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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. v.37 n.2 Bogotá jul./dez. 2010

 

RESEÑA

Tomás Pérez Vejo.
Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras
de Independencia hispanoamericanas.

México: Tusquests Editores, 2010. 200 páginas.


La historiografía latinoamericana y mexicana ha vivido un verdadero periodo de esplendor a raíz de la conmemoración del Bicentenario de las guerras de Independencia y son muchos los puntos de vista que sugieren una lectura crítica, alejada de las apologéticas visiones que desde el Estado, o gracias a él, intentan consagrar empalagosas exaltaciones a los héroes y a las naciones. Tal interés, sin embargo, no es exclusivo del fervor conmemorativo y, por el contrario, habría que recordar al menos dos grandes debates que tienen varias décadas y que no fueron producidos por el afán de las celebraciones.

La obra de François-Xavier Guerra, como ha sido señalado por diversas reseñas, trabajos universitarios y balances historiográficos, ha estimulado una renovación historiográfica, y una obra como Modernidad e independencia (1992) ha permitido el rescate de la historia política e influido en varias generaciones de historiadores. La segunda polémica internacional gira en torno al concepto de nación y gracias a Benedict Anderson y su texto Imagined Communities de 1983 -para solo mencionar una obra muy conocida aunque con un concepto discutible-tuvo resonancia en gran parte del mundo y facilitó asestar un golpe mortal a las nociones atemporales y esencialistas de la nación. La idea de que estas han existido siempre y que, por ejemplo, se pueden encontrar antes de la independencia de los virreinatos del Nuevo Mundo es insostenible. Tomás Pérez Vejo, el autor de la obra reseñada, participó del debate con un texto de 1999 titulado Nación, identidad nacional y otros mitos nacionalistas, en el que efectúa críticas a aquellos con visiones esencialistas sobre la nación.

A partir de estas dos tradiciones -una historiografía revisionista y los debates teóricos sobre la nación-, el texto de Tomás Pérez Vejo, Elegía criolla, sugiere una serie de hipótesis abiertamente provocadoras, algunas novedosas y otras que sintetizan las polémicas más reciente sobre el periodo de la independencia en América, que seguramente incomodaran a más de uno. Antes de comentar sus planteamientos básicos, digamos que se trata de un ensayo historiográfico en el que se propone una interpretación global del proceso de independencia. Aunque se hace referencia a las principales obras y las fuentes generales sobre el periodo, carece de citas a pie de página. No obstante, es el resultado del trabajo de un historiador que domina la bibliografía y la polémica sobre esta etapa fundamental.

Quisiera resaltar cuatro hipótesis del texto: la Independencia fue una guerra civil antes que una guerra de liberación nacional; no había naciones antes de la derrota de los ejércitos que defendían a la Corona; la Independencia no significó una oposición entre criollos y peninsulares; y durante la Independencia confluyeron diversas revoluciones.

Antes de explicar algunas de estas hipótesis, cada una analizada en un capítulo, Pérez Vejo realiza un ejercicio de definición conceptual para llegar a la conclusión de que lo más adecuado es hablar de monarquía católica para referirse a la forma política que usualmente ha sido identificada como imperio, nación o imperio colonial. Aclara Pérez Vejo que los territorios americanos eran colonias del monarca y, por tanto, no eran interés de una "nación" española -inexistente en aquel entonces-, sino interés de la monarquía (p. 21). En segundo lugar, sostiene que no hubo oposición entre metrópoli y colonia, entre otras razones por la importancia, económica y política de la Nueva España, cuya capital, a decir de Pérez Vejo, era más poderosa que Madrid y porque dicha vitalidad permitió la igualdad de americanos y peninsulares. Como veremos más adelante, este afán por la precisión del concepto estará presente a lo largo de todo el libro, labor en la que coincide con otros historiadores como Annick Lempérière y Alfredo Ávila.

La crítica a la supuesta marginalidad de los criollos, especialmente a finales del siglo XVIII, y el énfasis en su igualdad con los peninsulares parece un argumento bastante interesante que sintetiza varios aportes de diversos historiadores y que sin embargo es radicalizado por Pérez Vejo. En efecto, ya Braian Hammet y Margarita Garrido, para mencionar un estudio sobre la Nueva Granada, habían mostrado que los criollos disfrutaban de las mieles del poder y que no era tan cierta la explotación por el Imperio español. Más bien, ésta imagen fue el resultado de una leyenda negra construida para legitimar la guerra contra España. Pérez Vejo va más allá al afirmar que no solo no existían diferencias significativas entre criollos y peninsulares, sino que la definición de los campos políticos a partir del origen geográfico es muy difícil de establecer, pues los criollos participaron en los dos bandos en conflicto; en muchos casos una misma familia tenía representantes de los diversos grupos en armas; la guerra fue realizada fundamentalmente por americanos, y existió una estrecha colaboración luego de la Independencia entre liberales españoles y americanos. La conclusión de Pérez Vejo es contundente: la guerra de Independencia fue una guerra civil.

Pérez Vejo sostiene, además, que es imposible aceptar términos que caracterizan la guerra de Independencia como una guerra anticolonial o como una revolución, no tanto porque se nieguen los cambios sociales y políticos, sino porque el término "revolución", que tiene la virtud de ser un modelo interpretación "coherente y sugestivo", se ha venido empleando para sugerir que la Independencia fue el enfrentamiento entre una "minorías retrógradas, aferradas a la defensa de sus privilegios y deslegitimadas por la historia, y unas clases populares que, cansadas de la iniquidad del sistema, se levantaron en armas y derriban el caduco y obsoleto orden anterior" (p. 73). Pero no hubo una mayoría que arrasara con los privilegios de la minoría, sino una "sorda lucha entre múltiples proyectos políticos alternativos que se prolongó durante varios años" (p. 74), y no existió identidad entre clase social y bando realista o insurgente. Luego de un examen detallado de las implicaciones del uso del concepto de revolución, Pérez Vejo concluye que lo que se generó a partir de 1808 fue "Una guerra civil intermitente, interrumpida por periodos de paz [...] en la que se debatieron múltiples proyectos alternativos de organización política y social, no solo, y posiblemente ni siquiera en primer lugar, el de la supervivencia o no de la unidad política de la Monarquía católica" (p. 100). Por supuesto, "El resultado final fue una revolución, que puso fin al Antiguo Régimen" (p. 101), es decir, la revolución social fue el resultado de las guerras de Independencia (p. 243) y no de la aplicación de un programa político de los insurgentes (p. 250).

La oposición a la idea de la nación como una entidad presente antes de la Independencia y la hipótesis de que esta surgió como resultado de la construcción de un nuevo Estado, y luego de una largo proceso, evidentemente retoman tanto el debate sobre la nación como la historiografía latinoamericana sobre el periodo -José Carlos Chiaramonte, Jaime Rodríguez y Brian Hamnett, entre muchos otros-, y aunque aún se escuchan voces que exaltan la nación, que hablan de la Independencia de "Colombia", de "México", etc., Pérez Vejo concluye que la España de aquel entonces tampoco era una nación y que solamente a raíz de la invasión napoleónica, y especialmente de la constitución de Cádiz, se comenzó a discutir el contenido moderno de la soberanía y el de la representación. Aunque no tengo objeciones sobre la hipótesis, parece que en ocasiones el argumento se repite innecesariamente, casi en los mismos términos, a lo largo de los primeros capítulos.

La alta valoración del liberalismo, que encuentra su materialización en Cádiz, y la importancia de la constitución en el movimiento juntero americano no deben llevarnos a pensar que existe en el autor un modelo en el que combaten un liberalismo independentistas contra un absolutismo realista. Todo lo contrario, entre otras razones porque los jefes realistas fueron amigos de la constitución en algún momento (p. 85). Por el lado insurgente no se encuentra una formulación homogénea del liberalismo. De hecho, los primeros pronunciamientos de las juntas americanas fueron a favor de la monarquía, y muchos independentistas se pueden catalogar de conservadores. Lo real fue que la idea de la ruptura con España fue resultado de un proceso y se hizo inevitable a raíz del sanguinario proyecto de reconquista o pacificación.

El ejercicio que realiza Pérez Vejo de precisar el uso del lenguaje de la época y de ser consciente de las implicaciones de su empleo hoy día está acompañado por una crítica radical de las posiciones tradicionales y patrioteras de interpretación de la Independencia en América. Pérez sugiere un modelo general de interpretación novedoso, y la mayoría de sus hipótesis parecen provocadoras, y de hecho las comparto plenamente. Estos aspectos son los que le otorgan importancia al libro. Sin embargo, tengo dos diferencias con este ejercicio de síntesis y con otros trabajos de historiadores que defienden similares puntos de vistas. La primera tiene que ver con la periodización. Me parece que el inicio del proceso de Independencia en 1808 con la invasión napoleónica tiene varias dificultades. En primer lugar, en el mundo andino existieron dos levantamientos de enormes repercusiones desde el punto de vista ideológico, militar, político y social. Nos referimos al levantamiento de Túpac Amaru II y al movimiento de los Comuneros en la Nueva Granada. No se trata de simples rebeliones con ubicación y limitadas repercusiones, por el contrario, fueron dos movimientos que trastocaron los cimientos mismos del orden colonial. Por supuesto, no quiero decir que los comuneros o Túpac Amaru se propusieran como primer objetivo la Independencia, pero existieron razones de orden simbólico -léase cultural-, una enorme movilización social -calculada para la Nueva Granada en 20 mil personas-, liderazgo popular, alianza de clases, objetivos precisos y defensa por las armas de un programa básico -recordemos que José Antonio Galán otorgó libertad a los esclavos- y, además, el rumor conectó los dos movimientos, por lo que en la Nueva Granada se conocieron noticias acerca de un rey inca que otorgaría libertad. Los dos movimientos finalmente fueron derrotados militarmente, sus líderes ejecutados y sus cuerpos exhibidos.

Por otra parte, la mayoría de los historiadores suponen que existió control territorial y que el imperio, la colonia o la monarquía católica, para emplear el concepto de Pérez Vejo, era una unidad, americana o hispanoamericana. Pero la realidad fue bien distinta. España solo tuvo control en las ciudades y en sus hinterlands. De manera que el orden colonial era más poroso de lo que se supone y una movilización como las que acabamos de mencionar o una invasión a la capital de la metrópoli y el sometimiento del rey no podían generar cosa distinta que oportunidades para las nuevas ideas. En ese nuevo contexto, Cartagena de Indias se manifestó tempranamente por la Independencia. Esta actitud fue la excepción, pero el proceso de Independencia, como lo vimos, fue de encuentro y diferencias entre proyectos políticos de distinto signo.

La segunda diferencia que quiero manifestar es que la crítica a la Independencia, generada por cierto revisionismo historiográfico, especialmente por un izquierdismo de los académicos, ha institucionalizado una visión negativa que desprecia y rechaza todo lo ligado a esta etapa histórica. Al final, si recopilamos las distintas hipótesis de los historiadores, nos encontramos con que no existió ni nación, ni revolución, ni independencia, ni nada. Es necesario diferenciarse de estas posturas extremas y valorar adecuadamente el proceso histórico. Por una parte, hubo una revolución, pero, por supuesto, no como las del siglo XX. Las revoluciones de independencia no podían tener un proyecto de equilibrio social, no podían ser igualitarias, tampoco podían ser socialistas.

¿Qué fue lo significativo de la Independencia? Creo que el ser parte de una tendencia mundial de construcción de los Estados nacionales y de consolidación del capitalismo. Por otro lado, que el proceso victorioso sobre el ejército de la potencia más grande del mundo en aquel entonces dotó a la Nueva Granada, por ejemplo, de autonomía, gracias a lo cual pudo transformarse en una nación sin que a lo largo del todo el siglo XIX fuese sometida por potencia alguna. Finalmente, que la naciente nación participó de un debate por la soberanía, la ciudadanía y la nación, debate que fue el fundamento de su modernidad.


MIGUEL ÁNGEL URREGO
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México
miguelangelurrego@yahoo.com

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