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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.61 no.171 Bogotá Jan./June 2019  Epub Jan 03, 2021

https://doi.org/10.21500/01201468.4103 

Filosofía

Navegando melancólicamente en el horizonte de la soledad. Problemas y desafíos del doctorado en filosofía: entre escuela de vida e hiperespecialización

Melancholy sailing of loneliness horizon. Problems and challenges of Philosophical Doctorate: in between the school of life and hyper-specialization

Giovanni Jan Giubilato1  *
http://orcid.org/0000-0002-0305-6662

1Universidade Estadual de Londrina, Londrina, Brasil.


Resumen

El presente ensayo quiere reflexionar sobre la experiencia y los obstáculos -que a veces llegan a ser verdaderas contraindicaciones- de un doctorado en filosofía a partir del desafío personal que representa la decisión de tomar este camino académico y profesional, hasta la conclusión de la tesis y la defensa final del trabajo. Las consideraciones que siguen se enfocan en algunos elementos típicos que el estudiante enfrenta durante su aventura personal y universitaria de estudios doctorales, como la relación con el director de tesis, el desarrollo de la investigación, la preocupación por la financiación, etc. El campo de mediación y/o batalla entre la filosofía como trabajo (ocupación dirigida a la sustentación económica) y como forma de vida (que a pesar de las dificultades del mundo laboral académico contemporáneo requiere mucha dedicación, vocación y pasión) es la soledad del doctorando.

Palabras clave: estudiante doctoral; retos; filosofía; estilo de vida

Abstract

This essay’s goal is to think about experiences and obstacles -sometimes even counter-indications- of a Philosophical Doctorate, from the personal challenges of taking this professional and academic path until thesis conclusion and defense. Following considerations focus on day-by-day personal and college adventures for a PhD student, including relationship with thesis director, research development, founding concerns, etc. The battlefield of philosophy as a job (as income source) and philosophy as a lifestyle (which, despite all academic and job difficulties, requires dedication, vocation, and passion) is the loneliness of PhD student.

Keywords: PhD student; challenges; philosophy; lifestyle

I.

Estudiar un doctorado en filosofía no sirve para nada. Es una decisión económicamente contraproducente y que no ayudará en su desarrollo laboral, ni en su sustento independiente. A menos que usted tenga, en el fondo de sus jóvenes y aún vagos ideales, la inquebrantable convicción de querer intentar una larga y difícil carrera académica, superando con perseverancia y abnegación todas las etapas y las humillaciones propias del cursus honorum universitario, lo que, en realidad, es simplemente una refinada reformulación del concepto oximorónico del «peonaje intelectual».

Intentando afirmar, constante e inútilmente, la profundidad de sus investigaciones y la amplitud de sus conocimientos filosóficos frente a los mecanismos jerárquicos y mafiosos de «selección del personal» -permeado también por las dinámicas académicas-, el peón filosófico está destinado a pensar que hoy en día la universidad es solo una plaza de mercado como otras, un gran negocio, una empresa donde están vigentes las reglas del capital. Si usted no tiene esta aspiración subconscientemente (auto-)masoquista es mejor que renuncie de inmediato, para no arriesgar su salud mental1, para no gastar un sinnúmero de horas no pagadas de su vida en un trabajo puntual y riguroso que nadie leerá, y para no llegar al amplio mundo del mercado laboral y de sus rutilantes ofertas de forma tardía y desprevenido. En ese mercado laboral lo único que escuchará, ofreciendo sus servicios de alta formación humanística e intelectual, será la repugnante cantilena con la que termina la formulación de su curriculum vitae: el rechazo es categórico, usted está sobre-calificado.

Efectivamente, en el ámbito europeo, el título de doctor tiene el nefasto efecto, al menos en el ámbito de las humanidades, de dificultar considerablemente la entrada en el mundo laboral, la «subida» a un empleo extra-académico. Respetando justamente el trend de la vieja Europa, y sobre todo de la viejísima Italia, donde tener más estudio equivale a menos oportunidades de trabajo y, por ende, menos dinero, el título de doctor se transforma, afuera de la academia, en un naufragio de esperanzas y en una pérdida monstruosa de tiempo. Doctorado y búsqueda de empleo parecen ser una antítesis absoluta. Piensen en todas las horas de trabajo y estudio dedicadas a la tesis de doctorado, y en cuanto sumaría el pago total si fueran retribuidas hasta con el mínimo salarial. Dentro de la academia, el título de doctor es simplemente una etapa insignificante (aunque requerida y por supuesto necesaria) que, una vez que ha iniciado, no cambia en nada la condición del recién matriculado que, ontológicamente, sigue siendo «estudiante», «doctorando», «aspirante doctor»: literalmente quien, movido por el deseo de alcanzar algo, es un eterno participio presente. Alcanzar la meta y transformarla en algo pasado ya es otro asunto.

Dicho esto, en lo que se refiere al doctorado en sí mismo, haya demás toda una serie de elementos aporéticos (del griego άπορητικóς, derivado de άπορέω, es decir: «cosas que nos arrojan en la indecisión, en la incertidumbre») que definen los tópoi clásicos que cada estudiante se encuentra obligado a enfrentar durante su aventura personal y universitaria de estudios doctorales. La característica común de estos lugares de (in-)decisión del doctorando es el hecho de aparecer, inicialmente, como factores aparentemente externos, propios del ambiente de trabajo. Sin embargo, lentamente y por medio de un proceso de erosión constante de las certezas y de la auto-estimación del sujeto ya matriculado -es decir: del sujeto ya sujetado al número de matrícula como diferencia específica que lo define respecto al genos «homo»-, estos elementos llegan a ejercitar un impacto profundo y directo en su interioridad, y sobre todo en la construcción de la dimensión afectiva de su actividad investigativa en general, hasta el punto de poder condicionarla hacia el éxito o hacia el fracaso. En Alemania se estima que solo la mitad (y en algunos casos solo una tercera parte) da los doctorados son completados satisfactoriamente y concluidos2.

Estudios demuestran que los motivos de tal matanza intelectual no residen simplemente en la dificultad -común a casi todas las instituciones universitarias de muchos países europeos y extra-europeos que son víctimas, en tiempo de crisis económica, de recortes en el campo de la educación- de hallar financiaciones adecuadas. El mismo sistema científico y su funcionamiento contribuyen en manera decisiva al abandono de la carrera doctoral, a través de la presión ejercida por las dinámicas de marcada competitividad, a través de modelos de evaluación orientados a la prestación, al rendimiento y la eficacia (el famoso Leistungsdenken), y -dulcis in fundo- a través de una gestión elitista y muchas veces turbia (ahora llamada «management») de la Academia y de su administración. No es el caso, aquí, de iniciar una disertación sobre la gestión mafiosa de la universidad en muchos países; es suficiente leer los periódicos para enterarse que el ideal de un «sistema de valoración de los individuos basado exclusivamente en los propios méritos» puede ser exclusivamente el título para un Libellus de optimo reipublicae statu, efectivamente una utopía del tipo de Tomás Moro...

De cualquier forma, el mínimo común denominador de todas las encuestas sobre la alta tasa de interrupción de los doctorados es expresado por la siguiente amarga toma de consciencia: «la investigación científica hace mucho ruido alrededor de poco contenido». O como dicen en Italia: el trabajo académico de un doctorando es «mucho humo y bien poco asado».

Para los jóvenes investigadores tomar definitivamente la decisión de abandonar el doctorado, aquello por lo cual han literalmente peleado día a día durante una buena parte de su vida, no es una cuestión ligera. Frecuentemente, al inicio del doctorado, os primeros pensamientos de renuncia y la efectiva interrupción de los estudios pasan años enteros, años de difíciles ponderaciones y constante vacilación. Un punto de convergencia de todas estas preocupaciones es la relación con el director de tesis. La relación es siniestra: él representa el tutor de la tesis, el empleador (¿o patrón?) y el experto en materia que debe avalar definitivamente el producto dela investigación. El profesor asigna el tema, da el trabajo y asigna las becas y decide, al final, sobre el título y la nota final, muy a menudo con intereses extraacadémicos. La condición ideal de relación con el profesor sería un vínculo -académico- fundado en la confianza laboral, en el respeto de la independencia intelectual y en la mutua colaboración entre maestro y alumno/colaborador. La dura realidad, conocida por muchos amigos y colegas, es que parece una relación(absolutamente privada de cualquier dialéctica) entre el amo y el esclavo3.

Todo comienza con la difícil búsqueda de un tutor que consienta, convencido del potencial filosófico, de tutorar el proyecto de investigación. Si la propuesta es aceptada, el inicio es normalmente muy prometedor. Con todos los documentos a la mano usted puede matricularse e iniciar a desarrollar lo prometido. Una vez aceptado en el grupo de doctorandos se anuncian los problemas. Para postular una beca usted precisa de una carta de presentación de su profesor, que se revela muy poco localizable. Si el caso es propicio, usted recibirá el último día, en la última hora posible un sobre sellado que correrá a entregar a la fundación financiadora, ignorando completamente su contenido. ¿Y si hubiese sido un sobre vacío, o con una pésima carta de recomendación, ya que usted no resultó asignatario de ninguna beca? Pues usted no debe desmoralizarse, porque los solicitantes son muchos y las becas pocas, es la ley del juego que, sin embargo «debemos jugar». Esperemos solo que todos lo jueguen a la par y con las mismas reglas…

Decidido a no dejarse desanimar por un mero accidens, un simple facto que acontece en el inmenso flujo del tiempo sin pertenecer propiamente a la esencia de un ente (en este caso, el ente es usted), el buen doctorando busca constante contacto con su tutor, para averiguar si existen otras opciones, y para asegurarse que sus investigaciones vayan en la dirección correcta. Al envío bien ponderado de un e-mail responde solo el silencio, un «sobrehumano silencio y su hondísima quietud», como diría Leopardi. Después de tanto esperar, finalmente un murmullo telemático: «Usted puede comenzar a escribir. La estructura y el contenido del proyecto son óptimos, mas una cita para hablar y discutir al respecto no resulta necesaria». Muy a menudo a sus e-mails responde un colaborador del profesor, otro doctorando igual que usted, pero que trabaja como asistente de su tutor. Empieza a formarse, en los laberintos más enredados de las neuronas, la incómoda sospecha que también sus textos, sus esbozos, sus avances de investigación sean corregidos por su colega asistente. ¿Será que dicho asistente expresa un talento extraordinario y precoz en el ámbito de la filosofía, o será simplemente una cuestión lingüística -ya que él es alemán y usted no-? Pues bueno, lo importante es aquello que dice el tutor; en las (muy raras y brevísimas) ocasiones en que él está presente para escuchar sus ponencias o presentaciones de los avances de investigación la directiva es (¡afortunadamente!) clara: ¡adelante, a tope! El objetivo ahora es entregar el trabajo completo para finalizar con algunas correcciones, y evidentemente en estos tiempos de sobrecarga académica es necesario pensar económicamente y estratégicamente. Sus esfuerzos solitarios se concentran entonces en la redacción de un buen trabajo, conforme a los capítulos planeados, con una sólida base bibliográfica y una argumentación coherente y unitaria. Al entregar finalmente el trabajo casi listo, solo para finalizar con algunas correcciones, aquello que podría ser una bella comedia del siglo xxi se revela como una verdadera tragedia: el profesor no puede aceptar un trabajo tal, una cosa que «no es un trabajo filosófico», cuyas conclusiones y cuya dirección interpretativa él no puede compartir, sin haberse, lamentablemente, dado cuenta antes.

Evidentemente esta es una caricatura, una descripción hiperbólica y exagerada; es la irónica acentuación de actitudes y rasgos que (a posteriori) se muestran como ridículos y característicos de una «máscara», de una figura y de un cierto tipo de persona. Ellos dejan aparecer, en el trasfondo de la sátira, el original concreto, la materia trágica de la normalidad y de la cotidianidad de los estudios de doctorado. Esto es el horizonte real de la ardua navegación -en el mar de la soledad- hacia el éxito final de un doctorando.

II.

En un mundo en que la realidad, en todas sus dimensiones, asume cada vez más un carácter global y multidimensional, parece necesario preguntarse en qué medida la hiperespecialización, predominante en todas las áreas de la modernidad, y sobre todo en todos los niveles de la educación, puede dar respuestas adecuadas al «desafío de la complejidad». De hecho, parece que la delimitación, el compartimento y la disyunción de los aspectos individuales dela realidad y la consiguiente tendencia a una educación rígida y sistemática hacia la súper-especialización tanto a nivel gnoseológico como profesional son rastros de una falsa idea de formación funcionalista. Lejos de proporcionar los medios adecuados para vivir y enfrentar la complejidad, terminan más bien produciendo importantes limitaciones, frenando la capacidad de crear conexiones interdisciplinarias y privando de la responsabilidad al individuo en cuanto ciudadano. En este sentido, la hiperespecialización, favoreciendo un enfoque reduccionista basado en la división del conocimiento y la realidad, inculcaría en los hombres la convicción de que, una vez realizadas las actividades relacionadas con su rol (o función) profesional específico, estarían exentos de todos los deberes políticos y sociales que les competirían como ciudadanos, miembros de una comunidad y de su propio estado.

Un buen ejemplo de actividad educativa-filosófica interdisciplinar puede ser encontrado en la reflexión de Foucault y en su representativo y difícil ejercicio de no atenerse, exclusivamente, a un campo específico del saber, de no vincularse a una única corriente epistemológica y de dialogar, a lo largo de su vida, con los intelectuales más diferentes. De hecho, el pensamiento interdisciplinar de Foucault se configura fundamentalmente como un saber híbrido, que recorre, con sagacidad y libertad, los campos de la filosofía, de la psiquiatría, de la historia, del derecho, de la sociología, de la lingüística, de la biología, dela literatura y del arte. Si el sujeto es el tema general que guía su investigación, su intención polimorfa y transversal es generar «una historia de los diferentes modos de subjetivación del ser humano en nuestra cultura»4. Para realizar este objetivo, su pensamiento se conforma como una reflexión transversal que no se limita a una única área del saber, sino que atraviesa campos dispares y tradicionalmente separados entre ellos, abriendo puentes y estableciendo conexiones innovadoras. No sorprende, por lo tanto, que algunos intérpretes hayan cuestionado su pertenencia «a la filosofía» inaugurando un debate sobre el status del pensamiento foucaultiano que encuentra sus límites en la compresión canónica y tradicional de las disciplinas humanas.

Más allá de ser un problema educativo, que requiere repensarlos patrones académicos, el desafío de la complejidad se configura también como un desafío cultural, revelando la necesidad urgente de poner fin a la clara distinción que existe entre muchas áreas, todavía en la actualidad, entre la cultura humanística y la cultura científica, sociológica y cívica. De hecho, la incapacidad de asumir un punto de vista global e inter-disciplinario implica no solo un debilitamiento significativo del sentido de responsabilidad, porque cada uno no solo tiende a especializarse y a limitarse exclusivamente en su actividad específica, sino también a un desvanecimiento de solidaridad y empatía en un contexto grupal más ancho, como puede ser el grupo de trabajo o la comunidad local. Se abre, con respecto a esta problemática particular, la gran cuestión del humanismo: si es todavía posible y, sobre todo, si la cultura (en cuanto conjunto de específicos conocimientos y visiones del mundo) y la formación humanista pueden todavía proporcionar al hombre contemporáneo aquellas estructuras fundamentales que lo han guiado, a lo largo de varios siglos, en la construcción de su mundo. Como afirma Italo Calvino en su interesante ensayo -que es, al mismo tiempo, una apasionada declaración de amor- intitulado Por qué leer los clásicos:

La realidad del mundo se presenta a nuestras capas múltiples, espinosas y superpuestas. Como una alcachofa. Lo que cuenta para nosotros en la obra literaria es la posibilidad de seguir hojeándolo como una alcachofa infinita, descubriendo nuevas dimensiones de la lectura5.

A esta imagen de la complejidad del mundo y de su múltiples (¡y espinosas!) capas de sentido como «alcachofa infinita» se acompaña, en otro texto, aquella del laberinto. En Una piedra encima Calvino afirma que:

Se quedan afuera aquellos que piensan que sea posible superar los laberintos escapando de sus dificultades; y, por lo tanto, es una petición irrelevante que se hace a la literatura, dado un laberinto, de proporcionarla clave para salir de ello. Lo que la literatura puede hacer es definir la mejor actitud para encontrar la salida, incluso si esta salida no será más que la transición de un laberinto a otro. Es el desafío al laberinto que queremos salvar, es una literatura del desafío al laberinto que queremos enuclear y distinguir de la literatura de la rendición al laberinto6.

Definir la mejor actitud para encontrar la salida del laberinto (dela complejidad a veces asustadora del mundo) es una tarea esencial-mente pedagógica, que compete tanto a la literatura (en la visión de Calvino) cuanto sumamente a la filosofía -cuya función práctica se muestra decisivamente en la paideia auténtica-, aquella que forma la capacidad de pensar. Esta, a diferencia de las otras «ciencias», no es comunicable y consiste más bien en un ejercicio: es como una flama que de repente se enciende en el alma y que luego se nutre de sí misma.

Por lo tanto, el objetivo de enfrentar el desafío representado por la complejidad del mundo no es llegar a una reducción simplista, que al descomponer y aislar los diferentes aspectos de la realidad alcanza una aparente resolución de lo múltiple, sino realzar esa complejidad como esencia y atributo privilegiado de la realidad, en una confrontación continua y permanente a través del supuesto de una perspectiva anti-reduccionista.

III

En la escuela de doctorado se resume el problema contemporáneo de la institución universitaria en su totalidad. La universidad (del latín universitas, -atis: comunidad, asociación, corporación) se encierra en un modelo educativo funcional e hiperespecializado que determina todo el sistema científico-académico y su funcionamiento con consecuencias catastróficas. Ya Nietzsche en su tiempo denunciaba con sarcasmo e ironía las paradojas de la educación universitaria. En el Crepúsculo de los ídolos, sus incursiones de un intempestivo no perdonaban nada a la universidad, en cuanto institución cuya esencia reside en la educación del ser humano.

De un examen de doctorado. «¿Qué misión tiene toda enseñanza superior?» Hacer del hombre una máquina. «¿Cuál es el medio para conseguirlo?» Enseñar al hombre a aburrirse. «¿Cómo se consigue esto?» Con el concepto de deber. «¿Quién es el modelo de esto?» El filólogo, porque enseña a estar constantemente empollando. «¿Quién es el hombre perfecto...» El funcionario del Estado. «¿Qué filosofía ofrece la fórmula máxima del funcionario del Estado?» La de Kant: el funcionario del Estado como cosa en sí, convertido en juez del funcionario del Estado como fenómeno7.

El aburrimiento como medio de la enseñanza superior, declinada en clave funcionalista para hacer del ser humano una máquina, se transformará algunos años después en la «habladuría» del «sí impersonal» que, según Heidegger, caracteriza profundamente la vida moderna en su dimensión pública. La expansión tecnológica y universal de esta dimensión pública, producida por las revoluciones del siglo xx, ha comenzado a «ocupar lugares que una vez fueron completamente impregnados por una concepción clásica de la filosofía». Como afirma Trawny, a los ojos de Heidegger -uno de los más atentos intérpretes de la modernidad y de sus fenómenos, casi un verdadero «sismógrafo» de la cultura moderna- «sin ninguna duda» uno de estos lugares, y quizás el más decisivo, era justamente la universidad8. Pocos años después de la obra magna Ser y Tiempo (1927), la sociedad de masas que Heidegger había analizado en sus caracteres ontológicos fundamentales se había ya transformado, ideológica y tecnológicamente, hasta incluir en sí misma y en las «palabras vacías» de su incesante habladuría con un movimiento tristemente irónico la misma figura de Nietzsche. ¡Él, que había sido crítico feroz e implacable de las desproporciones y falsas consciencias características del homunculus moderno! En sus cuadernos privados relativos a los años 1931-1938, Heidegger lamenta la creciente pérdida de sentido y disminución de valor de la filosofía en la institución universitaria, transformada en la «dimensión pública e impersonal» de las ocupaciones académicas donde «la gente» ya se deleitaba «con las imágenes de Nietzsche», ya se producía una «literatura nietzscheana» y se reducía «el trabajo a un campo de práctica para tesis de doctorado cada vez más pobre y sin dirección»9. Si hasta Ser y tiempo (y probablemente todavía hasta su famoso discurso de rectorado, cuando asumió la rectoría de la Universidad de Freiburg con la intención de realizar una reforma académica y espiritual de la institución universitaria) Heidegger había creído en la posibilidad de que la ciencia y la universidad pudiesen evitar que la «dictadura de la dimensión pública e impersonal» colonizasen todos los aspectos y los ámbitos de la realidad, ahora evidentemente las coordenadas habían cambiado: también ellas eran parte integrante de esta imparable «maquinación», en cuyos engranajes se disolvía todo el «ente» como reserva disponible para la manipulación y la producción, y cuyo ruido aniquilaba, definitivamente, cualquier referencia genuina a la palabra y al pensar. Hasta el profesor había sido transformado en un «funcionario» (del estado o de la academia). El diagnóstico del filósofo alemán no podría ser más amargo:

Cuando llega el momento en que el propio trabajo se convierte en un patio de recreo para «tesis de doctorado», entonces ha llegado el momento en que, por mucho tiempo, el comprender y sobre todo la voluntad de comprender desaparecen. Este momento llega necesariamente10.

Heidegger ha intentado describir cómo se llegó a esta pérdida de sentido de la universidad en sus «proposiciones sobre la ciencia», parte integrante de aquella tentativa de repensar en profundidad el acontecer de la cultura occidental, de su forma mentis que son los Aportes a la filosofía11. Su interés para los fenómenos de la actualidad cultural de la época es guiado por su preocupación acerca de la localización de la filosofía en el contexto de las ciencias y de la cientificidad en general, definida según los criterios de prestación, rendimiento y eficacia. En este proceso, la universidad se había transformado siempre más largamente en una «laboriosidad operosa» que apelaba al «principio de realidad» y que se alejaba constantemente de la filosofía. La actualidad de sus consideraciones en el contexto del debate actual sobre la enseñanza de la filosofía en las escuelas y en la universidad es sorprendente y, por supuesto, merecería un estudio mucho más detallado.

Aquellos que opinan que en las universidades -que de todos modos ya han muerto- hay que eliminar la «filosofía» y reemplazarla por la «ciencia política», en el fondo y sin que sepan mínimamente lo que están haciendo ni lo que quieren, tienen toda la razón. En verdad con ello no se eliminará la filosofía -cosa imposible- pero se habrá eliminado algo que tiene la apariencia de la filosofía, y en cierto sentido a esta se la habrá salvado del peligro de resultar deformada. (…) Pero entonces, ¿por qué no ayudamos por nuestra parte colaborando para que la eliminen? Ya lo hacemos, atajando en la medida de lo posible la formación de nuevas generaciones (no dejando que se escriban más tesis de doctorado) 12.

No dejar que se escriban más tesis de doctorado para frenar el negocio y la «laboriosidad operosa» de la empresa académica, en la que se ha transformado la universidad, fue la respuesta de Heidegger a la pérdida de sentido de la filosofía en el contexto contemporáneo de la hiperespecialización y tecnificación del saber. ¿Habrá otras formas, otras vías para buscar una alternativa? Evidentemente estudiar un doctorado en filosofía no es algo útil (para el mundo y el mercado del trabajo), no siempre ofrece satisfacción (en la carrera universitaria), empero, puede ser muy sensato (para la vida personal) -lo más significativo de una fase de ella-. Además, como dice Agamben, el filósofo italiano que frecuentó París junto con Ítalo Calvino y que atendió a varias conferencias de Heidegger en los años 60, la filosofía es capaz de responder a los desafíos de la modernidad -y en particular al ya citado desafío de la complejidad de lo real- gracias a su propia «intensidad interdisciplinar», que hace de ella una vocación (Berufung) más que una profesión (Beruf). En uno de sus últimos trabajos, dedicado a la pregunta ¿Qué es la filosofía?, Agamben expresa su profunda convicción de que la filosofía no es una disciplina, no es un saber dividido, del cual sea posible definir los objetos y los límites o, como acontece sobre todo en las universidades, que se resuelve en la pretensión de trazar su historia lineal y quizás progresiva. Porque la filosofía no es una substancia, sino una intensidad que puede de repente «darse e infundir vida en cualquier ámbito: el arte, la religión, la economía, la poesía, el deseo, el amor, la noche». En fin, la filosofía «se parece más a algo como el viento, las nubes o una tormenta: así, de repente se produce, sacude, transforma e incluso destruye el lugar donde se produjo; luego de manera imprevisible pasa y desaparece»13.

Puede bien ser, entonces, que hacer un doctorado en filosofía no sirva para nada -empero es algo que puede (dependiendo en larga medida de nuestra propia motivación y disposición afectiva) tener un profundo sentido para nuestra vida, si sentimos este grande amor por la sabiduría y esta grande pasión para el pensamiento y el cuestionamiento crítico de la realidad-. Como decía Nietzsche, si el pensamiento es tu destino, entonces adóralo con honores divinos y sacrifícale lo mejor, lo más querido de lo que tienes.

Bibliografía

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1 Katia Levecque et al., «Work organization and mental health problems in PhD students», Research Policy 46 (2017): 868-879.

2«Wissenwertes zu Promotion». E-fellows.net Das Online-Stipendium & Karrierenetzwerk, en mayo 13, 2018, https://www.e-fellows.net/Studium/Studiengaenge/Promotion/Wissenswertes-zur-Promotion

4Michel Foucault, «El sujeto y el poder», Revista mexicana de sociología 3, Vol. 50 (1988): 3.

5Italo Calvino, Perché leggere i classici (Milano: Mondadori, 1995), 222. La traducción es mía.

6Italo Calvino, Una pietra sopra (Milano: Einaudi, 1980), 63. La traducción es mía.

7Friedrich Nietzsche, El crepúsculo de los ídolos (Madrid: Alianza, 1973), 104.

8Peter Trawny, Saggi suHeidegger (Pisa: ets, 2014), 29. La traducción es mía.

9Martin Heidegger, Überlegungen II-VI (Schwarze Hefte 1931-938) (GA 94) (Frankfurt: Klostermann), 348. La traducción es mía.

10Martin Heidegger, Überlegungen ii-vi, 356. La traducción es mía.

11Martin Heidegger, Aportes a la filosofía: acerca del evento (Buenos Aires: Biblos, 2006), 127.

12Martin Heidegger, Überlegungen ii-vi (Schwarze Hefte 1931-938) (GA 94) (Frankfurt: Klostermann), 395. La traducción es mía.

13Giorgio Agamben, Che cos’è la fiosofia? (Macerata: Quodlibet, 2016), 75.

*Doctor en filosofía, Bergische Universität Wuppertal. Profesor, Universidade Estadual de Londrina, Brasil. Contacto: giovannijangiubilato@hotmail.com

Para citar este artículo: Giovanni Jan Giubilato. «Navegando melancólicamente en el horizonte de la soledad. Problemas y desafíos del doctorado en filosofía: entre escuela de vida e hiperespecialización». Franciscanum 171, Vol. LXI (2019): 131-145.

Recibido: 30 de Junio de 2018; Aprobado: 15 de Agosto de 2018

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