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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.57 no.164 Bogotá July/Dec. 2015

 

Lázaro Pulido, Manuel. La crisis como lugar teológico. Madrid/Porto: Sindéresis, 2014

Jaime Laurence Bonilla Morales*

* Licenciado en Filosofía y Licenciado en Teología por la Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá, Colombia, Especialista en Pedagogía y Docencia Universitaria por la misma institución y Magíster en Filosofía por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá. Actualmente es estudiante del doctorado en «Artes y humanidades: teología» de la Universidad de Murcia (España). Ha sido coordinador de investigaciones, líder de grupo de investigación y director de posgrados en la Facultad de Teología de la Universidad de San Buenaventura, así como profesor y director de trabajos de grado de la Especialización en Educación Religiosa Escolar. Actualmente es profesor investigador de la Facultad de Ciencias Humanas y Sociales de esta Universidad, miembro del grupo de investigación Devenir y Editor de la revista Franciscanum (filosofía y teología). Contacto: JBonilla@usbbog.edu.co, laurencebm@yahoo.es.


De manera inicial el título de este libro recuerda una preocupación que a lo largo de la historia ha movido –y sigue moviendo– el quehacer de la teología. Se trata, de manera particular, de la forma como en el siglo xvi el teólogo dominico Melchor Cano promovió la identificación de los denominados «lugares teológicos» como campos desde donde se argumentaba, se estructuraba la teología e incluso se impugnaban posturas que se consideraban contrarias a la doctrina tradicional1. Todavía hoy sigue vigente la pregunta por el lugar o los lugares teológicos, que permitan la conformación de un discurso o una estructura académica creíble, ya que la teología se confronta, en primer lugar, con los demás saberes y ciencias con sus métodos, epistemología y propuestas particulares. Y, en segundo lugar, la teología debe estar presente en contextos diversos caracterizados en el siglo xxi por la posmodernidad, la secularización y la globalización.

Lo particular es que en este libro de Manuel Lázaro Pulido se exponga la «crisis» como un lugar teológico, como un espacio desde el cual sería posible hacer teología. De manera paradójica llama la atención que la misma «crisis» es reconocida y tiene ya un espacio en otros ámbitos no teológicos, pues es fácilmente identificable para la gran mayoría de la humanidad en sus vidas diarias, aunque la más reconocida desde los medios de comunicación y la que en los últimos años más ha afectado ciertos países ha sido la de orden económico. Otra es la realidad de los países que no han entrado en este último tipo de crisis, siendo la mayoría pobres, tal vez porque permanentemente están en este estado y han sabido sortear la pobreza o porque la disminución de las condiciones económicas, aunque ciertamente afecta la cotidianidad, no tendría punto de comparación con países en donde el estado de bienestar alcanzó niveles que no son comparables ni exigibles, como es el caso de los denominados países del tercer mundo.

Con este propósito, en la primera parte, se expone la crisis como una realidad evidente del siglo xxi. Así, el autor opta por brindar un acercamiento conceptual del término dejando claro que es un concepto polisémico, para luego exponer la teoría de la crisis en relación con el «conflicto» y la manera como estos entran dialécticamente en las dinámicas mundiales, produciendo cambios sociales históricos. Seguidamente se ubica la crisis en el amplio contexto de Occidente, que se reconoce a través de las cifras que arrojan los problemas o las fluctuaciones financieras en los países desarrollados y es denominado como el fenómeno de la «Gran recesión». Este último refleja los problemas que se presentan para salir de la crisis, así como una transformación estructural de un modelo que hasta hace poco parecía inobjetable.

Desde estas reflexiones va surgiendo la inquietud sobre la «crisis» como condición de la humanidad, que no se circunscribe simplemente a lo económico, pues el problema no se limita a que la sociedad de bienestar pregonada no haya logrado su objetivo, ya que en las estructuras sociales e interpersonales se presentan distintas problemáticas. Sin embargo, «no está tan claro si estos factores son el resultado de una degradación que tiene como etiología la crisis, o, al contrario, la crisis es el resultado en todas estas instancias de un modelo, especialmente mental más que un modelo de estructura, que ya no acaba de servir»2.

Ciertamente la «crisis» tiene otras tantas variables, como las consecuencias morales que a corto, mediano y largo plazo produce la crisis económica. Pero el autor llama la atención sobre la crisis de valores que sería otra de las principales causas de la actual «crisis», al tiempo que invita a ir más allá de este juicio para identificar en la «realidad» las raíces profundas de este cuestionamiento. Con este fin se hace necesario tener en cuenta, por un lado, la condición humana de «fragilidad», la contingencia de todas sus iniciativas y, por otro lado, está la «crisis» como la situación que afronta de manera subjetiva y comunitaria. Desde estas dos perspectivas se constituye al hombre como itinerante, que desde el cristianismo reconoce la kénosis de Jesucristo, pues es a través de la cruz como se llega a la resurrección.

En este escenario se corre el riesgo de identificar la «crisis» con el pecado y no ver en ella una posibilidad para afrontar lo que se considera es el mal. Y, de la misma manera, aquí surgen las controversias clásicas de la teodicea que cuestionaría el poder y la bondad de Dios en medio de la realidad de «crisis». No obstante, la propuesta de Manuel Lázaro consiste en ver la «crisis» desde otra perspectiva, como lugar teológico, como lugar de realización o de re-creación, «pues el hombre imagen y semejanza de Dios ha de sentir en su limitación la oportunidad de apertura y autodonación, imagen del primer episodio kenótico acontecido en el acto creador de Dios, como lugar de relación entre Dios y los hombres»3.

En la segunda parte del texto se profundiza en la conclusión a la que se llegó en la primera parte, para presentar la crisis como una oportunidad y desde allí una teología de la crisis. Con este objetivo el autor toma como correlato de su propuesta la obra de Nietzsche, pues este filósofo hace visible la necesidad de que el ser humano asuma «su condición trágica, sus limitaciones, su existencia inacabada»4 y, por tanto, presenta una crítica al cristianismo de su época, en cuanto promovía una pasividad que impedía el desarrollo del potencial humano, de su voluntad de poder. Este cristianismo se fundaba, a su vez, en algunas formulaciones teológicas que negaban la crisis como lugar teológico, por lo que resultan muy actuales las críticas de Nietzsche al actual contexto de la teología.

Enseguida se abre la puerta al bagaje de la tradición franciscana, ya que en esta se encuentra una opción de vida y una lectura del cristianismo marcado por la cruz y por una mística la pasión de Cristo, que recuerda la crisis como lugar teológico, aunque sin caer en la desesperanza debido a que su desprendimiento total no es simple causa de dolor sino también de alegría. Como complemento se recuerda la teología de la Cruz del luteranismo que cae en un arraigado pesimismo antropológico, que termina por desestimar la relación del ser humano con Cristo, en cuanto imagen y semejanza. Esto está en contraposición a la visión franciscana que parte de una teología de la creación que le lleva a celebrar y cantar la vida, pues aunque el pecado y la cruz son la realidad, permanece una actitud positiva hacia el ser humano, incluso en el encuentro con la hermana muerte que le llevará a Dios.

Para ilustrar la teología de la crisis el autor retoma algunos relatos de la Biblia, con la convicción de que en esta se encuentra la historia de la salvación, en donde el ser humano es sujeto activo y está en relación con su Creador, aunque sea a través de una estructura narrativa dramática. Con este fin recuerda los relatos bíblicos que tienen a Abraham como ejemplo, al ser padre de la fe, arquetipo de escucha de la voz de Dios, al igual que de aquellos que están en crisis (externa e interna), en el exilio, pero son capaces de seguir a Dios porque confían en el cumplimiento de su promesa, pues para quien confía y permanece fiel la crisis se transforma en alianza.

Y respondiendo al interrogante sobre la posibilidad de vivir actualmente la pascua, luego de las experiencias de Abraham y la del mismo Jesús, se vuelve nuevamente la mirada sobre la tradición franciscana, sobre la persona y la experiencia viva de San Francisco de Asís, como arquetipo de configuración con Cristo y, por tanto, modelo de la teología de la crisis que asume la cruz como oportunidad de relación con Dios. Ciertamente el santo de Asís tiene la vida por don de Dios, pero al asumir con radicalidad la cruz hasta en su propia carne es capaz de alcanzar la plena y real alegría, con lo que el autor de este libro propone a Francisco de Asís como modelo de una teología de la crisis, en cuanto es a partir de ella que se podría hacer latente una denuncia sobre falsas alegrías que mueven la sociedad actual y se podría retomar la pregunta por la verdadera alegría.


Notas

1 Cf. Jared Wicks, Introducción al método teológico (Navarra: Verbo Divino, 1998), 21.
2 Manuel Lázaro Pulido, La crisis como lugar teológico (Madrid/Porto: Sindéresis, 2014), 21.
3 Ibíd., 33.
4 Ibíd., 43.