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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

versión impresa ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.57 no.163 Bogotá ene./jun. 2015

 

Presentación de los Cuadernos Negros de Heidegger. 12.03.2014. Deutsche National Bibliothek, Frankfurt Am Main: Volumen 94, Überlegungen II-VI. Schwarze Hefte. 1931-1938; volumen 95, Überlegungen VII-IX, Schwarze Hefte 1938/39; volumen 96, Überlegungen XII-XV, Schwarze Hefte 1939-1941. Editados por Peter Trawny.

Federica González-Luna Ortiz*

* Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México -UNAM, Maestra en Filosofía por la misma institución. Ejerció como profesora titular de dos seminarios de Hermenéutica en el ISEE (Instituto Superior de Estudios Eclesiásticos) e impartió el curso de Filosofía antigua en el sua de la Universidad Panamericana. En abril de 2012 fue nombrada coordinadora académica del Centro de Investigación y Docencia en Humanidades del Estado de More-los (CIDHEM) por el director general. Actualmente realiza el Doctorado en Filosofía en la Bergische Universität de Wuppertal, bajo la dirección del Prof. Peter Trawny. Pertenece a los grupos de investigación: CLAFEN (Círculo Latinoamericano de Fenomelogía), Sociedad Iberoamericana de Estudios Heideggerianos y Wuppertaler Kreis für Phänomenologie. Contacto: fedilu@hotmail.com.


Diálogo entre Peter Trawny, editor y especialista en la filosofía heideggeriana, y Jürgen Kaube, especialista en Heidegger y articulista en FAZ (Frankfurter Allgemeine Zeitung).

La presentación de los cuadernos negros no es una presentación más entre muchas en torno a un libro novedoso. Fue un instante histórico, como el propio editor comentó al comenzar el evento. No fue un acontecimiento exclusivo para especialistas y científicos, sino un evento dirigido a todos aquellos interesados en comprender el siglo XX.

La publicación de las obras completas, como narró el hijo de Vittorio Klostermann, quien abrió el diálogo, fue pactada directamente entre el insigne filósofo y el notable editor. Klostermann no temía el fracaso sospechado por muchos de la publicación inicial de 3000 ejemplares pues no veía en ella una actividad lucrativa, sino sobre todo entrevió la importancia futura de dichas obras. Poco tiempo después 3000 ejemplares significaron tan solo el incipit de una tarea sin parangón, que hasta ahora sigue su curso. Uno de los temas pactados entre ambas figuras fue la publicación póstuma de los cuadernos negros -cuya denominación tan sólo responde al color de los cuadernos, como aclaró el nieto de Martin Heidegger, también presente entre el público- la cual se llevaría a cabo como corolario de las obras completas, es decir, como el último eslabón del camino de pensar de Heidegger1. Finalmente ven la luz los cuadernos en torno a los cuales se creó la esperanza de que ahí se encontraría la llave para comprender el escabroso pensamiento de Heidegger y, sin embargo, más que luz, los cuadernos representan un abismal terreno de cuestionamientos, incluso de decepción y de duda en torno al pensamiento del filósofo de la selva negra.

Aquel misterio que destruyó toda esperanza reside en la peligrosa cercanía entre el filósofo y los abismos del nacionalsocialismo y del antisemitismo. En estos cuadernos se cifra uno de los misterios más complejos de la filosofía, pues en ellos coinciden la profundidad de su genio y la humanidad de su yerro.

Al inicio se leyeron aquellos pasajes que han cimbrado a la comunidad europea, en donde Heidegger pone al descubierto su antisemitismo, aprobación, e incluso encumbramiento del nacionalsocialismo. Sin embargo, dichas posturas adquieren un cariz filosófico que complican aún más la comprensión de ambos movimientos históricos y de la filosofía heideggeriana. Pero al mismo tiempo, en medio de este yerro, permanece la precisión y la clarividencia con que el filósofo condena las vicisitudes de la historia del siglo XX y sus antecedentes en la filosofía moderna. Para el pensador, el empoderamiento del judaísmo fue veladamente preparado e iniciado por la modernidad, que en su glorificación de la razón, en su empedernido racionalismo, dio lugar a la imposición de la razón calculadora y vacía que Heidegger atribuye, como rasgo esencial, al judaísmo. Sin embargo, advierte el filósofo, dicha imposición responde a una decisión histórica que está más allá del judaísmo fáctico, es una decisión que se ha tomado más allá del hombre, en la dimensión de la historia del ser. La filosofía moderna, en el envanecimiento de la razón, ejerce una violencia sinigual sobre el ente, convirtiendo al ente en un objeto enteramente disponible al arbitrio del hombre, y al hombre en una cosa intercambiable por cualquier otra, arrancando así al ente y al hombre de su original vínculo con el Ser, movimiento que Heidegger denomina «Maquinación» o «Manipulación», en alemán «Machenschaft»: la violencia técnica que se ejerce sobre el ente. En este sentido la crítica de Heidegger al judaísmo adquiere un sentido «metafísico»: la pregunta por el papel del judaísmo mundial no es de carácter racial, sino una pregunta metafísica por la tarea histórica, asumida por ellos, de arrancar al Ser del ente. Husserl mismo es juzgado en virtud de su judaísmo, pues en su filosofía subsiste la omisión de la pregunta por el Ser, que ha permitido que la «Maquinación», es decir «el hacer al ente absolutamente disponible y útil», determinara el curso de la historia.

A partir de la lectura de estos pasajes fue que se desató una interesante y profunda discusión en torno a los principales rasgos antisemitas inmersos en el pensamiento de Heidegger. En primer lugar, el editor desveló el auténtico proyecto filosófico que inició Heidegger en los años treinta, a saber, el enfrentamiento filosófico entre dos grandes inicios: el primer inicio correspondiente a la filosofía griega y su desenvolvimiento durante más de veinte siglos como Metafísica, y el gran inicio del pensar, que, en pocas palabras, comienza con y en la filosofía de Martin Heidegger. El peligro que se abre con este enfrentamiento es la ingenuidad del filósofo al querer entrelazar el inicio de su pensamiento con el comienzo en el plano mundano-político del nacionalsocialismo. La dimensión de la cercanía del filósofo al nacionalsocialismo cobra entonces un matiz ontohistórico, el nacionalsocialismo juega un papel metafísico, así como también el judaísmo. Resulta atroz imaginar que Heidegger confundiera la irrupción del nacionalsocialismo con el nuevo comienzo del pensar. ¿Cómo es posible que la hondura de su idea de los comienzos, en donde la filosofía se juega en el diálogo fugaz entre el pasado y el futuro, se viera contaminada por el mundano acaecer del nazismo? Su error cobra entonces una dimensión abisal, que más que una condena, urge a repensar la tarea de la filosofía como aquel estar expuesto al abismo del Ser, en donde tropezar ante la luminosidad que se encuentra afuera de la caverna platónica resulta más peligroso que cualquier caída en la oscuridad de la caverna del mundo cotidiano. No sabemos qué esperar detrás de ese portal, la filosofía incursiona siempre en lo prohibido.

Otro misterio que surge en la dimensión de este yerro filosófico es: ¿Por qué Heidegger atribuyó al nacionalsocialismo la esperanza de una nueva humanidad, «antimoderna», libre de la técnica? Para el filósofo, Hitler representaba una suerte de Sócrates responsable de purificar al pueblo alemán de los rasgos metafísicos que el judaísmo había esparcido por todas partes. Heidegger, influido por los discursos propagandísticos en donde se hablaba del pueblo y de la tierra natal, creyó vanamente que el nazismo sería una promesa de antimodernismo, es decir, que volvería a unir aquello que, como él creyó frivolamente, el judaísmo metafísico había destrabado: el Ser y el ente. Creyó, en suma, que el nacionalsocialismo destruiría los frutos del judaísmo: el envilecimiento del hombre y su reducción a tendero del mundo, y del mundo a un infinito abastecedor de las necesidades calculadoras del hombre, desarraigado de toda tierra y del Ser.

Sin embargo, este craso error se funda en otro aún más peligroso: así como para Heidegger el judaísmo adquiere un sentido metafísico, Alemania se cifraba para él en dos figuras: Hölderlin y Nietzsche. Tanto lo judío como lo alemán adquieren un sentido completamente extraño en la narrativa de la historia del ser, como Trawny denomina al discurso heideggeriano que pretende explicar a estos actores a partir de la metafísica, en una dimensión que está más allá de las decisiones humanas. El error, como indicó Trawny, reside en la aprobación del nacionalsocialismo a partir de la reducción de Alemania en las figuras del poeta y el filósofo. De esta manera, mientras que al inicio Heidegger glorificó el movimiento, este envanecimiento pronto se trocaría en profunda decepción ante el «fracaso» del nazismo, ante el hecho de que este no logró o ni siquiera intentó des-tecnificar al mundo. Podríamos decir que muchos sufrieron la misma decepción que él, no solo en Alemania sino en todo el globo terráqueo, pero a la vez no todos se habían consagrado, como él, en uno de los pensadores más profundo de la historia. En esta medida, su error cobra dimensiones inquietantes y dignas de ser pensadas. Además, aún más enigmático, es el hecho de que Heidegger siempre mantuviera su antisemitismo en secreto, como un antisemitismo privado; ni siquiera los actores fácticos del nazismo sospecharon de esta idea que recorre los cuadernos como una figura esencial en sus reflexiones. ¿Por qué Heidegger mantuvo en secreto su antisemitismo no solo ante el público en general, sino sobre todo ante los mismos nacionalsocialistas? Es de suma importancia subrayar aquí que su antisemitismo no es el antisemitismo racial biologicista del nazismo «vulgar», es un antisemitismo «ontohistórico», como Trawny acierta en calificar, «ontohistórico». El antisemitismo de Heidegger está inscrito en la narrativa de la historia del Ser, y es precisamente en ello donde crece el peligro: pues esto implica que su filosofía está en cierta medida «contaminada» por este rasgo antisemita. Pero insistimos: ¿Por qué no encontramos ninguna huella antisemita en sus escritos publicados hasta ahora? ¿Acaso pensó que en su tiempo su antisemitismo sería incomprendido? Pero, ¿por qué al mismo tiempo decidió publicar estos pasajes de los cuadernos al final de las obras completas? Son preguntas, que incluso para el editor, constituyen un enigma.

El diálogo giró entonces hacia otro rasgo característico de los cuadernos, a saber, la agresividad con que se refiere a la segunda guerra. El filósofo de la selva negra expresa que la guerra no fue ninguna desgracia en sí misma, sino la ocasión para el surgimiento de otra humanidad, libre de la técnica y la Maquinación esencial a toda metafísica, en donde, como ironizó Kaube, el mundo se poblaría de muchos «Anaximandros». Trawny reveló entonces el sentido del concepto de «destrucción» que para Heidegger significa «purificación del Ser», en donde se muestra con claridad una suerte de dualismo entre el Ser y el ente, en donde el ente es lo impuro, y el Ser lo puro. Y sin embargo, agregó, permanece la pregunta: ¿Qué significaría un mundo de «puro Ser», desinfectado de lo ente? Para él, este dualismo significa para la escena filosófica un Novum, algo inédito, que además invita a repensar la filosofía en esta dimensión dual que parece estigmatizar lo ente en la misma medida en que el Ser se torna cada vez más impenetrable.

El último tema giró en torno al carácter falible del pensar, y el error como un motivo constante en la narrativa de los cuadernos, pues en cierta medida ahí se revelan los grandes errores del maestro de Friburgo, como la confusión del nacionalsocialismo con la esperanza de un nuevo comenzar libre de la razón calculadora. ¿Acaso seremos capaces de pensar el error en sí mismo? ¿Es posible y es deseable seguir pensando a la filosofía de la misma manera, después de que se revela un naufragio al interior de uno de los pensamientos más profundos de Occidente? ¿No se abre más bien una veta inédita para la reflexión en donde la filosofía constituye un constante riesgo de naufragio?

Será acaso que el último chamán de la selva negra cayó en el error que él mismo vaticinó en los cuadernos: «el pueblo alemán aún no se percata de que el cálculo aún no termina de calcular, un antiguo espíritu vengativo recorre la tierra, sin embargo, no es posible escribir la historia de esta venganza, pues la venganza se encarga de no ser escrita. Esta historia jamás alcanzará al mundo público, pues este es, él mismo, la venganza». ¿Será que el error del pensador confirma la verdad de su pensamiento?


NOTAS

1 La tarea de edición de todos los cuadernos negros que abarcan anotaciones que van desde 1931 hasta principios de los años setenta fue encomendada por la familia Heidegger al filósofo Peter Trawny. Hasta ahora han sido editados apenas tres volúmenes de los nueve que constituyen en total todo el complejo de textos.