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Acta Medica Colombiana

Print version ISSN 0120-2448

Acta Med Colomb vol.36 no.3 Bogotá July/Sept. 2011

 

Educación y Práctica de la Medicina

Homenaje al Dr. Roso Alfredo Cala Hederich Ex presidente de la ACMI®

Tribute to Roso Alfredo Cala Hederich, MD

Efraím Otero • Bogotá, D.C. (Colombia)

*Discurso del Dr. Efraím Otero Ruiz en la inauguración del XXIII congreso ACMI®-ACP "Roso Alfredo Cala Hederich". Bucaramanga, agosto 11 de 2011. Dr. Efraím Otero Ruiz: Ex ministro de Salud, miembro Emérito de la ACMI®. Bogotá, D.C.(Colombia).

Correspondencia: Dr. Efraím Otero Ruíz. Bogotá, D.C. (Colombia).
E-mail: otero.efraima@gmail.com

Recibido: 17/VIII/2011 Aceptado: 18/VIII/2011


Se estremece la tierra que le vio nacer, al repetir que este Vigésimotercer congreso lleva el nombre de Roso Alfredo cala Hederich, quien durante casi medio siglo brilló como luminaria de Santander en los anales de la educación médica, la medicina interna y la nefrología de Colombia.

En él se unieron dos apellidos que por más de una centuria dieron lustre vital a su patria. El uno, originario de El Socorro, produjo una cauda de gobernantes y hombres públicos del antiguo Estado Soberano y se vinculó desde muy pronto con otro británico, philips. Ambos, extendidos a Cundinamarca, prosiguen hasta hoy con su cosecha de científicos, de economistas, de administradores y hombres probos extendidos a todas las ramas del conocimiento en las esferas privada y pública. El otro apellido, prusiano, emanado de la dispersión que causó la comuna de Berlín de 1848, hizo parte de ese grupo de alemanes más que nobles que, a diferencia de nuestros antepasados ibéricos, vieron en Colombia El dorado de sus productos naturales y sus industrias y en un medio agreste y montañoso se dedicaron con corazón y con tesón a hacer patria.

Sería imposible, en estos breves momentos inaugurales, resumir una carrera que cubrió quizás las cuatro décadas más importantes de la medicina santandereana, acabalgada entre el final y el comienzo de los dos últimos milenios. Egresado de la Universidad Nacional en 1957 donde fue alumno de sus dos arquetipos en medicina interna, los profesores Carlos Trujillo Gutiérrez y Alfonso Uribe Uribe, Roso Alfredo pronto vio trazado su destino en esta disciplina. En ese momento, con una Francia desangrada y apenas en proceso de recuperación, el respice polum se hallaba en los Estados unidos. Salvo raras excepciones, hacia allá la emprendimos todos los egresados en esa década, buscando las oportunidades que el resurgimiento fexneriano de posguerra le estaba dando pujantemente a la educación médica norteamericana.

A su regreso a comienzos de los sesenta, después de haberse especializado en patología y medicina interna en Atlanta y en Gainesville, comenzó a trabajar no sólo en esa especialidad sino en quizás la primera sociedad regional, después capítulo, de medicina interna, unido al grupo de colegas y amigos que estaban convencidos de la necesidad de una facultad de medicina en esta ciudad y propugnaban por su creación. Con ellos, provenientes de diversas disciplinas, insistía mucho en la norma de la autenticidad en el creer y en el obrar. Con esos objetivos en mente se creó la Facultad -dentro de otros cuatro programas de pregrado en salud de la Universidad Industrial de Santander-, la cual inició labores en 1967 con Roso Alfredo como su primer decano, teniendo él que ocuparse, en numerosos viajes a Bogotá y otras capitales, del diseño curricular que en esos momentos se transformaba en el país a pasos agigantados, gracias a las reformas introducidas en su alma mater e impulsadas al tiempo por las que se habían introducido en las facultades de cali y medellín desde mediados de los 50. Básicamente el plan de estudios consistía en tres ciclos de dos años de duración cada uno: un primer ciclo básico general, un segundo de ciencias básicas médicas y un tercero de ciencias clínicas, seguidos de un séptimo año de internado rotatorio. Para ello fue vital su vinculación con la asociación colombiana de medicina interna-que llevaba apenas unos pocos años de creada- y con el American College of Physicians-del que fue becario en el chaning laboratory en Harvard en 1974-, al que perteneció desde 1968. Son ellos los que, con la denominación y celebración de este congreso, han querido consagrar y grabar indeleblemente su nombre.

Muy temprano desde su ejercicio de la medicina interna había atraído poderosamente su atención el problema de la hipertensión arterial y sus relaciones con la disfunción renal, tan actual en esa época. Lector ávido de los trabajos de Kolff y Merrill, pronto se interesó por la diálisis peritoneal en el tratamiento de la insuficiencia renal aguda -recordemos que los grandes avances tecnológicos y quirúrgicos se demorarían en llegar todavía algunos años- y procedió a brindar a sus pacientes aquella técnica. Sus residentes del viejo Hospital de San Juan de Dios lo recuerdan adaptando tubos de vidrio en y a tubos plásticos desechables de suero fisiológico perforados y sellados por él mismo y logrando, tras arduas jornadas en que no se despegaba de la cabecera del paciente, los mismos resultados óptimos que después vendrían a obtenerse con los catéteres de Tenckhoff ya obtenibles comercialmente. Era el triunfo del talento investigador y clínico aplicando tecnologías apropiadas a un medio de escasos recursos. Los resultados fueron presentados con éxito en 1966 en uno de los primeros congresos nacionales de medicina interna.

Ya superada su experiencia educativa y académica y convencido de la necesidad de establecer en esta ciudad un centro nefrológico de primera categoría, no vaciló en dejar una práctica profesional exitosa para irse a realizar estudios avanzados en nefrología en la Universidad de Rochester, Nueva York, entre 1969 y 1971, que aplicaría concienzudamente a su regreso. Posteriormente los complementaría con una beca del British Council en Oxford en 1987. Logrando formar en dicho centro una pléyade de investigadores, muchos de ellos hoy aquí presentes, que serían después profesores, decanos o académicos, y autores, junto con su mentor, de una serie importante de publicaciones entre las que se destacó su texto de nefrología.

Para los amigos que lo visitábamos con frecuencia en aquellas épocas, no parecería que iba a alcanzarle el tiempo con tan ponderosas ocupaciones. Sin embargo, pudo dedicarse, como lo había hecho desde el extranjero, a perfeccionar su cultura general, musical y literaria; y al lado de escuchar sus clásicos preferidos, dedicarse a escribir las biografías de quienes fueron sus arquetipos médicos y políticos más admirados: Martín Carvajal Bautista, Francisco Espinel Salive, Carlos Trujillo Gutiérrez y Ramón González Valencia "El hombre de Iscalá", como se tituló su ensayo biográfico. De él dijo el nunca bien lamentado Alvaro Gómez Hurtado en el prólogo que escribiera para dicho libro y que resume la vida de Roso Alfredo: El doctor Cala Hederich, ilustre paisano del estadista, respalda su investigación con el prestigio que decora su vida y el ejercicio de una gran vocación humanística que lo ha llevado a ocupar sitios de honor en centros académicos y a prestar su concurso en el servicio público.

Su experiencia en Bucaramanga compiló cerca de 25.000 pacientes atendidos, de los cuales 40% fueron problemas nefrológicos; y más de 60 publicaciones entre trabajos científicos y libros. Su vida privada y pública fue tan franca y cristalina, tan avallasadoramente transparente, que, como dije en la nota necrológica que escribí hace siete años, a él podrían aplicarse los dos endecasílabos que escribió Jorge Robledo Ortiz, el poeta antioqueño, en homenaje a su abuelo:

Nunca conoció el dolo, ni recorrió el atajo que crucifica el alma sobre la cobardía.

Ello no obstó, seguía yo diciendo, para que, en la cima de su prestigio, fuera también víctima de injustas acusaciones de las que salió indemne, pero con la amargura que dejan el desdén y la ingratitud, especialmente cuando provienen de gentes a las que uno no hizo en su vida sino beneficiar. Por eso mismo, ya jubilado y profesor emérito de la UIS, decidió en 1989 trasladarse a Bogotá, donde desempeñó con lujo los cargos de profesor titular de medicina de la Juan n. corpas y profesor de nefrología de la Universidad Nacional y donde estaba ya establecida gran parte de su numerosa familia y de sus amigos más cercanos. Pero allá como aquí su dedicación, la esencia de su vida profesional siguió siendo su consultorio de internista y de nefrólogo que atendió abnegadamente hasta poco antes de su muerte en octubre del 2003, próximo a cumplir 72 años. Convencido, como estuvo toda su vida, del dictamen de Sir Thomas percival el eticista inglés que, doscientos años antes parecería haber trazado la norma que rigió toda su vida: La ternura administrada con firmeza, la condescendencia con autoridad, como uno de los deberes primordiales del ejercicio médico. Así ejerció y así lo transmitió a sus alumnos y a sus pacientes.

Pero en el fondo se escondía el humanista y humanitarista que muchos no conocieron. El que gozaba con los relatos de Dickens y de Mark twain o con los versos del "tuerto" López y de Torres Durán, que a veces recitaba a escondidas. Por la pintura y la música nos unía un parentesco común con domingo Moreno Otero, casado con su tía Delia, pianista y violinista notable. Por eso era imprescindible repasar en su apartamento y en su 'teatro en casa' sus colecciones pictóricas (asesorados por su esposa marina, notable historiadora, escritora y crítica de arte, quien por motivos de salud no pudo acompañarnos esta noche) al compás audiovisual de las sonatas de Bach o las óperas de Verdi, que ocuparon intensamente los últimos lustros de su vida. Con ellas nos deleitó también en memorables sesiones de la Academia Nacional de Medicina, a la que pertenecía desde 1973, como Miembro de Número desde 1981.

Su primer orgullo fue siempre el de ser bumangués y santandereano. Lo llevaba como una coraza y como un airón en foros nacionales o internacionales donde siempre hizo destacar el nombre de su patria. Sin falsas modestias pero también sin reticencias. como dijo de él hace seis años Germán Gamarra, uno de sus más fieles colaboradores y amigos: gran inteligencia, disciplina, laboriosidad infatigable, arraigada confianza en sí mismo, liderazgo y ensoñación, pero, lo más importante, visión de futuro, que le permitió ver más allá del horizonte y con mayor claridad que a los otros.

Así lo recordaremos en este y en muchos otros congresos por venir.

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