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Revista Colombiana de Sociología

Print version ISSN 0120-159X

Rev. colomb. soc. vol.43 no.1 Bogotá Jan./June 2020  Epub Apr 27, 2020

https://doi.org/10.15446/rcs.v43n1.84283 

Entrevistas

Entrevista al profesor Hésper Eduardo Pérez Rivera (parte I)*

Hésper Eduardo Pérez Rivera** 

Nicolás Boris Esguerra Pardo*** 

** Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Profesor titularjubilado de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: heduardoperez@yahoo.fr

*** Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, Colombia. Sociólogo de la Universidad Nacional de Colombia. Docente de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia. Correo electrónico: dabeiva@hotmail.com


Presentación

La realización de esta entrevista fue pensada por Nicolás Boris Esguerra en el primer semestre del 2015. El profesor Hésper Eduardo Pérez Rivera accedió de manera gustosa y, aunque inicialmente se pensó que la entrevista podría hacerse en una o dos sesiones, las dinámicas del ejercicio, así como las múltiples ocupaciones académicas y personales tanto del entrevistado como del entrevistador, dieron como resultado un trabajo persistente durante siete sesiones, todas realizadas en el apartamento del profesor Pérez en Bogotá. Las fechas exactas de estos encuentros fueron: primera sesión, 10 de junio del 2015; segunda sesión, 19 de junio del 2015; tercera sesión, 25 de marzo del 2015; cuarta sesión, 1 de abril del 2016; quinta sesión, 8 de abril del 2016; sexta sesión, 15 de abril del 2016; séptima sesión, 29 de abril del 2016.

La idea inicial nació del interés del entrevistador en conocer sobre eventos importantes de la vida política, cultural, educativa y académica de Colombia (o en conexión con ella) entre la década de 1940 y las dos primeras décadas del siglo XXI, a través de la particular mirada de uno de sus protagonistas. Estos años han sido de gran importancia para la conformación de la Colombia actual, particularmente en la búsqueda de la construcción de una vida democrática; en el acceso a una cultura moderna que teniendo a la base elementos nacionales, los inserte en las corrientes contemporáneas del pensamiento y la cultura; en la extensión de la educación en el país y el acceso de grandes núcleos poblacionales a esta; y finalmente, en el crecimiento y cualificación de la vida académica, en particular del mundo universitario, con la enseñanza y desarrollo de las artes, las humanidades y las ciencias, tanto naturales como sociales. La vida del profesor Pérez ha estado vinculada a estos escenarios, siendo protagonista directo de muchos eventos memorables, que ameritan un registro de su mirada, la cual será contrastada por los investigadores del presente y del futuro con otros registros y fuentes, de modo que se irá dibujando una historia siempre en construcción.

Primera sesión. 10 de junio del 2015

Nos encontramos en el apartamento del profesor Hésper Eduardo Pérez, situado en el noveno piso de un edificio moderno, de clase media alta, en Bogotá. Está decorado con gusto sobrio y contemporáneo, y en él no se advierte nada superfluo: muebles cómodos y acogedores, retratos de familia y un amplio estudio con textos de ciencias sociales, biología, arte y literatura en castellano, inglés y francés, además del infaltable computador. Sorprende el orden del conjunto, donde uno se imagina que es fácil hallar el texto deseado o el artículo requerido. La entrevista se desarrolla en la sala anexa al comedor, la cual cuenta con muy buena iluminación y una vista del norte y sur de la ciudad. La conversación fue acompañada de té inglés y un bizcocho, servidos con sencillez por el profesor Pérez. Esta entrevista fue pensada con la intención de brindarle al lector una información esencial sobre la vida de este importante intelectual colombiano, un académico con una larga y rica trayectoria vital -vinculada primordialmente al conocimiento del país-, la cual ha quedado expresada en el tono y el contenido de la conversación.

Nicolás Boris Esguerra Pardo (NBEP). ¿Me podría hablar de sus orígenes familiares? En particular me interesan unas palabras sobre su núcleo familiar, padres, hermanos, ambiente cultural, condiciones económicas, región.

Hésper Eduardo Pérez Rivera (HEPR). Mis padres nacieron en el Huila, en dos pueblos pequeños. Mi madre se llamaba Susana y nació en El Agrado, mi padre se llamaba Félix y nació en Teruel. Ella solo estudió en su pueblo. Él cursó el bachillerato en el Colegio de Santa Librada de Neiva, uno de los colegios nacionales que vienen de la época del General Santander, entre los cuales están el Celedón de Santa Marta y el San Simón de Ibagué. No pudo seguir una carrera profesional, debido a que en las primeras décadas del siglo veinte, los jóvenes de provincia tenían que trasladarse a Bogotá para entrar a la Universidad y él carecía de los recursos económicos para hacerlo. Después de trabajar en algunos empleos se vinculó al poder judicial, en el Tribunal Superior de Neiva. Ahí trabajó prácticamente casi toda su vida. En ese Tribunal asimiló muy bien el saber jurídico y se hizo bastante idóneo en dicha materia. Su cargo era el de relator. Le tocaba llevar un archivo de los documentos producidos por el Tribunal, organizarlos y hacer las observaciones correspondientes para el archivo. Como resultado de esta tarea editó un libro. Desde entonces tuvo una actividad muy consagrada y especializada en el área jurídica. Así adquirió los conocimientos típicos de un abogado. En esas épocas en que no había tantos profesionales en los distintos campos acumuló méritos y, cuando se retiró del Tribunal y se radicó en Bogotá lo nombraron juez y estuvo unos años ejerciendo como tal.

NBEP. ¿Cuándo llegaron a Bogotá? ¿Me podría hablar sobre sus primeros estudios, sobre el ambiente de infancia y adolescencia, acerca de sus aficiones y gustos dominantes, de la vida en el bachillerato y las figuras importantes?

HEPR. Llegamos a Bogotá en 1942. Mi papá se quedó en Neiva trabajando en el Tribunal. Solo después, en 1948, se vino para Bogotá definitivamente. Vivimos en un barrio llamado San Bernardo, que queda entre la carrera Décima y la avenida Caracas y entre la calle Segunda y la calle Quinta. El nombre del barrio se asociaba al Instituto San Bernardo, regentado por los Hermanos Cristianos de la Salle, institución que todavía existe. El colegio tenía un espacio amplio, con canchas de basquetbol, y a los costados salones de clase y una capilla. Su construcción era de estilo europeo. Allí estudié la primaria y luego pasé al Instituto Nicolás Esguerra, en donde cursé el bachillerato. Este colegio funcionaba en la calle 13, entre las carreras 16 y 17 en un edificio muy grande que había sido de los Hermanos Cristianos que llegaron a finales del siglo xix y fundaron una escuela técnica. El edificio había sido dividido, quedando una parte para la escuela técnica y otra para la Escuela Normal Superior. El colegio estaba adscrito a la Escuela Normal Superior y en él realizaban las prácticas sus estudiantes. Tenía canchas de básquetbol, tres pisos, muchos salones y una biblioteca extraordinaria.

Muy temprano, aquí en Bogotá, tuve atracción por la lectura. Tendría yo unos once años, conseguía unos libros en ediciones populares sobre un héroe norteamericano, Doc Savage, el hombre de bronce, en cuyas aventuras en distintas partes del mundo desplegaba su fuerza invencible. Otro libro, La sombra, traía historias de un detective en Nueva York, quien en la vida real es un burgués que se mueve en los medios financieros y por la noche persigue criminales. Leí montones de esos libros.

En esa época había unas editoriales españolas que publicaban clásicos de la literatura en papel barato y vendían a precios muy bajos. Creo que una de ellas era la editorial Espasa Calpe. En esas colecciones encontré las novelas de Alejandro Dumas, quien novelaba una interesante época de la historia de Francia; las de Eça de Queiroz, entre ellas una célebre, El crimen del padre Amaro, cuyo tema tal vez influyó en mis interrogantes sobre la religión, y otras más. También leí a Oscar Wilde, cuentos y obras de teatro. Recuerdo que a unas cuadras de mi casa vivía un hombre menudo y de anteojos redondos, que en el zaguán grande de su casa ponía en el suelo libros de esas colecciones populares y los alquilaba a cinco centavos por semana. Ahí conseguía libros y en la noche leía. En el bachillerato dispuse de la magnífica biblioteca de la Escuela Normal Superior, en la que leí a Emilio Zolá y consulté libros de historia. Con frecuencia me quedaba en la biblioteca unas horas después de terminadas las clases. Con un compañero de los primeros años del bachillerato leíamos poesía, en particular a Rubén Darío y Neruda. También leíamos a Vargas Vila.

Del bachillerato tengo algunos recuerdos de lo que me pasó en esos años: en primer lugar, el colegio estaba poblado por los hijos de la clase media, clase media baja y media-media. En una ciudad donde había una gran mayoría liberal, los estudiantes en un alto porcentaje eran hijos de liberales. En 1950, Laureano Gómez fue elegido presidente de la república. Yo cursaba cuarto de bachillerato. Se dio un cambio muy notorio en el colegio. Nombraron a un rector y un vicerrector muy conservadores, muy del gobierno. Iban con una misión, conservatizar lajuventud, lo que se manifestó en el hecho de que, al poco tiempo de asumidos sus cargos, aparecieron dos o tres alumnos del colegio con una planilla, buscando a los alumnos hijos de conservadores para inscribirlos. Mi papá era conservador, lo curioso es que eso se sabía. El rector y el vicerrector conocían la filiación política de los padres. A mí me plantearon lo de la inscripción, pero no acepté.

El segundo evento en esta misma línea tuvo lugar en el quinto año. Para la clase de filosofía nombraron a un hombre joven, Ramón Bulla Quintana, que decían había sido seminarista. Ese curso, como todos los cursos, era anual, y ese año fue para mí muy especial porque este señor se dedicaba a abordar desde el punto de vista filosófico los fundamentos del catolicismo. Yo estuve en una situación muy particular con él, porque desde el inicio de sus clases empecé a hacerle preguntas que le sonaban muy heterodoxas y muy provocadoras. Le planteaba problemas de explicación sobre cuestiones que para el eran dogmas, por ejemplo, le decía: profesor yo no entiendo como Jesucristo era Dios y hombre al mismo tiempo, explíqueme eso. Yo le discutía cada uno de los dogmas religiosos que presentaba como indiscutibles. Él se ofendía y en dos o tres ocasiones me suspendió por una semana de la clase y, al final, para poder pasar la materia me tocó aprender casi de memoria unas notas que él había escrito, como treinta páginas sobre esas cosas que enseñaba. Además, le interesaba la política. Hablaba, en particular, contra el pensamiento liberal, y en una oportunidad llegó a decir que ser liberal era pecado. Yo le dije que no estaba de acuerdo con esa afirmación, que mi mejor amigo del colegio era de una familia liberal y católica, que padres e hijos iban a misa y cumplían con sus deberes religiosos. El profesor se enfureció conmigo, como otras veces. Lo que me llamaba la atención es que en ese curso éramos como treinta alumnos, había cuatro o cinco hijos de conservadores, los demás eran hijos de liberales y se quedaban callados. Años más tarde me expliqué por qué se mantenían callados: no tenían la más mínima información política. Yo tampoco la tenía, como tampoco sabía de las cuestiones religiosas, pero me inquietaron las enseñanzas del profesor Bulla por su carácter dogmático. Y le controvertía de una manera elemental, con una lógica simple. En el sexto año el rector, Valentín Van Arken, nos dictó la clase de religión con el texto del catecismo del padre Gaspar Astete.

Este episodio del curso de filosofía es importante. Hace unos años me encontré con un antiguo compañero del colegio que, entre otras cosas, era muy buen estudiante. Iba con una nieta, nos encontramos en la calle y le dijo a la niña: mira, este fue el compañero del colegio que todo un año estuvo peleando con el profesor de filosofía. Me sorprendió el comentario que, sin duda, delata cómo mis discusiones de entonces hicieron alguna mella en mis compañeros de curso, lo que nunca fue comentado por ellos en ese entonces; pero sí se supo que habían tenido efecto en el rector y el vicerrector, pues esto se manifestó al año siguiente, cuando entramos a sexto de bachillerato. Sucedió al tercer día de clases. No llegó el profesor de la clase de las once de la mañana y con tres compañeros nos escapamos del colegio. Como la puerta la mantenían cerrada, salimos por otro sitio y nos fuimos a un lugar cercano a jugar billar. Cuando regresamos en la tarde, en la formación para entrar a los salones y antes de dar la orden de seguir, el vicerrector nos llamó, a tres de los cuatro que nos habíamos escapado, a la parte alta donde él estaba y nos incriminó por la gravísima falta que, según él, habíamos cometido, y se extendió sobre nuestras pésimas condiciones morales; éramos, dijo, la "manzana podrida" en esa comunidad sana y terminó señalándonos la puerta de salida del colegio. Valga anotar que el cuarto compañero, que no incluyó el vicerrector, era de padre conservador. Los otros dos eran hijos de liberales y, aunque mi papá era conservador, yo no era ni liberal ni conservador, según sabían ya en el colegio. En cuanto al castigo, resultó que a los otros dos les hicieron una amonestación, pero a mi decidieron expulsarme.

Fui con mi hermano mayor a notificarme en la rectoría. El rector presentó las razones que justificaban mi expulsión. Mi hermano no sabía nada de nada y se quedó callado. Yo le dije al rector que me parecía que esa medida era injusta, pues no veía cuál podía ser la causa tan grave que la ameritara. Además, yo tenía antecedentes de buen estudiante. En el cuarto año había sido presidente del Centro de Historia creado por el colegio; en fin, argumenté que no había motivo para mi expulsión. Como gran concesión me sancionaron con matrícula condicional. Para mí eso era muy importante, pues no se podía cambiar de colegio en el último año, mucho menos con el antecedente de haber sido expulsado. El epílogo de este episodio aclara el despropósito entre la falta y la sanción. Un profesor del sexto año que conversaba con algunos de nosotros fuera de clase nos comentó, muy en confianza, que en la reunión de profesores se había hablado de mi posible expulsión, la cual se justificaba porque yo era ateo y comunista. Según el profesor, eso lo dijeron allí en el Comité, lo que demuestra que detrás de la expulsión estaban los informes que, muy seguramente, pasó el profesor de filosofía y mi negativa a inscribirme en la planilla conservadora.

En esos años de agudización de la violencia (1950-1953) Bogotá era una ciudad pacífica. Lo que sí apareció fue una represión localizada por parte de la policía y los comités conservadores de barrio contra los liberales. Buscaban a los liberales por las noches y si los encontraban los llevaban a las inspecciones, les echaban agua fría y los tenían toda la noche a la intemperie. Viví de cerca ese modo de represión en un café de Bogotá en la calle 14 con carrera Séptima. Yo estaba allí con mi hermano mayor tomando una cerveza en la parte de atrás del café, cuando de pronto oímos un barullo que provenía de la parte delantera. Mi hermano se fue a ver qué pasaba y volvió todo agitado con la corbata en la mano. ¿Qué paso?, que dos tenientes de la policía habían encontrado a un "cachiporro", como les decían los conservadores a los liberales, y al identificarlo como tal por portar una corbata roja y no haber votado en las elecciones presidenciales de 1950, en las que se abstuvo el partido liberal, lo habían golpeado. La cédula era una hoja grande y cuando se votaba le ponían un sello. Por casualidad mi hermano llevaba ese día una corbata roja, se la hicieron quitar, pero al mostrar su cédula con el sello de votación, lo dejaron libre. Así pude ver de cerca una modalidad de la represión que llevaba a cabo el gobierno contra los liberales.

Años atrás, el 9 de abril de 1948, vi el linchamiento del asesino de Gaitán, Roa Sierra. Había un tranvía que venía del sur, pasaba por mi barrio y recorría la carrera Séptima en el centro de la ciudad. Bajaba por la Avenida Jiménez hasta la Estación de la Sabana, situada en la carrera 18. Ese tranvía me dejaba frente al colegio, que quedaba en la calle 13 entre carreras 16 y 17. Era un tranvía abierto, yo iba de sur a norte, en el costado occidental del tranvía y desde arriba pude ver el espectáculo. En la carrera Séptima, entre las calles 12 y 13, venía hacia el sur la multitud detrás de dos hombres que llevaban a Roa Sierra de las piernas, arrastrándolo, no sé si ya estaría muerto, pero los demás iban golpeándolo, su objetivo era llevarlo hasta el Palacio de Nariño en la calle Séptima.

En septiembre de 1952 tuvo lugar el ataque de un grupo de conservadores al edificio del periódico El Tiempo, estos luego atacaron a bala las casas de Alfonso López Pumarejo y Carlos Lleras Restrepo. Ese día, hacia las siete de la noche, subí al centro por la calle 13, desde la emisora Nueva Granada. La ciudad era pequeña. Uno estaba en el centro muy rápidamente. Cuando iba llegando a la carrera Séptima vi el gran tumulto y la movilización que había allí. El motivo del ataque era la represalia de conservadores de Boyacá por la muerte de unos copartidarios que, según ellos, habían sido asesinados por liberales. Se trasladaron a Bogotá para llevar a cabo su venganza, que dirigieron contra los jefes del partido liberal y contra el periódico que defendía las ideas de ese partido. Hicieron destrozos y quemaron el edificio de El Tiempo y después atacaron las casas mencionadas.

Al terminar el bachillerato, mi conclusión respecto a la política era negativa. No tenía ninguna referencia positiva de ella. Mi papá era conservador, pero no activista. El jamás me planteó cuestiones ideológicas, ni trató de vincularme a su partido. Así que mi ignorancia de lo concerniente a las ideas políticas era total y las experiencias que he relatado las interioricé como un rechazo radical de lo que tuviese que ver con política y partidos políticos. Esa es una conclusión de todo ese periodo. La otra conclusión, atañía a la religión. A partir del conocimiento cercano de los Hermanos de la Salle y luego de lo que percibí de los sacerdotes, me empezaron a surgir serias dudas sobre la relación entre las prédicas de los unos y otros y la realidad de su ejercicio de apostolado y evangelización. Cuando terminé el bachillerato yo era medio agnóstico y, en un sentido general, me inclinaba a creer en los principios liberales, en las formas pacíficas y democráticas y a repudiar los métodos violentos y autoritarios.

Mi hermano mayor, Álvaro, murió hace diez años. Tengo dos hermanas, Irma, mayor que yo, estudió bachillerato y secretariado, como lo hacían las jóvenes en esos años. Fue secretaria en la Presidencia de la República, luego se casó con un médico y se fueron a vivir a España. Mi otra hermana, Aleyda, menor que yo, estudió sociología en la Universidad Nacional, en la primera promoción, y cuando egresó se fue al Canadá. Se radicó en Montreal. Allá se casó con un francés y se quedó a vivir en dicho país. Mis otros dos hermanos trabajaron como docentes en la Universidad Nacional, Félix en la Facultad de Economía y William en la de Agronomía.

NBEP. Me gustarían unas palabras sobre su señora madre.

HEPR. Mi mamá siempre fue ama de casa, como era usual entonces, y una mujer con personalidad fuerte y emprendedora. Yo estuve muy cerca de ella pues en la época en que mi papá no estaba en Bogotá era yo quien asumía responsabilidades en todas las cosas que había que hacer en la familia.

NBEP. ¿Era una religiosa practicante?

HEPR. Era religiosa convencida, practicante, de familia liberal. Rezaba, tenía los cuadros de la Virgen. En la parte religiosa no había una influencia importante sobre nosotros. La religiosidad de mi mamá era una forma personal de ella, no adoctrinaba desde el punto de vista religioso.

NBEP. Miremos ahora los estudios universitarios. Tengo entendido que inicialmente usted estudió medicina en Buenos Aires, donde naturalmente estuvo envuelto en la atmósfera estudiantil y política de esos años, seguramente con otros colombianos, y allí adquirió sus primeras experiencias no solo académicas sino políticas. Me gustaría saber cómo fue el contexto de la ida a Buenos Aires.

HEPR. Mi viaje a Buenos Aires fue posible debido a una situación que se dio en el país en ese periodo, a saber, había una diferencia importante entre el dólar oficial y el no oficial que favorecía cuando se compraba dólares oficiales, ya que estos se podían vender en el mercado abierto, que no era clandestino ni mucho menos. Los dólares oficiales los autorizaban para quienes se iban estudiar al exterior, a Europa o a la Argentina, como en mi caso. El Estado autorizaba un cupo de dólares mensual. La familia giraba el monto total, uno utilizaba los dólares que necesitaba y devolvía el resto, recuperándose así la cantidad deducida con la venta de la diferencia en Colombia. Esto permitió que muchos jóvenes de clase media pudieran ir a estudiar a Europa y a otros países. Esa era la situación cuando yo terminé bachillerato. El otro elemento que influía en mi decisión era que el gobierno conservador había puesto como requisito un año de servicio militar a los bachilleres antes de entrar a la Universidad y no me gustaba la idea de tener que hacerlo. Me enteré de que había esa posibilidad de viajar. Podía haber sido a España o a Buenos Aires. Tenía un amigo que estudiaba en España, pero decidimos, con un compañero del colegio, que nos íbamos a Buenos Aires a estudiar medicina.

La escogencia de la medicina, como suele pasar a esa edad, no era una cosa tan definida, era algo atractivo, pero no más. En el fondo primaba mi deseo de irme del país. Había en la Universidad de Buenos Aires una gran afluencia de estudiantes. Por un lado, porque todas las universidades argentinas eran públicas y los bachilleres podían entrar directamente a ellas, sin examen, y por el otro, porque el presidente Juan Domingo Perón abrió la posibilidad de ingreso a jóvenes latinoamericanos a las universidades de ese país, lo que contribuyó a sobre poblar la Universidad. Así que en el primer año de medicina había más de tres mil alumnos. Los profesores eran, en general, calificados y algunos de ellos tenían prestigio internacional.

NBEP. ¿Había para la época otros estudiantes colombianos en Buenos Aires, jóvenes que ya se empezaban a destacar en el ambiente político? ¿Tuvo relación con ellos? ¿Cuál es el recuerdo de aquellos años? ¿Cuánto tiempo estuvo allí y en qué fechas?

HEPR. En ese periodo la corriente de latinoamericanos era muy grande. De todos los países. De Colombia también, lo cual dio para crear un Centro de Estudiantes Colombianos en el que yo participé. Organizábamos diferentes eventos, entre ellos los de celebración de las fechas patrias. Los estudiantes provenían de diferentes partes del país, de Bogotá, de capitales de departamentos y, la mayoría, de pueblos pequeños. La diferencia cultural era notoria entre Colombia y Argentina. Un ejemplo de esa diferencia: cuando yo me fui de Bogotá, la capital tenía unos 400 mil habitantes, tan solo contaba con un teatro, el Teatro Colón. Había cines en el centro de la ciudad y en los barrios. En Buenos Aires, una ciudad de cerca de tres millones de habitantes, más cinco millones más del Gran Buenos Aires, uno encontraba un gran número de teatros comerciales, en los que se presentaban compañías profesionales, y otros tantos de teatro experimental. Los cines se agrupaban en cinco cuadras de la calle Lavalle. El nivel cultural de los estudiantes de la universidad era bastante alto en comparación con el de los colombianos que llegaban allá. Una buena parte de esos estudiantes eran hijos de inmigrantes europeos recientes, muy vinculados a Europa. Vivían al tanto de la política, la literatura, el teatro, el cine de Europa y Estados Unidos, de manera que las conversaciones cotidianas estaban matizadas de esa información. Los estudiantes colombianos, con muy pocas excepciones, se movían socialmente en niveles más bajos que los de la Universidad por esa razón.

Uno de los actos culturales programados por el Centro de Estudiantes Colombianos es un buen ejemplo de la diferencia cultural anotada. En 1956 organicé para el 20 de julio una presentación teatral con un grupo independiente dirigido por Roberto Pérez Castro, de la obra de un escritor argelino, Emmanuel Roblès. La obra, que se llamaba Monserrat, nos tocaba de cerca, pues planteaba una situación en la que Simón Bolívar, en los años de la reconquista española era perseguido en Venezuela y el ejército español tenía prisioneros a cuatro oficiales, compañeros de Bolívar, a quienes amenazan de muerte si no confiesan dónde se halla escondido. Un tema muy nuestro y una obra y una representación excelentes. Pues bien, un porcentaje muy alto de los estudiantes colombianos que asistieron, y un buen número de ellos con más tres años en Buenos Aires, era la primera vez que iban al teatro, en una ciudad que, como comenté antes, contaba con numerosas salas que trabajaban durante todo el año. Es decir, no vivían en la órbita cultural de la ciudad. En el teatro, por ejemplo, en ese periodo figuraban Tennesse Williams, Arthur Miller, Luigi Pirandello, que obtuvo el Premio Nobel, Sartre, Albert Camus, J. B. Priestley. Sus obras se presentaban en Buenos Aires al mismo tiempo que en Nueva York y en París, Igual pasaba con el cine, que se hallaba en un periodo de grandes directores y de películas que con el tiempo se consagrarían como clásicas.

Hay que señalar que el teatro en Bogotá tenía como producto nativo las comedias de tipo costumbrista de Luis Enrique Osorio. Las presentó en el Teatro Municipal hasta cuando estuvo vigente. Era todo lo que había de teatro nacional. Teatro moderno no existía. El teatro que se podía ver acá en Bogotá venía de otras partes, de España, de Argentina, por ejemplo, y no había otro sitio para presentarse que el Teatro Colón. Lo cierto es que este estaba, por lo general, libre, pues no tenía una actividad propia. Esas compañías le daban a uno oportunidad de ver teatro y, las que venían de Argentina, hacían recorridos por América Latina, presentando obras de mucho nivel. Cuando estaba en el bachillerato, yo me vinculé a un grupo de teatro infantil en una compañía de origen chileno. La actriz principal se llamaba Lily Álvarez, y tenían montadas obras de teatro para niños. Yo trabajé con ellos, me interesé mucho en el teatro y por esa razón iba a ver teatro al Colón, pero eso no era lo normal. Mis compañeros de colegio jamás fueron a teatro aquí en Bogotá. Adquirí una buena información en este campo. Las funciones se realizaban los domingos en el Teatro Colombia, como se llamaba el actual teatroJorge Eliecer Gaitán. El cine me atraía mucho y descubrí una revista que se llamaba Ecran que se editaba en Chile. Yo compraba esa revista y así me enteraba de todo lo que estaba pasando en el cine mundial. Traía muy buena información.

Con estos antecedentes y mis lecturas literarias, no me fue difícil interactuar con los compañeros argentinos en la universidad. Me hallé a mis anchas en el medio cultural de Buenos Aires. Existía, por otra parte, un amplio movimiento reformista, dividido en agrupaciones según las ideas políticas. El grupo reformista al que me vinculé estaba asociado al Partido Socialista. Me integré al círculo dirigente. Otras dos agrupaciones reformistas seguían los lineamientos del Partido Comunista y del Partido Troskista.

¿Qué pasaba en lo político? Que estos jóvenes reformistas, de la clase media urbana de Buenos Aires, eran antiperonistas, pues los tres partidos mencionados se oponían a Perón. También compartí con ellos las críticas al autoritarismo de este, pero solo después de su caída pude acceder al conocimiento detallado del ascenso del peronismo y cambiar mi opinión sobre su significado histórico.

NBEP. A propósito, ¿tuvo alguna participación estudiantil o sindical en el movimiento obrero? ¿Qué recuerda de ello? Si es así, ¿participaban otros jóvenes colombianos?

HEPR. En ese periodo yo hacía activismo universitario, pero paralelamente me enteraba de la política argentina del momento. También me interesé en la historia argentina. Participaba así en las reuniones del movimiento reformista, y en las de los dirigentes, como uno más de los afiliados. Este movimiento estaba vinculado al Partido Socialista, por medio de sus líderes. Así pasaba con otros movimientos reformistas, los del Partido Comunista y los trotskistas. Pero el movimiento reformista era gremial, del gremio estudiantil. Yo no participaba hasta ese momento en lo político. Entonces se dio la caída de Perón, lo tumbó el ejército. En junio de 1955, un sector de las fuerzas armadas bombardeó la Casa Rosada, donde creían que estaba Perón. Yo vivía muy cerca y veía caer las bombas y pasar los aviones. Mataron cerca de 200 personas en la calle aledaña a la casa presidencial. Luego, en septiembre de ese mismo año, el ejército se tomó toda la ciudad y Perón se fue al exilio.

En ese último año de Perón, un estudiante colombiano, Alfredo Castillo, en una conversación que tuvimos con varios compañeros, comentó que había conocido aquí en Colombia gente del Partido Socialista y que tenía unos libros de ese partido que hablaban de política colombiana. Nos prestó algunos de esos libros y nos interesaron. Se creó entonces un grupo para comentarlos. Uno de los integrantes fue Carlos Toledo, quien a su regreso a Colombia se afilió a la Alianza Nacional Popular, lo eligieron a la Cámara de Representantes y luego militó en el Movimiento 19 de Abril. En la década de 1980 estaba ejerciendo en Santander su profesión de médico cuando lo asesinaron. Los libros de Antonio García, el fundador de ese partido, los leí con mucha atención. Y sucedió que yo, que detestaba la política, resulté entusiasmado con sus análisis, en particular con La democracia en la teoría y en la práctica y el libro sobre Gaitán, porque me dieron una versión de la historia del país desde un punto de vista crítico, a partir de su posición socialista y nacional. Alfredo Castillo escribió a Colombia, nos autorizaron la creación de un Comité Socialista y empezamos a relacionarnos con el Partido Socialista de Argentina. Este partido tenía una casa del pueblo, en la que nos prestaban una oficina para reunirnos. Empezó así mi interés por la política.

Concomitante con estos eventos fui descubriendo que la medicina era para mí muy importante y la admiraba por los conocimientos tan extraordinarios que me podía dar, pero me di cuenta de que me interesaba desde el punto de vista científico, desde el punto de vista del conocimiento mismo. Era apasionante para mí. Dedique mucho tiempo al estudio de la medicina, pero la parte clínica no me gustaba, me sentía muy incómodo en las prácticas de hospital, sobre todo cuando hacía las guardias, que eran de 24 horas seguidas. Iba a un hospital del Gran Buenos Aires, en Lomas de Zamora, una hora en tren, una vez a la semana, y eso para mí era un trauma. En primer lugar, había que pasar las 24 horas sin dormir y parece que yo no era muy fuerte, me estresaba mucho y luego demoraba uno o dos días en recuperarme. El malestar era en parte físico y en parte mental porque el ambiente de hospital no me gustaba; en ese entonces, llegué a plantearme como alternativa que, si terminaba la carrera, me podía dedicar al psicoanálisis, porque en esos años en Buenos Aires empezaba la atracción por esta disciplina, que luego se extendió a América Latina.

Los pioneros fueron dos médicos psicoanalistas: Arnaldo Rascovsky, argentino, y Ángel Garma, español, quienes se dedicaron a difundir el psicoanálisis. Estos dos profesores iniciaron seminarios de psicoanálisis que eran de asistencia libre. Yo asistí a esas clases y me interesaron mucho más desde el punto de vista intelectual que el de la medicina. Ellos explicaron los fundamentos del psicoanálisis, los descubrimientos de Freud y de los psicoanalistas después de Freud. Garma presentó un trabajo de investigación sobre las úlceras gástricas, en el cual concluía, basado en datos de historias clínicas, que el ciento por ciento de las úlceras de este tipo eran de origen psicológico. En esa época había un principio de trabajo serio en el psicoanálisis, yo pensaba que de pronto por ahí me podía orientar, que esa área estaba más a tono con mi mentalidad. Viéndolo desde ahora, en realidad, me sentía realizado en la gran ciudad cosmopolita. Disfruté el teatro, el cine, el ballet, a la par que estudié medicina. Además, formé una pequeña biblioteca con libros de medicina, filosofía, historia, política y novelas. El Teatro Colón de Buenos Aires tenía grupos de planta de ballet y una orquesta de música clásica. Los precios eran bajos, por disposición del gobierno. Esa atmósfera influyó en mi personalidad, en mis tendencias personales, así como, en sentido contrario, los hospitales me produjeron un malestar que me alejó de la medicina.

NBEP. ¿Cuándo decidió dejar el estudio de la medicina?

HEPR. En 1957. Ya había cursado cuatro años. Sin embargo, no me vine para Colombia. Hubo un periodo de dudas y cuando estuve seguro de mi decisión la comuniqué a mi papá. Al mismo tiempo le dije que no me enviara dinero, pues iba a trabajar en Buenos Aires. Luego de la caída de Perón habíamos entrado en contacto con un obrero colombiano de apellido Montealegre, peronista vinculado al grupo de Rodolfo Puiggrós, un historiador y periodista que renunció a su militancia en el Partido Comunista. Sostenía que el partido no debía estar en contra del movimiento peronista, sino reconocer que la base de ese movimiento la conformaba la clase obrera y que seguían al líder por las realizaciones que había llevado a cabo a favor de los obreros, los campesinos y la clase media. Su decisión fue adelantar una labor de formación marxista de cuadros dentro del peronismo y defender las conquistas logradas con Perón. Dictaba cursos sobre Marx a grupos de obreros peronistas y escribía artículos en los periódicos afines al peronismo. También nosotros hicimos un grupo de estudio de Marx bajo su dirección.

En sus libros sobre Argentina, Puiggrós daba una versión muy distinta a la versión liberal y comunista. Sus argumentos, sustentados en serias investigaciones, me permitieron explicarme desde otro ángulo el fenómeno peronista. Con él coincidían otros intelectuales y políticos argentinos, en una tendencia que luego se llamó la izquierda nacional. Libros escritos por ellos ampliaban la perspectiva sobre un tema que provocaba agudas controversias. Eran marxistas que habían sido, algunos, miembros del Partido Comunista Argentino. Rechazaban el alineamiento internacional a la Unión Soviética y hacían sus análisis desde una perspectiva nacional. Años después, en 1973, Puiggrós fue elegido rector de la Universidad de Buenos Aires en el gobierno de Héctor José Cámpora, que antecedió al regreso de Perón en 1974. Yo hice buena amistad con Puiggrós y, cuando le comenté mi situación, me dijo que me podía ayudar. Él no disponía de medios económicos suficientes y una de las cosas que hacía era preparar jóvenes que estaban en los colegios y necesitaban profesores que les dictaran clase en sus casas. Él daba esas clases y me consiguió algunas. También me relacionó con un exiliado paraguayo, Dumar Albabi, amigo suyo que trabajaba en construcción de casas y quien me dio oportunidad de trabajo. En todo caso, definí que me retiraba de la medicina y al final de 1958 me vine del todo para Colombia.

NBEP. ¿Por qué se vino?

HEPR. Me vine en diciembre de 1958 porque decidí hacer política. Una de las ventajas de los libros de Antonio García era su teoría de lo nacional, aplicada a la interpretación de nuestro pasado, lo que éramos como colombianos, lo que podíamos ser, y eso para mí fue fundamental. Compartía la posición nacional de García, pero no del todo su ideología socialista, por cuanto me ubicaba en la línea del marxismo nacional de los argentinos.

NBEP. ¿A dónde llegó? ¿A qué ciudad?

HEPR. Llegué a la casa de mis padres en Bogotá. Con mi papá tuve una polémica por medio de cartas. Él me discutía con muchos argumentos desde su punto de vista y yo se los rebatía. Le argumentaba que me interesaba la política. Fueron varias cartas dedicadas a nuestras diferencias. No se resintió conmigo, procedió de manera racional, no solo entendió mi posición, sino que cuando regresé como hijo pródigo me recibió en la casa sin ningún problema.

Segunda sesión. 19 de junio del 2015

NBEP. Sé de su actividad sindical en Cali, pero este es un capítulo de su vida relativamente desconocido para los que lo conocimos luego. ¿Me podría relatar brevemente esa experiencia?

HEPR. Para hablar de ese tema debo referirme a mi encuentro con la política en Buenos Aires. Habíamos comentado sobre el comité creado en esa ciudad en 1955, el Comité Socialista Colombiano que era parte del Partido Socialista Colombiano dirigido por Antonio García. Nos reuníamos a estudiar sus ideas y a analizar el programa del partido. Descubrí que tenía una cierta capacidad para discurrir en un campo en el cual no me había interesado y que, además, me atrajo fuertemente desde el primer momento en que inicié las lecturas.

En ese mismo año, 1955, ya lo comenté también, por medio de Montealegre, conocimos a Rodolfo Puiggrós y constituimos el grupo de estudio de Marx. Allí se me abrió otra perspectiva acerca de lo que había pasado con el peronismo. Hasta ese momento yo había sido más o menos neutral y más afín a los socialistas, compañeros de la universidad, que estaban en la oposición a Perón de una manera muy radical. Ahora vi el problema de Perón desde otro ángulo. Me convencí de que la interpretación de la oposición fallaba al desconocer la importancia del hecho de que la clase obrera argentina, su inmensa mayoría, había encontrado un camino propio en el partido peronista, mientras que, los otros partidos (Radical, Socialista, Comunista), sin esa clase obrera, como se comprobó en las décadas siguientes, no podrían ganar elecciones para llegar al poder. La interpretación de Puiggrós y de otros marxistas que integraban la llamada Izquierda Nacional insistían en ese punto. Sus propuestas se orientaban a tratar de llevar las ideas socialistas a la clase obrera que se hallaba dentro del peronismo. Este debate me permitió introducirme por primera vez en los problemas de la política real, la que estaba en curso y conocía de cerca y, al hacerlo, pude calibrar mi capacidad de análisis y mi definido interés por todo lo que concernía al acontecer político.

Regresé a Colombia con el ánimo de participar en la política. Me vinculé en Bogotá con el grupo del Partido Socialista. Ese partido tenía seccionales en Ibagué, Cali, Medellín, Barranquilla, Cartagena y Bucaramanga. Los grupos eran de unas ocho o diez personas. En realidad, no era un partido sino un movimiento, como tantos, de profesionales y estudiantes.

En este movimiento, como en otros que surgían de la clase media, sus integrantes trabajaban o estudiaban en el día y se reunían por la noche a hablar de la política y del partido. Incluso en ese momento el secretario general del Partido Socialista era un empleado de ocho horas. En la práctica no había nadie que hiciera política todos los días, así que la eficacia del movimiento era muy poca.

En una de las primeras reuniones, propuse que se cambiara la denominación de socialista por la de nacionalismo popular. Antonio García había escrito un libro, La Rebelión de los pueblos débiles en 1955, y apoyado en esa obra sugerí que una línea política mucho más productiva para la acción en un país tan conservador como el nuestro, donde la gente estaba prevenida contra el socialismo y el comunismo y además carecía de información sobre las ideologías políticas, el nacionalismo popular podría ser más fácilmente aceptado. Se aprobó el cambio y se siguió actuando con la nueva denominación. Fui nombrado coordinador nacional del movimiento.

En 1959, llegó al Partido Socialista Tulio Cuevas, un dirigente sindical formado en la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC), la central sindical orientada por los curasjesuitas y el Partido Conservador. En ese año Cuevas asesoraba a la seccional de la UTC en el Valle, la Unión de Trabadores del Valle (Utraval), con sede en Cali. Allí residían dos profesionales, miembros del partido, los hermanos Villa, quienes con Cuevas consideraron que con miras al desarrollo de nuestro movimiento político era necesario contar en esa ciudad con dirigentes que pudieran asumir un trabajo que se avizoraba de grandes proporciones. Así fue como me trasladé a Cali junto con Andrés Almarales y su esposa Marina Goenaga, abogada. Andrés, Marina y Jorge Villa, economista, fueron integrados como asesores de la federación. A mí me comisionaron para editar el periódico, que llevaría el nombre de Utraval. Las condiciones de vida eran difíciles. No me asignaron ningún salario y mi subsistencia dependía de lo que se recaudara por propaganda. Esto funcionó, pero en condiciones muy precarias. Creamos una escuela de formación sindical. Allí dictábamos clases de Derecho Laboral y materias complementarias. La federación tenía un gran número de sindicatos afiliados.

Era un trabajo interesante y durante tres años, de mayo de 1959 a abril de 1962, estuve dedicado de tiempo completo a editar el periódico, dictar clases en la escuela sindical, participar en las reuniones de los directivos de la federación, y colaborar en todos los actos que derivaban de la acción de los obreros. A raíz de los desacuerdos en la discusión de las convenciones colectivas se presentaron varias huelgas. Algunas con repercusión muy grande, como las huelgas conjuntas de Good Year y Arrow que paralizaron la ciudad. Llegaron a huelga de hambre con incidentes muy dramáticos. Realicé un trabajo paralelo con la coordinación del movimiento político a escala nacional y actividades proselitistas en Cali. De vez en cuando, hacía giras por las ciudades en las que teníamos militantes. En 1960 fui a Bucaramanga. En el pequeño grupo que dirigía un abogado de apellido Roa, estaba el que llegaría a ser el más importante dirigente universitario de la época, Jaime Arenas, estudiante de la Universidad Industrial de Santander. Por entonces cursaba el segundo semestre de ingeniería. Fue uno de los fundadores del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Militando en la guerrilla, pudo escaparse cuando lo condenó a muerte Fabio Vásquez Castaño, un caudillo bárbaro que había fusilado a varios jóvenes universitarios. Pero dos años después, fue asesinado en una calle de Bogotá por orden del ELN.

A finales de 1961, creamos un nuevo movimiento político basado en el gaitanismo, dirigido por Gloria Gaitán, el Nacionalismo Popular, conformado por un pequeño grupo de exmilitantes del Partido Comunista y algunos activistas de izquierda, entre ellos Alfonso Romero Buj, quien había militado en ese partido y en la disidencia prochina, y Luis Emiro Valencia, un economista que había sido secretario general del Partido Socialista, casado con Gloria Gaitán. El nuevo movimiento, Frente Unido de Acción Revolucionaria (FUAR), eligió como miembros de su Comité Directivo a Gloria Gaitán, Luis Emiro Valencia, Alfonso Romero Buj, Jorge Correa y a mí. El periódico Batalla del Pueblo quedó a cargo de Romero Buj, director, y yo actué como jefe de redacción. Gloria contaba con recursos, había estado en Cuba con Fidel y este le había regalado una de esas imprentas muy grandes en las que se editaban periódicos de tamaño universal, como El Tiempo, y que funcionaba en una casa situada en la carrera Décima con calle Sexta. Se llamaba La Casa del Pueblo. El FUAR hizo un acto público el 9 de abril de 1962 en un teatro del centro de Bogotá. Muy pronto fue catalogado como una organización que propiciaba la lucha armada, cuando el director de Batalla de Pueblo, Romero Buj, tituló las ocho columnas de la primera página "Contra la violencia reaccionaria, violencia revolucionaria". Era un exceso, porque en el momento de su fundación no se había hablado de revolución armada sino de un movimiento que actuaría dentro de la legalidad. No hubo discusión interna sobre este punto. Sin embargo, al poco tiempo supe del asunto y me expliqué lo del titular del periódico, pues en una reunión del Comité Directivo se habló del grupo armado del FUAR en el Tolima, dato que yo desconocía, y me nombraron para realizarle una visita y redactar un informe sobre el estado en que se encontraba.

Me pusieron en contacto con un odontólogo de nombre Humberto Granada, tolimense, que trabajaba en Ibagué, ciudad en la que me recibió, y partimos hacia Cajamarca. De allí entramos en el monte y, luego de un largo trecho a caballo, llegamos a un sitio muy lejano, en lo alto de la montaña. Todo lo que había en ese sitio era una pequeña casa de madera en la que se hallaban unos cinco o seis campesinos, entre ellos Eduardo, un antiguo militante de la guerrilla liberal. No fue muy larga la conversación que sostuvimos. Ellos solo esperaban órdenes. No habían llevado a cabo ninguna acción. En mi informe señalé las fallas que, a mi modo de ver, descalificaban lo que se pretendía constituir como el foco de la futura guerrilla. Ni el sitio -despejado, de acceso fácil y visibilidad desde el aire-, ni el personal escogido se correspondían con un proyecto revolucionario serio. Lo que me sorprendió fue que no hubo ninguna discusión al respecto cuando presenté el informe en el Comité. Para mí lo evidente fue que quienes crearon esa ficción veían al FUAR como un instrumento político de la futura guerrilla que realizaría la revolución. Un modelo de combinación de las formas de lucha y la creencia -ingenua, por decir lo menos- en que repetirían la odisea cubana. La realidad de la situación planteaba, sin duda, la pregunta de si era viable construir un partido legal sin pretensiones de aventuras armadas. La disolución del FUAR, a poco más de un año de su fundación quizás responda la pregunta.

Esta nueva experiencia me convenció de la inutilidad de los movimientos políticos creados por sectores de clase media inconformes. Por una parte, el tipo de militantes al que me he referido, militantes de reunión por la noche y si acaso los sábados, y por otra, la financiación, muy difícil de conseguir. Se dependía de las cotizaciones de los afiliados y estas nunca llegaban a ser suficientes. Para progresar en la acción política algunos de los dirigentes debían vivir de los recursos económicos del partido y esto era inimaginable. Lo que realizamos en nuestro Movimiento Nacionalista Popular fue posible porque tres de nosotros nos dedicamos tiempo completo, afrontando problemas de subsistencia personal. Esos grupos, cuando no se disolvían, terminaban convirtiéndose en pequeñas sectas, cuya mayor actividad consistía en pelearse entre ellas. Con el fracaso del FUAR concluí que hasta ahí llegaba mi militancia política. Entonces decidí volver a la Universidad y en 1963 me matriculé en el primer año de sociología en la Universidad Nacional.

NBEP. ¿Cómo se enteró de la existencia de los estudios de sociología en la Universidad Nacional de Colombia? ¿Cómo supo inicialmente de la sociología?

HEPR. Mi hermana menor, Aleyda, entró a estudiar sociología en 1959, en la primera promoción. Cuando terminó la carrera viajó a Canadá a hacer un posgrado, se casó allá y se radicó en Montreal. De manera que yo conocía por intermedio de ella la existencia de la Facultad de Sociología. Por otra parte, en Buenos Aires leí autores que escribieron sobre sociología, entre ellos, José Ingenieros, médico, socialista y escritor de gran prestigio en esa época. Pero no profundicé en su contenido como ciencia porque me movía en el medio de la medicina. Me pareció que era la carrera más afín con mis preocupaciones sociales y políticas.

NBEP. ¿Qué recuerda de aquellos años?

HEPR. El primer año me nombraron representante al Consejo Superior Estudiantil. En esa época los periodos de estudio eran anuales. El Consejo, que existía formalmente establecido, tenía fondos que le daba la universidad y funcionaba en el edificio que actualmente ocupa el Departamento de Diseño Gráfico. Tenía varias oficinas, teléfono y una secretaria. El Consejo lo conformaban los delegados de las facultades. En cada una de ellas se elegían representantes de curso y los representantes de la Facultad al Consejo. Participé en la fundación de la Federación Universitaria Nacional (FUN). Primero en el Congreso de Universidades en Medellín, donde no se logró ningún acuerdo, y después en el de 1964 donde se creó la FUN. En la Asamblea General me eligieron para el Consejo Directivo de la Federación. En la presidencia se nombró a Julio César Cortés y yo me hice cargo de la Secretaría de Organización.

En 1965, Camilo Torres fundó el Frente Unido, un movimiento heterogéneo, con afiliación de partidos y afiliados individuales que se llamaron "no alineados". Los partidos eran el Partido Comunista, la Juventud del Movimiento Revolucionario Liberal (JMRL) y el Partido Demócrata Cristiano. En el sector de los no alineados nos congregamos algunos de los que habíamos estado en el antiguo Partido Socialista. Formamos un pequeño grupo, Vanguardia Nacionalista Popular. Participábamos en diversas tareas programadas en el Frente Unido. No teníamos actividades políticas independientes. El lanzamiento de Camilo a la política fue el 22 de mayo de 1965, desde el balcón de la oficina del Consejo Superior Estudiantil. Lo presentó Andrés Almarales, compañero nuestro en la Vanguardia Nacionalista Popular. La asistencia de estudiantes fue numerosa.

En septiembre de 1965, en una reunión de nuestro grupo, hicimos un análisis del Frente Unido. Coincidimos en que este era un movimiento aluvional. Camilo en ciudades grandes y pequeñas llenaba las plazas. En algunas de esas ciudades se nombraban comités de coordinación, pero no había un plan de creación de una estructura de partido político que organizara de manera permanente a la gente que se manifestaba dispuesta a incorporarse al Frente Unido. Redactamos una carta sobre este punto y le solicitamos una reunión a Camilo para transmitirle nuestras inquietudes. Aceptó nuestra solicitud y nos invitó a su apartamento. Nos recibió con la amabilidad que le era característica. Le expuse los argumentos que contenía la carta, los oyó con atención, los calificó de importantes y nos prometió que los iba a estudiar. Conversamos un rato sobre cuestiones relativas al Frente Unido y nos despedimos con la confianza de que tendríamos una segunda reunión con él. No fue así porque al mes siguiente se incorporó a la guerrilla. Después nos enteramos, por la publicación de unas cartas cruzadas entre Camilo y Vásquez Castaño, el jefe del ELN, en el mes de julio, que el fundador del Frente Unido se había comprometido a irse para el monte cuando sintiera que no podía continuar en la legalidad. Ese momento llegó en octubre. Se concluye de lo anterior que Camilo nunca estuvo interesado en formar un partido político, porque no creía en una lucha política a largo plazo. Estaba convencido de que la revolución era para ya, según lo proclamaba la estrategia diseñada por Fidel Castro para los países latinoamericanos.

En 1966, en la FUN, tuve que confrontar de nuevo la idealización cubana sobre la revolución armada. Se efectuó una reunión del Consejo Directivo de la FUN con delegados de todas las universidades afiliadas. Ese Consejo era una estructura intermedia entre la Asamblea General y la base estudiantil. Nos reunimos en el salón 104 del edificio de Sociología. Y empezando la reunión los delegados de la Universidad Industrial de Santander propusieron que la FUN se declarara en insurrección. La propuesta fue recibida con mucho entusiasmo y algunos minutos de aplausos atronadores. Yo estaba dirigiendo la reunión. Cuando finalizaron los aplausos les dije que sentía mucho echarles un baldado de agua fría, pero si se aprobaba esa propuesta era ni más ni menos decretar la destrucción de la FUN, una federación universitaria, con personería jurídica, dedicada a asuntos gremiales dentro de un marco legal y que inmediatamente sus integrantes quedarían en la ilegalidad y la policía y el ejército actuarían en consecuencia. Les puse algunos ejemplos de lo que sucedería. Se quedaron callados, pero después intervinieron algunos dándome la razón. Les anuncié que iba a retirarme de la Secretaría de Organización y que no iba a continuar en ese cargo; mi intervención fue tan convincente que incluso me pidieron que no renunciara y me aplaudieron. También eran jóvenes ilusionados con la idea de que la revolución estaba a la vuelta de la esquina.

NBEP. ¿Cómo eran esos ambientes académicos cuando entró? ¿Fueron docentes suyos el profesor Fals, que para la época era decano y el padre Camilo Torres? ¿Qué otros docentes recuerda?

HEPR. En la parte académica, en 1963, el componente de sociólogos en la Facultad de Sociología era muy escaso. Camilo había renunciado el año anterior. Fals Borda nunca nos dictó clases. Durante la carrera tuvimos un curso de Sociología Sistemática con María Cristina Salazar en 1964, un recorrido por temas de la sociología tales como las clases sociales, la familia, el Estado, etc. No era teoría en el sentido de consulta de los clásicos, cuyo estudio introdujo Darío Mesa en 1965 con su curso de un año sobre Weber, con base en las obras del autor. Recibimos clases de antropólogos, Enrique Valencia, Metodología, y Milciades Chaves, Geografía; de historiadores, Jesús Arango, Juan Friede, Jaime Jaramillo Uribe; de un filósofo, Tomás Ducay, un abogado, Eduardo Umaña Luna y un profesor de Estadística, Carlos Navarro.

En 1965 se aprobó la Reforma Patiño, que redujo 27 Facultades a 10. Se fundamentó en el modelo norteamericano de universidad, dos grandes facultades de ciencias básicas, departamentos, estudios generales y semestralización. En ese año se inauguró el edificio de Sociología.

NBEP. ¿En qué año terminó materias?

HEPR. En 1966, y me gradué en 1968 porque hice los dos años de la maestría. Me casé en 1964 y trabajaba medio tiempo dictando clases en un colegio de bachillerato. La tesis de grado me la dirigió Guillermo Briones.

NBEP. ¿Qué tal era el profesor Orlando Fals como académico?

HEPR. Fals, me contaban los que tuvieron cursos con él, no era buen profesor. En cambio, era buen investigador. En esos años publicó dos libros de su especialidad, la sociología rural, y participó en la investigación sobre la violencia en Colombia.

NBEP. ¿Cuál es su apreciación personal y académica sobre el profesor Eduardo Umaña Luna, figura importante de la intelectualidad colombiana, | coautor con Orlando Fals Borda y el padre Guzmán del libro La Violencia S en Colombia, defensor de los derechos humanos y quien ejerció hasta su muerte como docente de la Universidad Nacional de Colombia, tanto en -1 el Departamento de Sociología como en la Facultad de Derecho?

HEPR. Para mí, Eduardo Umaña Luna era esencialmente un abogado, « un jurista. Su mentalidad era muy definida en ese campo del quehacer ° intelectual. Había leído y conocía de la sociología. Su tarea docente giraba ¡¿ en ese contacto de lo sociológico con lo jurídico. Desde el punto de vista > académico, en la primera época del Departamento de Sociología, fue un buen colaborador, como lo fueron otros que no eran sociólogos. Él era muy buen conversador, muy afable en la comunicación con la gente. Tenía unos antecedentes de posiciones políticas de izquierda que le reconocían y lo admiraban en la universidad. Años atrás había sido parlamentario. Ya en la vinculación de dedicación exclusiva al Departamento de Sociología pude apreciar siempre sus conocimientos, porque conversábamos con mucha frecuencia. Vivíamos cerca de la universidad y hacíamos el camino juntos desde el departamento hasta nuestras casas. Siempre manifestó un interés muy vivo por las cosas de la universidad y de la política y escribió varios libros y ensayos. Prestó un servicio muy útil al departamento. Estuvo en los periodos más difíciles, en los que había muy pocos profesores y cubría sus cátedras. En la década de 1990 lo eligieron para la representación profesoral ante el Consejo Superior. Dictó cátedras en la Facultad de Derecho y allí lo nombraron decano. Esto es lo que recuerdo de Eduardo Umaña Luna. Fuimos colegas y amigos durante varios años.

NBEP. ¿Qué recuerda de Enrique Valencia?

HEPR. Enrique sabía de metodología y tenía muy buen entrenamiento en la parte práctica del trabajo de campo. No permaneció mucho tiempo en Colombia. Regresó a México, en donde había cursado su posgrado.

NBEP. ¿Y de Milciades Chaves?

HEPR. Milciades nos dictó geografía en segundo año, materia que conocía muy bien. Después de 1964 no lo volví a ver.

NBEP. Antonio García dictó cursos de sociología rural para el Departamento de Sociología. ¿Cómo fueron sus relaciones con él? ¿Qué recuerdo tiene de su actividad académica y política?

HEPR. A Antonio lo conocí en 1956, cuando vine de visita a Bogotá desde Buenos Aires y ya teníamos el Comité Socialista en dicha ciudad. Me invitó a una reunión con los militantes de esa época. Luego regresé a Buenos Aires y en una tula llevé varios de sus libros y los repartí allá, en primer lugar, a los compañeros y después a algunos de los amigos políticos socialistas y de la izquierda. Cuando regresé a Bogotá definitivamente en diciembre de 1958, él no estaba en Colombia. Había iniciado un periplo como asesor en reforma agraria en varios países de América Latina. También trabajó en la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Dirigía el Partido Socialista desde el exterior. En mi condición de coordinador me tocaba mantenerlo al día sobre la marcha del partido. Me escribía, yo le contestaba, hacía análisis, recomendaciones. Cuando venía a Colombia reuníamos los grupos, especialmente en Bogotá, Medellín y Cali y yo me encargaba de darle las pistas para las intervenciones que se programaban con él. Esto lo detallo porque también fue una experiencia negativa para mí, pues no me parecía funcional esa situación. En la práctica teníamos un partido incipiente, con cuadros jóvenes, inexpertos, pero sin jefe. ¿Cómo iba a funcionar así un partido? Llegó el momento de tomar la decisión de integrarnos al FUAR en 1961 y la tomamos sin consultarle. Lo cierto es que no podía opinar porque todavía no regresaría del todo, debido a sus compromisos en el exterior.

En lo personal, tenía una gran simpatía hacia Antonio. Pero el hecho es que él era básicamente un intelectual, un investigador, un académico. No era un político, en el sentido cabal de la palabra. El político es un individuo que posee ciertos dones y capacidades que él no tenía. Sus mayores méritos derivan de su paso por la academia: fundó la Facultad de Economía en la Universidad Nacional y contribuyó a la de la Universidad Tadeo Lozano, escribió numerosos libros sobre economía y política. Y son incontables sus ensayos sobre otros temas, indigenismo, literatura, historia. Desde muy joven fue profesor universitario. En la última década de su vida fue Vicerrector Académico de la Universidad Nacional y profesor de la Facultad de Economía. Independientemente de mi crítica a su condición de político, debo decir que considero a Antonio García uno de los intelectuales más valiosos de nuestro país y guardo por él aprecio y admiración.

NBEP. ¿Trabajó Antonio García con Gaitán?

HEPR. Sí. Él trabajó con Gaitán. Fue su asesor en el periodo en que Gaitán se reincorporó al partido liberal en la década de 1940. Antonio elaboró la parte económica de un programa del partido que presentó Gaitán en el Parlamento. No fue aprobado.

NBEP. ¿Cómo fue el tránsito de estudiante a profesor?

HEPR. En el primer semestre de 1968 me gradué y en el segundo me nombraron instructor asociado en el Departamento de sociología. Hice la tesis bajo la dirección de Guillermo Briones. Fue un trabajo sobre las ideas políticas en los jóvenes universitarios. Realicé entrevistas en la Universidad Libre, donde yo dictaba un curso en el programa de Educación en el horario nocturno. Las primeras materias que dicté en la Universidad Nacional fueron de servicio, de Introducción a la Sociología en Trabajo Social y en Economía. En 1969, asumí la cátedra de Metodología en la carrera. Cuando se retiró Julio Puig me encargué del curso sobre Durkheim.

NBEP. Julio Puig fue el primer docente de una cátedra sistemática de Emilio Durkheim en la Universidad Nacional de Colombia y en el país. ¿Qué recuerdo tiene de él?

HEPR. Era inteligente, muy discreto y buen profesor. Julio se fue muy pronto para la Universidad de Antioquia. Se orientó por la sociología del trabajo y se incorporó a la Escuela Sindical de Medellín

NBEP. ¿Qué otro profesor recuerda de aquellos años?

HEPR. Lionel Massun, belga, quien fue sometido a un juicio público promovido por estudiantes de Sociología en una asamblea, en 1969, a raíz de su colaboración con Philip Raup, un norteamericano que vino a Colombia a recoger información para su tesis de doctorado en sociología rural. Como Raup estaba investigando a los campesinos colombianos, en el contexto de la época, agitada por el Plan Camelot, un proyecto como el suyo en sociología rural en América Latina, acusado de intervención imperialista, dio pie a los estudiantes de izquierda para calificar su proyecto como parte de esa intervención. Los acusaron a ambos de ser espías. No valió que Raup explicara en qué consistía la investigación, dando a conocer los cuestionarios que aplicó, ni que mostrara una carta de Noam Chomsky, profesor de su universidad, reconocido lingüista y activista de izquierda, respaldándolo. Massun tuvo que irse. Ese mismo año y mediante un procedimiento semejante, en asamblea de estudiantes de Sociología, enjuiciaron a Fals Borda y María Cristina Salazar, por considerarlos agentes del imperialismo.

NBEP. Volvamos a sus inicios en la carrera docente en la Universidad Nacional de Colombia. ¿Cómo fueron aquellos años en el Departamento de Sociología?

HEPR. Cuando empecé mi carrera docente, en 1968, estaba en pleno vigor la arremetida del grupo de estudiantes anteriormente citado contra las fundaciones norteamericanas en la Universidad, lo que determinó el retiro de la financiación que aportaba la Fundación Ford, financiación destinada al pago de los salarios de los profesores latinoamericanos contratados para la Maestría en Sociología. Ellos eran Guillermo Briones y Luis Ratinoff, chilenos; Jorge Graciarena y Ángel Federico Nebbia, argentinos; y Germán Rama, uruguayo. Varios egresados hicimos esa maestría. Entre ellos Anita Weiss, Francisco Leal y Fernando Uricohechea. Terminé las materias, pero no me gradué, porque mis obligaciones en el Departamento no me dejaban tiempo para dedicarme a la tesis. Los estudiantes alegaban una influencia ideológica de la Ford a través de la maestría, lo cual no era cierto. Los profesores mencionados era académicos serios y calificados y de ninguna manera comprometidos con las políticas de Estados Unidos para América Latina. De eso dábamos fe quienes fuimos sus alumnos. Pero los jueces no se interesaron en conocer nuestra opinión.

Fals Borda había gestionado el convenio con la Ford, pero en 1969 no estaba en la universidad. Renunció en 1966. A mediados de este año se realizó una reunión en el vestíbulo del edificio de Sociología en la que estuve presente. El motivo era la despedida que se le hacía a Fals Borda, quien había renunciado a su cargo de profesor y se iba del país. Virginia Gutiérrez de Pineda intervino con unas emotivas palabras de despedida. Fals contestó en un breve discurso en el que confirmó su renuncia y su viaje a Ginebra a asumir un cargo en una entidad internacional. Casi simultáneamente, o un semestre después, renunció María Cristina Salazar, así que los que quedaban en el departamento eran Gulh, Fornaguera, Escalante, antropólogo -que salió poco después para Estados Unidos a hacer una Maestría en Sociología Rural-, Umaña Luna y Darío Mesa. El Consejo Directivo de la Facultad recurrió entonces a los profesores del Pledes. Nombró director del departamento a Guillermo Briones, quien estuvo en el cargo entre 1966 y 1967. Luego nombraron director a Ángel Federico Nebbia. En 1969 Nebbia se fue de Colombia y la Facultad se encontró con la dificultad de nombrar su reemplazo. Aparte de mí, recién llegado, no había ningún sociólogo para nombrar en ese momento. El Consejo Directivo de la Facultad decidió encargar la dirección de Sociología al director de Economía, Bernardo García. Economía era un departamento de la Facultad de Ciencias Humanas, unos años después se convertiría en Facultad. Bernardo asumió de buena voluntad y, como no disponía de mucho tiempo, solicitó un sociólogo que le ayudara en la dirección del Departamento de Sociología. Me nombraron entonces director de carrera, cargo introducido por la reforma de 1965.

Bernardo García informó al final de 1969 que no podía continuar dirigiendo en Sociología, entonces el Consejo Directivo de la Facultad me nombro director del Departamento. Así fui nombrado. Llegue ahí por una crisis. En 1966, el Departamento quedó sin cabeza, en esta coyuntura los dos profesionales extranjeros que habían venido para el Pledes pudieron quedarse por un tiempo, ya con los sueldos de la Universidad Nacional, pero una vez que se fueron quedó un vacío que terminó cuando me nombraron director del Departamento. Entonces yo tuve que asumir la organización del nuevo plan de estudios, una tarea que demandaba mucha inversión de tiempo porque había que empezar desde la base a crear condiciones nuevas, con nuevos profesores.

Bernardo había vinculado varios profesionales a la docencia. Uno de ellos, un joven ciego, de apellido Ocampo, que había estudiado sociología en Estados Unidos. Se movilizada con facilidad debido a que su lazarillo era un perro muy bien entrenado. Él iba con su perro, un pastor collie y cuando hacíamos las reuniones de profesores el perro se echaba ahí, en el suelo, junto a su amo. Al finalizar el periodo escolar Ocampo se fue. Bernardo también contrató a un sociólogo colombiano, Germán Bravo Casas, que había estudiado en la Universidad de Lovaina y era un especialista en Parsons; a Álvaro Camacho y Nora Segura, recién llegados de Estados Unidos; a Magdalena León, Rodrigo Parra y Humberto Rojas, los dos últimos instructores del Departamento que se encontraban próximos a terminar su comisión remunerada de la universidad para cursar el doctorado en Estados Unidos; a Carlos Castillo, instructor, quien había regresado de Lovaina, a donde viajó con comisión de la Universidad; y a Francisco Leal.

En ese año, 1969, un grupo de profesores escribimos el documento "Colonialismo y Sociología", en el que se incluyó la exposición de motivos del nuevo plan de estudios, la estructura de sus materias y un análisis del plan anterior. En 1970, fue presentado al Congreso de la Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS) en México. Los dos delegados del Departamento a dicho Congreso fueron Álvaro Camacho y Francisco Leal.

El profesor Hésper le muestra al entrevistador una dedicatoria a él de un libro del profesor Darío Mesa, La revolución científico-técnica y el colapso del socialismo real (Medellín, 2010) que dice así: "Para Hésper, sin cuya claridad y energía no hubiese sido posible la realización de nuestro proyecto académico"

* Entrevista realizada entre junio del 2015 y abril del 2016, como parte de los proyectos de la Sección de Teorías Sociológicas del Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

Cómo citar esta entrevista: Pérez, H. E. (2020). Entrevista al profesor Hésper Eduardo Pérez Rivera por N. B. Esguerra. Revista Colombiana de Sociología, 43(1), 281-302.

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