Introducción
La tesis que buscamos proponer en este trabajo tiene que ver con recuperar la propuesta de la espiritualidad de los sentidos del teólogo portugués José Tolentino Mendonça. Los sentidos, como espacio de vivir el seguimiento de Jesús de Nazaret, eso es la espiritualidad, se realiza en medio de los relatos humanos, de las experiencias y de las búsquedas cotidianas de sentido personal, comunitario y de vinculación de Dios. En particular, este artículo, en tanto ha sido pensado y compuesto desde la ciudad y sus complejos dinamismos, tendrá el carácter de pensar la espiritualidad de los sentidos en los relatos de la ciudad. Por esta categoría estaremos comprendiendo que el transitar humano posee narrativas, experiencias que se comunican, cuerpos que se interrelacionan, vinculaciones con el pasado, experiencias de presente y sueños de futuro. Ahora, el adjetivo de la ciudad no es excluyente a otros espacios humanos, sino que más bien indica el lugar desde el cual se piensa y construye esta propuesta. Y, finalmente, indicar que el marco general es doble, a saber: la experiencia de la pandemia del coronavirus como momento de época que ha supuesto una re imaginación de las mismas experiencias humanas, políticas, económicas y también espirituales o religiosas y, en segundo lugar, el marco de la antropología teológica como cuestión teológica particular que consideramos relevante al pensar la espiritualidad, en razón de que ella, la espiritualidad, es una experiencia humana tanto en su forma de comprensión como en su práctica cotidiana, que, en nuestro caso, tiene que ver con los sentidos, el cuerpo y los modos de transitar el espacio cotidiano.
La antropología teológica en tanto marco referencial de la propuesta
Por tanto, si el tema que buscamos proponer tiene que ver con la antropología teológica, consideramos ofrecer algunas caracterizaciones sobre esta área del pensamiento teológico. Al decir de Gelabert (2006), "es la reflexión sobre el ser humano a la luz del discurso sobre Dios [...] la antropología teológica es un discurso sobre el hombre a la luz del discurso sobre el Dios revelado en Cristo. Dicho de forma más sencilla y directa: antropología teológica es la visión cristiana del hombre" (p. 11).1 Este discurso sobre el hombre-mujer (la antropología), discurso pensado y comunicado desde la revelación que Dios realiza sobre sí mismo en la historia, y de un modo particular y definitivo en Jesús de Nazaret (cf. Jn 1, 14; Heb 1, 1-2), debe considerar la cultura en la cual encuentra su situación comunicativa. Lo anterior expresa que el conocimiento que poseemos de lo humano, conocimiento que nos viene de la revelación de Dios, debe encontrar en la cultura los modos de comunicación (lenguaje, símbolos, expresiones e imágenes).
Con ello, el conocimiento manifiesta dos aspectos íntimamente unidos entre sí: en primer lugar, indica que el conocimiento es situado, es decir, se piensa y se comunica en una historia particular, en un momento o época específica, en una situación particular y con coordenadas propias. El conocimiento tiene el carácter de ser histórico y situado porque el mismo ser humano es un ser situado, un ser lanzado a la historia. En segundo lugar, el conocimiento situado es limitado en tanto el enfoque que cada uno observa e intenta comprender responde a una experiencia particular propia. Es relativo en tanto no conocemos la totalidad de las cosas, sino que poseemos un determinado enfoque de visión.
Este elemento es recuperado por autores como Benzo (1978), quien indica:
Cada generación humana se encuentra con una situación cultural (social, económica, científica, técnica, política) caracterizada por unas determinadas adquisiciones y preocupaciones intelectuales propias, a la que a su vez modifica en su intento de superarlas y darles respuestas, y transmite, así transformadas, a la generación siguiente. La teología comparte, claro es, ese condicionamiento cultural con las otras disciplinas del saber. No solo porque el teólogo no puede evadirse de la época en que le ha correspondido vivir, sino porque no debe, ya que esas preocupaciones y adquisiciones particulares de su tiempo expresan aquellos aspectos de la eterna e inagotable pregunta por la verdad que más apasiona a sus contemporáneos, y a los que la teología, como los otros saberes, está obligada al intento de iluminar. (p. 34)
Desde lo anterior, podemos reconocer los siguientes elementos que, a nuestro entender, representan puntos de anclaje al pensar nuestro tema particular, a saber: la espiritualidad de los sentidos en los relatos de la ciudad.
En primer lugar, la consideración de la situación cultural en la que vivimos. Si nuestro tema tiene que ver con los sentidos, en tanto expresión de aquellas puertas de acceso que el ser humano cuerpo posee hacia la realidad, hemos de considerar que el cuerpo de nuestro tiempo tiene sus particularidades. Vivimos en la época del cuerpo pandémico, del cuerpo cubierto y protegido por mascarillas. Es el tiempo del cuerpo en cuarentena, del cuerpo contagiado y muerto por el contagio,2 del cuerpo que debió (y debe) habituarse a cambiar sus modos de vivir ese mismo cuerpo. Incluso, es muy sugerente pensar cómo han sido nuestros sentidos las claves para detectar si estamos o no contagiados, en tanto se pierde el sentido del olfato y del gusto como síntomas de la misma pandemia.3 Al decir de autores como Žižek (2021) en su obra sobre la pandemia de la covid-19, es necesario reconocer cómo el no me toques4 es una de las expresiones antropológicas fundamentales de este tiempo de contagios corporales.
Hoy, en medio de la epidemia del coronavirus, todos estamos bombardeados precisamente por llamadas a no tocar a los demás sino para aislarnos, para mantener una distancia corporal adecuada. ¿Qué significa el mandato "no me toques"? Las manos no pueden llegar a la otra persona; solo desde el interior podemos acercarnos los unos a los otros, y la ventana hacia "dentro" son nuestros ojos. En estos días, cuando conoces a alguien cercano (o incluso un extraño) y mantienes una distancia adecuada, una mirada profunda a los ojos del otro puede revelar más que un íntimo roce. (p. 11)
Estas pueden ser algunas claves desde las cuales vamos comprendiendo a qué hacemos referencia con el cuerpo, tanto en un nivel especulativo o categorial, pero también qué significa hacer experiencia corporal en nuestro tiempo pandémico. Y en esto es necesaria la consideración de una nota importante: al hacer mención del "cuerpo", no estamos haciendo alusión de manera exclusiva a la carnalidad, sino expresando que toda la realidad humana es cuerpo. No solo tenemos cuerpo, sino que somos cuerpo. Hay una ontología corporal, una dimensión esencialmente corpórea de nuestra vida, lo cual es una nota que ya ha sido reconocida por varios autores.5 De este modo, es necesario pensar desde la teoría del conocimiento que el conocimiento-experiencia que tenemos de nuestro cuerpo es histórico (situado) y también limitado, es decir, cada uno de nosotros posee una particular comprensión del cuerpo en general y de su propio cuerpo (de la identidad particular) como comprensión específica. A través del cuerpo nos vinculamos con el mundo que nos circunda, hacemos la experiencia de las relaciones interpersonales, entramos en la capacidad del autoconocimiento, y podemos también vincularnos con lo trascendente. Con ello, el cuerpo es una realidad multidimensional.
En segundo lugar, Benzo (1978) recuerda que la disciplina teológica ofrece una epistemología o un conocimiento particular. La teología es un posible enfoque para mirar la realidad. La teología, con ello, surge como una reflexión, un pensamiento que busca comprender la realidad (mundo, seres humanos, culturas, Dios-lo trascendente, la espiritualidad) desde un cuerpo categorial propio, reflexión que busca ser útil a la vida de la fe y a la discusión pública de esa fe con otros saberes.6 Y dicha comprensión, como hemos indicado, es contextual y limitada. Por tanto, la teología como un pensamiento particular expresa que nunca podremos hacer experiencia total de la realidad, que, en sí misma, es multifocal.
En la teología, el foco desde el cual interpretamos la realidad es Cristo. El acontecimiento Cristo es el principio interpretativo (hermenéutico) por el cual comprendemos el cuerpo y los sentidos, como foco particular de nuestra propuesta. Si Benzo (1978) habla de la eterna e inagotable pregunta de la vida humana (el origen, la convivencia y el destino7), dicha pregunta se puede responder desde Cristo. Si la pregunta es qué es la espiritualidad de los sentidos en los relatos de la ciudad, la modulación de la respuesta pasa por la consideración de la Encarnación, es decir, de que Dios mismo en Jesús se hace cercano a nosotros en el cuerpo. Dios se apropió de nuestro cuerpo, de nuestra sensibilidad, de nuestra experiencia histórica y mundana (Jn 1, 14). Dios en Jesús ha asumido los cinco sentidos del cuerpo, el sentido común, la vinculación afectiva y cognitiva que vivimos a través de la corporalidad.
Cuerpo, sentimientos e integralidad humana
Canals (2002) señala lo siguiente: "aunque es cierto que la reflexión consciente o la razón guía del mundo del ser humano, esta condición no condice el hecho del rol que juegan los afectos y, en particular, la expresión de sentimientos y emociones.8 La razón pura puede ser hermosa pero fría como un témpano. Solo la calidez de los afectos es capaz de entibiarla e iluminarla como la luz del sol, a través de un prisma que genera un arcoíris de colores" (p. 144). Este tema, que posee en su centro la integralidad de lo humano, elemento que hemos venido proponiendo desde el comienzo de esta reflexión (teoría del conocimiento, lo situado y lo limitado), muestra la importancia de no reducir la experiencia humana a la sola razón formal (instrumental o técnica), sino que da espacio a los afectos, a los sentimientos y a las emociones, todos elementos que se manifiestan a través del cuerpo. Estas ideas también las ha expuesto Canals (2015) cuando habla de la "visión integral sobre el ser humano" (p. 41). Esta visión integral es aquella que comprende al ser humano como un todo. La espiritualidad de los sentidos que estamos recuperando es aquella capaz de asumir la totalidad de lo humano, para, desde esta consciencia, detectar los modos en los que la experiencia creyente se va desarrollando. No creemos al margen del cuerpo, de los sentidos o de los afectos, sino que vivimos nuestra espiritualidad corporal, sensitiva y afectadamente.
En otro momento de su argumentación, Canals (2015) indica: "a diferencia del libro, la taza y el café, que son sistemas cerrados, nosotros somos materia viva como sistemas abiertos al medio. Intercambiamos energía, materia e información. Hablamos, comemos, procreamos, nos movilizamos con nuestros propios medios, nos relacionamos emocionalmente con otros e intercambiamos energía termodinámicamente" (p. 44).9 Desde esta consideración, se nos indica que somos seres altamente complejos, complejidad vivida en la apertura ontológica (esencial) que poseemos y desde la cual nos vamos desarrollando.
Es en medio de nuestra condición humana que se nos abre la posibilidad de la vinculación con lo trascendente. Organizamos y realizamos la búsqueda del sentido desde nuestra corporalidad, desde los sentidos y sentimientos, desde nuestras relaciones fundamentales. En tiempos de contagio, es sugerente recuperar cómo, incluso, en el cuerpo pandémico surge la pregunta por el lugar de la espiritualidad, por su inteligencia y por su carácter de experiencia. López (2019) indaga estas cuestiones cuando declara:
Mi cuerpo, ese espacio habitable. Su interior -el intracuerpo, para Ortega y Gasset-, también lo percibo. No lo agotan las sensaciones de nuestros órganos o de nuestros músculos/tendones, que nos informan de nuestra ubicación. Cierro mis ojos y siento [...] hasta desbordarnos y desembocar en un océano consciente que trasciende nuestros límites. (p. 79)
La habitabilidad del cuerpo supone el ejercicio de los sentidos que se abren y disponen a captar lo trascendente que está más allá de la carne, pero que supone su reconocimiento. Desde el cuerpo vamos abriendo nuestros sentidos a lo superior. Se ejerce la auténtica inteligencia espiritual, lo que, a juicio de Vaughan (2002) citado en Torralba (2019), tiene que ver con
la capacidad de comprender con profundidad las cuestiones existenciales de distintos niveles de consciencia [.] una persona espiritualmente inteligente tiene una enorme capacidad de conexión con todo lo que existe, pues es capaz de intuir los elementos que unen, lo que subyace en todos, lo que permanece, más allá de las individualidades. (p. 49)
La integralidad humana por la que estamos apostando supone el ejercicio de reconocer cómo la inteligencia no es solo la instrumental, sino que se adentra en los elementos de la espiritualidad, de los sentimientos y de las emociones. Lo que Canals (2002, 2015) y Torralba (2019) nos muestran con sus propuestas es que toda la vida representa una fuerza a través de la cual vamos viviendo la profundidad del vínculo con lo otro. Los sentidos, como puertas de acceso al mundo y como espacio de experiencia espiritual, nos abren la posibilidad de captar otras formas de vida, de una vida toda y compleja.
Por tanto, si nuestra propuesta busca indagar la espiritualidad de los sentidos en los relatos de la ciudad, el enfoque se articula en el cruce de la antropología teológica (tal y como la hemos venido comentando) y la cristología, es decir, cómo Jesucristo da un sentido transformador a nuestros cuerpos y a los sentidos de nuestro cuerpo (vista, gusto, tacto, olfato y oído). Nuestro cuerpo y Jesucristo están relacionados; nuestra forma de seguimiento de Jesús (la espiritualidad10) se realiza corporalmente y en el tránsito vivido en la ciudad y en sus relatos, es decir, en las diversas formas por medio de las cuales vamos comprendiendo el medio que nos rodea y comprendiéndonos a nosotros en la interacción con ese mismo medio. Por tanto, la espiritualidad en general y la espiritualidad de los sentidos en tanto enfoque particular poseen la característica fundamental de tener raíces antropológicas y de entender esta antropología como integral.11 Por tanto, la espiritualidad de los sentidos en medio de los relatos, de nuestras vidas particulares, familiares, eclesiales, políticas, económicas, culturales, pedagógicas, laborales, alimenticias, afectivas y eróticas, de oración y encuentro, es una forma de integrar el cuerpo en el encuentro con Cristo, de integrar la corporalidad en Aquel que ha querido compartir nuestra propia corporalidad (cf. Jn 1, 14).
La espiritualidad de los sentidos o del instante: la propuesta de José Tolentino Mendonça
Desde aquí ya comenzamos a presentar la propuesta de la espiritualidad de los sentidos de José Tolentino Mendonça. Lo primero es indicar que esta es una forma particular de comprender la espiritualidad y que, en cuanto a su aparato conceptual, metodología y elementos articuladores, es una forma dentro de un amplio concierto de formas de comprender la espiritualidad cristiana. Lo que nos llama la atención de esta propuesta y que buscamos relevar es el carácter poético, lúdico, sensible y actual de la espiritualidad de los santos, es decir, comprender cómo en el cuerpo hay una profunda espiritualidad. El modo de acercarnos a la propuesta de Mendonça será relevar algunos puntos centrales de su obra del mismo nombre (Hacia una espiritualidad de los sentidos) a modo de hermenéutica general de las mismas expresiones o elementos transversales, hermenéutica que se realizará, además, teniendo como foco los relatos de la ciudad que consideramos el posible espacio de interacción de esta espiritualidad sensible.
Para Mendonça (2016), el cuerpo y los elementos que lo manifiestan en los sentimientos, las emociones o los sentidos poseen una profunda dimensión espiritual. Es más, nos dice que "el cuerpo es la lengua materna de Dios" (p. 14). Es profundamente llamativo la gramática de lo materno, incluso, de lo femenino.
Autores como Carl Jung desde la psicología han indicado que en el ser humano cohabita tanto el ánimo como el ánima, es decir, una dimensión más masculina y otra de carácter femenino.12 Nuevamente, vemos la integración de los aparentes contrarios, que, a su vez, supone el ejercicio de conocimiento y reconocimiento de cómo en nuestra experiencia vital cohabitan tanto lo divino como lo humano, lo masculino y lo femenino, el cuerpo y el alma. Esa es una clave importante al pensar la espiritualidad de los sentidos: todo lo que somos debe estar en la sintonía de la espiritualidad, es decir, la existencia cristiana total e integrada.
El sentido materno de la mística de los sentidos, de la espiritualidad del instante, es propuesto por Mendonça (2016) desde la imagen de un "laboratorio". Algo se ensaya, se practica, se busca; por ello, la metáfora del laboratorio. En este espacio de búsqueda, indica: "la vida es un laboratorio inmenso para la atención, la sensibilidad, el asombro que nos permite reconocer en cada instante, por escaso y precario que sea, la reverberación de una fantástica presencia: los pasos de Dios" (p. 14). Así, aparece una cuestión significativa, que surge como una propuesta clave: el laboratorio tiene la perspectiva de ser citadino. Es la espiritualidad de los sentidos en los relatos de la ciudad. Es aprender a captar el sentido de los pasos que en la ciudad vamos dando. Michel de Certeau, un autor al cual Mendonça (2016) recurre para proponer su obra de la espiritualidad de los sentidos,13 nos ha regalado un texto profundo, antropológico y sensible ante los tránsitos del caminar. Estamos haciendo referencia a La invención de lo cotidiano. En el volumen 1 de esta obra, De Certeau ha escrito el capítulo "Andares de la ciudad", el cual ofrece una interesante contraposición: por una parte, De Certeau (2007) ofrece el "concepto de ciudad" (p. 105), y por otra, las "prácticas urbanas" (p. 105).
El concepto de ciudad hace referencia a la planificación ideal que un arquitecto o un diseñador hace de un lugar y que proyecta en un plano o papel. A esta ciudad que llamaremos ideada, ¿qué le falta? Diremos y responderemos con De Certeau (2007) que su carencia está en las prácticas cotidianas que hacen que dicha ciudad tome vida, que sea un auténtico laboratorio. Un laboratorio solo es tal cuando los científicos lo habitan, lo pueblan, le dan sentido al espacio. Una cosa es la idea que tenemos de un laboratorio, pero otra muy distinta es el laboratorio vivido. Por ello, De Certeau (2007) ha dicho con razón que "la ciudad-concepto se degrada" (p. 107), degradación que sufre porque la ciudad real está enfrentada a la crisis del tránsito cotidiano de los que la habitamos. No es una ciudad limpia, sino que es una ciudad mosaico de muchas experiencias particulares que permiten comprender y vivir de determinadas formas ese espacio humano y espiritual.
La ciudad se camina, el laboratorio se experimenta. Es necesario, incluso, vagabundear la ciudad, entendiendo el vagabundeo como una práctica espiritual que supone la búsqueda de una mejor situación,14 de una realidad escatológica.15 Incluso, caminar ya supone el ejercicio de los sentidos: mirar hacia dónde vamos, sentir el bastón en el caso de un ciego, ser capaces de discernir el terreno que pisamos, escuchar, sentir un olor. Y, en medio de esas experiencias cotidianas, vamos haciendo experiencia del Dios que nos sale al encuentro en esas identidades peatonales, citadinas, corporales y espirituales.
Estas perspectivas sobre la mística y la espiritualidad hacen que Mendonça (2016) hable de que su propuesta también pueda calificarse de la "espiritualidad del instante" (p. 15) o como "sacramento del instante" (p. 58). Mendonça indica que el instante es el instante concreto, este instante. No es un instante idealizado, sino que tiene que ver con una concreción histórica del instante: "el punto místico de intersección de la historia divina con la historia humana es el instante. No es un instante idealizado o abstracto, sino este instante concreto" (p. 59). Por tanto, la espiritualidad de los sentidos supone el ejercicio de reconocer nuestros instantes y discernirlos, es decir, juzgarlos a la luz del acontecimiento Cristo. Es, incluso, abrirnos a pensar cuáles son los momentos vitales de Cristo (Encarnación, ministerio público, pasión, muerte, resurrección). Por ello, indica Mendonça (2016):
Este minuto preciso en el que estamos, esta hora concreta de nuestras vidas, estos días que nuestro corazón enfrenta con mayor o menor esperanza [.] la mística del instante nos reenvía, así, al interior de una existencia auténtica, nos enseña a hacernos realmente presentes: a ver en cada fragmento el infinito, a oír el oleaje de la eternidad en cada sonido, a tocar lo impalpable con los gestos más simples, a saborear el espléndido banquete de lo frugal y escaso, a embriagarnos con el perfume de la flor siempre nueva del instante. (pp. 59-61)
Con esto, la mística o espiritualidad del instante, también llamada mística o espiritualidad de los sentidos, va ahondando en una interesante dimensión estética de la realidad, entendiendo por estética el ejercicio de poner en práctica los sentidos. En palabras de Melloni (2019): "no en vano, estética y sentidos provienen de la misma raíz: aisthesin, "sensación". La estética consiste en el arte de afinar los sentidos" (p. 110). Y, en otro momento, esta vez vinculando sentidos y goce o placer (deseo), sostiene: "la percepción de los ojos y de los oídos, la capacidad olfativa de las fosas nasales, la sensibilidad de la piel y el gusto del paladar son el resultado de lentos y sofisticadísimos desarrollos de nuestro organismo, proceso impulsado por la necesidad, pero también por el deseo" (p. 108). Intuiciones similares podemos encontrar en Castelao (2015) quien afirma, por ejemplo, que los artistas son buscadores del Absoluto, en tanto ellos ejercitan lo que él denomina una "razón estética" (p. 143) y que el arte es un modo de percibir lo invisible que está presente en todo lo visible. Castelao (2015), incluso, indica que el artista es un místico, en tanto "él es sensible a la presencia de ese "algo-infinito" (p. 144).
Ahora, es bueno mencionar una salvedad: no es que la flor, no es que la comida o el paisaje sean Dios. Eso sería un panteísmo (todo es Dios y no se reconoce la distancia entre Dios y la creatura). Lo que la espiritualidad de los sentidos nos debe hacer interiorizar es que hay formas a través de las cuales podemos vincularnos con Dios, que la experiencia de Dios está mediada por lo sensible, en tanto nosotros vivimos un mundo sensible. Por ello, el cuerpo es la lengua materna de cada uno y, a su vez, es la lengua que Dios ha querido utilizar para comunicarse con nosotros. La revelación de Dios, la experiencia de Dios, es histórica, sensible, corporal. Pero no es que la historia, lo sensible o el cuerpo sean Dios, sino que son caminos que se abren para hacer esa experiencia. Castelao (2015) utiliza una imagen sugerente: "no podemos percibir el giro del globo terráqueo porque nos falta la distancia para verlo desde fuera. Giramos con la tierra, y por eso no captamos directa e inmediatamente aquello en o que estamos" (p.120). Por esto, es bueno mantener la distancia, la consciencia de la condición de creatura, la consciencia de que nuestro conocimiento es limitado.
Importancia del "volver a"
Y porque es limitado, Mendonça (2016) habla del volver a trabajar con nuestros sentidos, a darles una profundidad diferente y un sentido que vaya re-educándose. Es necesario emprender este camino en razón de lo que denomina una "atrofia de los sentidos" (p. 19). La atrofia de los sentidos tiene que ver con la falta de desarrollo simbólico-espiritual de los sentidos, no de una complejidad biológico-médica sufrida por ellos. Por ejemplo: signos de la atrofia de los sentidos es solo escuchar lo que a nosotros nos conviene oír; es ver solo lo que ocurre en nuestro pequeño núcleo y no ser capaces de reconocer lo que está aconteciendo más allá de nosotros; es no tener la capacidad de degustar otros sabores vitales y creyentes, conformándonos solo con nuestras experiencias particulares.
Esto, en palabras de Mendonça (2016), y a propósito de la respiración/olfato, hace referencia a lo siguiente: "respirar, vivir, no es solo tomar y expulsar aire, mecánicamente: es existir con, es vivir en estado de amor. Y, de la misma manera, abrazar el misterio es entrar en lo singular, en lo afectivo. Dios es cómplice de la afectividad: omnipotente y frágil; pasible e impasible, trascendente y amoroso; sobrenatural y sensible" (p. 46). Es decir, a través de los sentidos no solo degustamos un sabor, olemos un aroma, vemos un objeto, escuchamos una canción o palpamos una superficie, sino que a través de ellos hacemos una auténtica experiencia de Dios en tanto él es verdaderamente cómplice de lo que nos afecta. Y lo es porque El, en Jesús de Nazaret, asumió nuestros sentidos y dejó que ellos constituyeran las puertas por medio de las cuales poder vincularse con el mundo.
Por ello, la atrofia de los sentidos es la negación de la madurez espiritual de los mismos sentidos. En este sentido, el autor indica que la espiritualidad de los sentidos "puede desempeñar un papel transformador crucial" (Mendonça, 2016, p. 20), transformación que ocurre, entre otras cosas, por el "volver a" como figura de asumir y hacer resurgir siempre lo sensitivo-espiritual.
Es desde esta perspectiva que Mendonça (2016) hable de redescubrir el tacto, retornar al gusto, revisitar el olfato, volver a la audición y abrir la visión. Pero, incluso, ahí la racionalidad y la sensibilidad se muestra como limitada, en tanto siempre vamos intentando captar desde otras perspectivas lo que somos y de cómo lo que somos entra en vínculo con Dios. Ante ello, considera que es necesario pensar "un proyecto de espiritualidad" (p. 41). Este proyecto de espiritualidad indica que es necesario
encontrar una nueva hermenéutica, de arriesgar una nueva síntesis, de proponer, partiendo del acto de creer, pero también del acto de vivir, una nueva gramática sapiencial [...] la mística del instante exige que nos tomemos (más) en serio nuestra humanidad como narrativa de Dios que "vive en este mundo". (p. 41)
De este modo, la mística surge como la experiencia de la vida tal cual ella se presenta. No es la vida idealizada, sino que es la vida en ejercicio, con sus experiencias, con sus olores, sabores, tactos, escuchas, aromas, ciudades, calles. Este cambio de perspectiva sobre lo que es la espiritualidad-mística puede constituir una forma sugerente de ir repensando o volviendo a pensar de otro modo. Por ello, Mendonça (2016) indica:
Nos hacen falta maestros no solo de vida interior, sino sencillamente de vida, de una vida total, de una existencia digna de ser vivida. Nos hacen falta cartógrafos y testigos del corazón humano, de sus infinitos y arduos caminos, pero también de nuestra cotidianidad, donde todo es y no es extraordinariamente simple. Necesitamos una nueva gramática que concilie en lo concreto los términos que nuestra cultura concibe como irreconciliables: razón y sensibilidad, eficacia y afectos, individualidad y compromiso social, gestión y compasión, espiritualidad y sentidos, eternidad e instante. (pp. 42-43)
Por tanto, y a partir de los elementos teóricos que hemos ofrecido, creemos conveniente proponer algunas preguntas que permitirán a los lectores continuar reflexionando en torno a la espiritualidad de los sentidos tanto en su lectura personal como en la práctica pastoral o académica:
¿Cómo continuar ejercitando la espiritualidad de los sentidos?
¿Por qué un tiempo de pandemia necesitaría maestros de vida?
¿Cuáles son los cartógrafos que hoy precisamos? ¿Qué pastoral supone el ejercicio espiritual de los cartógrafos de este tiempo?
¿Cómo continuar valorando nuestra cotidianidad como espacio de ejercicio de nuestra espiritualidad?
¿Cómo animar a nuestras comunidades en el conocimiento e interiorización de la espiritualidad de los sentidos?
Al finalizar
La propuesta de la espiritualidad de los sentidos de José Tolentino Mendonça representa, a nuestro entender, una sugerente forma de acercarnos a la dimensión corporal de la experiencia interior. Lo que somos en el viaje interior lo vamos volviendo concreto en la vivencia de nuestro cuerpo, de los sentimientos, los afectos y, en nuestro caso, de los sentidos. La espiritualidad cristiana es una vivencia de lo integral, en que es todo el ser humano el que hace la experiencia de la fe y de la vivencia concreta de esta. Junto con ello, indicábamos que la comprensión de lo que es el cuerpo está condicionado y situado en relación con el tiempo en el cual especulamos y comprendemos lo que ese mismo cuerpo es. En nuestro tiempo marcado por la pandemia de la covid-19, se hace indispensable volver a recuperar la inteligencia teológica sobre nuestro cuerpo de manera de vivir de forma resignificada la espiritualidad de y desde los sentidos, vivencia marcada por los relatos de lo urbano, de las ciudades y sus tránsitos.
Luego de la lectura de la obra de Mendonça, consideramos fundamental que las comunidades cristianas continúen interiorizando estas propuestas y puedan asumirlas en vistas al trabajo pastoral, catequético, formativo, especulativo y práctico. La espiritualidad de los sentidos de Mendonça nos puede ayudar a proponer pistas para abrazar esos instantes en los cuales hacemos experiencia de Dios. Si la confesión cristiana se fundamenta en un Dios que asumió la corporeidad de todo ser humano, es desde ese cuerpo y desde sus sentidos que podemos vincularnos con el Dios amante de lo humano. Esto, sin duda, es un proyecto de humanización que, en nuestro tiempo, cobra una mayor relevancia.