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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.56 no.162 Bogotá July/Dec. 2014

 

Catolicismo y prensa en el siglo XIX colombiano: compleja inserción de la Iglesia en la modernidad*

Catholicism and press in the nineteenth century Colombia: complex inserts church in modernity

William Elvis Plata Quezada**

* Elaborado a partir de resultados parciales generados por las investigaciones: «Disenso político y religioso en el catolicismo colombiano, siglos XIX y XX» dirigida por la Dra. Ana María Bidegain y financiada por Colciencias, Colombia y «El Catolicismo y sus corrientes en Colombia decimonónica», financiada por la Fundación para la Promoción de la Ciencia y la Tecnología, del Banco de la República, Colombia. Agradezco a los miembros del Grupo de Estudios del Hecho Religioso, «Sagrado y Profano», nodo UIS, por la lectura y discusión del manuscrito.

** Doctor en Historia por la Universidad de Namur -Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Profesor y director de la Escuela de Historia, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, Colombia. Director del Grupo de Estudios del Hecho Religioso «Sagrado y Profano» ICER-UIS. Contacto: weplataq@uis.edu.co.

Para citar este artículo: Plata Quezada, William Elvis. «Catolicismo y prensa en el siglo XIX colombiano: compleja inserción de la iglesia en la modernidad». Franciscanum 162, Vol. LVI (2014): 161-211.

Recibido: 1 de octubre de 2013, aceptado: 19 de enero de 2014


Resumen

Este artículo tiene como objetivo el estudio del rol religioso y político que jugó la prensa para la Iglesia católica durante el siglo XIX. Expone varias hipótesis. La primera es que durante el siglo XIX, la prensa pasó de ser un instrumento marginal para el catolicismo colombiano, a convertirse, al final del siglo, en baluarte para la romanización de la Iglesia, la lucha político-religiosa, la acción catequética y aún, el control social. Derivada de la primera, se plantea que, a pesar de estar permeada mayoritariamente por corrientes tradicionalistas, la Iglesia católica, al decidir utilizar la imprenta para el debate público, adoptó posturas modernas, incorporándose a un aspecto fundamental de la modernidad: la discusión pública entre diferentes propuestas de mundo, sociedad y política, discusión que implicó un debate externo e interno sobre la definición de la «identidad» católica, en el cual intervinieron varias posturas y corrientes.

Metodológicamente se utilizó el análisis histórico hermenéutico de prensa religiosa colombiana, la elaboración e interpretación estadística de la prensa religiosa existente en archivos y bibliotecas del país y la correspondiente aplicación de la crítica de fuentes.

Palabras clave: Iglesia católica, prensa religiosa, siglo XIX, modernidad, tradicionalismo.


Abstract

This article aims to study the religious and political role played by the press to Colombian Catholicism in the nineteenth century. It exposes several hypotheses. The first: in the nineteenth century, the press went from being a marginal instrument for Colombian Catholicism, to become, at the end of the century, a bastion for the Church Romanization, political and religious struggle, catechetical activity and still, social control. Derived from the first hypothesis, it suggests that, despite being permeated by currents mostly traditionalists, the Catholic Church, to decide to use the press for public debate, adopted modern positions, joining a fundamental aspect of modernity: public discussion between proposed different world, society and politics, discussion involving external and internal debate on the definition of "identity" Catholic, which involved several positions and currents.

Methodologically was used a hermeneutic - historical analysis of Colombian religious press, the statistical interpretation of the religious press in the archives and libraries of the country and the corresponding application of the critic of sources.

Keywords: Catholic Church, religious press, nineteenth century, modernity, traditionalism.


Parece que la providencia, que hace conocer sus voluntades
por el curso de los acontecimientos (…) haya suscitado en
la nueva constitución de las sociedades, el periodismo
religioso con una misión, como la que dio a un profeta
(…) para desarraigar y destruir, para plantar y edificar
(El Catolicismo)
1.

Introducción

Poco se ha discutido sobre la importancia que tuvieron las publicaciones periódicas para la Iglesia católica colombiana y sus proyectos políticos y espirituales durante el siglo XIX. La mayor parte de los textos producidos en torno a la prensa decimonónica suelen omitir la prensa religiosa, concentrándose en aquella de naturaleza política, especialmente la de tinte liberal, por razones académicamente no muy claras. Nuestra experiencia investigativa sobre la historia del siglo XIX hace ver que la importancia de la prensa religiosa era más alta de la que suele reconocérsele, tanto por su difusión -llegando a sitios apartados y con gran eficacia- como por su rol en el debate político religioso característico del siglo y, además, en el proceso de reconfiguración y reestructuración que la Iglesia católica experimenta durante esos años2.

Este artículo pretende aportar tanto a la historia del periodismo decimonónico, como a la historia político-religiosa de la época, estudiando cómo la prensa pasó de ser un instrumento marginal para la Iglesia católica, a comienzos del siglo XIX, a convertirse, a finales de dicho siglo, en un bastión para la romanización eclesiástica, la lucha político-religiosa, la acción catequética y hasta de control social. Plantea además la hipótesis de que, a pesar de estar permeado mayoritariamente por corrientes tradicionalistas, la Iglesia católica, al hacer uso de la prensa en el debate público, estaba adoptando posturas modernas e incorporándose en un aspecto clave de la modernidad: la discusión pública entre propuestas de mundo, sociedad y política diferentes, discusión que no solo implicó un debate hacia afuera, sino también hacia adentro, en torno a la definición del «ser católico», frente a diversas posiciones existentes.

1. Un medio «ocasional»

En Occidente, la prensa ha estado muy ligada a la religión. No es casual que la primera obra publicada por este medio fuera la Biblia y la mayor parte de la producción impresa durante los primeros siglos haya tenido naturaleza religiosa. La Nueva Granada -actual Colombia- no fue la excepción. A pesar de la férrea censura de prensa que impidió su desarrollo hasta el siglo XVIII, algunos neogranadinos se la valieron para editar algunas obras que fueron consideradas por los censores como «de interés público», tales como gramáticas, catecismos y algunas crónicas. Pero todas estas obras se editaron en España.

Los primeros impresos religiosos hechos en Nueva Granada seguramente estuvieron ligados a las «imprentillas», pequeñas cajas móviles de letras que permitían la reproducción de un corto número de pequeñas hojas sueltas en donde se imprimían libelos y novenas. Y todo indica que fue estoúltimo lo que surgió por primera vez de la prensa neogranadina, por cuenta, quizá de los jesuitas, en la primera mitad del siglo XVIII. Más adelante la existencia de estas imprentillas puede comprobarse tanto en Santafé -la capital del entonces virreinato- como en Cartagena de Indias -su principal puerto- y fueron un elemento dinámico en la circulación local de informaciones y resultarán un instrumento supremamenteútil de agitación política después de 1808, ya iniciada la crisis de la monarquía española3.

Además de la publicación temprana de estas novenas, lo religioso entra rápidamente en escena, una vez que se establece formalmente la Imprenta en el país, a fines del siglo XVIII4. La utilización de la prensa en el campo religioso, durante esta etapa introductoria, puede considerarse como ocasional y con intereses político-religiosos, principalmente. Una expresión de esto puede verse durante el período mismo de la Independencia, con la publicación de pasquines, novenas y catecismos políticos, en los cuales religión y política se mezclan para defender o atacar la causa de la emancipación neogranadina de España5.

Una vez consolidada la Independencia, pueden verse dos etapas claramente marcadas en la publicación de prensa religiosa y político-religiosa. La primera va hasta 1849 aproximadamente. Durante este período las publicaciones periódicas surgen casualmente y a título individual, es decir, no representativo de ninguna institución religiosa. Se trata de una época de gran debilidad institucional en el catolicismo debido a la crisis que había producido en ella la emancipación política de España6. Los primeros periódicos «religiosos» mantenían la característica común de la mayoría de sus similares: eran básicamente panfletos seriados que no llegaban al cuarto o quinto número y en el cual se trataba unúnico tema, generalmente relacionado con un debate político-religioso, en cuestiones que iban desde la masonería o las reformas que el régimen de Santander hacía en el campo educativo superior, o en el clero regular, hasta asuntos personales. Es muy difícil saber quiénes eran los autores de dichos periodiquillos, dado el anonimato desde el cual se publicaba.

No obstante, se han identificado algunos de ellos y quizá el editor más famoso de este tipo de prensa durante la década de 1820 fue Francisco Margallo y Duquesne (1765-1837). Se trataba de un sacerdote de vocación tardía (se había ordenado en 1817). Gran orador, tenía fama de ascético y milagrero. El padre Margallo apoyó la lucha de independencia y aún más, predicó aplaudidos sermones en la catedral de Bogotá a raíz de las victorias patriotas en las batallas; sin embargo, no sentía simpatía alguna por las que llamaba ideas y prácticas «innovadoras» que comenzaban a pulular en los círculos políticos, con la avenencia del gobierno de Santander (ideas anticlericales, irrupción de la masonería, concepciones en favor del protestantismo, ideologías utilitaristas…). Por eso, en 1823 lanzó una fuerte campaña contra la masonería, la cual, por otra parte, desde los círculos ilustrados estaba siendo exaltada como un instrumento determinante para la nueva república. Para sus propósitos publicó una serie de «papeles» antimasónicos, algunos de ellos con títulos animalescos: El Perro de santo Domingo, El Gallo de san Pedro, La Ballena y otros de carácter periódico como Tardes masónicas de la aldea, El arca salutífera y La Espada de Holofernes. Otro autor destacado en esta tarea contra las reformas santanderistas y la masonería fue el laico José Félix Merizalde y otros autores anónimos de periódicos como El Buscaniguas (1827), El Fuete (1826), Cartas críticas de un patriota retirado (1826) y antídoto contra los males de Colombia (1828) entre otros. También se publican panfletos por parte de frailes, exfrailes y clérigos, en favor y contra de las medidas gubernamentales que buscaban suprimir los conventos menores y reducir el poder de las otrora poderosasórdenes religiosas7.

Estos años también se caracterizan por la relativamente baja producción periodística de temática religiosa y político-religiosa, a pesar de que la época no dejó de ser muy candente en esta materia, cuyos debates empezaron a darse ya al otro día de la Independencia8. Las publicaciones de esta naturaleza que nacieron entre 1820 y 1849 apenas llegan a una cincuentena9, y eso contando el «boom» que se experimentó en la coyuntura 1848-1849 años clave para la política del país, lo que disparó vertiginosamente la producción de prensa en sólo dos años.

Ya a finales de la década de 1830 surge el primer periódico religioso que logró perdurar varios meses, año y medio en total. Se trató del El Observador Católico (1838), publicación de corte tradicionalista, monarquista y ultramontana. Su autor fue Ignacio «el Colorado» Morales (1789-1846), quien, con apoyo del internuncio Mons. Cayetano Baluffi (1788-1866) lideraba la sociedad Católica, una agrupación que se proponía atacar las ideas «inmorales» e «infieles» por el «bien de la patria», «educar a la juventud de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia romana», «sostener la religión católica, apostólica romana» y participar en la lucha política evitando que el pueblo votara por candidatos considerados por ellos como «impíos»10. El periódico reflejaba la polarización que ya se daba en la década de 1830 entre aquellos que comenzaban a decepcionarse de las prometidas «bondades» de la Independencia y quienes promovían acentuar medidas en favor del liberalismo económico y político, según maneras particulares de entenderlo. Las radicales posturas del Observador Católico causaron división dentro de la institución eclesiástica y generó un conflicto entre el arzobispo Manuel José Mosquera, quien procuraba mantener relaciones estables con el gobierno, y el internuncio Baluffi, monarquista y antirrepublicano convencido, quien desde su llegada a la Nueva Granada en 1836, apoyaba decididamente a los núcleos descontentos con la marcha política11. La Guerra de los Supremos (1839-41), primer gran conflicto civil de la era republicana, llevó al Observador Católico a su fin.

Tras esta guerra, cuando se va consolidando la división que origina los dos partidos políticos tradicionales en Colombia, los distintos actores «descubrieron» en la prensa un nuevo y poderoso instrumento que podía determinar la derrota o victoria de sus propuestas e intereses12. Los católicos más tradicionalistas se convencían de que:

    Las doctrinas del error están siendo difundidas por doquier. Del prodigioso número de libros y periódicos dados a la luz de dos siglos a esta parte, hay muchos impíos y muchísimos perniciosos (…) por eso es fundamental contrarrestar esta influencia utilizando también la prensa13.

En la década de 1840 surgen periódicos como El recopilador (1841) o La Verdad y la razón (1846), editados por antiguos santanderistas o «ilustrados» convencidos de que la mejor manera de remediar la caótica situación que había provocado la guerra, estribaba en un gobierno central y autoritario ejercido por hombres que aceptaran voluntariamente la tutela de la Iglesia católica romana, «baluarte de la nación»14.

Ahora, quienes primero se sirvieron de la prensa como instrumento de formación socio-política fueron los jesuitas. Luego de casi 80 años de haber sido expulsados, regresaban en 1844 a la Nueva Granada, llamados por el mismo Gobierno para atender las misiones, consideradas claves para la consolidación de la soberanía del Estado sobre el territorio. No más llegar, los jesuitas se dedicaron además a organizar Congregaciones de artesanos, en quienes veían un interesante sector de la población que podía influir en el rumbo de la política y la sociedad, tal como lo habían concluido los liberales, que organizaban por su lado sus sociedades Democráticas de artesanos. Por eso, los religiosos editaron sendos periódicos como La Tarde de los agricultores y artesanos (1846) y El Conservador (1847) en los cuales, pese a que mostraban las concepciones tradicionales sobre el papel de la institución eclesiástica y del catolicismo en la sociedad y la política, defendían cuestiones como el acceso de grupos populares a la educación y su derecho a participar en la vida política15. El prospecto de uno de ellos decía:

    Las masas deben conocer sus deberes y sus derechos, porque de lo contrario sería muy fácil que la soberanía nacional fuese puramente de nombre y nada más (…) a los pueblos libres no se les da la ley, sino que ellos mismos se la dan, y es contradictorio el que se les de leyes que no quieran (…) sea cuales fuere las opiniones de las masas, nunca debe obrarse en contra de ellas16.

Estos periódicos son, además, los primeros editados por una comunidad religiosa a título corporativo.

Con estos periódicos, los editores se proponían educar políticamente, o al menos, «hacerles conocer, si la ocasión lo exige, cuales sean los deberes de sus representantes con el fin de prevenir algunos abusos que convierten muchas veces la libertad en despotismo»17. Vale recordar que el trabajo editorial, social y político de los jesuitas se cortó abruptamente, cuando en 1850 fueron de nuevo expulsados del país por el gobierno liberal recién asunto al poder.

Durante la primera mitad del siglo XIX, la prensa fue, entonces, un instrumento ocasional, poco usado por la institución eclesiástica -representada en las jerarquías- siendo aprovechada principalmente a título individual por laicos y clérigos, quienes realizaban entre sí sus discusiones, sin intervenir todavía la censura de la jerarquía, que se encontraba por entonces en un estado de debilitamiento tras la fractura que significó la Independencia de la Nueva Granada.

2. «El catolicismo» y su significado

La prensa solo vino a ser utilizada «oficialmente» en 1839 con la fundación del investigador Católico, apostólico y romano de la Diócesis de Popayán, auspiciado, como su homónimo bogotano, por el internuncio Baluffi y la sociedad Católica. Pero fue la coyuntura de 1848 la que marca un giro en la prensa religiosa, como también lo hizo en la política. La creación de los dos partidos políticos, el advenimiento de una nueva generación dispuesta a concretar proyectos para transformar la sociedad y la política de una vez por todas, encontró en la prensa el instrumento clave y deseado. En palabras de Gilberto Loaiza:

    Las agitaciones políticas e ideológicas de mitad de siglo se encargaron de demostrarle a la élite neogranadina que el periódico era la herramienta adecuada para unificar intereses, el punto de partida para construir hegemonías políticas y culturales (…) que era también el medio fundamental para difundir ideologías, para familiarizar a los ciudadanos con proyectos de organización social18.

Y así como en esta coyuntura surgen los primerosórganos al servicio de los dos partidos políticos tradicionales: El neogranadino (Liberal, 1848) y La Civilización (Conservador, 1849), la Iglesia católica también crea su primer gran periódico oficial: El Catolicismo (primera época 1849-1861), que constituye el periódico colombiano más longevo sobreviviente.

Posiblemente la decisión de publicar este periódico estuvo influenciada por la aparición en Chile, tres años antes, de la revista Católica, primera publicación oficial del episcopado de ese país, que fue conocida y difundida entre los medios eclesiásticos neogranadinos, según se infiere por la existencia de colecciones en la Biblioteca Nacional de Colombia y en algunas bibliotecas eclesiásticas colombianas y porque de dicha revista se extrajeron artículos que fueron luego publicados en El Catolicismo. Lo que pretendemos afirmar es que la decisión de tener unórgano oficial de la Arquidiócesis de Bogotá (que a la larga significaba elórgano oficial del episcopado colombiano, debido a la magnitud y peso de la diócesis primada) no estuvo solo regida por factores y coyunturas locales, sino que también fue motivado por lo que sucedía allende de nuestras fronteras, en otras iglesias locales, que poco a poco se conectaban y comunicaban entre sí, luego de varios siglos de semi-aislamiento. Al igual que sucedía con la revista Católica, El Catolicismo era publicado por una institución eclesiástica que mostraba su «voluntad de tomar la palabra y hacerse oír públicamente»19.

Efectivamente, El Catolicismo congregó a una serie de escritores católicos descontentos por la marcha de la situación político-religiosa del país, uniendo fuerzas con la jerarquía en la lucha por la causa de la institución eclesiástica. Antes solo se habían producido esfuerzos aislados de sacerdotes y laicos que enfrentaron el problema a su modo. El Catolicismo, por tanto, inauguró una época de la prensa religiosa en la Nueva Granada.

La importancia de este periódico obliga a detenernos un poco en él. El arzobispo Mosquera, como la generalidad de los obispos y muchos clérigos de aquel momento estaban convencidos de que la época que se vivía era de una «revolución» espiritual, y que laúnica manera de enfrentarla era reafirmando las creencias religiosas católicas:

    Desde que se comprende el principio del terrible choque que conmueve al mundo, no caben ya ilusiones sobre elúnico medio de remediar el mal. Reina hoy la guerra de la alta región social, en la región de los espíritus: allí se han formado las tempestades; sólo allí se puede hacer descender la serenidad; y la sociedad que perece por la anarquía de opiniones, no se salvará sino por las creencias20.

Pero el púlpito era ya insuficiente para la predicación religiosa y política. A partir de entonces, la institución eclesiástica neogranadina tomaba de manera oficial y permanente a la prensa como uno de sus principales instrumentos de debate contra lo que consideró afectaba negativamente sus intereses, además de servir como eficaz medio para la administración pastoral. Así lo expresaba un editorialista del periódico en 1860:

    Ya no era bastante la predicación en la tribuna sagrada para la refutación de las calumnias y de las mentiras de las nuevas sectas que se difundían en el pueblo por medio de los periódicos, como en los primeros años de la República, sino que era necesario extender el campo de combate y contestar por la prensa,órgano permanente de discusión, ya que por la prensa se propagaban los insultos y las innovaciones21.

Esto es muy importante. La institución eclesiástica veía que el gran medio de comunicación del momento era la prensa, relegando a los libros a un segundo lugar. El periódico era más ágil, rápido y efectivo a corto plazo. Era un medio del cual no se podía prescindir, pues con este no era posible la censura que se practicaba en torno a los libros y que era cada vez menos eficaz. Una buena ilustración de ello la ofrecen los siguientes extractos de artículos publicados en la prensa religiosa chilena:

    Mientras el sabio entrara a su gabinete y se pusiera a escribir una profunda disertación para mostrar el error en que tal periodista había incurrido, la injusta imputación que había hecho a la Iglesia, ya ese periodista habría publicado errores más sustanciales, se habría hecho eco de otras muchas imputaciones falsas22.
    Quien quiera defenderla (a la Iglesia) con libros, haría lo mismo que el cazador que se empeña en matar golondrinas al vuelo, dirigiendo contra ellas un cañón de grueso calibre23.

En este sentido, la Iglesia se adaptaba a las condiciones del siglo en materia de comunicaciones: ir más rápido, más lejos y ser más eficaz. Acostumbrada a un público letrado y pequeño, la pastoral de la Iglesia se había desarrollado fundamentalmente de forma oral, mediante las prédicas de los párrocos. De acuerdo con Castillo, la institución eclesiástica va tomando conciencia de la importancia de la lectura y la escritura «en la medida que aumenta su feligresía capaz de captar los escritos o papeluchos que atentaban contra su exclusivismo religioso. Es en ese momento cuando le resultó imperativo instruir a través de las lecturas, entre ellas, lecturas a través de la prensa, convirtiéndola en una extensión o eco de las prédicas»24.

Como otros periódicos oficiales de la institución eclesiástica de la época, El Catolicismo estaba encaminado a responder a la necesidad urgente de defender los «principios salvadores» de los ataques que le hacían «los hijos del error», dualismo muy común a partir de entonces y que va a ser recurrente en la polémica político religiosa durante la centuria siguiente.

Para llevar a cabo sus propósitos, este periódico estableció, a la usanza de la época, unas secciones que, aunque con variaciones, fueron imitadas por la prensa religiosa durante las décadas siguientes. Una de ellas trataba asuntos administrativos de la Arquidiócesis de Bogotá25; contenía disposiciones pastorales e informaciones referentes al manejo de diferentes parroquias, decretos oficiales, bulas papales y similares. Otra sección contenía literatura. En ella se publicaban cuentos, relatos novelados por entregas, poesías y narraciones moralizadoras. Además, dentro de ellas se abordaban temáticas referentes a las relaciones Iglesia-Estado, Iglesia-Mundo e Iglesia-Liberalismo. En esta sección se publicó, entre otras, «Los prometidos esposos», escrito novelístico dividido en 38 entregas. Una tercera sección correspondía a informaciones noticiosas de acontecimientos sucedidos tanto en Nueva Granada como en el extranjero. Las noticias de Europa y América eran tomadas de prensa escogida que llegaba por barco, o por relatos de viajeros. Como era natural, esta información llegaba con retrasos que variaban de uno a tres meses.

Tal vez la sección más leída trataba los temas candentes de religión y política. En ella los editores o articulistas hacían constantes críticas a las ideas o proyectos de los liberales de Nueva Granada. Se polemizaba particularmente con periódicos liberales como El neogranadino, la Gaceta de la nueva Granada, El sur-americano y El Tiempo, entre otros. Para ello se publicaban párrafos o artículos enteros, transcritos «sin ningún cambio», procediendo luego a formular las críticas o condenas respectivas, que se hacían con dureza, respondiendo en los mismos tonos los viscerales escritos de los liberales neogranadinos. En esta sección también se aprovechaba para polemizar con otras opiniones político-religiosas, tales como las conciliacionistas, que buscaban acercar el catolicismo al liberalismo o al socialismo de la época y, especialmente, contra el protestantismo, que en la década de 1850 iniciaba su presencia formal en Nueva Granada, con el apoyo del partido liberal26. Según afirmaban los editores de El Catolicismo, su «variedad» de secciones tenía como propósito evitar que los católicos leyeran prensa liberal, calificada de contaminada y corrompida, pues era necesario hacer del periódico «unórgano no solo de polémica religiosa, sino también de información y entretenimiento27.

En cuanto a la trayectoria seguida por este periódico durante su primera época, hagamos una rápida descripción: en sus primeros años se editaba quincenalmente, siendo redactado por el mismo arzobispo Manuel José Mosquera, junto con Ignacio Gutiérrez Vergara, Rufino Cuervo y José Eusebio Caro. El 15 de julio de 1851 (Número 42) se suspendió debido a dificultades políticas producidas por la puesta en marcha del primer grupo de reformas liberales que afectaron la institución eclesiástica y en cuyo conflicto terminó expulsado del país el propio arzobispo Mosquera. El 18 de junio de 1853, con el prelado ya en el exilio, El Catolicismo reapareció y a partir del número 91 pasó a ser semanario. En esta etapa colaboraron escritores de la talla de José Joaquín Ortiz, José Manuel Groot, Venancio Restrepo y Miguel Antonio Caro, entre otros. A raíz de la oposición al golpe de Estado realizado por el general Melo, el periódico deja de circular una vez más el 16 de abril de 1854. Llevaba 137 ediciones hasta el momento. Volvió a reaparecer el 7 de enero de 1855; en 1857 fue nombrado como editor responsable José Joaquín Borda; en 1858 lo sucedió el prolífico escritor José Manuel Groot y luego el sacerdote ecuatoriano Antonio José de Sucre y Alcalá. En 1859 el nuevo arzobispo, Antonio Herrán, promovió un cambio de estructura en el periódico, designando como redactores al entonces vicario general del Arzobispado, Andrés María Gallo, al deán de la catedral, Antonio Amaya y al ya mencionado Sucre y Alcalá.

La virulencia de esteúltimo contra el general Tomás Cipriano de Mosquera durante la guerra civil de 1859-61 y su intromisión en la campaña electoral de esos años, llevó al fin del periódico. El Arzobispo de Bogotá, al saber la actitud que estaba tomando Sucre y Alcalá, junto con José Joaquín Ortiz, ordenó a su vicario mandar una circular a los párrocos desautorizando a los sacerdotes, afirmando: «manifestamos a usted que la autoridad eclesiástica no ha tenido parte en esto, ni conocimiento previo siquiera de tal procedimiento, que reprobamos»28. Pero los editores del El Catolicismo, no solo continuaron su empresa, atacando y polemizando con los periódicos liberales, sino que incluso desautorizaron la circular del arzobispo, quien les reclamó directamente a los editores, quienes prefirieron romper con la arquidiócesis. Es decir, que, durante losúltimos meses de existencia (diciembre-abril de 1861), El Catolicismo dejó de ser el periódico oficial del Arzobispado y se convirtió en tribuna política del editor, que tomó toda la responsabilidad29. La decidida participación del periódico a favor de una causa política, a juicio de varios testigos de la época como el mismo obispo Vicente Arbeláez, «causó la división, el desaliento y puede decirse, contribuyó mucho al triunfo de la Revolución» que después cobrarían por ventanilla. Tan vehementes eran los ataques de Sucre en laúltima etapa del periódico, que el mismo general Mosquera advirtió que «cuando entrara a Bogotá montaría en una burra a ese clérigo extranjero con el fin de endilgarlo para su tierra»30. Y así fue. Aún antes de que Mosquera entrara victorioso a Bogotá (julio de 1861), El Catolicismo se suspendía, en el número 463, definitivamente para el siglo XIX; posteriormente, su director, Sucre y Alcalá, fue desterrado. El periódico solo reapareció en 1914, fecha desde la cual se ha venido publicando hasta la actualidad, aunque perdiendo progresivamente su influencia.

Aunque muchos artículos publicados en El Catolicismo carecieron de firma, por las razones expuestas, puede verse, sin embargo, que en él escribió la crema y nata de la intelectualidad católica conservadora, y aún liberal, de la época. Además, pese a la marginación que sufría la mujer en la época, El Catolicismo llegó a ofrecer sus páginas a escritoras como Josefa Acevedo de Gómez y Silveria Espinosa de Rendón. Asimismo, sus páginas reprodujeron artículos de escritores católicos europeos de gran renombre por entonces, como el francés Félix Dupanloup, Juan Francisco Donoso Cortés y Alejandro Manzoni.

3. La prensa al servicio de la reorganización eclesiástica y la polémica político-religiosa

3.1 Una mirada a la evolución de la prensa católica en la segunda mitad del siglo XIX

Durante la segunda mitad del siglo XIX se construye un nuevo sistema de organización eclesiástica en la Iglesia católica universal que evidentemente implicó a la actual Colombia. Tal proceso es denominado por varios historiadores como romanización31 y consistió fundamentalmente en la adopción (desde la jerarquía hasta los laicos) de una noción vertical y monárquica de Iglesia, en una reestructuración de las diócesis, del clero, de las comunidades religiosas, en mejoras en los métodos pastorales y de catequización, en un énfasis por la misión, todo acompañado de una fuerte crítica al liberalismo, la masonería y el protestantismo. Sin embargo, la realización de este proyecto no se realizó de manera regular y progresiva, conllevando numerosos obstáculos, bien por la desarticulación que tenían las diócesis entre sí, bien por las dificultades económicas, geográficas, culturales, o bien por los frecuentes conflictos políticos, como el ascenso del liberalismo al poder, las reformas de Mosquera o las guerras civiles. Aunque el inicio de este proceso parte de la década de 1840, una vez se nombra el primer internuncio papal en tierras colombianas (1835), solo hasta la década de 1870 el proceso comienza a dar frutos32. Antes de la romanización, la Iglesia católica había estado dependiente de la corona española por medio del Patronato, que fue continuado por los nuevos gobernantes republicanos hasta 1853. Durante este tiempo, la institución eclesiástica vivió una crisis y divisiones en todos los sentidos, lo que la había puesto en gran debilidad frente a los actores políticos. Pero a partir de los años 1850 y 1860, cuando precisamente las reformas liberales orientan parte de su intervención en la cuestión eclesiástica, buscando debilitar el poder clerical, un nuevo clero se forma en torno a los dictámenes romanos, lo que genera un «cierre de filas» en contra del estado liberal radical y de buena parte del mundo moderno. Y, en este proceso, la prensa jugó un papel clave.

Según nuestras cuentas, en la segunda mitad del siglo XIX surgieron 123 publicaciones33, caracterizándose las décadas de 1840-1849 y 1880-1889 por ser las más «fecundas» en este tipo de producción, mientras que llama la atención la reducción de la productividad en los años de 1850 a 1869. Ello se debe a las circunstancias de la historia político-religiosa del país: en los años 40 se da el proceso que lleva al nacimiento de los dos partidos políticos tradicionales; en 1849 llega al poder el Partido Liberal y se ponen en marcha grandes reformas en materia eclesiástica. Ello provocó un aumento significativo de publicaciones de corte religioso, que se enfrascaban en polémicas contra el Estado, los liberales, los jesuitas, los protestantes, los masones, entre otros.

Los años 1850-69, muestran una disminución de publicaciones religiosas, aunque el período sigue siendo caracterizado por altos decibeles de polémica político-religiosa debido a la continuación de las reformas liberales (1850-54) los duros reveses para la institución eclesiástica debidos a los decretos de Tomás Cipriano de Mosquera (1861) sobre expropiación de bienes eclesiásticos, tuición de cultos, expulsión de jesuitas, supresión de comunidades religiosas. Todo ello puso a la institución eclesiástica en crisis y suscitó divisiones en su interior, afectando en alto grado el proceso de romanización iniciado en los años 1840. Los seminarios se cierran, los clérigos se dispersan y varios obispos son desterrados. Es natural, entonces, que la actividad periodística católica se redujera. Durante esta época se destacan los periódicos El Catolicismo (1849-1861) ya comentado y El Católico (1861-1863) periódico dirigido por laicos, que asumió una labor polemista y defensora de los «derechos» de la institución eclesiástica tras las reformas dictadas por Mosquera, y luego por la Constitución de 1863. Por varios meses fue elúnico medio de expresión del tradicionalismo católico. Desapareció una vez que la institución eclesiástica «retomó fuerzas», luego de las reformas radicales, que inclusive llegaron a provocar un «paro eclesiástico».

En los años 70 se experimenta una nueva expansión, dada la relativa estabilidad que se consigue en materia político-religiosa, interrumpida por la guerra de 1876-77, en cuya detonación varios obispos participaron34. No obstante, estos años significaron un fortalecimiento organizativo de la institución eclesiástica, lo que se refleja en la expansión de la prensa católica, que se consolida aún más en la década de 1880, animada por la salida del partido liberal del poder y el advenimiento del proceso de regeneración, que tuvo como protagonistas a antiguos liberales radicales «conversos» integrados ahora en el Partido Conservador, aliado de la institución eclesiástica. La mayoría de las publicaciones oficiales de las diócesis colombianas surgen en estos años, al igual que numerosos periódicos editados por corporaciones y asociaciones laicales. Estos periódicos tuvieron, dentro de las condiciones de la época, una relativamente larga vida y fueron utilizados, en buena parte, como tribunas de debate político-religioso.

En laúltima década del siglo XIX vuelve a percibirse una disminución de nacimiento de periódicos religiosos, entre otras razones, por las cruentas guerras civiles de esos años (1895 y 1899-1902) y los debacles económicos que generaron, pero también, por la consolidación de varias publicaciones «oficiales» creadas en los años anteriores, que concentraban la vocería de la Iglesia católica, cuya institución no deseaba que el laicado, más difícil de controlar que el clero, asumiera causas y posturas que ya había visto, podían salirse de cauce.

En su orden, los 17 periódicos de naturaleza religiosa más longevos del siglo XIX, fueron:

Vemos que todos estos periódicos corresponden a la segunda mitad del siglo XIX, época en la cual se dieron avances en las imprentas, aumentando la capacidad de impresión y reduciendo costos. Además, y esto es evidente, los periódicos que más perduraron fueron editados mayoritariamente por corporaciones, especialmente diócesis y asociaciones de fieles, que contaban con los fondos y apoyos necesarios para sostenerlos, llegando a superar algunos de ellos, coyunturas como las frecuentes guerras civiles y aún las crisis económicas. De aquellos que lograron perdurar más de 10 años solo uno perteneció y fue editado por un particular a título propio. Se trató del periódico El Orden, cuya temática no fue exclusivamente religiosa, editándose en losúltimos años del siglo XIX y comienzos del XX, cuando las posibilidades para que un periódico lograra financiarse por anuncios publicitarios y suscripciones mejoraron sustancialmente. Los demás, pertenecían a las diócesis de Popayán (La semana religiosa), Pamplona (La unidad Católica) Tunja (El revisor Católico) Medellín (repertorio Eclesiástico), Bogotá (El Catolicismo) y Cartagena (El Hebdomadario) y a dos asociaciones laicales respaldadas por la Compañía de Jesús y las élites locales, respectivamente: El Apostolado de la Oración (El mensajero del Corazón de Jesús) y la Sociedad de San Vicente de Paúl (La Caridad).Una más, la revista de los Establecimientos de Beneficencia, era financiada por el Estado, aunque estaba a cargo de organizaciones benéficas compuestas por miembros del clero, laicos y comunidades religiosas. La naturaleza de ser instrumentos «oficiales» de diócesis y corporaciones aceptadas por la mayoría y su temática no preponderantemente político-religiosa, sino dirigida a apoyar procesos de reorganización eclesiástica u obras de beneficencia y piedad popular, les ayudó a ser menos blanco de ataques durante las épocas de conflicto político. Además, curiosamente solo una de las 17 publicaciones referenciadas nació en laúltima década del siglo XIX, caracterizada por su turbulencia política y económica. La mayoría lo hizo en los años 1870 y, sobre todo, 1880, décadas claves de la puesta en marcha del proceso de romanización eclesiástica, para lo cual se necesitaba de la prensa como instrumento de comunicación entre los obispos y su clero, siguiendo los comandos dictados desde el Vaticano.

3.2 La prensa católica: ¿reactiva o propositiva?

Algunos estudiosos del siglo XIX suelen considerar la prensa católica como un instrumento de mera «reacción» a los programas y acciones implementadas por el liberalismo en materia política, religiosa y social, y a las doctrinas modernas en general. Así, el objetivo sería simplemente el de «conservar» el estatus quo tradicional, el estado de cosas propio de otras épocas, demonizando y criticando todo cambio y toda novedad. Creemos que los objetivos de esta prensa eran más ambiciosos, al buscar proponer un tipo de Iglesia y de sociedad muy diferentes a las existentes en la época colonial.

Ciertamente la reorganización eclesiástica experimentada en el siglo XIX tenía un fin: básicamente había que «llamar al orden» y agrupar fuerzas para «enfrentar» al que muchos veían como principal enemigo de la Iglesia: el liberalismo y otras doctrinas modernas, que se expandían vertiginosamente conforme avanzaba el siglo, amenazando el privilegiado sitial que ostentaba la institución eclesiástica y la Iglesia católica en la sociedad y ante el Estado. Por eso, la mayor parte de la prensa religiosa de la época tiene la característica de dar mucha importancia al tema político, especialmente a las relaciones Iglesia-Estado e Iglesia-modernidad. Se trata de temáticas sobre la que corrieron ríos de tinta y según nuestras cuentas, este tema es preponderante en 105 periódicos «católicos» de los 173 registrados para el siglo.

Así fue que desde corrientes tradicionalistas del catolicismo se levanta una «cruzada» para ganar la opinión de las esferas sociales. Se fundan, desde periódicos institucionales encaminados a «poner en orden la casa» y definir con quienes se contaba y cómo se contaba, hasta publicaciones cuyo fin era polemizar con los adversarios directos, aquellos que amenazaban con afectar los intereses de la institución eclesiástica y del partido conservador. No en balde, las épocas de coyuntura política para la Nueva Granada, son aquellas donde se genera mayor producción hemerográfica de tinte religioso y político-religioso. Uno de las constantes de la polémica era insistir en que los liberales, al atacar los bienes e intereses de la institución eclesiástica, estaban atacando al pueblo mismo, cuya condición de «católico» se asumía como axioma.

    El sentimiento de pérdida de autoridad (política) percibido por las cúpulas eclesiales debía ser contrastado con la autoridad que otorgaba el hecho concreto de que la religión católica fuera la religión del pueblo. Ese era el mensaje para quienes «atacaban» a «la» religión, o al menos, la religión verdadera. Esa era la meta, el objetivo. La jerarquía y laicos activos consideraban que el pueblo era por «naturaleza» de carácter religioso35.

Pero no bastaba con proclamar ante los «adversarios» los sentimientos «católicos» de la «casi totalidad» de los connacionales. Había que lograr que estos se comportaran como tales. Por ello la prensa religiosa se concentra también en procurar «educar» de alguna manera a sus lectores y a todos aquellos que tuvieran acceso indirecto a la lectura de los periódicos. La prensa fue vista como una oportunidad para llegar a un público mucho más amplio que al que se estaba acostumbrado llegar a través de las prédicas, máxime cuando la presencia del clero, que era más bien poca, dado su histórico escaso número, el tamaño del país y la dispersión de sus habitantes. Lo que a continuación dice Claudia Castillo sobre Chile puede aplicarse completamente al caso colombiano:

    No existían los medios ordinarios de asistencia a la feligresía en todos los sectores. Estos debían quedarse con la prédica de la misa, pero ello también es relativo. ¿Se asistía regularmente a misa? ¿Cuál era la recepción de ella? ¿Quiénes y cuántos no contaban con recursos religiosos? A la espera de estudios que amplíen este conocimiento, solo podemos decir que fuera de la iglesia parroquial ni siquiera se podía contar con la misa dominical de forma regular. Las misiones recorrían los lugares más apartados, una vez al año o incluso con menor regularidad. En este marco se entienden las palabras de los sacerdotes que promovían la prensa y que las veían como un «poderoso auxiliar» de la actividad parroquial. La idea de que un periódico se traslada con mayor facilidad y de que podía permanecer con el fiel está presente en los gestores de prensa junto con el interés creciente en aumentar la «circulación» para poder decir de la prensa católica lo atribuido a los folletos protestantes: «penetran donde se quiera». Si bien la difusión de la prensa es un fenómeno especialmente urbano, es interesante constatar que hubo sectores del clero que pensaron en su expansión a los distintos pueblos y villas36.

Por eso en la prensa católica de la segunda mitad del siglo XIX, se comienza a dar importancia a la catequesis religiosa. Aquellas publicaciones que estaban dirigidas a la familia y a grupos populares contenían un apartado en el cual se publicaba por partes la historia sagrada, cuentos, anécdotas y consejos sobre moral y costumbres. Sin embargo, solo hasta finales de la década de 1880 surgió la primera publicación periódica dedicada enteramente a la catequesis, y esto, gracias a la iniciativa y esfuerzo personal de una mujer. Se llamó El Domingo de la Familia Cristiana y su redactora y editora fue la prolífica escritora Soledad Acosta de Samper, quien, durante un año explicó el Evangelio dominical a sus lectores, con un claro interés pastoral:

    Hacía mucho tiempo que deseábamos que hubiera un periódico que sirviese para la lectura en familia los domingos, en el cual se explicase familiarmente el Evangelio del día a aquellas personas que no puedan asistir al sermón del párroco, o que, viviendo quizás en el campo, no le es posible ir a la misa en que se explica37.

Asimismo, por medio de la prensa se procuró reconfigurar las representaciones y prácticas religiosas, para hacerlas más acordes con los tiempos que se vivían. Por ello puede observarse la difusión de nuevos símbolos religiosos de origen europeo como el Sagrado Corazón, la Virgen Milagrosa o la Virgen de Lourdes, todos ellos con un fuerte significado político-religioso38 y que entran a competir directamente en el imaginario religioso local con las vírgenes locales y las devociones tradicionales de origen colonial, muchas de ellas criticadas por propios y extraños debido a sus excentricidades39.

Se proclamaba un nuevo catolicismo que enfatizaba la práctica sacramental, especialmente la Eucaristía, la confesión y el matrimonio. Si durante la época colonial la institución eclesiástica había tolerado y convivido con la ausencia casi total de la familia entre la población, que mostraba altísimas tasas de ilegitimidad, en el siglo XIX reaccionó a la instauración del casamiento civil (1853) con un redoblado énfasis en la institución del matrimonio religioso y en la importancia de la familia para la reproducción de la fe Católica. Frente a un estado hostil, la familia se convertía en el punto de apoyo del nuevo esfuerzo. La fe, desafiada por la libertad de cultos (instaurada desde 1853) y por la difusión de propuestas anticlericales, pasó a enfatizar la apropiación personal, familiar y doctrinal de la fe40.

En cuanto a las procesiones y las actividades multitudinarias de fieles, se utilizaron ahora para mostrar ante los críticos liberales la capacidad de convocatoria e influencia que seguía manteniendo la institución eclesiástica. Más que un fin en sí mismo, como ocurría en la época colonial, eran ahora un «método».

Pero no solo se buscaba catequizar; también se dieron orientaciones sobre moral, costumbres -de hecho se insistió mucho en la «reforma» de las costumbres y hasta en «regenerarlas»-. Los temas morales y catequéticos tienen un significativoíndice de recurrencias en la prensa colombiana analizada, ocupando el tercer lugar y cuarto lugar después de la política y la literatura. Se pensó en transformar la realidad de sus parroquianos poco atrayente para los clérigos, imponiendo modelos de virtud, de mujer, de padre, de trabajador, de hijo y hasta dando consejos sobre higiene y ciudadanía. La «catequesis» del púlpito se ponía ahora en hojas y tinta41. En este sentido se combatió la embriaguez, la pereza, los vicios, se inculcaba el trabajo como fomento del «progreso» tan anhelado por entonces. En general, se inculcaban los valores modernos, ligados al capitalismo y a la burguesía: honradez, trabajo, ahorro, vida sobria.

Otra temática de la prensa católica decimonónica fue la organización eclesiástica, evidente especialmente en los periódicos institucionales. Y es que uno de los aspectos clave del proceso de romanización era la reforma de la estructura eclesiástica, haciendo que sus instituciones y los personajes que las ocupaban fueran más obedientes a la autoridad pontificia y mucho más eficientes y disciplinados. Era impensable que una Iglesia que pretendía llamarse «una» y «católica» (universal) estuviera internamente dividida por las opiniones divergentes que en ocasiones se tornaban en querellas. Por eso la jerarquía eclesiástica insistía en la fidelidad y obediencia a la Jerarquía y en la unidad del clero, al cual consideraban el principal y más visible elemento constitutivo del catolicismo y la Iglesia. Del clero dependía la obediencia de los laicos y, en general, la buena imagen que la Iglesia pudiera alcanzar externamente.

Esto implicaba que el obispo tuviera más control de su diócesis, de manera que la prensa católica sirvió como instrumento para mejorar las comunicaciones con el clero parroquial y los fieles en general. Gracias a la prensa, el obispo dejó de ser aquella figura lejana y aristócrata de la época colonial, para estar más presente en la vida de la comunidad. En la prensa se anunciaban las visitas pastorales, se editaban cartas pastorales, que llegaban a las más apartadas regiones; se publicaban estadísticas del clero, se anunciaban los nuevos cargos, se difundían disposiciones sobre administración eclesiástica, sobre reforma del clero, se daban instrucciones a los párrocos sobre cómo actuar frente a los acontecimientos políticos, sociales o religiosos y se ordenaba a los vicarios parroquiales estar pendientes de la conducta de los párrocos de su jurisdicción, de la liturgia, bienes, e incluso de los vasos y utensilios sagrados, y se le solicitaba a los fieles denunciar los hechos negligentes, abusivos o heterodoxos de sus párrocos42.

Otro asunto que ocupó parte de las páginas de la prensa católica, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX, fueron las problemáticas sociales. Este tema no era para nada ajeno a la Iglesia. Desde la época colonial, en lo que hoy es Colombia, la institución eclesiástica, encargada por el Estado, había asumido la asistencia social, particularmente enfocada en los enfermos, por medio de rudimentarios asilos, leprosorios y hospicios. Desde 1534 existía la Orden de los Hermanos Hospitalarios, fundada en Granada, España por San Juan de Dios, la cual llegó a la Nueva Granada a comienzos del siglo XVII, encargándose del cuidado de los pocos hospitales que existían. Con la separación de potestades en 1853, la expropiación de bienes eclesiásticos y la supresión de comunidades religiosas, rápidamente se vio la necesidad de organizar asociaciones laicales para afrontar el problema social, pues la institución eclesiástica no podía asumir, dado su debilitamiento estructural y económico, su labor asistencial como en viejos tiempos43. Por su parte, el Estado era mucho más débil para poder afrontar estas cuestiones. De manera que, rápidamente, desde las jerarquías, se propició la creación de congregaciones y asociaciones laicales que se ocuparan de afrontar las consecuencias sociales. La prensa fue entonces unórgano muyútil, por una parte, para comunicar las actividades benéficas y caritativas que realizaban las distintas asociaciones creadas a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, y por otra, para procurar nuevos miembros y solicitar ayudas44.

La educación, paradójicamente no recibió un lugar importante en la prensa católica, al menos de manera explícita. Este tema se trataba más bien coyunturalmente, como se dio en la década de 1870 a raíz de las reformas liberales en materia educativa, o a fines de la década de 1880, cuando el Estado decidió otorgarle a la Iglesia católica la tutela de la educación en el país.

Los temas teológicos e históricos tampoco fueron considerados muy importantes por esta prensa. Apenas se publicaron ensayos de cierta envergadura en algunos periódicos como El Catolicismoo El Tradicionista, pues era claro que la formación teológica de unos y otros era bastante primaria. El siglo XIX se caracteriza, de hecho, por un bajo interés por la teología y, en general, todos se contentaban con repetir las máximas del catecismo y de algunos documentos pontificios. Apenas alcanzaba para hacer algo de apologética, especialmente frente al protestantismo, que tímidamente hacía su arribo, o frente a la masonería. En esta labor figuraron laicos como José Manuel Groot y Miguel Antonio Caro. En todo caso, se prefería traducir y reproducir apartes de obras o artículos de autores europeos.

Respecto a la forma argumentativa que utilizaba esta prensa, todo dependía del público al cual estuviera dirigido. El discurso de los católicos tradicionalistas oscilaba entre el panfleto crítico, con una argumentación recargada y prolífica en citas y erudición, a la forma de diálogo platónico, muy utilizada, sobre todo en aquellos artículos, periódicos o escritos pensados para sectores populares (artesanos y campesinos). Esta consistía en poner a dos o más personajes, de ideas contrarias o afines, a dialogar entre sí, hasta llegar a la idea que buscaban proponer al lector u oyente. También se utilizaba la narrativa, por medio de cuentos, historias, narraciones y testimonios. No faltaba además la sátira y el verso, en los cuales abunda el sentido del humor.

Es notable ver cómo estos autores mantenían una bien lograda comunicación con los principales periódicos católicos de Europa, especialmente de Francia, España, Inglaterra y Roma. El Católico y La Esperanza de Madrid, El alacén Católico de Londres, El Expositor Católico de Nueva York, los anales de las Ciencias religiosas de Roma, La Voz de la religión de México, l’université Catholique y los annales de philosophie chrétienne, de Paris, y por supuesto, los famosos periódicos L’univers de la ciudad Luz, y La Civilta Cattolicade Roma, eran citados frecuentemente, bien para respaldar opiniones o extractar artículos enteros. A través de ellos, las ideas de Jaime Balmes, Juan Donoso Cortés, Juan Santiago Sayet, Luis de Bonald, el padre Guéranger, Monseñor Pie, Luis de Veuillot y Pío IX, llegaron con toda su fuerza y ciertamente en el momento más propicio para su aceptación, comunicando así al catolicismo con las doctrinas que marcaron la institución eclesiástica de Europa durante el siglo XIX. Sin embargo, al mismo tiempo se citaba y copiaba a ultraderechistas como Veuillot, no tenían inconveniente de servirse de los argumentos escogidos de conciliacionistas como Dupanloup, o de los mismos Montalambert y Enrique Lacordaire, exponentes del catolicismo liberal europeo.

3.3 Los editores: de la aventura individual a la organización e institucionalización

En las primeras décadas del siglo XX, la edición de prensa de temática religiosa y político-religiosa se hizo casi exclusivamente a título individual, tanto por laicos, como por clérigos. La institución eclesiástica estaba muy desorganizada como para emprender obras de esta naturaleza. Salvo el caso de El Observador Católico, apostólico y romano de la diócesis de Popayán (1839) no se observa ningún otro periódico institucional. La situación cambia un poco a partir de mediados del siglo XIX cuando la institución eclesiástica procuró controlar para sí la edición de la prensa religiosa católica, que edita los periódicos más longevos y de mayor tiraje. Pero ello no evitó que los laicos y algunos clérigos siguieran publicando por su cuenta y a veces hasta en contra de la jerarquía, de modo que la tendencia global muestra que durante el siglo XIX la publicación de este tipo de prensa fue una empresa mayoritariamente individual, con un 62 % de los registros analizados. Asimismo, se trata de un trabajo adelantado fundamentalmente por laicos, que según nuestras cuentas, editan el 62 % de los periódicos de la época. El clero solo se encarga del 26 % y entre ambos se edita el 11 % de la prensa católica decimonónica.

Pero fueron los periódicos corporativos aquellos que más perduraron, publicaron más ejemplares y se distribuyeron a más lugares. Detrás de algunos de estos periódicos, especialmente durante la época del radicalismo, estuvieron las sociedades católicas, las ya mencionadas asociaciones laicales originadas en la década de 1830 y que resurgieron tras las reformas liberales de mitad de siglo XIX. En este momento ya no eran monarquistas, pero con encíclicas y documentos apologéticos en mano, debatieron a más no poder a los liberales y hasta a los conservadores que se mostraban dispuestos a transigir. A finales de la década de 1850 se creó la Sociedad Católica de Bogotá. En1861, bajo la dirección de Venancio Ortiz, sus miembros editaron el periódico El Católico,que se convirtió en adalid y, por un tiempo, elúnico de la defensa de los derechos del clero, debatiendo sin tregua con periódicos liberales como El Tiempo o La Opinión (estaúltima, publicación de tinte conciliacionista entre el liberalismo y el catolicismo) tanto sobre cuestiones políticas como netamente religiosas, tales como la obra de Ernest Renán sobre la «vida de Jesús», la existencia de los milagros o del demonio, entre otros.

Las sociedades católicas se opusieron furibundamente a que el clero transigiera con el Estado en cuestiones como el juramento a la Constitución de 1863. La de Bogotá, por ejemplo, criticó al Arzobispo por su actitud conciliadora, calificándolo de «débil» y falto de fe. También criticaron, en los años 1860, a su provisor, el padre Andrés María Gallo, por simpatizar con el liberalismo. Estas sociedades, en algunas partes, se tomaron el derecho de convertirse en verdaderas censoras de la Institución eclesiástica45. Miguel Antonio Caro se destacó por su militancia en ellas y bajo su liderazgo se intentó fundar, a comienzos de la década de 1870, el «Partido Católico», que pretendió introducirse en la política en nombre de la Iglesia católica, proyecto que sin embargo se echó a pique, precisamente por la resuelta negativa por parte del arzobispado de Bogotá y parte de la jerarquía eclesiástica a que oficialmente se tomara la bandera de la religión para intervenir en cuestiones eleccionarias, además del temor que les producía ser desplazados por los laicos como voceros del catolicismo46.

Luego, las sociedades católicas estuvieron detrás de la férrea oposición al proyecto de creación de escuelas «neutras» por parte del gobierno liberal, en los años 70, lo que dividió a la jerarquía episcopal, entre quienes apoyaban la posición de las sociedades católicas (los obispos de Medellín, Santa Marta, Pasto y Popayán) y quienes procuraron conciliar con el gobierno (el arzobispo de Bogotá)47. De esta manera se extendieron de nuevo, con bastante acogida, en varias ciudades y poblados del país48, tomando impulso, especialmente durante o luego de coyunturas en las cuales las relaciones Iglesia-Estado se mostraron candentes (1861-64, 1870-71, 1876-77). Incluso, llegaron a organizar congresos de «Católicos».

Durante el régimen radical surgieron además otras organizaciones laicales que lograron protagonismo por su acción, que no dejó de ser difundida a través de la prensa. Estas asociaciones eran todavía bastante independientes del control eclesiástico y se dedicaban a servir en un aspecto en el que la institución eclesiástica había afrontado por siglos, pero que ahora, por su debilidad, dejaba en manos de los laicos: la caridad49.

Una de estas organizaciones50 fue la Congregación de Caridad, nacida en Bogotá a instancias del Arzobispo de Bogotá, Antonio Herrán, la cual respondió a una necesidad creciente de hacerse cargo de los hospitales de caridad tras la salida de los Hermanos de San Juan de Dios y las dificultades para que comunidades religiosas especializadas en el asunto (como las Vicentinas o las de la Presentación) llegaran a Colombia. Esta congregación se dedicó al «servicio y cuidado de los enfermos de ambos sexos en los hospitales de la ciudad, de los mendigos y expósitos en la casa de Refugio»51. Estas congregaciones pronto tuvieron réplicas en otros lugares del país. Más adelante, surgen otras organizaciones femeninas del mismo tipo, como la archicofraternidad de las madres cristianas y la sociedad protectora de niños desamparados. En ellas militó y lideró la reconocida escritora colombiana Soledad Acosta de Samper, y tenían como fin primordial el recoger, albergar y educar niños desamparados; muchos de ellos, recién nacidos52. Estas sociedades de caridad fundaron sus propios periódicos en los que se encargaban de difundir su labor, solicitar ayudas económicas y concientizar a los lectores de la importancia de unírseles para hacer labores asistencialistas. Uno de estos periódicos, fue La abeja (Bogotá: 1883) que tuvo mucha popularidad en su momento y que se caracterizó por publicar desde oraciones y vidas de santos, hasta notas curiosas, apologías a la caridad, poesías, literatura, historia, recetas de cocina y recomendaciones prácticas.

Otra asociación católica de gran influencia fue la sociedad de san Vicente de Paúl. Nacidas en Francia, en la década de 1840, llegaron pronto a la Nueva Granada. Ya en 1857 nace la primera «sociedad», por la iniciativa del chileno Víctor Eizaguirre y el poeta Mario Valenzuela. Entre sus primeros miembros estaban Rufino Castillo, Ricardo Carrasquilla, José María Trujillo, J. Caicedo Rojas y Rafael M. Gaitán, entre otros. Más adelante ingresaría Venancio Ortiz, reconocido católico tradicionalista, quien asumiría la presidencia de la Sociedad. Al igual que la Congregación de Caridad, la mayor parte de sus integrantes eran jóvenes de la elite capitalina. La sociedad fue consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, y se dividió en comisiones: una para enseñar la doctrina católica en el hospital, otra para asistir a los presos y una tercera para colectar limosnas53. Las sociedades de San Vicente, poco a poco se extendieron a las principales poblaciones del país (Medellín, Cartagena, Popayán, Tunja, Socorro), varias de ellas editaban sus propios periódicos para propagar su labor y solicitar fondos;54 emularon a las damas de la Congregación (e incluso las integraron más adelante) y fueron protagonistas de la caridad, cumpliendo un importante trabajo asistencial. Estas sociedades crearon «órganos oficiales» de características similares a los descritos, entre los cuales se destacan los periódicos La Caridad (Bogotá: 1864-1882), anales de la sociedad de san Vicente de Paúl (Bogotá: 1869-1871) y La Esperanza (Medellín: 1885-1886).

Otras publicaciones ligadas a asociaciones de caridad fueron El misionero (Barranquilla: 1868) de la Sociedad de Caridad; La abeja (Bogotá: 1883), de la Sociedad Protectora de Niños Desamparados. Asimismo, de iniciativa laical fue el periódico El mensajero del Corazón de Jesús (Bogotá: 1867) creado por la sociedad «Apostolado de la Oración», nacido para difundir el culto al Sagrado Corazón, que era propiciado desde el mismo Vaticano como símbolo del integrismo y el tradicionalismo decimonónico. La labor fue exitosa y el Sagrado Corazón se convirtió en pocas décadas en un icono religioso y un símbolo político.

Las sociedades católicas y laicales, en general, perdieron buena parte de su autonomía hacia el final del régimen radical, cuando el proceso de reorganización eclesiástica fue consolidándose y el clero procuró evitar que los laicos asumieran ellos solos posiciones de liderazgo de la Iglesia frente al Estado y la sociedad, dados los conflictos políticos que habían generado algunos episodios en donde el protagonismo de ciertos laicos influyentes había llegado a chocar con la misma jerarquía eclesiástica. Esto se reflejó en la prensa. Precisamente, fue a partir de la década de 1880 cuando nacieron la mayoría de los periódicos oficiales de las diócesis, que de ahora en adelante procuraban la vocería oficial en nombre de toda la Iglesia católica en su territorio. Así fue como surgen, entre otros, los periódicos La unidad Católica (1869)órgano oficial del episcopado neogranadino; repertorio Eclesiástico (1873) de la diócesis de Medellín; La unidad Católica (1882) de la diócesis de Pamplona; repertorio Eclesiástico (1880) y El Eco religioso (1893) de la diócesis de Santa Marta; El revisor Católico (1881) de la diócesis de Tunja; La semana religiosa de Popayán (1886) de la diócesis de Popayán; El Hebdomadario, de la diócesis de Cartagena de Indias (1887); El instructor de antioquia (1892), de la diócesis de Antioquia; la revista Diocesana (1898) de la diócesis del Socorro; La iglesia del Tolima (1899), de la diócesis de Tolima. Prácticamente el surgimiento y consolidación del periódico institucional estaba relacionado con el estado de organización de la diócesis y su nivel de romanización.El mandato era claro: para hablar en nombre de la Iglesia había que organizarse, ser parte de una corporación reconocida y tener aprobación eclesiástica; no más publicaciones a título personal. Con una institución eclesiástica reorganizada, un laicado sometido al clero y una prensa unificada, estaba preparado el camino para afrontar con protagonismo y a su favor la nueva etapa que se avecinaba: la Regeneración y la hegemonía conservadora (1886-1930).

Hemos podido conocer los nombres de varios editores y colaboradores que estuvieron a cargo de la prensa católica decimonónica. El primer «gran» editor es nada menos que Nicolás Pontón, quien aparece como responsable o colaborador de 7 publicaciones periódicas, entre ellas, posiblemente El Católico, que lideró la oposición a las medidas anticlericales llevadas a cabo entre 1861-1863. Pontón es conocido por su filiación conservadora, por su condición de católico militante y además por poseer una imprenta de gran renombre en Bogotá. Con el mismo número de frecuencias sigue Vicente Arbeláez, quien fuera arzobispo de Bogotá durante la época radical. Arbeláez siguió los pasos de Manuel José Mosquera, su antecesor, aprovechando su cargo para promover directamente la prensa religiosa. Los políticos e intelectuales conservadores Miguel Antonio Caro y Manuel María Madiedo tienen cada uno 6 referencias. El político José Joaquín Ortiz, José Vicente Salazar y el escritor José Manuel Groot, continúan la lista, con 5 referencias cada uno. El cura Francisco Margallo, quien en los años 1820 libró una auténtica «cruzada» contra la masonería, financiada de su propio bolsillo, aparece con 5 referencias, al igual que otro gran escritor decimonónico, José Joaquín Borda. Rafael Celedón, quien fuera obispo de Santa Marta, es otro promotor de periódicos, cuyo nombre aparece como editor de cuatro periódicos. La lista es larga y en ella podemos destacar además al exliberal radical José María Samper, a su esposa Soledad Acosta, principal escritora colombiana del siglo XIX, a José María Vergara y Vergara, a Rafael Pombo, a Ricardo Carrasquilla (todos con 3 referencias) a Rufino José Cuervo, Sergio Arboleda, Venancio Ortiz y hasta al liberal Jorge Isaacs (todos con 2 referencias). En la lista puede observarse a buena parte de la crema y nata de la intelectualidad de la época, la mayoría de ellos escritores consumados, junto con algunos eclesiásticos. Interesante es ver cómo, a pesar de los intentos de la institución eclesiástica por controlar la prensa católica, debió permitir que los laicos siguieran llevando el rol principal como escritores, redactores y hasta editores.

Como editores corporativos se destaca la diócesis de Antioquia, que editó en la segunda mitad del siglo XIX cuatro periódicos diferentes. Supera en ello a la arquidiócesis primada de Bogotá que, con tres periódicos, ocupa el segundo lugar. Esto habla del dinamismo del proceso de fortalecimiento institucional del catolicismo antioqueño, que luego le daría un fuerte sello a la sociedad de esa región del país. Le siguen el Apostolado de la Oración, la Sociedad de San Vicente de Paúl y la Compañía de Jesús, con tres periódicos cada uno. Interesante es destacar la labor editorial de los jesuitas, que permanecieron la mayor parte del siglo XIX ausentes del país. Asimismo, la fortaleza que mantenía la Sociedad de San Vicente, nacida con gran apoyo de las elites locales, tanto de Bogotá, como de las regiones.

4. Periódicos «conciliacionistas»

No toda la prensa «católica» correspondía a periódicos de tinte tradicionalista y conservador, ni en sus nombres relucían tipologías religiosas. Aunque las corrientes tradicionalista e intransigente55 acaparan el 83 por ciento de la prensa religiosa católica del período, desde muy temprano algunos panfletos, primero, y periódicos, después, expresaron una serie de ideas acordes con lo que los historiadores denominan «catolicismo liberal» o «conciliacionista»56. El 9 % de la prensa religiosa católica decimonónica pertenece a esta tendencia.

Entre octubre de 1848 y abril de 1849 circuló el periódico El Joven, entre cuyos redactores presumiblemente se encontraba Manuel Ancízar, que se dedicó a defender una propuesta católico-liberal para el medio neogranadino. En largos y eruditos artículos analizó la situación político-religioso neogranadina, solicitando al clero reformar su estilo de vida, costumbres y accionar pastoral, buscando su adaptación a los «nuevos tiempos» y la construcción de una Iglesia más acorde con los mandatos cristianos originales, que según sus editores, eran la esencia de la doctrina liberal57.

Otro periódico, aparentemente nada «católico», pero muy interesado en criticar las condiciones socio-políticas del país desde el cristianismo y el Evangelio fue El alacrán, editado en 1849 por Joaquín Pablo Posada y su amigo Germán Gutiérrez de Piñeres. Desde el principio Posada se propuso causar polémica. Por eso el cartel promocional del nuevo periódico decía así:

Hoy sale «El Alacrán», reptil (sic) rabioso
que hiere sin piedad, sin compasión. Animal iracundo y venenoso
que clava indiferente su aguijón.
Estaba entre los tipos escondido
emponzoñando su punzón fatal,
más ¡ay!, que de la imprenta se ha salido
y lo da Pacho Pardo por un real58.

La aparición de este periódico conmocionó a Bogotá. Sus autores (anónimos en un comienzo) se anunciaron comunistas y, utilizando un estilo cortante y panfletario, se declararon en guerra contra los ricos de la ciudad. Rivalizaron con José Eusebio Caro y Florentino González, y apoyaron inicialmente el régimen de López, porque, al igual que las sociedades democráticas de artesanos, creyeron que el liberalismo tenía un proyecto social favorable para estos grupos.

Las ideas conciliacionistas entre catolicismo y liberalismo fueron luego expuestas por un período con un nombre aparentemente nada religioso como Huila, publicado en 1855 y cuyas páginas se dedicaron casi enteramente a defender dicha conciliación. Para ello, reprodujo por partes la obra Palabras de un Creyente, del polémico clérigo francés Felicité de Lammenais (1782-1854) la cual consideraban un «tesoro de moral, religión, política y literatura». Afirmaban de esta obra que:

El anciano debe leer todos los días las «palabras de un creyente» para llenar su alma de un consuelo celestial (…) el de la edad viril debe estudiarlas como fuente pura de los principios de la República a cuya defensa se consagra. El niño debe aprenderlas de memoria y repetirlas todos los días para formarse hombre modelo, dechado de virtudes, nobleza y benevolencia. Y la mujer encontrará en «palabras» todo lo que sus sentimientos busquen de amoroso, delicado, caritativo y entusiasta. Su admiración por Lamennais llegaba al punto de abrir sus obras «con el mismo respeto religioso con que abrimos las páginas de la Biblia»59.

En 1867 encontramos en Bogotá un periódico denominado La alianza, editado por una sociedad de artesanos del mismo nombre, que tenía como fin invitar a sus colegas a olvidarse de partidos políticos, a reconciliar ofensas, a trabajar en pro de la prosperidad humana y material del país, por medio del trabajo constante y a luchar por su participación en la república60. Esta sociedad era apoyada por personajes de le elite política como Liborio Zerda, entre otros. En Piedecuesta apareció en 1865 una sociedad de artesanos que publicaba un periódico denominado El Demócrata, bajo la dirección de Victoriano D. Paredes, mostrando un claro interés por la conciliación entre liberalismo y catolicismo61. Estas asociaciones, así como eran críticos de la jerarquía eclesiástica, también despotricaban contra el régimen radical.

Años más tarde, en 1877, se edita en Medellín el periódico Evangelio i la libertad, con similares propósitos, oponiéndose a la guerra de 1877 (desatada en buena parte por intereses eclesiásticos) y publicando también apartes de la obra de Lammenais. Para ellos, la publicación de este libro era valiosa en la medida que recordaba a los creyentes la fuerza de la palabra, como elemento transformador de la sociedad, por encima de la violencia y la revolución. Y a la vez mostraba que «la religión y la libertad» eran compatibles62.

La prensa conciliacionista recibió un duro golpe con la publicación del syllabus o catálogo de «errores modernos» emitido por Pío IX en 1864 para acompañar una encíclica condenatoria al mundo moderno63 y que fue recibido con desconcierto por parte de la prensa liberal (cuyos redactores eran en su casi totalidad católicos) y la conservadora moderada64 y el regocijo de la conservadora más tradicionalista.

La doctrina expresada en la Quanta Qura y el syllabus, poco a poco fue absorbida por el catolicismo tradicionalista intransigente que la convirtieron en pilar ideológico para su fortalecimiento y reacción, tras la controversia suscitada por laúltima de las reformas liberales, en materia educativa (1870) la guerra civil de 1877 y la caída del régimen Radical e inicio de la Regeneración (1880).

Conclusión

Aunque ignorada en lasúltimas décadas por la historiografía universitaria, la prensa religiosa tuvo un rol muy importante, tanto en el mapa político decimonónico, como en el social y el específicamente religioso.

En primer lugar, la institución eclesiástica utilizó la prensa para reorganizarse en torno a los dictámenes unificadores, centralizadores y disciplinarios que emitía el Vaticano, entidad con quien se entró en relación directa a partir de 1835, luego de siglos de intermediación del patronato eclesiástico. La prensa posibilitó la difusión de pastorales, indicaciones de todo tipo, desde litúrgicas hasta morales y políticas, publicar comunicados, nombramientos, citaciones a curas y hasta estadísticas, algo impensable apenas unas cuantas décadas atrás. La institución eclesiástica puede entonces tomar un segundo aire luego del resquebrajamiento provocado por la guerra de Independencia y las sucesivas «reformas» que desde el Estado se generaron en su contra, y prepararse para su papel que jugaría en el nuevo orden social y político tras el advenimiento de la Regeneración. Podemos decir que sin la prensa no hay romanización eclesiástica.

Es necesario recalcar el rol jugado por los laicos como activos impulsores y creadores de este tipo de prensa, laicos que pertenecían a encumbradas clases sociales y ostentaban una amplia cultura literaria, política y religiosa, al punto que en un proceso donde la jerarquía eclesiástica y el clero en general buscaba recuperar el timón de la Iglesia y enviar al laicado a un lugar subsidiario, le era imposible prescindir de él, dada la mala formación que el clero tenía, recibida en seminarios desorganizados y muchas veces, intermitentes65.

En segundo lugar, la prensa religiosa tuvo unas dimensiones sociales importantes. Por una parte, promovió la formación y organización de una nueva manera de hacer «caridad». La segunda mitad del siglo XIX ve nacer aquí y allá, distintas asociaciones caritativas y de beneficencia, compuestas por laicos y clérigos, que van a dar un giro a la forma de atender este asunto vital, aumentando el número de hospitales y hospicios. Estas asociaciones son las que van a fomentar el arribo de comunidades religiosas femeninas y masculinas especializadas en la temática66, que cumplirán a su vez una importante labor a partir delúltimo cuarto del siglo XIX, una vez se logre el entendimiento entre Iglesia y Estado. La prensa de estas organizaciones fue utilizada para difundir sus actividades, solicitar ayudas y buscar «sensibilizar» a los lectores (generalmente las clases letradas y pudientes) en la importancia de asociarse y unirse a los llamados que comenzaban a hacer los papas (especialmente desde León XIII) sobre el tema, que no quedaba reducido al campo de la salud y la atención de expósitos, sino además, a la atención de artesanos y otros grupos «populares» urbanos.

En tercer lugar, está el papel político cumplido por este tipo de prensa y que es el más evidente. Prácticamente, en el siglo XIX la prensa religiosa nace para atender razones políticas, esfera en la cual se produjeron los mayores «problemas» que afectaron a la Iglesia, dado el advenimiento de nuevos regímenes, proyectos, intereses y modos de comprender la sociedad y el Estado. Por medio de la prensa no solo se ventilaron y defendieron las ideas más tradicionalistas e intransigentes en lo que respecta a la relación Iglesia-mundo, sino también propuestas de conciliación y de adaptación a los cambios. Estas publicaciones, semidesconocidas o totalmente desconocidas en nuestra época, fueron la vía de expresión de corrientes que giraron en torno a una conciliación entre catolicismo e ideas provenientes de la modernidad.

Pero la prensa católica del siglo XIX fue mucho más que una mera «reacción» al liberalismo. Coincidimos con Claudia Castillo y otros historiadores del tema en América Latina, quienes llaman la atención de que la prensa católica tenía metas más amplias y diversas que simplemente «contener» y «oponerse» al liberalismo. Aún más, la institución eclesiástica y otros sectores católicos, a pesar de estar influidos por corrientes tradicionalistas, al usar y diversificar la prensa, se introdujeron en la dinámica de la modernidad.

Sociedad moderna que establece un nuevo vínculo con la autoridad y con las normas en distintos tiempos y acorde al ritmo de cada conjunto humano. Es eso lo que queremos decir cuando afirmamos que el catolicismo, con la prensa en este caso, aceptó un nuevo plano y que incluso lo promovió. El mundo liberal llevaba impreso en su proyecto la expansión de la cultura escrita y fue el que más se empeñó en ese objeto, en contraste con el catolicismo que se interesó en su expansión cuando comprendió las ventajas de este medio para la difusión de sus ideas67.

La dinámica de la modernidad implicaba entrar en el debate público de ideas con otros grupos, varios de ellos opuestos entre sí, y demostrar que sus tesis y consignas eran las más apropiadas para la sociedad del momento y los tiempos que corrían, tal como lo hizo la institución eclesiástica decimonónica con la prensa, pues de acuerdo con Castillo:

Promover la prensa católica era reconocer, más o menos conscientemente, que se estaba en una nueva sociedad. Sus promotores aceptaron las reglas de un universo plural, o bien, en vías de su consolidación, y su sola presencia ayudó al fortalecimiento de la esfera pública, además del forjamiento del catolicismo como gestor de una opinión y una postura frente al mundo. Como una más, entre otras y con otras. Y el catolicismo hablando desde un lugar muy distinto del que lo había hecho antes. Ya no bastaba, por un lado, el púlpito y las prédicas…68.

Es decir, por medio del debate a través de la prensa, de la promoción de la militancia y de la lucha contra los intentos de laicización del Estado y de la sociedad, la Iglesia católica se va definiendo como un ente diferenciado, como actor diferente del Estado, del Partido, de la Escuela, definiendo su propia actividad, su campo de acción, sus miembros y hasta su público, elementos todos estos propios de la dinámica de la modernidad69. En cuestión de relativamente poco tiempo se fue disipando aquella sociedad donde las fronteras entre lo público y lo privado, la Iglesia y el Estado, lo religioso y laico no estaban definidas, por una sociedad en donde discutía sobre el rol de la Iglesia en lo «público», hasta dónde debía influir el clero, se trazaban distancias entre el Estado y la Iglesia, en donde el primero renunciaba a regir a la segunda, garantizándole su «independencia» y se hacían pactos en torno a proyectos de sociedad y de estado acordes a los intereses de los actores del momento, donde cada uno guardaba su lugar y actuaba como ente diferenciado y autónomo.


Pie de página

1 Manuel José Mosquera, «El Periodismo católico en el estado», El Catolicismo 1. 1.o de noviembre de 1849, 3.
2 El desconocimiento del impacto de la prensa eclesiástica y religiosa en la sociedad y la política del siglo XIX no es un fenómeno exclusivamente colombiano. En otros países del área, como Chile, ha sucedido algo parecido. Claudia Castillo dice que: «esta realidad (la incidencia de la prensa católica en la sociedad) tan clara para sus actores y con tanta publicidad en el período, en la que se invirtieron cuantiosos recursos y no menos cuotas de imperativos categóricos, no encuentra atención en la mayor parte de la historiografía chilena. Prácticamente, no hay conclusiones de investigaciones históricas sobre prensa católica en Chile y menos de sus procesos y sus distinciones». Claudia Castillo, «La fe en hojas de a centavo. Prensa católica en Chile, sus lectores y el caso de El Mensajero del Pueblo, 1870-1876», Teología y Vida 4, Vol. 49 (2008): 839. Cuando se trata de prensa dirigida al pueblo el análisis es todavía menor, pues la prensa popular se suele identificar con la de izquierda o la liberal, tesis que no concuerda con la presencia de muchos periódicos de tinte conservador o religioso, dirigidos precisamente a sectores populares como los artesanos.
3 Renán Silva, «El periodismo y la prensa a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX en Colombia». Documento de trabajo cidse N.o 63 (Cali: Grupo de Investigación Sociedad, Historia y Cultura, Universidad del Valle, 2003), 13, consultada en noviembre 14, 2011, http://sociohistoria.univalle.edu.co/doctrabajo.html.
4 Ibíd., 31.
5 El ejemplo más célebre es el Catecismo o instrucción popular, del presbítero Juan Fernández de Sotomayor, (Cartagena: Príncipe, 1814).
6 A partir de la Independencia se generó una crisis sin precedentes en la institución eclesiástica colombiana, crisis que afectó de sobremanera a las comunidades religiosas. Dicha crisis se debió a la ruptura del anterior modelo de cristiandad, en el cual los religiosos y la institución eclesiástica se habían convertido en baluartes de la sociedad y del mismo estado, existiendo una interrelación entre los distintos estamentos. La crisis ya se anunciaba desde finales del siglo XVIII a raíz de las reformas borbónicas, pero se desata con toda crudeza a partir de 1810, cuando la guerra de independencia provoca divisiones entre el clero, los obispos realistas (la mayoría) se marchan, la institución eclesiástica queda acéfala, las comunidades religiosas quedan aisladas (al cortarse las relaciones con sus superiores en España), la vida religiosa conventual es desprestigiada, los conventos se vacían, varios clérigos rompen con sus superiores y se introducen en la vida política activa, atraídos por el afán de la «novedad» que prometía la vida republicana. Toda esta situación es aprovechada por los políticos, liderados por Santander y su grupo, para apoyar a los bandos más «ilustrados» y proclives al liberalismo, a la vez que se dictaban medidas para debilitar las comunidades religiosas. Cf. William Elvis Plata, Vida y muerte de un convento. Dominicos y sociedad en santafé de Bogotá, Colombia, siglos XVI-XIX (Salamanca: Ediciones San Esteban, 2012), caps. 4 y 5.
7 Algunos de estos panfletos son Antonio M. Amezquita, El Clero y sus detractores Bogotá: (s. e.) 1836; F.T.I. (seud). Historia sencilla de los hechos de una monarquía, que se halla en el centro de una república libre. Dada a luz por un amigo de los regulares (Bogotá: S. S. Fox, 1826); Fr. Diego Rojas, Defensa de los regulares (Bogotá: S. S. Fox, 1826); Representación que los prelados regulares de esta capital, han elevado a la Cámara del Senado reclamando sus derechos (Bogotá: Ti de Salazar, 1833); Un Soldado de Colombia (seud). El amigo de la religión y de Colombia (Bogotá: Imprenta de la República por Nicomedes Lora, 1823); José Joaquín Vela, Guerra a la preocupación y defensa de los regulares (Bogotá: Impreso por S. S. Fox), 1826.
8 Durante los años 1820 y 1830 se dieron fuertes debates en torno al Patronato del Estado sobre la Iglesia, al rol que debía tener la masonería, a la introducción de las sociedades bíblicas, a la adopción de un programa de estudios universitarios basado en principios utilitaristas y aquellos producidos por la supresión de conventos menores, la expropiación de sus bienes y las crisis de las comunidades religiosas existentes en el país. Finalmente, la guerra civil de 1839-41, aunque tenía un claro interés de lucha entre poderes regionales, se revistió de pretextos religiosos.
9 Estadísticas realizadas a partir de la revisión de los catálogos de las bibliotecas Nacional de Colombia, Luis Angel Arango y Universidad Javeriana, en Bogotá y la Hemeroteca de la Universidad de Antioquia, en Medellín.
10 Carta impresa anexa a El investigador Católico 7 (10 mayo 1838).
11 William Elvis Plata, «Del catolicismo ilustrado al catolicismo tradicionalista», en Historia del cristianismo en Colombia. Corrientes y diversidad. Dir. Ana María Bidegain (Bogotá: Taurus, 2004).
12 Esta experiencia histórica hace que desde entonces «los medios de comunicación, por lo menos en Colombia, se constituyeron y se constituyen aún en brazos o apéndices ideológicos de una reducida élite económica y política que ejerció y ejerce influencia en ámbitos diversos de la vida nacional, como el cultural, el social, el político y el económico. Por ese camino, las empresas periodísticas y en particular sus discursos periodísticos están al servicio de grupos de poder que buscan mantener unas condiciones de supremacía frente a otros grupos que se constituyan -o puedan constituirse- en competencia y en eventual peligro para sus proyectos particulares»: Germán Ayala, «El periodismo en Colombia: una historia de compromisos con poderes tradicionales», unirevista 1, 3 (Bogotá: julio de 2006), 5.
13 El Clamor de la Verdad 1 (Bogotá: 31 octubre de 1847), 1.
14 La Verdad y la razón 1 (Bogotá: 1 marzo de 1846), 2.
15 Hasta 1853 el sistema de votación era indirecto y censitario: Para poder votar eran necesarios una serie de requisitos económicos, culturales y hasta raciales (Ser varón, libre, poseer cierto patrimonio, saber leer y escribir, etc.) haciendo que solo un pequeño número de la población pudiera acercarse a las urnas a votar por unos «electores» quienes eran los encargados de elegir al presidente de la república: Constitución Política de la nueva Granada reformada por el Congreso en sus sesiones de 1842 y 1843. Edición oficial (Bogotá: Imprenta del gobierno por J. A. Cualla, 1843) Art. 9 y 17 al 23.
16 «La Tarde. Prospecto», La Tarde de los agricultores y artesanos 1 (Bogotá: 15 de marzo de 1846), 1-2.
17 Ibíd., 1.
18 Gilberto Loaiza Cano, «El neogranadino y la organización de hegemonías. Contribución a la historia del periodismo colombiano», Historia Crítica 18 (1999), 2.
19 Patricio Bernedo, «Prensa e Iglesia en el Chile del siglo XIX. Usando las armas del adversario», Cuadernos de información 19 (2006), 103.
20 Manuel José Mosquera, «Por qué escribimos», El Catolicismo 1 (Bogotá: 1.o de noviembre de 1849), 2.
21 El Catolicismo viii, 403 (Bogotá: 3 de enero de 1860), 21.
22 «El Nuevo Diario Católico», revista Católica (13 de junio de 1874), citado por Patricio Bernedo, op. cit., 106.
23 «Nuestra Obra», Estandarte Católico (20 de junio de 1874), citado en Ibíd.
24 Claudia Castillo, op. cit., 846.
25 En esos años la Arquidiócesis de Bogotá era muy extensa; comprendía territorios de los actuales departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Tolima, parte de Santander y los Llanos orientales.
26 Vale resaltar los polémicos artículos escritos por José Manuel Groot e intitulados «Misioneros de la Herejía», publicados en el segundo semestre de 1853, precisamente, cuando se preparaba el advenimiento de la Iglesia Presbiteriana al país, auspiciada por el gobierno.
27 El Catolicismo VIII, 403 (Bogotá: 3 de enero de 1860), 3.
28 José Restrepo Posada, arquidiócesis de Bogotá. Datos biográficos de sus prelados. Tomo II (Bogotá: Editorial Kelly, 1971), 396.
29 Tal acto es un ejemplo de la debilidad general que existía en la «línea de mando» de la institución eclesiástica.
30 José Restrepo Posada, op. cit., 396.
31 Uno de los autores que acuñó el término, trabajando intensamente el tema, fue el belga Roger Aubert, quien fuera profesor de la Universidad Católica de Lovaina. Cf. Roger Aubert, Pío IX y su época (Madrid: Edicep, 1974); Aubert y otros, nueva Historia de la iglesia, Vol. IV (Madrid: Cristiandad, 1977).
32 William Elvis Plata, «La romanización de la Iglesia en el siglo XIX. Proyecto globalizador del tradicionalismo católico», Globalización y diversidad religiosa en Colombia. Ed. Ana María Bidegain y Juan Diego Demera (Bogotá: Unibiblos, 2005); Jhon Janer Vega, «La Diócesis de San Pedro Apóstol de Nueva Pamplona: una iniciativa de reorganización eclesiástica en la Iglesia colombiana durante el siglo XIX», anuario de Historia regional y de las Fronteras 1, Vol. 16 (2011): 101-124.
33 Ver gráfico n.o 1. En nuestros registros incluimos solo aquellas publicaciones cuya temática exclusiva o fundamental tuvo que ver con cuestiones religiosas y político-religiosas.
34 Al respecto ver los textos de Luis Javier Ortiz, Fusiles y plegarias. Guerra de guerrillas en Cundinamarca, Boyacá y santander 1876-1877 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2004); Obispos, clérigos y fieles en pie de guerra: antioquia, 1870-1880 (Medellín: Universidad de Antioquia - Universidad Nacional de Colombia, 2010); Carlos Arboleda Mora, Guerra y religión en Colombia (Medellín: Universidad Pontificia Bolivariana, 2006).
35 Claudia Castillo, op. cit., 841.
36 Ibíd., 847.
37 El Domingo de la Familia Cristiana 1 (Bogotá: 24 de marzo de 1889), 1.
38 Sobre el rol jugado por el Sagrado Corazón en la Colombia de los siglos XIX y XX ver: Cecilia Henríquez, imperio y ocaso del sagrado Corazón en Colombia, un estudio histórico simbólico (Bogotá: Altamir Grupo Alianza, 1996). Tanto las apariciones de la Virgen de Lourdes (1858), de la Medalla Milagrosa (1830), como la del Sagrado Corazón (siglo XVII) tienen en común mostrar que la humanidad se encontraba imbuida por el pecado de apostasía y rebelión y desviada de los caminos señalados por la tradición cristiana, prefiriendo seguir las orientaciones de «falsas doctrinas» e ideologías, que no es otro que las originadas por el mundo moderno. Estos aspectos fueron luego convenientemente utilizados para apoyar las campañas contra el liberalismo, la masonería y luego el socialismo.
39 William Elvis Plata, «La romanización de la Iglesia en el siglo XIX. Proyecto globalizador del tradicionalismo católico». En el siglo XIX son muy frecuentes las críticas de personajes educados, tanto conservadores como liberales, incluso clérigos, a la religiosidad popular, especialmente a aquella que permanecía independiente e indócil a los llamados de la institución eclesiástica.
40 José Oscar Beozzo, «La Iglesia frente a los estados liberales», resistencia y esperanza. Historia del pueblo cristiano en américa Latina y el Caribe. Ed. Enrique Dussel (San José: CEHILA-DEI, 1995), 193-194.
41 Claudia Castillo, op. cit., 858.
42 Gloria Mercedes Arango, La mentalidad religiosa en antioquia. Prácticas y discursos (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 1993), 122-123.
43 El Católico 58, (Bogotá: 12 de julio de 1864), 76.
44 Algunos de los periódicos más importantes enfocados en temáticas de beneficencia y caridad fueron: anales de la sociedad de san Vicente de Paúl (Bogotá: 1869-71); El misionero (Barranquilla, 1870); La Caridad (Bogotá: 1864-1882) y La Esperanza (1885-1886) de Medellín.
45 José Restrepo Posada, op. cit., 423-424.
46 Rubén Sierra Mejía, «Miguel Antonio Caro: religión, moral y autoridad», en miguel antonio Caro y la cultura de su época. Dir. Miguel Sierra Mejía (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 21-29.
47 Patricia Londoño Vega, religión, cultura y sociedad en Colombia. medellín y antioquia. 1850-1930. (Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 2004), 125.
48 Hemos encontrado estas asociaciones tanto en poblaciones principales, como Santa Marta, Medellín, Popayán o Pamplona, así como en pequeños poblados del Cauca, Antioquia, Cundinamarca y Santanderes. Gilberto Loaiza ha publicado un mapa sobre la expansión de dichas sociedades. Cf. Gilberto Loaiza Cano, sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 18201886. (Bogotá: U. Externado, 2011), 300.
49 En lo que hoy es Colombia, la institución eclesiástica, encargada por el Estado, había asumido la asistencia social, particularmente enfocada en los enfermos, por medio de rudimentarios asilos, leprosorios y hospicios. Desde 1534 existía la Orden de los Hermanos Hospitalarios, fundada en Granada-España por San Juan de Dios, la cual llegó a la Nueva Granada en el siglo XVII, encargándose del cuidado de los pocos hospitales que existían. La participación del laico en estas obras se reducía a aportar dinero, en efectivo, o por medio de censos y capellanías para su sostenimiento.
50 Para un conocimiento más detallado del funcionamiento de las organizaciones católicas socio-políticas en Antioquia Cf. Gloria Mercedes Arango, sociabilidades católicas, entre la tradición y la modernidad. Antioquia, 1870-1930 (Medellín: Universidad Nacional de Colombia, 2004).
51 José Restrepo Posada, op. cit., 350-351.
52 La mujer 5 (Bogotá: 5 de noviembre de 1878), 118.
53 José Restrepo Posada, op. cit., 364-366.
54 Losórganos más representativos fueron «La Caridad, lecturas del hogar» (1864-1869) y «Anales de la Sociedad de San Vicente de Paúl» (1869-1871) en Bogotá; y «La Esperanza» (1885-1886) de Medellín.
55 El catolicismo tradicionalista es una corriente predominante del catolicismo durante el siglo XIX. Su característica principal es reafirmar la condición jerárquica de la Iglesia, la infalibilidad pontifica y la defensa de los «derechos» históricos de la Iglesia frente al Estado. Se opuso al liberalismo y a muchas de las ideas del mundo moderno. Quienes se destacaron por su activismo en la confrontación Iglesia-mundo moderno se llamaban a sí mismos «intransigentes» (pues no se puede transigir con el «error»). Algunos estudios sobre el desarrollo de estas corrientes en Colombia del siglo XIX son: José David Cortés, Curas y políticos (Bogotá: Ministerio de Cultura, 1998); William Elvis Plata, «Del catolicismo ilustrado al catolicismo tradicionalista», op. cit., y William Elvis Plata, «De las reformas liberales al triunfo del catolicismo intransigente e implantación del paradigma romanizador», en Ana María Bidegain (dir.), op. cit.
56 Se denomina «catolicismo liberal» a una corriente surgida en el seno de la Iglesia católica, liderada especialmente por laicos, que intentó conciliar las doctrinas católicas con las ideas liberales de la época, considerando que estas no solo no eran opuestas entre sí, sino además que provenían de la misma fuente. El catolicismo liberal tuvo su centro de acción en Francia y Bélgica, fue duramente criticado por los católicos tradicionalistas e intransigentes y sus propuestas fueron condenadas por Pío IX en su famoso syllabus de 1864. Un análisis de la influencia de esta corriente en Colombia decimonónica puede verse en el artículo: William Elvis Plata, «El catolicismo liberal (o liberalismo católico) en Colombia decimonónica», Franciscanum 152, Vol. LVI (2009): 71-132.
57 El Joven 10-12 (Bogotá: 1848).
58 Citado en Joaquín Ospina, Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, Vol. 3 (Bogotá: Águila, 1939). Al otro día de salir a luz pública el primer número, decenas de personas se agolpaban ante el mostrador de la tienda de don Pacho Pardo pidiéndole el nombre del autor para «ajustar cuentas» con él.
59 «El dogma de los hombres libres. Palabras de un creyente, por M. J. Lamennais», Huila 1 (Neiva: 17 de junio de 1855), 2.
60 «15 de septiembre», La alianza. Periódico de los artesanos 57 (Bogotá: 15 de septiembre de 1868).
61 El Demócrata 1, (Piedecuesta: 15 de enero de 1865).
62 El Evanjelio I la libertad 1 (Medellín: 1877).
63 El 8 de diciembre de 1864 Pío IX publicó la encíclica Quanta Qura, con el controvertido syllabus. En estos documentos el Papa condenaba, en términos de indignación, las principales doctrinas modernas, entre ellas el panteísmo, la indiferencia religiosa, la tolerancia religiosa, el admitir que fuera de la Iglesia había salvación; proseguía condenando el socialismo, el comunismo, las sociedades secretas, las sociedades bíblicas y las sociedades católico-liberales. También condenaba las doctrinas que atacaban a la Iglesia y sus derechos, su poder, su magisterio, sus ministros, su independencia frente al Estado, la primacía de Roma, el monarquismo y la jerarquización de la Iglesia, así como las que bogaban por iglesias nacionales, la intervención de la autoridad civil en materia religiosa, admitiéndole solamente la protección o garantizar condiciones. Además, sentenciaba las doctrinas que negaban al Papa la potestad temporal y, finalmente, negaba la posibilidad de permitir la libertad religiosa en países católicos. El syllabus terminaba con un comentario lapidatorio al negar que «el pontífice romano pueda y deba reconciliarse y transigir con el progreso, con el liberalismo y la civilización moderna». Rober Aubert, Pío IX y su época, op. cit., 280.
64 José María Samper, quien a la fecha se consideraba tan «católico como liberal» decía: «No puedo comprender, es cosa que no me entra en el cerebro, que haya incompatibilidad, dicotomía, contradicción alguna entre una creencia y una opinión que me hacen amar a Dios y al hombre; reconocer la justicia en la religión y en la libertad; solicitar el progreso de mi alma y de todas las almas en su marcha ascendente hacia Dios en la eternidad, y el progreso de todos los fenómenos humanos con su tendencia necesaria hacia el bienestar, que es la justicia de Dios en la tierra». José María Samper, Los partidos políticos en Colombia (Bogotá: Imprenta de Echavarría Hermanos, 1873), 123.
65 Producto de las guerras civiles, muchos seminarios debían abrirse y cerrarse en repetidas ocasiones, afectando en tiempo y calidad la formación de los nuevos clérigos.
66 Para atender el campo de la salud y la caridad arriban entre otras, las Hermanas de la Presentación (1873), y las Hermanas Vicentinas, o «Hijas de la Caridad» (1882). Otras comunidades como la Salesiana (1890) también atienden este aspecto, aunque no haya sido el central de su misión.
67 Claudia Castillo, op. cit., 841.
68 Ibíd., 841-842.
69 Ibíd., 843.


Bibliografía

Fuentes primarias

Archivos

Archivo Histórico de la Arquidiócesis de Popayán. Popayán, Cauca, Colombia (AHAP) Legajo 329.         [ Links ]

Publicaciones periódicas

El alacrán. Bogotá (enero-marzo de 1849).         [ Links ]

El Catolicismo. Bogotá (1849-1861).         [ Links ]

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El Clamor de la Verdad. Bogotá (octubre y noviembre de 1847).         [ Links ]

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La Fraternidad. Santa Rosa de Viterbo (abril y mayo de 1849).         [ Links ]

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