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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.54 no.158 Bogotá July/Dec. 2012

 

Reseña

César augusto Delgado Lombana*

*Magíster en Filosofía por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá, docente de la Universidad de San Buenaventura, Bogotá. Contacto: hermeneia18@yahoo.es.


Prada Londoño, Manuel Alejandro. Lectura y subjetividad. una mirada desde la hermenéutica de Paul Ricoeur. Bogotá: Uniediciones, 2010.

El libro es un esfuerzo del autor por hacerse lector de la obra del filósofo francés. Esta idea de «hacerse lector» configura precisamente el sentido de interpretación que se propone en el libro para ingresar a comprender el horizonte de la lectura desde la perspectiva ricoeriana de una ontología de la posibilidad: posibilidad de hacernos lectores de los textos que sedimentan nuestra experiencia de vida y de nosotros mismos como textos encarnados y fracturados por el aliento del mundo, por el aliento del Otro.

Prada invita a que lo sigamos en el esfuerzo incesante de hacernos lectores a través de su traducción de la obra de Ricoeur, esfuerzo que él mismo efectúa al problematizar la manera como se ha comprendido la correlación entre texto, lectura y subjetividad, tres nociones que se abordan desde el horizonte del sujeto frágil que hace del rodeo textual no sólo una posibilidad epistemológica, sino estética, ética y política. De hecho, para Prada, leer es una condición de nuestro habitar el mundo en la trama de la vida compartida.

Habrá entonces que advertir que el objetivo de este libro fue hacer patente que el texto es, desde el ámbito de la ontología hermenéutica, un horizonte de posibilidad, de apertura a mundos que renuevan la mirada que podamos tener sobre nosotros mismos y los Otros. Es aquí donde aparece la piedra medular con la que Prada se juega su crítica a la mera epistemologización de la constelación textual. Texto será entonces ámbito de posibilidad de reconocimiento del sí mismo que soy con Otros, horizonte renovado en donde el sentido aparece para poner de manifiesto la finitud que atraviesa nuestra existencia.

Prada insiste en que no puede perderse de vista que el modo más propio de apuntalar el camino hacia el sentido del texto -a través de Ricoeur- es entender el llamamiento ético que desde estos se nos efectúa a hacernos responsables del mundo desplegado por la obra. El lector encontrará en las páginas del libro este llamamiento a comparecer frente al texto que implica, por un lado, la apropiación del horizonte, es decir, abrazar lo desplegado, el universo de la obra como un fin; y, por el otro, el distanciamiento requerido para no caer en la trampa de reclamar la superioridad frente a las obras. El texto trae en su carne una huella, un modo de orientarse en la existencia, huella como sentido que se juega en la utopía, en el despliegue de mundos posibles, lo que está por-venir; y en la ideología, como la pugna por la validez de un horizonte. Así, la obra expone un garante ético que fue desconocido y sobre el que Prada quiere volver para reclamar que los textos nos constituyen en nuestra mirada de mundo.

Enseguida habrá que preguntarse siguiendo a Prada: ¿qué sentido tiene reflexionar en torno al enigma de hacerse-nos lectores? Es esta la pregunta que pone el autor como hilo conductor para ingresar al mundo del texto. Después de hacer el llamamiento sobre el carácter ético del despliegue de la obra, se hace urgente pensar sobre la expresión «lectura». Leer es un acto mucho más complejo que la mera decodificación de la estructura en la que el texto se presenta. En apariencia este fue el rumbo que durante largos años se aceptó como mandato imperativo para dar con la «objetividad» entrañada en los textos. Sin embargo, Prada hace una apuesta radical por hacer evidente que en el trabajo de hacer-nos lectores no acontece bajo ninguna circunstancia la redención de un sustrato epistemológico que culmine con la captación de la «verdad» proyectada por la conciencia, como un modo de autoafirmación del sujeto trascendental de cuño moderno.

Todo lo contrario, el autor se esfuerza por mostrar que la reflexión por el sentido de la lectura avanza hacia la conquista del reconocimiento de una subjetividad que se constituye en la renuncia a la soberbia de una razón desolada que era incapaz de hacer justicia al llamado que lo Otro pudiera efectuar. Demos paso a la voz de Prada:

En una visión moderna, leer implicaba llegar al punto cierto de la comprensión racional de un texto cuyas estructuras eran descubiertas por el intérprete. Más aún: el acto de leer estaba inscrito en una forma racional de apropiar el mundo, era otra manifestación de la superioridad de la Razón para gobernar la vida humana. (...) El yo siempre triunfaba sobre el texto, pues era el garante de intelección1.

Estamos, pues, ante la perspectiva de que en la lectura acontece un sí mismo, una subjetividad que padece la finitud, que se fractura frente a la presencia de los Otros, un sí mismo que sabe del mundo gracias a los textos que hablan de la trama de la vida compartida, un sí mismo radicalmente singular-heterogéneo que se hace claro a través de la compleja dialéctica entre mismidad e ipseidad, una subjetividad que se juega la vida en la promesa siempre expuesta a las peripecias de la temporalidad. Quizás con Patrico Mena -prologante del libro de Prada- tengamos que afirmar que aparece el esfuerzo por comprender la relación entre lectura y subjetividad desde la fenomenología del hombre capaz propuesta por Ricoeur, hombres capaces de amar, sufrir, odiar, causar daño y ser agentes de dolor, capaces de hablar, de hacer mundo en el lenguaje, pero también capaces de leer, de hacerse responsables del texto y, gracias a la lectura, de imaginar la trama de la vida renovada en la promesa dislocada de no violentar a los Otros aunque siempre estemos expuestos a la tremenda radicalidad de la alteridad.

En suma, la propuesta de subjetividad desplegada gracias al encuentro con los textos puede ser abordada desde una sola expresión: atestación. Prada reconoce que uno de los aportes de la hermenéutica ricoeriana es no caer en ninguno de los dos extremos de violencia metafísica en la que se vio envuelta la modernidad: la exaltación de la figura de la conciencia como garante epistemológico -Descartes, Kant, Husserl- o el desprecio radical de la subjetividad -Nietzsche-. El sujeto deviene en la fractura que la finitud le ocasiona, finitud que abre el camino para que se pueda pensar otro de los asuntos tratados por Prada en su libro: la narración. La subjetividad de la atestación reclama un modo de reconciliación con la dislocación que ocasiona en el sí mismo la tremenda fuerza de la dialéctica entre finito-infinito, el estar arrojado al mundo, un mundo que nos antecede y nos determina, que nos sobrevivirá, mundo que nos amanece gracias a los textos que los Otros constituyen para poder recrear acontecimientos que rebasan la conciencia que sobre ellos podamos tener. Aparece así que el modo más propio de comprender la vida, nuestra trama de la vida como texto, es lo que Ricoeur denomina Triple mimesis.

En efecto, como sujetos encarnados y constituidos por el ex-perienciar compartido luchamos por interpretarnos en el tiempo, pero al referirnos al tiempo, en realidad tratamos de hacer claro que se desea ganar comprensión sobre la temporalidad en que se dan nuestras vivencias. Si algo nos permite alcanzar la narración es poder saber de nosotros mismos gracias a lo que podemos decir, retener con la memoria sobre nuestro paso por el mundo; pero a su vez, sabemos de nosotros gracias a lo que la alteridad pueda relatar, imaginar, dibujar de nuestro sí mismo que se debate también en las aristas del olvido. Si algo nos deja claro la relación entre texto, lectura y subjetividad expuesta por Prada es que nuestra vida no nos pertenece en un sentido muy amplio, nuestra vida se prefigura, configura y refigura en el movimiento de nuestra existencia contada, palabreada en narraciones que tienen que ver con la cultura, la tradición, la sociedad y los símbolos compartidos, que están correlacionados con la posibilidad de regresar sobre nuestras vivencias a través de los relatos para esclarecernos y esclarecer nuestro vínculo con la alteridad. Finalmente, narrar, decir sobre nosotros mismos nos arroja, nos pone en la apertura de la infinitud de poder imaginar tramas novedosas que nos vislumbran modo de ser-en-el-mundo insospechados. Por ello, al lado de una hermenéutica del poder leer, va la necesidad irreductible de escuchar, escuchar cómo se ha prefigurado, configurado y refigurado nuestra identidad gracias al encuentro con los Otros.

Finalmente, el lector que se acerque al libro que nos entrega Manuel Alejandro Prada encontrará que la lectura vista desde el horizonte arriba señalado nos obliga a comprometernos con el ejercicio paciente e infinito de jamás arribar a un punto cero de apropiación de nosotros mismos y de los textos. Leer es una lucha, un desafiante trabajo por no desfallecer en el esfuerzo de poder hacer-se de la comprensión un camino del reconocimiento, tanto de la tradición que nos determina, como de la comunidad de hombres que constituyen nuestro habitar. Para poder interpretar esto último, Prada nos entrega en la parte final de su libro un ejercicio que puede denominarse de aplicación hermenéutica en donde él mismo realiza el trabajo de hacer-se lector de tres obras literarias: La misteriosa llama de la reina Loana (2005) de Umberto Eco, La caverna de José Saramago y La transformación de Franz Kafka. Prada interroga estas tres obras con el objetivo de poner en evidencia que en la literatura se pueden reconocer ámbitos de sentido en donde la utopía y la ideología se correlacionan para demandar del lector la apropiación de la obra, que pasa por la identificación del intérprete con los personajes, espacios y tiempos descritos, pero a su vez, implica el distanciamiento, un modo de «suspensión» de sus pasiones para que se active el sentido crítico frente a la narrado y se haga posible el posicionamiento de la decisión, del juicio ético frente a esta o aquella situación contada en la obra.

Prada insiste en que el ejercicio de hacer-se lector radica en lo que Gadamer denomina en Verdad y método «Fusión de horizontes de sentido» que consiste en que el mundo desplegado por la obra se active a través del ejercicio de comprensión. Es decir, el sentido del texto golpea el modo como el lector habita el mundo gracias a que este es capaz de valerse de la orientación del texto para alumbrar sus modos de acción en la vida cotidiana, para jugarse el ámbito de estar junto a los Otros en la trama de la vida. Prada recordará cómo desde Aristóteles se hace imperativo realizar el trabajo de poner en situación el ethos de nuestro accionar concreto con los dictámenes de las normas, las cuales permiten ampliar las perspectivas sobre las formas de actuación del sujeto con respecto a los embrollos sustanciales del estar en el mundo. Es lo que Ricoeur denomina como catharsis, «(...) Designa "el efecto más moral que estético de la obra: se proponen, mediante la obra, valoraciones nuevas, normas inéditas, que atacan o socavan las costumbres corrientes»2.

En suma, Prada, siguiendo a Ricoeur, comenta que el ejercicio de hacerse lector permite alcanzar el propósito de una vida examinada, de una vida que amanece y se oscurece a través de las obras que nos ofrecen infinidad de narraciones sobre nuestro mundo de la vida. Quizás es este el propósito del filósofo en la última parte de su libro: traer las obras que lo han acompañado en su vida, presentar un modo de ser sí mismo como otro a través de los textos que constituyen su mirada ética, estética y política sobre la trama de la vida. Prada se ha propuesto fusionar horizontes con los lectores de su libro mostrando el garante ético-político de la literatura, haciendo claro una vez más que no existe narrativa ya sea histórica, personal o de ficción que no esté vinculada a nuestra vida cotidiana. Por ello La misteriosa llama de la reina Loana de Umberto Eco, La caverna de José Saramago y La transformación de Franz Kafka le servirán como escenario de representación para efectuar una mirada posesionada éticamente sobre la relación entre capitalismo y formación de la identidad de los sujetos, para interpretar la compleja relación entre memoria y olvido, para poner en sobre aviso sobre los valores exaltados como la tolerancia en el capitalismo que termina por auspiciar un modo de olvido radical del rostro del Otro. Así, la obra de Manuel Prada pasó por un ejercicio doble de hacer-se lector: lector de Ricoeur con el objetivo de acercarse al complejo y vasto mundo del texto y el lector. Pero, a su vez, se forma como intérprete gracias a las obras literarias que han modificado y modificarán su carne, su ojo hecho carne en el habitar mundo.


Notas

1Manuel Alejandro Prada Londoño. Lectura y subjetividad. una mirada desde la hermenéutica de Paul Ricoeur (Bogotá: Uniediciones, 2010), 69.
2Ibíd., 91.