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Franciscanum. Revista de las Ciencias del Espíritu

Print version ISSN 0120-1468

Franciscanum vol.63 no.176 Bogotá July/Dec. 2021  Epub Nov 09, 2021

https://doi.org/10.21500/01201468.4818 

Filosofía

Un criterio filosófico de orientación educativa a partir de la idea de ingenio de Juan Huarte

A philosophical criterion of educational guidance from the idea of wit by Juan Huarte

Cristián Alejandro De Bravo Delorme1  *
http://orcid.org/0000-0002-6363-9165

1Universidad de Sevilla; España.


Resumen

El siguiente artículo propone un análisis de la idea de ingenio de Juan Huarte para la construcción de un criterio filosófico que oriente al individuo a elegir la ciencia que más le corresponda. Este criterio, según Huarte, no se orienta por los gustos o deseos de los individuos, sino por las inclinaciones naturales objetivadas por las capacidades ejercidas. En contraste con un enfoque psicológico, el criterio de Huarte se presenta como un criterio fundado en ideas filosóficas, las cuales se consideran dentro de un sistema de pensamiento que coordina las potencias racionales del individuo con relación a las ciencias, artes y técnicas correspondientes a los distintos ingenios.

Palabras clave: Huarte; ingenio; orientación; educación; filosofía

Abstract

The following paper offers an analysis of the idea of wit according to Juan Huarte in order to construct a philosophic criterion that guides the individual to choose the science that best corresponds to them. This criterion is based on the determination of the different types of wit for the sciences and, according to Huarte, it is not guide by likes or wishes of the individual, but by the natural propensities objectified by the exercised capacities. In contrast to a psychologic perspective, Huarte’s criterion represents an approach based on philosophic ideas, which are deemed within a system of thought that coordinates the intellectual faculties in relation to the sciences, arts and techniques corresponding to the different types of wits.

Keywords: Huarte; ingenuity; orientation; education; philosophy

1. Consideraciones preliminares

Desde que la Ley General de Educación de 1970 contempló la existencia de servicios de orientación pedagógica dentro de los centros escolares, se ha vuelto cada vez más evidente la relevancia de la orientación del alumnado dentro del sistema educativo español1. En la medida que la enseñanza reglada ha llegado a ser un proceso mediante el cual los individuos no sólo adquieren conocimientos y destrezas, sino las herramientas para desarrollar su personalidad, la orientación educativa ha pasado de ser una estructura marginal a ser un pilar fundamental de la educación de los jóvenes. En correspondencia con ello, el docente ha debido incorporar a su labor educativa la acción orientadora, complementando de esta manera su labor de instrucción con la necesaria función de tutor del alumno2.

La orientación educativa, en términos generales, podría determinarse como un conjunto de conocimientos, metodologías y principios teóricos que dan base a una intervención de corte psicopedagógico dirigida al desarrollo integral de los individuos3. Este desarrollo integral con frecuencia se ha definido a la luz de la vocación individual, por lo que cabe afirmar que la orientación tiene como uno de sus fines más importantes que el individuo sea capaz de responder a su «llamada». En este sentido, no sólo la correcta elección profesional, sino, más importante aún, la realización de la propia persona dependería de «escuchar» correctamente esta vocación4. La orientación educativa con base en el descubrimiento, desarrollo y la madurez vocacional5 determinaría así un criterio psicológico por el cual el individuo, bajo el cuidado de tutores y familiares, se proveería de las coordenadas suficientes para dirigir su propia trayectoria vital.

El concepto de vocación, sin embargo, contiene rasgos muy problemáticos que no pueden soslayarse y que comprometen seriamente la claridad del criterio psicopedagógico. En efecto, si la vocación se reduce a la convicción personal del individuo y si, además, esta convicción se encuentra envuelta con anhelos e ilusiones, no se ve cómo la vocación pueda garantizar una segura orientación. Es más, tan pronto como se tomen como base de la educación «la curiosidad y las aficiones» de los individuos, como dice José Ortega y Gasset6, la enseñanza seguramente se volverá enteramente vana. Ortega ya había reconocido que los hombres de su tiempo habían «querido fundar en ellas cosas demasiado graves, es decir, demasiado ponderosas para que [pudiesen] sostenerlas entidades tan poco serias como aquellas»7. Es cierto, por otra parte, que la fenomenología ha contribuido en gran medida a un desarrollo del sentido de la vocación en términos que superan ampliamente el ámbito antropológico y psicológico, pero ello no cancela el problema de la relación entre la vocación y la educación. Por lo dicho, resulta pertinente considerar un enfoque alternativo para la orientación educativa, un enfoque que precisamente debería tener como base el pensamiento filosófico.

El presente artículo propone un análisis de la idea de ingenio de Juan Huarte para la construcción de un criterio de orientación educativa que compense o, incluso, modifique el criterio de una orientación de corte psicológico-vocacional. Juan Huarte (1529-1588) fue un filósofo-médico español que en su obra Examen de ingenios para las ciencias advierte de la necesidad que tiene la república de su tiempo de diputados que señalen el determinado ingenio de los estudiantes para las ciencias. Con el término ingenio, Juan Huarte no alude a otra cosa que al talento que la actual Ley española de educación afirma que todo estudiante posee y que el sistema educativo debe encauzar y potenciar8. En ese mismo sentido, Juan Huarte considera que cada individuo tiene un determinado ingenio, que es preciso detectarlo y fomentarlo con relación a una correspondiente ciencia o técnica. De ahí que, a mi juicio, el talento o, en términos de Huarte, el ingenio sea un anclaje seguro para la construcción de un criterio filosófico de una orientación educativa.

Ahora bien, Juan Huarte contaba con un orden de cosas muy diferente a nuestro tiempo, pues entre la monarquía hispánica y la democracia actual no sólo hay una multitud de diferencias relativas a costumbres y hábitos, sino también realidades socioeconómicas muy distintas que distinguen notablemente los propósitos individuales y los programas políticos. En efecto, el denuedo y la resolución del siglo XVI contrasta claramente con la «inercial agitación» del siglo XXI. En lo que concierne al presente en marcha, nuestra realidad se encuentra determinada por constantes avances tecnológicos, cuya velocidad es proporcional a la transformación de las ocupaciones que vuelven necesario un replanteamiento continuo de las capacidades y posibilidades profesionales de los estudiantes.

La realidad del mundo laboral actual hace evidente los muy diferentes factores presentes dentro de la vida del individuo en la sociedad del conocimiento en comparación a la vida del siglo XVI, una vida que realzaba valores, motivaciones y proyectos que, desde nuestra posición, parecen venir de un mundo completamente distinto.

Debido a que el mundo social y político de Huarte resulta completamente ajeno al conjunto de Estados democráticos modernos, se podría objetar la utilidad de una filosofía que considera, dentro del sistema de la monarquía hispánica, al individuo en relación con unas limitadas ciencias y artes existentes para ciertos tipos de ingenio y en contraste a las cada vez más crecientes especialidades y actividades de las sociedades actuales que requieren habilidades y talentos nuevos y cambiantes. Sin embargo, que las ciencias y artes se hayan encontrado bien delimitadas conforme a la realidad de un imperio, no significa que nuevos órdenes profesionales no puedan ser subsumidos por las coordenadas de una filosofía del ingenio. Por más diversas que sean las labores y actividades existentes en las nuevas estructuras económicas de las actuales sociedades, no por ello parecen multiplicarse los ingenios delimitados por Huarte. Las coordenadas según las cuales se detectan diferencias de talento y, más precisamente, de ingenio entre los individuos no se circunscriben necesariamente a las limitadas ciencias y artes del siglo XVI, sino que, metodológicamente, las coordenadas planteadas por Huarte resultan suficientemente claras y distintas para un análisis de las capacidades del alumnado actual. Por lo tanto, a mi juicio, no resulta inoportuno rescatar de la tradición del pensamiento español una filosofía de este estilo en relación a una orientación educativa y, de hecho, parece importante y del todo pertinente para una reflexión enfocada en los criterios que es necesario usar para la orientación de los jóvenes.

Ahora bien, pese a que se encuentra guiado por una fisiología ficticia fundada en una doctrina de la proporción de los humores naturales básicos, Juan Huarte considera el temperamento humano en referencia a la determinada estructura de las potencias racionales que él categoriza con base en una importante tradición filosófica. La tríada de memoria, entendimiento y voluntad, determinada en principio por San Agustín, Huarte la modifica, sustituyendo la voluntad por la imaginación, con lo cual reestructura el orden racional a partir de la acción imaginativa como señal mayor de ingenio. En este sentido, la voluntad no queda apartada del esquema de las potencias, sino coordinada con ellas, pero dentro del orden del apetito y el deseo. Además, resulta importante reconocer cierta influencia (aunque tal vez indirecta) de Huarte en autores como Bacon, Kant, Schelling y Schlegel. Sin embargo, la importancia de Huarte no reside tanto en esta influencia como en su comprensión de la diversidad de los ingenios en relación a las ciencias, y cuyas diferencias estaban basadas en una determinada proporción de elementos determinantes en conformidad con las potencias racionales. Los ingenios, y esto quiere decir, los determinados temperamentos corresponden al ejercicio objetivo de las potencias racionales, por lo que, según Huarte, únicamente por las tendencias de los individuos, cabe orientarse para la evaluación de sus capacidades.

La determinación de los ingenios para las ciencias, según Huarte, no se encuentra basada en los gustos o deseos de los individuos, cuya relevancia sin embargo no es menor a la hora de potenciar las propias fuerzas, sino en las inclinaciones naturales objetivadas por las capacidades ejercidas. Según Huarte es necesario

[Q]ue cada uno ejercit[e] sola aquel arte para la cual tenía talento natural, y dejase las demás... considerando cuan corto y limitado es el ingenio del hombre para una cosa y no más (…) Porque si no, fuera del daño que este tal hará después en la república usando su arte mal sabida, es lástima ver a un hombre trabajar y quebrarse la cabeza en cosa que es imposible salir con ella9.

La detección del ingenio de cada estudiante resultaba así para Huarte de enorme importancia, tanto para la vida individual como para la vida social.

Ante la incertidumbre que puede conllevar la elección de una profesión que no se ajuste a las habilidades del estudiante y en relación a la inseguridad que pudiese acompañar una decisión basada en la presión familiar, en el deseo de un supuesto estatus o bien en cualquier otro factor externo a las propias potencias individuales, Juan Huarte considera que sólo a partir del reconocimiento del correspondiente ingenio del estudiante es posible encaminar las capacidades a una determinada actividad de manera confiable. De ahí que Huarte pueda afirmar que se requieran diputados en la república «que en la tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía, y no dejarlo a su elección»10. La necesidad de determinar el ingenio del joven, por lo tanto, es una necesidad ciertamente subjetiva, pero su raíz no se encontraría aparentemente en la denominada vocación, sino, más bien, en las capacidades individuales del estudiante que delatan su ingenio y que cabe potenciar en función de una necesidad política y social.

A continuación, se intentará construir un criterio a partir de la idea de ingenio de Huarte y se distinguirán con claridad en qué medida las directrices proporcionadas por su filosofía pueden superar un criterio de corte vocacional. Antes, sin embargo, conviene, precisar algunos rasgos generales del sentido del ingenio.

2. De la naturaleza del ingenio

Dentro de la tradición española el término ingenio no sólo es recurrente, sino que se estima como un concepto esencial11, de raigambre romana, aunque originalmente griega. De esta raigambre crecen tres direcciones. Por una parte, se podría detectar la raíz del ingenio en el daimon socrático, aunque aquí cabe considerar este fenómeno dentro del horizonte propio de los diálogos platónicos. En la Apología se describe el fenómeno daimónico de Sócrates como una suerte de conciencia numinosa restrictiva, cuya ausencia, sin embargo, «suelta» la voluntad de Sócrates. La falta del daimon, su ausencia, «deja libre» a Sócrates para actuar o hablar con otros. A cierta distancia de este daimon cabe entender el genius romano, que, según dice Sebastián de Covarrubias, «significaba el demonio, espíritu que residía con cualquiera hombre, y que cada uno tenía dos; uno que le animaba para el bien, y otro que le incitaba para el mal. Ambos creían nacer juntamente con el hombre»12, Y luego afirma:

Otros dijeron que no era otra cosa que la simetría, y conmensuración de los elementos, la cual conserva los cuerpos humanos, y de toda cosa viviente. Otros una virtud, e influencia de los planetas que nos inclinan a hacer esto, o aquello y no sólo constituían genios a los hombres, pero también a las plantas, y a los edificios, y como dijo Marcial, a los libros13.

El genio, en este sentido, se entiende como un ente numinoso que determina la voluntad humana para el bien o para el mal, y que seguramente la fe católica posteriormente identificó con aquel ángel de la guarda y su contraparte. El genio, en este sentido, designa una deidad protectora (e instigadora), que nacía con cada varón y lo acompañaba durante toda su vida. De esta deidad, a su vez, dependía o, más precisamente, se generaba el ingenio del varón. Por otra parte, se reconoce la constitución del genio a partir de una proporción adecuada de los elementos naturales básicos. Tal determinación del genio se inserta así en un eje natural, en la medida que el temperamento determina la naturaleza del individuo. Por último, la comprensión del genio como un fenómeno determinado por la relación de fuerzas planetarias externas, si bien tiene su base en la naturaleza, bien puede reinterpretarse en virtud del círculo de otras voluntades humanas y, por lo tanto, bajo relaciones circulares entre seres humanos y desde las cuales, por lo demás, tanto los entes naturales como los entes culturales, como un edificio o un libro, serían geniales.

Resulta claro que la determinación «religiosa» del genio no parece admisible o, al menos, no parece pertinente para la presente consideración. Se trataría entonces de una dialéctica entre relaciones naturales y humanas, entre lo que tradicionalmente se denomina naturaleza y espíritu. El alcance significativo del genio y del ingenio, sin embargo, parece restringirse, si reducimos aquel par a los dos términos forjados en gran medida por el pensamiento clásico alemán. Entre lo espiritual y lo natural parece suponerse una cierta ruptura o escisión en dos esferas, por ello merece considerar la indicación de Baltasar Gracián, quien reconoce en el genio y el ingenio los «dos ejes del lucimiento discreto»14, de tal manera que «la naturaleza los alterna y el arte los realza»15. Y luego afirma:

Es el hombre aquel célebre microcosmos, y el alma su firmamento. Hermanados el genio y el ingenio, en verificación de Atlante y Alcides, aseguran el brillar, por lo dichoso y lo lucido, a todo el resto de prendas. El uno sin el otro fue en muchos felicidad a medias, acusando la envidia o el descuido de la suerte. Plausible fue siempre lo entendido, pero infeliz sin el realce de una agradable genial inclinación, y, al contrario, la misma especiosidad del genio hace más censurable la falta de ingenio. Juiciosamente, algunos, y no de vulgar voto, negaron poderse hallar la genial felicidad sin la valentía del entender, y lo confirman con la misma denominación de genio, que está indicando originarse del ingenio16.

Covarrubias afirma, a su vez, que el ingenio equivale a la fuerza natural del entendimiento y es

investigadora de lo que por razón y discurso se puede alcanzar en todo género de ciencias, disciplinas, artes liberales y mecánicas, sutilezas, invenciones y engaños, y así llamamos ingenioso al que fabrica máquinas para defenderse del enemigo y ofenderle; ingenioso al que tiene sutil y delgado ingenio. Las mismas máquinas inventadas con primor llamamos ingenio17.

Ignacio Rodríguez en su Discernimiento filosófico de ingenios para artes y ciencias es consciente de la raíz natural del ingenio y, aunque pueda confundirse con otras potencias, sin embargo, reconoce en este término una idea general. En este sentido, él afirma que, si bien es verdad que solemos confundir estas habilidades y virtudes de nuestra alma, «diciendo indistintamente ingenio, entendimiento, talento, prudencia, sagacidad y otras semejantes, decimos ahora brevemente que la voz ingenio es general y comprende todas las facultades del alma con relación a las artes»18. Ignacio Rodríguez, de esta manera, repite lo que ya Juan Luis Vives en 1538 había advertido al determinar el ingenio como universam mentis nostrae vim19. Lo que cabe ante todo destacar, sin embargo, es que el sentido del ingenio tuvo su anclaje de manera objetiva en los artilugios que se fabricaban y sobre todo en aquellos cuya función tenía su fin en la guerra. De ahí que los romanos llamasen ingenium a la máquina de guerra e ingeniator al soldado que sabía cómo manejarla. El ingenio como fuerza natural del hombre se objetiva así en el ingenio fabricado.

Según lo dicho, el sentido del genio-ingenio cristaliza de tal manera que lo físico y orgánico (genio) no se encuentra desligado del intelecto (ingenio). La tradición del eje natural del genio-ingenio se remonta a Empédocles, Hipócrates y Galeno, determinando en gran medida el pensamiento médico de Juan Huarte. Sin embargo, Huarte hereda con no menor importancia una tradición por la cual podemos remontar el término ingenio a la synesis aristotélica, que Patricio de Azcárate en su traducción Moral a Nicómaco20 duda a veces en verterla como inteligencia, entendimiento o ingenio21, y que se encuentra ligada al juicio (krisis). De esta manera, Alonso de Freylas puede decir, por su parte, que el ingenio «es una fuerza con la cual entendemos, conocemos, hallamos, y juzgamos las cosas dificultosas por muy secretas y ocultas que sean; sin que nadie nos las muestre, y resumiendo su naturaleza en breve digo; ser una fuerza natural, de entender lo dificultoso con presteza»22. El ingenio en este sentido se caracteriza por su capacidad hermenéutica, la capacidad de descifrar lo que se resiste y no se deja ver.

Lo más destacable es que de acuerdo con la determinación general del ingenio se pone de relieve la naturaleza inventiva e innovadora de la operación humana y que es propia de la capacidad de poner a la vista algo que resulta admirable y sorprendente. De ahí que pronto la imaginación, cuyo sentido se asociaba generalmente a la memoria como potencia que guardaba las imágenes vistas, absorbiera el sentido del ingenio para designar esa facultad subjetiva que pone precisamente a la vista el ingenio en términos objetivos.

En relación con esta capacidad visionaria del ingenio, Tomás Murillo en su Aprobación de ingenios, afirma que ciertas melancólicas dicen ver a Jesús y hasta a la Santísima Trinidad23, tal como Don Quijote, por su parte, veía gigantes, lo cual estaba vinculado al calor asociado a la imaginación24. Por eso Murillo afirma que la imaginación es «una de las potencias rectrices, y es de tanta fuerza, poder y eficacia en sus obras»25, que puede engañar y provocar alteraciones y disociaciones. Juan Huarte, por otra parte, destaca, tal como ya lo había advertido Aristóteles, que precisamente por la imaginación los melancólicos eran capaces de ser mayormente ingeniosos. En este sentido,

los melancólicos por adustión juntan grande entendimiento con mucha imaginativa (...). Estos son buenos para predicadores (…). Porque, aunque les falta la memoria, es tanta la invención propia que tiene, que la mesma imaginativa les sirve de memoria y reminiscencia, y les da figuras y sentencias que decir sin haber menester a nadie26.

El ingenio en este sentido general es una potencia engendrada y comprendida, por una parte, como potencia descifradora, crítica y hermenéutica y, por otro lado, como una potencia creadora, inventiva y en la cual la imaginación juega un rol preponderante.

3. La idea de ingenio de Juan Huarte27

Que Juan Huarte considere que el ingenio se constituye con base en el temperamento no resulta algo original, pues antes de publicarse el Examen de ingenios Juan Luis Vives, quien se apoya tal como Huarte en toda la tradición hipocrático-galénica, ya había señalado que «el calor y los humores debidamente combinados, contribuyen a la agudeza y salud del ingenio»28. Pero si bien Vives y mucho antes Galeno, de cuyo pensamiento Huarte se declara deudor, no desconocen que el ingenio depende del temperamento, ninguno tematiza las diferencias temperamentales en función de los ingenios para las ciencias. De ahí que, según Huarte, se requiera un examen crítico de las diferencias de ingenio que pueda orientar a los tutores de la república a interpretar las inclinaciones naturales de los estudiantes29. Con esto se anuncia, además, que el propio tutor debe contar con un determinado ingenio que lo capacite para la tarea de detectar el ingenio correspondiente a cada individuo.

Para el presente artículo no importa tanto la doctrina de los humores que Juan Huarte hereda de la tradición filosófico-médica. Sin embargo, no cabe soslayar la necesidad de comprender orgánicamente las potencias y operaciones racionales, por lo que vale mencionar la insistencia de Huarte en la determinación del temperamento del cerebro como base orgánica del ingenio y, a su vez, en el tipo de clima en el que alguien nació, así como su dieta, el agua que bebe y todo lo relativo a su régimen de vida30. Esto resulta importante, porque del temperamento se engendran las inclinaciones naturales y entre ellas los ingenios adecuados para aprender ciertas ciencias, técnicas o artes, que son disposiciones y hábitos31. Lo que ante todo importa en este contexto es que las determinadas proporciones de las calidades humorales, que tradicionalmente eran cuatro y que Huarte reduce a tres por estimar que una de ellas tiene sólo una función reguladora32, se encuentran coordinadas según una estructura axial compuesta de tres términos correspondientes a las tres potencias racionales que San Agustín delimita a la luz del dogma trinitario de las personas divinas, a saber, la voluntad, el entendimiento y la memoria33. Sólo que Huarte reemplaza la actuación de la voluntad, atribuyéndola más bien a la parte apetitiva del alma, y considera de esta manera que las potencias propiamente racionales son la memoria, el entendimiento y la imaginación. A cada una de estas potencias le corresponde una calidad humoral que define en cada caso el temperamento y que determina, en suma, el correspondiente ingenio del individuo. Al entendimiento corresponde la sequedad, a la memoria, la humedad y a la imaginación, el calor del cerebro.

El fundamento orgánico de las potencias racionales resulta en este sentido muy importante, porque pone de relieve que el individuo humano no es simple, sino una unidad compuesta de una pluralidad de potencias orgánicas. Esta idea es de enorme actualidad, pues las teorías contemporáneas de la mente modular precisamente plantean la división de las funciones cerebrales34. A su vez, la idea del ingenio como un fenómeno natural lleva al reconocimiento de ciertos componentes innatos que se manifiestan, ante todo, en la facilidad del aprendizaje de los niños35.

Cabe apuntar, además, que la estructura ternaria a la que se ha hecho referencia ha sido muy influyente, si consideramos, por ejemplo, los tres niveles básicos de la inteligencia de Edward L. Thorndike36, a saber, la inteligencia abstracta, mecánica y social, o la teoría triárquica de Robert Sternberg37 y según la cual la inteligencia depende de la función de tres aspectos que están estrechamente relacionados: el individuo y su mundo interno (inteligencia académica), la experiencia del individuo para afrontar situaciones nuevas (inteligencia creativa) y los contextos en donde se tiene que poner a prueba (inteligencia práctica)38. Las siete inteligencias de Gardner se salen de este esquema, aunque tal vez su multiplicación no sólo reproduzca las tres potencias de Huarte, sino que las confirme, aunque en razón de una mayor especificidad. No resulta difícil reconocer así bajo nuevos ropajes el esquema trinitario de San Agustín y, con mayor precisión, el esquema ternario de Juan Huarte. Huelga decir que la novedad en estos casos no es sino un olvido del pasado.

Pues bien, consideremos en primer lugar que Juan Huarte, como buen médico que era39, comienza su examen declarando por experiencia que distintos individuos responden de manera diferente a las mismas enseñanzas. Así constata que, en un grupo de tres jóvenes, uno que responde mal al aprendizaje de una lengua, otro, en cambio, la aprende con ligereza (memoria). Mientras a éste, sin embargo, se le da mal el arte de argumentar, el primero puede discurrir con soltura y arte (entendimiento). El tercero, por otro lado, que no puede ni con las lenguas ni con la dialéctica, puede con natural talento manejar números y fórmulas matemáticas (imaginación). Huarte, por lo tanto, infiere que «las ciencias eran como naturales a solos los hombres que tienen ingenios acomodados para ellas».40 Huarte, por lo tanto, considera necesario distinguir las verdaderas señales con que se descubren los ingenios para que la función que desempeñe el individuo en sociedad sea objetivamente fértil y subjetivamente satisfactoria.

En la versión de 1594 de su Examen de ingenios, Huarte afirma, basado en una tradición que cabe remontar a Platón41, que se pueden distinguir en el hombre dos potencias generativas; una que es común a los animales y plantas, y otra propia del hombre. Esta potencia generativa propia del hombre es afín a la potencia divina y, afirma Huarte, vale comprenderla en analogía con las dos personas de la trinidad, pues tal como Dios engendra al Hijo, el entendimiento genera el concepto (verbum mentis). De ahí, dice Huarte, que por su gran fecundidad se denomine a Dios Genio, «que por antonomasia quiere decir el grande engendrador»42. La fecundidad del hombre, sin embargo, es claramente distinta a la divina, no sólo porque el engendro conceptual que nace del entendimiento no es un «ser real y sustantífico fuera de sí» (puesto que es un accidente producido en la memoria y no más que «una figura y retrato de aquello que queremos saber y entender»), sino porque cuando implica un producto fabricado «es menester fingir primero mil rayas en el aire, y componer muchos modelos, y últimamente poner las manos para que tomen el ser que han de tener, y las más veces salen erradas»43. Huarte señala que el genio humano genera el concepto, que en relación con el «Hijo» no es más que una «figura» y «retrato» en la mente. De ahí que Huarte utilice propiamente el término ingenio, pues, si bien este término destaca la generación del concepto, a lo que se refiere el concepto no es a un retrato o figura en la mente, sino a la obra objetiva que, sin embargo, requiere de múltiples ensayos y pruebas. El ingenio, por lo tanto, es genial porque engendra el verbum mentis, pero se cumple en la operación objetiva, que en el caso de Huarte es el ejercicio de una ciencia, arte o técnica.

Cabe ahora comenzar a examinar el ingenio a la luz de cada potencia racional.

3.1. El ingenio relativo a la memoria

Según el criterio de distinguir entre la capacidad generadora de la naturaleza corporal propia de la mujer, y la capacidad inventiva del ingenio ligada a las operaciones, Huarte alude a Cicerón en relación a la manera como el ingenio se manifiesta, aunque sólo para calificar esta primera determinación como insuficiente, pues, como se verá, Huarte determinará tres tipos básicos de ingenio. Cicerón, según refiere Huarte, afirma que el ingenio se muestra con claridad en la facilidad para aprender (docilitas) y en la memoria. Según las coordenadas de Huarte, en este tipo de ingenio estaría implicada junto a la memoria, la docilidad, lo cual nos remite a la parte no racional de la psyche a la que se refiere Aristóteles al final del primer libro de su Ética a Nicómaco. Allí Aristóteles, tras dividir la psyche en racional e irracional o, más precisamente, en un parte que tiene logos y en otra que carece de logos (la parte vegetativa y apetitiva), precisa que, pese a que esta parte es alogon, sin embargo, participa en cierto modo de logos, pues los apetitos cabe encauzarlos con base en la exhortación, la censura y la advertencia44. La voluntad en este sentido no racional participa de racionalidad, en la medida que el individuo deseoso puede escuchar a la razón. Esto revelaría la docilidad de la voluntad o, más precisamente, la capacidad de aprender. Signo claro de la potencia de la memoria es, por lo tanto, aquella fácil disposición a escuchar y atender, lo cual no sólo sugiere la natural inclinación a aprender tal o tal cosa, sino, a su vez, la natural generación de un hábito cuyo desarrollo posibilita al individuo una determinada disposición con la cual identificarse dentro de la sociedad de personas con las que habita.

Huarte, según la indicación de Cicerón, afirma entonces un primer nivel de ingenio, que resulta ser el más universal y que corresponde a la capacidad natural del individuo para aprender con base en la enseñanza del docente. Huarte advierte que en la niñez este predominio de la memoria se vuelve del todo provechoso, debido a la completa apertura del niño. «[La memoria] de los muchachos, como hace poco que nacieron, está muy desembarazada, y por eso reciben presto cuanto les dicen y enseñan»45. El ingenio que es dócil en alto grado es el ingenio que en mayor medida parece más natural por estar presente desde la más temprana edad y, en ese sentido, es aquel ingenio necesario que el docente debe suponer como condición sustancial de toda enseñanza básica. Esto no quiere decir, por otra parte, que el ingenio que es propio de la memoria se encuentre exento de entendimiento y de imaginación. De hecho, es regular que este esquema ternario que orienta a Huarte opere en diversos grados entre los ingenios, aun cuando, según él mismo declara, sea muy raro que las tres potencias racionales se encuentren igualmente proporcionadas en un individuo. Lo regular es que, siendo las tres potencias operativas en todo individuo racional, una o acaso dos potencias sean las que predominen en desmedro de la otra o de las otras. Esto se debe, según Huarte, al predominio de las calidades humorales, aunque en términos objetivos, podría decirse, se debe al modo como el individuo se encuentra sujeto. La sujeción del memorioso se caracteriza por su dependencia en gran medida a lo escrito y, en este sentido, el memorioso se encuentra ante todo sujeto a la autoridad de la letra. Con todo, al memorioso no le falta el entendimiento necesario para las cosas más básicas y tampoco carece de imaginación. En este sentido, Huarte afirma que «el entendimiento no puede obrar sin que la memoria esté presente, representándole las figuras y fantasmas (…) ni la memoria sin que asista con ella la imaginativa»46. Sólo que, según Huarte, la intensidad del entendimiento y la imaginación no resulta bien proporcionada en este tipo de ingenio donde predomina la memoria, por lo cual cabe advertir este signo claro para efectos de la correspondiente ciencia que el individuo sea capaz de ejercitar.

Ahora bien, quien se caracteriza por tener un talento natural de retención no resulta difícil que se habitúe a un comportamiento que Huarte asemeja al de la oveja, «la cual nunca sale de las pisadas del manso, ni se atreve a caminar por lugares desiertos y sin carril, sino por veredas muy holladas y que alguno vaya adelante»47. El ingenio memorioso tiene como característica más propia la que muestran aquellos hombres «que jamás salen de una contemplación ni piensan que hay más en el mundo que descubrir»48. Esto, si bien tiene cierto cariz negativo, en ningún caso se desestima, pues tal tipo de ingenio resulta del todo provechoso en relación con ese tipo de ingenio que constituye, en suma, su opuesto, a saber, el ingenio que se remonta fuera de la opinión común, el de aquellos hombres «que son libres en dar su parecer y no siguen a nadie»49.

El ingenio memorioso pertenece, por lo tanto, a ese tipo de ingenio necesario en una sociedad, pues se encuentra en una relación que se constituye dentro de la mayoría de los ámbitos políticos y en los cuales tiene un determinado rol en función del orden del conocimiento.

Porque, así como a una gran manada de ovejas suelen los pastores echar una docena de cabras que las levanten y lleven con paso apresurado a gozar de nuevos pastos y que no estén hollados, de la misma manera conviene que haya en las letras humanas algunos ingenios caprichosos que descubran a los entendimientos oviles nuevos secretos de naturaleza y les den contemplaciones, nunca oídas en qué ejercitarse. Porque de esta manera van creciendo las artes, y los hombres saben más cada día50.

El memorioso puede, a su vez, distinguirse de tres modos, a saber, (1) un ingenio que recibe fácilmente, pero pronto olvida, (2) un ingenio que se tarda en recibir, pero que retiene mucho tiempo y (3) un ingenio que recibe con facilidad y tarda mucho tiempo en olvidar. Con esta subestructura ternaria de la memoria, Juan Huarte pone de relieve que, dentro del mismo ingenio pueden darse diferencias intensionales y que Huarte, por cierto, asocia a los grados de cada una de las calidades naturales. Lo importante para la presente consideración radica sin embargo en reconocer la variedad dentro de un mismo tipo de ingenio, lo cual es señal de las variaciones y diversificaciones de las capacidades. En su momento se especificará con mayor claridad en qué sentido al memorioso le corresponden ciertas ciencias o artes.

Ahora corresponde referirse a los otros dos tipos de ingenio que en diversos grados se oponen a la memoria, ora por estar referidos a las cosas contingentes, ora a las cosas por venir. Por de pronto, cabe señalar el ingenio relativo al entendimiento.

3.2. El ingenio relativo al entendimiento

El entendimiento es, según Huarte, «la potencia más noble del hombre y de mayor dignidad»51. Cabe tener presente esta estimación del entendimiento a la hora de comprender el ingenio relativo a la imaginación, pues, como se verá más adelante, si bien las obras del imaginativo pasan por ser los ejemplos más reconocibles del ingenio, ya sea porque un individuo construya discursos inauditos o bien porque fabrique máquinas con funciones sorprendentes, el entendimiento se estima «más noble». De ahí que, por su parte, Juan de Valdés en su Diálogo de la Lengua pueda advertir la relevancia del entendimiento precisamente en comparación con la imaginación, ya que los errores del entendimiento vendrían en gran medida por la influencia de la potencia imaginativa. Así, bajo los términos de juicio e ingenio correspondientes al entendimiento y la imaginación, puede decirse en algún momento del diálogo con relación al orador: «el ingenio halla qué decir, mientras que el juicio escoge lo mejor de lo que el ingenio halla, y lo pone en el lugar que ha de estar; de manera que las dos partes del orador, que son invención y disposición, que quiere decir ordenación, la primera se puede atribuir al ingenio y la segunda, al juicio»52. Luego se discurre así:

Pacheco: ¿Cuál tenéis por mayor falta [necesidad] en un hombre, la del ingenio o la del juicio?

Valdés: Si yo hubiese de escoger, más querría con mediano ingenio buen juicio, que con razonable juicio buen ingenio.

Pacheco: ¿Por qué?

Valdés: Porque hombres de grandes ingenios son los que se pierden en herejías y falsas opiniones por falta de juicio. No hay tal joya en el hombre como el buen juicio.53

De esta manera, Valdés, asociando la imaginación al ingenio y considerándola como una potencia con mayor libertad, resulta más equívoca e, incluso, peligrosa, si no se acompaña de buen juicio, rasgo característico del entendimiento.

Ahora bien, si el memorioso tiene una clara relación con lo pasado y, más precisamente, si el ingenio relativo a la memoria se encuentra bien dispuesto con respecto a la retención de conceptos y relaciones que ha recibido de otros, el ingenio relativo al entendimiento maneja conceptos y relaciones presentes y contingentes que exigen un juicio54. Si el memorioso se queda con lo dicho, el ingenio relativo al entendimiento busca interpretar lo que se dice y, en ese sentido, critica las cosas mediante conceptos claros y distintos. «Porque la verdad no está en la boca del que afirma, -dice Huarte- sino en la cosa de que se trata, la cual está dando voces, y grita enseñando al hombre el ser que naturaleza le dio y el fin para la que fue ordenada»55. De ahí que el inteligente, si así denominamos a quien tiene la potencia de entender en mayor grado, no esté sujeto a lo ya dicho, sino, más bien, sujeto a las cosas mismas, las cuales se dan a ver o, como dice Huarte, «dan voces».

Se muestra en lo dicho anteriormente un indicio de la vocación en un sentido no psicológico y objetivo, semejante de hecho al sentido objetivo del sentimiento, como cuando se dice que alguien «siente» la puerta abrirse. La vocación, de acuerdo con esto, no sería un modo de «llamarse a sí mismo» y cuyo significado dependería en su mayor parte de una reflexión subjetiva o, en último término, del interior. Según los términos de Huarte, habría que decir que el individuo responde a la voz de las cosas que llaman. Ahora bien, las cosas llaman de manera análoga a la palabra de la Escritura, que «es muy misteriosa y llena de figuras y cifras, oscura y no patente para todos»56. De manera que estas cosas que «vocean» exigen una hermenéutica capaz de descifrar su significado. La vocación como un concepto relativo a la orientación educativa no tendría así un sentido exclusivamente psicológico, sino un sentido por el cual se vuelve evidente que alguien es receptivo a algo, porque intelige las voces de las cosas. La vocación consistiría en la exigencia de leer entre líneas (inter-legere), lo cual implica la virtud de producir la «noticia o concepto» de las cosas.57

Ahora bien, tal como el memorioso, el inteligente tiene una subestructura ternaria en consonancia con la triple función de su potencia dominante, a saber, inferir, distinguir y elegir. En estas tres funciones, vale insistir, no están ausentes ni la memoria ni la imaginación, pues, de acuerdo con su estructura axial, las potencias se relacionan proporcionalmente y cada una por los grados de las calidades humorales. Sólo que, por estar el entendimiento referido a las cosas contingentes, predomina la inteligencia en oposición tanto a la memoria que retiene como a la imaginación que se refiere a lo que aún no es. De esta manera Huarte distingue tres niveles de inteligencia que tienen que ver con su intensidad y con una mayor proximidad a una de las dos potencias racionales. Por una parte, cabe reconocer dos tipos de ingenio que constituyen esa inteligencia que se acompaña de memoria y docilidad, a saber, (1) una inteligencia que se caracteriza por entender las cosas fáciles y elementales y (2) una inteligencia sin inventiva, pero capaz de dominar las difíciles y oscuras reglas del arte con base en el esfuerzo y al contacto con buenos docentes. Por otra parte, cabe además distinguir (3) una inteligencia creativa que resulta estar asociada a la potencia imaginativa. De ahí que Huarte afirme que este ingenio no tiene «necesidad de preceptor que le avise y le haga considerar lo que los brutos animales y plantas están voceando», sino que tiene «docilidad en el entendimiento y buen oído para percibir lo que naturaleza dice y enseña con sus obras»58. Estos tipos de ingenio constituyen así los modos ingeniosos por los cuales se manifiesta el inteligente.

El inteligente, en resumen, tiene un ingenio que, frente al memorioso, se muestra en la capacidad de entender de tal manera que «proponiéndole delante las cosas y dudas…pudiese sacar de la naturaleza de la cosa el verdadero juicio que había de hacer, sin irlo a buscar a los libros»59. Si la potencia del entendimiento domina, entonces el ingenioso juzga con criterio a partir de las cosas mismas. En este sentido, cabe decir que la vocación se define en función de la respuesta del ingenioso, cuya obra no viene de una convicción personal, sino de su natural inclinación a las cosas que llaman a ser distinguidas, inferidas, calculadas, juzgadas y colegidas.

3.3. El ingenio relativo a la imaginación

La imaginación dentro del pensamiento filosófico ha jugado un rol importante, ya sea en sentido negativo o bien positivo. Negativo porque, como ya se había advertido, la imaginación es capaz de desorientar el juicio a partir de los fantasmas que proporciona. Positivo, porque la imaginación fue durante la época moderna una potencia que, de ser una mera estructura subordinada a los sentidos y a la memoria, fue estimada por Kant por su función trascendental. La imaginación, según Huarte, se encuentra asociada al tiempo, tal como cada una de las otras potencias racionales. La imaginación, afirma Huarte, es una potencia opuesta tanto a la memoria como al entendimiento, puesto que, frente al pasado y al presente, la imaginación está vuelta al futuro, a lo que aún no es. La imaginación, sin embargo, no trabaja a ciegas y de la nada, pues su vinculación con los sentidos y con la memoria le es constitutiva. De hecho, la memoria suele acompañar a la imaginación, cuando esta obtiene de ella sus figuras. La imaginación, sin embargo, cuando domina un temperamento, crea sus propias figuras, combinando, separando y ejerciendo por sí misma la disposición de las cosas. En la medida que está volcada a lo que no es bajo sus propias figuras, la imaginación abre el horizonte de las posibilidades y, en ese sentido, lleva al individuo en mayor medida a desarrollar sus propias capacidades.

Según lo dicho, la imaginación podría decirse que es el primer analogado de la idea de ingenio, puesto que el ingenioso se estima en gran medida por ser inventivo y creador, y las acciones y obras relativas a la potencia imaginativa se denominan, en este sentido, mayormente ingeniosas. Si el memorioso tiene como característica la retención de las figuras y conceptos y el inteligente el juicio de las cosas presentes, el imaginativo se encuentra referido a «lo que está por venir»60 y, en este sentido, la imaginación acompaña a la prudencia, pues precisamente la prudencia como potencia práctica se atiene a lo que puede ser. Este tipo de ingenio puede variar de muchas maneras, pues en la medida que está referido a lo que estrictamente no es, funciona con base en posibilidades, lo cual requiere destreza de ánimo y, como declara Huarte, agudeza, solercia, astucia, cavilo y engaños. El imaginativo es diestro en la elocuencia, la gracia y la presteza en el hablar y responder a propósito. De ahí que la imaginación descubra «todas las virtudes y vicios del hombre porque en cada momento se ofrecen ocasiones en las cuales da el hombre muestras de lo que haría en otras cosas mayores»61.

Huarte declara con agudeza que precisamente en este tipo de ingenio, cuya potencia mayor es la imaginación y que en cuanto potencia relativa al futuro y asociada a la prudencia ética se encuentra presente en menor proporción en los otros ingenios, manifiesta los hábitos de los individuos, pues cuando se trata del comercio con los otros hombres se expresan costumbres, pero también estrategias de comportamiento. Dicho de otra manera, en la medida que entre seres humanos la verdad se vuelve un asunto mezclado con la apariencia, la imaginación delata tanto las obras claras como las solapadas, pero también las ironías y las acciones que muchos, según Huarte, no sin razón asocian a lo «demoníaco» en el sentido de lo extraordinario y portentoso62.

En este contexto Huarte puede afirmar que la imaginación, en la medida que se encuentra asociada al calor temperamental, puede avivarse en cualquiera que sufra de tal excitación, de manera que el ingenio imaginativo puede potenciarse, pero también exacerbarse, deviniendo manía, como aquella de la que habla Sócrates en el Fedro63 o bien patología y, en último término, enfermedad. De ahí que el imaginativo se encuentre muy próximo a la destemplanza, por un exceso de calor que, como en el caso de Don Quijote, le produjo sequedad extrema en el cerebro al punto de exacerbar su imaginación por tanta lectura de libros de ficción64.

Con todo, este ingenio que pone de relieve la imaginación como potencia eminente hace a los individuos creativos y, al extremo, inventivos por caprichosos. Así lo indica la lengua toscana, señala Huarte, pues este ingenio es semejante a esa cabra que «es amiga de andar a sus solas por los riscos y alturas, y asomarse a grandes profundidades, por donde no sigue vereda ninguna, ni quiere caminar con compaña»65. Sin embargo, el ingenio imaginativo y, en suma, el ingenioso por antonomasia resulta escaso, sobre todo cuando se trata de la creación musical y poética, y, si bien su potencia era antiguamente atribuida al entusiasmo, según Huarte, es tan natural como los otros ingenios, aunque más admirable y sorprendente, por no depender ni de maestros ni de libros y doctrinas, sino de la pura claridad de la potencia racional que se anticipa y pre-ve.

A la vista de cada uno de los ingenios, es necesario ahora comprender en qué sentido los diversos ingenios descritos se corresponden con las determinadas ciencias, artes o técnicas posibles de aprender y desarrollar por cada uno de los individuos en formación.

4. Los ingenios y las correspondientes ciencias

Según lo dicho, el esquema ternario de las potencias racionales, memoria, entendimiento e imaginación, coordina las diferencias de ingenio en proporción a las calidades humorales, de manera que Huarte define la inteligencia en general como un compuesto racional de base orgánica, pero susceptible de potenciarse y desarrollarse por medio del aprendizaje. Para Huarte el ingenio corresponde a la mezcla particular del temperamento, cuya inclinación da muestras de las diversas habilidades y capacidades de los individuos y que cabe atribuirlo en cada caso conforme a la potencia dominante que impera en las acciones y el comportamiento. Huarte, en este sentido, da las directrices para distinguir las ciencias correspondientes a cada ingenio.

4.1. Las ciencias y artes del memorioso

Una de las señales que Huarte detecta en un ingenio relativo a la memoria es la facilidad que tiene el individuo para aprender las lenguas y, en general, la habilidad para retener todo tipo de información en un sistema, del cual puede disponer y cuya coordinación puede reproducir con gran habilidad. Es cierto que, según lo indica Huarte, la memoria es una potencia racional que pertenece al individuo desde temprano, pues, basta advertir la facilidad con la cual los niños aprenden y, especialmente, la lengua materna. La construcción del lenguaje depende, por lo tanto, de un sistema ya dado que el niño aprende y asimila como uno de sus primeros y más importantes gestos de racionalidad. La memoria, por lo tanto, pone de relieve la expresión basal del ingenio y se estima, en ese sentido, que cada individuo cuenta con éste como suyo propio, como nacido con él.

En correspondencia a esta capacidad natural del individuo, cabe reconocer una actividad y ejercicio que desarrolla precisamente esta potencia en toda su dimensión. Su despliegue como potencia racional encuentra su particular inclinación en aquellas actividades que en cierto modo reproducen la condición para todo aprendizaje. De ahí que el denominado letrado manifieste con claridad esta condición por ser a letra dado, «que quiere decir hombre que no tiene libertad de opinar conforme a su entendimiento, sino que por fuerza ha de seguir la composición de la letra»66. El letrado es así el legista que recibe este nombre por atenerse a la letra de la ley. Podría decirse, como lo señala Huarte de manera clara, que el letrado y todo aquel que cuenta con la capacidad de retener fácilmente, es alguien que está sujeto a la letra y, por lo tanto, desarrolla una disposición acorde con esta sujeción. La facultad de memorizar, de aprender un sistema dado, ya sea la lengua en la niñez o bien, a una escala y carácter distinto, la ley de una república muestra un signo por el cual el individuo puede potenciar al máximo su propio ser que puede reconocerse en la natural facilidad de aprender y, en suma, en la capacidad de retener de manera articulada un sistema de referencias.

Esto, por otra parte, no significa que el memorioso no le quepa entender, pero su entendimiento depende de lo escrito. Por ello, la operación misma de la memoria restringe el juicio del entendimiento a lo ya dicho, pues el ejercicio de la memoria tiene su foco en lo que ya está articulado. Mientras que las cosas presentes a las que el entendimiento se dirige precisamente exigen que las cosas puedan articularse así o así. Las cosas contingentes a las que el entendimiento se confronta exigen así una interpretación.

Ahora bien, a la hora de detectar qué ciencia, arte o técnica le corresponde al memorioso, cabe advertir que esta clasificación no corresponde a una simple coordinación de ciertas ciencias para cada potencia. Más bien, en la mayoría de los casos nunca predomina exclusivamente una potencia racional en las ciencias, sino que en diversa proporción las tres potencias resultan operantes, ya sea una predominante en desmedro de las otras o bien una dominante acompañada por una u otra. De manera paradigmática, sin embargo, Huarte afirma que las correspondencias entre ingenios y ciencias operan según los ejemplos del latín con la memoria, la teología escolástica con el entendimiento y la poesía con la imaginación67. En este sentido, Huarte puede afirmar que al memorioso le correspondería aprender ciencias como la gramática y las lenguas, la teología dogmática, la cosmografía y la aritmética68.

Resulta claro que las lenguas, las prescripciones o leyes, las fórmulas aritméticas y la elaboración de mapas cosmográficos dependen en alto grado de la memoria porque principalmente su aprendizaje tiene que ver con la retención de relaciones y referencias y de las cuales no cabe argumentar ni juzgar. No vale aquí juicio alguno, porque se trata de coordenadas fijas establecidas, ya sea por la autoridad de la Iglesia o bien por la autoridad de los legisladores. Un claro ejemplo de la combinación de las potencias racionales, por otro lado, es el caso de la abogacía. Para estudiar la profesión de abogado se requiere un alto grado de memoria, pues es preciso guardar y retener con fidelidad las leyes escritas. De ahí que Huarte afirme que una parte importante de la abogacía corresponda a la memoria. Sin embargo, la práctica de esta profesión sólo puede ejercitarla quien cuente con suficiente entendimiento. Pese a que la ley se establezca en conformidad con la razón y que provea para lo que se debe hacer y que se escriba con claridad y sin titubeos, pocas veces resulta suficiente, debido a que la ley, por estar elaborada por el juicio de los hombres, «no tiene fuerza para dar orden a todo lo que está por venir»69. Por esta razón, quien estudia las leyes, no debe faltarle el juicio suficiente para interpretarlas, pues los casos son mayores que la capacidad de las leyes para cubrirlos a todos.

Esto no lo pueden hacer los letrados de mucha memoria; porque si no son los casos que el arte les pone en la boca cortados y mascados, no tienen habilidad para más. Suelen apodar al letrado que sabe muchas leyes de memoria al ropavejero que tiene muchos sayos cortados a tiento en su tienda; el cual para dar uno en la medida del que se lo pide, se los prueba todos, y si ninguno le asienta despide al mercante. Pero el letrado de buen entendimiento es como el buen sastre, que tiene las tijeras en la mano, y la pieza de paño en casa; el cual, tomando la medida al caso y le viste la ley que lo determina, y si no lo halla entera y que en propios términos lo decida, de remiendos y pedazos del Derecho le hace una vestidura con que defenderlo70.

Si bien este criterio está pensado para distinguir al abogado especialista en derecho penal, cabe esta clasificación también para aquellos especialistas en derecho procesal, civil, mercantil, etc. De acuerdo con esto, es preciso decir que la memoria constituye el más básico ingenio de los individuos y puede operar en muchos casos en profesiones que requieran la atención exclusiva a la letra, pero nunca puede ser suficiente para el desarrollo exhaustivo de su correspondiente ejercicio. Quien aprende una lengua, por ejemplo, la aprende con base en la memoria, pero su ejercicio no depende exclusivamente de la memoria, puesto que el hablar está intencionado a las cosas presentes y contingentes que requieren el juicio. Pero habría que decir, en suma, que todas las profesiones, ya sea las estrictamente científicas, pero también las artes y técnicas, exigen la capacidad de retención, pues de otro modo el individuo sería incapaz de llevar a cabo las mínimas tareas del correspondiente ejercicio. De ahí que la memoria sea, de entre las capacidades racionales, el ingenio basal que en ningún caso puede dejarse relajar, pues, tal como el cuerpo que requiere de un cuidado para mantener su forma, así la racionalidad precisa de la mantención de los contenidos esenciales que sirven de base para el desarrollo de las potencias individuales.

Por lo tanto, cabe decir en relación con las ciencias correspondientes a la memoria que, si bien algunas exigen en mayor medida la memoria, cada ciencia requiere memoria, pese a que resulte muy raro, según Huarte, encontrar a un individuo en el que predomine más de una potencia racional. La rareza de una combinación efectiva de potencias, afirma Huarte, viene de considerarla con base en su teoría de las calidades humorales, pues la «sequedad» del entendimiento se opone a la «humedad» de la memoria, lo cual puede interpretarse, sin embargo, como una oposición entre la sujeción a lo dicho y la sujeción a la contingencia. Ambas sujeciones, en este sentido, se repugnan, en la medida que una se sujeta a lo establecido y otra se sujeta a lo que exige crítica. Con todo, Huarte afirma, en relación a la profesión de abogado que aquí sirve de paradigma de combinación de potencias, que, si bien la memoria y el entendimiento se oponen como potencias dirigidas a horizontes distintos, es mejor que el abogado tenga mucho entendimiento y poca memoria que mucha memoria y poco entendimiento, «porque para la falta de memoria hay muchos remedios, como son los libros, las tablas, abecedarios y otras invenciones que han hallado los hombres; pero si falta el entendimiento, con ninguna cosa se puede remediar»71.

4.2. Las ciencias y artes del inteligente

El inteligente, afirma Huarte, se encuentra referido a las cosas que «vocean» y cuya verdad precisa descubrirse mediante la potencia crítica. En un sentido eminente el inteligente debe ser ante todo el docente y, en alto grado, el orientador que tiene como tarea distinguir los diversos ingenios de los estudiantes. De ahí que Huarte considere que, teniendo este ingenio, el orientador ejercite con claridad la dialéctica como el método más propio del inteligente, pues mediante éste es posible discurrir discriminando, infiriendo y coligiendo. La dialéctica, por lo tanto, puede considerarse como el arte más propio del inteligente y por el cual es posible investigar y buscar a la luz de conceptos e ideas.

Pues bien, según Huarte, las actividades correspondientes al inteligente son las ciencias como la teología escolástica, la teoría de la medicina, la dialéctica, la filosofía natural y moral, la práctica de la abogacía72. A diferencia del memorioso, el inteligente tiene la habilidad de confrontarse con problemas que precisan de una resolución, por lo cual, como ya se ha señalado, este ingenio se encuentra capacitado para toda actividad que exija la crítica y el juicio. En este sentido, la teología escolástica, que, sin embargo, podríamos traducir simplemente como una actividad filosófica, requiere mucho entendimiento, en la medida que la filosofía es un ejercicio crítico, donde es necesario distinguir y clasificar en orden a clarificar las cosas y exponerlas en su propio ser.

En este punto, sin embargo, cabe advertir con mayor alcance, que, en las profesiones que exijan entendimiento, no falta memoria ni imaginación. Por ello, ahora cabe asociar estrictamente el ejercicio de la abogacía al entendimiento, suponiendo que aquel que la ejerce no carece del todo de memoria como para tener a la vista lo necesario para discurrir en los casos que cabe poner en correspondencia a las leyes. De igual modo, cabe comprender al médico como el paradigma de una ciencia que requiere memoria, entendimiento e imaginación. La medicina, según apunta Huarte, precisa, por una parte, de grande entendimiento y mucha memoria, lo cual significa que el médico debe aprender la teoría, que requiere entendimiento, pero también experiencia, que sin memoria no sirve de nada. Sin embargo, para la medicina lo mayormente relevante es la imaginación. Pero esto se deja para el siguiente apartado.

4.3. Las ciencias y artes del imaginativo

Según Huarte, las ciencias propias del imaginativo son la poesía, la música, la astronomía, la pintura y todas aquellas artes de la maquinación, los fingimientos y, a su vez, todas las artes escénicas en las que está implicado un despliegue histriónico. También el imaginativo es capaz de ciertas prácticas como la medicina, la predicación, el gobierno de una ciudad y el arte militar. El ejemplo de la medicina parece pertinente para comprender la correspondencia de la imaginación con ciertas ciencias y, además, sirve para vincular la imaginación con el entendimiento.

Ahora bien, en el punto de analizar a qué potencia le corresponde el ejercicio práctico de la medicina, Huarte da una explicación más precisa de la función de la imaginación y de acuerdo con la cual se puede colegir que la imaginación opera de tal modo que resulta tan original como la memoria y el entendimiento. Si la memoria constituye el ingenio basal del individuo y el entendimiento el ingenio crítico, la imaginación constituye el ingenio que podría asociarse a una cierta iluminación o alumbramiento. Ya se había señalado que, de las dos potencias generativas, una de las cuales es compartida con los otros vivientes como así se manifiesta en la procreación de los hijos, la potencia propia del hombre corresponde a la generación del concepto, la noticia y, en suma, las ideas. La función de la imaginación, sin embargo, no se encuentra desvinculada de la memoria y el entendimiento, pero podría decirse que se adelanta a ambas, en la medida que la imaginación se encuentra envuelta en los sentidos exteriores e incluso subordina a estos, pues si los sentidos exteriores no se acompañan de imaginación no es posible sentimiento ni conocimiento alguno y así lo afirma Huarte:

de la potencia visiva, ningún conocimiento se hace si no advierte la imaginativa. Lo cual prueban claramente los médicos, diciendo que, si a un enfermo le cortan la carne o le queman, y con todo eso no le causan dolor, que es señal de estar la imaginativa distraída en alguna profunda contemplación. Y así lo vemos también por experiencia en los sanos, que si están distraídos en alguna imaginación ni ven las cosas que tienen delante, ni oyen, aunque los llamen, ni gustan del manjar sabroso o desabrido, aunque lo comen73.

Es por esta razón que Huarte considera con mayor precisión que es la imaginación la potencia que «hace el juicio y el conocimiento de las cosas particulares»74, con lo cual se confirma que la imaginación se adelanta a las otras potencias y, por así decir, las modula, ya sea porque mediante lo sentidos externos permite guardar las figuras, o bien porque por llevar a la vista las cosas con discreción permite en último término el discurso, la inferencia, la distinción y la elección. La imaginación, por lo tanto, si bien dependería de los sentidos y la memoria, no estaría sujeta a las cosas, sino que, más bien, las cosas estarían sujetas a ella.

De esta suerte, Huarte precisamente atribuye imaginación en gran medida a la práctica médica, puesto que, por un lado, requiere memoria para la teoría y entendimiento para el discurso, pero, ante todo, requiere imaginación para ver la enfermedad por los síntomas. Huarte afirma:

Para alcanzar este conocimiento tiene la imaginativa ciertas propiedades inefables con las cual atina a cosas que ni se pueden decir ni entender, ni hay arte para ellas. Y, así, vemos entrar un médico a visitar al enfermo; y por la vista, oído, olfato y tacto, alcanza lo que parece cosa imposible. De tal manera, que si al médico le preguntásemos cómo pudo atinar a conocimiento tan delicado, no sabría dar la razón; porque es gracia que nace de una fecundidad de la imaginativa que por otro nombre se llama solercia, la cual con señales comunes, inciertas, conjeturales y de poca firmeza, en cerrar y abrir el ojo alcanzan mil diferencias de cosas en las cuales consiste la fuerza del curar y pronosticar con certidumbre75.

Huarte no atribuye a la imaginación una suerte de irracionalidad, lo cual sería ridículo, considerando que la imaginación es parte de la razón, pero tampoco le atribuye algún poder místico que superase a la propia razón. Más ridículo sería esto, si estimamos la formación médica de Huarte y su apelación constante a la filosofía natural como ciencia pertinente para comprender lo que sea el ingenio. Huarte a su modo está indicando la estructura originaria de la racionalidad, cuya memoria y discurso necesitan previamente de la visión de la imaginación, la cual se extiende en los sentidos externos. De ahí que Huarte confirme que esta visión se acredita en el diagnóstico de los mejores médicos, quienes, con tan sólo sentir el pulso del enfermo, ver su aspecto, escuchar su respiración y oler su orina, atinan con la enfermedad y con el consecuente tratamiento. Y así, recordando a Galeno, Huarte señala que al médico se le conoce por estas razones como un inventor occasionis, por inventar el tiempo, el lugar y la ocasión76. Pero aquí inventor no quiere decir tanto el que fabrica o arma algún artilugio como el que descubre, de manera que la invención del médico consiste en dejar venir a las cosas para que se muestren a sí mismas, desvelarlas y así darles una figura y correspondencia.

Lo más interesante de lo señalado por Huarte estriba en que el médico pone de relieve la imaginación en su más original función y que, en términos generales, consiste en dar lugar y dar tiempo. Lo que el médico acredita es una potencia que da lugar a que la enfermedad se revele y da tiempo para el tratamiento necesario para recuperar la salud. El pleno ejercicio del médico, sin embargo, resulta muy raro, pues Huarte le atribuye las tres potencias que difícilmente pueden operar en conjunto de manera proporcional en la mayoría de los individuos. Para los efectos de esta investigación es importante advertir que la imaginación se revela de tal modo para el juicio del orientador, que cabe asociarla a todas aquellas ciencias, artes y técnicas que requieran precisamente de una atinada manera de ser con relación a las cosas.

Más aún, es necesario advertir que, si bien el pleno ejercicio de la imaginación en conjunto con las otras potencias es escaso, no por ello resulta innecesario ejercitar la imaginación en todos los estudiantes. Esto es del todo relevante, aunque no tan sólo para que los correspondientes jóvenes puedan desarrollar sus habilidades en el dibujo, en las destrezas manuales o bien en la práctica de ciencias como la medicina, sino, además, para desarrollar la propia persona.

4.4. La ciencia de la persona

He aquí, entonces, que el criterio de Huarte no sólo es capaz de clasificar las ciencias y artes en razón de los diversos ingenios, sino, además, puede ofrecer las directrices para el ejercicio de la ciencia de la propia persona, indistintamente si tiene tal o tal ingenio para esta o aquella ciencia. Cabe advertir, sin embargo, que aquí no parece adecuado hablar estrictamente de una ciencia de la persona, a no ser en un sentido muy lato y por el cual se comprenda al individuo debido a su modo de comportarse en sociedad. Es en este sentido que Aristóteles, por ejemplo, marca la pauta para diferenciar entre un conocimiento teórico y uno práctico. De lo que se trata en este sentido es de un conocimiento práctico de la persona, la cual, conforme al criterio de Huarte, le corresponde ante todo el uso de la imaginación, en tanto la imaginación opera con relación a posibilidades, a asuntos que pueden ser así o así y que, por lo tanto, requieren deliberación y la elección de medios para actuar. Por lo tanto, el criterio de Huarte resulta adecuado para comprender ese tipo de ingenio que no resulta necesario para una determinada ciencia, sino para comportarse con los otros en sociedad.

En este sentido, una de las mayores tareas del individuo en formación es llegar a ser persona, lo cual, sin embargo, en ningún caso puede estar desvinculado de su ejercicio profesional, en el caso, claro está, de que su profesión coincida con su talento natural. La más grande dificultad, por ello, viene de que el individuo pueda disociar su persona de su propia actividad, lo cual conlleva multitud de problemas y efectos secundarios cuyos alcances nunca son posibles de medir con exactitud. De ahí la importancia fundamental que Juan Huarte atribuye al orientador con relación a los ingenios de los jóvenes y, en suma, a las relaciones circulares entre seres humanos que determinan el desarrollo de la identidad personal de los individuos. Estas relaciones circulares, por lo tanto, dependen en gran medida de la detección de los diversos ingenios y talentos individuales que son las claves para el desarrollo de las propias obras en sociedad. En este sentido Huarte recupera para su criterio la denominación corriente de hidalgo y la comprende literalmente como contracción de hijo de algo, lo cual significa que cada uno es hijo de sus obras77.

Pues bien, ciertamente Huarte diría que el hombre perfecto es, tal como el médico según su campo de conocimiento, aquella persona en cuyo ingenio se destacan proporcionalmente la memoria, el entendimiento y la imaginación. No obstante, Huarte al ser consciente de la rareza que supondría un individuo de esta naturaleza portentosa, se contenta con señalar aquel tipo de ingenio donde se mezcla mucho entendimiento con la diferencia correspondiente de la potencia imaginativa que exige, por ejemplo, el arte militar. Esto parecería anticuado y arbitrario, considerando los tiempos de relativa paz en los que vivimos y donde el militar tiene un rol que, frente al científico o el político, tiene igual valor e, incluso, pasa por estar subordinado. Pareciera estar bien para el siglo XVI español poner a un capitán como ejemplo de persona, pues las obras militares eran consideradas en aquella época como medida por la cual conocer la valía de los hombres. Tal vez, si hubiese algún modelo actual no sería el soldado o militar, sino el emprendedor, el hombre de negocios o simplemente la persona trabajadora. Sin embargo, pese a las apariencias, cabe un rasgo común esencial y es que cada uno, ya sea un militar o un trabajador, se encuentra situado ante asuntos que exigen una deliberación y, por lo tanto, se encuentra puesto ante circunstancias amenazantes o, por lo menos, inquietantes. Tal vez las circunstancias del militar tengan un peligro distinto a los peligros que debe afrontar alguien que invierte en un negocio, pero en ambos casos el individuo debe ser suficientemente valiente al enfrentarse a los peligros de las circunstancias que suponen al individuo situado con los otros, frente a los otros y contra los otros. De ahí que se pueda comprender el modelo de hidalguía que propone Huarte en los términos morales y políticos propios del individuo actual en sociedad.

El criterio que propone Huarte para la formación de la persona se basa sobre una combinación de entendimiento e imaginación, aunque sin faltarle memoria. Imaginación para poder hallar el tiempo y la situación que se abre para que el entendimiento sepa juzgar lo que es necesario ejecutar.

Conclusión

La filosofía del ingenio de Juan Huarte se encuentra articulada de tal manera que todos los esfuerzos educativos relativos a la formación del estudiante deben comenzar desde la más temprana edad del individuo. Considerando el gran problema de la inseguridad que procede de la arbitraria elección de un actividad o profesión basada en el voluble gusto o en las inquietas aficiones de los jóvenes, Huarte advierte que para evitar el error de estudiar o dedicarse a una ciencia que no corresponde al ingenio individual, una república debe formar a hombres prudentes «que en la tierna edad descubriesen a cada uno su ingenio, haciéndole estudiar por fuerza la ciencia que le convenía y no dejarlo a su elección»78. Esto resulta enteramente relevante, puesto que, sin un adecuado seguimiento orientador, el alumno puede alimentar deseos y convicciones que no necesariamente responden a sus propias capacidades. Los casos de estudiantes que por no haber acertado con su vocación y que toman decisiones que sólo arrojan a la deriva sus sueños y esperanzas resultan hechos muy frecuentes. Es más, no pocos son los casos de personas mayores que tras un largo período de actividades dentro de un determinado ámbito profesional, se cuestionan no sin penosas reflexiones haberse equivocado de oficio, lo cual es testimonio de que resulta completamente necesario que durante la juventud sea un círculo orientador el que encauce al individuo a un camino que, en ocasiones, difícilmente podría él reconocer mediante una reflexión subjetiva. Por ello, Juan Huarte es perfectamente consciente de que, en relación con las futuras actividades de los individuos dentro de una sociedad de personas, los deseos y aficiones de los individuos no pueden sobreponerse a sus propias inclinaciones naturales, las cuales no sólo marcan la tendencia de los comportamientos, sino, a su vez, las habilidades propias del individuo. Los estudios actuales sobre la niñez y la adolescencia dan la razón a Huarte. Por ejemplo, Avshalom Caspi y Phil Silva confirman una notable continuidad durante el crecimiento del individuo, de manera que las habilidades que se descubren dentro de la etapa adolescente ya estaban presentes de manera embrionaria en la niñez. Así se podría decir que ciertos «estilos comportamentales»79 son los signos de una estabilidad que se mantendrá en el futuro y determinará tanto la personalidad como las capacidades.

De acuerdo con los criterios ofrecidos por Juan Huarte cabe entonces considerar en qué medida es posible coordinar los diferentes ingenios individuales con las actuales ciencias, artes o técnicas. Según lo que esta investigación ha analizado, los ingenios se caracterizan por poner de relieve una potencia racional que marca la dirección del modo de ser del individuo. Esta potencia racional característica, sin embargo, frecuentemente va acompañada de una segunda, ya sea en un grado necesario o bien en un grado suficiente que permita afirmar que un ingenio se destaca por la capacidad de operar por la combinación de dos potencias claramente reconocibles.

Ahora bien, el tipo de clasificación que nace del criterio de Huarte resulta ciertamente extraño para la clasificación habitual del conocimiento, no obstante, resulta de enorme relevancia para una comprensión de las ciencias en función de los ingenios, puesto que arrojaría una luz nueva para comprender las aptitudes de los estudiantes y, a su vez, para poner en cuestión una división entre lo que tradicionalmente se denomina «Letras y Ciencias». La clasificación de Huarte permite que el alumno pueda tener a la vista un abanico más amplio de posibilidades a partir de sus propias capacidades y así tener la opción de derivar sus estudios ya sea hacia un sector humanista o bien hacia uno científico bajo la sola consideración de sus propias dotes naturales. Un memorioso, por ejemplo, podría ser capaz de estudiar lenguas o ciencias naturales. Un inteligente podría estudiar derecho o filosofía, y un imaginativo podría ser político o bien un literato. Ahora bien, tal situación, sin embargo, sólo es posible pensarla suponiendo que el alumno ha estado bajo el seguimiento del consejo orientador desde su más temprana edad. Conforme a este criterio, por lo tanto, cabe pensar una orientación educativa cuya metodología se base exclusivamente en los talentos del estudiante y no en las circunstancias equívocas que puedan ir surgiendo durante los años de estudio. El temprano cultivo de las capacidades naturales de los estudiantes no sólo derivaría en una formación científica sólida, sino, más importante aún, implicaría que el estudiante desde su niñez pudiese identificarse con sus propias inclinaciones, lo cual conlleva una convicción basada en las operaciones objetivas de sus capacidades y no en deseos o gustos que, como se sabe, resultan ser volubles y poco confiables.

Una auténtica orientación educativa, por lo tanto, podría encontrar en el criterio de Juan Huarte una alternativa para comprender la formación del alumno en un sentido integral. De esta manera, la identidad personal estaría libre del peligro de disociarse del cultivo de las propias capacidades y las ciencias se articularían en un sistema de enseñanza en función de los ingenios y capacidades naturales posibles de detectar y orientar, si se me permite la imagen, tal como orienta el jardinero una parra, cuya tendencia a arrastrarse es solícitamente guiada por el tutor de acuerdo con la óptima dirección para su cultivo.

Bibliografía

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2Víctor Álvarez-Rojo, Orientación educativa y acción orientadora: Relaciones entre la teoría y la práctica (Madrid: EOS, 1994); Francisco Imbernón, coord., Procesos y contextos educativos: Enseñar en las instituciones de educación secundaria (Barcelona: Graó, 2010).

3Consuelo Veláz de Medrano, Orientación e intervención psicopedagógica: Concepto, modelos, programas y evaluación (Archidona: Aljibep, 1998), 37.

4Jesús Busot, Elección y Desarrollo Vocacional (Caracas: Ediluz, 1995). No resulta impertinente en este punto advertir la raigambre teológica de la vocación. Véase Mt. 33, 14: multi autem sunt vocati pauci vero electi. Septuaginta, editada por Alfred Rahlfs (Stuttgart: Deutsche Bibelgesellschaft, 1979).

5Donald Super, «Dimensions and measurements of vocational maturity», Teachers college records 3, Vol. 57 (1955): 151-163.

6José Ortega y Gasset, «Sobre el estudiar y el estudiante», en Obras Completas, IV (Madrid: Revista de Occidente,1966), 550.

7José Ortega y Gasset, «Sobre el estudiar y el estudiante», 550.

8Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa. Boletín Oficial del Estado, núm. 295, de 10 de diciembre de 2013, Preámbulo, 97858, consultada en julio 9, 2020. https://www.boe.es/buscar/pdf/2013/BOE-A-2013-12886-consolidado.pdf.

9Juan Huarte, Examen de ingenios (Madrid: Ediciones Cátedra, 1989), 149-152

10Juan Huarte, Examen de ingenios, 151.

11Josep Ibarz, «La teoría española del ingenio», Revista de historia de la Psicología 3-4, Vol. 12 (1991): 282- 286.

12Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española. Parte segunda (Madrid: Mercader de Libros, 1673), 29.

13Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 29.

14Baltasar Gracián, El Héroe, El Político, El Discreto, Oráculo Manual y Arte de Prudencia (Barcelona: Plaza y Janés, 1986), 239.

15Baltasar Gracián, El Héroe, El Político, El Discreto, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, 239.

16Baltasar Gracián, El Héroe, El Político, El Discreto, Oráculo Manual y Arte de Prudencia, 239.

17Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la lengua castellana o española, 29.

18Ignacio Rodríguez, Discernimiento filosófico de ingenios para artes y ciencias (Madrid: en la oficina de Don Benito Cano, 1795), 6.

19 Juan Luis Vives, Opera Omnia. III. Biblioteca Valenciana Digital, consultada en julio 9, 2020, https://bv2.gva.es/catalogo_imagenes/grupo.do?ocultarCabecera=S&presentacion=pagina&path=1000004&posicion=302,364 .

20Aristóteles, Moral a Nicómaco (Madrid: Espasa-Calpe, 1983).

21En la sección 1103a, Azacárate traduce synesis por ingenio, en 1142b por inteligencia y 1143b por entendimiento. La versión de Patricio de Azcárate la he cotejado con la versión original en la edición bilingüe de H. Rackham. Aristotle, Nicomachean Ethics (Cambridge: Harvard University Press, 1934).

22Citado por Christine Orobitg, «Del Examen de ingenios de Huarte a la ficción cervantina, o cómo se forja una revolución literaria», Criticón 120-121 (2014): 28-29.

23Tomás Murillo, Aprobación de ingenios y curación de hipocóndricos, con observaciones y remedios muy particulares (Con licencia en Zaragoza por Diego de Ormer, 1672), 71.

24Juan Huarte, Examen de ingenios, 340, 447

25Tomás Murillo. Aprobación de ingenios y curación de hipocóndricos, con observaciones y remedios muy particulares, 70.

26Juan Huarte, Examen de ingenios, 458. Sobre la relación entre ingenio y melancolía véase José Luis Peset, Genio y desorden (Valladolid: Cuatro ediciones, 1999).

27Para un estudio completo de la vida y obra de Huarte véase Mauricio Iriarte, El Doctor Huarte de San Juan y su «Examen de ingenios»: contribución a la historia de la psicología diferencial (Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1948).

28José Luis Vives, El alma y la vida. Biblioteca valenciana digital, consultada el 9 de julio, 2020, consultada en julio 9, 2020, https://bv2.gva.es/corpus/unidad.do?idCorpus=1&idUnidad=9986&posicion=1

29«Huarte estaba persuadido de algo fundamental para él, a saber, el hecho diferencial de la inteligencia, o de las diferencias de ingenio, como él las llamaría, y el hecho diferencial de las profesiones académicas, que requerían habilidades muy distintas en quienes las practicaban. La naturaleza nos había hecho diferentes y ello significaba que no estábamos igualmente capacitados para todas las profesiones, debiendo elegir la que mejor se adecuara a nuestro talento natural». José María Gondra, «Juan Huarte de San Juan y las diferencias de inteligencia», Anuario de Psicología Vol. 69, 13-34 (1994): 16. Cabe señalar que la idea de las diferencias de ingenio proviene de Platón o, al menos, es en los diálogos platónicos donde por primera vez se hace referencia a la correspondencia entre un oficio y un determinado talento. Platón, República, 370a-b, en Diálogos, Vol. 1, trad. C. García Gual y F. J. Olivieri y E, Lledó (Madrid: Gredos, 2011).

30Juan Huarte, Examen de ingenios, 246.

31En términos por los cuales cabe comparar la cultura animi con la agricultura Huarte afirma: «Y así dice Hipócrates que el ingenio del hombre tiene la misma proporción con la ciencia que la tierra con la semilla; la cual, aunque sea de suyo fecunda y paniega, pero es menester cuidarla y mirar para qué género de simiente tiene más disposición natural. Porque no cualquier tierra puede panificar con cualquiera simiente sin distinción: unas llevan mejor trigo que cebada, y otras mejor cebada que trigo, y del trigo tierras hay que multiplican mucho candial y el Trujillo no lo pueden sufrir». Juan Huarte, Examen de ingenios, 224-225.

32«Pero de cuatro calidades que hay (calor, frialdad, humedad y sequedad) todos los médicos echan fuera la frialdad por inútil para todas las obras del ánima racional…sólo sirve en el cuerpo de templar en calor natural y hacerle que no queme tanto», Juan Huarte, Examen de ingenios, 327-328. La frialdad en este sentido, en la medida que aparece como contraria al calor, es signo tanto de regulación de este como de oposición, por lo cual la frialdad estaría, más bien, asociada más a la muerte que a la vida de las operaciones racionales.

33 San Agustín, «De Trinitate», en Obras Completas, tomo V (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos 1956), 607, 895.

34Respecto a Huarte como antecedente de las teorías modulares, véase Jerry Fodor, La modularidad de la mente, trad. J. M. Igoa (Madrid: Ediciones Morata, 1986) y Emilio García, «Huarte de San Juan. Un adelantado a la teoría modular de la mente», Revista de historia de la Psicología 1, Vol. 24 (2003): 9-25.

35Jacques Mehler y Emmanuel Dupoux, Nacer sabiendo. Introducción al desarrollo cognitivo del hombre, trad. Nuria Sebastián (Madrid: Alianz, 1992).

36Edward Thorndike, The Measurement of Intelligence (New York: Teachers College, Columbia University, 1927).

37Robert Sternberg, Beyond IQ: A Triarchic Theory of Intelligence (Cambridge: Cambridge University Press, 1985).

38Carlos Martín, José Manuel Aguilar, José Ignacio Navarro y Yolanda Sánchez, «Psicología para el profesorado de Educación Secundaria y Bachillerato», en Desarrollo del pensamiento en la adolescencia, coord. Carlos Martín y José Manuel Navarro (Madrid: Ediciones Pirámide, 2011), 75.

39En relación con el contexto médico del pensamiento de Huarte véase José Luis Orella, «El pensamiento filosófico y médico de Juan Huarte», Sancho el sabio: Revista de cultura e investigación vasca 6 (1996), 57 y ss. y Carlos Noreña, Studies in Spanish Renaissance Thought (The Hague: Martinus Nijhoff, 1975), 210 y ss. 40 Juan Huarte, Examen de ingenios, 221. Cabe en este sentido apuntar que la tesis según la cual al individuo le corresponde una ciencia o arte en función de su ingenio, viene de reconocer, por una parte, la igualdad natural del ánima racional y, por otra parte, las diferencias de ingenio debido a su carácter orgánico. «[S]i el entendimiento estuviese apartado del cuerpo y no tuviese que ver con el calor, frialdad, humedad y sequedad, ni con las demás calidades corporales, se seguiría que todos los hombres tendrían igual entendimiento y que todos raciocinarían con igualdad. Y vemos, por experiencia, que un hombre entiende mejor que otro y discurre mejor. Luego ser el entendimiento potencia orgánica, y estar en uno más bien dispuesta que en otro, lo causa; y no por otra razón ninguna. Porque todas las ánimas racionales y sus entendimientos, apartados del cuerpo, son de igual perfección y saber». Juan Huarte. Examen de ingenios, 355-356.

40Juan Huarte, Examen de ingenios, 221. Cabe en este sentido apuntar que la tesis según la cual al individuo le corresponde una ciencia o arte en función de su ingenio, viene de reconocer, por una parte, la igualdad natural del ánima racional y, por otra parte, las diferencias de ingenio debido a su carácter orgánico. «[S]i el entendimiento estuviese apartado del cuerpo y no tuviese que ver con el calor, frialdad, humedad y sequedad, ni con las demás calidades corporales, se seguiría que todos los hombres tendrían igual entendimiento y que todos raciocinarían con igualdad. Y vemos, por experiencia, que un hombre entiende mejor que otro y discurre mejor. Luego ser el entendimiento potencia orgánica, y estar en uno más bien dispuesta que en otro, lo causa; y no por otra razón ninguna. Porque todas las ánimas racionales y sus entendimientos, apartados del cuerpo, son de igual perfección y saber». Juan Huarte. Examen de ingenios, 355-356.

41En el Banquete, Diótima le dice a Sócrates: «Impulso creador, Sócrates, tienen, en efecto, todos los hombres, no sólo según el cuerpo, sino también según el alma». Platón, Diálogos I, 206c.

42Juan Huarte, Examen de ingenios, 189.

43Juan Huarte, Examen de ingenios, 191.

44Aristóteles, Ética a Nicómaco, 1102b12 y ss. (Madrid: Gredos, 1985).

45Juan Huarte, Examen de ingenios, 336.

46Juan Huarte, Examen de ingenios, 325.

47Juan Huarte, Examen de ingenios, 345.

48Juan Huarte, Examen de ingenios, 345.

49Juan Huarte, Examen de ingenios, 345.

50Juan Huarte, Examen de ingenios, 345-346.

51Juan Huarte, Examen de ingenios, 477-478.

52Juan de Valdés, Diálogo de la Lengua (Madrid: Imprenta de Martin Alegría 1860), 177.

53Juan de Valdés, Diálogo de la Lengua, 177.

54Huarte afirma que el hombre «tiene potencias para conocer todas tres diferencias de tiempo: memoria para lo pasado, sentidos para lo presente, imaginación y entendimiento para lo que está por venir». Juan Huarte, Examen de ingenios, 317. Cabe apuntar que el entendimiento aquí, si bien asociado al futuro como la imaginación, en otro lugar Huarte lo refiere al presente cuando habla de «los ojos del entendimiento», Juan Huarte, Examen de ingenios, 201; con lo cual apunta a que el entendimiento trata con las cosas contingentes de manera análoga a los sentidos, pero en función del juicio y a la luz del concepto.

55Juan Huarte, Examen de ingenios, 195.

56Juan Huarte, Examen de ingenios, 469.

57Juan Huarte, Examen de ingenios, 188.

58Juan Huarte, Examen de ingenios, 196.

59Juan Huarte, Examen de ingenios, 196.

60Juan Huarte, Examen de ingenios, 373.

61Juan Huarte, Examen de ingenios, 408.

62Juan Huarte, Examen de ingenios, 304-320.

63Platón, Diálogos I, 2011a, 244a y ss.

64Véase Rafael Salillas, Un gran inspirador de Cervantes, el doctor Juan Huarte y su examen de ingenios (Pamplona, Navarra: Analecta, 2003).

65Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, 641-642

66Juan Huarte, Examen de ingenios, 468.

67Juan Huarte, Examen de ingenios, 406-407.

68Juan Huarte, Examen de ingenios, 395.

69Juan Huarte, Examen de ingenios, 472.

70Juan Huarte, Examen de ingenios, 474.

71Juan Huarte, Examen de ingenios, 476.

72Juan Huarte, Examen de ingenios, 395.

73Juan Huarte, Examen de ingenios, 497-498.

74Juan Huarte, Examen de ingenios, 498.

75Juan Huarte, Examen de ingenios, 500-501.

76Juan Huarte, Examen de ingenios, 502.

77Juan Huarte, Examen de ingenios, 554.

78Juan Huarte, Examen de ingenios, 151.

79Avshalom Caspi y Phil Silva, «Temperamental Qualities at Age Three Predict Personality Traits in Young Adulthood: Longitudinal Evidence from a Birth Cohort», Child Development 2, Vol. 66 (1995): 486-498.

* Doctor en filosofía. Es Asistente Honorario del Departamento de Estética e Historia de la Filosofía de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Sevilla y sus líneas de investigación son: fenomenología, hermenéutica y filosofía griega. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-6363-9165. Contacto: debravo.cristian@gmail.com; cdebravo@us.es.

Para citar este artículo: De Bravo Delorme, Cristián Alejandro. «Un criterio filosófico de orientación educativa a partir de la idea de ingenio de Juan Huarte». Franciscanum 176, Vol. 63 (2021): 1-28.

Recibido: 09 de Julio de 2020; Aprobado: 07 de Septiembre de 2020

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