Introducción
En Perú a fines del siglo xix surgen los campamentos (company towns)1 en los enclaves de explotación agroindustrial, minera y petrolera2, como modelos urbanísticos modernos. La historia del urbanismo latinoamericano los registra como proyectos de ingeniería y arquitectura controlados por compañías extranjeras, que construyen las instalaciones industriales, el equipamiento urbano y las viviendas, dando lugar a una organización productiva, urbana y social (Garcés, 2003, p. 132).
Abordamos la problemática de la modernidad en relación con las formas de sociabilidad de los actores sociales3 que habitan y se apropian de estos espacios, tomando como referentes empíricos el campamento minero de La Oroya, gestionado por la Cerro de Pasco Cooper Corporation (CPC), y el campamento petrolero de Talara, controlado por la International Petroleum Company (IPC). Ambos representan ciudades industriales emblemáticas en Perú, ubicadas en regiones claramente diferenciadas: La Oroya en el valle del Mantaro de la sierra central (región Junín) a 3750 m. s. n. m. y Talara en el litoral de la costa norte (región Piura) (figura 1). Comparamos estas experiencias urbanas en el contexto de la modernización del Perú a mediados del siglo xx, caracterizada por el fracaso de la industrialización por sustitución de importaciones, con lo cual adquirió especial relevancia la urbanización impulsada por la migración como demostración de la modernidad. El periodo concluye con la nacionalización de la minería y de la industria petrolera por parte del gobierno militar (1968-1975), de manera que los campamentos evolucionaron en ciudades abiertas; sin embargo, aún continúa la lógica de extracción y procesamiento industrial de un recurso natural como soporte del desarrollo urbano de estas ciudades.
El diseño urbano de los campamentos se basa en la concepción funcionalista del urbanismo, consolidada después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el modernismo de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna influyó en la modernización urbanística de América Latina (Almandoz, 2007, p. 71). En relación con el urbanismo peruano, la década de 1940 representa, según Ludeña (2003, p. 168), un periodo de instauración de los ideales del movimiento moderno. Para comprender el significado del lenguaje moderno expresado en el diseño de estas formas urbanas y la construcción social del espacio, recuperamos la perspectiva de Berman (1988), quien plantea la doble dimensión de la modernidad: "una referida a la modernización material y la otra a su lado subjetivo, es decir, la experiencia y la interpretación del mundo en nuestro interior" (p. 73). Al respecto se analiza la sociabilidad, en particular su dimensión cultural, para interpretar la relación dialéctica entre tradición y modernidad en las prácticas sociales de los actores.
Metodología de análisis
Realizamos el análisis comparativo de los casos elegidos, con el fin de destacar sus diferencias recíprocas e interpretar cómo en cada uno de ellos se generan procesos de cambio contrastantes. Este enfoque por contraste de los contextos es un tipo de análisis comparativo estudiado por Skocpol y Somers (citado por Collier, 2002, p. 58), que ocupa un papel central en la vertiente interpretativa de las ciencias sociales. Así mismo rescatamos atributos similares que presentan los campamentos.
La comparación refuerza el estudio de los casos, que según la visión de Sartori (2002, p. 45): "deben ser, para ser tales, implícitamente comparativos". Reflexionamos acerca de la experiencia de la modernidad en La Oroya y Talara, donde existe un orden social privatizado que intenta la racionalización del conjunto de la vida individual y colectiva, proceso que, según Weber (2001, p. 54), es característico de la modernidad. El análisis de esta problemática incluye dos niveles complementarios: 1) la configuración urbana de los campamentos, y 2) las formas de sociabilidad en el ámbito de la vida cotidiana.
La integración del análisis se da a través de la reflexión sobre el sentido de la modernidad en ambos niveles; a la vez, el método comparado revelará las particularidades del proyecto moderno en los casos elegidos. Para captar la realidad social que es materia de este estudio, aplicamos el método cualitativo, y con el fin de acercarnos al conocimiento de la experiencia de vida de los habitantes de La Oroya y Talara, elegimos entre ellos a actores sociales representativos, registrando sus historias de vida, lo cual nos permitió acceder a información cargada de significado sobre el acontecer cotidiano. Además, se recurrió al análisis documental de fuentes escritas como libros, documentos oficiales, diarios, revistas, novelas, y fuentes gráficas como planos y fotografías.
A través del análisis de los relatos de nuestros informantes y de los documentos, recuperamos los discursos de las personas que habitaron estos lugares, lo cual hace posible contrastar unos discursos con otros, con los hechos sociales sobre los cuales esos discursos aluden y con las vivencias de los sujetos que los enuncian.
Configuración urbana de La Oroya y Talara
Si bien el campamento minero-metalúrgico de La Oroya se ubica en un sitio geográfico estratégico en los Andes centrales del Perú, diversos urbanistas sostienen que este es un lugar inadecuado para un asentamiento urbano, debido a sus pendientes pronunciadas que conforman un territorio estrecho y sinuoso (Amaro y Santos, 1975; Ortiz de Zevallos, 1982; Bastos, 1991). Este centro minero no fue resultado de un planeamiento urbano, además, enfrentaba un grave problema debido a la baja calidad y déficit de viviendas para cubrir la demanda de la mayoría de la población dependiente de la CPC4. En La Oroya se construyeron progresivamente viviendas, edificios públicos (escuelas, hospitales), calles en función de los requerimientos de la minería, pero el equipamiento urbano y las viviendas no ofrecían condiciones de vida aceptables para la mayoría de la población. El crecimiento urbano no logra ser regulado, generándose caos en la ocupación del espacio; debido al incremento de la población, proliferan tugurios y se reproducen sin control actividades terciarias informales.
El sitio de emplazamiento de Talara se ubica entre los cerros de Amo-tape y el mar de la costa norte (región Piura). La evolución urbana de esta ciudad, durante el periodo 1914-1970, bajo el control de la IPC, comprende dos etapas: 1) el campamento de madera, 1914-1940, y 2) la ciudad empresa, 1940-1970 (figura 2). El análisis se centrará en la ciudad empresa porque abarca el periodo materia de estudio. En la década de 1940, Talara evolucionó del campamento de madera a un modelo de ciudad empresa concebido como proyecto urbano moderno, al instalarse una tipología edilicia y una morfología urbana que muestran estándares elevados y técnicas constructivas avanzadas, demoliéndose el campamento original (Aranda, 1998).
Talara es resultado de un proceso racional y ordenado, en 1945 la IPC encarga a la firma peruana Dammert & Morales Arquitectos el planeamiento urbano de la nueva ciudad5, el proyecto es aprobado y se da paso a la construcción. Si bien existía segregación social en la ocupación del espacio en función de la jerarquía empresarial, la concepción moderna en el diseño de los lugares de residencia de las familias de los trabajadores -así como parques, avenidas y espacios públicos- favorecía el encuentro ciudadano, propiciando la interacción social.
La experiencia urbana de La Oroya está relacionada con el proceso de adquisición de tierras por parte de la CPC que, al instalarse en la zona en 1902, compró las haciendas del lugar, entre ellas La Oroya, para levantar allí un complejo metalúrgico (1910). A partir de entonces, la estructura urbana comprende las siguientes áreas: 1) La Oroya Antigua, pueblo de origen colonial dedicado a la ganadería y a la agricultura, donde proliferan el comercio y los servicios como efecto de la minería; 2) La Oroya Nueva donde se ubican el complejo industrial y los campamentos. Cabe destacar que la habilitación urbana se concentraba en La Oroya Nueva, frente a la escasez de viviendas en esta área, los trabajadores de la CPC residían también en La Oroya Antigua, donde predominaba la ocupación informal del suelo (Sánchez, 1996, p. 260). La instalación del complejo minero-metalúrgico a diferencia de la experiencia de Talara, no generó un desarrollo urbano basado en un plan integral. En efecto, la Oroya era una aglomeración de campamentos congestionados que no contaba con infraestructura urbana adecuada.
La evolución urbana de La Oroya evidencia la contradicción entre la función industrial y la función residencial: la primera ocupa progresivamente el suelo disponible, en desmedro del espacio residencial, situación que se agrava debido a los efectos nocivos de los humos de la fundición (Amaro y Santos, 1975). A mediados del siglo xx, la compañía intenta regular el desarrollo urbano de La Oroya Nueva, delimita el área para la industria minero-metalúrgica, construye viviendas e infraestructura urbana, pero con el transcurso del tiempo se impuso la lógica de la producción (Sánchez, 1996). En la imagen urbana de La Oroya sobresalía la infraestructura industrial, y en su entorno el área residencial, que comprendía: La Oroya Antigua, La Oroya Nueva y Chulec. Entre estas zonas de residencia existían notables diferencias con respecto a las viviendas y servicios urbanos, por ejemplo, se destacaba el deficiente equipamiento urbano de La Oroya Antigua y de La Oroya Nueva, mientras que Chulec, lugar de residencia del personal ejecutivo de la CPC -ubicado detrás del complejo industrial en una zona menos contaminada-, tenía chalets al estilo norteamericano y equipamiento urbano moderno (Bastos, 1991). Era marcado el contraste y la segmentación social entre el campamento del personal ejecutivo y los campamentos de obreros como Club Peruano y Plomos en este centro minero.
En La Oroya no se plasmó un proyecto urbano moderno, como ocurrió en el caso de Talara, donde la IPC consiguió regular y controlar el desarrollo urbano, practicando una racionalidad burocrática basada en principios claves del ideario moderno. En la ciudad empresa, las viviendas, los servicios básicos y los espacios públicos tenían niveles de calidad elevados, en comparación con la dotación de instalaciones urbanas de ciudades de la región y del resto del país.
El conglomerado de campamentos que conformaban La Oroya se extendía en forma lineal por un estrecho corredor, a lo largo de la carretera central paralela al ferrocarril central (figura 3). Los campamentos configuraban largas filas de viviendas sin calles transversales, no había en ellos espacios públicos que brindaran condiciones apropiadas para la sociabilidad.
Fuente: elaborado por Milton Marcelo Puente, Taller de Investigación en Urbanismo, Facultad de Arquitectura Urbanismo y Artes, Universidad Nacional de Ingeniería, Lima, Perú.
A diferencia de la IPC en Talara, la CPC no proveía de vivienda al conjunto de sus trabajadores. Según el informe sobre la vivienda de la Junta Nacional de Vivienda (1963), solamente cerca del 45 % de trabajadores habitaba en viviendas suministradas por la compañía. Por consiguiente, la mayoría de las familias de los trabajadores mineros residían en los pueblos de los alrededores, hecho que está vinculado, como veremos más adelante, a la reproducción de la fuerza laboral y a condiciones socioculturales.
Ambas ciudades industriales van a tener un impacto notable en la vida cotidiana de la gente y en el paisaje donde se instalan, dando lugar a cambios a nivel socioeconómico y cultural. Estas dos ciudades se rigen por una lógica de campamento, debido a que el eje que determina su desarrollo urbano es la explotación e industrialización de un recurso natural (Aranda, 1998). La Oroya no consolida un patrón urbano moderno, subordina el desarrollo urbano a la actividad industrial. La morfología urbana de Talara muestra un diseño arquitectónico y urbanístico de baja densidad residencial y amplia provisión de equipamiento y servicios, a la vez que la función industrial de la refinería de petróleo no se contradice con el urbanismo residencial de los parques y avenidas, donde la sociabilidad era intensa entre los miembros de esta comunidad urbana.
Estos centros urbano-industriales representaron dos experiencias distintas de intentar poner en práctica el racionalismo y funcionalismo de la arquitectura y el urbanismo moderno en Perú, adoptando el modelo de ciudad industrial. En el caso de La Oroya fue un intento fallido, mientras que en Talara se logró hacer realidad el proyecto urbano moderno.
Sociabilidad en La Oroya y Talara: procedencia, vida cotidiana, dinámica sociocultural y sistema de poder.
Procedencia de los habitantes
La mayoría de la fuerza laboral que se incorpora a la actividad minera-metalúrgica en La Oroya y a la actividad petrolera en Talara era de procedencia campesina. Durante las primeras décadas del siglo XX, la mano de obra en la zona minera alternaba el trabajo en la minería con labores en los pastizales o en las parcelas agrícolas; la incorporación estacional a la minería sería un hecho restrictivo para su modernización. Debido a la escasa oferta de mano de obra en el mercado laboral eventual, se recurre al sistema de enganche para incorporar fuerza laboral indígena en la minería8. Conforme se expande la modernización en la sierra central, se incrementa la migración voluntaria al campamento minero, la cual no es solamente consecuencia de la modernización tecnológica de la minería, sino que es impulsada por el comercio, las nuevas vías de comunicación, el empobrecimiento del campo por la escasez de tierra frente al crecimiento demográfico y la contaminación ambiental a causa de la minería, entre otros factores, proceso que se profundiza a mediados del siglo XX.
A Talara llegan campesinos y artesanos procedentes de los valles costeños del Chira y de Piura, además, pescadores de las caletas próximas del litoral norteño. La población migrante se desplazó libremente a la zona petrolera, atraída por el auge de la industria petrolera que no aplicó el enganche para reclutar mano de obra, como sucedió con la minería de la sierra central. La IPC contrata personal joven con bajo nivel de educación que va a ser entrenado sobre la marcha para convertirse en un recurso humano calificado en las labores de producción y refinación del petróleo. Es distinta la experiencia de formación de la fuerza laboral en la minería de la sierra central, donde se comparte prácticamente una doble condición: campesino/obrero minero, a la vez que trabajan en la minería conservan sus tierras y retornan eventualmente a sus pueblos de origen. Mientras que los trabajadores petroleros se integran plenamente como asalariados, asumen esta opción laboral como una alternativa frente a la inestabilidad y sobreexplotación en el campo, entre ellos existían trabajadores asalariados de las haciendas, con procesos productivos modernos orientados a la agroexportación, y también campesinos que combinaban el trabajo asalariado con la agricultura de autosubsistencia, quienes decidieron, motivados por la idea de progreso, incorporarse al trabajo petrolero que les brindaba salarios y condiciones de vida favorables en comparación con el medio rural de origen (Bonilla y Hünefeldt, 1986, p. 35).
Entre los mineros de La Oroya, la cosmovisión andina constituía una impronta en su trayectoria de vida. Diversos estudios sobre la minería en la sierra central del Perú consideran que, en el enclave minero de la CPC, las relaciones de producción modernas, en las primeras décadas del siglo XX, coexistieron con relaciones premodernas de producción del entorno rural (Bonilla, 1974; Flores Galindo, 1983; Contreras, 1986). La tradicional organización socioeconómica de la economía campesina se adecuó progresivamente a los cambios de la modernización impulsada por la minería y otras actividades económicas. Las comunidades campesinas no permanecen incólumes frente al impacto del desarrollo moderno, sino que lo procesan y aprovechan en función de sus intereses. Alrededor de la década de 1940, el proceso de modernización impulsa una mayor integración de la economía campesina al mercado.
Los trabajadores mineros de la sierra central se caracterizaban por su relativa inestabilidad y por su constante movilidad. Según De Wind (1986, p. 18), los índices de cambio de personal estimados por la CPC señalan que, en 1958, el promedio de permanencia en las minas era de tres años, para 1969 había aumentado a cinco años. En relación con los trabajadores petroleros, la permanencia en la compañía abarcaba entre 25 a 30 años hasta cumplir el tiempo de servicios para jubilarse (Aranda, 1998).
Vida cotidiana y dinámica sociocultural
La compleja relación entre las obras arquitectónicas y urbanísticas y la realidad de la vida cotidiana (Berger y Luckmann, 2001) compartida por la gente que habita los campamentos, nos remite al análisis de la sociabilidad con sus diferentes grados de institucionalización y permite advertir cómo incluso en la rutina diaria todo el acervo cultural de la sociedad está presente y es reproducido a través de la interacción (Giddens, 1986).
En el transcurrir de la vida cotidiana, la gente que habitó La Oroya y Talara procesó a su manera la experiencia modernizante promovida por las compañías extranjeras, generando un cambio sociocultural que reveló la particular manera, en sociedades como la nuestra, de acceder a la modernidad. Al respecto resulta interesante la interpretación sobre esta experiencia en las sociedades latinoamericanas, que toma en cuenta la resistencia de sus tradiciones, las contradicciones de su modernización, lo tardío y heterogéneo de su modernidad (García Canclini, 1998; López Soria, 1992).
Desde la década de 1940, el proceso de modernización en Perú no solamente implica la expansión de la urbanización, pues el campo es también afectado por la migración masiva de la población rural hacia las ciudades. Este escenario propicia la progresiva incorporación al trabajo permanente en la minería de la sierra central y se incrementa la cantidad de trabajadores residiendo en los campamentos. En La Oroya, se perfeccionan los procesos tecnológicos en la fundición y las refinerías, requiriendo mano de obra calificada. La CPC procura que la fuerza laboral se instale en los campamentos y logre una proletarización efectiva, aunque no consigue plenamente su objetivo (Long y Roberts, 2001).
En Talara, si bien los trabajadores de origen campesino mantenían redes de parentesco y amicales en sus pueblos de procedencia, estos vínculos no representaban una alternativa para cubrir la satisfacción de sus necesidades, como ocurrió con los mineros de La Oroya, porque percibían salarios que eran en promedio los más altos de la región y beneficios indirectos en relación a la vivienda, salud y educación de sus hijos. En el periodo de estudio (1940-1970), los trabajadores petroleros y sus familias se involucran en la consolidación del proyecto urbano moderno que realiza la IPC.
Ahora bien, la vida cotidiana en los centros minero y petrolero giró en torno a la actividad productiva que hizo posible su existencia. En La Oroya, se logró una importante modernización tecnológica, pero no se dinamizó simultáneamente un proceso de urbanización con características propiamente modernas. Esta situación influyó en el estilo de vida de la gente que moraba en el lugar, para quienes el campamento era sobre todo un sitio de residencia ocasional en función del trabajo en el complejo metalúrgico. Así mismo, hay que considerar la movilidad ancestral de la población de la sierra central, además la contaminación ambiental que desalentaba la permanencia en La Oroya. La mayoría de los trabajadores minero-metalúrgicos compartían una identidad cultural andina, por lo tanto, recrearon las relaciones entre tradición y modernidad para salvaguardar sus intereses, mientras se adaptaban a los cambios. Como señala Ricoeur (2000, p. 371): "antes de ser un depósito inerte, la tradición es una operación que implica el intercambio entre el pasado interpretado y el presente que interpreta". Es decir, la tradición es una reconstrucción peculiar del pasado, creada desde el presente.
Aproximadamente a mediados del siglo XX, en La Oroya la proletarización de la fuerza laboral alcanza mayor impulso. Se entremezclan relaciones que corresponden al mercado capitalista moderno con redes de parentesco típicas de una sociedad tradicional que van siendo procesadas para adecuarse a la experiencia de la modernización. Aquellos trabajadores que logran acumular ahorros optan por invertir en la compra de viviendas, en actividades comerciales y de servicios fuera de La Oroya, además, también contribuyen a la modernización de sus pueblos aportando económicamente para realizar proyectos comunales como la construcción de escuelas y postas médicas (Campaña y Rivera, 2001). Esta compleja experiencia sociocultural aglutina formas de sociabilidad tradicionales: ayuda mutua y solidaridad con la disponibilidad de ingresos del mercado para coadyuvar al progreso, un valor central de la modernidad en el medio rural de origen. De este modo, se vive la experiencia de ser moderno a partir de la reinterpretación de las condiciones propias del contexto sociocultural de referencia.
En Talara, los trabajadores petroleros compartían identidades étnicas, la mayoría procedía de pueblos campesinos y haciendas de la costa norte del país, participaban en una trama de redes sociales que les servía de ayuda, por ejemplo, para conseguir trabajo en la compañía; lo mismo ocurría en La Oroya, con la diferencia del rol sociocultural determinante de las relaciones de parentesco para los trabajadores mineros, con el fin de conservar los bienes que disponían en sus comunidades de origen, considerando los bajos salarios que percibían en la minería.
Entre los habitantes de Talara se revela la construcción de un sentido de pertenencia que se consolida a través de varias generaciones, ligando su porvenir y el de sus familias al trabajo en la compañía. Los residentes sienten que la ciudad les "pertenece", son miembros de una comunidad urbana asentada en un espacio de dimensión reducida y baja densidad poblacional, donde procesan sus pautas culturales y se apropian del espacio habitado.
La limitada permanencia de un contingente importante de población en La Oroya dificultó la construcción de un sentido de pertenencia. Sin embargo, los habitantes que se asentaron a largo plazo asumieron una identidad con este lugar, como consta en los testimonios expresados. Es comprensible la opción de los mineros de La Oroya Nueva, quienes al ocupar estrechas viviendas de tipo cuartel, en pendientes sin vegetación y tugurios en La Oroya Antigua con altos niveles de contaminación, deciden mantener a sus familias en los pueblos donde disponían de un hábitat más adecuado, así como de servicios de educación y salud, debido al desarrollo del proceso de urbanización. No hay que perder de vista la racionalidad andina en la organización de diversas actividades locales, siguiendo una antigua tradición desde la época prehispánica en la región, para manejar diversos pisos ecológicos y distintas economías paralelas, lo cual demandaba el traslado de mano de obra (Golte, 2001). Los trabajadores mineros de origen rural disponían de ingresos monetarios y bienes de la economía campesina, en muchos casos también desarrollaban actividades paralelas como la artesanía, el comercio y el transporte, característica singular de la fuerza laboral en La Oroya. Por su parte, los trabajadores petroleros asumieron la incorporación a la industria petrolera como actividad laboral exclusiva y se proletarizaron plenamente. En la sierra central, las relaciones entre la CPC y la economía campesina fueron procesadas en función de los intereses de ambas partes, dando lugar a una extraordinaria combinación de componentes tradicionales y modernos, lo que muestra la apertura de la racionalidad andina para resignificar códigos culturales distintos a los suyos y vivir a su manera la experiencia de la modernidad (Urbano, 1991, pp. 35-36).
Como sucedió en Talara, el desarrollo de una nueva actividad productiva en La Oroya tuvo impacto en el territorio y en las percepciones de la gente acerca del nuevo paisaje, que afectaba las costumbres y los usos como consecuencia de la evolución urbana. Sí consideramos que la modernidad está enlazada al logro de condiciones de vida que muestran la realización de la idea de progreso, en La Oroya esta aspiración del proyecto moderno no se alcanzó, así mismo el impacto ecológico de la actividad minero-metalúrgica fue un efecto perverso de la modernización que trajo consigo la contaminación del agua, los pastizales y los campos de cultivo de la zona.
Sistema de poder y dominación implementado por las compañías
En La Oroya y Talara se despliega una particular dinámica sociopolítica: las formas de convivencia intentan ser reguladas a través de un sistema de poder que aplica mecanismos de control social a la población dependiente de las compañías. Estas ciudades industriales son concebidas como espacios cerrados, según Foucault (2009, p. 144) se trata "de garantizar la vigilancia, la mirada del que controla es eficaz cuando abarca un campo limitado". El reagrupamiento geográfico de las viviendas de los trabajadores alrededor del centro de producción responde al propósito de hacer sentir la coacción de una vigilancia permanente. Estas consideraciones sociológicas sobre tales espacios cerrados muestran las cuestiones de poder y de autoridad, sin perder de vista la dimensión simbólica de un territorio orientado a controlar la vida privada de los individuos. Las compañías no solo recurrían a medidas coercitivas, sino que practicaban el paternalismo en diversas formas, apadrinaban y reprendían, confortaban y controlaban; según sus intereses desplegaban una cualidad ambivalente del paternalismo: proteger y controlar (Sennett, 1982).
Es decir, formas de expresión del poder como la influencia y la dominación se expresaban inclusive en el espacio de habitación. En La Oroya se asignaba el lugar de residencia en función de la diferenciación socioeconómica de las categorías del personal; los campamentos se encontraban uno tras otro, y conforme se distanciaban de la fundición estaban menos expuestos a la contaminación. Los campamentos de obreros se encontraban más cercanos al complejo metalúrgico, mientras que Chulec, el campamento del personal ejecutivo estaba más alejado de la instalación industrial, en un ambiente menos contaminado y con mejor infraestructura. Si consideramos el déficit cuantitativo y cualitativo de las viviendas, así como el equipamiento urbano deficiente en los campamentos donde residían los trabajadores minero-metalúrgicos, resulta evidente el deterioro de la calidad de vida. También en Talara, de acuerdo con el nivel técnico y salarial, las familias de los trabajadores ocupaban un tipo de vivienda homogénea entre niveles similares y diferente entre niveles jerárquicamente distintos. Sin embargo, la calidad de las viviendas a las que accedía todo el personal de la compañía y las instalaciones urbanas eran acordes con el proyecto urbano moderno de la ciudad empresa.
Ahora bien, en el proceso de adecuación al estilo de vida en el campamento minero y en la ciudad empresa, desempeñaban un rol importante los departamentos de asistencia social de las compañías que, entre otras funciones, trataban de resolver los problemas socioculturales que ocasionaba en la vida cotidiana de las familias la inserción en el nuevo hábitat. Sin embargo, cuando los residentes de estos centros industriales percibían que la labor de asistencia social invadía la esfera de la vida privada, manifestaban su disconformidad frente al intento de la empresa de ejercer poder inclusive en espacios de sociabilidad domésticos. El personal de asistencia social intervenía en la solución de conflictos familiares, supervisaba el cuidado de las viviendas, difundiendo valores de la racionalidad moderna en función de los intereses de las compañías. Como señalan ciertos testimonios, se creaban contradicciones, como ocurrió en La Oroya, al promover pautas de consumo que excedían el nivel de ingreso de la población dependiente, de esta forma se causó insatisfacción y frustración, induciendo una percepción negativa de la compañía entre las familias de los mineros.
En Talara advertimos una tendencia definida de adaptación a la disciplina laboral y a las reglas establecidas en la vida urbana. En la ciudad empresa funcionaba una institucionalidad sociopolítica que trataba de prolongar, en los lugares de residencia y en los espacios públicos, la dominación que se daba al interior de la compañía, por ejemplo, la vigilancia permanente de guachimanes de la compañía recorriendo la ciudad para garantizar el orden y la seguridad, superponiendo funciones que correspondían a la Guardia Civil. La IPC se encargaba de la gestión urbana, por lo tanto, el gobierno local (municipalidad) limitaba su labor al Registro Civil, es decir que la presencia del Estado era restringida.
Las mujeres desempeñaban una función importante en la adaptación a la vida en el campamento y en la ciudad empresa. Según testimonios recogidos, en La Oroya ellas eran conscientes de que la imposición de patrones culturales modernos por parte de la compañía no respetaba los hábitos y costumbres de su estilo de vida rural. Las esposas de los mineros se organizaban en comités de damas para solucionar problemas relativos a la satisfacción de sus necesidades. Estos comités inclusive apoyaban a los trabajadores mineros cuando participaban en una huelga. En el campamento minero, los sindicatos constituían instituciones que contaban con una importante capacidad de presión reivindicativa en la minería de la sierra central del país. Estos gremios intentaban contrarrestar el poder de la compañía en el campamento (De Wind, 1986).
El ejercicio de la autoridad por la IPC abarcaba diversos espacios de sociabilidad, más allá del trabajo petrolero, como la educación de los hijos de los trabajadores y la vida cotidiana9. Las categorías de desencantamiento y racionalización que Weber (2001, p. 34) vincula a la modernidad, contribuyen a entender el propósito de la compañía de intervenir no solamente en el ámbito del trabajo, sino también en la esfera de la cultura y en la vida cotidiana, como tres niveles interrelacionados para difundir los principios claves del proyecto moderno.
La IPC se instaló durante más de cinco décadas en Talara e influyó en la mentalidad de varias generaciones, divulgando valores del pensamiento moderno. Los residentes mostraron cierto pragmatismo para aprovechar la calidad de vida moderna que la compañía les ofrecía. A su vez, la empresa puso en práctica diversos mecanismos para legitimar su poder, entre ellos auspiciar actividades deportivas y parroquiales, y también brindar apoyo a diversas iniciativas comunitarias. Los representantes de la IPC relacionaban la política empresarial con la idea de contribuir al "progreso nacional", a través de la actividad productiva y patrocinando actividades culturales en el país. En el discurso de las publicaciones de la compañía, entre ellas la revista Fanal, y en los programas transmitidos por la radio local, según declaran nuestros entrevistados, se difundía una ideología que propalaba valores modernos como eficiencia, orden y progreso, procurando mantener una dinámica social congruente con los intereses económicos y políticos de la empresa.
En La Oroya y en Talara la vida urbana estaba supeditada a la actividad productiva. De tal suerte que la ciudadanía no se realizaba plenamente, la libertad de los individuos, un valor fundamental de la modernidad estaba limitada por las restricciones impuestas por el sistema de control social de las compañías. La continuidad de la residencia en el campamento y en la ciudad empresa dependía de la vigencia del contrato de trabajo. Los habitantes de estas ciudades industriales son parte de una particular experiencia de cambio para adecuarse a entornos socioculturales urbanos con reglas impuestas por las compañías, generándose así formas de sociabilidad en estos lugares que las diferencian de otras ciudades en el territorio de América Latina.
Conclusiones
El análisis de la sociabilidad nos ha permitido identificar prácticas relacionales con distintas complejidades en los campamentos, donde existe mayor organización y regulación normativa en el ámbito del trabajo y el control urbano, y a la vez en la vida diaria observamos relaciones familiares, amicales, comunitarias más o menos informales que conforman un escenario de interacción sustentado por factores racionales y emotivos que les brindan a los actores sociales recursos para procesar, a su manera, la experiencia de la modernidad.
La escena urbana de los campamentos representa un orden social privatizado donde la segregación de usos y la distribución de los sectores sociales en áreas funcionales y diferenciadas, reproducen en el hábitat residencial la jerarquía empresarial, intentando lograr la racionalización del conjunto de la vida individual y colectiva, que es el propósito del proyecto moderno.
Los planes urbanos de estas ciudades industriales, inspirados en una concepción moderna, imaginan una ciudad ideal en la que supuestamente el ordenamiento urbanístico y el ordenamiento social se identifican entre sí. Este intento de racionalización no encuentra una correspondencia plena con la dinámica sociocultural de sus habitantes, quienes recrean el espacio social, redimensionando sus propios códigos culturales de acuerdo con sus intereses.
Se trata de propuestas urbanísticas modernizantes que se enlazan con la lógica campamental practicada por las empresas con el afán controlador de imponer orden y disciplina a la población dependiente, siguiendo principios de la modernidad como: cultura del trabajo, eficiencia y progreso. Mientras que en Talara se evidencia la realización de un proyecto urbano moderno, en La Oroya no se logró una propuesta modernizante. Tomando en cuenta las variantes encontradas en los casos estudiados, hemos diferenciado la modernización urbanística de los procesos de modernidad en la vida cotidiana, expresados en las formas de sociabilidad y, a la vez, los mecanismos de retroalimentación entre ambas experiencias. Los componentes de la modernidad se presentan de manera contradictoria y desigual, los cruces socioculturales hacen posible una mezcla de extraordinaria complejidad entre lo tradicional y lo moderno, considerando que la mano de obra que trabajaba y vivía en estos lugares eran en su mayoría migrantes de origen campesino.
La modernidad no solo debe ser percibida como el implante de modelos, es necesario comprender las prácticas sociales en que se manifiestan las ideas modernas. En estas ciudades industriales se presentan discordancias que dan sentido a una peculiar forma de acceder a la modernidad. En un país pluricultural como Perú, las tradiciones culturales de las regiones donde se ubican La Oroya y Talara muestran rasgos diferentes, situación que va a influir en la manera como se vive la modernidad cultural.
El propósito deliberado de las empresas para ejercer un poder disciplinario sobre la población dependiente demuestra el carácter contradictorio de este proyecto moderno que se implanta en medio de desigualdades, límites impuestos a la participación y recortes a la libertad de los individuos.