, por seu caráter catequético e não apenas apologético. Com os resultados deste artigo será possível reconhecer que os esforços de Ireneu se encaminham a reconhecer a unidade da Trindade, a bondade da criação, a centralidade da pessoa de Jesus na Salvação e, finalmente, o caráter processual da salvação do homem acompanhado de seu criador, como vontade originária de Deus.

Palavras-chave: Ireneu de Lyon; Manifestação; Salvação; Cristologia; Ser humano

INTRODUCCIÓN

La salvación del ser humano, su sentido, significado y modo de realización, es un evento que ha captado la atención del mundo cristiano desde sus inicios. Este interés sobresalió, particularmente, a finales del siglo I e inicios del II, cuando se constata que la inminente parusía, atestiguada por varios escritos del N.T. (Jn16,16; Jn 16,22; Mt 24,34; Mc 9,1) requiere de interpretación debido a que el fin de los tiempos acompañado del juicio final no ocurre según lo pensado. (Noratto, 2008). Esa realidad obliga a las primeras comunidades cristianas a plantear una reflexión profunda sobre el juicio que Dios hace del mundo y, por consiguiente, una reflexión sobre el modo como se entiende la salvación en una realidad que implica el transcurrir de la vida de los seres humanos sin conocer la fecha de caducidad del mundo.

En este contexto germina una comprensión de la salvación anclada en la procesualidad del Reino de Dios. La salvación del ser humano, anclada al juicio realizado por Dios de manera inesperada y súbita a todos los seres humanos, torna ahora su comprensión hacia la procesualidad en el tiempo, donde cada sujeto posee la misión de construir el Reino implementando un modo particular de ser en sociedad como preparación a lo venidero (la moral cristiana se va convirtiendo en un elemento diferenciador de otros grupos religiosos); entendiendo y esperando una segunda venida del Salvador.

Ahora bien, es importante entender cómo surge esta nueva comprensión de la salvación desde una visión procesual del ser humano, pues no resulta evidente su surgimiento.

LA PREGUNTA POR LA SALVACIÓN

Durante el primer siglo, después de la muerte de Jesús, el cristianismo experimentó las primeras luchas contra el judaísmo de palestina, un claro ejemplo de ello fue la muerte de Esteban (34 d.C) por manos de una comunidad judía. Dentro de los escritos cristianos nace la literatura de los denominados «Padres Apostólicos», el profesor Quasten los define como: "[...]escritores cristianos del siglo I o principios del II, cuyas enseñanzas pueden considerarse como eco bastante directo de la predicación de los Apóstoles, a quienes conocieron personalmente o a través de las instrucciones de sus discípulos" (Quasten, 1961, p. 49). Entre los más representativos se encuentran: Clemente de Roma, Ignacio de Antioquía, Policarpo de Esmirna, Papías de Hierápolis, La "Epístola de Bernabé" y el "Pastor" de Hermas (Fernández, 2006).

Ya en el siglo II el cristianismo se consolidó como religión autónoma, respecto del judaísmo, no solo en el territorio de Judea, sino en todo el Imperio romano, gracias a la pronta expansión que experimentó fruto del auge misionero, propio del carácter proselitista que adoptó. Durante este periodo continuaron apareciendo obras de los Padres Apostólicos y surgió la novedad de la literatura apologética, con los denominados «Padres Apologistas» (Patiño, 2005).

Este segundo grupo de escritores se distingue del primero en que, asumiendo el deseo misionero, se dirigen hacia el mundo exterior y entran en relación con el mundo de la cultura y la ciencia helenista. El profesor Patiño señala cómo en los inicios del siglo II: "algunos filósofos y oradores se hicieron cristianos, y con el tiempo comenzaron a escribir algunas obras, que no son tratados sistemáticos de religión, sino refutaciones a las objeciones que hacían los adversarios del cristianismo[...]" (Patiño, 2005, p. 61). Entre los nombres más sobresalientes se encuentran: Ireneo de Lyon, Quadrato, Arístides de Atenas, Aristón de Pella, Taciano el Sirio, Milcíades, Apolinar de Hierápolis, Atenágoras de Atenas, Teófilo de Antioquía, Justino de Neápolis, entre otros (Trevijano, 1994).

Es importante tener presente el comentario que realiza el reconocido profesor Quasten respecto a la inexistencia, durante este periodo, de un cuerpo dogmático al cual denominar ortodoxia (Quasten, 1961). Existían distintos grupos cristianos que competían entre sí para configurar una doctrina única, por lo cual se puede afirmar, de la mano de Brakke, que durante los primeros siglos del cristianismo a lo sumo existió una «proto-ortodoxia» (Brakke, 2013, p. 23).

En este contexto, de incertidumbres doctrinales y de explosión de interpretaciones, se instaura una pregunta fundamental sobre la salvación del ser humano. Ante la inminencia de la parusía -que impregnó el siglo I de la era cristiana- y la posterior constatación del retraso de esta -en virtud de los hechos históricos que se perciben- surge una comprensión de Dios anclada en la procesualidad del Reino de Dios. La salvación del ser humano se entiende como un proceso en el tiempo, donde cada sujeto posee la misión de construir el Reino, implementando un modo particular de ser en sociedad como preparación a lo venidero -la moral cristiana se va convirtiendo en un elemento diferenciador de otros grupos religiosos-, con la esperanza en la segunda venida del Salvador (Orbe, 1995; Faria, 2002; Namikawa, 2008).

Esta comprensión soteriológica plantea la siguiente pregunta: ¿Cómo entender la salvación del ser humano desde una visión procesual de la historia? Este interrogante se torna más acuciante porque surgen grupos cristianos que, desde otras tradiciones, dan cuenta de los nuevos tiempos; tal es el caso de los grupos gnósticos del siglo II. En este proceso de diálogo y refutación: "los fundadores de las diferentes sectas gnósticas cristianas trataron de elevar el cristianismo del nivel de la fe, al de la ciencia, procurándole de esta manera derecho de ciudadanía en el mundo helenístico" (Quasten, 1961, p. 245).

Es por ello que respecto a la comprensión de la parusía, en general, tanto cristianos, como gnósticos en el siglo II, vivían un tiempo de espera de la consumación de los tiempos; la parusía se entendía como un hecho inminente y así quedó atestiguado en los evangelios y algunas cartas paulinas (Jn 14, 3; 1 Tes 5,2; 2 Tes 2,2 y 1 Cor 5,5), por tal razón, los pastores cristianos tuvieron que enfrentar diversos problemas, como lo es la pregunta por la salvación de los seres humanos.

Tanto gnósticos, como cristianos procuraron seguir las enseñanzas de los apóstoles para mantener la continuidad con el mensaje de Jesús, a un tiempo que avanzaban en la estructuración de la doctrina cristiana a la luz de las novedades del helenismo.

Los mitos gnósticos, particularmente el valentiniano (Albornos, 2011), sostuvieron una comprensión de la divinidad a partir de emanaciones; tal como lo atestigua el mismo Ireneo en el Adversus Haereses:"[...]los valentinianos afirman la existencia de un Eón perfecto al que llaman Preprincipio, Prepadre y Abismo, del cual procede todo de manera perfecta" (Ireneo, 2000, p. 65). De tal manera que, la unicidad de Dios queda puesta entre dicho, debido a la amplia variedad de dioses y semidioses que habitan el pléroma. Gracias a esta concepción plural de la divinidad, surge una visión negativa de la humanidad, en tanto perteneciente al mundo inferior.

Según los gnósticos valentinianos, que en principio hicieron parte del cristianismo hasta que el mismo Ireneo denuncia sus incompatibilidades (Albornos, 2011, p. 173ss), el mundo fue creado por una emanación (demiurgo) que, por actuar en contra vía del proceder establecido a las emanaciones, sus actos están marcados por la ausencia absoluta de Dios. De donde se desprende que solo algunos hombres fueron premiados con una parte de espíritu divino que les permitiría levantarse hacia la divinidad suprema.

En contra de esta concepción, los Padres Apologetas propusieron una comprensión de la salvación que asumiera una visión optimista de la naturaleza humana. A este cometido ayudó la comprensión asiática de Cristo, la cual plantea la bondad del mundo material soportada en el mito creacional (Gn 1,1-5) que confirma el deseo del único Dios (A.T. y N.T.); con lo cual el hombre, desde su naturaleza, se comprende como una unidad creada y querida por Dios. Gracias a esta orientación de la teología, se entiende que la antropología de estos siglos girara en torno al concepto de hombre como "imagen y semejanza" de Dios (Faria, 2002).

Como lo recuerda el profesor Anthony Briggman, en su artículo sobre la Cristología de la Mixtura, en medio de esta disputa teórica se estaba jugando la comprensión del ser humano y su relación con las cosas del mundo, es decir la comprensión del ser humano desde su materialidad (carne) (Briggman, 2013; Zañartu, 2013).

Resulta revelador observar la forma en que hoy en día la pregunta por la relación entre el ser humano y todo lo material se encuentra vigente. Ya el Concilio Vaticano II1, en la constitución pastoral Gaudium et Spes, señala el modo en que el hombre actual vive entre "angustias y esperanzas" respecto a los cambios radicales que vive la sociedad. "La inquietud los atormenta, y se preguntan, entre angustias y esperanzas, sobre la actual evolución del mundo. El curso de la historia presente en un desafío al hombre que le obliga a responder" (CV II, Gaudium et Spes, No 4). Esta relación entre los sujetos y el mundo material plantea nuevamente la pregunta sobre la salvación de los seres humanos y la consumación de la creación. Algunos creyentes hoy, así como hace casi dieciocho siglos, creen en una salvación que desdice del mundo material en busca de una plenitud espiritual. En contra de este tipo de posturas otros grupos humanos se configuran como defensores de la inmanencia, del hoy y del aquí. La primera postura destruye la unidad entre mundo espiritual y mundo material, imposibilitando la acción del hombre en el mundo como construcción del Reino de Dios; mientras que la segunda erradica cualquier experiencia trascendente, hundiendo la vida humana en la absoluta finitud.

Por tal razón, resulta necesaria una comprensión del mundo que salve el abismo entre lo sagrado y lo profano, retornando a la unidad que se concibe primigenia bajo la lectura particular de los Padres de la Iglesia y los posteriores Padres Apologistas (Namikawa, 2008). En este contexto, vale la pena ahondar en la propuesta teológica de Ireneo y su concepción de la creación como un proceso de plasmación permanente de Dios, que manifiesta la unidad y bondad de la creación.

IRENEO Y SU COMPRENSIÓN DE SALVACIÓN COMO PLASMACIÓN

Ireneo de Lyon es recordado por la historia eclesiástica como el teólogo más importante de su siglo (Quasten, 1961). Muy probablemente tuvo conocimiento de la obra de los Padres de la Iglesia, tales como: Melitón de Sardes, Tertuliano, Teófilo Antioqueno, Justino, entre otros; así como de los grupos gnósticos de la época (Ireneo, 1992). Este conocimiento, tanto del gnosticismo, como de la tradición eclesial, le sirvió para escribir en defensa de la tradición apostólica, adquirida desde la infancia (Quasten, 1961).

De la totalidad de obras que el obispo de Lyon escribió solo dos se conservan en la actualidad: El Adversus Haereses y La Epideixis. La primera, conservada en latín y denominada originalmente: Desenmascaramiento y derrocamiento de la pretendida pero falsa gnosis, comúnmente conocida como Adversus Haereses. La segunda, conservada en su original griego, es la Demostración de la Enseñanza apostólica, comúnmente conocida como La Epideixis (Quasten, 1961).

Para el presente texto interesa La Epideixis, pues al ser un escrito de carácter catequético, y no solo apologético, presenta el desarrollo de un sistema teológico que da cuenta de la Trinidad, el hombre y el mundo desde una perspectiva constructiva, no únicamente apologeta. Esto se hace evidente en la introducción misma a La Epideixis, donde Eugenio Romero afirma que: "[...]inicia La Epideixis, con finísimos acentos de humana cercanía, en forma de una carta, como adelantando al lector que no intenta una discusión al estilo del Advesus Haereses sino una sucinta exposición positiva del mensaje cristiano" (Ireneo, 1992).

Dios trinitario

El principio originario de Ireneo es Dios, en tanto que Padre increado y fuente de todas las cosas: "hay un Dios, el Padre, el cual creó y organizó el conjunto de los seres e hizo existir lo que no existía [...] se halla igualmente este mundo nuestro, y en el mundo, el hombre" (Ireneo, 1992). Con este fundamento señala explícitamente que: a) no hay nada previo a Dios; b) todo lo demás proviene de él; c) todo ha sido creado por él mismo sin intermediarios. Estas premisas le sirven para indicar que hay un único Dios, reconociendo el monoteísmo del A.T., y este Dios increado es el origen directo de toda la creación (Zañartu, 2013, p. 47ss).

Dios es el creador y el sostén de todo el mundo pero, ¿para qué crea el universo y todo lo que contiene? Esta pregunta no es abordada directamente por el obispo de Lyon, pero puede deducirse desde la figura del Hijo hecho hombre, como aquel que lleva a la plenitud la creación; es decir, aquel que lleva todo lo creado al fin último para el cual fue creado, la plena comunión con Dios. "el Verbo de Dios [...] llama de nuevo [con la resurrección] al hombre a la comunión con Dios para que por medio de la comunión con Él participemos en la incorruptibilidad" (Ireneo, 1992, p. 143).

De este modo se entiende que Dios, Uno y Trino, ha realizado toda la creación para que comparta su incorruptibilidad divina, siendo este el fin último de todo lo creado. Por medio de esta comprensión Ireneo está poniendo los cimientos para argumentar la bondad originaria de la creación; la presencia y acompañamiento pedagógico por parte de Dios hacia la humanidad; la recapitulación posterior en Cristo; y, por consiguiente, la voluntad universal de reconciliación divina (Martínez y Fernández, 2010).

Plasmación del ser humano

Bajo este deseo de plena comunión de todo lo creado con el Creador, se entiende entonces la figura del ser humano. Ireneo se esmera por narrar de modo especial el modo en que Dios Padre crea al hombre: "Al hombre empero lo plasmó Dios con sus propias manos, tomando el polvo más puro y más fino de la tierra y mezclándolo en medida justa con su virtud". (Ireneo, 1992, p. 79). Por ello, analizando Gn 1,26-27; 2,7, destaca algunas cosas: no utiliza el verbo creación, sino que habla de plasmación; especifica que lo plasma con sus propias manos, distinguiéndolo de las otras creaciones por la acción misma del creador; el material es especial, utilizando lo creado agrega particularmente un elemento propio de Dios, su virtud.

Romero llama la atención sobre una frase de Ireneo: "todo lo creado, incluido los ángeles, y a excepción del cuerpo humano, ha sido hecho mediante el mandato de la voz divina, solo el hombre es plasmado por las manos de Dios" (Ireneo, 1992, p. 70). En consecuencia, se entiende que lo referente al hombre se encuentra en un nivel superior a cualquier otra cosa creada. Siguiendo a Orbe (1985), se especifica que el material con que está hecho el ser humano es muy particular, la tierra que no había sido usada: "Era tierra árida y virgen, sobre la cual no había llovido. Lo que hubiera hecho la lluvia, convirtiéndola en lodo, hizo Dios infundiendo la potencia suya [...] para convertirla en limo..." (Ireneo, 1992, p. 59). Gracias a esta singularidad, el obispo de Lyón logra salvar la materialidad constitutiva del ser humano, para mostrar la esencia primera (materia inerte) del hombre y la acción de la potencia divina (sobre-natural) como bondadosas en sí mismas, pues provienen de las manos de Dios.

Luego de la descripción de estos elementos Ireneo avanza en la comprensión de la plasmación: "Dio a aquél plasma su propia fisionomía, de modo que el hombre, aún en lo visible, fuera imagen de Dios" (Ireneo, 1992, p. 79). De esta manera se manifiesta la relación entre las palabras plasma y plasmación, de donde surge un serio interrogante: ¿la plasmación fue la acción de mezclar el polvo con la virtud, siendo ese el momento en que se da la imagen de Dios, como lo indica la primera afirmación? o, ¿el plasma hace referencia al polvo en sí, al cual se le da la fisionomía posteriormente, como indicaría la segunda afirmación?

Siguiendo al profesor Orbe (1985), podría entenderse que: en primer lugar, la plasis hace referencia a la mixtura entre polvo y virtud divina; y en segundo, el Verbo será quien diseña en el barro la forma visible de Dios invisible -asumiendo determinada distribución de miembros y una figura específica-; mientras que el Espíritu diseña en la potencia divina la forma a la cual está llamada a ser, es decir, dinamiza internamente la plasis. En suma, se propone una acción en dos ámbitos: el externo, ejecutado por el Verbo que da la distribución de miembros a imagen de Dios; y el interno, que configura la potencia divina:

El hijo configura la parte visible, dándole la forma de Dios. El Espíritu Santo la parte invisible, otorgándole la misma paralela forma. Las dos vertientes, interna y externa, del plasma adquieren por esta vía la forma humana: iguales paralelos miembros, con las mismas paralelas virtualidades (Ireneo, 1992, p. 65).

En conclusión, en primer lugar, puede decirse que el hombre, en cuanto plasmado como proceso y dotado de libertad para actuar, refleja el altísimo grado de semejanza con Dios; puesto que el hombre no solo es instituido señor de la creación, sino también de su propio progreso, si bien, siempre acompañado de quien lo sostiene. En segundo lugar, dadas las características singulares de ser plasmado a imagen de Dios, el hombre está entonces capacitado y con el deber de continuar ese proceso en sí mismo. El hombre está pues: "destinado a consolidarse en lo físico y también, libremente, en lo divino" (Ireneo, 1992, p. 81). En tercer lugar, Ireneo entiende que la función de sus escritos es clarificar estos conceptos, exponer pedagógicamente la manera en que Dios actúa, de tal manera que, teniendo claridad racional, el ser humano pueda actuar de acuerdo con los principios de una verdadera fe que lo lleve a la plenitud de su naturaleza gracias al acompañamiento del creador.

Una vez realizado este recorrido, surge la pregunta por cómo realizar una lectura de la historia humana que dé cuenta de la acción de Dios como acompañante y plasmador de la creación ¿Cómo es posible una lectura de la historia humana como historia de salvación?

PLASMACIÓN COMO CLAVE HERMENÉUTICA DE LA HISTORIA HUMANA

Ireneo entiende que Dios ha estado y está presente en el acontecer del ser humano, pero no de cualquier forma, sino acompañando y sosteniendo el proceso de maduración iniciado en la creación. Por tal razón, el Obispo de Lyón propone una lectura de la historia humana presente en las Escrituras resaltando el modo como Dios se ha comprometido en la plasmación del ser humano. Para ejemplificar esta lectura de la historia se presentará un caso paradigmático del A.T. propio de la comprensión de Ireneo, y finalmente la lectura que realiza el obispo sobre Jesús y su continuidad en la historia de la humanidad por medio de su Iglesia.

Alianza con Abrahán

Uno de los relatos más significativos que aborda Ireneo en su estudio del A.T., luego de la expulsión de Adán y Eva del paraíso, es la alianza con Abrahán Gn 17, cuya idea central es la manifestación de Dios a la humanidad. El relato se estructura en tres grandes momentos: Manifestación de Dios, fe y decisión de Abraham, alianza simbolizada en la circuncisión.

En primer lugar, Dios tiene piedad y se manifiesta ante la búsqueda de Abrahán: "[...] se encuentra Abrahán que busca al Dios que le corresponde [...] siguiendo el ardiente deseo de su corazón, peregrinaba por el mundo preguntándose dónde estaba Dios y comenzó a flaquear y estaba a punto de desistir en la búsqueda" (Ireneo, 1992, p. 109). Este inicio de la narración recuerda elementos ya tratados en la teología de La Epideixis, tales como: Dios creó al hombre y ante la desobediencia de Adán y Eva los expulsa del paraíso, pero los pone en un camino que los conduce a él. En el camino el ser humano no está solo, sino que Dios lo acompaña, por eso Abrahán busca a Dios que le corresponde, pues Dios no se ha alejado de su obra. Ahora bien, como el hombre es pequeño o menor de edad, entonces fácilmente flaquea en la ausencia de su creador. Queda claro que la fragilidad del hombre lo lleva a alejarse de su creador, pero la voluntad de Dios se mantiene en la relación, de tal manera que sale al encuentro del ser humano cuándo éste intenta desistir: "Dios tuvo piedad de aquel que, solo, le buscaba en silencio. Y se manifestó a Abrahán, dándose a conocer por medio del Verbo como por un rayo de sol" (Ireneo, 1992, p. 109).

En segundo lugar, Abrahán tiene fe y decisión ante las promesas de Dios, pues la Logofanía trae consigo la misión de salir a una tierra prometida: "Sal de tu tierra, de tu pueblo y de la casa de tu padre; emigra al país que te indicaré y fija allí tu morada" (Ireneo, 1992, p. 109); y la promesa de bendición a su descendencia: "Mira a lo alto, al cielo, y, si puedes, cuenta las estrellas del cielo. Así será tu descendencia" (Ireneo, 1992, p. 110). Esta misión y bendición por parte de Dios evidencia su compromiso con la humanidad en la persona de Abrahán, de tal manera que ratifica su acción plasmadora, no solo en el momento de la creación, sino también a lo largo de la historia.

En tercer lugar, el Padre sella su relación con la humanidad por medio de la circuncisión y la vida de Isaac.

Era incircunciso cuando recibió este testimonio, y para que la grandeza de su fe fuera reconocida con un signo, le dio la circuncisión como sello de la justicia de la fe de la incircuncisión. Después de esto, según la promesa de Dios, de la estéril Sara le nació un hijo, Isaac, que circuncidó según el pacto que Dios había estipulado con él (Ireneo, 1992, p. 110).

En esta última parte Ireneo muestra cómo la economía de la salvación se concretiza en una pedagogía específica: el Padre se manifiesta por medio del Hijo al hombre, pero requiere de la decisión y fe del hombre en el concreto histórico. La hermana Namikawa en su artículo "La Paciencia del crecimiento y la maduración. Del hombre recién hecho al hombre perfecto de Ireneo de Lyon", señala cómo en Ireneo Dios:

[...] ha querido permanecer abierto a las debilidades y vicisitudes de la condición humana como creatura. Así muestra su profunda confianza y amor hacia el hombre, y a la vez demuestra que por el ejercicio de la libertad en el obrar el hombre se perfecciona y entra en comunión con Dios llegando a ser más de lo que ha sido en el comienzo (Miyako, 2008, p. 59ss).

De acuerdo con esta comprensión de la pedagogía de Dios, el hombre ha de participar activamente en la concreción de la economía de salvación, porque el proceder de Dios supone el concurso de la libertad del hombre, anteriormente descrito.

Esta manifestación de Dios a Abrahán refleja dos elementos fundamentales de su pedagogía; en primer lugar, retoma la economía de salvación dispuesta por Dios Padre: "[...] el verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y según la economía dispuesta por el Padre [...]" (Ireneo, 1992, p. 63). Es decir, Ireneo muestra la forma en que Dios se manifiesta por medio del Verbo desde el A.T., con lo cual ratifica su convicción de que toda Teofanía es Logofanía. Se ha afirmado cómo Ireneo entiende la relación intra-trinitaria desde los trabajos de cada una de las personas. Por tal razón, la trinidad siempre presente en la historia se manifiesta desde las funciones que cada uno posee en su relación con la creación. Y, en segundo lugar, señala el modo en que Dios no se desentiende de su creación, sino que la asiste cuando el hombre voltea su mirada y le busca.

Este punto es uno de los énfasis que resalta Namikawa, llegando a afirmar que: "El hombre no puede ser o realizarse sino en apertura a Dios, y eso, en cuanto carnal, en lo más débil; porque es allí donde se hace más patente el poder de Dios" (Miyako, 2008, p. 60). Es importante resaltar que, si toda manifestación del Padre es en sí una Logofanía, entonces, y según lo dicho, toda Logofanía es en sí misma una manifestación de la pedagogía de Dios para con el hombre. Por ende, la manifestación de Dios Padre en el Hijo a Abrahán hace parte de la economía de la salvación querida desde el inicio. Por lo cual, la manifestación de Dios posee una injerencia directa en el crecimiento del hombre, pues ésta ha sido la intención desde la creación.

Con todo ello puede apreciarse la forma en que Ireneo, con la presentación de los relatos de la historia de salvación del A.T., describe el modo como Dios siguió llevando al ser humano hacia la madurez de su condición humana, es decir, a la plena imagen de Dios. Una nota que emerge de este pasaje señala cómo el modo de proceder de Dios busca la madurez del ser humano desde los acontecimientos de su historia, y es deber del hombre abrirse y comprender este acompañamiento.

Cristo, plenitud de la economía de salvación

Una vez analizado el proceder de Dios en la historia del ser humano, y particularmente en la historia del Pueblo de Israel, Ireneo emprende un segundo análisis enfocado en la persona del Verbo. Según J. Smith (Ireneo, 1992, p. 31) puede entenderse esta parte de La Epideixis como una segunda mitad que aborda la historia de la salvación después de Cristo, leyendo su preanuncio en el A.T. y la posterior manifestación en el N.T.

Para hablar particularmente del Hijo-Verbo, Ireneo inicia una lectura del A.T., especialmente de los profetas, a la luz de la manifestación del Padre en el Verbo desde antes de toda creación; pues como lo reconoce el profesor Albornos: "En el Antiguo Testamento como parte de una misma economía, esta salvación era vivida a modo de figura, esto es lo que anunciaban los profetas" (2011, p. 176). Para Ireneo el Verbo es el cumplimiento de lo predicho por los profetas en el A.T. y tiene como fin la manifestación del Dios de la historia: "Dios, por medio de los profetas, los predijo mucho tiempo antes [las acciones de Jesús] [...] para que, conociésemos que era Dios el que desde el principio nos había preanunciado nuestra salvación" (Ireneo, 1992, p. 147). En este sentido, el obispo de Lyon dirige su trabajo hacia la comprensión del Verbo como parte de Dios Padre antes, durante y después de la creación, y su encarnación se convierte en la clave para comprender la salvación del hombre (Zañartu, 2013, p. 57ss).

Admirable consejero. Luego de analizar la presencia del Verbo en la historia de salvación de Israel, Ireneo se adentra en la descripción del Verbo y sus cualidades; entre las que sobresale el ser consejero. El obispo de Lyon entiende esta cualidad en dos sentidos, consejero del Padre y de la humanidad: "Le llama 'Admirable consejero' sea del Padre sea nuestro" (Ireneo, 1992, p. 168). En cuanto consejero del Padre, se entiende que el Verbo ha estado presente desde la creación de todas las cosas, hasta la consumación de todo lo creado según la economía de salvación. En cuanto consejero de los hombres actúa de manera pedagógica con el hombre, pues busca apartarlo del error, pero no por medio de la fuerza, sino por medio de la persuasión, que es el modo propio de Dios: "Él es también consejero nuestro; habla y no obliga, como Dios [...] Nos aconseja renunciar al a ignorancia y recibir la gnosis, apartarnos del error para encaminar hacia la verdad [...]" (Ireneo, 1992, pp. 168-169).

En este punto particular es importante retomar algunos elementos respecto del proceder divino en la historia, tratados previamente, pero presentes con mayor claridad ahora. En primer lugar, el Verbo en tanto manifestación del Padre, no actúa por la fuerza pues sería contrario a la voluntad procesual que hasta ahora se ha intentado sostener; por tal razón habla y aconseja. En segundo lugar, retomamos el tema de la fe fundada en el conocimiento de las verdades divinas, por lo cual el consejero busca que los creyentes renuncien a la ignorancia y así acepten la incorruptibilidad, que es el fin para el cual el hombre fue creado. Y, en tercer lugar, manteniendo la imagen del camino en el cual fue colocado el hombre luego de la expulsión del paraíso, ahora se hace manifiesto el modo en que el Consejero busca: "apartarnos del error para encaminar hacia la verdad" (Ireneo, 1992, p. 169). De esta manera, se hace evidente cómo Ireneo mantiene la procesualidad de Dios para con la humanidad, desde las acciones de las tres Personas de la Trinidad.

La pasión como culmen de obediencia. Otro pasaje representativo es el referente a la sentencia y pasión de Cristo, puesto que allí se describe en concreto el modo en que Jesús manifiesta la salvación a la humanidad por medio de su obediencia al Padre. El texto sobre la pasión y su sentencia se estructura en tres grandes partes: en primer lugar recuerda lo escrito en Isaías sobre el siervo sufriente (Is 52 ss); en segundo lugar, sostiene el centro del texto sobre la aceptación libre de la muerte: "De esta forma anuncia que acepta libremente la muerte" (Ireneo, 1992, p. 186); en tercer lugar, manifiesta cómo esta acción es motivo de salvación para quienes creen, y condena para los que no: "Así es la sentencia: por algunos ha sido sufrida y estos la toman sobre sí mismo como propia condena; para otros ha sido eliminada y se salvan" (Ireneo, 1992, p. 186).

Conviene hacer énfasis en la afirmación «acepta libremente la muerte» debido a que allí subyace propiamente el hecho salvador. Eugenio Romero, en una nota a pie de página, analiza el texto de Ireneo y señala dos matices: en primer lugar, el silencio y humildad con que Jesús asume su sentencia no proviene de una superioridad o insensibilidad humana como lo afirmaban los docetas; esta impasibilidad proviene de la humildad de quien acepta su destino como voluntad superior. El segundo matiz, se desprende del anterior, hace referencia a la humildad con que se acepta la sentencia como fruto de un acto supremo de obediencia, que remite al excelso uso de la libertad con que el hombre fue hecho, y que ahora se encuentra encaminado a madurar (Ireneo, 1992, p. 186).

Así las cosas, puede afirmarse que la pasión de Cristo es también un acto pedagógico por parte del Verbo, de cara a la humanidad. Puesto que, cuando Jesús acepta la pasión desde la humildad, está enseñando a la humanidad el verdadero uso de la libertad de cara a la voluntad del Padre y la economía de salvación. En consecuencia, la voluntad divina busca la obediencia de la humanidad, obediencia al Padre que pasa por asumir las cruces que sobrevienen al vivir bajo los criterios del Reino (Ireneo, 1992).

El amor como centro de la pedagogía. Al abordar el tema de la salvación presente en Cristo, Ireneo centra su argumentación en la superioridad del amor sobre la fuerza de la ley: "Pero no es con la locuacidad de la ley como se salva el género humano sino con la brevedad y precisión de la fe y de la caridad" (Ireneo, 1992, pp. 209-210). Al respecto, el texto se divide en dos momentos: en primer lugar, entiende la primacía del amor en consonancia con la historia de salvación descrita anteriormente, es decir, mantiene la continuidad en la economía de salvación gracias a lo dicho por Isaías, Pablo y los evangelistas.; en segundo lugar, describe la relación entre fe-amor-ley.

Se ha afirmado previamente el interés que posee el obispo de Lyon en plantear la continuidad de la fe en relación con el A.T. y los Apóstoles. Por esta razón, se vuelve a encontrar a Isaías recordando la promesa del Padre sobre enviar una palabra concisa a la tierra: "[...] porque Dios enviará una palabra concisa, con eficacia, sobre toda la tierra". (Ireneo, 1992, p. 210). Esta promesa se concretiza en Jesús y así lo atestigua Pablo en la carta a los Romanos (Rm 8,3 ss), según lo refiere el mismo Ireneo. Finalmente, este camino argumentativo llega a su máxima expresión en las palabras de Jesús en los evangelios de Mc y Mt:

¿Qué mandamiento es el primero de todos?, respondió: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu fuerza, y el segundo es similar a éste: amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden la ley y los profetas (Mc 12,30; Mt 22,37).

Una vez realizado este recorrido por la escritura, con el cual se mantiene la continuidad del mensaje de Cristo dentro de la economía de salvación; pero Ireneo da un paso más y explica la forma en que con Cristo, en cuanto manifestación plena de la voluntad del Padre en la historia, se llega a la máxima expresión pedagógica del Padre. Cristo suscita la fe en él, y con ello crece el amor a Dios y al prójimo. De lo afirmado hasta ahora se puede entender que la acción pedagógica del Padre para con el hombre, expresada de manera absoluta en la persona de Cristo -Verbo encarnado-, se condensa en el adecuado uso de la libertad, el cual corresponde con la obediencia al Padre.

Aceptar a Jesús es creer en el modo como, desde su humanidad, asume la libertad y escoge la obediencia; en virtud de lo cual, se suscita el crecido amor al Padre y al prójimo. Con ello, se evidencia que, si bien la ley no desaparece -porque fue el método pedagógico utilizado por Dios en el A.T-, también es cierto que, en el N.T., con Cristo, el amor contiene y supera la ley, puesto que implica la máxima expresión de la libertad, en cuanto determinación voluntaria respecto de la economía de salvación:

A los que fueron así liberados [Dios] no quiere llevarlos de nuevo a la legislación de Moisés -pues la ley se cumplió en Cristo- sino salvarlos mediante la fe y el amor hacia el Hijo de Dios en la renovación de la Palabra [...] (Ireneo, 1992, pp. 211-212).

Al entender que Cristo es el culmen de la revelación del Padre, en tanto que Logofanía absoluta, Ireneo señala el amor como el vínculo que conlleva a la obediencia, y éste concretizado en la comunidad. El amor es el motor que conduce a la obediencia libre al Padre, logrando de este modo el máximo nivel de madurez procurado por el Padre en su proceso de plasmación.

El énfasis eclesiológico de Ireneo puede leerse en dos sentidos: como parte de su contexto polémico, donde se colocaba en tela de juicio la legitimidad de la doctrina cristiana -en este sentido, se verá ahora la forma en que el obispo de Lyón encamina su obra hacia la ratificación de la primitiva comunidad cristiana como lugar de concreción de la economía de salvación-; y como continuidad histórica de la acción de Dios, en virtud de lo cual, se entiende que el análisis de la comunidad apostólica del siglo II sirve como paradigma de análisis de la subsiguiente historia humana, a la luz de la acción divina en la historia.

Iglesia como continuadora de Salvación. En el trabajo de señalar el modo en que aparece la economía de salvación en la historia del pueblo de Israel, Ireneo ubica finalmente lo referente a la Iglesia como continuadora de la acción de Dios en la historia de la humanidad. Este último referente se configura a la luz de dos elementos: lo relacionado con los testigos de Jesús, en tanto que Cristo, y la misión que se les encomienda a esos testigos. En cuanto al primer elemento, se ha sostenido el interés de Ireneo por mantener la continuidad de la obra de Dios en la historia de la humanidad; por lo cual, al hablar de los testigos de Cristo, la lista inicia con Juan el Bautista y culmina con los discípulos y testigos de la resurrección que son denominados finalmente apóstoles: "Juan el bautista [...] hizo saber que éste era el Cristo sobre quien el Espíritu de Dios había descansado unido con su carne. Los discípulos y testigos de todas sus buenas obras [...] es decir los apóstoles [...]" (Ireneo, 1992, p. 144).

El segundo elemento hace referencia a la misión que poseen esos apóstoles de Cristo: "...enviados por Él por toda la tierra, convocaron a los gentiles, enseñando a los hombres el camino de la vida..." (Ireneo, 1992, pp. 144-145). La misión es salir a toda la humanidad, no solo a los judíos, por esta razón menciona a los gentiles, con el fin de enseñar el camino de la vida. Esta referencia al camino recuerda lo dicho sobre el castigo de Adán, su expulsión y ubicación en uno que retorna al paraíso. Así las cosas, la misión de los apóstoles del Verbo encarnado consiste en enseñar la teología como el camino de la vida.

Ireneo culmina esta lectura de la historia de Israel dejando claro el fin de todo verdadero creyente: enseñar el camino que conduce a la vida. Esta labor pedagógica proviene de asumir el modo como el Padre actúa de cara al hombre. Así como Dios posee una pedagogía particular para tratar al hombre, del mismo modo, los apóstoles de Cristo han de continuar con esa pedagogía, mostrando la acción de Dios en la historia y procurando enseñar al hombre el adecuado uso de la libertad para el cual fue plasmado.

ACTUALIDAD DE UNA VISIÓN PROCESUAL DE LA SALVACIÓN

Una vez observado el modo en que Ireneo se esfuerza por contestar a su ambiente con una interpretación del mensaje cristiano, anclado en la Escritura y la tradición apostólica, al mismo tiempo que respondiendo a cuestiones coyunturales de su tiempo; surgen varias cuestiones, tales como: a) el ser humano se encuentra en un proceso de maduración que se puede observar en los acontecimientos de la historia; b) es necesario comprender los eventos históricos a la luz de la presencia de Dios en la historia, pues sin esto no es posible el crecimiento esperado de la criatura; c) la comprensión de las cosas divinas por medios naturales implica claridad y conlleva a la fe, pues la voluntad de Dios no se impone, sino que busca persuadir a la criatura puesta en el camino que lleva al encuentro con el Padre; d) la voluntad de Dios requiere de la obediencia del ser humano, pues dado que respeta la libertad concedida a la criatura, entonces es necesario plantear un medio que no se imponga sino que persuada; e) el medio que ha elegido Dios a lo largo de la historia es el amor -expresado paradigmáticamente en la persona de Jesús- del creador a la criatura que revierte en obediencia de la criatura al creador; y, finalmente, f) la comunidad es el lugar privilegiado para experimentar y transmitir el amor de Dios Padre encarnado en Jesús y presente posteriormente gracias al Espíritu Santo.

Estos elementos permiten entender de una manera más integral la salvación del ser humano en la historia, pues la salvación de la unidad de la naturaleza humana da como resultado que el hombre esté destinado a compartir la plenitud con Dios (Albornos, 2011, p. 174ss). Y como ese destino es deber del ser humano que se abre a la acción de Dios, entonces resulta que la historia humana no solo es el escenario para corroborar la acción de Dios para con el hombre. La historia se convierte en el campo de ejercicio de la humanidad que, abierta a la acción de Dios, puede conducirlo a la plenitud divina.

Esta postura teológica resulta profundamente pertinente hoy en día, pues el mundo actual tiende cada día más a separar el ámbito espiritual o sacro, del material o profano. Algunos grupos religiosos interesados en dividir o separar lo puro de lo impuro fundamentan sus lecturas de Dios, hombre y mundo en una visión dualista, que les permite hablar de una religión desencarnada de la realidad humana y destinada a unos pocos elegidos. En el otro extremo surgen cada día más corrientes y movimientos humanos que, anclados en la misma dualidad, seccionan al hombre y desdicen de la capacidad espiritual, encerrando la humanidad en la inmediatez y consumismo del mercado del instante.

La pertinencia de la pregunta por la salvación de Dios en la historia se convierte en tema central de la predicación cristiana, pues implica una necesaria responsabilidad por los acontecimientos del aquí y del ahora de cada creyente. En este sentido, la propuesta de Ireneo resulta sumamente pertinente para los diversos métodos de teologías contextuales, que pretenden responder a las situaciones concretas de los creyentes.

El centro de dicha pertinencia se encuentra en el camino inverso trazado en el presente artículo. Al inicio del presente texto se planteó la pregunta por la salvación del ser humano y por medio de una lectura de la acción de Dios en la historia humana, desde la sagrada Escritura, pudo reconocerse el modo del actuar divino para con el hombre, llegando a los concretos del amor-obediencia como fundamentos. Sin embargo, en la actualidad sería conveniente realizar el camino contrario, partir de la situación de cada comunidad hacia descubrir la salvación de Dios en la historia. Este recorrido contrario es el que subyace a la propuesta de Ireneo. Como ya se dijo, particularmente la obra de La Epideixis no solo es una obra apologética, sino que es catequética. Es decir, pretende que los creyentes se dirijan hacia Dios. De lo anterior se constata la razón por la cual los aportes de Ireneo para una mejor relación de los seres humanos con Dios pasan, necesariamente, por la intelección de la acción de Dios en la historia, con el fin de mover a cada creyente hacia la verdadera fe.

Por tal razón, puede afirmarse que la teología que Ireneo desplegada en el presente artículo busca incitar en el creyente el amor a Dios como criador y acompañante del ser humano en su proceso autónomo de maduración. Recogiendo las palabras de Namikawa, la teología de Ireneo parte de una visión del hombre ser-en-el-tiempo, y no solo como un estar-en-el-tiempo. Donde la temporalidad no es vista como un elemento negativo, sino como la posibilidad planteada por Dios mismo para que el hombre sea lo que está llamado a ser, compartir la divinidad de su creador (Namikawa, 2008).

Dos elementos fundamentales para la teología actual surgen de esta particular concepción: por una parte la libertad del hombre, que se expresa en los procesos temporales de acierto-error humanos, es la condición sine quibus non, el hombre no puede llegar a participar de la condición divina; por otra parte, la realización del hombre inicia desde el reconocimiento de la presencia y compañía de Dios en la comunidad, pues las relaciones con los demás son el origen del reconocimiento de Dios, al igual que se convierte en el lugar por donde, necesariamente, debe pasar toda respuesta de obediencia al criador.

Como ya se ha constatado en variadas ocasiones, la libertad es fundamental en la teología de Ireneo, pero la esta se entiende como una capacidad humana entregada por Dios para lograr una respuesta de amor que implica la obediencia. La libertad humana en Ireneo supera la cualidad de cualquier otra criatura, ya sea celestial o terrena, y allí radica el sublime destino del ser humano: compartir la divinidad. Ahora bien, esta cualidad en sí misma implica la posibilidad del error, el cual no es un castigo, sino que se encuentra contemplado en el plan de salvación ideado por el mismo Padre desde la creación. Esta manera de entender la libertad y la historia del ser humano es una riqueza que en la actualidad permite el diálogo con otras tradiciones religiosas y, sobre todo, con grupos humanos críticos ante la concepción tradicional de ser humano caído en el pecado.

La comunidad se reviste de un altísimo valor puesto que es el lugar donde se puede reconocer privilegiadamente la presencia de Dios, y esta comprensión implica una profunda responsabilidad con las realidades terrenas, pues involucra un profundo respeto a los aciertos y yerros de los seres humanos, en tanto que proceso de madurez, así como implica la responsabilidad necesaria para reparar y encaminar las relaciones hacia la plenitud a la cual están llamadas.

Por esta razón, resulta que la lectura de Ireneo se convierte en una llave que permite entender al hombre actual, acogiendo las inmensas bondades y riquezas de los avances humanos; pero, manteniendo una actitud de camino hacia el destino de plenitud que Dios ha querido desde el inicio para todas sus criaturas.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Luego de haber realizado un breve recorrido por la teología de Ireneo, sobresalieron elementos, por lo menos en tres aspectos: la comprensión de Dios, la comprensión de la acción de Dios en la historia y dos ejemplos de dicha acción. En primer lugar, sobresale la comprensión trinitaria de Dios, su acción creadora y la bondad inherente a toda la creación; lo cual puede entenderse como respuesta a las emanaciones propuestas por los gnósticos y el aumento de maldad en las mismas. En segundo lugar, se presentó la acción de Dios en la historia por medio de la creación constante, particularmente creación del ser humano entendida como plasmación. En tercer lugar, se realizó una selección de dos pasajes hermenéuticos de La Epideixis donde se ejemplifica el modo como Dios actúa en la historia de la humanidad. En el caso de Abraham pudo verse la voluntad salvífica de Dios que se manifiesta a la criatura y no lo abandona a sus errores; resaltando cómo el compromiso de Dios requiere de la respuesta del ser humano, pues desde la creación Dios quiso que el ser humano fuese libre y desde esa libertad respondiera a la gratuidad del amor del Padre. En el caso de Jesús se muestra su centralidad como hecho histórico fundante y manifestación plena del amor salvífico del Padre que, al encarnar a su Hijo, manifiesta la mayor Teofanía y se convierte en el hecho central de la salvación del ser humano en todas sus dimensiones, llevando a plenitud la plasmación humana desde la historia misma.

Esta línea argumentativa permite proponer una lectura de la historia humana desde la unidad de lo sagrado y lo profano en el origen mismo: Dios quiso que todo fuera bueno. Y, en este deseo divino, el ser humano cumple un papel particularmente relevante al encarnar la voluntad de Dios que implica asumir la libertad y desde ella continuar el proceso de plasmación iniciado por el Padre en la creación, manifestado históricamente en la persona de Jesús, y continuado en la Iglesia que se convierte en el medio por el cual el Espíritu de Dios continúa su acción en el mundo.

Con esta reflexión se desea proponer una postura particular ante algunos movimientos contemporáneos que ven en las realidades terrenas la ausencia fundamental de Dios, volviendo a la tentación gnóstica de expulsar lo divino de lo terreno. La pregunta por la salvación del ser humano en la historia implica que, como Ireneo, los creyentes volvamos la vista a la comprensión que tenemos respecto de la creación y la salvación, para reconocer la acción de Dios creando y salvando en todo momento y en todo lugar.

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1El presente escrito es fruto de una reflexión relacionada con el trabajo de grado para optar al grado de Licenciado en Teología, en la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá.

1 De ahora en adelante CVII.

Cómo citar este artículo en APA: Bueno Castellanos, M.A. (2018). Salvación del ser humano como proceso histórico de plasmación en Ireneo de Lyón. Cuestiones Teológicas, 45 (104), 357-381.

Recibido: 10 de Agosto de 2018; Aprobado: 03 de Octubre de 2018

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