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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

versión impresa ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.63 no.175 Bogotá ene./jun. 2021  Epub 27-Abr-2021

https://doi.org/10.21500/01201468.4587 

Filosofía

La virtud del desprendimiento o señorío según Leonardo Polo

The virtue of detachment or dominion according to Leonardo Polo

1Universidad de Navarra; Navarra; España.


Resumen

Teniendo en cuenta los tres niveles jerárquicamente distintos que Leonardo Polo distingue en el hombre, naturaleza corpórea, esencia inmaterial (inteligencia, voluntad y personalidad) y acto de ser personal, la pobreza puede afectar a una u otra capa; y su gravedad es distinta según afecte a una u otra. Individualismo, igualitarismo, masificación, subjetivismo y avaricia son causas de ella. Son motivos de desprendimiento: adquirir la virtud, crecer íntimamente, favorecer a los demás y destinarse a Dios.

Palabras clave: Desprendimiento; virtud; crecimiento; motivos; Leonardo Polo

Abstract

Based on the three hierarchically different levels that Leonardo Polo distinguishes in man, corporeal nature, immaterial essence (intelligence, will and personality) and the act of being personal, the poverty can affect one or another layer; and its degree of severity is different according to how it affects one or another. Individualism, egalitarianism, massification, subjectivism and avarice are causes of it. They are causes of detachment: to achieve virtue, to grow intimately, to favor others and to be destined to God.

Key words: Detachment; virtue; growth; motives; Leonardo Polo

Planteamiento

La pobreza se puede decir de muchas maneras, e incluso con sentidos opuestos, negativo y positivo. Constitutivamente el hombre es pobre, necesitado, solo a nivel corpóreo, pero es muy rico, desbordante, a nivel personal o de acto de ser, y eso desde el inicio de su existencia. Dicho en lenguaje aristotélico: a nivel corpóreo somos en exceso potenciales, pero a nivel personal somos demasiado activos, actividad que, con el paso del tiempo, manifestamos sin restricción la esencia del hombre -inteligencia, voluntad y personalidad-, y derivada y limitadamente en nuestras acciones corpóreas. Por eso, a nivel corpóreo «el hombre es un ser nacido en y de la pobreza, pero llamado a fecundarla en la abundancia; un ser cruzado de indigencia y trascendencia, que no se aquieta en aquélla, pues a la vez se impulsa a ir “más allá del límite” …, esto es, a trascenderse»1. La pobreza de nuestro tener corpóreo es remediada a lo largo de la vida por el interés de la razón práctica: «Estar entre entes en el mundo, es estar justamente en situación de pobreza; en ella se monta el interés mismo, el no tener otro remedio que interesarnos trenzando con el interés a los entes»2, resolver nuestras deficiencias hasta el punto de procurarnos superabundancia de bienes.

Téngase en cuenta que la visión del hombre como ser enteramente pobre al inicio de su vida no es propia de la filosofía clásica griega y medieval, sino de la moderna y contemporánea, que es justo la inversa a aquélla, pues en la modernidad se empieza a considerar que el hombre es inicialmente por entero potencial, deficiente, por lo que tiene que acaparar perfección progresivamente, postulando que desde el estado inicial de menesterosidad al estado definitivo de perfección el hombre pasará activándose «espontáneamente», lo cual es injustificable, porque de lo inferior y menos perfecto no puede surgir lo superior y más perfecto3. Además, lo que es al inicio enteramente potencial, pasivo, en nosotros, como son las facultades de la inteligencia y de la voluntad, es claro que no se pueden activar ni por lo inferior, el cuerpo humano, ni por ellas mismas, sino por una realidad activa superior a ellas, a saber, la persona humana, la cual es nativamente activa (libertad, conocimiento personal, amar personal4). Algo similar a lo postulado por la filosofía moderna se ha defendido en nuestros días, pero no solo en el ámbito de la filosofía, sino también a nivel social y empresarial5. En general, se suele decir que «la pobreza material se debe a un defecto en la atribución de útiles del plexo humano a los individuos. Esto tiene que ver con el derecho de propiedad, que es una cierta delimitación en la adscripción de útiles»6. Pero esa no es ni la única ni la principal pobreza, porque en el ser humano las capas son plurales. Reparemos a ello.

1. Pobreza y riqueza en los diversos niveles humanos

En rigor, si el hombre tiene diversas dimensiones -corpórea, psíquica y personal o íntima- se puede ser pobre a nivel de posesión corpórea, por disponer de pocos bienes sensibles, y rico en otras, en las superiores. Pero también se puede ser pobre a nivel intelectual, por disponer de pocas luces en la inteligencia, en rigor, de pocos y poco dotados hábitos intelectuales (hábito viene de «habere», que significa tener). Asimismo, se puede ser pobre a nivel volitivo, porque a falta de virtudes, alguien se adhiere solo a los bienes más fáciles de conseguir, los placenteros sensibles. A la par, como la cúspide de lo psíquico es la personalidad, también la pobreza puede afectar a este nivel humano: se trata de la falta de ella, la inmadurez. Pero la peor de las pobrezas es la escasez de sentido personal, por pérdida culpable del mismo.

Cuerpo, alma, persona. O si se quiere: naturaleza, esencia y acto de ser. El cuerpo es materia informada o vivificada, y las otras dos dimensiones humanas, las más relevantes del compuesto humano, son inmateriales. Por tanto, no parece conveniente que el hombre ande tan preocupado por las posesiones materiales si con esa obcecación descuida la falta de riqueza en las otras dos. A la par, si las posesiones inmateriales -asuntos conocidos y hábitos cognoscitivos de la inteligencia, virtudes de la voluntad y personalidad adquirida- por ser del orden del tener, son inferiores al ser personal -donde hay que radicar la felicidad-, tampoco parece muy conveniente que el hombre se afane por incrementar esas tenencias superiores si es que por ofuscarse en ellas se olvida de su sentido personal.

Para Polo riqueza y pobreza no son opuestas, sino que cada una de ellas tiene una realidad opuesta que es distinta a la otra7. La riqueza material se opone a la falta de colaboración entre personas distintas con distinciones tipológicas y división de funciones tanto en la familia como en la sociedad8. En rigor, la verdadera riqueza humana, el crecimiento humano, se opone al individualismo, que es la negación del ser humano: «El hombre está llamado a la vida social porque es dialógico y el mundo que organiza es un mundo común. El hombre aislado, marginado, no pertenece al plexo. Nadie le llama a formar parte de la complejidad de los asuntos humanos, y ello le empobrece como existente, porque le priva de autoría en orden al mundo, que se caracteriza por la interrelación»9. Individualismo es aislamiento, y las virtudes humanas no crecen sin el roce con nuestros semejantes: «la tragedia de la persona es su aislamiento, pues en esa situación su libertad esencial se empobrece»10. Por su parte, la pobreza material no se opone a la riqueza personal, sino que radica en considerar a todas las personas «iguales» en sus tipos y funciones y verlas como independientes, pues de esa manera nadie colabora con nadie, nadie se beneficia de lo que otro aporta, y consecuentemente el bien común no se incrementa.

Empobrecer la razón se puede hacer de muchas maneras. Aunque parezca paradójico, para Polo «la filosofía moderna empieza en Descartes con un voto de pobreza en materia intelectual»11. En nuestros días, esa reducción no solo ha aumentado respecto del tema superior, sino que también se acrecienta en los diversos métodos usuales de pensamiento12. Esta pereza mental se traduce en una limitación de la libertad, lo cual empobrece a la persona humana más que la privación de los bienes materiales13. Otro modo de pobreza racional es el repetir lo ya sabido o lo que otros han dicho14.

Las desigualdades entre los hombres en cuanto al reparto de la riqueza siempre se han dado y se seguirán dando. «Para Aristóteles el factor geográfico es decisivo en este punto. Esto da lugar a la diferencia entre pobres y ricos. No todos nos podemos enriquecer. Como el allegamiento de recursos es problemático, su solución mejor o peor depende de coyunturas ajenas a la propia capacidad de decisión; aquí interviene demasiado la fortuna»15. Ahora bien, si el factor geográfico contaba mucho en la antigüedad, hoy intervienen otras causas: los recursos culturales, tecnológicos, educativos16, políticos17.

Una manifestación de la pobreza humana en las décadas precedentes ha sido la masificación, propia de las grandes urbes y de los sistemas totalitarios: «La cultura de masas es propia de un tipo humano petulante, escasamente cualificado, que no percibe el sentido del saber superior, espiritualmente empobrecido y cuyos intereses se polarizan en su mismo carácter de consumidor»18. Pero la anterior no es la única manifestación de masificación, pues a ella impelen en todo ámbito muchos programas de los mass media. En cuanto al escenario laboral, podemos tener en cuenta otra manifestación todavía vigente en las empresas, pese a que teóricamente se rechaza el sistema taylorista. En ellas las acciones de gobierno tienden a igualar, a uniformar19, problema que sucede en mayor medida con las directrices políticas de los gobiernos. Masificación equivale a despersonalización, es decir, pérdida del sentido personal novedoso e irrepetible de cada quien. Tal pérdida tiene como raíz el olvido y rechazo de la vinculación personal de cada uno con el ser divino, el único autor de la persona novedosa e irrepetible que uno es y está llamada a ser.

Por eso Polo manifestaba de modo patente que «la masificación es un empobrecimiento del hombre, que es consecuencia de actividades humanas sin valor escato- lógico»20, pues «cuando el hombre no se tensa hacia Dios -y, por tanto, no se personifica-, aparece lo genérico humano, que en el nivel social es la masa. La humanidad se empobrece; conserva la dignidad radical de los seres humillados»21. Pero hoy de escatología no se habla ni en el seno del cristianismo, que es el que con más revelación cuenta acerca de las realidades post mortem. Con lo cual a falta de saber cuál es la meta definitiva del ser humano, y que le ocurre cuando no la acepta, se pierde el rumbo en la vida. Por eso conviene despertarla. En rigor, «enseñar es como despertar de un sueño profundo al que está dormido (cfr. Si, XXII, 9)»22. Y es que en este mundo siempre estamos un poco o no tan poco dormidos, pues -como decía Polo- el Cielo es el despertar definitivo, aunque conviene saber que no es la única posibilidad tras este sueño.

Las manifestaciones de pobreza en lo humano y personal en nuestros días también son abundantes. Tomemos como ejemplo seguramente la expresión más representativa: la pobreza sobre el sentido de la sexualidad humana: «el apetito sexual está hoy desmoralizado porque está desintegrado. Se ha aislado de la reproducción, de la ternura, del afecto, de la entrega, de la conciencia de prójimo hacia el otro: ¿qué queda entonces? Si se procede a esta abstracción, de la tendencia sexual no queda sino el momento placentero. Eso es un profundo empobrecimiento. La famosa revolución sexual es una involución que niega la conexión del sexo con lo espiritual en el hombre. Según esa conexión, la sexualidad humana se integra en el orden ético»23.

En suma, «si el horizonte de las posesiones se reduce a las tenencias manuales, el empobrecimiento humano es muy grave. Se ha renunciado, en definitiva, a la felicidad»24, porque se ha prescindido de las posesiones superiores, de los hábitos de la razón, de las virtudes de la voluntad, de la madurez de la personalidad y, sobre todo, del crecimiento del ser personal. La pérdida de intimidad da lugar al decrecimiento ético, es decir, a lo que se puede llamar «la entropía ética, que es una forma de disminución de la libertad que da lugar a alternativas negativas, y que acarrea lógicamente una entropía social: una pérdida del crecimiento y de la capacidad de aportación del ser personal a la convivencia humana, que, por tanto, se empobrece y degrada»25.

2. Naturaleza del desprendimiento

El hombre domina el mundo porque es superior a él. Es más, está hecho para trabajar y sacarle partido, más perfección del que el mundo naturalmente ofrece, lo cual es, obviamente, contrario a depauperarlo26. Pero el hombre no es ni el dueño último del mundo, ni tampoco su último destinatario. En cuanto a lo primero, el poder del hombre «no es un poder absoluto, como el señorío divino, sino mediato; pero es un poder efectivo»27. En cuanto a lo segundo, el hombre no es el último destinatario de los bienes que saca del mundo porque él mismo es destinable y se destina a través de las obras que ejerce28. El hombre se destina a Dios, si libremente desea. En cambio, en la actualidad suele suceder lo inverso, que el hombre le exige a Dios que éste destine necesariamente sus acciones a las humanas29.

En suma, «la pobreza del alma es la virtud que manifiesta el jugar por mor de los bienes»30, no en su contra por un desordenado capricho o interés personal, lo cual converge con lo indicado sobre el respeto a los medios y a su índole propia. Se puede ir contra los medios de muchas maneras. Una, separando abusivamente uno de los demás, actitud propia de la avaricia. Otra, no respetando su entramado y su orden jerárquico. Así, «si la propiedad privada es tal que va en contra de la totalidad del plexo de útiles, si es una adscripción que empobrece la completitud medial, entonces es injusta, y su ejercicio vicioso; si la propiedad se adscribe sólo a unas pocas personas, se atenta contra su sentido ético natural»31. Otra, no cuidando las cosas culturales honestas, incluso las pequeñas32.

Eso en cuanto a los bienes externos se refiere, pero esa no es, obviamente, la mayor ganancia de esta virtud, la cual consiste en que el hombre, por dejar de estar sometido a los atractivos de lo inferior, gana en lo superior, a saber, más claridad en su razón, querer más fuerte y fino en su voluntad, más madura personalidad y más sentido personal. Si pierde virtud en la voluntad por pegarse veleidosamente a lo sensible, entonces tiende a tener una mirada sospechosa respecto de la ética y, consecuentemente, tiende a ponerse al margen de las normas morales que le dicta la razón práctica. Pero, por una parte, «conculcar una norma moral es un empobrecimiento de la condición humana, que para no abdicar requiere tanto la coherencia entre sus actos como la rectificación de los errores prácticos»33. Y, por otra, no adquirir virtudes es una neta pérdida para la voluntad, una falta de crecimiento debido, pues adquirir vicios en ella por ceder siempre a lo fácil, a lo placentero, es claramente un decrecimiento.

Al parecer, según opinión común, el filósofo sería inmune a la seducción de los bienes sensibles, pues respecto de ellos «el filósofo es una persona ingenua o, como diría un psico- analista, un paranoico. Los paranoicos son los grandes utópicos, por decirlo de alguna manera. Ya se sabe que a veces la gente dice: ¿la filosofía para qué? Quien siente esa pregunta como algo que le hiere, no es verdadero filósofo. ¿El filósofo? Aspirante a pobre»34. Pero no cabe duda de que el filósofo puede ser atrapado por otras redes que, aunque no son tan sensibles como el dinero, no dejan de serlo: currículum, títulos, fama, influencia... Recuérdese que en el sistema soviético los filósofos eran tenidos como relevantes si seguían las directrices del régimen35. Hoy lo son si siguen las indicaciones de las comisiones estatales de evaluación, las cuales, obviamente, no son ajenas a ideologías políticas. Deprenderse del currículum, de los títulos, de la fama, del influjo social es seguramente más arduo que desprenderse de los bienes sensibles: «Quizá desprenderse del poder cueste más, o la gente tenga más recelo que a desprenderse de riqueza. Uno está más dispuesto a dar dinero que a dar poder»36.

Pues bien, el sentido de la virtud del desprendimiento encamina a no atorarse en las posesiones de las realidades inferiores, sino a vivir desprendidos de ellas para enriquecer en nosotros las dimensiones humanas superiores, de modo que vuelen sin lastre hacia su meta. Si el tener humano se reduce a lo material, el hombre entra en pérdida. «Por el contrario, lo propiamente humano es la subordinación del ámbito material a las actividades del pensamiento, y de éstas a la virtud, que es lo que da estabilidad (se conoce como “segunda naturaleza”), fruto del premio que el acto de ser personal dota a su esencia»37.

3. Los motivos del desprendimiento

Uno no sacrifica bienes inferiores si no sabe que existen otros superiores y subordina aquéllos a éstos. Ahora bien, bienes más altos que los sensibles los hay de varios tipos. Uno es el adquirir un bien intrínseco en la voluntad, una virtud como la que aquí se describe, el desprendimiento. Motivo superior a éste es el desprenderse de los bienes por los demás38, máxime si se trata de amigos. Por eso Polo recuerda lo que decía Aristóteles, «que el hombre bueno hace muchas cosas por causa de sus amigos y de su patria, hasta morir por ellos si es preciso. Y preferirá vivir noblemente un año a vivir muchos de cualquier manera. También se desprenderá de su dinero para que tengan más sus amigos; el amigo tendrá así dinero y él tendrá gloria. Por tanto, él escoge para sí el bien mayor»39.

Dichas virtudes son de la voluntad, las cuales refuerzan su querer. Pero como superior a la voluntad es el yo, éste no debe plegarse a los reclamos de la voluntad, sino reforzarla y reconducirla hacia bienes más altos40. Desprenderse de nuestros quereres no es nada fácil, pero es aconsejable. Podemos hacerlo porque el yo puede ratificar el acto de querer, pero también puede conculcarlo, y en algunos casos debe hacerlo, pues gracias a ello corrige los vicios. El yo está por encima de la virtud, por eso, para Polo, la felicidad del ser humano no radica -a distinción de la filosofía clásica- en ella41.

Ahora bien, por encima del yo o la personalidad adquirida está la persona que uno es. Por tanto, no solo podemos subordinar nuestros actos de querer y nuestras virtudes a nuestra personalidad, sino que también podemos rectificar o mejorar la personalidad en orden a que manifieste más el sentido personal propio en la medida en que lo alcanzamos y lo conocemos mejor. Por eso cabe decir que «moldear la acción sin atender a su centro personal empobrece su condición humana y hace difícil gobernar su compleja pluralidad»42. En la medida que conocemos nuestro sentido personal «personalizamos» más nuestras acciones, es decir, les dotamos de mayor sentido «personal». Ya no son solo «humanas» y bastante parecidas a las de los demás hombres, sino que les imprimimos, por así decir, el sello del artista, y eso a pesar de que parezcan bastante comunes43.

Conviene desprenderse de los criterios adquiridos del yo y pasar a la persona. No hacerlo es incurrir en el subjetivismo: «El subjetivismo es la no aceptación, o la quiebra, de la plenitud personal, esto es, la detención del proceso de individualización en el momento del yo. Pero, entonces, tiene lugar, sin remedio, una empobrecedora involución: cuando el hombre se detiene, cuando no alcanza su más alta cota, y pretende estabilizarse en una fase de su propio crecimiento sin pasar a la siguiente, se produce inevitablemente una regresión»44. La persona no tiene por qué perder sentido personal, a menos que libremente lo desee, porque está abierta a Dios, el cual es infalible. Pero el yo no lo está, porque la personalidad es en buena medida adquirida. A nivel personal, si se desea, se puede crecer. Desde ese nivel íntimo nos podemos desprender de lo inferior humano, pero si nos desprendemos de la persona que somos, ya que ésta constituye -como se ha adelantado- el «acto de ser personal», dejaríamos de ser persona, quedando reducidos a mero yo.

En filosofía cabe llamar a la persona «acto de ser» y a lo psíquico -el yo o personalidad y las facultades inmateriales, inteligencia y voluntad- «esencia del hombre». La persona no se puede desprender de su esencia, pero lo que no debe hacer es intentar reconocerse como quien es en el crecimiento que le otorga a su esencia: «la persona no se agota en su esencia, la persona en este sentido trasciende su esencia; aquí lo trascendental es un trascender la propia esencia, que es justamente lo que hace que el intento de disponer de ella sea un intento empobrecedor: el hombre de esa manera se reduce, se confunde, y se equivoca. La equivocación más profunda en que el hombre puede caer es el intento de cobrarse a sí mismo, lo que Hegel llama wiedereinigung, o wiedererkennung: la recuperación como reconocimiento. Eso es una equivocación que ignora la distinción real essentia-esse, y que elimina en el ser humano su dependencia del Creador»45.

La persona es capaz de perfeccionar su esencia, o sea, de dotar de añadidos a la personalidad, de hábitos a la razón y de virtudes a la voluntad, y no por dar ella se empobrece, porque es efusiva y creciente: «describí la esencia como aportación, en atención a la voluntad, a través de cuyos actos la esencia humana alcanza carácter donal; y como luz iluminante, en atención a la intelección»46. Si la persona da, ofrece dones, regalos materiales e inmateriales y si engrandece las diversas dimensiones de su esencia del hombre sin perder, es porque es un dar que no pierde dando, y no pierde porque por encima de dar es aceptar de cara a Dios. En efecto, las dos dimensiones del amar personal -lo superior del acto de ser personal humano- son dar y aceptar: «el dar es dual con el aceptar precisamente porque aceptar también es dar. Por tanto, dicha dualización equivale a un mutuo enriquecimiento, que es ajeno al desprenderse de lo que se tiene»47.

En rigor, si la persona humana es capaz de desprenderse de los bienes otorgando esos dones a otros es porque está respaldada por Dios y toma a Dios como último destinatario de ellos, aunque materialmente los ofrezca a otros por diversos motivos: compasión, misericordia, amistad, parentesco, etc. «Que podría yo dar si no acompañara mi don, si mi don no fuese don acompañado? No sería entonces un don ratificado, sería un puro desprenderse de, pero ¿de qué?... Nadie da si no es un dar, si no es intimidad»48. En esto se advierte que somos imagen de Dios, porque también él da -crea- sin perder, sin desprenderse de su dar y, por supuesto, acepta a quien da.

Ahora se puede advertir cuan lejos del fin personal es la posesión y consumo de los bienes sensibles, actitud que caracteriza a buena parte de la actual población mundial. «Tampoco el consumo es el fin. En el consumismo se pierde la dignidad del ser humano, que queda reducido, como dirá San Pablo, a su vientre. El remedio a estos errores está en una revalorización del sentido de la pobreza cristiana, virtud que libra al hombre de encerrarse en la temporalidad y le abre a los bienes más altos. Se trata, en definitiva, de la diferencia entre el tener siempre más y el ser siempre más»49. «De cuantas cosas no tengo necesidad» decía Sócrates al pasearse por la plaza de Atenas repleta de puestos de venta. Buen ejemplo. Mejor aún el de Francisco de Asís, que dejó la herencia para lucrar la felicidad para buena parte de la civilización occidental. En rigor, el hombre puede desprenderse de lo menor por alcanzar lo superior, en definitiva, el ser divino.

Al desprenderse el hombre de lo que a otros les esclaviza se vuelve libre. «La libertad es, en último término, no ya la capacidad de autohacerse, sino de autotrascenderse. Y este autotrascenderse sólo es posible, cuando uno prefiere ser desde Dios, a ser desde sí. Ese preferir es parte radical en el fondo infinito de la libertad»50. La consecuencia de dicho desprendimiento es la alegría51.

A modo de conclusión

Si se tiene en cuenta que Polo distingue en el hombre estos tres niveles: «naturaleza» corpórea (constituida por las funciones orgánicas y las facultades sensibles), «esencia» del hombre (conformada por la inteligencia perfeccionada con hábitos adquiridos, la voluntad al adquirir virtudes, y el yo o personalidad psíquica madurada) y «acto de ser» personal (constituido por la coexistencia con Dios, libre, cognoscente y amante), hay que sostener que cabe pobreza o riqueza en cada una de esas tres dimensiones, pero como son distintas según jerarquía, puede darse riqueza en uno inferior y pobreza en otro superior, y a la inversa.

En consecuencia, la virtud del desprendimiento de los teneres corpóreos tiene sentido en la medida en que favorecen el desarrollo de la «esencia» del hombre, con hábitos intelectuales y sobre todo con virtudes en la voluntad y la adquisición de una madura personalidad que manifieste la persona novedosa e irrepetible que cada quien es. A la par, el desprendimiento de los teneres inmateriales, sobre todo del propio yo, tiene sentido en la medida en que favorezca el crecimiento libre, cognoscente y amante del «acto de ser» personal humano de cara a Dios.

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1 F. Altarejos, «Introducción», en L. Polo, Ayudar a crecer. Cuestiones de filosofía de la educación (Pamplona: Eunsa, col. Astrolabio, 2006), 16.

2 L. Polo, «Curso de psicología general», en Obras Completas, Vol. XXI (Pamplona: Eunsa, 2018), 74. Cf. sobre el tener humano: J.J. Padial, «La antropología del tener según Leonardo Polo», Cuadernos de Anuario Filosófico 100 (2000): 1-146.

3«En la teoría clásica, el hombre es optimable porque no hay primero un dinamismo pobre, desnudo: así el óptimo es posible y no utópico. En cambio, si el hombre es un dinamismo que se configura posterior o especularmente tan sólo, el óptimo se pierde, es inasequible: lo ulterior es, como perfección, irreal. Con otras palabras, si la forma es primera como ulterior no hay nada que hacer respecto de un óptimo». L. Polo, «Presente y futuro del hombre», en Obras Completas, Vol. X (Pamplona: Eunsa, 2015), 299. Sobre esta temática histórica contamos con mucha bibliografía de autores polianos, pero a título de ejemplo pueden servir los tres números monográficos de la revista Studia Poliana dedicados a diversos autores centrales de la historia del pensamiento occidental, a saber, los números 5, 6 y 7 de los años 2003, 2004 y 2005, respectivamente.

4Cf. L. Polo, «Antropología trascendental», en Obras Completas, Vol. XV (Pamplona: Eunsa, 2015), 229-278. Escritos polianos sobre este punto los hay en abundancia. Cf., por ejemplo, S. Piá-Tarazona, El hombre como ser dual (Pamplona: Eunsa, 2001); J.F. Sellés, Antropología para inconformes (Madrid: Rialp, 2012); J.F. Sellés, Antropología de la intimidad (Madrid: Rialp, 2013); J.F. Sellés, Estudios sobre la antropología trascendental de L. Polo (Salamanca: Sindéresis, 2019); J.A. García, Y además. Escritos sobre la antropología trascendental de Leonardo Polo (San Sebastián: Delta, 2008).

5Lo que tiene que hacer un empresario es trabajar, pero en su propio orden, trabajo que consiste en ser competitivo internacionalmente, puesto que nuestro mercado es global. ¿Qué no lo sabe hacer? Puede debe aprender más, que es el primer trabajo. Además, debe desear tener muy buenos competidores, porque suponen un reto para su propio crecimiento: «Una buena teoría de la competencia debe procurar que todos sean buenos competidores porque si no lo son, el sistema se estropea. Si arruino a mis competidores, estoy empobreciendo el mercado». L. Polo, «Antropología de la acción directiva», en Obras Completas, Vol. XVIII (Pamplona: Eunsa, 2019), 367. Cf. respecto de esta temática: S.C. Martino, El aporte de Leonardo Polo a la universidad y a la teoría de la empresa (Mauritius: Editorial Académica Española, 2018).

6 L. Polo, «Ayudar a crecer», en Obras Completas, Vol. XVIII (Pamplona: Eunsa, 2019), 175.

7«Riqueza y pobreza no son opuestas, sino que cada una tiene un contrario que no es la otra». L. Polo, «Filosofía y economía», en Obras Completas, Vol. XXV (Pamplona: Eunsa, 2015), 303.

8«La clave de la sociedad no es la economía o la biología, sino la integración de los distintos tipos humanos. Si esto no se logra, es decir, si cada tipo humano se incomunica y se recaba como absoluto, la productividad social se empobrece». L. Polo, «Nominalismo, idealismo y realismo», en Obras Completas, Vol. XIV (Pamplona: Eunsa, 2015), 148.

9L. Polo, «Antropología de la acción directiva», 325.

10L. Polo, «Antropología trascendental», 288.

11 L. Polo, «Evidencia y realidad en Descartes», en Obras Completas, Vol. I (Pamplona: Eunsa, 2016), 102, nota 10. En otro lugar añade: Si se le pregunta a qué obedece este recortar las alas de la inteligencia, su respuesta no deja lugar a dudas: «la Edad Moderna ha hecho un voto de pobreza en materia de conocimiento; pero la inteligencia es probablemente una facultad a la que no conviene este tipo de voto; como el tema de Dios es el más alto, cualquier disminución o falta de ejercicio de la inteligencia introduce una dificultad artificial, sumamente desaconsejable». L. Polo, «Presente y futuro del hombre», 303.

12Por ejemplo, en este: «una de las manifestaciones que a este empobrecimiento humano cabe atribuir la encontramos en el estilo del pensamiento de nuestra época, en lo que yo llamaría la “manía” por la combinatoria. Cuando uno dispone de un ámbito muy enrarecido y disperso de elementos significativos, prácticamente lo único que puede hacer es combinar lo que tiene, establecer una especie de juego en que una serie de elementos se asocian de una manera más o menos caleidoscópica. Si examinamos lo que pasa hoy en amplias zonas del pensamiento -por dónde va la Sociología, la Biología genética, la Teoría de la Cultura, por dónde va el Cálculo matemático operacional, incluso la misma Lógica-, se ve muy claro que, en muchas ocasiones, las construcciones teóricas se reducen a una combinatoria. Pero desde el punto de vista de la consideración del hombre como ser que se personaliza, ¿qué es la combinatoria? Simplemente, aquella situación de extrema pobreza de recursos mentales, en que lo único que se puede hacer con ellos es combinarlos, jugar con ellos, componiéndolos de un modo u otro». L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», en Obras Completas, Vol. XIII (Pamplona: Eunsa, 2015), 31.

13Al respecto se puede poner el ejemplo que Polo toma de Kierkegaard, el del sentimiento de «la niña frívola de que es libre, (pues) es un sentimiento absolutamente engañoso. Eso es la forma de libertad más pobre que existe: porque la sensación de libertad que resulta de la falta de una motivación profunda en el proceso de operar, denota la falta de libertad de la voluntad y su constreñimiento causal. Decir que uno es libre porque opera a base de impulsos y no a base de obligaciones, a base de vinculaciones, es la manera más tonta de engañarse». L. Polo, «Persona y libertad», en Obras Completas, Vol. XIX (Pamplona: Eunsa, 2017), 261.

14«También se puede no acabar de hablar repitiendo las cosas. Eso es señal de pobreza inventiva y, por tanto, de senilidad. Hablar mucho es propio de viejos, pero ¿de qué hablan los viejos? Hablan del pasado y cuentan una y otra vez la misma historia». L. Polo, «Nominalismo, idealismo y realismo», 44.

15L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», 115.

16«El progreso requiere una amplia actividad educativa porque la pobreza fundamental es la pobreza ejecutiva, lo que impide la plena utilización de los recursos humanos. Esto limita las posibilidades de organización porque también empobrece el contenido informativo que las minorías dirigentes pueden transmitir». L. Polo, «Filosofía y economía», 360.

17Por ejemplo, los países que cuentan con los recursos naturales están siendo explotados por los países más desarrollados.

18L. Polo, «Filosofía y economía», 117.

19«El valor ético de la acción de gobierno no reside en lograr copias, pues la uniformidad es un empobrecimiento contrario a la pluralidad de personas». L. Polo, «Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos», en Obras Completas, Vol. XI (Pamplona: Eunsa, 2018), 308.

20L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», 74.

21L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», 74.

22 Clemente de Alejandría, El Pedagogo (Madrid: Ciudad Nueva, 1994), 211.

23L. Polo, «Filosofía y economía», 378.

24 L. Polo, «La originalidad de la concepción cristiana de la existencia», en Obras Completas, Vol. XIII (Pamplona: Eunsa, 2015), 245.

25 L.F. Múgica, «Introducción», en L. Polo, La originalidad de la concepción cristiana de la existencia (Pamplona: Eunsa, 1996), 18

26«El dominio humano no puede ser empobrecedor para las realidades inferiores». L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», 45.

27L. Polo, «Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos», 289.

28«La actividad del hombre es destinable, se entrega y requiere un destinatario». L. Polo, «La esencia del hombre», en Obras Completas (Pamplona: Eunsa, 2015), 66.

29Así, con la instrumentación genética el hombre obliga a Dios a que cree la persona que el hombre desea: «lo que se suele llamar ingeniería genética es una tecnología cuya influencia en la vida humana puede ser muy intensa. Piénsese, por ejemplo, en la fecundación in vitro, y sus implicaciones morales. Y eso no es más que una parte de lo que se puede hacer». L. Polo, «Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos», 142.

30L. Polo, «Antropología trascendental», 526, nota 312.

31L. Polo, «Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos», 222.

32«El cuidado de las cosas pequeñas no es una manía, sino una lúcida medida ascética». L. Polo, «Nietzsche como pensador de dualidades», en Obras Completas, Vol. XVII (Pamplona: Eunsa, 2018), 187.

33L. Polo, «Ética: hacia una versión moderna de los temas clásicos», 277-8.

34 L. Polo, «Introducción a la filosofía», en Obras Completas, Vol. XII (Pamplona: Eunsa, 2015), 26.

35Polo pone este ejemplo: «Tatiana Góricheva entiende que el cinismo es la forma de salir de la situación que conviene en Rusia: el desprecio del mundo. No se trata de un asunto meramente literario, porque esta mujer ha apostado su vida a ello, a quedarse reducida a la pura pobreza humana, haciendo una especie de purga de todo, tanto del prestigio humano que postula el marxismo como del orgullo de occidente; es reducirse al hombre puro y nudo; una postura ambivalente porque puede ser la de San Francisco de Asís, un asceta cristiano, o simple anarquismo que rompe todo vínculo social porque se piensa que dichos vínculos no son naturales y que la cultura humana debe humillarse». L. Polo, «Antropología de la acción directiva», 338.

36L. Polo, «Persona y libertad», 236.

37 G. Castillo, «Introducción», en L. Polo, La esencia del hombre (Pamplona, Eunsa, 2011), 16.

38«Un paso más era la disposición voluntaria de lo tenido, el desprenderse de él a favor de otro (incluso hasta el sacrificio). Pero en todos los casos, el tener regía al acto voluntario, como su término o como lo entregado (en este sentido vale el adagio: nadie da lo que no tiene)». L. Polo, «La esencia del hombre», 61.

39L. Polo, «Antropología trascendental», 472-3. Cf. Aristóteles, Ética a Nicómaco, IX (Madrid: Alianza, 2005), 1168 b 15-35; 1169 a 1-37.

40«Por mucho que se ponga el yo en el quiero no se debe olvidar que dicha posición no lo agota. Todavía con relación a todo quiero, el hombre mantiene su dominio. ¿Como lo mantiene? No empecinándose en encerrar su posibilidad de ratificar, de sancionar sus propias decisiones, en el quiero que ya ha emitido; no limitándose a reiterarlo. Precisamente porque el acto de la voluntad requiere el yo en su constitución, si lo incluyera por entero se debilitaría hasta el punto de quedar obligado únicamente a fundarlo para siempre, pues en estas condiciones la debilidad del yo no puede desaparecer ya nunca. La debilidad del yo en la voluntad solo se endereza si se enfoca su inclusión en el acto decisorio como una donación. He aquí el desprendimiento». L. Polo, «Filosofía y economía», 176. Polo hace equivalente el yo con la sindéresis, el ápice de la esencia del hombre, que activa y dirige las dimensiones humanas inferiores. Cf. sobre este tema: F. Molina, «La sindéresis», Cuadernos de Anuario Filosófico 82, (1999); J. Ahedo, «El conocimiento de la naturaleza humana desde la sindéresis», Cuadernos de Anuario Filosófico 223 (2010).

41Cf. A.I. Moscoso, «¿Es la felicidad personal resultados de una vida virtuosa?», en El hombre como solucionador de problemas, ed. J.F. Sellés (Pamplona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Navarra, 2015), 87-94.

42L. Polo, «La originalidad de la concepción cristiana de la existencia», 287.

43«Lo objetivo humano, en cuanto que procede de la persona, nunca es absolutamente objetivo, y si se pretende que lo sea, se da lugar a un empobrecimiento de la persona, que acaba depauperando también la objetividad. El determinismo mecanicista o dialéctico, por desconocer este dominio de la persona sobre los procesos de que es autora, incurre en esta anemia social y humana». L. Polo, «La originalidad de la concepción cristiana de la existencia», 329, nota 13.

44L. Polo, «La persona humana y su crecimiento», 26.

45L. Polo, «La esencia del hombre», 316. La distinción entre acto de ser y esencia en el hombre, así como la posible pérdida del acto de ser personal post mortem, está muy marcada en una reciente publicación: J.F. Sellés, Teología para inconformes (Madrid: Rialp, 2019).

46 L. Polo, «Epistemología, creación y divinidad», en Obras Completas, Vol. XXVII (Pamplona: Eunsa, 2015), 239.

47L. Polo, «Antropología trascendental», 238. Cf. al respecto: I. Falgueras, «El dar, actividad plena de la libertad trascendental», Studia Poliana 15 (2013): 69-108. A. Solomiewich, «Una discusión de la tesis de Salvador Piá “el aceptar es inferior al dar”», Miscelanea Poliana 67 (2020): 161-173.

48L. Polo, «Persona y libertad», 147.

49L. Polo, «Epistemología, creación y divinidad», 279.

50L. Polo, «Persona y libertad», 265-266. Cf. respecto del autotrascendimiento: J.A. García y J.J. Padial, eds., Autotrascendimiento (Sevilla: Universidad de Málaga, 2010); A. Vargas, «Abandonar-se: el problema puro y la oportunidad moderna», en El hombre como solucionador de problemas, ed. J.F. Sellés, 291-301. El entender la libertad trascendental como crecimiento de cara a Dios está bien estudiado en estas recientes publicaciones: A. Rodríguez Sedano, Libertad y actividad (Pamplona: Eunsa, 2018); A.I. Moscoso, «Una libertad creciente», Cuadernos de Anuario Filosófico 60 (2016).

51Un famoso literato, buen conocedor de este extremo, dice del protagonista de una de sus mejores novelas que «era pobre, pero tenía un bolsillo inagotable de buen humor». V. Hugo, Los miserables (Madrid: Aguilar, 2004), 378 a.

* Doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra y profesor del Departamento de Filosofía en dicha institución académica. Ha sido Profesor Visitante de diversas universidades extranjeras. Sus dos líneas de investigación son la Antropología filosófica y la Teoría del conocimiento. Contacto: jfselles@unav.es. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1839-1276

Para citar este artículo: Sellés, Juan Fernando. «La virtud del desprendimiento o señorío según L. Polo».Franciscanum 175, Vol. 63 (2021): 1-13.

Recibido: 27 de Febrero de 2020; Aprobado: 24 de Abril de 2020

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