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vol.57 issue163Presentación de los Cuadernos Negros de Heidegger. 12.03.2014. Deutsche National Bibliothek, Frankfurt Am Main: Volumen 94, Überlegungen II-VI. Schwarze Hefte. 1931-1938; volumen 95, Überlegungen VII-IX, Schwarze Hefte 1938/39; volumen 96, Überlegungen XII-XV, Schwarze Hefte 1939-1941. Editados por Peter TrawnyGonzález de Cardedal, Olegario. El hombre ante Dios. Razón y testimonio. Salamanca: Sígueme, 2013. author indexsubject indexarticles search
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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.57 no.163 Bogotá Jan./June 2015

 

Castillo, José María. La humanidad de Dios.
Madrid: Editorial Trota, 2013.

Luis Vicente Sepúlveda Romero*

* Profesional en Ciencias Bíblicas de la Universidad Minuto de Dios. Licenciado en Ciencias Religiosas por la Pontificia Universidad Javeriana. Magíster en Desarrollo Educativo y Social cinde y la Universidad Pedagógica Nacional. Docente investigador del Departamento de Humanidades de la Universidad Santo Tomás seccional Tunja. Tunja, Boyacá, Colombia. Director de la revista Quaestiones Disputatae. Contacto: vicente.sepulveda@gmail.com.


En los tiempos actuales, caracterizados por una implacable secularización y agnosticismo, lo religioso se enfrenta a nuevos y no fáciles retos. Uno de ellos, es una adecuada comprensión de los puntos centrales de un cristianismo situado en un contexto globalizado y dinámico1. En este sentido, la obra del reconocido teólogo español José María Castillo hace un importante aporte, ya que guía al lector en un interesante análisis sobre puntos centrales que hoy merecen la atención: el lugar de la religión y de Dios como objeto de estudio en la Universidad, la crisis actual de la fe en Dios, el debate religioso en perspectiva filosófica pensando a Dios como lo trascendente desde nuestra condición humana, es decir, inmanente; la humanidad de Dios desde la experiencia mística y teológica; y el futuro de la Iglesia y la teología. Estos aspectos que el autor desarrolla en este libro de manera sencilla y profunda a la vez, guían al lector en una interesante reflexión sobre el cristianismo frente a los retos actuales, encontrando incluso elementos donde vale la pena ampliar hacia un debate teológico y eclesiológico mucho más profundo.

El autor siempre ha sido partidario de llevar la reflexión teológica de manera sencilla a todos los públicos, al caminante de a pie, al ciudadano común y corriente. En su experiencia, advierte que la teología corre el riesgo de convertirse en un saber para pocos, para una élite. Así comienza su escrito, advirtiendo que en los tiempos actuales no es fácil hablar de Dios, porque al hablar de Dios estamos hablando de algo Trascendente, es decir, algo que no es de este mundo; lo que limita la comprensión desde nuestra inmanencia. Esta ambivalencia nos lleva necesariamente a la comprensión de lo religioso por oposición: lo sagrado vs. lo profano, lo humano vs. lo divino. De esta manera lo religioso se entiende desde lo contradictorio: lo religioso es capaz de las cosas más nobles de la humanidad, pero también en el nombre de la religión se han cometido los crímenes más atroces. La ambivalencia humana reflejada en la religión.

Estas contradicciones han hecho que, hoy en día, la gran mayoría de las personas no quieran saber nada de Dios o de lo religioso, pues al hablar de Dios la gente piensa que necesariamente hay que hablar de religión. Cuando las personas dicen no querer hablar de Dios, en el fondo lo que están queriendo decir es que no desean hablar de religión o de Iglesia. Como ejemplo de esto, en una perspectiva histórica, el autor explica el proceso de cómo en España en 1868, se suprimió la religión como asignatura obligatoria en las universidades. No fue solamente un evento que tenía que ver con lo académico o político, sino una consecuencia de cómo la teología misma no logró en su momento responder al diálogo entre fe y razón.

Al hablar de Dios como trascendente nos encontramos ante la imposibilidad del conocimiento de Dios a través de nuestra humanidad (por lo menos un conocimiento pleno). Esto es discutible, ya que la lectura del capítulo deja la sensación de la imposibilidad de experiencia de Dios. Son dos cosas muy distintas que el lector debe entender, so pena de caer en una interpretación «extremista» de la relación trascendencia-inmanencia. Aquí juega un papel muy importante el concepto de la objetivación de Dios: la idea que construimos de Dios, se realiza en nuestra mente. Pero, «eso ya no es Dios en sí, sino la representación inmanente de Dios trascendente que hace la conciencia humana»2. Esto es fundamental comprenderlo -como ya indiqué- en el marco de la experiencia de Dios. En ese sentido, la publicación nos invita a revisar cuáles son las ideas de Dios que hemos construido y que tan coherente es esa idea con el Dios revelado en la escritura.

Sobre la crisis de la fe en Dios, el autor pone en tela de juicio lo que en muchas partes de la sociedad se afirma: se ha perdido la fe porque vivimos en una cultura laicista, secularizada y relativista. Para Castillo, otras parecen ser las razones de este distanciamiento de lo religioso, ya que la fe no depende únicamente del contexto cultural en el cual se circunscriben los creyentes. La explicación ofrece una teoría interesante que tiene que ver con el punto anterior de la idea de Dios: la gente ha dejado de creer debido a la forma falseada de presentar a Dios. Es decir, la imagen que han «vendido» los profesores, teólogos y catequistas, ha sido una imagen de Dios deforme, incomprensible, inaceptable, e incluso algunas veces, insoportable.

La clave aquí para resolver esta cuestión, está en el mensaje que atraviesa toda la escritura: la experiencia de Dios siempre remite a buscar al otro, en términos de la relacionalidad cristiana. Toda la biblia, desde el libro del génesis, plantea la pregunta por el otro, por el necesitado, por el prójimo3. Desde allí hay que leer e interpretar la experiencia de Dios: desde lo humano y lo humano se encuentra en el otro. Es allí donde emerge la experiencia de sentido coherente para la vida cristiana.

Como el texto está todo el tiempo en función de explicar la humanización de Dios como clave para comprender la experiencia cristiana, es importante tener cuidado de no confundirla con una simple filantropía. La experiencia cristiana es generadora de sentido, un sentido que afecta al hombre en todas sus dimensiones: corporal, espiritual, relacional, etc. Debido a la delimitación que hace el autor sobre la humanidad de Dios, deja por fuera elementos fundamentales para los creyentes, como la vida en el espíritu, el fundamento trinitario de la fe, entre otros. Es fundamental tener esa claridad al momento de abordar el texto.

Otro elemento fundamental que toca el autor es la religión como institucionalización de lo sagrado. En ella, aparece el problema de los mediadores de la religión, quienes se encargan de gestionar la relación con lo trascendente. Lo que sabemos de Dios son las representaciones que de Dios nos han hecho las religiones. Esto plantea un problema a nivel eclesiológico en el caso católico: ¿es posible entender la Iglesia como mediadora de la relación con lo trascendente? ¿Cómo entender la jerarquía de la Iglesia? ¿Cómo entender las enseñanzas de la Iglesia cuando ella misma ha tenido que pedir perdón por cosas de las cuales ella misma se ha tenido que arrepentir? Son algunas de las preguntas del autor, donde la jerarquía católica no sale bien librada en el análisis.

Esto implica entonces depurar -como lo indica el autor- y dejar en claro el significado que tendríamos que darle a nuestra posible relación con Dios. Esta relación no puede fundamentarse en la metafísica del ser, sino en una «praxis histórica que se realiza en la historia del acontecer»4. Aquí el autor entra en concordancia con la teología católica que afirma que Dios se revela en la historia5. Pero el autor va más allá: pone en cuestión cómo comprender esta relación humana con Dios, encontrando la clave en lo ético: la relación del ser humano no se verifica mediante la fe, sino mediante la práctica, es decir, mediante la ética. Esta interpretación es supremamente válida, ya que hoy el cristianismo ha sido juzgado por la incoherencia de algunos de sus miembros. Se cree una cosa, pero se actúa de manera distinta.

Uno de los puntos álgidos del libro es el encontrarse con una afirmación bastante severa: el centro del cristianismo no es Dios, sino Jesús. Esta afirmación debe entenderse en el contexto en el cual se ha venido moviendo el libro: es más importante la praxis, lo real, lo concreto, que lo metafísico que no veo. En este sentido, el Jesús que podemos conocer es el Jesús terreno, el que nació y vivió y murió en la Palestina del siglo primero. En Jesús la trascendencia se ha revelado ante nuestra inmanencia y es allí donde podemos encontrarnos con Dios. Aquí lo cotidiano adquiere una importancia de carácter teológico. Tanto, que el Bios de la gente, se convierte en lugar teológico. Esto lo explica el autor en tres momentos: Un Dios que se vacía de sí mismo, un Dios que se ha humanizado (no utiliza el verbo «encarnado» y en el escrito explica por qué) y un Dios que se le encuentra en cada ser humano. Esto nos ayuda a pensar cómo Jesús, en los evangelios, nos presenta otra forma de vivir y entender la religión. Y esto es válido en una sociedad donde muchos contextos se han deshumanizado. En este sentido, para el autor, el proyecto cristiano no puede ser un proyecto de divinización, sino un proyecto de humanización. Así, principalmente el capítulo sexto es interesante porque expone la idea general de todo el libro. Pero aquí queda una pregunta que no se resuelve en el escrito: ¿la aproximación del Jesús histórico que hace el autor, no deja por fuera lo metafísico en la experiencia misma de Jesús? Hay que recordar que los evangelios fueron redactados en clave pascual, en clave de la experiencia del resucitado.

¿Tiene futuro la Iglesia? ¿Tiene futuro la teología? Normalmente las religiones se resisten al cambio, lo que explica el desajuste entre teología y ciencia, entre teología y sociedad6. Hoy en día las condiciones son distintas tanto para la Iglesia como para la Teología. Es fundamental que estas «desarrollen la aptitud para hablar de Dios en un lenguaje secular»7para ser fieles al mandato de Jesús. En esta misma línea, el santo Padre Francisco, ha hecho una invitación a la comunidad académica: «la teología, en diálogo con otras ciencias y experiencias humanas, tiene gran importancia para pensar cómo hacer llegar la propuesta del Evangelio a la diversidad de contextos culturales y de destinatarios (…) Convoco a los teólogos a cumplir este servicio como parte de la misión salvífica de la Iglesia. Pero es necesario que, para tal propósito, lleven en el corazón la finalidad evangelizadora de la Iglesia y también de la Teología, y no se contenten con una teología de escritorio”8.

Todo el libro, en sus nueve capítulos, propone una interesante y actual reflexión teológica. Además, tiene un sólido y amplio aparato crítico que le permitirá al lector, si lo desea, ir a las fuentes y a la bibliografía que el autor cita durante su discusión teológica. Un texto muy bien escrito que va llevando al lector al análisis y reflexión sobre lo que implica pensar el actuar de Jesús como la humanidad de Dios.

Notas

1 «Constitución Pastoral Gaudium et Spes», en Concilio Vaticano II (Bogotá: San Pablo, 1965), 137.

2 José María Castillo, La humanidad de Dios (Madrid: Trotta, 2013), 37.

3 Cf. Gen 4,9, Mc 9, 41.

4 José María Castillo, op. cit., 55.

5 «Constitución Dogmática Dei Verbum», en Concilio Vaticano II (Bogotá: San Pablo, 1965) N 2.

6 José María Castillo, op. cit., 115.

7 Ibíd., 117.

8 Papa Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium (Bogotá: San Pablo, 2014) N.o 133.