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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.58 no.165 Bogotá Jan./June 2016

 

Esquirol, Josep Maria. La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Barcelona: Acantilado, 2015; 178 p.

Manuel Prada Londoño*

* Estudiante del Doctorado en Filosofía Contemporánea y Estudios Clásicos, en la Facultad de Filosofía de la Universitat de Barcelona. Magíster y Licenciado en Filosofía. Becario de Colciencias desde 2012 y miembro del Grupo de Investigación «Devenir». Barcelona, España. Contacto: mprada79@yahoo.es.


¿Qué es la resistencia?, ¿ante qué se resiste?, ¿por qué existir es resistir?, ¿quién es el resistente?, ¿cuál es la relación entre resistencia y proximidad?; son todas preguntas que encontramos en el libro de Josep Maria Esquirol, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universitat de Barcelona. Para comprender algunas de las ideas centrales del texto, en esta reseña nos detenemos en la metáfora del «mapa», que aparece en el capítulo II titulado «Cartografía de la nada y experiencia nihilista».

¿Cuál es el territorio que se pretende mapear? El libro habla del «movimiento de la existencia humana»1, atravesada por la experiencia nihilista; asimismo, de la «fortaleza que podemos tener y levantar ante los procesos de desintegración y de corrosión que provienen del entorno e incluso de nosotros mismos»2, y de la esperanza de que, a pesar de todo, la vida tiene un sentido3.

¿Qué marca el mapa? Un itinerario que (se) da cuenta de la experiencia nihilista, sugiere vías para transitar por ella, pero no prescribe nada, mucho menos rutas de salida, porque la experiencia nihilista no es algo que se supera, no es algo de lo que se puede salir, sino que es una realidad que se enfrenta. Así, el mapa advierte al viajero la urgencia de recorrer la existencia cuidadosamente para afrontar la nada4. Por esto mismo, la filosofía de la resistencia está en las antípodas tanto de discursos y prácticas que prometen una felicidad inmune a la finitud5, como a aquellas que proclaman una derrota definitiva6. Dar(se) cuenta de la experiencia nihilista es, en primera instancia, dar(se) cuenta de sí mismo, de los otros, del mundo en el que se vive; también es hacerle frente a aquello que des-cubrimos, es decir, resistir. Darse cuenta y resistir acaso son lo mismo: el primero, que no es sinónimo de tener una información detallada, o un armazón conceptual para decir la existencia de manera abstracta, implica un posicionamiento del sí mismo; el segundo, un modo particular de posicionarse.

¿Con qué está hecho el mapa? Con imágenes y símbolos: un pozo o abismo, una barraca, un hilo y una niebla espesa. La primera imagen, el abismo, remite a la pregunta: ¿a qué se resiste una filosofía de la resistencia? Al dominio de la nada que está en las fibras de la existencia como disgregación del ser7; a la «negación de toda cosa, de todo acontecimiento, de todo: nada que coger con las manos, ninguna palabra que escuchar, ningún rostro que contemplar, ningún olor que sentir, ningún suelo donde apoyarse. Nada, vacío o, también, ausencia»8; a «la nada que yo mismo soy»9; y al nihilismo entendido como ausencia de sentido, de valor, o como establecimiento de una realidad que se presenta toda igual10.

El abismo aparece de diversos modos: como contentamiento masivo, incapaz de ver la «victoria del egoísmo», del absurdo, del mal y de la injusticia11; como dogmatismo de la actualidad que pretende llenar la existencia de un sentido banal procedente de la acumulación de información que empobrece el presente, borra el pasado haciendo «como si el statu quo -ahora flujo que brota del futuro- lo fuese todo»12 y pretende domeñar el futuro al suponerlo inmediato y tratar de anticiparlo, quitándole con ello su potencia13. También aparece como verborrea , «opulenta miseria, hablar vacío, ininterrumpido, que nada tiene y nada da»14, y murmuración que se esconde en la queja anónima que consume desde adentro a cualquier comunidad.

La segunda imagen del mapa es la barraca, en la que el viajero se resguarda de la tormenta. La barraca suscita un movimiento, el de la filosofía de la proximidad, contrapuesto al movimiento nihilista -y también a la voluntad de poder o al eterno retorno nietzscheanos-15. La barraca, lejos de considerar la cotidianidad como sinónimo de lo inauténtico, la reivindica especialmente en la metáfora de la casa, es decir, de lo cercano, del lugar en el que intentamos dar sentido al transcurrir de los días, y en cuyo seno se puede vivir la experiencia de «la excelencia sabia, misteriosa, artística de la sencillez»16. Asimismo, hablar de casa es remitirse al cobijo, al abrazo y a la mano tendida en los que la existencia humana se muestra como acogida esencial «que procede del prójimo»17.

En la barraca las relaciones consigo mismo, con los otros y con el mundo son relaciones de proximidad, que es el modo de «hacerse cargo de la propia vida, de asumirla expresamente»18. En ese «hacerse cargo» la vida recupera su equilibrio, aunque sabe de la fragilidad inherente a la existencia. Es precisamente en virtud de esta fragilidad que las expresiones privilegiadas de la proximidad son acompañar y cuidar19; de ahí que las acciones del médico y del enfermero -que resisten a la enfermedad20 y amparan la debilidad-21, así como las del maestro, en cuya proximidad con el alumno irradia y contagia el equilibrio de su alma22, sirven de modelos de cuidado de sí y de los otros.

Por último, en la barraca se acude a un tipo de lenguaje que comienza con el silencio del que viene huyendo de la tormenta y necesita un respiro para ver mejor de dónde viene y a dónde ha llegado, recibir el consuelo de los que están dentro y abrazar a los que llegan tras él. Después del silencio, «la primera palabra es el ruego, y la segunda el amparo. La pregunta es hija del ruego. Después de rogare, de pedir, de rogar, nos interrogamos»23. Los viajeros, amparados en la barraca, se miran a los ojos y se llaman entre sí por su nombre propio24; practican el diálogo, esto es, el pensar juntos, que «es mucho más que un simple intercambio; es contacto y compañía que dice, celebra y, al mismo tiempo, se protege del mundo»25. Los viajeros también hablan un lenguaje «inactual», el lenguaje de la memoria que amplía y enriquece el presente26, que es palabra cordial que «resguarda la palabra de la promesa»27, muchas veces hallada en lo más original, lo más básico del misterio de la existencia28.

Restos de un hilo es la tercera imagen que conforma el mapa. Con el hilo Esquirol recuerda el origen de la expresión nihilismo y construye la idea de que la filosofía de la proximidad es una filosofía del ayuntamiento. Recuerda el autor que «nihilismo proviene del latín nihil, que se usaba para decir “ninguna cosa”»29. Sin embargo, la etimología no indica que nada, nothing, rien o no res procedan de nihil. Tenemos, entonces, que nihil procede de «la composición de dos palabras, ne-hilum, literalmente “sin hilo” (sin relación, sin nexo)»30. Así, el nihilismo es la pérdida del nexo, de la relación consigo mismo, con los otros.

El hilo remite a la relación como sutura. Hablamos de relación siempre y cuando haya «dos términos y un vínculo, es decir, tiene que haber diferencia y manera de relacionar lo diferente»31. No se trata aquí solo de la radical diferencia entre uno mismo y los otros; más bien, aun esta diferencia tiene que ser leída a la luz de una diferencia más originaria: la de la existencia entendida como límite, «borde del precipicio», y «zona limítrofe». La existencia es diferencia porque es «juntura precaria, legible como vulnerabilidad»32; también «zona del cosido, de la juntura, el lugar donde unas grapas unen, sin confundir, dos límites, sin que lo más decisivo sea cómo nombrarlos: cuerpo y alma, cielo y tierra, tiempo y eternidad, finito e infinito, para siempre y nunca jamás, horizontalidad y verticalidad... Lo más decisivo, en efecto, no es cómo nombrar los límites hilvanados, sino que sea acertada la figura del hilván y la diferencia que supone»33.

El contentamiento masivo, el dogmatismo de la actualidad, la verborrea, la murmuración, la homogenización de la vida, el triunfo del mal o de la indiferencia son todas formas de olvidar que «el hombre es juntura porque hace de juntura. Es su modo de ser.

Relacionamos, unimos, juntamos. Su característica ontológica consiste en el hecho de que existe uniendo y suturando»34. De ahí que el hilo nos advierta siempre que «resistir es aspirar a que la juntura no se deshaga»35.

La última imagen que se representa en el mapa es la niebla: «Cuesta encontrar el camino. ¿Dónde estamos? La angustia es como la humedad de esta niebla que va calando en el cuerpo»36. Como mapa sui generis que presupone la desorientación, la filosofía de la resistencia es una filosofía exigente, dirigida a un tipo particular de viajero. ¿Quién es el resistente? El que aguanta el tipo ante el vacío propio, ante su miseria y evita a toda costa perderse en el abismo. El que entra a la barraca y se enfrenta al acontecimiento de su sí mismo, que «aparece de golpe», «como en una especie de traumatismo: un día nos vemos de veras solos, absolutamente solos y sabemos que esto ya no tiene “remedio” [...]. Vemos que la vida del sí mismo que somos no es circular, sino una recta que lleva de lo desconocido a lo desconocido»37. El resistente también es el que se arriesga en la aventura del pensar como proceso de «transformación personal», de vuelta «hacia el sí mismo y hacia la originalidad de la vida, que resulta ser, al mismo tiempo, una transformación, una conversión»38. El resistente no está solo -aunque requiere la soledad-, pues es «radical responsabilidad», «intimidad convocada»39. De ahí que proclama, aunque discretamente, sin aspavientos: «Que el otro sea hermano quiere decir esto: que estoy ligado por una exigencia, por una demanda»40.

También lo político tiene un lugar en esta reflexión. No se trata de un apéndice de la existencia, sino que está en el corazón mismo del vivir con otros, aunque la tematización de la resistencia política requiera un trabajo independiente, como el autor mismo reconoce en este libro.

Al valernos del mapa para situar los elementos constitutivos de la resistencia política, diríamos que el abismo al que esta se refiere está formado por «totalitarismos y tiranías» que son una forma de la disgregación del ser, porque «estos regímenes no articulan los movimientos de la vida política, no tejen el tapiz de la sociedad, sino que homogenizan y fuerzan un todo aparente y falso»41. Asimismo, la resistencia política se enfrenta al pozo de «la unidimensionalidad neoliberal, de la abstracción comunista y de las restricciones del comunitarismo»42, y también a todas las formas de «política epidérmica», «banal» que viven de la vacuidad del discurso tecnocrático y del espectáculo de los medios masivos de información.

Por su parte, la barraca del resistente en política no es la del esplendor de la «palabra pública digna de recordarse», que distingue a «los pocos y los muchos (a los que nadie recordará)»43, sino la del cuidado del alma, mucho más democrático en tanto todos pueden practicarlo; es también la de «un decir no en nombre de la libertad y de la integridad»44 y de la «memoria de los que ya han desaparecido, pero que queremos guardar, y memoria del horizonte de la comunidad inactual»45. En la barraca los resistentes practican «el gesto de las manos al recoger [que] se asemeja primeramente al del abrazo, [...] al gesto que conforma y mantiene la comunidad»46; pero al mismo tiempo usan la «inteligencia estratégica para autoorganizarse y perseverar a pesar de la persecución a la que sistemática e inevitablemente se verán sometidos los implicados»47.

Respecto al hilo, conviene añadir que la política se juega en el mantenimiento de la diferencia entre seres humanos, entre culturas y pueblos, así como en el milagro de construir proyecto comunes en los que el abrazo hacedor de comunidad es primordial.

Y, por último, la niebla nos obliga a interrogar permanentemente «¿dónde estamos?» porque no existen ni conceptos ni prácticas definitivos de democracia, justicia, libertad, Estado, ni se puede abandonar la suerte de nuestra vida con otros a los discursos de los charlatanes de oficio, ni a la indiferencia o la desesperanza. Por el contrario, interrogar dónde estamos exige que cada uno (se) dé cuenta de sí mismo y de los otros e intente ejercer la política como ayuntamiento.


Notas

1 Josep Maria Esquirol, La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad (Barcelona: Acantilado, 2015), 9.
2 Ibíd., 10.
3 Ibíd., 15.
4 Ibíd., 75, 134.
5 Ibíd., 13, 91.
6 Ibíd., 108.
7 Ibíd., 10.
8 Ibíd., 20.
9Ibíd., 31.
10 Ibíd., 34.
11 Ibíd., 17.
12 Ibíd., 120.
13 Ibíd., 119.
14 Ibíd., 151.
15 Ibíd., 28.
16 Ibíd., 69.
17 Ibíd., 50.
18 Ibíd., 85.
19 Ibíd., 62.
20 Ibíd., 80.
21 Ibíd., 82.
22 Ibíd., 87.
23 Ibíd., 138.
24 Ibíd., 73.
25 Ibíd., 145.
26 Ibíd., 120.
27 Ibíd., 163.
28 Ibíd., 35.
29 Ibíd., 22.
30 Ídem.
31 Ibíd., 22-23.
32 Ibíd., 172.
33 Ibíd., 169.
34 Ibíd., 175.
35 Ibíd., 172.
36 Ibíd., 23.
37 Ibíd., 93.
38 Ibíd., 96.
39 Ibíd., 103.
40 Ibíd., 104.
41 Ibíd., 14.
42 Ibíd., 52.
43 Ibíd., 68.
44 Ibíd., 122.
45 Ibíd., 122-123.
46 Ibíd., 52.
47 Ibíd., 13.

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