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Acta Medica Colombiana

Print version ISSN 0120-2448

Acta Med Colomb vol.38 no.4 Bogotá Oct./Dec. 2013

 

Editorial

De Senectute

De Senectute

Eugenio Matijasevic*

* Editor General,
Acta Médica Colombiana. Bogotá, D.C. (Colombia).
E-mail: eugenio.matijasevic@gmail.com.

Recibido: 09/XII/2013 Aceptado: 10/XII/2013


En uno de los documentales más bellos que se hayan rodado nunca, un cineasta deja discurrir libremente ante la cámara a su padre escritor. Quien filma es un hombre ya en los 65 años, edad de retiro oficial en la mayoría de los países del orbe (1) (aunque el Banco Mundial, el Fondo Monetario internacional y la organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos promueven posponerla). Quien habla ante la cámara, un hombre pleno de vitalidad, deja saber con frecuencia, sin embargo, que sabe que su fin está cerca. Cuando nos revela su edad comprendemos que esta insistencia en el fin no se debe a que se encuentre enfermo sino, simplemente, a que se aproxima a los cien años de edad y tiene clara conciencia de que existe un límite a la esperanza. Retozón a ratos, irónico con frecuencia y de un fino humor siempre, en cada una de sus respuestas nos da una lección de vida y en cada uno de sus recuerdos el homenaje nostálgico a su propio pasado y al pasado común de América Latina. Si hubiese vivido en la Grecia clásica lo habrían declarado un σoφoí (sophoi: sabio). De todas maneras en la Argentina, su país de origen, cumplió ese papel con creces. De hecho fue el encargado, a los 73 años, de dirigir la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, que daría origen menos de un año después al sobrecogedor informe Nunca Más, que sigue siendo punto de referencia para todos los estados que necesitan saldar cuentas con su pasado violento (2).

A medida que en el film se suceden las intervenciones del entrevistado es evidente, sin embargo, que su discernimiento de que hay un límite a la longevidad no le impide anhelar que el asunto fuese de otro modo. Al ser interrogado sobre la duración de su vida dice sin ambages: "Me gustaría ser eterno… o al menos vivir una cantidad razonable de años, digamos mil, dos mil años". El entrevistado no es otro que (ya lo habrán adivinado) Ernesto Sábato, a los 98 años, un año antes de su muerte, retratado por su hijo Mario (3).

Sábato, por supuesto, no sólo está enunciando uno de sus deseos más profundos, está hablando de uno de los anhelos más antiguos y arraigados en el ser humano, pero, como muchos antes que él, se equivoca al formularlo. Si al hacer explícito su deseo se le hubiese aparecido a Sábato el hada madrina y le hubiera concedido lo que anhelaba habría sufrido el mismo terrible destino de Titono.

Según algunos, dice Robert Graves, titono y Ganimedes eran hijos del rey de Troya Tros. Eos, la Aurora, se enamoró de los jóvenes y los raptó, pero Zeus, a su vez, quería a Ganimedes en su morada y se lo arrebató a Eos. Esta, molesta pero obediente con el padre de los dioses, le pidió un regalo que le compensara la pérdida de Ganimedes a lo que el supremo asintió. Eos, una diosa inmortal, anhelando tener para siempre a su lado a Iitono, su amado mortal, pidió para él (al igual que Sábato) la vida eterna y Zeus (a diferencia de lo que le ocurrió a Sábato) se la concedió (4). De hecho, Titono aún vive, no murió nunca, pero desde esa época lejana viene envejeciendo de manera continua. En el Himno a Afrodita de los Himnos Homéricos, el poeta del siglo VII AEC que se hace pasar por Homero nos cuenta que, como todos los mortales, "mientras la muy amada juventud lo poseía" Titono se deleitó con Eos, la del trono dorado, conviviendo con ella en los confines de la tierra; pero cuando comenzó a encanecer "la venerable aurora se apartó de su lecho". Continuó, sin embargo, cuidándolo, alimentándolo con ambrosía, el alimento de los dioses que confiere la inmortalidad, vistiéndolo con hermosos trajes y conservándolo en su palacio. Pero "cuando ya lo abrumaba la odiosa vejez con todo su peso y él ya no podía ni mover ni levantar sus miembros", Eos "lo dejó en una habitación y cerró sus brillantes puertas" (5) en donde, dicen otros, se transformó en una especie de cigarra imperecedera que canta sin descanso llamando a la muerte inalcanzable para que venga a liberarlo de su eterno suplicio.

Al igual que Eos, Sábato comete el error de requerir la inmortalidad en lugar de la eterna juventud y ya sabemos que este error trae consecuencias nefastas. La descripción más dramática del resultado derivado de alcanzar la inmortalidad sin la eterna juventud no pertenece a la mitología sino a la literatura y se debe a la pluma de un tal Lemuell Gulliver, presunto cirujano transformado por azares del destino en capitán de varios navíos, autor de un libro de viajes denominado Travels into several remote nations of the world (6), publicado en 1726. El capitán Gulliver, amén de sus conocidas descripciones de Lilliput y Brobdingnag (mejor conocidos como el país de los enanos y el país de los gigantes, respectivamente) hizo interesantes descripciones, si bien menos conocidas, de tierras tan lejanas como laputa, Balnibarbi, Luggnagg, Glubbdubdrib, Japón y el país de los Houyhnhnms (o país de los caballos). En Luggnagg, en algún momento entre el 5 de agosto de 1706 y el 16 de abril de 1710, fechas del inicio y fin de su tercer viaje, Gulliver conoció a los struldbrugs.

Según cuenta él mismo, un día en Luggnagg, mientras departía con algunos conocidos con quienes se comunicaba en la lengua de Balnibarbi pues aún no había aprendido la del lugar, alguien le preguntó si había tenido ya la oportunidad de conocer a uno de los struldbrugs. Intrigado por la pregunta, Gulliver quiso averiguar más y por lo que le contaron supo que la palabra en cuestión significaba en lengua de Balnibarbi algo que podríamos traducir aquí y ahora al castellano por "inmortales". Más intrigado aún, Gulliver suplicó que le explicaran qué podía significar ese término aplicado a criaturas mortales. Entonces le contaron que, muy de cuando en vez, nacía en Luggnagg un niño o niña con una mancha roja sobre la ceja izquierda, signo indudable de que no moriría nunca (7). Gulliver se explayó en elogios para con el país ("¡Nación feliz ésta, en que cada nacido tiene al menos una contingencia de ser inmortal!") y para con los inmortales ("¡felicísimos sobre toda comparación estos excelentes struldbrugs, que, nacidos aparte de la calamidad universal que pesa sobre la naturaleza humana, gozan de entendimientos libres y despejados, no sometidos a la carga y depresión de espíritu causada por el continuo temor de muerte!"). Finalmente, cuando Gulliver salió de su rapto de elocuencia y dejó de alabar a los inmortales, su interlocutor le pidió permiso, dirigiéndole una de esas sonrisas que "procede de piedad por la ignorancia", para transmitirle sus ideas a los otros comensales, a quienes les tradujo en el idioma de Luggnagg lo que Gulliver había expresado en la lengua de Balnibarbi con respecto a los inmortales. Estuvieron discutiendo un buen rato entre ellos, pero parecía que no conseguían ponerse de acuerdo sobre el punto que tanta admiración le había causado a Gulliver, así que, por medio de quien para ese momento ya se había convertido en el intérprete no oficial de la reunión, le hicieron una pregunta: ¿qué norma de vida se hubiese trazado Gulliver si hubiera sido su suerte nacer struldbrug?.

Gulliver no tuvo que meditar mucho su respuesta acostumbrado como estaba a soñar con lo que haría si fuese rey, general, gran señor o, cómo no, "si tuviese la seguridad de vivir eternamente". Lo primero que haría, refiere Gulliver, sería acumular riquezas mediante el ahorro y la buena administración de tal manera que en los primeros 200 años llegaría a ser el hombre más rico del reino. Garantizada su estabilidad económica se dedicaría a estudiar las artes y las ciencias, rodeándose siempre de los más sabios, hasta aventajar a todos en erudición. Alcanzada esta meta, sabio y rico, se dedicaría a registrar cuidadosamente todo acontecimiento público, describiendo de manera imparcial el carácter de los príncipes, dinastía tras dinastía, anotando los cambios en las costumbres, en los vestidos, el idioma, las diversiones… "sería un tesoro viviente de conocimiento y sabiduría, y la nación me tendría, ciertamente, por un oráculo" termina Gulliver, arrebatado por su propia capacidad de imaginar su futuro como inmortal.

Su anfitrión cae en ese momento en la cuenta de que Gulliver está imaginando un futuro eterno en el que siempre estaría en lo mejor de su juventud y no "una vida eterna con las desventajas que la edad avanzada trae consigo" y le dice que el sistema de vida que Gulliver imagina es irracional e injusto, porque supone "una perpetuidad de juventud, salud y vigor que ningún hombre podía ser tan insensato que esperase, por muy extravagantes que fuesen sus deseos". Le describe entonces toda la triste realidad: los struldbrugs envejecen como todo el mundo y al llegar a los noventa años, además de que se les caen los dientes y el pelo y pierden el gusto, "olvidan las denominaciones corrientes de las cosas y los nombres de las personas, aun de aquellas que son sus más íntimos amigos y sus más cercanos parientes".

Cuenta, además, que nadie en Luggnagg se alegra cuando nace un struldbrug pues constituyen una carga emocional y financiera para la familia en la que vienen al mundo y, de hecho, a partir de los 80 años, los struldbrugs son declarados "incapacitados para todo empleo de confianza o de utilidad; no pueden comprar tierras ni hacer contratos de arriendo, ni se les permite ser testigos en ninguna causa civil ni criminal, aunque sea para la determinación de linderos y confines", es decir, son declarados legalmente muertos y si están casados se declara anulado el matrimonio y sus herederos toman posesión de sus bienes dejando una parte pequeña para la manutención del struldbrug mientras que los más pobres quedan a cargo del estado. Gulliver confiesa que tuvo la oportunidad, más tarde, a lo largo de su tercer viaje, de conocer cinco o seis struldbrugs y deja entrever que tuvo desde entonces la diáfana claridad de que no aspiraría nunca jamás (ni él ni su alter ego Jonathan Swift) a la inmortalidad.

Sir William Osler, a quien muchos consideran el padre de la Medicina Interna (soslayando nuestros orígenes alemanes en la Innere Medizin de la segunda mitad del siglo XIX), quién lo creyera, pensaba igual que los habitantes de Luggnagg, con la diferencia que para él la edad límite a la que había que declarar la muerte social de una persona no era a los 80 años sino a los 60 y pretendía que esa norma se aplicase a todos por igual (no sólo a los struldbrugs puesto que, a diferencia de Gulliver, no tuvo la oportunidad de ver ninguno a lo largo de su vida), incluido él mismo. En efecto, el 22 de febrero de 1905, a los 55 años, en la conferencia de despedida que dio cuando abandonó la Facultad de Medicina de la Universidad Johns Hopkins, la misma que había ayudado a crear 16 años antes, para convertirse en Regius Professor of Medicine en la Universidad de Oxford, afirmó, para empezar, que "el trabajo verdaderamente efectivo, movilizador y vitalizante del mundo se realiza entre los 25 y los 40 años" y de esa edad en adelante todo va cuesta abajo. De hecho, para él, los hombres mayores de 40 años son comparativamente inútiles, pues si tomáramos "la suma de todos los logros de la humanidad en acción, en ciencia, en arte, en literatura y restáramos el trabajo de los hombres mayores de 40 años, aunque perderíamos grandes tesoros, incluso inapreciables tesoros, prácticamente estaríamos en donde estamos ahora" (8). No contento con ello, afirmó que se derivarían incalculables beneficios desde el punto de vista comercial, político y profesional si las personas dejaran de trabajar a los 60 años, afirmando tácitamente con ello que a partir de dicha edad los seres humanos ya no son sólo comparativamente inútiles (como a partir de los 40 años) sino completamente inútiles. La posibilidad de que Osler siguiera resbalando por esa difícil pendiente era enorme, pero ni siquiera su genialidad como médico le impidió resbalar aún más y, peor aún, habiendo tomado ya tanto impulso, lanzarse al vacío. Y lo hizo. Citando erróneamente una novela de anthony Trollope, The Fixed Period, afirma que el esquema de la universidad en la que transcurre la trama de la novela es admirable en la medida en que a los sesenta años los miembros de la misma son obligados a retirarse para meditar durante un año antes de "una pacífica partida mediante el cloroformo". Parece ser que Osler no entendió la novela de Trollope, o no la leyó y describió algo que conoció de oídas, pues en realidad la novela es una sátira amarga contra las categorías sociales basadas en la edad y la trama se basa en la oposición del primer candidato a la eutanasia al alcanzar la edad requerida de 67 años (9). Al día siguiente los titulares de prensa no pudieron ser menos que sarcásticos. El más ecuánime rezaba "Osler recomienda el cloroformo a los sesenta". Después Osler tuvo que desdecirse, afirmando en entrevistas subsiguientes que había tratado de hacer un chiste con lo del cloroformo pero que había sido malinterpretado. Sin embargo siguió insistiendo, contra toda evidencia (incluso la de su propia vida), que después de los 40 años los seres humanos no eran capaces de aportar nada al progreso de la humanidad.

Nadie lo olvidó. Cuando Osler cumplió los sesenta años, los periódicos publicaron la noticia con titulares del calibre de "Dr. Osler alcanza la edad del Cloroformo" (10). Murió de neumonía diez años después de haber sobrepasado la edad de la inutilidad completa, demostrando durante cada día de esos diez años que estaba equivocado, aunque no lo admitió.

Como el de Osler (y como el de Gulliver en Luggnagg y el del mito griego de Titono) existe un discurso que afirma que gastamos demasiado en las personas de mayor edad y que la mayor parte de los gastos en salud corresponden a cuidados al final de la vida. A algunos economistas esto les parece absurdo: ¡gastar tantos recursos económicos en personas que de todas maneras van a morir!, y propenden por buscar la manera de ahorrar en costos de salud al final de la vida.

La verdad es que ese argumento se invalida a si mismo: puesto que todos habremos de morir (no hemos nacido struldbrugs y, además, Eos no le ha solicitado al padre de los dioses que nos haga inmortales), no es posible esgrimir razón alguna a favor de que desde el punto de vista médico o de los cuidados generales de la salud me traten mejor a mí que a mi abuelo.

Hay un contraargumento económico, prácticamente calcado del argumento de Osler, que afirma que yo todavía puedo ser productivo y que por tanto podría considerarse el costo de mi tratamiento como una inversión en mi futura productividad mientras que mi abuelo es, desde el punto de vista osleriano de productividad, un inútil. Eso no es del todo cierto, a menos que midamos la productividad de una vida humana en pesos o en dólares o en euros. Y tampoco es cierto que la mayor parte del presupuesto en salud se desperdicie en quienes de todas maneras van a morir. El hecho de que gastemos demasiado en los cuidados al final de la vida no significa que podamos ahorrar mucho disminuyendo o empobreciendo los cuidados al final de la vida y no existen estudios de investigación a gran escala, metódicos, que muestren cómo ahorrar 5 o 10% en dichos costos, ni siquiera en pacientes con cáncer en etapa terminal, en cuyo caso los hospicios reducen, máximo, en 10 a 20% los costos en la salud en el último año de vida (11).

La solución de Osler tiene cierto tufillo a la planteada por el programa Aktion T4, creado para eliminar personas declaradas como adultos improductivos, enfermos incurables o niños con enfermedades hereditarias, y llevado a cabo durante el régimen nazi bajo la dirección de médicos adeptos al régimen. El programa comenzó oficialmente en 1939, pero debido a la oposición creciente de las familias afectadas fue suspendido en 1941, aunque continuó de manera velada hasta el final de la guerra. Durante el desarrollo del mismo fueron asesinadas sistemáticamente entre 200.000 y 275.000 personas. Haber participado en el programa Aktion T4 formó parte del material de la acusación durante el Juicio de los Doctores (United States of America v. Karl Brandt, et al.), el primero de los doce juicios por crímenes de guerra y crímenes de lesa humanidad llevados a cabo por las autoridades norteamericanas en su zona de ocupación de Alemania, denominados en conjunto Juicios de Núremberg (12).

La propaganda nazi utilizaba afiches en los que, por ejemplo, se podía leer que durante su tiempo de vida una determinada persona que sufría de un defecto hereditario (y aparecía su fotografía en el afiche) le costaba a la comunidad del pueblo 60000 reichsmark (marcos imperiales, moneda oficial de la época en Alemania) y agregaba "ciudadano, este también es su dinero". ¿Eso era todo? ¿Era eso lo importante? ¿Acumular más dinero para "la comunidad" evitando que la comunidad cuidara de los más débiles?

Para Aristóteles el hombre es un animal racional, pero también es el animal político. Alasdair MacIntyre, sin desconocer el peso de ambas afirmaciones de Aristóteles, ha querido corregirlas diciendo que el hombre es un animal racional y dependiente. Para él los seres humanos somos vulnerables a una gran cantidad de aflicciones diversas y la mayoría padecemos alguna enfermedad grave en uno u otro momento de la vida. lo más importante de la cuestión es que la forma en que cada uno se enfrenta a dichas aflicciones depende sólo en una pequeña parte de sí mismo y que lo más frecuente es que, cuando cada uno de nosotros se enfrenta a una enfermedad, una lesión corporal, una alimentación defectuosa, deficiencias o perturbaciones mentales o a la agresión o la negligencia humanas, todos dependemos de los demás para nuestra supervivencia, no digamos ya para nuestro florecimiento y desarrollo (13).

Podríamos haber escrito toda la cultura humana desde la perspectiva de la compasión o desde la del heroísmo, como los griegos, pero la escribimos durante un muy buen tiempo desde la razón y ahora tratamos de escribirla desde la razón económica. Algunos dirán que si sobrevivió la razón y edificamos sobre la razón económica es porque ésta es mejor (una especie de teleología o mejor teleonomía de la selección de la meta más fuerte) pero eso no quiere decir que sea la mejor sino simplemente que es la que permite un más rápido desarrollo económico a costa de otros valores.

Precisamente uno de los valores imperativos de la tradición médica ha sido, desde Hipócrates, la del respeto a la vida por encima de cualquier consideración económica. Margaret Mead, a quien podríamos considerar la madre de la antropología cultural, considera el Juramento Hipocrático un hito en la historia de la civilización y el desarrollo humanos pues, para ella, a partir de la escuela médica de Cos "por primera vez en nuestra tradición hubo una completa separación entre matar y curar". Si a lo largo de la historia del hombre primitivo, el médico y el brujo tendían a ser la misma persona, con capacidad para matar y poder de curar, "con los griegos esta distinción se hizo clara: una profesión, los seguidores de ascelepio, se iban a dedicar completamente a la vida bajo todas las circunstancias, independientemente del rango, la edad o el intelecto, la vida de un esclavo, la vida del emperador, la vida de un extranjero, la vida de un niño con un defecto". Este patrimonio, concluye Margaret Mead, el del respeto a la vida por parte de los médicos, es una posesión inapreciable que no podemos permitir que sea deshonrada cuando en ciertas sociedades (como en el régimen nazi abiertamente y en otros muchos de manera no tan evidente) surge la tentación de volver a transformar al médico en asesino (14).

Como puede verse, los discursos sobre la edad avanzada pueden ser de muchos tipos, pero desde el punto de vista de los valores que nos preciamos de ejercer, el discurso de corte osleriano que en ocasiones tiende a oponerse a nuestros esfuerzos terapéuticos aduciendo la edad avanzada de quienes están a nuestro cuidado, debe dar paso al compromiso de los discípulos de la escuela de Cos: los médicos estamos "para ayudar, o por lo menos no hacer daño" (15). Obviamente este compromiso tiene un límite autoimpuesto: el de la futilidad terapéutica; pues continuar proveyendo tratamiento más allá de toda esperanza razonable de beneficio ya no sirve de ayuda y, por el contrario, causa daño. Cierro anotando que, en la ecuación de la futilidad, en ninguna de las variables está incluida la edad.


Referencias

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2. Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Nunca Más: Informe de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires; 1986: 490 pp.         [ Links ]

3. Ernesto Sábato en: Sábato, Mario [Film]: "Ernesto Sábato, mi padre". Consultado el 30 de abril de 2011. Disponible en http://www.vxv.com/canal/Estrenos/s6xPEbRK4Gn2/ernesto-sabato-mi-padre-trailer.html.         [ Links ]

4. Graves, Robert. The Greek Myths. London: Penguin Books; 1960: pp 149-150.         [ Links ]

5. García Velázquez, Antonia. Himnos Homéricos, Batracomiomaquia. Madrid: Ediciones Akal; 2000: p 167.         [ Links ]

6. Swift, Jonathan. Travels into Several Remote Nations of the World, in Four Parts. By Lemuel Gulliver, First a Surgeon, and then a Captain of Several Ships.         [ Links ]

7. Swift, Jonathan. Los viajes de Gulliver: Parte III, Capítulo X [Internet]. Wikisource, La Biblioteca Libre; 2013 feb 26, 06:25 UTC. Consultado el 8 de noviembre de 2013. Disponible en: http://es.wikisource.org/w/index.php?title=Los_viajes_de_Gulliver:_Parte_III_Cap%C3%ADtulo_X&oldid=577261.         [ Links ]

8. Osler, William. Fixed Period. En: Aequanimitas with other addresses to medical students, nurses and practitioners of medicine. London: HK Lewis; 1914: pp 389-411.         [ Links ]

9. Davidow-Hirshbein L. William Osler and The Fixed Period: conflicting medical and popular ideas about old age. Arch Intern Med 2001;161(17): 2074-2078.         [ Links ]

10. The Milwaukee Sentinel 12 Jul 1923. Página 5. [Internet]. Consultado el 8 de noviembre de 2013. Disponible en http://news.google.com/newspapers?nid =1368&dat=19130712&id=WwZQAAAAIBAJ&sjid=TAoEAAAAIBAJ& pg=5307,5523592.         [ Links ]

11. Emanuel EJ. Better, if Not Cheaper, Care. New York Times, January 3, 2013. Consultado el 7 de noviembre de 2013. Disponible en http://opinionator.blogs.nytimes.com/2013/01/03/better-if-not-cheaper-care/?_r=0.         [ Links ]

12. Lifton, Robert Jay. The Nazi Doctors: Medical Killing And The Psychology Of genocide. Basic Books:1988.         [ Links ]

13. MacIntyre, Alasdair. Animales Racionales y Dependientes. Barcelona: Paidós; 2001: pp 15-24.         [ Links ]

14. Mead, Margaret. En Levine, Maurice. Psychiatry and Ethics. New York: George Braziller; 1972: pp 324-325.         [ Links ]

15. Hipócrates. Epidemias. En tratados Hipocráticos tomo V. Traducción, introducciones y notas de Alicia Esteban, Elsa García Novo y Beatriz Cabellos. Madrid: Editorial Gredos; 1989: p 63.         [ Links ]