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Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

versão impressa ISSN 0120-2456

Anu. colomb. hist. soc. cult. vol.39 no.2 Bogotá jul./dez. 2012

 

La necrópolis de los "perros". Crónicas del Cementerio Universal de Bucaramanga, Santander*

The Necropolis of the "Dogs": Chronicle of the Cementerio Universal of Bucaramanga, Santander

 

MÓNICA J. GIEDELMANN REYES
Universidad Pontificia Bolivariana
Bucaramanga, Colombia
monica.giedelmann@upb.edu.co

LAURA FERNANDA JAIMES ALVARADO
Universidad Pontificia Bolivariana
Bucaramanga, Colombia
lauferjaimes@hotmail.com

Artículo de investigación.
Recepción: 11 de julio de 2012. Aprobación: 3 de septiembre de 2012.


RESUMEN

Este artículo expone los cambios por los que atravesó Bucaramanga durante el último siglo y que se reflejaron en la existencia del Cementerio Universal (1910-2010). El objetivo de esta investigación es metaforizar la ciudad en el cementerio, es decir, mostrar a la necrópolis (ciudad de los muertos) como espejo de la ciudad de los vivos. Para ello, se empleó una metodología cualitativa de estudio de caso, que combinó la indagación de fuentes históricas (boletas de exhumación, crónicas y reportajes de prensa) y análisis de cultura material (tumbas y otros monumentos del camposanto). El estudio develó incongruencias de los discursos político y religioso instaurados para la época, y evidenció cómo, para el Cementerio Universal, la destrucción patrimonial y de las prácticas de recordación fueron responsables de su demolición. En esta acción se evidencia una concepción errada del patrimonio por parte de las autoridades de Bucaramanga y la ausencia de un sentimiento de pertenencia de sus habitantes en relación con estos espacios urbanos.

Palabras clave: Bucaramanga, cementerios, patrimonio, ciudad, muerte.


ABSTRACT

The article describes the changes that the city of Bucaramanga went through in the last century, changes that were reflected in the Cementerio Universal (1910-2010, in order to portray the necropolis or city of the dead as a metaphor of the city of the living. To achieve this objective, a qualitative methodology was used, which combined research of historical sources (exhumation records, chronicles, and press reports) and analyses of material culture (tombs and other monuments in the cemetery). The study revealed inconsistencies in the political and religious discourses established at the time, and ultimately, led to the conclusion that the destruction of the legacy of the Universal Cemetery and of the practices of remembrance is responsible for its demolition. This action also reveals misconceptions regarding heritage on the part of the authorities of the city of Bucaramanga and the absence of a sense of belonging on the part of its inhabitants with respect to urban spaces.

Key words: Bucaramanga, cemeteries, heritage, city, death.


Introducción

El Cementerio Universal en Bucaramanga fue noticia en medios de comunicación orales y escritos durante la primera mitad del año 2010 a causa de su demolición, pues dio paso a la construcción del viaducto de la carrera novena, que promete ser el puente atirantado más grande del país. Como "personaje moribundo", se narraron crónicas sobre su vida y obra en los periódicos regionales. Sus muertos reflejaron el Santander de comienzos y finales del siglo XX, con sus historias intestinas, discriminaciones religiosas y desigualdades sociales. Durante casi cien años, este fue testigo de sucesos que, más que narrar la biografía de los ya desparecidos, exaltaban las decisiones y opiniones de sus sobrevivientes.

Paradójicamente, cuando se estudia la muerte, se analizan más vivos que difuntos: ¿qué tipo de entierro se empleaba? ¿Cómo se vestía al difunto? ¿Qué se depositaba en la tumba? ¿Quién presidía la ceremonia que acompañaba al funeral? ¿Qué palabras se pronunciaban en el momento fatídico de la despedida? Son todas ellas opciones y acciones de los sobrevivientes, pues el difunto no se entierra a sí mismo. La necrópolis (ciudad de los muertos) como la denominaban los griegos, es el espejo de la ciudad de los vivos, en ella se reproducen, de forma material o inmaterial, las costumbres religiosas, los dilemas sociales, las disputas políticas y las creencias populares.1

El cementerio como lugar de memoria2 posibilita el planteamiento de preguntas históricas de los vivos, cuyas indagaciones se concretan en el estudio de estos recintos de los muertos. Ello implica un distanciamiento de las indagaciones arquitectónicas cuyo énfasis radica, fundamentalmente, en la detección de características especiales,3 el establecimiento de tipologías, la exaltación de monumentos exuberantes4 y la historia de ciudadanos prestigiosos que pueden costear formas estilísticas exclusivas que le dan valor patrimonial a la roca y al mármol; todo ello le presta poca atención al acercamiento histórico narrativo profundo de la cultura material allí presente, y a las circunstancias políticas y religiosas que tallan en las tumbas la belleza o la austeridad, y esculpen en la sociedad: los vínculos y la identidad de vivos y muertos.

Es así como, mientras las sepulturas contienen la historia de los difuntos a través de la mirada de los vivos, la "muerte" de una necrópolis es la metáfora del colapso de una ciudad. En este orden de ideas, la demolición del Cementerio Universal significó un acto transcendente en la vida de Bucaramanga, aunque a ojos de muchos fue el precio que se tuvo que pagar para dar paso al progreso5 aun cuando esto implicara, con la mirada hacia el futuro, el olvido de la herencia histórica que condesaba el patrimonio albergado en este espacio, no solo presente en sus monumentos fúnebres sino en las biografías de los personajes que labraron el desarrollo de la región y vieron la transformación de la metrópoli.

En el actual marco histórico, el Cementerio Universal representó un ejemplo atractivo para retratar contradicciones y polémicas del desarrollo político y religioso de Santander. Por un lado, la prensa listaba los personajes ilustres que moraron en él, como combatientes de la Guerra de los Mil Días, parientes de expresidentes, caudillos y líderes políticos, industriales y comerciantes prestantes, celebridades que permitían develar una cara del camposanto matizado de un pasado heroico y de alcurnia. Por otro lado, se muestra una historia de personajes socialmente censurados: prostitutas, suicidas, N. N. y personas que apelaban a la caridad para poder enterrar a sus seres queridos.

En este momento es imposible no cuestionarse si toda necrópolis, como buena ciudad, contiene en sí tales extremos, como estratos sociales en los que ricos y pobres cohabitan en casas de sectores exclusivos, o rincones escondidos.

Con este artículo se pretende metaforizar la ciudad para reconstruir su historia con las voces de los muertos del Cementerio Universal. Es un acercamiento a los relatos intrincados que ejemplifican los discursos políticos y religiosos de los santandereanos del siglo XX.

Origen de la Necrópolis: entre la regeneración y la secularidad

El Cementerio Universal nace alrededor de 1900 como una ciudad perdida. La fecha de su fundación es controvertible: algunos autores determinan su creación entre 19106 y 1911,7 mientras otros historiadores consideran que fue entre los años de 1886 a 1889.8 Otras necrópolis de la ciudad le habían precedido desde tiempos coloniales en los templos parroquiales, adjuntos a la Capilla de los Dolores9 (1753); más recientemente, el Cementerio Católico o Central10 (de las primeras décadas del siglo XIX) y el Cementerio Particular o Privado11 (de 1888).

Estos camposantos vecinos se encuentran alineados sobre la calle 45.12 A comienzos del siglo XX, esta era un área separada del centro urbano, lugar de paso hacia Girón y, por ende, propicia para albergar a las nacientes necrópolis donde descansaban los muertos por disposición de la Ley 11, de marzo de 1825, que forzaba la inhumación pronta de todo cadáver en tierra, sin discriminación alguna de estrato o causa de fallecimiento. Dicha reglamentación estableció que los cementerios debían ser sacados del tejido de los núcleos urbanos hacia parajes rurales ventilados, ya que todo cadáver atentaba contra la higiene y salubridad de la ciudad de los vivos.13

Es, precisamente, en el marco de estas reformas legales promovidas por autoridades gubernamentales que los bumangueses de principio de siglo se vieron ante la problemática de dar sepultura a sus muertos, so pena de ser sancionados o encarcelados.14 La emergencia de cementerios rurales responde al miedo que inspira el contacto con el cadáver, a la idea de contaminación de los vivos por causa del carácter maligno que significa la subsistencia del alma/espíritu en un cuerpo inerte. Esta situación requiere de un tratamiento ritual que le indique al alma el camino al más allá, y lo separe de la vida cotidiana.15

En Santander, los templos católicos no solo se utilizaban como lugar ceremonial y ritual para el cadáver, sino que constituían símbolos tangibles de protección divina sobre los muertos y los vivos.16 Es decir, la Iglesia resultaba una porción de cielo en la Tierra y las necrópolis bajo su abrigo, "ciudades santas" bendecidas por Dios. Pero el tamaño del "resguardo divino" no se limita al espacio, pues no logra cobijar a las necrópolis contiguas.

Al no contar con espacio para el descanso de personas no católicas, se gesta la creación de un camposanto ecuménico, como espacio que da lugar a todos los difuntos, especialmente a quienes se les negaba la entrada en los otros cementerios. En el Decreto Legislativo del 23 de abril de 1825, se establece en el artículo 1.º: la creación de panteones para personas foráneas.17 Bajo esta normatividad nace el Cementerio Particular, un espacio privado que albergaría a los personajes y familiares de sus miembros fundadores, extranjeros que, aunque profesaban creencias diferentes a las católicas, gozaban de recursos para comprar en tierra santandereana una morada para el más allá, que curiosamente compartía linderos con el Cementerio Católico, vecino en uno de sus costados.

Por otro lado, el Cementerio Católico hospedaba a difuntos practicantes de la fe católica, por lo que difuntos que en vida profesaron otra creencia religiosa, hubieran vivido en unión libre, casado en matrimonio civil -ceremonia en la cual se denegaban de la fe católica-, tenido una vida licenciosa o socialmente censurable, no encontraban rincón para descansar en él.18 Así que el Cementerio Privado albergaría a los no católicos, considerados "ricos"; mientras que el Cementerio Universal albergaría a los no católicos considerados pobres.19

En Colombia, la expansión del movimiento de los cementerios universales, proveniente de Francia, sería lenta y ligada a la existencia de los masones, librepensadores que tenían una forma distinta de entender la muerte. No todas las ciudades en las que emergen camposantos universales viven un mismo momento histórico, ni tienen las mismas cualidades sociales, religiosas y políticas. En 1857, por iniciativa de la masonería, en Barranquilla se desarrollaría un proyecto pionero en su especie: un espacio que agrupaba católicos, protestantes y judíos bajo el mismo panteón. Dicha construcción evidenciaría el carácter cosmopolita de la ciudad.20 En su momento, Bucaramanga sería entonces la segunda ciudad del país en contar con un camposanto universal.

El caso que propicia la fundación de esta necrópolis en Bucaramanga, y que detona la inconformidad de los sectores socialmente excluidos por la Iglesia católica, se da en 1904 por "el irrespeto cometido con el cadáver del suicida Juan de J. Duarte al ser inhumado, exhumado y finalmente trasladado a otro lugar al hacer cumplir la diócesis los cánones eclesiásticos sobre honras fúnebres sin excepción alguna".21 Adicional a la pluralidad religiosa y étnica, el nacimiento del Cementerio Universal estuvo impulsado por la disputa entre partidos políticos. Bajo el régimen conservador, conocido como la Regeneración (1886-1900), que declaraba al catolicismo como religión oficial, la afiliación política representaba un estigma que incluía, en el caso conservador, o excluía, en el caso liberal, y que, aunado a las secuelas dejadas por la Batalla de Palonegro y la Guerra de los Mil Días, dejó a muchos difuntos de asociación liberal sin el derecho a morada en tierra santa.22 Esta exclusión social se hizo manifiesta en el apodo dado a dicho espacio: Cementerio de los perros, que evidenciaba la condición indigna que poseían los que se veían forzados a enterrarse allí, por no ser ni católicos ni conservadores.

No sería la última vez que la deslegitimación del enemigo llegara a los confines de la muerte en Colombia, pues al convertir en perro al "otro" se le deshumaniza y se le niega, según esta lógica, todo el universo simbólico reservado a los hombres. Un caso más reciente de estos procesos de estigmatización, deslegitimación y deshumanización lo constituye la comunidad de El Tigre, donde las Autodefensas Unidas de Colombia restringían las despedidas a los finados, pues solo se mataban perros y, ¿quién llora un perro?23 En este sentido, los discursos que pronuncian aquellos que detentan el poder (militar, religioso o político) son, en sí mismos, medidas coercitivas que encuentran expresión en la Cementerio Universal por medio de formas de exclusión que, posicionan a lo no-católico en un nivel inferior, infrahumano.

La laicidad colombiana del siglo XIX, supuestamente representada por el cementerio laico -como también se le conocía al Universal por la diversidad ideológica que poseía-, constituía una de las premisas liberales que planteaban la modernidad desde una perspectiva francesa. El modelo francés de laicidad es conflictivo, pues entiende el Estado contra las iglesias.24 Lo anterior generó, durante la época, una fuerte asociación entre modernidad y actitud antieclesial que no fue bien vista por una mayoría católica de la población colombiana, cuya educación estaba fuertemente influenciada por el adoctrinamiento religioso.25

El resultado, para 1886, es una acogida inmediata de la Regeneración, fenómeno que es evidente en Santander. A pesar de las disposiciones de las leyes liberales, que buscaban establecer cementerios públicos y laicos, la implementación de estas en la región es lenta o inoperante,26 mientras la devolución de las necrópolis a las parroquias es rápida y efectiva, pues la Iglesia era en ese momento la única institución cohesionada y "cohesionante" del país. Las ciudades de los muertos se convierten en el escenario de disputa de
los vivos, donde las rencillas políticas e ideológicas emergen para imponer dos visiones polarizadas del estado en su confesión religiosa: laica o católica.

Ajeno a las problemática de asociación política y religiosa, Bucaramanga sufría un proceso urbanístico que indiscutiblemente originó la necesidad de crear más camposantos. El número de habitantes crecía a pasos agigantados. Desde 1896 hasta 1938, la tasa de crecimiento se disparó de 17.873 a 51.283 personas,27 lo cual detonó la incorporación en la ciudad de espacios de reposo para los numerosos muertos que producía la creciente población hacia comienzos de mil novecientos.

Así es como la fundación del Cementerio Universal se enmarcó entre las tensiones que caracterizaban a la sociedad de ese entonces y el deseo de acoger a un sector de la población excluido por la hegemonía. En una sociedad donde "la iglesia y la jerarquía reemplazaron al estado colombiano en sus funciones educativas y, en general, a través de la educación y del púlpito, inculcaron valores políticos que debilitaron la formación de una conciencia civil y secular",28 el Cementerio Universal fue una ciudad emergente como baluarte de la secularización y, posiblemente, como fenómeno de resistencia político-religiosa en la región.

Ciudadanía de las almas

El Cementerio Universal, como cualquier "ciudad", requiere de sus moradores condiciones específicas que modelen su identidad. La ciudadanía de las almas que descansaban en él estaba determinada por la estigmatización social. Esta urbe del más allá goza de ciudadanos ilustres, reconocidos personajes de la vida política y promotores de obras que forjaron el desarrollo de la ciudad de los vivos (en la tabla 1 se enlistan algunos ejemplos). Sus entierros se encontraban cerca a la puerta de acceso del camposanto, y se caracterizaban por ser tumbas grandes y decoradas con esculturas y accesorios que destacaban la belleza del sepulcro, o estaban ubicados en imponentes mausoleos que bordeaban la rotonda central del predio (ver figuras 2 y 3).

A pesar del reconocimiento social, estos personajes cargaron con un desdoro que impidió su ingreso al camposanto católico y ocasionó que su destino final estuviera en el Cementerio Universal. Por ejemplo, el general Rodríguez estaba asociado con el Partido Liberal y los sucesos de la sociedad democrática La Culebra Pico De Oro. Puyana Figueroa guardaba, supuestamente, un pacto con el diablo, tal como relata Emilio Arenas en su libro La casa del diablo.29 Otros personajes se sumaron a esta lista por profesar creencias religiosas diferentes, afiliaciones políticas liberales o tener ciudadanía extranjera. Sobresalen especialmente Gertrude S. de Larsen, esposa de un destacado misionero danés, y Daniel Peralta, fundador de la Clínica Bucaramanga y jerarca de la masonería local.30 A pesar de ser prestantes ciudadanos, eran censurados. Al respecto Perdomo, Acosta y Sierra afirman que:

Este cementerio albergó a toda clase de personas y familias de la sociedad bumanguesa (...) las personas que estaban enterradas en este lugar generalmente: eran ateos, no eran del partido conservador, habían contraído matrimonio por lo civil, habían cometido suicidio, por último, personas a quienes por sus actuaciones y sus labores en vida, la iglesia católica no les permitía ser enterrados en el Cementerio Católico, como las prostitutas de las época.31

Sin embargo, el censo de tres décadas (1960 a 1990) de entierros del camposanto, hecho a partir de las boletas de inhumación y exhumación,32 ilustran tres décadas de difuntos enterrados en el Cementerio Universal, cuya afiliación política y creencia religiosa escapa a dicho registro histórico, pero que sí indica que los ciudadanos del Universal tenían ocupaciones menos destacadas. Tal como se observa en la figura 4, el 30% se ocupaban en la casa o el hogar, 17% eran asalariados, 15% se encontraban desempleados, 13% eran trabajadores rurales, el 10% eran trabajadores independientes, y, por el contrario, una gran minoría había recibido algún tipo de formación, pues menos del 1% eran profesionales (0,07%), 1,8% eran técnicos y 2,5% eran artesanos. Incluso, la mayor parte de los habitantes de la necrópolis venían de otras partes del departamento (45%) y el país (13%), mientras que solo el 33% eran oriundos de la ciudad de Bucaramanga. Se constituye así una necrópolis de almas migratorias que encuentran morada digna entre las murallas del mal llamado Cementerio de los perros.

Hoy día, la ciudadanía de los difuntos del Universal se encuentra asociada a la muerte violenta, al suicidio y al asesinato, así como al anonimato reflejado en el entierro de N. N. -ciudadanos sin nombre y con finales inesperados-. Según lo relatado por Valderrama Benítez, se ordenó "(...) por acuerdo número 23 del Concejo de 1915, Apartado (f) nombrar un conserje para el Cementerio Católico y el laico, con obligación de enterrar en este [laico] los cadáveres de indigentes que por cualquier motivo no fueran admitidos en aquel [católico]".33

Fuentes documentales reseñan que, en sus inicios, el cementerio dio albergue a ciudadanos estigmatizados por causa de muerte violenta o por indigencia, tal y como lo ilustra Rugeles:

Septiembre 30 de 1918... Hoy en la pensión de Bucaramanga propiedad de Ignacio Sarmiento, le amaneció muerto el joven Carlos Olarte R. a consecuencia de un tiro de revólver que se dio en la sien. ¿Cuestiones económicas? Era joven de unos 22 años, natural de Vélez donde viven los padres. El padre se llama Joaquín, cuñado de Roberto Carreño. Carlos estaba de dependiente donde Botero y Olarte. A las 4 p.m. fui al entierro, al Cementerio Universal, de la casa de Roberto Carreño donde fue depositado después de la autopsia hecha en el anfiteatro municipal.34

El censo discrepa nuevamente de los supuestos creados alrededor de los difuntos, pues evidencia un porcentaje reducido de suicidas (0,9%), asesinatos (5,6%), abortos (0,3%), prostitutas y N. N. (0,5%). Es importante anotar, sin embargo, que la época del registro (1960-1990) es posterior a las guerras civiles, a la hegemonía del poder religioso y al adoctrinamiento de la Regeneración; por el contrario, está enmarcada en un aumento de la alfabetización y la escolaridad, paralelo a un cambio social que se orientó la sociedad hacia una cultura popular distinta.35 A pesar de ello, un imaginario negativo del cementerio pervivió hasta nuestros días.

El Cementerio Universal también abrigó a personalidades populares que encarnaron creencias colectivas alrededor de los espíritus y el más allá. Estos difuntos construyeron canales de comunicación entre los bumangueses y la ultratumba, relaciones "oscuras" y supersticiosas que muestran un sector de los bumangueses y santandereanos que acude a los muertos en solicitud de favores, lo cual refleja el sincretismo entre las prácticas católicas y las paganas. Allí se enfrentan los discursos de la sociedad conservadora y tradicional santandereana contra el Santander supersticioso, esotérico e idólatra, que establece un mercado de dádivas con sus muertos.

Ejemplo de estas figuras es la difunta Nubia Ofir Ríos, mejor conocida como La Milagrosa del Cementerio, debido a los múltiples favores atribuidos.36 Su emergencia como ícono popular surge de los relatos sobre su muerte, exhumación, obras y maleficios. De su vida, se conoce que se desempeñaba como prostituta; de su deceso, nada ha sido esclarecido -más en la imaginación de los cronistas, que arguyen historias de suicidio o muerte violenta en manos de un amante celoso-.

Según cuentan los hermanos Cifuentes, encargados del cementerio, la exhumación del cadáver de Nubia dio pie para crear dichas historias. Dicen que en el momento de hacer la exhumación el ataúd tenía un peso inusual, tanto que fue imposible sacarlo de la bóveda entre dos hombres, como era costumbre. Se contó con gran dificultad para transportar el ataúd hacia la parte posterior del cementerio para continuar con la inhumación en tierra, pero en un punto específico, el peso excesivo del ataúd desapareció súbitamente, lugar donde se procedió a enterrar a la mujer en una modesta tumba. Al abrir el ataúd, la cara y vestido de Nubia estaban en condiciones sorprendentes de preservación, tanto así que el cadáver aún guardaba huellas de su belleza.

Las visitas frecuentes a la difunta venían acompañadas de solicitudes, muchas de las cuales fueron contestadas, como atestiguan las numerosas placas de agradecimiento que se pusieron en su tumba; un modesto pero efectivo sistema de correspondencia en la ciudad de los muertos. A una de sus visitantes le concedió un deseo que incitó la mejora de la tumba en una construcción más grande y que contaba con una estructura metálica para soportar las veladoras que encendían las ilusiones y los deseos de los peregrinos.

Junto a la luz de las velas, objetos subterráneos bordeaban el espacio fúnebre de La Milagrosa, develando prácticas de nigromancia. Si bien los vivientes y sepultureros del cementerio se tropezaban en ocasiones con objetos raros, nunca dimensionaron su magnitud sino hasta el momento mismo de desentierro final de las sepulturas, previa clausura del cementerio. Con asombro, los trabajadores encargados de exhumar los restos mortales encontraron una variedad de objetos que oscilan desde frascos llenos de objetos extraños hasta prendas de vestir, muñecos con alfileres y fotografías en muchas tumbas y en todas las áreas del predio. Aunque la brujería envuelve a muchos cementerios, crónicas de la misma son conocidas en Bucaramanga solo en el Cementerio Universal, lo que no niega que existan casos similares en otros camposantos.

La ciudadanía de la necrópolis del Universal es plural, incluyente, pero jerarquizada, y sobre todo, estigmatizada no tanto por la condición propia de los ciudadanos del más allá, sino por las prácticas que traen los que pertenecen a la ciudad de los vivos.

El colapso de la ciudad

Urbes de vivos y muertos sufren la forzosa metamorfosis de los tiempos. Algunas luchan y se adaptan hasta convertiste en "modernas" -mientras sean organismos funcionales-; otras, no obstante, mueren en el proceso de transformación, en una existencia asincrónica que no encuentra lugar en el presente, espejo de otras ideas de "modernidad". El Cementerio Universal hace parte de estos últimos organismos, emerge y colapsa en circunstancias polémicas, atravesadas por la política de "modernización" que en otro tiempo justificó su nacimiento.

Irónicamente, son los dirigentes liberales quienes oficializan el acto solemne que da cierre definitivo al Cementerio Universal: los cementerios también mueren. El 21 de mayo de 2010 se realizó un evento con despliegue masivo de los medios (prensa, radio y televisión) presidido por las autoridades gubernamentales de la región, encabezadas por el gobernador, señor Horacio Serpa Uribe, y el alcalde, Fernando Vargas, que no solo representaban las políticas públicas actuales, sino que contaban con el apoyo de los empresarios y del liberalismo santandereano. En dicha ceremonia, se condecoró al señor Alfredo Cifuentes Lozada por la larga labor ejercida en el cementerio, y se pronunció la voz institucional del Departamento con discursos que exaltaron la construcción del viaducto como símbolo de progreso. Se anunció el traslado de los restos mortales a un momento conmemorativo que se erigirá en el Parque de la Vida de la ciudad de Bucaramanga. De la vida, obra y muerte del cementerio se resaltaron los personajes ilustres y reconocidos de tiempos pasados en la región. El único aporte que matizó la ceremonia fueron las palabras pronunciadas por el director del diario regional El Frente, quien declaraba su descontento ante la inminente demolición de este monumento histórico.

Resulta curioso que cien años después de su fundación sea un conservador quien defienda los interés del Cementerio Universal y llame la atención sobre lo que plantea la política pública como modernidad, encaminada a obras de infraestructura, reordenamiento urbano y reformas paisajísticas de la ciudad, más que a auténticos cambios sociales. La premisa intrínseca es que la transformación del medio físico conllevará a la metamorfosis de las prácticas sociales; es decir, las creencias dependen del "lugar" y no viceversa, lo cual está anclado a una idea de patrimonio sesgada por la perspectiva arquitectónica exclusivamente. En este sentido, el valor patrimonial de los cementerios no puede ser estimado ni por su belleza o la antigüedad de sus monumentos y sepulturas, sino por las flores y oraciones que reflejan el vínculo de quienes lo visitan, así como la ciudad no puede ser valorada en términos estéticos únicamente. Es decir, los bienes materiales e inmateriales cobran valor en la medida en que las personas que "conviven" con ellos -dígase de edificios, monumentos, esculturas o prácticas, creencias y costumbres- los reconozcan como significativos para su propia identidad y de su historia.

Las opiniones de arquitectos expertos afirman que la necrópolis Universal no gozaba de una relevancia arquitectónica particular, de hecho, los mismos sepultureros revelan que en muchos casos las tumbas se improvisaban con los materiales que se tenían a mano. Las tumbas no solían obedecer a un estilo o tendencia dada y las construcciones se acomodaban según las posibilidades económicas del deudo. En términos generales, existe gran similitud entre las tumbas de este y otros camposantos de la ciudad y departamento, y a diferencia de pocas tumbas de excepcional elaboración, el resto es más bien corriente. Sin embargo, lo que sí tenía un valor incalculable era su riqueza histórica, y lo que ella le significa a la sociedad santandereana y del país: "dime que tumbas visitas, y te diré que sociedad eres".37

El cierre de sus puertas, y posterior demolición se enmarcaron en un litigio. Por un lado, el señor Alfredo Cifuentes Lozada alegaba posesión sobre el predio debido a que había servido durante 36 años como administrador y encargado del cementerio, labor que había recibido de su padre, José Cifuentes Cepeda, quien a su vez, había recibido dicho encargo de manos de uno de los fundadores, el señor Jesús Novoa Ruiz. La contraparte, la Fundación Oriental de los Andes, representante de la Masonería en la región, reclamaba propiedad sobre el terreno y contaba con soportes notariales que le reconocían como dueño del este. La disputa duró varios años y estuvo llena de apelaciones y resoluciones, que terminaron por darle la razón a los masones.

El deceso de la ciudad de los muertos fue lento, pero progresivo. Desde 2006, se había declarado por el Acuerdo Metropolitano n.º 002 del mayo 8 de 2006, artículo 3 el trazado del viaducto de la Carrera Novena, lo cual previno a la comunidad de sepultar nuevos difuntos, según cuenta el encargado del cementerio, quien señala que de cien entierros anuales se descendió a diez, y así, poco a poco, se dejó de sembrar muertos. De forma que, previo al cierre oficial, el cementerio se había sumergido en una época de decadencia, como bien atestiguan sus monumentos en ruinas, vegetación selvática y tumbas y lápidas desvalijadas. Una visita al cementerio de ese entonces se parecía más a un descubrimiento arqueológico, en el cual la vegetación, ávida de consumir las ruinas de las moradas de sus habitantes, crea una imagen romántica que emula un pasado distante. Pero el paisaje del cementerio cambiaría radicalmente cuando se dio vía libre a las adecuaciones necesarias para iniciar las labores de construcción del viaducto. Así, la necrópolis despertó de su estado letárgico que le había otorgado el manto de la naturaleza. Paradójicamente, el objetivo no era darle vida, sino agilizar la ubicación, exhumación y demolición de las sepulturas. Este sería el comienzo del fin.

El 15 de febrero del 2010, la necrópolis es desahuciada y se decreta el último comunicado para la reclamación de los ciudadanos universales en un lapso no superior a quince días. Pero, a pesar de este ultimátum, muy pocos acudientes se acercaron al cementerio. El encargado dice que muy pocas tumbas fueron exhumadas, y más de 2.000 difuntos fueron dejados en desamparo.38 Lo que parece ser indolencia de los deudos, puede ser explicado por: (1) la poca difusión y corto tiempo del comunicado; (2) la incredulidad de deudos que ya habían sido informados de lo mismo en años anteriores sin haberse tomado acciones reales, aunque esta vez fueron sorprendidos con que el llamado era real; (3) el desconocimiento del comunicado en regiones externas al área metropolitana -no debe olvidarse que gran parte de la población del cementerio era migrante-; o tristemente, (4) el carácter mismo de gran parte de los difuntos caracterizados por ser vulnerables y carentes de recursos,39 o peor aún estar sumergidos por el olvido.

Entre la indiferencia y la trasgresión hay una línea muy delgada, porque mediante la primera se deslegitima, y una vez deslegitimado el lugar, hecho o persona, la violencia se valida. El atropello en el Universal es una demostración de cómo los discursos socialmente construidos legitiman actos decadentes, que terminan con una destrucción fría e insensible de los monumentos y restos mortales de los ciudadanos. En su ocaso, la necrópolis tenía una cuadrilla de 30 trabajadores40 que desenterraron más de 2.000 sepulturas en un periodo de 30 días.41 Los restos exhumados se depositaron en bolsas plásticas negras que posteriormente eran llevadas a los crematorios de la morgue.42 Según el responsable de quemar los cuerpos, en un día se alcanzaban a incinerar hasta cien cuerpos al introducir restos de varias personas en la combustión de un mismo horno. Las cenizas recogidas se almacenaban en bultos negros que reposaron en las instalaciones de la morgue.

Los muertos con nombre y apellido, los ilustres y los corrientes, ahora se encuentran juntos e indiferenciados, sin identidad. Todos se convirtieron en anónimos, personas enterradas en un cementerio estigmatizado cuyas cenizas son sopladas por el viento helado de la morgue, y las que hasta hoy no encuentran un segundo hogar en la escultura que se había prometido construir en el Parque de la Vida, a modo de homenaje. Un monumento ausente como referente de conmemoración solo contribuye al olvido, pues no activa la relación entre los "otros" en el más allá y las personas que quedaron en este mundo. Lo que es más triste e irónico no es la muerte del cementerio, sino la muerte de la relación entre los santandereanos con sus ancestros.

En el Cementerio Universal, "en polvo eres y en polvo te convertirás" no representa la clásica perspectiva del eterno retorno al origen, sino que adopta una acepción literal. El colapso más significativo no es el de los monumentos, sino el del olvido en el que caen los fallecidos al no proveerles una última morada digna, convirtiéndose esto en un caso excepcional de indolencia, pues la práctica transcultural de brindarles un destino final a los muertos es tan antigua como universal.43

Conclusión

El propósito de metaforizar la ciudad a través del Cementerio Universal es la presentación de una metodología poco empleada por las ciencias sociales y humanas. El estudio de los cementerios contemporáneos, a pesar de su vasta riqueza, ha sido poco valorado desde las perspectivas tradicionales de la historia, el arte, la sociología, la antropología, la arqueología y la psicología. Las razones principales de esta falta son el desconocimiento de las posibilidades que brinda el estudio de la muerte y la permeabilidad de la comunidad académica por supersticiones populares sobre el miedo a los muertos. Como ya se mencionó al inicio, el estudio de la muerte es un acercamiento a la existencia de los vivos.

En el cementerio no solo se halla una pluralidad de información material e inmaterial donde convergen las distintas disciplinas, sino que presenta una cronología prolongada, la cual posibilita la investigación de las transformaciones de las creencias escatológicas, los discursos, las prácticas sociales y las relaciones generacionales. Es precisamente en el vínculo de las generaciones entre vivos y muertos que se construye el valor patrimonial de un cementerio, ya que es por excelencia un espacio para la conmemoración. La demolición del Cementerio Universal no solo fue una destrucción patrimonial, sino un atentado a las prácticas de recordación.


* Este artículo es producto del proyecto de investigación titulado "Rescate y aprovechamiento del patrimonio cultural tangible: bienes muebles e inmuebles del Cementerio Universal, Bucaramanga", el cual fue financiado por la Dirección General de Investigaciones de la Universidad Pontificia Bolivariana - Seccional Bucaramanga y su Departamento de Formación Humanística (código: 007-1209-6300, septiembre de 2009).

1. Robert Chapman, Ian Kinnesy, and Klavs KlaysRandsborg, The Archaeology of Death (Cambridge: Cambridge University Press, 1981) 2. Nigel Barley, Grave Matters: A Lively History of Death Around the World. New York (Madrid: Madrid Vicente Ediciones, 1997) 77-97. Ethel Herrera Moreno, "Tipología arquitectónica de los monumentos funerarios del Panteón Francés de la Piedad de la Ciudad de México", Apuntes 18.2 (2005): 106-117.

2. Javier Perdomo González, Sergio Acosta Lozano, y Sol Ángela Sierra Flórez, "Patrimonio arquitectónico del centro de Bucaramanga", trabajo de grado en Historia, Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2011.

3. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez 87.

4. Herrera Moreno 27.

5. "Rinden homenaje póstumo en el Cementerio Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 21 may. 2010. "Sentido homenaje a difuntos del Cementerio Universal". Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 21 may. 2010. Bernardo Socha Acosta, "Homenaje póstumo en el Cementerio Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga]20 may. 2010. Consultado en: http://bersoabumanga.blogspot.com/2010/05/homenaje-postumo-en-el-cementerio.html

6. "El Cementerio Universal", Revista Solidaridad Masónica (21 sep., 2008). Consultado en: http://revistasolidaridad.blogspot.com/2008/09/galeria-mario-hernandez-prada_21.html

7. Luis Rubén Pérez Pinzón, Historiar la muerte: Representaciones historiográficas sobre la muerte en el nororiente de Colombia (Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2010) 320. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez 86.

8. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez 87.

9. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez. La Capilla de Los Dolores fue fundada a fines del siglo de XVIII.

10. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez 87.

11. Pérez Pinzón 318. Luis Fernando Lizcano Vargas, "Construcción histórica de un proyecto empresarial: El Parque Cementerio Jardines La Colina de Bucaramanga Ltda. 1970-1985", trabajo de grado en Historia, Bucaramanga: Universidad Industrial de Santander, 2007, 28.

12. Claudia Mantilla Durán, "Configuración del sentido de la calle 45 de Bucaramanga: análisis semiótico", Revista S 2.2 (2008).

13. Lizcano Vargas 33.

14. Pérez Pinzón 27-57.

15. Arnold Gennep, Los ritos de paso (Barcelona: Alianza Editorial, 1960) 204-229. Mónica J. Giedelmann Reyes, "El viaje del alma: una aproximación a la metodología de la interpretación de datos funerarios", Documentos Ceso, Centro de Estudios Socioculturales, n.º 140 (Bogotá: Ediciones Uniandes, 2008).

16. Lizcano Vargas 33 y ss.

17. Art 1.º Para cementerios de extranjeros no católicos, se adjudica en cada una de las ciudades, villas o distritos parroquiales de la república, en donde ellos residan, un área que no exceda de una fanegada de tierra. Esta Ley del 23 de abril de 1835, es la 15, parte 3 de la Recopilación Granadina. Citado por Juan Pablo Restrepo, La Iglesia y el Estado en Colombia (Londres: Emiliano Isaza, 1885).

18. Entrevista a Alfredo Cifuentes, Bucaramanga, junio 2010. Pérez Pinzón 36.

19. Pérez Pinzón 36.

20. Louise Fawcett y Eduardo Posada, "Árabes y judíos en el desarrollo del Caribe Colombiano 1850-1950", Boletín Cultural y Bibliográfico 19.39 (1998): 3-29.

21. Pérez Pinzón 321.

22. Pérez Pinzón 321; Lizcano Vargas 36 y ss.: Marco Palacios, Entre la legitimidad y la violencia: Colombia 1975-1974 (Bogotá: Norma, 2003) 15 y ss.

23. Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, Experiencias piloto de reparación colectiva: aprendizajes y hallazgos (Bogotá: Publicaciones CNRR, 2010) 37-70.

24. Carlos Arboleda, "Laicismo y laicidad en Colombia", Cuestiones Teológicas 33.79 (2006): 29-66.

25. Ema Von Der Walde, "Limpia, fija y da esplendor: el letrado y la letra en Colombia a fines del siglo XIX", Revista Iberoamericana 63.79 (1997): 71-83.

26. Lizcano Vargas 39 y ss.

27. Los censos de la población indicaron los siguientes niveles en 1896: 17.873, en 1904: 18.827, en 1912: 19.735, en 1918: 24.919, en 1928: 44.083 y en 1938: 51.283 habitantes. Ver en Susana Valdivieso Canal, Bucaramanga, Historia de setenta y cinco años (Bucaramanga: Cámara de Comercio, 1992) 25.

28. Palacios 16.

29. Emilio Arenas, La casa del diablo (Bucaramanga: SYC S.A., 1982) 440-444.

30. Elizabeth Reyes Le Paslicot, "Los muertos del Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 7 mar. 2010: 9-D.

31. Perdomo González, Acosta Lozano y Sierra Flórez 88 y ss.

32. La recopilación de información histórica se concentró principalmente en el registro de las boletas de exhumación. Dichos documentos compilan datos básicos de los difuntos enterrados en el cementerio, como nombre del difunto, sexo, edad al momento de morir, lugar de nacimiento, ocupación, causa de muerte, si contó o no con asistencia médica y nombre del acudiente. Estas boletas eran el registro que el sepulturero y los acudientes tenían para poder realizar la exhumación de los restos una vez se había cumplido el periodo de alquiler del lote, y llegaba el momento de hacer el entierro secundario de los restos, ya sea entierro en tierra o urna, dentro del cementerio o en otro lugar. Según el último encargado del cementerio, un incendio en 1960 destruyó los archivos que albergaban las boletas de 1910 a 1959, lo que ocasionó que en esta investigación solo se pudiera contar con información a partir de 1960. La muestra recolectada es de 1366 casos de fallecidos enterrados en el Cementerio Universal entre los años 1960 a 1991. Los datos fueron procesados en el software estadístico SPSS.

33. Ernesto Valderrama Benítez, Real de minas de Bucaramanga (Bucaramanga: Sic Editores, 2000) 762.

43. Bartolomé Rugeles, Diarios de un comerciante bumangués 1899-1938 (Bogotá: Editorial Guadalupe, 2005) 186.

35. Palacios 16.

36. Reyes Le Paslicot, "Los muertos...".

37. German Ferro, "Los diez mandamientos de los cementerios", ponencia presentada en el Primer Encuentro Nacional de Cementerios Patrimoniales, Bogotá, 2010.

38. "Sólo ocho exhumaciones se han hecho en el Cementerio Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 25 feb. 2010. "Empezarán exhumaciones en el Cementerio Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 17 feb. 2010.

39. Para poder llevar a cabo la exhumación, se debía cumplir con una sería de requisitos. Uno de ellos era la exigencia de la certificación del lugar de reposo final de los restos en otro camposanto, lo cual naturalmente implicaba gastos adicionales.

40. Según dice Manuel Pérez, encargado de sacar los restos: "Nosotros vamos a excavar y sacar, y ahí entregarlos... Pues eso es bastante duro, porque eso tiene uno que con la pica y la pala sacar, botar la tierra, y ahí suavemente es sacar los restos, echarlos en una bolsa o algo o un cajoncito que le den a uno". "Último adiós para los muertos del Cementerio Universal", Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 21 may. 2010.

41. El Frente [Bucaramanga] 29 oct. 2011.

42. Según el periódico El Frente: "cerca de dos mil quinientos restos óseos humanos que reposan en el horno crematorio municipal, convertidos en aproximadamente tres toneladas de cenizas que serán ubicadas en algún lugar de lo que fueron los predios del universal". El Frente [Bucaramanga] 29 oct. 2011.

43. Gennep 204-229. Barley 13-45.


OBRAS CITADAS

I. Fuentes primarias

Periódicos

El Frente [Bucaramanga] 2011.         [ Links ]

Vanguardia Liberal [Bucaramanga] 2010.         [ Links ]

II. Fuentes secundarias

Arboleda Carlos. "Laicismo y laicidad en Colombia". Cuestiones Teológicas 33.79 (2006): 29-66.         [ Links ]

Arenas, Emilio. La casa del diablo. Bucaramanga: SYC S. A., 1982.         [ Links ]

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